Agradecidos
Noviembre de 2011 fue un buen mes. Mi amigo John Thompson, uno de los sociólogos más destacados en el estudio político de los medios de comunicación, me había invitado a Cambridge para dar una serie de conferencias en el programa CRASSH de esa universidad. Estuve alojado en el magnífico edificio medieval del St. John’s College, donde el ambiente monástico y la interacción colegial me proporcionaron un espacio-tiempo de serenidad para reflexionar sobre mis ideas tras un intenso año inmerso en la teoría y práctica de los movimientos sociales. Como le sucedió a mucha gente en todo el mundo, primero me sorprendí y después me movilicé con las protestas que se iniciaron en Túnez en diciembre de 2010 y que se difundieron viralmente por todo el mundo árabe. En estos últimos años había estado siguiendo el surgimiento de movimientos sociales en red, apoyados en el uso de Internet y las redes de comunicación móvil, en Madrid en 2004, en Irán en 2009, y en otros países del mundo. Durante casi una década estuve estudiando la transformación de las relaciones de poder en interacción con el cambio en las comunicaciones y detecté el nacimiento de un nuevo modelo de movimientos sociales, quizás las nuevas formas de cambio social en el siglo XXI . Este fenómeno conectaba con mi experiencia personal como veterano de mayo del 68 en París. Volví a sentir la misma alegría que había sentido entonces: de repente todo parecía posible; el mundo no estaba irremediablemente condenado al cinismo político y la imposición burocrática de formas de vida sin sentido. Por todas partes, de Islandia a Túnez, de WikiLeaks a Anonymous y, poco después, de Atenas a Madrid y Nueva York, eran evidentes los síntomas de una nueva era revolucionaria, una época de revoluciones encaminadas a explorar el sentido de la vida más que a tomar el poder en el estado. La crisis del capitalismo financiero global no era obligatoriamente un callejón sin salida; podía ser incluso el indicio de un nuevo comienzo de forma inesperada. Durante 2011 empecé a recopilar información sobre estos nuevos movimientos sociales, compartiendo mis investigaciones con mis estudiantes de la University of Southern California. Después di algunas conferencias para comunicar mis ideas preliminares en la Northwestern University, en el College d’Etudes Mondiales de París, en Oxford, en la Universitat Oberta de Catalunya en Barcelona y en la London School of Economics. Cada vez estaba más convencido de que en el mundo estaba pasando algo realmente importante. Dos días antes de volver a Barcelona desde Los Angeles, el 19 de mayo, recibí un correo electrónico de una joven de Madrid a la que no conocía, en el que me decía que iban a ocupar las plazas de las ciudades españolas y que por qué no me unía a ellos de alguna forma, teniendo en cuenta lo que había escrito sobre el tema. Mi corazón se aceleró. ¿Sería posible? ¿Habría esperanza nuevamente? En cuanto aterricé en Barcelona, me fui a la Plaza de Catalunya. Allí estaban, cientos de ellas, debatiendo a pleno sol, pacíficamente y con total seriedad. Conocí a las indignadas. Resultó que mis dos principales ayudantes de investigación en Barcelona, Joana y Amalia, ya formaban parte del movimiento. Pero no para investigar. Estaban tan indignadas como los demás y habían decidido actuar. Yo no acampé, mis huesos no hubieran soportado dormir sobre el pavimento. Pero desde entonces he seguido a diario las actividades del movimiento, visitando las acampadas de Barcelona y Madrid; hablando cuando alguien me lo pedía ante la Acampada Barcelona u Occupy London, y ayudando a elaborar algunas de las propuestas que surgían del movimiento. Conecté espontáneamente con los valores y el estilo del movimiento, despojado en gran medida de ideologías obsoletas y políticas manipuladoras. Así empezó un viaje de apoyo a estos movimientos y de estudio de su significado. Sin un objeto concreto y, por supuesto, sin ninguna intención de escribir un libro; desde luego no a corto plazo. Vivir es mucho más interesante que escribir, especialmente cuando uno ya ha escrito veinticinco libros. Así pues, estaba en Cambridge con la oportunidad de hablar y debatir con un magnífico grupo de inteligentes estudiantes que además eran ciudadanos comprometidos. Decidí centrar mi serie de conferencias en «Los movimientos sociales en la era de Internet» para ordenarme las ideas, con la esperanza de que la interacción con estudiantes y colegas me ayudara a comprender mejor el significado de movimientos tan diversos. Fue fantástico. Intenso, riguroso, auténtico, y sin ningún tipo de boato académico. Al terminar el mes, cuando me despedía, mis colegas John Thompson e Isidora Chacón insistieron en que debía escribir un libro basado en estas conferencias. Un libro breve, de rápida escritura, menos académico de lo habitual. ¿Breve? ¿De rápida escritura? Nunca había hecho algo así. Mis libros se gestan normalmente en al menos cinco años y suelen tener más de cuatrocientas páginas. Sí, puedes hacer otro dentro de cinco años, me dijeron, pero ahora lo que se necesita es un libro sencillo que organice el debate y ayude a reflexionar sobre el movimiento y a que el gran público comprenda mejor estos nuevos movimientos. Lograron que me sintiera culpable de no hacerlo, ya que la única aportación potencialmente útil que puedo hacer a un mundo mejor procede de mi experiencia vital como investigador, escritor y profesor, no de mi activismo, que a menudo es confuso. Cedí a su petición y aquí estoy, cuatro meses después. Ha sido rápido y agotador. Corto, para lo que suele ser normal en mí. En cuanto a su relevancia, lo dejo al juicio de los lectores. Mi primer agradecimiento es por tanto para John e Isidora, los instigadores de esta empresa. Ellos demostraron su interés siguiendo y comentando el borrador durante la elaboración de este proyecto. Les estoy profundamente agradecido por su generosidad y aportación intelectual.
Sin embargo, a pesar del impulso que recibí en Cambridge, no habría podido cumplir mi promesa sin la ayuda de un extraordinario grupo de jóvenes investigadores con los que trabajé regularmente en Barcelona y Los Angeles. En cuanto regresé de Inglaterra me di cuenta de que estaba en apuros y pedí ayuda a mis amigas y compañeras de investigación. Junto con Joana Conill y Amalia Cárdenas había creado un pequeño equipo de investigación en la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) para estudiar el nacimiento de culturas económicas alternativas en Barcelona. Muchos de los grupos y personas observados se convirtieron de hecho en participantes en el movimiento de las indignadas. Como Joana y Amalia ya formaban parte del movimiento, accedieron a ayudarme con búsqueda de información y análisis, con la condición de no participar en la redacción final de la investigación por motivos personales. Amalia también recogió y analizó información sobre lslandia y Occupy Wall Street, mientras que yo utilicé mi red de colegas, amigos y antiguos alumnos para recopilar información, contrastar datos y escuchar ideas, especialmente sobre los países árabes. Otras personas del movimiento también accedieron a hablar conmigo o con mis colaboradores sobre los temas y la historia del movimiento. Quiero agradecérselo especialmente a Javier Toret y Arnau Monterde, ambos de Barcelona.
En Los Angeles, mi colaboradora de investigación Lana Swartz, una destacada doctoranda de la Annenberg School of Communication en USC, que también participaba en Occupy Los Angeles, aceptó con una inusitada generosidad, inteligencia y rigor ayudarme en la recopilación de datos y en el análisis del movimiento Occupy en Estados Unidos. Joan Donovan, una activa participante de Occupy Los Angeles e Inter-Occupy, veterana de muchas luchas por la justicia social y estudiante de doctorado en UC San Diego, me dio algunas ideas clave que me ayudaron a comprender. Dorian Bon, estudiante de la Universidad de Columbia, me contó su experiencia en el movimiento estudiantil asociado a Occupy Wall Street. Mi amigo y colega Sasha Costanza-Chock, profesor del MIT, compartió los datos de un estudio inédito sobre el movimiento Occupy en Estados Unidos. Maytha Alhassen, una periodista árabe-americana y doctoranda en Estudios Americanos y Étnicos en la University of Southern California en Los Angeles, que había viajado a los países árabes durante las protestas, colaboró estrechamente conmigo, informándome sobre acontecimientos clave que había presenciado, facilitándome el acceso a fuentes árabes y, lo más importante, enseñándome lo que realmente había pasado en todas partes. Soy, por supuesto, el único responsable de los numerosos errores que probablemente habré cometido en mi interpretación. Pero sin su valiosa ayuda, éstos habrían sido muchos más. Gracias a la calidad de su aportación me atreví a analizar los procesos específicos de las protestas árabes.
Mi gratitud y reconocimiento van a este grupo tan variado de personas excepcionales que aceptaron colaborar en el proyecto de este libro, que se convirtió en una empresa realmente colectiva, aunque el resultado final se elaboró en la soledad de la autoría.
Al igual que en mis libros anteriores, mi ayudante Melody Lutz, escritora de profesión, fue el punto de enlace fundamental entre el autor y el lector, haciendo posible nuestra comunicación. Mi reconocimiento de todo corazón para Melody.
La complejidad del proceso de trabajo que acabo de esbozar y que dio lugar a este libro requirió de unas grandes dotes de gestión y organización y buenas dosis de paciencia. Mi más sincero agradecimiento por ello a Clelia Azucena Garciasalas, mi ayudante personal en la Annenberg School of Communication, que dirigió todo el proyecto, coordinó la investigación y la edición, completó lagunas, recopiló información, corrigió errores y se aseguró de que este volumen llegara a las manos del lector con la garantía de su control de calidad. Quisiera agradecer también la aportación de Noelia Díaz López, mi ayudante personal en la Universitat Oberta de Catalunya, por su continua y eficaz ayuda en todas mis actividades de investigación.
Por último, como en anteriores investigaciones y libros, nada de esto habría sido posible sin el entorno afectivo de mi familia. Por todo ello quiero expresar mi amor y gratitud a mi esposa, Emma Kiselyova, a mi hija Nuria, a mi hija compartida Lena, a mis nietos Clara, Gabriel y Sasha, a mi hermana Irene y a mi cuñado José.
En la encrucijada de emoción y conocimiento, trabajo y experiencia, historia personal y esperanza de futuro, es donde nació este libro. Para ti.
