Mamdani, pasión de sus partidarios, terror de sus enemigos. Dossier

 

Harold Meyerson 

Moustafa Bayoumi 

Emma Brockes 

09/11/2025

La prensa contra Mamdani: Un análisis de tres grandes medios

 

Harold Meyerson

 El día de hoy [4 de noviembre, día de las elecciones municipales neoyorquinas] señala el final de un período distintivo en la historia de las páginas editoriales de nuestros tres periódicos nacionales de élite: la era anti-candidato Mamdani del New York Times, el Wall Street Journal y el Washington Post. A partir de mañana, se verá seguida en las tres páginas editoriales por el intervalo anti-alcalde electo Mamdani, al que a su vez sucederá el 1 de enero con la eliminación de la palabra «electo».

El Times se ha retractado en cierta medida de su inicial postura mordaz hacia Mamdani, sin duda debido a que se ha dado cuenta (en este contexto, «se ha dado cuenta» probablemente se refiere a su director, A. G. Sulzberger) de que la mayoría de los lectores más jóvenes del periódico y algunos valiosos subgrupos de sus lectores (los del mundo académico y las artes) apoyan en realidad a Mamdani. Por supuesto, estas consideraciones nunca le han preocupado al Journal, que parecía funcionar bajo la premisa de que un editorial o una columna diaria contra Mamdani impedirían su victoria.

Confieso que no he hecho un recuento exacto, pero creo que el Post quedó en segundo lugar, muy cerca del Journal, o tal vez incluso empatado con él, en cuanto a la frecuencia y la virulencia de sus columnas y editoriales contra Mamdani. Hoy, día de las elecciones, ha publicado un editorial y una columna en los que se predice que los gulags de Mamdani acechan a la vuelta de la esquina, mientras que el Journal ha publicado dos columnas, pero ningún editorial.

Quizás el tema más recurrente en todos estos editoriales y columnas ha sido que el aumento impositivo del 2 % propuesto por Mamdani sobre la parte de los ingresos anuales de los contribuyentes que superan el millón de dólares provocaría una fuga masiva de millonarios de Nueva York. A pesar de las abundantes pruebas que demuestran que los millonarios no han huido debido a anteriores aumentos impositivos superiores al 2 %, los editorialistas volvieron sobre este tema una y otra vez. No he leído ni un solo editorial en esos periódicos que señalara que las guarderías para todos que se financiarían con los ingresos de ese impuesto abordan una amenaza mucho más generalizada —y real— de huida de Nueva York: la de las familias con niños pequeños que no pueden permitirse los costes de las  guarderías y la vivienda en nuestra mayor ciudad. O que la huida de los jóvenes supone una amenaza mayor para la vitalidad de Nueva York que la de sus mayores (descripción que se aplica a la mayoría de los millonarios). O que los argumentos a favor de proporcionar educación infantil y preescolar universal y gratuita a los niños de 1 a 5 años —los años más importantes para su desarrollo— son al menos tan convincentes como los argumentos a favor de proporcionar educación universal y gratuita a los niños de 5 a 18 años, algo que llevamos haciendo desde el siglo XIX.

Por orden del propietario Jeff Bezos, por supuesto, el Post ha despedido a su antigua plantilla editorial y al 90% aproximadamente de sus columnistas, y ha contratado a una serie de personas de ideología conservadora para substituirlos. En las últimas semanas, la proximidad de las elecciones ha llevado a sus editorialistas a mostrar sus verdaderas intenciones, en muchos aspectos tan doctrinarias y derechistas como las del Journal, pero con una prosa más burda y una negativa más severa a considerar argumentos o explicaciones contrarias. El Journal tiene la tradición de dedicar una columna semanal a un centrista o un izquierdista; su actual centrista es William Galston, que ha descrito con precisión las razones económicas por las que muchos neoyorquinos —erróneamente, en su opinión— apoyan a Mamdani.

En las páginas editoriales del Post no ha aparecido ningún contexto de este tipo. Hoy ha publicado un editorial en el que se pregunta por qué va ganando Mamdani, y ha respondido a esa pregunta de la siguiente manera:

“Los defensores del libre mercado no han sabido exponer claramente sus argumentos en Nueva York, y el éxito de Mamdani es una advertencia para los demócratas favorables a los negocios de que tendrán que hacerlo mejor. No basta con decir que el socialismo es malo; los defensores del sistema norteamericano tienen que demostrar por qué la libertad económica mejora la vida de las personas y por qué muchos de los fracasos norteamericanos son a menudo resultado de la intervención del Gobierno y no del desenfreno del libre mercado”.

