La torre del Virrey. Revista de Estudios Culturales ISSN 1885-7353 Nº 22 2017/2214JEAN-PIERRE COMETTI, El hombre exacto. Ensayo sobre Robert Musil, traducción de Laura Claravall, Ediciones del Subsuelo, Barcelona, 2018, 190pp.ISBN 978-84-944328-8-0. (L’homme exact. Essai sur Robert Musil, 1997.)
Hacía mucho tiempo que no oía hablar de Robert Musil. Casi tanto, probablemente, como el que hace que se publicó en francés el original de El hombre exacto, hace más de veinte años. La traducción de Laura Claravall mantiene la fidelidad al texto de Jean-Pierre Cometti más allá del oficio ante la imposibilidad de aducir una recepción crítica comparable a la francesa —de la que el propio Cometti es todo un paradigma—o a la italiana; de hecho, gracias a las traducciones de El anillo de Clarissede Claudio Magris o de Paraíso y naufragiode Massimo Cacciari, y ahora de El hombre exacto, ha podido conservarse esporádicamente el interés por un autor del que se ha traducido prácticamente toda su obra sin que se haya generado, con la lengua franca de la cultura, un mundo de lectores en español. Tal vez hubieran podido formarlo los escritores que lo han leído, de Juan Benet —cuya Región debe tanto al condado de Yoknapatawpha como a la “Mitropa” de Kakania—a José María Guelbenzu, que reseñó la última reedición de El hombre sin atributosapoyándose menos, sin embargo, en su tarea de novelista que en los argumentos de Magris,301y desde luego lo formarán los lectores que, en español o en cualquier otra lengua, sigan emulando el programa de Musil de vivir en la historia de las ideas en lugar de vivir en la historia universal o en la historia de la literatura. Pero que a Musil se lo recuerde sobre todo como a un cronista de la descomposición del Imperio austrohúngaro o como a un escritor para escritores no garantiza su lectura. Si hubiera podido leer la Meditación de la técnica, el ingeniero Musil, “el hombre exacto”, habría estado de acuerdo con Ortega: “Dándose cuenta o no de ello —decía Ortega—, el hombre occidental no espera nada de la literatura”.La relación de la literatura con la exactitud que Musil preconizaba, y que tenía en su opinión un carácter utópico, es el hilo conductordel libro de Cometti. Para Musil, según Cometti, “el tipo de exactitud que apareció con la ciencia y el mundo modernos poseía un significado que nuestras costumbres nos ocultan, de tal modo que nuestra moral sigue supeditada a prácticas de otra época”
(p.21; cf. con la cita de El hombre 301‘Merodeando en torno a El hombre sin atributosde Robert Musil’, en Revista de Libros, 2002 (https://www.revistadelibros.com/articulos/el-hombre-sin-atributos-de-musil).
“No hay tradición sobre la que alzarse”, escribe Guelbenzu, haciéndose eco de la traducción al español del subtítulo de El anillo de Clarisse, ‘Tradición y nihilismo en la literatura moderna’, donde Magris había hablado de ‘Grande stile e nichilismo’. Guelbenzu habla de “estilo alto” o “noble”.