Barcelona y Santa Mónica, diciembre 2011 - abril 2012
Obertura
Conectar las mentes, crear significado, contestar el poder
Ocurrió cuando nadie lo esperaba. En un mundo presa de la crisis económica, el cinismo político, la vaciedad cultural y la desesperanza, simplemente ocurrió. De pronto, la gente derrocaba dictaduras sólo con sus manos, aunque estuvieran cubiertas con la sangre derramada por los caídos. Los magos de las finanzas pasaron de ser objeto de envidia pública a objetivo del desprecio universal. Los políticos quedaron en evidencia como corruptos y mentirosos. Se denunció a los gobiernos. Los medios de comunicación se hicieron sospechosos. La confianza se desvaneció. Y la confianza es lo que cohesiona a una sociedad, al mercado y a las instituciones. Sin confianza, nada funciona. Sin confianza, el contrato social se disuelve y la sociedad desaparece, transformándose en individuos a la defensiva que luchan por sobrevivir. Sin embargo, en los márgenes de un mundo que había llegado al límite de su capacidad para que los seres humanos convivieran y compartieran la vida con la naturaleza, los individuos volvieron a unirse para encontrar nuevas formas de ser nosotros, el pueblo. Al principio fueron unos cuantos, a los que se unieron cientos, que se conectaron en red con miles, apoyados por millones con su voz y su búsqueda de esperanza, bastante caótica, que atravesaba ideologías y modas, para conectar con las preocupaciones reales de la gente real en la experiencia humana real que reivindicaban. Empezó en las redes sociales de Internet, que son espacios de autonomía en gran medida fuera del control de gobiernos y corporaciones que, a lo largo de la historia, han monopolizado los canales de comunicación como cimiento de su poder. Compartiendo dolor y esperanza en el espacio público de la red, conectándose entre sí e imaginando proyectos de distintos orígenes, los individuos formaron redes sin tener en cuenta sus opiniones personales ni su filiación. Se unieron. Y su unión les ayudó a superar el miedo, esa emoción paralizante de la que se vale el poder para prosperar y reproducirse mediante la intimidación o la disuasión y, si es necesario, mediante la pura violencia, manifiesta o impuesta desde las instituciones. Desde la seguridad del ciberespacio, gente de toda edad y condición se atrevió a ocupar el espacio urbano, en una cita a ciegas con el destino que querían forjar, reclamando su derecho a hacer historia —su historia— en una demostración de la conciencia de sí mismos que siempre ha caracterizado a los grandes movimientos sociales.
Los movimientos se extendieron por contagio en un mundo conectado en red mediante Internet inalámbrico y marcado por la rápida difusión viral de imágenes e ideas. Empezaron por el Norte y por el Sur, en Islandia y en Túnez, y desde allí la chispa prendió en un paisaje social diverso devastado por la codicia y la manipulación en todos los rincones del planeta azul. No fue sólo la pobreza, o la crisis económica, o la falta de democracia lo que provocó esta rebelión polifacética. Por supuesto, todas las manifestaciones dolorosas de una sociedad injusta y de una política antidemocrática estuvieron presentes en las protestas. Pero fue fundamentalmente la humillación causada por el cinismo y la arrogancia de los poderosos, tanto del ámbito financiero como político y cultural, lo que unió a aquellos que transformaron el miedo en indignación y la indignación en esperanza de una humanidad mejor. Una humanidad que tenía que reconstruirse desde cero, escapando de las múltiples trampas ideológicas e institucionales que habían conducido una y otra vez a un callejón sin salida, haciendo un nuevo camino al andar. Se trataba de encontrar la dignidad en el sufrimiento de la humillación, temas recurrentes en la mayoría de los movimientos.
Los movimientos sociales en red se extendieron primero en el mundo árabe y fueron combatidos con violencia sanguinaria por las dictaduras árabes. Corrieron suerte diversa, de la victoria y las concesiones a repetidas matanzas y guerras civiles. Otros movimientos surgieron contra la gestión ineficaz de la crisis económica en Europa y en Estados Unidos por parte de unos gobiernos que se alinearon con las élites financieras responsables de la crisis a costa de sus ciudadanos: en España, Grecia, Portugal, Italia (donde las movilizaciones de las mujeres contribuyeron a acabar con la bufonesca commedia dell’arte de Berlusconi), en Gran Bretaña (donde la ocupación de plazas y la defensa del sector público por parte de los sindicatos y los estudiantes aunaron fuerzas) y con menor intensidad pero un simbolismo parecido en la mayoría de los países europeos. En Israel, un movimiento espontáneo con numerosas demandas se convirtió en la mayor movilización popular de su historia, consiguiendo muchas de sus reivindicaciones. En Estados Unidos el movimiento Occupy Wall Street, igual de espontáneo que los demás y también conectado en red en el ciberespacio y en el espacio urbano como los otros, se convirtió en el acontecimiento del año y afectó a una gran parte del país, hasta el punto de que la revista Time nombró a «El Manifestante» como persona del año. El lema del 99%, cuyo bienestar se había sacrificado en interés del 1% que controla el 23% de la riqueza del país, se convirtió en el tema dominante de la vida política estadounidense. El 15 de octubre de 2011 una red global de movimientos de ocupación bajo la bandera de «Unidos por un cambio global» movilizó a millones de personas en 951 ciudades de 82 países del mundo, reivindicando justicia social y democracia auténtica. En todos los casos los movimientos ignoraron a los partidos políticos, desconfiaron de los medios de comunicación, no reconocieron ningún liderazgo y rechazaron cualquier organización formal, dependiendo de Internet y de las asambleas locales para el debate colectivo y la toma de decisiones.
Este libro intenta arrojar luz sobre estos movimientos: su formación, dinámica, valores y perspectivas de cambio social. Es una investigación de los movimientos sociales de la sociedad red, los movimientos que en última instancia formarán las sociedades del siglo XXI a través de prácticas conflictivas arraigadas en las contradicciones fundamentales de nuestro mundo. El análisis que aquí se presenta se basa en la observación de los movimientos, pero no intenta ni describirlos ni aportar una demostración de los argumentos expresados en el texto. Hay mucha información, artículos, libros, reportajes y blogs que se pueden consultar fácilmente navegando por Internet. Y por otro lado es demasiado pronto para elaborar una interpretación sistemática y académica sobre estos movimientos. Por ello mi objetivo es más modesto: proponer algunas hipótesis, basadas en la observación, sobre la naturaleza y perspectivas de los movimientos sociales en red con la esperanza de identificar los nuevos caminos del cambio social en nuestra época y estimular el debate sobre las repercusiones prácticas (y, en última instancia, políticas) de dichas hipótesis.
Este análisis se basa en una teoría empíricamente fundada sobre el poder que presenté en mi libro
Comunicación y poder (2009), una teoría que proporciona el marco analítico para comprender los movimientos que se estudian aquí.
Comienzo con la premisa de que las relaciones de poder constituyen el fundamento de la sociedad porque los que ostentan el poder construyen las instituciones de la sociedad según sus valores e intereses. El poder se ejerce mediante la coacción (el monopolio de la violencia, legítima o no, por el control del estado) y la construcción de significados en las mentes a través de mecanismos de manipulación simbólica. Las relaciones de poder están incorporadas en las instituciones de la sociedad, y especialmente en el estado. Sin embargo, como las sociedades son contradictorias y conflictivas, donde quiera que haya poder hay también contrapoder, que considero como la capacidad de los actores sociales para desafiar al poder incorporado en las instituciones de la sociedad con el objetivo de reclamar la representación de sus propios valores e intereses. Todos los sistemas institucionales son un reflejo de las relaciones de poder, así como de los límites de estas relaciones de poder negociadas en un proceso histórico interminable de conflictos y acuerdos. La configuración propiamente dicha del estado y otras instituciones que regulan la vida de la gente depende de esta interacción constante entre poder y contrapoder.
La coacción y la intimidación, basadas en el monopolio del estado para ejercer la violencia, son mecanismos fundamentales para imponer la voluntad de los que controlan las instituciones de la sociedad. Sin embargo, la construcción de significados en la mente humana es una fuente de poder más estable y decisiva. La forma en que pensamos determina el destino de las instituciones, normas y valores que estructuran las sociedades. Muy pocos sistemas institucionales pueden perdurar si se basan exclusivamente en la coacción. La tortura física es menos eficaz que la manipulación mental. Si la mayoría de la gente piensa de forma contraria a los valores y normas institucionalizados en las leyes y reglamentos impuestos por el estado, el sistema cambiará, aunque no necesariamente para cumplir las esperanzas de los agentes del cambio social. Por eso, la lucha de poder fundamental es la batalla por la construcción de significados en las mentes.
El ser humano construye significados al interactuar con su entorno natural y social, interconectando sus redes neuronales con las redes de la naturaleza y las redes sociales. Esta interconexión funciona mediante el acto de la comunicación. Comunicar es compartir significados mediante el intercambio de información. Para la sociedad en sentido amplio, la principal fuente de producción social de significado es el proceso de comunicación socializada. La comunicación socializada es aquella que existe en el ámbito público más allá de la comunicación interpersonal. La transformación continua de la tecnología de la comunicación en la era digital extiende el alcance de los medios de comunicación a todos los ámbitos de la vida social en una red que es al mismo tiempo local y global, genérica y personal, en una configuración constantemente cambiante. El proceso de construcción de significado se caracteriza por una gran diversidad. Sin embargo, hay una característica común a todos los procesos de construcción simbólica: en gran medida dependen de los mensajes y de los marcos creados, formateados y difundidos en las redes de comunicación multimedia. Aunque la mente de cada individuo construya su propio significado al interpretar a su manera los materiales recibidos, este proceso mental está condicionado por el entorno de las comunicaciones. Es decir, la transformación del entorno de las comunicaciones afecta directamente a la forma en que se construye el significado y, por tanto, a la producción de las relaciones de poder. En los últimos años el cambio fundamental en el mundo de las comunicaciones ha sido el nacimiento de lo que he llamado autocomunicación de masas: el uso de Internet y de las redes inalámbricas como plataformas de comunicación digital. Es comunicación de masas porque procesa mensajes de muchos para muchos y potencialmente puede llegar a numerosos receptores y conectarse a incontables redes que transmiten información digitalizada en un barrio o por todo el mundo. Es autocomunicación porque el emisor decide el mensaje de forma autónoma, designa a los posibles receptores y selecciona los mensajes de las redes de comunicación que quiere recuperar. La autocomunicación de masas se basa en redes horizontales de comunicación interactiva que, en gran medida, los gobiernos y las empresas tienen dificultad para controlar. Por otra parte, la comunicación digital es multimodal y permite una referencia constante a un hipertexto global de información cuyos elementos el comunicador puede mezclar según los proyectos concretos de comunicación. La autocomunicación de masas proporciona la plataforma tecnológica para la construcción de la autonomía del actor social, ya sea individual o colectivo, frente a las instituciones de la sociedad. Por eso los gobiernos tienen miedo de Internet y las empresas mantienen una relación de amor-odio con la red e intentan obtener beneficios al tiempo que limitan su potencial de libertad (por ejemplo, controlando el intercambio libre de archivos o las redes de código abierto).
En nuestra sociedad, que he conceptualizado como sociedad red, el poder es multidimensional y está organizado en torno a redes programadas en cada campo de actividad humana de acuerdo con los intereses y valores de los actores empoderados. Las redes de poder lo ejercen influyendo en la mente humana predominantemente (pero no exclusivamente) mediante redes multimedia de comunicación de masas. Por tanto, las redes de comunicación son fuente decisiva de construcción de poder.