Esto plantea la pregunta de por qué los defensores del libre mercado han tenido tantas dificultades en Nueva York y por qué se aceptan tan ampliamente las perspectivas de la provisión pública de servicios de guardería y vivienda social. El editorial ignora por completo que Mamdani ha basado su campaña exclusivamente en un programa de asequibilidad, en una ciudad que es la capital del capitalismo mundial, en la que sólo prosperan los ricos. Son las disfunciones del capitalismo las que mueven al electorado hacia la izquierda, no la ausencia o la insuficiencia de argumentos procapitalistas (véase, por ejemplo, la Gran Depresión y el New Deal, cuyo conocimiento de alguna manera ha eludido a la nueva plantilla del Post).

Por si la política editorial del Post no estuviera todavía clara, ha publicado hoy otro editorial lleno de temor a que la demócrata moderada Abigail Spanberger, la casi segura vencedora de las elecciones a gobernador de Virginia de hoy, pueda gobernar ocasionalmente como liberal. Le advierte que no suba los impuestos para atender las necesidades del estado o, peor aún, que no apoye la eliminación de la ley estatal del «derecho al trabajo», que, según argumenta, impide que el estado «retire ese derecho [a no formar parte de un sindicato] a los trabajadores para que decidan por sí mismos». El hecho de que el 70 % de la población, según todas las encuestas recientes, apoye a los sindicatos, pero solo el 6 % de los trabajadores del sector privado haya podido sindicalizarse, precisamente porque los empresarios y los tribunales han encontrado formas de impedir que los trabajadores decidan por sí mismos, no es asunto que los editorialistas del Post consideren digno de su atención.

¿Para quién, exactamente, están escritos estos editoriales y columnas del Post? Desde luego, no para los residentes del área metropolitana de Washington. El 90 % de los votantes del Distrito de Columbia apoyaron a Kamala Harris en las elecciones presidenciales de 2024 (solo la apoyaron el 68 % de los votantes de la ciudad de Nueva York), y las zonas residenciales de Maryland y Virginia, en los alrededores de Washington, también le otorgaron una mayoría abrumadora. Es evidente que el Post está tratando de cultivar un público digital nacional, pero las encuestas realizadas no solo a los lectores del Times, sino también a los del Journal, muestran que los lectores de esos periódicos son desproporcionadamente demócratas, y sospecho firmemente que lo mismo ocurre con los del Post. Sin duda, entre los lectores del periódico en el área metropolitana de Washington D. C. hay una gran cantidad de expertos en política que podrían aportar argumentos alternativos a los que presenta el Post, muchos de ellos basados en hechos reales, pero a ninguno se le permite aparecer en sus páginas.

Podemos estar seguros de que al menos un lector del Post, su propietario Jeff Bezos, es fanático de las páginas editoriales del periódico, tanto por razones ideológicas como por interés propio: observo que Amazon, empresa de la que Bezos es fundador y mayor accionista individual, ha efectuado donaciones al salón de baile de Trump [en la Casa Blanca], una forma clara de ganarse el favor de nuestro sultán. Se podría pensar que la fortuna de Bezos —que la revista Forbes ha estimado en 215.000 millones de dólares cuando publicó esta semana su lista anual de las personas más ricas del mundo, situándolo en tercer lugar después de Elon Musk y Mark Zuckerberg— podría crear alguna preocupación por las apariencias entre los editorialistas del periódico que les disuadiría de escribir artículos como la joya del jueves pasado en la que se argumentaba que gastamos demasiado en cupones de alimentos. Sin embargo, no es el caso de la gente del Post: están encantados de comportarse como Ebenezer Scrooge [el malicioso avaro del Cuento de Navidad de Charles Dickens].

The American Prospect, 4 de noviembre de 2025

Traductor: Lucas Antón

 

Zohran Mamdani se negó a 

comprometer 

sus valores y se le ha premiado por ello

 

Moustafa Bayoumi

El pueblo de Nueva York se ha pronunciado. Contra todo pronóstico, un socialista demócrata musulmán de 34 años ha resultado elegido para dirigir la ciudad más grande de los Estados Unidos. La victoria de Zohran Mamdani representa un gran triunfo para todos los neoyorquinos, pero también tiene un significado que va mucho más allá de los cinco distritos de esta ciudad.

