- Antonio Valle - Sunday, 09 Feb 2020
El 4 de febrero de 2020, justo al día siguiente de la muerte de George Steiner, el ensayista italiano Nuccio Ordine publicó el diario español 'El País', una entrevista que le había hecho seis años antes. La fuerza y la claridad ética es la gran vía por la que se deslizan las respuestas de este maestro que, hay que decirlo, tal vez sea el último de los grandes intelectuales de Occidente.
Especialista en literatura comparada, George Steiner realiza un ejercicio, que a la manera de los grandes pensadores y escritores del género confesional, nos ofrece una parte sustancial de sus más íntimos y profundos pensamientos. Aquí descubrimos la delicada forma de operar de una de las mentes más brillantes de la historia literaria y cultural de Occidente. Es un hombre cuya educación se forjó con la lectura de libros canónicos, así como en la rebelión paradigmática de una galaxia de lugares comunes y de máximas que han forjado la cultura promedio de la humanidad occidental. La entrevista en cuestión sólo pudo haberla realizado su amigo Nuccio Ordine, quien nos advierte de la enorme capacidad y elocuencia de Steiner para comunicarse por medio del discurso hablado, ya que, como se sabe, una de las grandes pasiones de Steiner fue precisamente la enseñanza.
Un viejo George Steiner, ante la cercanía de la muerte, se confiesa, diciendo que si bien ha vivido a través de sus lecturas, es la vida misma la que es objeto de sus meditaciones más profundas. Sin embargo, no se trata de cualquier forma de lectura, sino de una intensa, vasta y profunda actividad mental y espiritual, como la que empleó para escribir una serie de libros que se consideran obras maestras. Baste con mencionar algunos títulos, como los lejanos Tolstoi o Dostoevski (1960) o La muerte de la tragedia (1961), hasta Los libros que nunca he escrito (2008) o La poesía del pensamiento. Del helenismo a Celan (2011). Justamente en el prólogo de este libro, en la traducción del inglés al español de María Condor, dice que: “Todos los actos filosóficos, todo intento de pensar, con la posible excepción de la lógica formal… Son hechos realidad y tomados como rehenes por un movimiento u otro de discurso, de codificación en palabras y en gramática.”
Justamente esa es la preciosa materia de su entrevista póstuma –una auténtica confesión–, sorpresa intensamente agradecida por sus lectores, quienes apreciamos la fina manera en la que este gran hombre, ya alejado de los reflectores de los medios y de la prensa literaria y cultural cosmopolita, sometido desde 2014 por la enfermedad, también nos hace vislumbrar a un ser extraordinariamente lúcido y equilibrado por el tiempo (ese gran constructor acerca del que profundizaron escritores como Marcel Proust, Borges o Marguerite Yourcenar). Se trata de un viejo lector que nos obsequia algunas respuestas con las
que se podría integrar una antología de ética y belleza literaria, pero que también da respuesta a temas cotidianos y humanos. Por ejemplo, nos cuenta cómo, a través de un intercambio epistolar, al paso de los años fue integrando una especie de diario al alimón con cierta mujer, cuyo nombre no se dará a conocer hasta el año 2050, diseñando una especie de literatura de no ficción, aunque seguramente forjando una de las historias literarias más esperadas por quienes vivan (o sobrevivan) en el futuro de un planeta diagnosticado con alarmantes posibilidades postapocalípticas a mediados del presente siglo.
que se podría integrar una antología de ética y belleza literaria, pero que también da respuesta a temas cotidianos y humanos. Por ejemplo, nos cuenta cómo, a través de un intercambio epistolar, al paso de los años fue integrando una especie de diario al alimón con cierta mujer, cuyo nombre no se dará a conocer hasta el año 2050, diseñando una especie de literatura de no ficción, aunque seguramente forjando una de las historias literarias más esperadas por quienes vivan (o sobrevivan) en el futuro de un planeta diagnosticado con alarmantes posibilidades postapocalípticas a mediados del presente siglo.
“Alimentar algunas esperanzas”
En la ya famosa entrevista con Steiner, una de las cosas que más se agradecen es el tono íntimo y profundamente honesto con el que trata temas personales. A manera de ejercicio de balance y despedida, Steiner articula joyas verbales como esta: “habría debido tener el valor de probarme en la literatura ‘creativa’. De joven escribí cuentos y también versos. Pero no quise asumir el riesgo de experimentar algo nuevo en ese ámbito que me apasiona… es mejor fracasar en el intento de crear que tener cierto éxito en el papel de parásito, como me gusta definir al crítico que vive de espaldas a la literatura”.
