Jorge Luis Borges: Entrevista [Buenos Aires, diciembre de 1984]




'La política está atrasada', afirma Jorge Luis Borges en esta charla sobre la Argentina y su cultura.

Jorge Luis Borges termina el '84 sin el Nobel —un premio que quizá ya no lo merezca a él— y con nuevos viajes y honores en su haber. Con otro libro —el Atlas, en colaboración con María Kodama—, la inminencia de su partida para Italia, donde el 5 de enero recibirá el Premio Etruria, y la posibilidad de otro viaje por México. La apretada agenda del escritor incluye hasta sesiones de digito-puntura. Nada ha cambiado en el sexto piso de la calle Maipú.

A las diez en punto, en buen traje, con buena lavanda, Borges entra en escena. A medias apoyado en Fany (en la vida de Borges y en la mitología de las letras argentinas ella es lo que Celeste Albaret fue para Proust y para las letras francesas), a medias apoyado en uno de los bastones preferidos (ambos de pastor, irlandés uno, egipcio el otro), Borges ocupará un sillón. Está Beppo, el gato blanco y perezoso que ya cumplió siete años y no hace mucho —informa Fany— "estuvo a la muerte, en terapia intensiva". Están las obras completas de Rudyard Kipling, la "desparramada enciclopedia Espasa", una vieja edición de la Britannica, comprada de segunda mano con 300 de los tres mil pesos ganados con el Premio Municipal, las dos ediciones de la Brockhaus, la Enciclopedia Europea de Garzanti, y la madre de todas ellas: la Historia Natural de Plinio. Están los muebles sensatos y las mínimas concesiones decorativas —los poquísimos cuadros, la platería—. Está el apretón de manos y las inquisiciones primeras de Borges, invariables: ¿Quién es usted? ¿Usted quería preguntarme algo? Ahí —exactamente ahí— empieza un viaje que lleva al buen sentido, a la inteligencia y al humor entre los meandros de variadas disgresiones. Es el mismo Borges —todos los Borges— que practica la politesse y maneja la socarronería. El que sobrevuela cualquier agresión personal de derechas e izquierdas escandalizadas por su universalismo de buen cuño. El que no deja pasar una
cuando se trata de defender lo que cree y lo que ama: la literatura, la civilización. Ese es el Borges —todos los Borges— que SOMOS encontró.

—Hablemos de Latinoamérica, que se prefigura como uno de los grandes temas del'85.
—No tengo autoridad para opinar sobre eso. Y no quiero fomentar esos temas porque es insistir en supuestas diferencias. Creo que todos los americanos, del Norte o del Sur, Emerson o Lugones, somos todos europeos en el destierro, ya que nuestra cultura es europea fundamentalmente. Somos inconcebibles sin Europa. Y la prueba de ello es que usted y yo estamos conversando en un ilustre dialecto del latín que se llama castellano, y los Estados Unidos hablan inglés, que no es precisamente un dialecto de los pieles rojas. Creo también que podemos ser mejores europeos que los que han nacido en Europa porque no debemos lealtad especial a ninguna de sus regiones, sino a todas, y podemos sentirnos como buenos herederos de Occidente. Y Occidente, según sabemos, está hecho del diálogo de Atenas e Israel, que es Oriente.
He viajado —sólo a los países donde me invitan porque no tengo medios para viajar por cuenta propia— y recorriendo América del Sur he comprobado que Buenos Aires es para mucha gente lo que París fue para nosotros y desgraciadamente ha dejado de ser... Es una lástima que Europa haya perdido la hegemonía. Desde luego, entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, elijo los Estados Unidos. Pero sería mejor que Europa siguiera rigiendo el mundo...

—¿Sería más tranquilizador?
—Sí. Porque es la gente de cultura más antigua. En Estados Unidos, ¿cuál es la región que realmente produce más? New England, que ha lanzado a Emerson, Poe, Henry James...

—Emily Dickinson...
—Silvina Ocampo la está traduciendo. Debe ser muy difícil, ¿no? Hay una línea lindísima en un poema: This quiet dust was gentlemen and ladies (este tranquilo polvo fue señores y señoras). La idea es trivial: todos seremos polvo, pero está tan bien dicha.

—Yo leí algunos de esos poemas traducidos por Silvina, son muy bellos.
—Es que Silvina es una escritora maravillosa, que ha tenido la mala suerte de llamarse Ocampo, porque la gente la ve en función de su hermana, Victoria, que no es una escritora genial.
Si se hubiera llamado Gómez o López sería famosa.