Las redes de poder en varios ámbitos de la actividad humana se conectan entre sí. Las redes financieras globales y las redes multimedia globales están íntimamente enlazadas, y esta meta-red acumula un poder extraordinario. Pero no todo el poder, porque esta meta-red de finanzas y medios de comunicación depende a su vez de otras grandes redes, como la red política, la red de producción cultural (que abarca todo tipo de producto cultural, no sólo productos de comunicación), la red militar y de seguridad, la red del crimen organizado y la decisiva red global de producción y aplicación de la ciencia, la tecnología y la gestión del conocimiento. Estas redes no se fusionan, sino que establecen estrategias de colaboración y competición formando redes puntuales para proyectos concretos. Pero todas tienen un interés común: controlar la capacidad de definir las reglas y normas de la sociedad mediante un sistema político que responda fundamentalmente a sus intereses y valores. Por eso, la red de poder construida en torno al estado y el sistema político desempeña un papel fundamental en la interconexión general del poder. Esto se debe, en primer lugar, a que el funcionamiento estable del sistema y la reproducción de las relaciones de poder en cada red dependen, en última instancia, de las funciones de coordinación y regulación del estado, como pudo comprobarse en el derrumbamiento de los mercados financieros en 2008, cuando se pidió ayuda a los gobiernos de todo el mundo. Además, a través del estado las distintas formas de ejercer el poder en ámbitos sociales diferenciados se relacionan con el monopolio de la violencia como capacidad para imponer el poder en última instancia. Por tanto, mientras que las redes de comunicación procesan la construcción de significado de la que depende el poder, el estado constituye la red predeterminada para el funcionamiento adecuado de las demás redes de poder.
¿De qué forma se conectan entre sí las redes de poder conservando su campo de acción específico? Lo hacen mediante un mecanismo básico de construcción de poder en la sociedad red: el poder de interconexión , que es la capacidad para conectar dos o más redes en el proceso de construcción de poder para cada una de ellas en sus campos respectivos.
¿Quién ostenta entonces el poder en la sociedad red? Los programadores (programmers) con capacidad para programar cada una de las redes principales de las que depende la vida de la gente (gobierno, parlamento, ejército y seguridad, finanzas, medios de comunicación, instituciones científicas y tecnológicas, etc.). Y los conmutadores (switchers)
que conectan diferentes redes (magnates de los medios de comunicación introducidos en la clase política, élites financieras que financian a las élites políticas, élites políticas que rescatan a las instituciones financieras, corporaciones mediáticas entrelazadas con corporaciones económicas, instituciones académicas financiadas por grandes empresas, etc.).
Si el poder se ejerce mediante la programación y la conexión de redes, entonces el contrapoder, el intento deliberado de cambiar las relaciones de poder, se activa mediante la reprogramación de redes en torno a intereses y valores alternativos o mediante la interrupción de las conexiones dominantes y la conexión de redes de resistencia y cambio social. Los actores del cambio social pueden ejercer una influencia decisiva utilizando mecanismos de construcción de poder que se correspondan con las formas y procesos del poder en la sociedad red. Mediante la producción de mensajes autónomos para los medios de comunicación de masas y el desarrollo de redes autónomas de comunicación horizontal, los ciudadanos de la era de la información pueden inventar nuevos programas para sus vidas con los materiales de sus sufrimientos, sus miedos, sueños y esperanzas. Al compartir experiencias, construyen proyectos. Subvierten la práctica habitual de comunicación ocupando el medio y creando el mensaje. Superan la impotencia de su desesperación solitaria comunicando sus deseos. Luchan contra el poder establecido identificando las redes de la experiencia humana.
A través de la historia, los movimientos sociales han producido nuevos valores y objetivos que transforman las instituciones de la sociedad para representar estos valores, creando nuevas normas para organizar la vida social. Los movimientos sociales ejercen el contrapoder construyéndose en primer lugar a sí mismos mediante un proceso de comunicación autónoma, libre del control del poder institucional. Como los medios de comunicación de masas están controlados en gran medida por los gobiernos y las corporaciones, en la sociedad red la autonomía comunicativa se construye Fundamentalmente en las redes de Internet y en las plataformas de comunicación inalámbrica. Las redes sociales digitales ofrecen la posibilidad de deliberar y coordinar acciones sin trabas. No obstante, éste es sólo un elemento de los procesos comunicativos a través de los cuales los movimientos sociales se relacionan con la sociedad en general. También necesitan establecer un espacio público creando comunidades libres en el espacio urbano. Como el espacio público institucional —el espacio designado constitucionalmente para la deliberación— está ocupado por los intereses de las élites dominantes y sus redes, los movimientos sociales tienen que labrarse un nuevo espacio público que no se limite a Internet sino que se haga visible en los lugares donde se desarrolla la vida social. Por eso ocupan el espacio urbano y edificios simbólicos. Los espacios ocupados han tenido un papel destacado en la historia del cambio social, así como en las prácticas actuales, por tres razones básicas:
—Crean comunidad, y la comunidad se basa en el compañerismo. El compañerismo es un mecanismo psicológico fundamental para superar el miedo. Y superar el miedo es el umbral fundamental que deben cruzar los individuos para comprometerse en un movimiento social, ya que saben que en última instancia tendrán que enfrentarse a la violencia si traspasan los límites establecidos por las élites dominantes para mantener su dominio. En la historia de los movimientos sociales las barricadas erigidas en las calles tenían muy poco valor defensivo; de hecho, se convertían en blancos fáciles para la artillería o para las brigadas antidisturbios, dependiendo del contexto. Pero siempre definían un «dentro y fuera», un «nosotros contra ellos», de forma que, al incorporarse a un lugar ocupado y desafiar las normas burocráticas del uso del espacio, otros ciudadanos pudieran ser parte del movimiento sin necesidad de adherirse a una ideología u organización, simplemente estando allí por sus propias razones.
—Los espacios ocupados no son algo sin sentido: normalmente están cargados con el poder simbólico de la invasión de los centros de poder del estado o de las instituciones financieras. O bien, en relación con la historia, evocan recuerdos de revueltas populares que expresaron la voluntad de los ciudadanos cuando se cerraban otras formas de representación. A menudo se ocupan edificios por su simbolismo o para afirmar el derecho del uso público de una propiedad especulativa vacía. Al tomar y ocupar el espacio urbano los ciudadanos recuperan su propia ciudad, una ciudad de la que fueron desalojados por la especulación inmobiliaria y la burocracia municipal. Algunos grandes movimientos sociales de la historia, como la Comuna de París en 1871 o las huelgas de Glasgow en 1915 (origen de la vivienda pública en Gran Bretaña), empezaron como huelgas de alquileres contra la especulación inmobiliaria. El control del espacio simboliza el control de la vida de la gente.
—Al construir una comunidad libre en un lugar simbólico, los movimientos sociales crean un espacio público, espacio para la deliberación que finalmente se convierte en un espacio político, espacio de reunión de asambleas soberanas para recuperar los derechos de representación que han sido capturados en instituciones políticas constituidas en su mayoría para conveniencia de los intereses y valores dominantes. En nuestra sociedad, el espacio público de los movimientos sociales se construye como espacio híbrido entre las redes sociales de Internet y el espacio urbano ocupado: conectando el ciberespacio y el espacio urbano en una interacción incesante y constituyendo tecnológica y culturalmente comunidades instantáneas de prácticas transformadoras.
La cuestión fundamental es que este nuevo espacio público, el espacio interconectado entre el espacio digital y el urbano, es un espacio de comunicación autónoma. La autonomía de la comunicación es la esencia de los movimientos sociales porque es lo que permite la formación del movimiento y lo que hace que éste se relacione con la sociedad en general más allá del control del poder de comunicación por parte de los poderosos.
¿De dónde proceden los movimientos sociales? ¿Cómo se forman? Sus raíces están en la injusticia fundamental de todas las sociedades, continuamente enfrentada a las aspiraciones de justicia de las personas. En cada contexto específico los habituales jinetes del apocalipsis de la humanidad cabalgan juntos en abigarrado aquelarre: explotación económica, pobreza desesperada, desigualdad inicua, política antidemocrática, estados represores, justicia injusta, racismo, xenofobia, negación cultural, censura, brutalidad policial, belicismo, fanatismo religioso (a menudo contra las creencias religiosas de los demás), negligencia hacia el planeta azul (nuestro único hogar), indiferencia por la libertad personal, violación de la privacidad, gerontocracia, intolerancia, sexismo, homofobia y otras atrocidades en la extensa galería de retratos que representan a los monstruos que somos. Y por supuesto siempre, en cada caso y en todos los contextos, la dominación absoluta de los hombres sobre las mujeres y los niños como base fundamental de un (injusto) orden social. Los movimientos sociales han tenido siempre toda una serie de causas estructurales y motivos personales para rebelarse contra una o varias dimensiones de la dominación social. Sin embargo, conocer sus razones no responde a la pregunta sobre su nacimiento. Puesto que, según mi punto de vista, los movimientos sociales son la fuente del cambio social y, por tanto, de constitución de la sociedad, esta cuestión es fundamental. Tan fundamental que hay bibliotecas enteras dedicadas a dar una respuesta aproximada y, por tanto, no lo haré aquí ya que este libro no pretende ser otro tratado sobre los movimientos sociales sino una pequeña ventana a un mundo naciente. Pero sí diré lo siguiente: los movimientos sociales, por supuesto ahora, y probablemente durante la historia (más allá del ámbito de mi competencia), están formados por personas. Lo digo en plural porque en casi todos los análisis que he leído sobre los movimientos sociales de cualquier época y sociedad encuentro pocos individuos, algunas veces tan sólo el típico héroe acompañado por una multitud indiferenciada, llamada clase social o etnia, o género, o nación, o creyentes o cualquier otra denominación colectiva de los subconjuntos de diversidad humana. Sin embargo, aunque agrupar la experiencia vital de la gente en cómodas categorías analíticas de estructura social es un método útil, las prácticas reales que permiten el nacimiento de los movimientos sociales y el cambio de las instituciones y, en última instancia, de la estructura social las realizan los individuos: personas de carne y hueso. La pregunta clave que hay que entender es dónde, cómo y por qué una persona o mil personas deciden, individualmente, hacer algo que les advierten repetidamente que no deben hacer porque serán castigadas. Normalmente son un puñado de personas, a veces sólo una, las que inician un movimiento. Los teóricos sociales normalmente las llaman agencia. Yo los llamo individuos. Y por tanto tenemos que entender la motivación de cada individuo; de qué forma se interconectan mentalmente con otros y forman redes y por qué son capaces de hacerlo en un proceso de comunicación que lleva al final a la acción colectiva; de qué forma estas redes negocian la diversidad de intereses y valores presentes en la red para centrarse en un conjunto de objetivos comunes; cómo estas redes se relacionan con la sociedad en general y con muchos otros individuos y cómo y por qué esta conexión funciona en muchos casos llevando a los individuos a ampliar las redes formadas en la resistencia a la dominación y a implicarse en un ataque multimodal contra un orden injusto.