¿De qué habla Steiner cuando se refiere a un futuro interior sino de la posibilidad de hacer un ajuste de cuentas con los recuerdos? Independientemente de las inimaginables vicisitudes, malestares y dificultades físicas, el filósofo vital se propone “alimentar algunas esperanzas”. Resulta fascinante observar cómo el maestro –que enseñó a leer y a pensar a incontables generaciones de estudiantes de literatura en universidades de Europa y Estados Unidos– realiza un último ejercicio literario y existencial que apunta hacia su futuro interno, es decir, hacia el presente de sus potenciales lectores (de nosotros), en los que continúa pensando. Un poco a la manera de Mozart en su Requiem, aunque ya no ante la “Víspera del confesor” sino ante la presencia del confidente; aquí, el maestro de la vida, es decir de la literatura en el sentido más humano y profundo, nos cuenta con ternura y lucidez, conectando con su más fino pensamiento, expresado como prosa poética, con el que alimenta su mente para así estar en condiciones de esperar todavía vislumbres de vida para, inmediatamente, imaginar el trance de su propia muerte, momento culminante para un hombre extraordinario (que no cree en “la otra vida”) y a quien el proceso de exhalación final todavía le resulta sumamente interesante y atractivo. Porque toda esperanza –lo mismo para Steiner que para una buena cantidad de seres humanos– contiene aunque sea un leve resplandor, una súbita iluminación. El suyo es un proceso mortuorio que, sin embargo, está lleno de generosa solidaridad; es el proceso de una verdadera “práctica mortal” que recuerda a gurús y sanyasis de India ofreciéndose (en el caso de Steiner, a una miríada internacional de lectores); por eso piensa, antes de que se pierdan el honor y el decoro básico, que todavía los días, o más precisamente cada día, “debe considerarse un valor añadido, un regalo que te da la vida”.
Por este tipo de reflexiones, George Steiner nos lleva a que re-pensemos nuestra propia vida, nuestro propio tiempo, en nuestra propia muerte; en lo que pensamos y hacemos con el pasado (justo cuando, paradójicamente, en México un pequeño y turbio sector insiste en negarse a pensar en la historia colectiva), un pasado que, para Steiner, a la vez constituye futuro y horizonte. Un poco como lo plantea el psicoanálisis, en el sentido de que es necesario recordar para verdaderamente olvidar, es decir, para que seamos capaces de ser verdaderamente libres, recordando, como dice Milan Kundera que “la lucha contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido”, porque el poder del olvido es tan intenso que, sin darnos cuenta, nos hace tan inauténticos como infelices.
Por eso Nuccio Ordine, amigo y fantástico confesor de Steiner, citando a Gabriel García Márquez, dice que el “secreto de una buena vejez no es más que un pacto honesto con la soledad”, aforismo que nos obliga a reflexionar en la calidad de la vejez de nuestros seres queridos, en la vejez propia y en la de quienes –tal vez por rigidez muscular, ósea o conceptual- no podrán tener futuro ni en el pensamiento, que por otro lado es donde el futuro comienza a existir. El Alzheimer es metáfora y símbolo, además de realidad atroz, de quienes no tienen más remedio que olvidarse de sí mismos, de la historia regional, colectiva o nacional, pensando que no existe la muerte, sin saber que en cierta forma obligamos a la mente a que permanezca en una especie de estado vegetativo.
Tal vez lo más sensato sea pensar, como Saramago, que la vejez comienza cuando se pierde la curiosidad. En ese sentido, la vejez de George Steiner parece el tiempo luminoso de una prolongada primavera, ya que, por lo leído en su entrevista póstuma, es decir en su futuro (en cierto sentido, nuestro presente), nos regaló fragmentos inolvidables de un pensamiento poético, inagotable y lúcido.
George Steiner, la entrevista póstuma
George Steiner no solamente fue uno de los más destacados humanistas contemporáneos, sino una de las grandes mentes que atravesaron el siglo XX. Desde su ejercicio intelectual, contribuyó a reconsiderar todos los cánones de las letras universales, convirtiendo la crítica literaria casi en un sistema de pensamiento. Falleció la semana pasada a los 90 años. La siguiente entrevista realizada por el filósofo italiano Nuccio Ordine, es un documento que el autor de libros como Lenguaje y silencio y Gramáticas de la creación quiso que se conociera justo después de su muerte.