Igual de sorprendente ha resultado que estas elecciones no fueran ni siquiera reñidas. El principal oponente de Mamdani, el exgobernador de Nueva York Andrew Cuomo, llevó a cabo una campaña tan carente de imaginación como de esperanza e incluso de personalidad. Tras perder estrepitosamente las primarias demócratas el pasado verano, Cuomo se vio obligado a presentarse como independiente, una afiliación política casi cómica para un hombre cuya campaña dependía por completo de las donaciones de la clase multimillonaria.

La campaña de Mamdani fue completamente distinta. Financiada en su mayor parte con donaciones de menos de 100 dólares y alimentada en gran medida por capital humano más que por billetes verdes —más de 100.000 personas se ofrecieron como voluntarios para la campaña—, la campaña de Mamdani movilizó un nivel de participación ciudadana en la política local como yo nunca había visto en las más de tres décadas que llevo viviendo en esta ciudad.

Los comentaristas de los medios de comunicación norteamericanos ignoraron en su mayoría este trabajo duro y entregado de voluntarios en buena medida anónimos, y prefirieron centrarse en todas las razones equivocadas de su victoria. Es carismático y guapo, comentaron (aunque Trump, por supuesto, cree que es más guapo él mismo). Va ganando porque es bueno con las redes sociales. Tiene éxito porque sus seguidores son personas solitarias.

Ojalá fuera así de fácil. La verdadera razón por la que Mamdani ha ganado es que es el candidato que mejor ha entendido lo que quiere y necesita la gente de Nueva York en este momento. Tomó la agobiante ansiedad económica que tantos norteamericanos están sufriendo en este momento y la convirtió en un mensaje de justicia económica, creyendo que todos deberíamos poder permitirnos vivir en la ciudad que llamamos nuestro hogar. Tomó la ansiedad política que muchos de nosotros sentimos ahora mismo, conforme va emanando el autoritarismo de Washington D.C., y la convirtió en orgullo neoyorquino por su legendario espíritu revoltoso. («Para llegar a cualquiera de nosotros, tendrás que pasar por encima de todos nosotros», afirmó durante su discurso de victoria).

Se negó a transigir en los derechos del pueblo palestino a vivir con dignidad. Esto último resulta especialmente significativo. La vieja guardia ha creído durante mucho tiempo que las expresiones a favor de los derechos de los palestinos equivalían a una sentencia de muerte electoral. A lo largo del último año, han pronosticado su caída casi a diario sólo por esta razón. Ahora, ha demostrado que todos ellos estaban equivocados.

Desde el comienzo del ascenso de Mamdani en estas elecciones, quedó claro que no funcionaba ninguna de las viejas lógicas políticas. A pesar de ello, sus oponentes siguieron creyendo que su derrota debía basarse en sus propias apelaciones al más vil racismo. Vickie Paladino, republicana de Queens, miembro del Consejo Municipal de Nueva York, exigió que se deportara a Mamdani y cuestionó que llevara suficiente tiempo siendo ciudadano como para ser elegido alcalde. Durante una entrevista radiofónica, Cuomo se rió cuando el presentador afirmó que Mamdani «aplaudiría» otro 11-S. «Ese es otro problema», respondió el exgobernador. Luego, el día antes de las elecciones, un comité de acción política que apoyaba a Cuomo emitió un repugnante anuncio con Mamdani delante de un vídeo de las torres gemelas derrumbándose el 11-S.

Sin embargo, la verdadera lección de las elecciones es que este nocivo racismo no funcionó. «Nueva York ya no será una ciudad en la que se pueda traficar con la islamofobia y ganar unas elecciones», declaró Mamdani en su discurso de victoria.

Eso no significa que se haya derrotado la islamofobia de forma definitiva, como tampoco significa que se haya vencido la injusticia económica en última instancia. Dentro de unos años, esta victoria electoral será considerada la parte fácil. El verdadero trabajo, como todos sabemos, está por delante.

Pero lo que hace única esta victoria es que la campaña de Mamdani haya movilizado a tanta gente a escala local para luchar por una buena causa. Las posibilidades son tan necesarias como emocionantes. Las elecciones, tanto en su campaña como en sus resultados, han demostrado que los ciudadanos de la ciudad de Nueva York están dispuestos a forjar activamente un futuro mejor para todos y juntos como uno solo. El futuro es local.

No es de extrañar que la campaña de Mamdani haya tenido tanta resonancia en todo el mundo. En un momento en el que el autoritarismo de derecha está aumentando de forma peligrosa y global, la victoria de Mamdani es una lección práctica de cómo se puede vencer con una política de izquierda, local y participativa. Durante su discurso de victoria, el hoy alcalde entrante expresó la esencia de esta verdad, y lo hizo en árabe, la primera vez que recuerdo haber oído este idioma, habitualmente vilipendiado, en el discurso de aceptación de un político en Estados Unidos.