Desde el punto de vista de los individuos, los movimientos sociales son movimientos emocionales. La insurgencia no empieza con un programa ni una estrategia política. Esto puede surgir después, cuando aparecen líderes desde dentro o fuera del movimiento para promover los programas políticos, ideológicos y personales que pueden o no relacionarse con el origen y las motivaciones de los participantes en el movimiento. Pero el big bang de un movimiento social empieza con la transformación de la emoción en acción. Según la teoría de la inteligencia afectiva, las emociones más importantes para la movilización social y el comportamiento político son el miedo (una emoción negativa) y el entusiasmo (una emoción positiva). Las emociones positivas y negativas se relacionan con dos sistemas de motivación básicos resultado de la evolución humana: aproximación y evitación. El sistema de aproximación está relacionado con el comportamiento de búsqueda de objetivos que dirige al individuo a experiencias satisfactorias. Los individuos se muestran entusiasmados cuando se movilizan por un objetivo que les importa. Esta es la razón por la que el entusiasmo está directamente relacionado con otra emoción positiva: la esperanza. La esperanza proyecta el comportamiento hacia el futuro. Como una de las características diferenciadoras de la mente humana es la capacidad para imaginar el futuro, la esperanza es un ingrediente fundamental para apoyar la acción de búsqueda de objetivos. No obstante, para que surja el entusiasmo y la esperanza, los individuos tienen que superar la emoción negativa resultado del sistema de la evitación: la ansiedad. La ansiedad es una respuesta a una amenaza externa sobre la que la persona amenazada no tiene control. Por lo tanto, la ansiedad lleva al miedo y tiene un efecto paralizante. La superación de la ansiedad en un comportamiento sociopolítico a menudo es resultado de otra emoción negativa: la ira. La ira aumenta con la percepción de una acción injusta y con la identificación del agente responsable de ella. Las investigaciones neurocientíficas han demostrado que la ira está asociada a un comportamiento que asume riesgos. Cuando el individuo supera el miedo, las emociones positivas se imponen a medida que el entusiasmo activa la acción y la esperanza anticipa la recompensa de la acción arriesgada. No obstante, para que se forme un movimiento social, la activación emocional de los individuos debe conectar con otros individuos. Para ello se requiere un proceso de comunicación de una experiencia individual a los demás. Para que un proceso de comunicación funcione, hay dos requisitos: la consonancia cognitiva entre emisores y receptores del mensaje y un canal de comunicación eficaz. La empatía en el proceso de comunicación está determinada por experiencias similares a las que motivaron el estallido emocional original. En concreto: si muchos individuos se sienten humillados, explotados, ignorados o mal representados, estarán dispuestos a transformar su ira en acción en cuanto superen el miedo. Este miedo lo superan mediante la manifestación extrema de la ira en forma de indignación cuando tienen noticia de que alguien con quien se identifican ha sufrido algo insoportable. Esta identificación se consigue mejor compartiendo sentimientos en una forma de compañerismo que se crea en el proceso de comunicación. La segunda condición para que las experiencias individuales se conecten y formen un movimiento es, por tanto, la existencia de un proceso de comunicación que propague los acontecimientos y las emociones asociadas a las mismas. Cuanto más rápido e interactivo sea el proceso de comunicación, más probable es que se forme un proceso de acción colectiva, arraigado en la indignación, impulsado por el entusiasmo y motivado por la esperanza.
Históricamente, los movimientos sociales siempre han dependido de la existencia de mecanismos de comunicación específicos: rumores, sermones, panfletos y manifiestos, divulgados de persona a persona, desde el púlpito, la prensa, o por cualquier medio de comunicación disponible. En nuestra época, la comunicación multimodal con redes digitales de comunicación horizontal es el medio de comunicación más rápido, autónomo, interactivo, reprogramable y autopropagable de la historia. Las características de los procesos de comunicación entre individuos comprometidos en el movimiento social determinan las características organizativas del propio movimiento social: cuanto más interactiva y autoconfigurable sea la comunicación, menos jerárquica es la organización y más participativo el movimiento. Por eso los movimientos sociales en red de la era digital representan una nueva especie de movimiento social.
Si los orígenes de los movimientos sociales se encuentran en las emociones de los individuos y en sus interconexiones a partir de la empatía cognitiva, ¿cuál es el papel de las ideas, ideologías y propuestas programáticas consideradas tradicionalmente como la materia de la que está hecho el cambio social? En realidad son materiales indispensables para el paso de la acción impulsada por las emociones a la deliberación y la construcción de proyectos. Su incorporación a la práctica del movimiento también es un proceso de comunicación, y la forma en que está construido este proceso determina el papel de estos materiales ideacionales en el significado, evolución e impacto del movimiento social. Cuanto más se generen las ideas dentro del movimiento a partir de la experiencia de sus participantes, más representativo, entusiasta y prometedor será aquél, y viceversa. Sucede muy a menudo que los movimientos se convierten en materia prima de experimentación ideológica o instrumentación política al definir objetivos y representaciones que tienen poco que ver con su realidad. A veces incluso en su legado histórico la experiencia humana del movimiento suele sustituirse por una imagen reconstruida para la legitimación de los líderes políticos o para la reivindicación de las teorías de los intelectuales orgánicos. Un ejemplo que hace al caso es el de cómo se convirtió la Comuna de París en su reconstrucción ideológica, a pesar de los esfuerzos de los historiadores para restaurar su realidad, en una protorrevolución proletaria en una ciudad que en aquella época contaba con pocos obreros industriales entre sus habitantes. Por qué se interpretó mal una revolución municipal, provocada por una huelga de alquileres y dirigida en parte por mujeres, tiene que ver con la inexactitud de las fuentes de Karl Marx en sus escritos sobre la Comuna, basados fundamentalmente en su correspondencia con Elizabeth Dmitrieva, presidenta del Sindicato de Mujeres, figura socialista de la Comuna que sólo veía lo que ella y su mentor querían ver. La interpretación errónea de los movimientos por parte de sus líderes, ideólogos o cronistas tiene consecuencias considerables, ya que introduce una escisión irreversible entre los actores del movimiento y los proyectos construidos en su nombre, a menudo sin su conocimiento ni consentimiento.
La siguiente pregunta para comprender los movimientos sociales tiene que ver con la evaluación del impacto real de la acción conjunta de estas redes de individuos en las instituciones de la sociedad, así como en ellos mismos. Para esto se requieren otros datos e instrumentos analíticos, ya que las características de las instituciones y de las redes de dominación tendrán que enfrentarse a las características de las redes de cambio social. En pocas palabras, para que las redes de contrapoder prevalezcan sobre las redes de poder incorporadas en la organización de la sociedad, tendrán que reprogramar la política, la economía, la cultura o cualquier otra dimensión que pretendan cambiar introduciendo en los programas de las instituciones, así como en su propia vida, otras instrucciones entre las que se encuentra, en algunas versiones utópicas, la regla de no regular nada. Además, tendrán que activar las conexiones entre distintas redes de cambio social, por ejemplo, entre redes prodemocráticas y redes de justicia económica, redes feministas, redes de conservación medioambiental, redes pacifistas, redes por la libertad, etc. Comprender en qué condiciones se producen estos procesos y cuáles son los resultados sociales de cada proceso específico no puede ser asunto de teoría formal. Hay que basar el análisis en la observación.
Las herramientas teóricas que he propuesto aquí son simplemente eso, herramientas, cuya utilidad o futilidad sólo se puede evaluar utilizándolas para examinar las prácticas de los movimientos sociales en red que este libro pretende analizar. Sin embargo, no codificaré la observación de estos movimientos en términos abstractos para que encajen en el enfoque conceptual aquí presentado. En su lugar, mi teoría se integrará en una observación selectiva de los movimientos, para reunir al final de mi viaje intelectual las conclusiones más sobresalientes de este estudio en un marco analítico. Pretendo que ésta sea mi aportación a la comprensión de los movimientos sociales en red como precursores del cambio social en el siglo XXI .
Una última palabra sobre los orígenes y condiciones de las reflexiones que aquí presento. He tenido un participación marginal en el movimiento de las indignadas de Barcelona y he apoyado y simpatizado con los movimientos de otros países. Pero, como suelo hacer, he mantenido la máxima distancia posible entre mis creencias personales y mi análisis. Sin pretender lograr la objetividad, he intentado presentar los movimientos en sus propias palabras y sus propios actos, usando algunas observaciones directas y un acervo considerable de información: algunas de entrevistas individuales y otras de fuentes secundarias que se indican en las referencias de cada capítulo y en los apéndices del libro. En realidad, me identifico con el principio básico de este movimiento polifacético sin líderes: me represento exclusivamente a mí mismo y ésta es sencillamente mi reflexión sobre lo que he visto, oído o leído. Soy un individuo y hago lo que he aprendido en mi vida: investigar procesos de cambio social con la esperanza de que esta investigación pueda aportar algo a los que luchan, con gran riesgo, por un mundo en el que quisiéramos vivir.
Preludio a la revolución:
Donde todo empezó
¿Qué tienen en común Túnez e Islandia? Nada en absoluto. Y sin embargo, los levantamientos políticos que transformaron las instituciones de gobierno en ambos países entre 2009 y 2011 se han convertido en referencia para los movimientos sociales que sacudieron el orden político en el mundo árabe y desafiaron a las instituciones políticas europeas y estadounidenses. En la primera manifestación multitudinaria en la plaza Tahrir de El Cairo, el 25 de enero de 2011, miles de personas gritaban «Túnez es la solución», modificando a propósito el eslogan «El islam es la solución» que en años recientes había presidido las movilizaciones sociales en el mundo árabe. Se referían al derrocamiento de la dictadura de Ben Alí, que huyó del país el 14 de enero, tras semanas de protestas populares que vencieron a la cruenta represión del régimen. Cuando las indignadas españolas empezaron a acampar en las principales plazas de las ciudades del país en mayo de 2011, proclamaban que «Islandia es la solución». Y cuando los neoyorquinos ocuparon los espacios públicos próximos a Wall Street el 17 de septiembre de 2011, bautizaron el primer campamento Tahrir Square, igual que las acampadas de plaza Catalunya en Barcelona. ¿Cuál podía ser el hilo común que unía en las mentes de la gente sus experiencias de revuelta a pesar de que sus contextos culturales, económicos e institucionales fueran tan diferentes? En pocas palabras: su sentimiento de empoderamiento. Un sentimiento que nació de la indignación contra los gobiernos y la clase política, ya fuera dictatorial o, en su opinión, pseudodemocrática. Indignación provocada por la rabia ante la complicidad que percibían entre la élite financiera y la élite política y que estalló por la reacción emocional que causó algún acontecimiento insoportable. Y fue posible por la superación del miedo mediante la unión forjada en las redes del ciberespacio y en las comunidades del espacio urbano. Además, tanto en Túnez como en Islandia hubo transformaciones políticas tangibles, así como nuevas culturas cívicas que surgieron de los movimientos en un intervalo muy corto. Transformaciones que materializaron la posibilidad de conseguir algunas de las reivindicaciones clave de los manifestantes. Por ello es pertinente, desde el punto de vista analítico, que nos centremos en primer lugar en estos dos procesos para identificar las semillas del cambio social que un viento de esperanza diseminó a otros contextos, en ocasiones germinando en nuevas formas y valores sociales y, en otros casos, sofocadas por la maquinaria de represión alertada por el poder establecido que en un principio se vio sorprendido, después atemorizado y, en última instancia, llamó a la acción preventiva en todo el mundo. Una nueva generación de activistas ha descubierto nuevas formas de cambio político mediante la capacidad de comunicarse y organizarse de forma autónoma, fuera del alcance de los métodos habituales de control político y económico. Si bien hubo precedentes de estos nuevos movimientos sociales en la última década (especialmente en España en 2004 y en Irán en 2009), podemos decir que su plena expresión empezó en Túnez y en Islandia.