FECHA DE PUBLICACIÓN: 09-02-20
El secreto de una buena vejez no es más que un pacto honesto con la soledad”; no pude evitar pensar en esta maravillosa reflexión de Gabriel García Márquez cuando me enteré de la desaparición de George Steiner. Murió el lunes hacia las 14:00 horas, por complicaciones derivadas de una fiebre aguda, en su casa de Barrow Road, en Cambridge. La última vez que hablamos fue el sábado anterior, por teléfono, y me confió, con voz muy ronca: “Ya no soporto el cansancio de la debilidad y la enfermedad”.
Así, Steiner, uno de los críticos literarios más agudos e importantes del siglo XX, vivió los últimos años de su vida lejos del foco de atención, de los medios de comunicación, de los congresos y conferencias, de cualquier cita pública. He tenido el privilegio de estar con él también en esta última fase de aislamiento voluntario.
Después de más de veinte años de encuentros en París, Italia y otras ciudades europeas, las llamadas mensuales y la visita anual a Cambridge se habían convertido en un ritual. Pero a la última cita, fijada para el 14 de junio de 2018, no le sucedió ninguna otra: el día anterior George la canceló porque no se encontraba bien y no quería mostrarse cansado y desanimado. Fue en una de estas reuniones (el 21 de enero de 2014, hace exactamente seis años), cuando a Steiner se le ocurrió concederme una entrevista póstuma: reunir algunas de sus reflexiones y no publicarlas hasta el día siguiente a su desaparición. Una manera discreta de romper el silencio y despedirse de sus amigos, sus alumnos, sus numerosos lectores.
Volvió a este texto el año pasado, modificando algunas palabras aquí y allá y pidiéndome que volviera a escribir algunas frases. Quién sabe cuántos aspectos desconocidos de su vida y su pensamiento saldrán a la luz en 2050, cuando se puedan estudiar los cientos de “cartas autobiográficas” ahora selladas en los archivos del Churchill College de Cambridge.
Ahora que ya no está –su hijo David me dio la noticia–, además del profundo dolor por la pérdida de un amigo querido y un verdadero maestro, ni siquiera cuatro meses después de la desaparición de Harold Bloom, advierto más claramente las consecuencias de ese silencio forzado y el vacío insalvable que deja entre los defensores de los clásicos y la literatura. Pienso en sus libros, en su conocimiento enciclopédico animado por una sorprendente curiosidad. Y pienso, sobre todo, en su pasión por la enseñanza, en su capacidad para compartir el amor por la literatura y el conocimiento con los estudiantes y el público.
George no solo destacó en la palabra escrita. Era también un gran orador: su elegante elocuencia fue capaz de inflamar a estudiantes y colegas.
¿Cuál es el secreto más importante que quiere revelar en esta entrevista póstuma?
– Puedo decir que durante 36 años he dirigido a una interlocutora (su nombre debe continuar siendo secreto) cientos de cartas que representan mi “diario”, en el que he contado la parte más representativa de mi vida y los eventos que han marcado mi cotidianidad. En esta correspondencia he hablado sobre los encuentros que he tenido, los viajes, los libros que he leído y escrito, las conferencias y también episodios normales y corrientes. Es un “diario compartido” con mi destinataria, en el que es posible encontrar incluso mis sentimientos más íntimos y mis reflexiones estéticas y políticas. Se conservará en Cambridge, en un archivo del Churchill College, junto con otras cartas y documentos que dan testimonio de las etapas de una vida quizá demasiado larga. Estas cartas-diario, en particular, se sellarán y solo podrán consultarse después de 2050, es decir, después de la muerte de mi esposa y (quizá) de mis hijos. En resumen, se harán públicas solo cuando muchas de las personas cercanas a mí ya no estén. ¿Los leerá alguien después de tanto tiempo? No lo sé. Pero no podía hacerlo de otra manera…
¿Por qué una entrevista póstuma?
– Siempre me fascinó la idea. De algo que se hará público precisamente cuando yo ya no pueda leerlo en los periódicos. Un mensaje para los que se quedan y una manera de despedirme dejando que se oigan mis últimas palabras. Una ocasión para reflexionar y hacer balance. He llegado a una edad en que cada día más o menos normal debe considerarse un valor añadido, un regalo que te da la vida.