Para mí, no se trata solo de una política simplista de reconocimiento. Al contrario. Lo que afirmó Mamdani apunta a cómo este mensaje viajará desde Nueva York a Marsella, a Berlín y más allá. Puede que sea la clave para nuestra supervivencia en este momento, y todos deberíamos escucharlo con atención. «Ana minkum wa ilaikum», afirmó, lo que significa: «Soy de vosotros y para vosotros».

Hoy, le tomamos la palabra y también nos la tomamos a nosotros mismos.

The Guardian, 5 de noviembre de 2025

Traductor: Luas Antón

 

La mayor amenaza para Zohran 

Mamdani no es Donald Trump, sino la 

vieja guardia del Partido Demócrata

Emma Brockes

La mañana después de la impresionante victoria de Zohran Mamdani en las elecciones a la alcaldía de Nueva York, la imagen más sorprendente no fue la del alcalde electo celebrándolo en una sala llena de aplausos, sino el desglose de los patrones de voto en toda la ciudad. Calle por calle, prácticamente edificio por edificio, se podía indexar el apoyo de los neoyorquinos a Mamdani o a Andrew Cuomo en función del importe probable del alquiler que pagaban. Así, por ejemplo, un distrito de ingresos medios en el Upper West Side apareció como una pequeña isla de votantes de Mamdani en un mar de barrios más ricos que votaban a Cuomo. El sólido apoyo de los votantes de bajos ingresos a Mamdani en el modesto centro de la ciudad dio paso a la increíble riqueza bancaria de Tribeca y su apoyo mayoritario a Cuomo.

Teniendo en cuenta las grandes anomalías —Staten Island, una zona de ingresos medios-bajos de la ciudad, votó mayoritariamente a Cuomo, al igual que los barrios "jasídicos" [ultraortodoxos] de bajos ingresos de Brooklyn y Queens—, el mensaje de la enorme participación a favor de Mamdani en la ciudad más cara de Estados Unidos parecía ser el de la asequibilidad, incluso el de un referéndum sobre el capitalismo tal y como lo conocemos. Así pues, la pregunta más apremiante ha pasado a ser: ¿se trataba de un resultado excéntrico de una ciudad poco representativa o del comienzo de una nueva ola política?

Los patrones electorales de esa noche en todo el país indicaban un giro que pasa de Donald Trump a los demócratas, lo cual, por supuesto, no significa que el socialismo democrático de Mamdani sea algo que los Estados Unidos en general estén dispuestos a aceptar. Aun así, el giro hacia la izquierda fue lo suficientemente señalado como para devolver a los demócratas a algunas zonas tradicionalmente muy republicanas, entre ellos a dos demócratas elegidos para una comisión de servicio público en Georgia; a la primera mujer demócrata elegida gobernadora en Nueva Jersey; y a una nueva gobernadora demócrata elegido en Virginia. En la propia ciudad de Nueva York, el cambio de tendencia con respecto a Trump, apenas 12 meses después de que su apoyo se disparase durante las elecciones presidenciales de 2024, resultó algo significativo. Su respaldo a Cuomo, que se presentó como independiente, no supuso ninguna diferencia aparente.

Hay que decir que Cuomo ha sido un candidato terrible, con acusaciones de conducta sexual inapropiada —todas ellas negadas por él— y un historial como gobernador de Nueva York que se hundió estrepitosamente durante la pandemia. También hay que señalar que Mamdani no se limitó a derrotar a Cuomo, sino que galvanizó a los neoyorquinos hasta alcanzar la mayor participación en unas elecciones a la alcaldía desde la década de 1960, lo que indica que el electorado votó por él y no en contra de su oponente.

Entonces, ¿cómo se contempla a este joven de 34 años como líder potencial más allá del ecosistema tan particular de la ciudad de Nueva York, donde, a veces, es posible creer que un receptáculo que promete alquileres más bajos, un salario mínimo más alto e impuestos más justos podría vencer a un adversario político tradicional? En esta cuestión, algunos aspectos de la identidad de Mamdani —explotados por Cuomo y Trump con fines racistas— podrían, en realidad, jugar a su favor. La edad y la elocuencia de Mamdani le favorecen claramente en relación con Trump, pero es su origen lo que destaca como ventaja decisiva.