Túnez: «La revolución de la libertad y la dignidad» [1]
Empezó en un lugar inusitado: Sidi Buzid, una pequeña ciudad de 40.000 habitantes del centro de Túnez, una zona pobre al sur de la capital. El nombre de Mohamed Buazizi, un vendedor ambulante de 26 años, ha quedado grabado en la historia como el de alguien que cambió el destino del mundo árabe. Su inmolación, quemándose a sí mismo a las once y media de la mañana del 17 de diciembre de 2010 ante un edificio del gobierno, fue su definitivo grito de protesta contra la repetida y humillante confiscación de su puesto de frutas por la policía local ante su negativa a pagar un soborno. La última confiscación se había producido una hora antes ese mismo día. Murió el 3 de enero de 2011 en el hospital de Túnez donde el dictador le había llevado para aplacar la ira de la población. Efectivamente, tan sólo unas horas después de prenderse fuego, cientos de jóvenes a los que las autoridades habían humillado de forma similar protestaban delante del mismo edificio. Alí, el primo de Mohamed, grabó la protesta y colgó el vídeo en Internet. Hubo otros suicidios simbólicos e intentos de suicidio que alimentaron la ira y animaron a los jóvenes. En unos días se iniciaron manifestaciones espontáneas en todo el país, empezando en las provincias y llegando a la capital a principios de enero, a pesar de la brutal represión de la policía, que mató al menos a 147 personas e hirió a cientos de ellas. Pero el 12 de enero de 2011 el general Rachid Ammar, jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas tunecinas, se negó a disparar contra los manifestantes. Fue inmediatamente depuesto, pero el 14 de enero de 2011 el dictador Ben Alí y su familia abandonaron Túnez y se refugiaron en Arabia Saudí cuando el gobierno francés, el aliado más próximo a Ben Alí desde su llegada al poder en 1987, le negó su apoyo. Se había convertido en un estorbo para sus socios internacionales y había que encontrar un sustituto en la élite política del propio régimen. Pero la victoria no calmó a los manifestantes. En realidad, les animó a exigir la destitución de todos los gerifaltes del régimen, a reclamar libertad política y de expresión y a pedir unas elecciones realmente democráticas con una nueva ley electoral. Seguían gritando «Dégage! Dégage!» (¡Lárgate!) a todos los que estaban en el poder: políticos corruptos, especuladores financieros, policía represora y medios serviles. La difusión de los vídeos de las protestas y de la violencia policial en Internet estuvo acompañada de llamadas a la acción en las calles y las plazas de las ciudades de todo el país, empezando por las provincias centrales occidentales y trasladándose después a la propia capital. La conexión entre la comunicación libre en Facebook, YouTube y Twitter y la ocupación del espacio urbano creó un espacio público híbrido de libertad que se convirtió en la principal característica de la rebelión tunecina, presagio de futuros movimientos en otros países. Se formaron caravanas solidarias de cientos de coches con destino a la capital. El 22 de enero de 2011 la Caravana de la libertad (Qâfilat al-hurriyya) , con origen en Sidi Buzid y Menzel Buzaiane, llegó a la kasbah de la medina de Túnez exigiendo la dimisión del gobierno provisional de Mohamed Ghannuchi, una evidente continuación del régimen tanto desde el punto de vista del personal como de las políticas. Como afirmación simbólica del poder del pueblo, ese día los manifestantes ocuparon la Place du Gouvernement, en el corazón de la kasbah, donde se encuentran la mayoría de los ministerios. Levantaron tiendas y organizaron un foro permanente con animados debates que duraron hasta bien entrada la noche. Las conversaciones se alargaron en algunos casos dos semanas seguidas. Se grabaron y el vídeo de los debates se difundió por Internet. Pero su lenguaje no era sólo digital. Las paredes de la plaza estaban cubiertas con eslóganes en árabe, francés e inglés, ya que el movimiento quería identificarse con el mundo exterior para proclamar sus derechos y aspiraciones. Coreaban lemas y canciones de protesta. Con más frecuencia cantaban el verso más conocido del himno nacional: «Si el pueblo desea vivir un día, el destino tendrá que responder»
(Idhâ I-sha ‘bu yawman arâda I-hayât, fa-lâ budda an yastadjiba al-qadar)
. Aunque no había líderes, surgió algún tipo de organización informal que se ocupaba de la logística e imponía las normas del compromiso en los debates en la plaza: las discusiones tenían que ser educadas, respetuosas y sin gritos; cualquiera tenía derecho a expresar su opinión sin diatribas interminables para que todos pudieran ejercer esta nueva libertad de expresión. Una red de vigilancia moderada, organizada por los propios manifestantes, controlaba el respeto de las normas. Esta misma organización informal protegía al campamento contra la violencia y la provocación, tanto interna como externa. Hubo efectivamente violencia policial y los ocupantes fueron desalojados varias veces de la plaza, pero volvieron a ocuparla el 20 de febrero y otra vez el 1 de abril de 2011. Debatían de todo: rechazar un gobierno corrupto exigiendo una auténtica democracia y pidiendo un nuevo régimen electoral, defender los derechos de las regiones contra el centralismo, pero también pedían trabajo, ya que una gran proporción de los manifestantes jóvenes no tenían empleo y querían una mejor educación. Se rebelaban contra el control de la política y la economía por el clan de los Trabelsi, la familia de la segunda mujer de Ben Alí, cuyos negocios deshonestos se habían comentado en la correspondencia diplomática que WikiLeaks sacó a la luz. También hablaban del papel del islam como guía moral contra la corrupción y el abuso. Pero no se trataba de un movimiento islámico, a pesar de la presencia de una poderosa corriente islamista entre los manifestantes, por el simple motivo de que hay una influencia generalizada del islamismo político en la sociedad tunecina. Pero secularismo e islamismo coexistían en el movimiento sin grandes tensiones. Realmente, en cuanto a la comunidad de referencia, fue un movimiento tunecino que utilizó la bandera y cantaba el himno nacional como llamamiento, proclamando la legitimidad de la nación contra su apropiación por un régimen político ilegítimo respaldado por antiguas potencias coloniales, especialmente Francia y Estados Unidos. No se trataba de una revolución islámica ni de una revolución del Jazmín (el poético nombre que dieron los medios de comunicación occidentales sin motivo aparente, puesto que en realidad fue el nombre original del golpe de estado de Ben Alí en 1987). En palabras de los propios manifestantes, era una «revolución por la libertad y la dignidad» (Thawrat al-hurriya wa-I Karâma). La búsqueda de la dignidad en respuesta a la humillación con respaldo institucional fue un motivo inductor emocional fundamental de las protestas.
¿Quiénes eran los que protestaban? Tras unas semanas de manifestaciones, podemos decir que una muestra representativa de la sociedad urbana tunecina estaba en las calles, con una fuerte presencia de las clases profesionales. Además, la gran mayoría de la población apoyaba la exigencia de acabar con el régimen dictatorial. Sin embargo, en opinión de muchos observadores, los que iniciaron el movimiento y los que tuvieron el papel más activo en la protesta eran principalmente jóvenes universitarios sin trabajo. Efectivamente, mientras que la tasa de paro en Túnez era del 13,3%, entre los jóvenes licenciados había subido hasta el 21,1%. Esta mezcla de educación y falta de oportunidades era terreno abonado para la revuelta en Túnez, así como en los demás países árabes. También fue significativo que los trabajadores afiliados a los sindicatos tuvieran una participación destacada cuando el movimiento alcanzó su masa crítica. Mientras que el liderazgo de la Union Générale des Travailleurs Tunisiens (UGTT) quedaba deslegitimado por su profunda conexión con el régimen (especialmente su secretario general, Abdeslem Jrad), las bases y los cuadros intermedios aprovecharon la oportunidad para expresar sus reivindicaciones e iniciaron una serie de huelgas que contribuyeron a llevar al país fuera del control de las autoridades. En cambio, los partidos políticos de oposición fueron ignorados por los activistas y no tuvieron una presencia organizada en la revuelta. Los manifestantes crearon espontáneamente su propio liderazgo en lugares y momentos concretos. La mayoría de estos líderes autodesignados tenían entre veinte y treinta años. Aunque el movimiento era intergeneracional, la confianza se generó entre los jóvenes. Un post en Facebook expresaba claramente una determinada actitud: «La mayoría de los políticos tienen el pelo blanco y el alma negra. Queremos gente con el pelo negro y el alma blanca».
¿Por qué este movimiento consiguió subvertir tan rápidamente una dictadura estable con una fachada de democracia institucional, un enorme sistema de vigilancia de toda la sociedad (hasta un 1% de los tunecinos trabajaba de alguna forma para el Ministerio del Interior) y un fuerte apoyo de las principales potencias occidentales? Después de todo, las luchas sociales y las manifestaciones de oposición habían sido reprimidas rápidamente por el régimen con relativa facilidad en anteriores ocasiones. En Ben Guerdane (2009) y en las minas de fosfato de Gafsa (2010) se habían producido intensas luchas obreras, pero fueron violentamente reprimidas, con numerosos muertos, heridos y detenidos, y al final la revuelta se sofocó. A los disidentes se les torturó y encarceló. Las manifestaciones eran poco frecuentes. Sabemos que la chispa de la revuelta surgió del sacrificio de Mohamed Buazizi. Pero ¿cómo incendió la chispa el bosque y cómo y por qué se propagó el incendio?
Nuevos factores diferenciadores posibilitaron el éxito de las revueltas populares tunecinas en 2011 durante un periodo de tiempo sostenido. Entre estos factores figura principalmente el papel que desempeñaron Internet y Al Jazira para impulsar, ampliar y coordinar las revueltas espontáneas como expresión de indignación, en particular entre los jóvenes. Es cierto que cualquier levantamiento social —y Túnez no fue una excepción— se produce como expresión de protesta contra condiciones económicas, sociales y políticas funestas, como desempleo, altos precios, desigualdad, pobreza, brutalidad policial, falta de democracia, censura y corrupción como forma de proceder del estado. Pero a partir de estas condiciones objetivas surgieron emociones y sentimientos —sentimientos de indignación provocados a menudo por la humillación—, y estos sentimientos produjeron protestas espontáneas iniciadas por individuos: jóvenes que utilizaban sus redes, las redes donde viven y se expresan. Por supuesto que aquí se incluyen las redes sociales de Internet, así como las redes de telefonía móvil. Pero también las redes sociales: amigos, familias y, en algunos casos, clubes de fútbol, la mayoría no conectados a Internet. Fue en la conexión entre redes sociales de Internet y redes sociales de la vida donde se forjó la protesta. Así pues, la condición previa para la revuelta fue la existencia de una cultura de Internet formada por blogueros, redes sociales y ciberactivistas. Por ejemplo, el periodista bloguero Zuhair Yahiaui fue encarcelado en 2001 y murió en prisión. Otros blogueros críticos con el régimen, como Mohamed Abbu (2005) y Slim Bukdir (2008), fueron encarcelados por denunciar la corrupción del gobierno.