En esta fase los recuerdos del pasado se convierten en el único y verdadero futuro interior. Es un viaje hacia atrás basado en el recuerdo lo que nos permite alimentar algunas esperanzas. No disponemos de las palabras exactas para definir el recuerdo que encierra en sí el mañana. Me encuentro en un momento de mi vida en el que el pasado, los lugares que he frecuentado, las amistades que he tenido, la imposibilidad de ver a las personas que he amado y sigo amando y hasta la relación contigo, constituyen el horizonte de mi futuro más de lo que puede ser el futuro real.
¿Se reprocha algo en particular?
– Claro. Más de una cosa. Escribí un pequeño libro, Errata, en el que hablo sobre los errores que he cometido No he conseguido captar algunos fenómenos esenciales de la modernidad. Mi educación clásica, mi temperamento y mi carrera académica no me permitieron comprender completamente la importancia de ciertos grandes movimientos modernos. No entendía, por ejemplo, que el cine, como nueva forma de expresión, pudiera revelar talentos creativos y nuevas visiones mejor que otras formas más antiguas, como la literatura o el teatro. No he entendido el movimiento contra la razón, el gran irracionalismo de la deconstrucción y, en algunos aspectos, del posestructuralismo. Debería haberme dado cuenta de que el movimiento feminista, que apoyé en Cambridge con gran convicción al reconocer la importancia del papel de la mujer, asumiría después, en la lucha por ocupar un lugar dominante en nuestra cultura, una función política y humana extraordinaria.
En el ámbito personal, ¿qué errores ha cometido?
– Esencialmente, habría debido tener el valor de probarme en la literatura “creativa”. De joven escribí cuentos, y también versos. Pero no quise asumir el riesgo trascendente de experimentar algo nuevo en este ámbito, que me apasiona. Crítico, lector, erudito, profesor, son profesiones que amo profundamente y que vale la pena ejercer bien. Pero es completamente diferente a la gran aventura de la “creación”, de la poesía, de producir nuevas formas. Y, probablemente, es mejor fracasar en el intento de crear que tener cierto éxito en el papel de “parásito”, como me gusta definir al crítico que vive de espaldas a la literatura. Por supuesto, los críticos (lo he subrayado varias veces) también tienen una función importante; he intentado lanzar, a veces con éxito, algunos trabajos y he defendido a los autores que creía que merecían mi apoyo. Pero no es lo mismo. La distancia entre quienes crean literatura y quienes la comentan es enorme; una distancia ontológica (por usar una palabra pomposa), una distancia del ser. Mis colegas universitarios nunca me perdonaron que apoyara estas tesis; muchos barones y cierta crítica estrictamente académica no aceptaron que me burlara de su presunción de ser, a veces, más importante que los autores de los que estaban hablando…
¿A quién desea enviar un mensaje?
– Pienso en algunos estudiantes, más brillantes que yo, que están completando trabajos importantes; su éxito es una gran recompensa para mí. Pienso con profunda gratitud en algunos de mis colegas que me han acompañado en el camino académico. Y pienso, sobre todo, en personas más íntimas, como tú, que han entendido lo que he intentado hacer y gracias a quienes he podido vivir una intensa aventura intelectual y emocional. Pero, en este momento, ante todo, trato de entender por qué la distancia que me separa del irracionalismo moderno y, me atrevo a decir, de la creciente barbarie de los medios, de la vulgaridad dominante, es cada vez mayor. Creo que estamos atravesando un período cada vez más difícil…
¿Qué es lo que más le ha hecho sufrir?
– Me ha hecho sufrir el ser consciente de haber publicado ensayos que me habría gustado escribir mejor. Por supuesto, hay páginas de mi trabajo que he defendido y defiendo con convicción, y también con amargura. Pero sé que probablemente no era eso lo que me habría gustado escribir. Y a menudo pienso en la injusticia del gran talento: nadie entiende cómo surgen estos dones supremos y cómo se distribuyen. Pienso en un niño de cinco años y medio que dibuja un acueducto romano cerca de Berna y luego, de repente, representa un pilar con zapatos; desde entonces, gracias a Paul Klee, que así se llama, los acueductos caminan por todo el mundo. Nadie puede explicar las sinapsis neurológicas que pueden desencadenar en un niño este “flechazo” de la metamorfosis, esta brillante intuición que cambia la realidad. Pensé que era una injusticia que pudiéramos intentar, volver a intentar, esforzarnos de nuevo, solo para poder permanecer en la estela de los adultos, pero sin llegar a ellos, porque son diferentes a nosotros.