En su discurso de victoria del martes [4 de noviembre] por la noche, Mamdani prometió a los neoyorquinos de clase trabajadora: «Lucharemos por vosotros, porque nosotros somos vosotros». Se trata de una gran retórica, pero seamos sinceros: Mamdani tiene el capital social y cultural de alguien que creció en una familia acomodada de una zona rica de Manhattan, con una progenitora que estudió en Harvard y se convirtió en una cineasta de éxito y otro que es profesor en Columbia. Y aunque el alcalde electo asistiera a una escuela secundaria estatal académicamente selectiva en la ciudad, estudió en una universidad privada de artes liberales en Maine que cuesta hoy 91.000 dólares al año en concepto de matrícula y gastos de manutención.

No menciono nada de esto con sarcasmo. Mamdani vende un mensaje político más a la izquierda de lo que cualquier otro político norteamericano de éxito se haya atrevido a vender en los últimos tiempos, pero no parece un outsider. De hecho, suena tan suave y pulido y —podemos decirlo— tan arrogante como cualquier contendiente político convencional.

No tiene la energía luchadora y emprendedora de Alexandria Ocasio-Cortez, ni puede ser objeto de burlas en Saturday Night Live [famoso programa televisivo] como Bernie Sanders, a quien Larry David, durante el ciclo electoral de 2016, criticó sin piedad, aunque con cariño, como un excéntrico sin remedio. Hasta la caracterización que hace Trump de Mamdani como comunista —el tipo de afirmación absurda y exagerada que el presidente suele lanzar y que sus seguidores se tragan sin pestañear— se desvanece ante el más mínimo examen.

Mientras tanto, ninguna de sus promesas electorales justifica el uso de la palabra «radical» en un sentido alarmista. La propuesta de Mamdani de un salario mínimo de 30 dólares parece una aspiración política convencional. Ha prometido que los autobuses de Nueva York serán gratuitos, como lo fueron durante la COVID, sin que la ciudad caiga en el comunismo (a este respecto: cuando el ferry de Staten Island pasó de ser de pago a gratuito en 1997, los viajeros de Nueva York no lo consideraron un gesto comunista). Y su promesa de aumentar los impuestos a quienes ganan más de un millón de dólares al año es substancialmente más generosa con los contribuyentes acaudalados que cualquier cosa con la que Rachel Reeves [ministra laborista de Hacienda] —¡tampoco comunista!— ande amenazando en el próximo presupuesto.

Los resultados de las elecciones de esta semana sugieren que Mamdani es una fuerza eficaz y motivadora contra la corrupción de Trump. Pero, aunque es fácil imaginárselo, dentro de unos años, enfrentándose cara a cara con J.D. Vance en un debate televisado de las presidenciales, sus verdaderos enemigos puede que anden más cerca de casa. Para avanzar más allá de la política de Nueva York, no solo tendrá que vencer a los republicanos, sino también a los cancerberos de la vieja guardia del Partido Demócrata de la era de Chuck Schumer y Nancy Pelosi, quienes, sospecho, pueden encontrarlo aún más amenazante y desagradable de lo que encuentran a Trump.

Fuente: The Guardian, 6 de noviembre de 2025

Traductor: Antoni Soy Casals

 
veterano periodista de la revista The American Prospect, de la que ha sido director y es redactor jefe, ofició durante varios años de columnista del diario The Washington Post y fue director de L.A. Weekly. Considerado por la revista The Atlantic Monthly como uno de los cincuenta comentaristas más influyentes de Norteamérica, Meyerson ha pertenecido a los Democratic Socialists of America, de cuyo Comité Político Nacional fue vicepresidente.
 
columnista de la edición norteamericana del diario The Guardian, es profesor de Inglés en el Brooklyn College de la City University of New York (CUNY). Autor de “How Does It Feel To Be a Problem?: Being Young and Arab in America?” [“¿Qué tal sienta ser un problema?: Ser joven y árabe en Norteamérica”], ha sido coeditor de “The Selected Works of Edward Said (1966-2006)” y colaborador de medios como The New York Times, New York Magazine, The Daily Beast, The Nation, CNN.com, The London Review of Books, The National, The Chronicle of Higher Education o The Progressive.
 
columnista de The Guardian y colaboradora de The New York Times, es una periodista británica radicada en Nueva York. Estudió en la Universidad de Oxford (en St. Edmund Hall), donde dirigió el periódico estudiantil Cherwell, antes de trabajar en el diario The Scotsman.
Fuente:
Varias

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