“La moral, en su sentido genérico, era para Ulrich nada más que la forma senil de un sistema de fuerza que no es posible confundir con la moral sin pérdida de fuerzas éticas”).A diferencia de los germanistas italianos, preocupados sobre todo por lo que Furio Jesi llamó la “máquina mitológica” —el mito absburgicode Magris—, Cometti (1944-2016), que también recuerda la condición de “Austria como símbolo moderno” (pp. 22-3), encarna a un lector capaz de hacer frente a las exigencias cognitivas de Musil, a una “existencia fundamentalmente intelectiva” que puede, a pesar de ello, “estar llena de significado” (p. 27). Traductor al francés de Wittgenstein, de Charles Sanders Peirce, de John Dewey, de Richard Rorty o de Robert Brandom, entre otros; conocedor minucioso de la estética contemporánea en la que la influencia de Wittgenstein se ha unido al pragmatismo, por seguir con una serie cuya coherencia es ejemplar, y autor de una obra propia tan sólida como la de sus referentes, Cometti ha dedicado mucho esfuerzo a explicar por qué, en efecto, podríamos no esperar nada de una literatura que no hubiera aceptado las reglas de juego e incluso el lenguaje de la ciencia y de la técnica modernas. Enmuchos aspectos, Musil (como el mismo Ortega) representa lo contrario de Heidegger en la pregunta sobre la técnica. En Musil philosophe(Seuil, París, 2001), Cometti presentaría al autor de El hombre sin atributoscomo un escritor consumado en el terreno de lo que llamaba “la utopía del ensayismo”. “Utopía” es, de hecho, uno de los términos más frecuentes en la monografía de Cometti sobre El hombre exacto, hasta el punto de superar el término mismo de “exactitud” o de forzar la comparación entre ambos: compárese la “utopía de la exactitud” (pp. 35, 52) con la “utopía de la vida motivada” (p. 32). “Utopía”, en Musil, es un término apolítico, más cercano a la ética o a la estética o a la diferencia y la distancia, casi en proporciones matemáticas, entre la ética y la moral (p. 56). En la medida en que Musil no parecía esperar nada de una literatura que no fuera capaz de incorporar esa visión utópica se vio obligado a distinguirse de “literatos” como James Joyce, Marcel Proust o Thomas Mann (pp. 54, 99: Mann como Groβschrifteller, “gran escritor” o “escritor al por mayor”), del mismo modo que su “hombre sin atributos” tenía que corresponderse con “un mundo de atributos sin el hombre” (pp. 63-64).Musil tuvo que hacer frente al reproche de ser demasiado inteligente para ser un verdadero escritor (p. 79). Esa inteligencia, sin embargo, solo estaba aplicada, como arguye Cometti, a resolver o, al menos, a plantear, las dos cuestiones fundamentales que le dan a la obra de Musil, especialmente a El hombre sin atributos, su pleno significado: cómo vivir y por qué no se hace la historia (pp. 115 y 171). Musil, y Cometti, defienden que se trata de preguntas simétricas, aunque tal vez sea su asimetría, la incomensurabilidad de la vida y de la historia, lo que explique el carácter inacabado de la obra de Musil —su condición de obra póstuma en vida, por decirlo con sus propias palabras—y la dificultad de una interpretación que vaya más allá de una descripción de la modernidad como una tarea inacabada que le prestaría un carácter
Antonio Lastra, reseña de J-P. Cometti, El hombre exactoLa torre del Virrey. Revista de Estudios Culturales ISSN 1885-7353 Nº 22 2017/2mitológico, especular. El propio Ortega se vio preso en el mismo dilema de una razón vital e histórica. Cómo hay que vivir es una pregunta clásica. Hacer historia (o no poder hacerla) es una pregunta moderna.El último epígrafe del libro de Cometti lleva por título ‘La literatura es inconmensurable’. Comienza con una cita de los Diariosde Musil: “¿Para qué sirven las anotaciones de un escritor si no es para librarlo de la impotencia?”. Como explica muy bien Cometti, a esa impotencia o esterilidad —que la relación incestuosa de Ulrich y Agatha pone de manifiesto—le debe El hombre sin atributosel prestigio con el que se ha situado en la historia universal o de la literatura. Con una frase que orienta perfectamente su propio trabajo, Cometti escribe: “Podríamos ver en ello el signo de una época en la que la disminución global de lectores iba acompañada de un aumento proporcional del espacio que ocupaban la crítica y la lectura culta” (p. 173). A esa lectura culta Musil le habría ofrecido una escritura que, en lo esencial, era una “interpretación” o un “prototipo de solución” (p. 174). Es curioso que la lectura de El hombre exactohaya aumentado la ambigüedad respecto a esa escritura inconmensurable con una literatura de la que no esperábamos nada.
Antonio Lastra
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