¿Y lo que le ha hecho más feliz?
– La felicidad de haber enseñado y vivido en muchos idiomas. La felicidad que he tratado de cultivar todos los días, hasta el final, sacando de mi biblioteca un poema para traducirlo a mis cuatro idiomas (francés, inglés, alemán e italiano). Y aunque no lo haya traducido bien, tengo la impresión de que he dejado entrar un rayo de sol en mi cotidianidad.
¿Qué deseos no ha podido cumplir?
– Muchísimos: viajes que no me he atrevido a hacer, libros que quería escribir y que no he escrito, sobre todo encuentros cruciales que evité por falta de valor o disponibilidad o energía. Podría haber conocido, por ejemplo, a Martin Heidegger, pero no me atreví. Y creo que tenía razón. Siempre he respetado un principio: no hay necesidad de importunar a los adultos, tienen otras cosas que hacer. Y además, nunca he soportado a quienes se consideran importantes porque coleccionan citas con grandes nombres. Las personas excelentes tienen el derecho a escoger con qué interlocutores quieren “perder” su tiempo. Luego ocurre que un día, al abrir libros de memorias, se leen frases como: “Me importunó el señor X, que insistió en reunirse conmigo, pero no tenía nada interesante que decir”. Siempre me ha dado miedo caer en el error burdo. Pienso en Jean-Paul Sartre, por ejemplo, especialista en revelar circunstancias ligadas a famosos “pesados”. Y me costó mucho renunciar, en los últimos tiempos, a la compañía de un perro. Después de la muerte de Muz me di cuenta de que, a mi edad, era muy arriesgado tener otro. Adoro a estos animales, pero en el umbral de los 90 años me parece terrible ofrecerle una casa para dejarlo solo.
¿Cuál es la victoria más hermosa?
– Insistir en la idea de que Europa sigue siendo una necesidad importantísima, y de que, a pesar de las amenazas y los muros que se construyen, no debemos abandonar el sueño europeo. Soy antisionista (postura que me costó mucho, hasta el punto de no poder imaginar la posibilidad de vivir en Israel) y detesto el nacionalismo militante. Pero ahora que mi vida está llegando a su fin, hay momentos en que pienso: ¿quizás me equivoqué? ¿No habría sido mejor luchar contra el chovinismo y el militarismo viviendo en Jerusalén? ¿Tenía derecho a criticar, cómodamente sentado en el sofá de mi hermosa casa de Cambridge? ¿Fui arrogante cuando, desde el extranjero, intenté explicar a las personas en peligro de muerte cómo deberían haberse comportado?
¿Recuerda haber llorado en su vida?
– Desde luego. En los últimos tiempos me encuentro a menudo recordando circunstancias particulares. Pienso, por ejemplo, en grandes experiencias humanas que concluyeron sin que yo hubiera previsto el final. La repentina desaparición de algunas personas que nunca volverás a ver. O lugares que no has visitado y que ya no podrás visitar. Y también pienso en más cosas, sencillas, quizá banales: pescado y alimentos que ya no podrás probar. Y a veces, encontrar en la esquina de una calle o en un jardín la sombra de una persona que amas y que necesitas enormemente, pero que sabes que ya nunca podrás alcanzar.
¿Qué importancia ha tenido la amistad en su vida?
– Una importancia enorme. Nadie lo sabe mejor que tú. Habría vivido muy mal mis los últimos decenios sin ti y sin otros dos o tres amigos con los que he intercambiado una abundantísima correspondencia, interlocutores distinguidos con quienes he compartido una profunda intimidad afectiva. Quizá la amistad sea más valiosa que el amor. Sostengo esta tesis porque la amistad no tiene nada del egoísmo del deseo carnal. La amistad, la auténtica amistad, se basa en un principio que Montaigne, en un intento de explicar su relación con Etienne de la Boétie, condensó en una frase bellísima: “Porque era él; porque era yo”.
¿Y el amor?