Estas voces libres cada vez más numerosas que se expandían por Internet a pesar de la censura y de la represión encontraron un poderoso aliado en la televisión por satélite fuera del control del gobierno, en especial Al Jazira. Había una relación simbiótica entre los ciudadanos periodistas con sus teléfonos móviles, que cargaban imágenes e información en YouTube, y Al Jazira, que usaba material del periodismo ciudadano y después lo retransmitía a toda la población (el 40% de la población urbana en Túnez veía Al Jazira, ya que la televisión oficial había quedado reducida a una primitiva herramienta de propaganda). Este vínculo Al Jazira-Internet fue fundamental durante las semanas de la revuelta, tanto en Túnez como en relación con el mundo árabe. Al Jazira llegó al punto de desarrollar un programa de comunicación para que los teléfonos móviles pudieran conectarse directamente con su satélite sin necesidad de un equipo sofisticado. Twitter también tuvo un papel decisivo para tratar los acontecimientos y coordinar acciones. Los manifestantes usaron el hashtag #sidibouzid en Twitter para debatir y comunicar, indexando de esta forma la revolución tunecina. Según un estudio [2] sobre el flujo de la información en las revoluciones árabes, «los blogueros desempeñaron un papel importante a la hora de sacar a la luz y divulgar las noticias de Túnez, ya que tenían mayores probabilidades de animar a su audiencia a participar, en comparación con cualquier otro tipo de actor».
Teniendo en cuenta el papel de Internet a la hora de extender y coordinar la revuelta, es importante señalar que Túnez tiene una de las tasas más altas de penetración de Internet y de la telefonía móvil en el mundo árabe. En noviembre de 2010 un 67% de la población urbana tenía un teléfono móvil, y un 37% estaba conectado a Internet. A principios de 2011 un 20% de los usuarios de Internet estaba en Facebook, un porcentaje dos veces mayor que el de Marruecos, tres veces mayor que el de Egipto, cinco veces el de Argelia o Libia y veinte veces el de Yemen. Además, la proporción de usuarios de Internet entre la población urbana y especialmente entre los jóvenes era mucho mayor. Como hay una relación directa entre la edad, la educación superior y el uso de Internet, los jóvenes licenciados en paro que fueron los protagonistas clave de la revolución eran además usuarios habituales de Internet, y algunos de ellos, usuarios avanzados que utilizaron el potencial comunicador de Internet para crear y expandir su movimiento. La autonomía comunicativa que ofrece Internet posibilitó la difusión viral de vídeos, mensajes y canciones que incitaban la indignación y alentaban la esperanza. Por ejemplo, la canción «Rais Leble» de un famoso rapero de Sfax, El General, en la que denunciaba la dictadura, se convirtió en un éxito en las redes sociales. Por supuesto, El General fue detenido, pero esto enfureció aún más a los manifestantes y reforzó su determinación en la lucha por una «completa transición», como decían ellos.
Así pues, parece que en Túnez encontramos una importante convergencia de tres características distintivas:
La existencia de un grupo activo de licenciados en paro que lideraron la revuelta, obviando cualquier liderazgo tradicional o formal.
La presencia de una sólida cultura de ciberactivismo que llevaba más de una década haciendo una crítica abierta del régimen.
Una tasa relativamente alta de difusión del uso de Internet, incluyendo conexiones domésticas, en colegios y cibercafés.
La combinación de estos tres elementos, que se alimentaban mutuamente, proporciona una pista para comprender por qué Túnez fue la precursora de una nueva forma de movimiento social en red en el mundo árabe.
Los manifestantes tunecinos mantuvieron su reivindicación de una total democratización del país durante 2011 a pesar de la represión policial persistente y la presencia de los políticos del anterior régimen en el gobierno provisional y en los niveles más altos de la administración. El ejército, sin embargo, apoyó el proceso democrático en general, intentando encontrar nueva legitimidad al negarse a iniciar una represión cruenta durante la revolución. Con el apoyo de los medios de comunicación que habían recuperado su independencia, especialmente en el caso de la prensa, el movimiento democrático abrió un nuevo espacio político y alcanzó el hito de unas elecciones libres y limpias el 23 de octubre de 2011. Ennahad, una coalición islamista moderada, se convirtió en la principal fuerza política del país: recibió un 40% de los votos y obtuvo 89 de los 217 escaños de la Asamblea Constituyente. Su líder, el veterano intelectual y político islamista Rached Ghannuchi, se convirtió en primer ministro. Representa el tipo de islamismo que habría llegado al poder mediante elecciones libres en la mayoría de los países árabes si se hubiera respetado la voluntad del pueblo. No representa un regreso a la tradición ni a la imposición de la sharia . En una entrevista citada frecuentemente que concedió en su exilio londinense en 1990, Rached Ghannuchi explicó sencillamente su visión política del islamismo: «La única forma de acceder a la modernidad es por nuestro propio camino, trazado por nosotros con nuestra religión, nuestra historia y nuestra civilización» [3] . Por lo tanto, no se rechaza la modernidad, sino que se defiende un proyecto de modernidad autodeterminada. Su referencia contemporánea más explícita es el partido Libertad y Desarrollo, dirigido por Erdogan en Turquía, pero esto es coherente con la postura que Ghannuchi mantiene desde hace años. No hay indicios de que el resultado de la revolución tunecina sea un régimen fundamentalista islámico. El presidente Moncef Marzuki es laico, y el borrador de la nueva Constitución no depende más de la voluntad de Dios que la Constitución de Estados Unidos. Efectivamente, la aceptación de un partido islamista moderno en la primera línea del sistema político ha marginado, sin excluirlas, a las fuerzas islámicas radicales. No obstante, esto podría cambiar si los nuevos gobiernos democráticos no consiguen atajar los dramáticos problemas del desempleo masivo, la extrema pobreza, la corrupción generalizada y la arrogancia burocrática que no han desaparecido con el ambiente de libertad. Túnez tendrá que afrontar grandes retos en los próximos años. Pero lo hará con una política razonablemente democrática y, lo que es más importante, con una sociedad civil concienciada y activa, que ocupa el ciberespacio y está lista para volver al espacio urbano en caso de necesidad. Sea cual sea el futuro, la esperanza de una sociedad tunecina humanitaria y democrática será resultado directo del sacrificio de Mohamed Buazizi y de la lucha por la dignidad que defendió para su persona, una lucha cuyo testigo han tomado sus compatriotas.
La revolución de las cacerolas en Islandia: del colapso financiero a la elaboración popular de una nueva Constitución a través de Internet [4]
Las escenas iniciales de Inside Job , de Charles Ferguson, probablemente el mejor documental sobre la crisis financiera de 2008, presentan el caso de Islandia. El auge y la caída de la economía islandesa son efectivamente el epítome de un modelo fallido de creación de riqueza mediante la especulación característico del capitalismo de la pasada década. En 2007 la renta media en Islandia era la quinta más alta del mundo. Los islandeses ganaban un 160% más que los estadounidenses. Su economía se había basado desde siempre en la industria pesquera, que representa un 12% del PIB y un 40% de las exportaciones. Aunque se añadiera el turismo, el software y el aluminio como actividades económicas dinámicas, y por muy rentable que hubiera sido la pesca, el origen de la repentina riqueza islandesa estaba en otro lugar. Era el resultado del rápido crecimiento del sector financiero a raíz de la expansión global del capitalismo financiero especulativo. La rápida integración de Islandia en las finanzas internacionales estuvo liderada por tres bancos islandeses: Kaupthing, Landsbanski y Glitnir, que pasaron de ser bancos de servicios locales a finales de los años ochenta a grandes instituciones financieras a mediados de la primera década del 2000. Los tres bancos incrementaron el valor de sus activos de un 100% del PIB en 2000 hasta casi un 800% del PIB en 2007. La estrategia que siguieron para este crecimiento tan notable fue similar a la de muchas entidades financieras de Estados Unidos y Gran Bretaña. Usaban sus acciones como garantía para pedirse préstamos mutuamente y después utilizaban dichos créditos para financiar la compra de más acciones de los tres bancos, incrementando el precio de las acciones y disparando su balance. Además, conspiraron para ampliar el ámbito de sus operaciones especulativas a escala mundial. Sus planes fraudulentos se ocultaron en una red de empresas de propiedad conjunta con sede en paraísos fiscales como la Isla de Man, las Islas Vírgenes, Cuba y Luxemburgo. Convencieron a los clientes de los bancos para que aumentaran sus deudas, conviniéndolas a francos suizos o yenes japoneses a bajo interés. El crédito ilimitado permitió que la gente se entregara al consumo ilimitado, lo que estimuló artificialmente la demanda interna e impulsó el crecimiento económico. Además, para cubrir sus operaciones, los bancos concedieron créditos favorables a determinados políticos, así como generosas contribuciones económicas a los partidos políticos para las campañas electorales.
En febrero de 2006, la agencia de evaluación Fitch rebajó las perspectivas de la economía islandesa hasta valores negativos, desencadenando lo que se consideró una «minicrisis». Con objeto de evitar que los principales bancos perdieran crédito, el Banco Central islandés pidió préstamos para aumentar sus reservas en divisas. La Cámara de Comercio, dominada por representantes de los grandes bancos, contrató como asesores a dos destacados académicos: Frederic Mishkin, de la Columbia Business School, y Richards Portes, de la London Business School, que certificaron la solvencia de los bancos islandeses. Sin embargo, en 2007 el gobierno ya no podía ignorar las sospechosas cuentas de resultados de los bancos y comprendió que si uno de los grandes bancos quebraba, todo el sistema financiero se hundiría. Se nombró una comisión especial para evaluar el problema. La comisión sirvió de poco, y ni siquiera se planteó la regulación del sector bancario. Poco después, los tres bancos, Landsbanski, Kaupthing y Glitnir, afrontaron la necesidad urgente de pagar su deuda a corto plazo ya que la mayoría de sus valores eran ficticios y a largo plazo. Con más imaginación que escrúpulos, diseñaron nuevos planes para solucionar su insolvencia. Landsbanski estableció cuentas financieras en Internet con el nombre de Icesave, ofreciendo altas rentabilidades para los depósitos a corto plazo. Ofrecían este servicio a través de nuevas sucursales en el Reino Unido y los Países Bajos. Fue todo un éxito; millones de libras se depositaron en las cuentas Icesave. Sólo en el Reino Unido se abrieron 300.000 cuentas Icesave. Los depósitos parecían seguros, ya que Islandia era miembro del EEE (Espacio Económico Europeo) y, por tanto, estaba cubierta por el sistema de garantía de depósito del EEE, lo que significaba que estaban avalados por el gobierno islandés, así como por los gobiernos de los países en los que se establecieron las sucursales de los bancos. La segunda estrategia utilizada por los tres grandes bancos para obtener fondos rápidamente con el fin de pagar su deuda a corto plazo se conoció como «cartas de amor». Los bancos permutaban títulos de deuda entre sí para usar la deuda de los otros como aval para conseguir más dinero del Banco Central de Islandia. Además, el Banco Central de Luxemburgo prestó a los tres bancos 2.500 millones de euros, con la mayoría de los avales en forma de «cartas de amor».