—Silvina, Bioy, usted son escritores muy argentinos y a la vez muy universales. Eso se integra con una de sus aspiraciones: ser a la manera de los estoicos, un ciudadano del mundo.
—Es que yo creo que la división del planeta en países ha sido nefasta. Casi todas las guerras se deben a eso. Será cuestión de esperar poco tiempo (históricamente, claro), unos 300 años. Los imperios sin proponérselo y sin saberlo —hablo de la Unión Soviética, de los Estados Unidos— están preparando el camino para la ciudadanía planetaria.

—¿Le parece que en literatura ya hay ciudadanos del mundo?
—Sí. Todos lo somos. El arte, la filosofía, la literatura ya han llegado a eso. Somos lectores universales en la medida de nuestros conocimientos. Y la ciencia también es internacional —invenciones como la computadora o el teléfono se usan en todas partes y a nadie le interesa saber dónde se originaron—. Pasa con el cinematógrafo y con los deplorables best-sellers: si un filme o un libro tienen éxito en Nueva York lo tendrán en el mundo entero. Y hay una ciudadanía planetaria. Falta que se dé en la política, que está siempre atrasada y que es lo menos importante que puede haber, tal vez.

—¿Qué piensa de la integración de Argentina en Latinoamérica?
—Un error, porque precisamente nuestro rasgo diferencial es el cosmopolitismo. En todas partes de América del Sur usted ve gente de origen español, indígena, y un poco menos, africano. Acá en cambio la mitad de la población tiene apellido italiano. Y yo a veces pienso que soy un gringo porque no me llamo Ortelli. Afortunadamente, un sobrino mío, genealogista, ha logrado descubrirme un antepasado italiano, un soldado que sirvió bajo las órdenes de Mendoza en la primera fundación de Buenos Aires.

—¿Qué opina de la supuesta pertenencia de la Argentina al Tercer Mundo?
—No sé muy bien qué es el Tercer Mundo, no tengo la menor idea.

—Es otra sectorización política. ¿Qué le sugiere?
—Me sugiere algo siniestro. ¿Qué puede sugerirme? Pequeñas, tribus perdidas. Yo creo en un mundo, descreo en la trinidad. Ya tener que aguantar uno es bastante pesado. Que hubiera tres... es demasiado, un exceso. Tercer Mundo, qué triste, ¿no? Deben ser países tan subalternos... Pero debe ser una denominación que responde a fines políticos. Desdichadamente estamos tendiendo a eso, al regionalismo. En las universidades iban a suspender el estudio obligatorio de las literaturas extranjeras...

—Usted publicó una carta de protesta, con el título de La cultura en peligro.
—Sí. Un título un tanto cacofónico. Yo había pensado en Las letras en peligro, para evitar la sinalefa, pero quizás a la gente le interesa más la cultura, siquiera nominalmente, que las letras, que son un tema especial: las letras están incluidas en la cultura y no viceversa. En esta carta decía que si el folklore me interesara, lo buscaría en tierras muy antiguas como la India, o primitivas como el Senegal, no en las provincias argentinas de tradición reciente.

Y remataba con algo muy gracioso: "Me dicen, sin embargo, que gracias a las autoridades el folklore ha llegado a la campaña".
—Sí, eso quedó muy divertido, ¿no?

—Eso quedó muy gracioso, sí. ¿Quiere que hablemos de literatura latinoamericana, Borges?
—Bueno, quizá la mejor prosa castellana haya sido escrita por un mejicano, Alfonso Reyes. Y he leído Cien años de soledad, de García Márquez, un libro que me conmovió mucho.

—Cuánto de Faulkner hay en García Márquez...
—Pero no está nada mal tener nexos con Faulkner. Toda la literatura está hecha de nexos. Si cada escritor inventara el idioma e inventara las palabras, los géneros, no se podría escribir. Yo tengo nexos con todos los escritores, aun con los que no he leído. ¿Por qué negarse a eso? Además deber algo a alguien es lindo. Yo siento continuamente gratitud. Los sentimientos más comunes en mí son el asombro y la gratitud.

—Esa teoría de los nexos que para nada excluyen la originalidad, es otra forma de afirmar que todo el mundo está vinculado.
—Lo está. De hecho los únicos que no lo reconocen son los políticos, pero no creo que ellos sean la gente más ejemplar del país. Quiero decirle otra cosa: yo no estoy afiliado a ningún partido político y no tengo ninguna ambición política. Si me entregaran, como a mi pariente Rosas, la suma del poder público, yo inmediatamente me volvería a casa, para seguir leyendo. Bueno, leyendo por bocas y ojos ajenos, como los suyos esta mañana. Creo que eso sería lo más provechoso, ¿no?



Entrevista con Vilma Colina
Revista Somos, diciembre de 1984
Texto y foto de Borges en su casa, durante la entrevista
Digitalización Mágicas Ruinas, 2003

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