– El amor ha tenido muchísima importancia, tal vez demasiada. En primer lugar, la felicidad que me ha dado mi matrimonio y que no puedo explicar con palabras, racionalmente. Y luego uno o dos encuentros que han sido decisivos en mi vida. Creo que, en potencia, las mujeres tienen una sensibilidad superior a la de los hombres. He tenido el enorme privilegio de tener relaciones amorosas en diferentes lenguas (he escrito mucho sobre este tema). El donjuanismo políglota ha sido una enorme recompensa para mí, una ocasión de vivir múltiples vidas. Y es curioso que ni la psicología ni la lingüística se hayan ocupado nunca de este fenómeno apasionante. Por eso, en Después de Babel acuñé una definición original de la traducción simultánea como un buen orgasmo. Siempre he considerado el fenómeno de las palabras y los silencios en relación con el erotismo un tema capital.
¿Piensa alguna vez en la muerte?
– Continuamente. Pero no solo ahora; también cuando era joven. Crecí a la sombra de la amenaza hitleriana, y recuerdo perfectamente que los únicos supervivientes de mi clase del instituto fuimos un compañero y yo. Mi padre y la vida me prepararon para afrontar la pérdida y el peligro de la muerte. Ahora pienso que el encuentro con la muerte tal vez sea interesante; quizá se revele como una manera de entender mejor muchas cosas.
¿Cree que hay algo después de la muerte?
– No. Estoy convencido de que no habrá nada. Pero el momento del paso puede ser muy interesante. Encuentro infantil la reacción de quienes, después de haber pensado siempre en la nada, en la fase final de su vida cambian y se imaginan un “mundo” ultraterrenal. Pienso que no tener miedo es una cuestión de dignidad; no se debe perder el respeto a la razón, hay que llamar las cosas claramente por su nombre. Es verdad que se puede cambiar de manera de pensar. He tenido la fortuna de vivir siempre en contacto con grandes científicos, y sé que cada día se aprenden cosas nuevas y se corrigen otras. En la ciencia, esto es normal. Ahora bien, creer en una vida más allá es algo muy distinto.
En esta entrevista póstuma, ¿querría pedir disculpas a alguien con quien se haya peleado?
– Sí, querría disculparme con una persona cuyo nombre no puedo decir. Creo que él también preferiría permanecer en el anonimato. Se trata de un hombre eminente, durante mucho tiempo amigo íntimo, con el que discutí por un asunto estúpido. Una frase mal escrita en una carta hizo saltar por los aires nuestra relación de años. Aprendí mucho de esa experiencia; cómo a veces un instante insignificante puede transformarse en un hecho decisivo en la vida. Es un riesgo que corremos a menudo. Un gesto sin importancia, una simple palabra, en un solo segundo, pueden causar verdaderas tragedias. Y ahora, después de tantísimos años, me gustaría decirle a mi amigo, “ven, vamos a comer juntos y a reírnos de lo que pasó”. Pero, con gran dolor, me doy cuenta de que ya no hay tiempo. Es demasiado tarde.
Sin embargo, es famoso por su irascibilidad. ¿Siempre ha sido un punto débil de su carácter?
– Sí, es verdad, pero no solo en la edad adulta. Recuerdo que cuando era niño me alteraba por cosas pequeñas, a veces sin una verdadera razón. Esta manera de comportarme me ha creado muchas enemistades. Después, con los años, tuve que aprender a moderarme. Pero también he pagado un precio por mi ironía, a menudo muy mordaz y no siempre bien recibida. Y tal vez la tristeza, fruto de la conciencia de mi mediocridad, ha incomodado no pocas veces a mis interlocutores. Por desgracia, a lo largo de tantos años he coleccionado muchas hostilidades y he roto muchas amistades. Es triste reconocerlo, pero es así.
¿Le han dado algún consejo que le haya cambiado la vida?
– Por supuesto. Sobre todo los que me dio mi madre con todo su cariño. A ella le debo que me animase a convivir de manera fructífera con mi discapacidad. Cuando era niño, para hacerme reaccionar en los momentos de desesperación, me decía que la “dificultad” era un “don” divino. Además de librarme del servicio militar, mi defecto me brindó la oportunidad de aprender a mejorar, de intentar entender que sin esfuerzo no se obtiene nada en la vida. Lo he recordado en diferentes circunstancias. Uno de los logros más bellos de mi existencia fue cuando conseguí atarme los zapatos por primera vez con la mano impedida.
*Nuccio Ordine (Diamante, Calabria, Italia, 1958) es profesor y filósofo. Autor de libros y ensayos sobre el renacimiento Italiano y en especial sobre la figura de Giordano Bruno. Analiza la relación entre filosofía, literatura y pintura. Una de las personas más cercanas a George Steiner en sus últimos años. Esta entrevista fue publicada por el “Corriere della sera”.
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