El gobierno siguió prestando apoyo político a los grandes bancos a pesar de su clara insolvencia. En abril de 2008 el FMI envió un memorándum confidencial al gobierno de Haarde pidiéndole que controlara los bancos y ofreciendo ayuda, sin obtener ningún resultado. La única reacción del gobierno fue encargar al Banco Central que suscribiera más préstamos con las reservas en divisas. El 29 de septiembre, el banco Glitnir pidió al gobernador del Banco Central ayuda urgente, ya que no podía cubrir sus obligaciones financieras. Como respuesta, el Banco Central compró un 75% de las acciones de Glitnir. Sin embargo, consiguió el efecto contrario: en lugar de tranquilizar a los mercados financieros, el movimiento provocó la caída libre de la calificación crediticia de Islandia. En unos cuantos días, la bolsa, los bonos y los precios del sector inmobiliario se desplomaron. Los tres bancos se hundieron, dejando una deuda de 25.000 millones de dólares. La crisis financiera causó unas pérdidas, en Islandia y en otros países, equivalentes a siete veces el PIB islandés. En proporción al tamaño de su economía, era la mayor destrucción de valor financiero de la historia. La renta personal de los islandeses se redujo drásticamente y sus valores se devaluaron radicalmente. El PIB islandés cayó un 6,8% en 2009, y un 3,4% adicional en 2010. A medida que se desplomaba el castillo de naipes financiero, la crisis económica islandesa se convirtió en el catalizador de la revolución de las cacerolas.
Toda revolución tiene su fecha de nacimiento y su héroe rebelde. El 11 de octubre de 2008 el cantante Hordur Torfason se plantó con su guitarra delante del edificio del Althing (el parlamento islandés) en Reikiavik y cantó su rabia contra los «banksters» y los políticos sumisos. Se le unieron unas cuantas personas. Alguien grabó la escena y la subió a Internet. En unos días, cientos y luego miles de personas manifestaban su protesta en la histórica plaza Austurvollur. Un grupo llamado Raddir fólksins prometió manifestarse todos los sábados para conseguir que el gobierno dimitiera. En enero de 2009, las protestas se intensificaron tanto en Internet como en la plaza, desafiando al invierno islandés. Según los observadores de este proceso de movilización social, el papel de Internet y de las redes sociales fue absolutamente decisivo, en parte porque un 94% de los islandeses están conectados a Internet y dos tercios son usuarios de Facebook.
El 20 de enero de 2009, el día en que el parlamento se reunía tras unas vacaciones de un mes, miles de personas de todas las edades y condiciones sociales se juntaron ante el edificio para acusar al gobierno de no saber dirigir la economía y por su mala gestión de la crisis. Golpeaban tambores, cacerolas y sartenes, por lo que se ganaron el sobrenombre de «revolución de las cacerolas». Los manifestantes pedían la dimisión del gobierno y la celebración de elecciones. Además, exigían la refundación de la República, que, en su opinión, se había corrompido por la subordinación de políticos y partidos políticos a la élite financiera. Pidieron la redacción de una nueva Constitución que sustituyera a la provisional de 1944, una carta magna temporal tras la declaración de independencia de Dinamarca que se había mantenido porque favorecía los intereses de la clase política (dando un peso desproporcionado a las provincias rurales y conservadoras). Los socialdemócratas y los verdes respondieron positivamente a esta petición, mientras que la coalición conservadora, dirigida por el Partido Independiente, la rechazaba. A medida que la presión en las redes sociales y en las calles se intensificaba, el 23 de enero de 2009 se anunció el adelanto de las elecciones legislativas y el primer ministro, el conservador Geir Haarde, declaraba que por problemas de salud no se presentaría a la reelección. Las elecciones se saldaron con la derrota estrepitosa de los dos grandes partidos (ambos conservadores) que, solos o en coalición, habían gobernado Islandia desde 1927. Una nueva coalición formada por socialdemócratas y «verdirrojos» subió al poder el 1 de febrero de 2009. Estaba dirigida por la líder socialdemócrara Johanna Sigurdardottir, la primera mujer primera ministra lesbiana declarada. La mitad de los miembros del gobierno son mujeres.
El nuevo gobierno se puso a trabajar en tres frentes: limpiar el embrollo financiero y exigir responsabilidades por la gestión fraudulenta de la economía; restablecer el crecimiento económico transformando el modelo económico, estableciendo normas financieras estrictas y reforzando las instituciones de supervisión, y responder a la demanda popular iniciando un proceso de reforma constitucional con la participación de los ciudadanos.
Los tres bancos principales fueron nacionalizados y dos de ellos volvieron al sector privado en manos de un consorcio formado por los acreedores extranjeros de los bancos con la participación del estado. El gobierno compensó a los islandeses por la pérdida de sus ahorros. No obstante, a iniciativa del presidente de la República, Grimson, se celebró un referéndum para decidir sobre los pagos de los avales de los préstamos propiedad de los bancos nacionalizados a los depositantes británicos y holandeses y sus gobiernos. Un 93% de los islandeses votaron no pagar la deuda de 5.900 millones de dólares que se debía al Reino Unido y a los Países Bajos. Obviamente, esto conllevó una serie de pleitos que todavía tienen que decidirse en los tribunales. Islandia se enfrenta a una larga batalla legal para liquidar la deuda extranjera. Los bancos intentaron evitar el litigio ofreciéndose a pagar con la venta de sus activos, pero el resultado de la negociación sigue pendiente cuando escribo esto.
El nuevo gobierno instruyó un procedimiento legal contra los responsables de la crisis. En la convención del partido socialdemócrata celebrada el 30 de mayo de 2011, la primera ministra Johanna Sigurdardottir declaraba, con la máxima claridad, que:
La gente con sueldos exagerados, los «banksters» y las élites de grandes propietarios no engullirán el futuro crecimiento económico […] Su fiesta desenfrenada se había celebrado bajo la fanfarria neoconservadora del Partido Independiente. La calidad de vida que los islandeses tendrán en el futuro se basará en el principio de igualdad.
En consecuencia, figuras destacadas del sector bancario fueron arrestadas en Reikiavik y Londres para responder de los cargos contra su ilícita gestión financiera. El anterior primer ministro Hurde fue juzgado bajo la acusación de malversación de fondos públicos y de someterse a la influencia de grupos de presión.
Tal como se esperaba, los expertos económicos advirtieron contra las funestas consecuencias de nacionalizar la banca, de controlar los flujos de capitales y de negarse a pagar la deuda extranjera. No obstante, después de que Islandia invirtiera su política económica y reforzara el control gubernamental, la economía se recuperó en 2011 y 2012, superando a la mayoría de las economías de la Unión Europea. Tras experimentar un crecimiento negativo en 2009 y 2010, el PIB aumentó un 2,6% en 2011 y se preveía un incremento del 4% en 2012. El desempleo bajó del 10% en 2009 al 5,9% en 2012, la inflación se redujo del 18 al 4% y la situación financiera de Islandia mejoró en la calificación CDS de 1.000 a 200 puntos. Aunque la economía sigue estando sometida a la posibilidad de crisis futuras, como sucede con toda la economía europea, Standard & Poors mejoró sus perspectivas a finales de 2011 de negativas a estables. Los inversores internacionales agotaron la emisión de bonos del estado en 2011. De hecho, según Bloomberg, en 2011 costó menos asegurar la deuda islandesa que la deuda soberana de la eurozona. La actitud de los islandeses ante el futuro se volvió más positiva hacia mediados de 2011, especialmente entre los segmentos de la sociedad con más educación.
¿Cómo pudo rescatar el nuevo gobierno democrático al país de un desastre económico tremendo en tan corto espacio de tiempo?
En primer lugar, no fomentó el tipo de medidas de austeridad drásticas implantadas en otros países europeos. Islandia firmó un pacto de «estabilidad social» para proteger a los ciudadanos de los efectos de la crisis. Por lo tanto, el empleo público no se redujo significativamente y el gasto público mantuvo la demanda interior a un nivel razonable. El gobierno tenía suficientes ingresos para mantener el gasto y recomprar activos financieros internos porque no tenía que pagar la deuda extranjera de los bancos, tal como se decidió en referéndum. Además, si bien se compensó a los clientes de los bancos por sus pérdidas, se dio prioridad a los depositantes frente a los poseedores de acciones. De esta forma se mantuvo la liquidez de la economía, facilitando la recuperación.
En segundo lugar, la devaluación de la corona, que cayó un 40%, tuvo un impacto muy positivo en las exportaciones pesqueras, en las exportaciones de aluminio y en el turismo. Por otra parte, a medida que las importaciones resultaban más caras, los negocios locales recuperaron una parte de la demanda de los consumidores, facilitando la creación de un número inusitado de empresas tecnológicas nuevas que compensaron en gran medida la desaparición de compañías del sector público, la construcción y el sector inmobiliario.
En tercer lugar, el gobierno estableció el control de los flujos de capital y de divisas, impidiendo la evasión de capitales.
No obstante, aunque la revolución islandesa estuvo provocada por la crisis económica, no se trataba solamente de restaurar la economía. Se trataba principalmente de una transformación fundamental del sistema político, al que se culpaba por su incapacidad para gestionar la crisis y su subordinación a los bancos. Todo ello a pesar de que o quizás porque Islandia es una de las democracias más antiguas del mundo. El Althing (su asamblea de representantes todavía vigente en la actualidad con una forma diferente) se constituyó antes del año 1000. Sin embargo, después de experimentar el amiguismo y distanciamiento de la clase política, Islandia se hundió en la misma crisis de legitimidad que la mayoría de los países del mundo. Sólo un 11% de los ciudadanos confiaba en el parlamento y obviamente sólo un 6% confiaba en los bancos. Intentando recuperar la confianza de la gente, el gobierno convocó elecciones, que se celebraron por demanda popular, cumpliendo su promesa de entablar la reforma constitucional con la máxima participación ciudadana factible. Se estableció un proceso constituyente único y, de hecho, se llevó a cabo. El parlamento designó un comité constituyente que agrupó a una asamblea nacional de 1.000 ciudadanos elegidos al azar. Tras dos días de deliberación, la asamblea llegó a la conclusión de que había que redactar una nueva Constitución y sugirió algunos de los principios primordiales del texto constitucional. A pesar de las críticas de los partidos de la oposición conservadora, el parlamento organizó unas elecciones populares para designar un Consejo de Asamblea Constituyente (CAC) de 25 miembros. Todos los ciudadanos podían presentar su candidatura, y 522 optaron a los 25 escaños. Las elecciones se celebraron en noviembre de 2010 con la participación del 37% del electorado. Sin embargo, el Tribunal Supremo anuló las elecciones alegando motivos técnicos. Para salvar este impedimento, el parlamento ejerció su derecho a nombrar a los 25 ciudadanos elegidos en este proceso para el consejo constituyente encargado de redactar la nueva Constitución. El CAC solicitó la participación de todos los ciudadanos a través de Internet. Facebook fue la principal plataforma de debate. Twitter fue el canal para informar sobre el trabajo en curso y para contestar las dudas de los ciudadanos. YouTube y Flickr se utilizaron para establecer una comunicación directa entre los ciudadanos y los miembros del consejo, así como para participar en los debates que se celebraron en toda Islandia.
El CAC recibió online y offline 16.000 sugerencias y comentarios que se debatieron en las redes sociales. Redactó 15 versiones diferentes del texto para tener en cuenta los resultados de esta deliberación generalizada. Así pues, el texto constituyente definitivo se produjo literalmente con las opiniones de la gente. Algunos observadores la denominaron wikiconstitución ( http://www.wired.co.uk/news/archive/2011-08/01/iceland-constitution ).
Tras meses de deliberaciones en línea y entre sus miembros, el consejo aprobó un borrador de texto constitucional con una votación de 25 a 0. El 29 de julio de 2011 el CAC entregó al parlamento una ley que contenía 114 artículos en 9 capítulos. Mientras que el parlamento debatía algunos puntos secundarios y cambiaba la redacción de algunos textos, la mayoría de izquierdas superó las objeciones de la oposición conservadora y la ley sólo se modificó ligeramente. El gobierno decidió que debía someterse a un voto de los ciudadanos y prometió respetar la decisión popular en la aprobación definitiva que es la prerrogativa del parlamento. La votación del texto constitucional se programó para el mismo día de las elecciones presidenciales, el 30 de junio de 2012.
La nueva Constitución islandesa consagra principios filosóficos, valores sociales y formas políticas de representación que ocupan un lugar destacado en las demandas y la visión de los movimientos sociales que surgieron en el mundo en 2011. Merece la pena destacar algunos elementos de este texto (se puede consultar el borrador de la Constitución en su traducción inglesa en http://www.politics.ie/forum/political-reform/173176-proposed-new-celandic-constitution.html ).
El preámbulo de la Constitución proclama el principio fundamental de igualdad:
Nosotros, pueblo de Islandia, deseamos crear una sociedad justa con igualdad de oportunidades para todos.
Se subraya el principio político representativo de «una persona, un voto», ya que es la clave en Islandia, como en muchos otros países, para evitar la confiscación de la voluntad popular por parte de la ingeniería política. El texto afirma que:
Los votos de los electores de cualquier parte del país tendrán el mismo peso.
Para romper el monopolio de los partidos políticos, se establece que los electores tendrán libertad de votar a los partidos o a los candidatos individuales en distintas listas.
Se reafirma el principio de libre acceso a la información:
La ley garantizará el acceso público a todos los documentos recogidos o procesados por entidades públicas.
Se acabaría así eficazmente con los secretos del gobierno, dificultando las ocultas maniobras políticas, ya que todas las reuniones del gobierno y del parlamento quedarían registradas y dichos registros estarían al alcance de cualquiera. Por otra parte:
Todas las personas tendrán la libertad de recopilar y divulgar información.
Hay un límite en el número de mandatos que los políticos, y especialmente el presidente, pueden ejercer. Se reconoce el derecho de los ciudadanos a promover leyes y a convocar referéndums sobre temas concretos.
Se afirma el interés público en la gestión de la economía:
Los recursos naturales de Islandia no pueden privatizarse. Son propiedad colectiva y perpetua de la nación […] El uso de los recursos estará guiado por el desarrollo sostenible y el interés público.
Y el respeto de la naturaleza es fundamental:
La naturaleza islandesa es la base de la vida del país […] El uso de recursos naturales se gestionará para minimizar su agotamiento a largo plazo respetando los derechos de la naturaleza y de futuras generaciones.
Que la Constitución de un país pueda reflejar explícitamente principios que, en el contexto del capitalismo global, son revolucionarios muestra la relación directa entre el proceso de propuestas populares genuinas y el contenido que resulta de dicho proceso de participación. Hay que recordar que la consulta y la elaboración se realizaron en cuatro meses, tal como exigía el parlamento, desmintiendo la idea de la ineficacia de la democracia participativa. Es cierto que Islandia sólo tiene 320.000 habitantes. Pero los defensores de la experiencia argumentan que con la Red y una sociedad con acceso ilimitado y conocimientos de Internet este modelo de participación política y propuestas populares en el proceso legislativo se puede ampliar. De ser así, las bases culturales y tecnológicas para la profundización de la democracia representativa se habrían puesto en un pequeño país hecho de hielo y fuego en una isla del Atlántico Norte.
La referencia en que se ha convertido la revolución islandesa para los movimientos sociales europeos que luchan contra las consecuencias de una crisis financiera devastadora se explica por su conexión directa con los problemas principales que suscitaron las protestas.
Los islandeses se rebelaron, igual que la gente de otros países, contra una forma de capitalismo financiero especulativo que ha destrozado la vida de las personas. Pero su ira provenía de la constatación de que las instituciones democráticas no representaban los intereses de los ciudadanos porque la clase política se había convertido en una casta autorreproducida tan sólo preocupada por los intereses de la élite financiera y por la conservación de su monopolio sobre el estado.
Por eso el primer objetivo del movimiento era el gobierno en el poder, y la clase política en general, aunque al nuevo gobierno se le ofreció la oportunidad de legitimar sus acciones respetando la voluntad de la gente tal como se expresaba en el espacio público que ofrecía Internet. El gobierno respondió promulgando políticas económicas eficaces tendentes a la recuperación económica, en nítido contraste con muchas economías europeas agobiadas por políticas de austeridad mal entendida que agravaron la recesión en el continente. El factor diferenciador clave entre Islandia y el resto de Europa es que el gobierno islandés hizo pagar a los banqueros el coste de la crisis, liberando a la gente de su penuria en todo lo posible. De hecho, ésta es una de las principales demandas de los que protestan en Europa. Los resultados de este enfoque fueron positivos en términos económicos y en términos de estabilidad social y política.
Por otra parte, los ciudadanos islandeses materializaron completamente su proyecto de transformación del sistema político elaborando una nueva Constitución cuyos principios, de promulgarse, garantizarían la práctica de una democracia auténtica y la conservación de los valores humanos fundamentales. En este sentido concreto fue realmente un experimento revolucionario cuyo ejemplo, con todas sus limitaciones, ha inspirado a una nueva generación de idealistas pragmáticos en la primera línea de los movimientos sociales contra la crisis. Es significativo que en algunos posts de Internet sobre el experimento constitucional islandés haya referencias a la Constitución corsa de 1755, que se considera una de las fuentes de inspiración de la Constitución de los Estados Unidos ( www.nakedcapitalism.com/2011/10) .
El primer borrador de la Constitución corsa fue redactado por Jean-Jacques Rousseau a petición de los fundadores de la efímera República. Al intentar establecer los principios en los que debía basarse la Constitución, Rousseau escribió:
El poder derivado del pueblo es más real que el derivado de las finanzas y más seguro en sus efectos. Como el uso de la mano de obra no puede ocultarse a la vista, siempre alcanza su objetivo público. No sucede así con el uso del dinero, que fluye y se pierde en destinos privados; se recoge con un propósito y se gasta con otro, la gente paga por protección y sus pagos se utilizan para oprimirlos. Por eso un estado rico en dinero siempre es débil, y un estado rico en hombres siempre es fuerte [5] .
El eco de este contraste entre la pobreza de las finanzas y la riqueza de la gente llega a través de la historia a las numerosas plazas en las que los ciudadanos imaginan nuevos proyectos constitucionales. En este sentido, la creación de una nueva Constitución islandesa podría tener la misma función inspiradora para las democracias del siglo XXI que tuvo la Constitución de Córcega para la proclamación de la libertad en Estados Unidos.
Viento del Sur, Viento del Norte: vectores transculturales del cambio social
Los precursores de los movimientos sociales en red presentan, tras un examen detallado, parecidos sorprendentes a pesar de sus contextos culturales e institucionales tan diferentes.
Ambas revueltas protestan contra las consecuencias de una crisis económica dramática, aunque en Túnez no se debió tanto a un hundimiento financiero como al colapso de la economía del país por una camarilla enraizada en un estado depredador. Por otra parte, la gente se sentía impotente por las obvias relaciones de los empresarios oligarcas y de la clase política, tanto elegida democráticamente como impuesta dictatorialmente. Por supuesto no estoy comparando la democracia islandesa, totalmente respetuosa con la libertad y los derechos civiles, con la dictadura opresora de Ben Alí y sus secuaces. Pero desde la perspectiva de los ciudadanos de ambos países, los gobiernos en el poder e incluso los políticos en el sentido amplio de la palabra no representaban su voluntad porque se habían mezclado con los intereses de la élite financiera y habían situado sus propios intereses por encima de los del pueblo. El déficit democrático, aunque en proporciones muy diferentes, estaba presente en ambos países y era la principal causa de descontento que motivó las protestas. La crisis de legitimidad política se combinó con la crisis del capitalismo especulador.
También hay una interesante característica común en estos dos países. Ambos son muy homogéneos en etnicidad y religión. Islandia, por su aislamiento histórico, sirvió de laboratorio para los genetistas que buscaban una herencia genética homogénea. En cuanto a Túnez, es el país étnicamente más homogéneo del mundo árabe y los musulmanes suníes representan a la gran mayoría de la población. Por tanto es importante evaluar el impacto de la heterogeneidad cultural y étnica en otros países respecto a las características de movimientos sociales comparándolos con la referencia que representan estos dos países.
Los parecidos se extienden a las prácticas de los propios movimientos. Ambos se desencadenaron por un acontecimiento dramático (el hundimiento financiero en Islandia y la inmolación de Mohamed Buazizi en Túnez). En ambos casos los teléfonos móviles y las redes sociales de Internet tuvieron un papel fundamental a la hora de difundir imágenes y mensajes que movilizaron a la gente y ofrecieron una plataforma para la discusión, para convocar a la acción, coordinar y organizar las protestas y transmitir la información y el debate a la población en general. La televisión también desempeñó su papel, pero siempre utilizó Internet y los teléfonos móviles para obtener imágenes e información.
En ambos casos el movimiento pasó del ciberespacio al espacio urbano con la ocupación de plazas públicas simbólicas como apoyo material a los debates y las protestas, desde el cántico de eslóganes en Túnez hasta las caceroladas de Reikiavik. Un espacio público híbrido formado por redes sociales digitales y una comunidad urbana recién creada estaba en el centro del movimiento, como herramienta de autorreflexión como afirmación del poder de la gente. La impotencia se transformó en empoderamiento.
De este empoderamiento procedió el parecido más fuerte entre los movimientos de Túnez e Islandia: su éxito para lograr el cambio institucional. La democracia se estableció en Túnez. En Islandia se consiguió un nuevo orden constitucional que ampliaba los límites de la democracia representativa y se implantó un nuevo conjunto de políticas económicas. El proceso de movilización para conseguir un cambio político de éxito transformó la conciencia cívica y dificultó cualquier intento futuro de volver a la manipulación política como estilo de vida. Por este motivo ambos movimientos se convirtieron en modelo de los movimientos sociales que, inspirados por ellos, surgieron posteriormente en el paisaje en un mundo en crisis que buscaba nuevas formas de convivencia.
El objetivo de este libro es investigar hasta qué punto las características clave identificadas en estos dos movimientos se encuentran igualmente presentes como factores decisivos en los movimientos que surgen en otros contextos sociales. Porque, si lo están, podemos encontrarnos ante el nacimiento de nuevas formas de cambio social.
Y si se modifican en su práctica por las diferencias de contexto, podríamos sugerir algunas hipótesis sobre la interacción entre cultura, instituciones y movimientos, la cuestión clave para una teoría del cambio social. Y para su práctica.
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