Evocando a Michelangelo Antonioni (3). Mi propio pasajero (Luis Gusmán)

 

12 de febrero de 2014

El periodo más prolífico en la cinematografía de Michelangelo Antonioni se desarrolló durante los años '60, década en la cual retrató de manera casi compulsiva y crítica el aislamiento del sujeto moderno. A partir de "L'avventura" (La aventura), film con el que consiguió su primer éxito internacional, inició y consolidó un periplo por el universo de la incomunicación del hombre en la sociedad en la que sobrevive, haciendo hincapié en la esterilidad emocional de ese hombre en su inútil intento por afirmarse en el naciente mundo tecnológico. Esta temática sería continuada en las posteriores "La notte" (La noche), "L'eclisse" (El eclipse) e "Il deserto rosso" (El desierto rojo) -su primera realización en color-, películas en las que expuso al máximo su vena existencial aprovechando los recursos cinematográficos para transmitir el vacío del alma, la inseguridad y la tragedia interior de sus personajes, seres humanos deambulando sin rumbo fijo, incapaces de superar su angustia, su decepción por la vida que llevan.
Efectivamente, en los primeros años '60, Antonioni radicalizó su propio método: las acciones del relato eran mínimas, los movimientos fueron casi eliminados y sus personajes parecían estar bloqueados. Cobraron preeminencia las formas arquitectónicas y las figuras abstractas, al punto que su cine rompió definitivamente con uno de los elementos fundamentales de la poética neorrealista: la posibilidad de hacer coincidir lo real con lo visible. A lo largo de dicha época Antonioni, mediante el empleo de silencios melancólicos y miradas vacías y la utilización de largos y morosos planos secuencia, llevó adelante una crítica desde una doble perspectiva: por un lado, hacia la sociedad burguesa que había abandonado sus valores culturales y sociales tradicionales y, por otro, hacia el propio cine como discurso. En esos films propuso nuevas temáticas y planteó nuevas formas de utilizar tanto las técnicas cinematográficas como los actores para desarrollar su particular visión de la vida. Mediante la discontinuidad del montaje y una meticulosa dirección actoral, Antonioni reflexionó sobre su entorno, sobre la sociedad que lo sofocaba. Cada una de sus películas son desencantos, están repletas de pesimismo, de acritud, de aislamiento, pero también de rebelión ante la incomprensión de un mundo decadente y frágil.
Como un artista plástico que pasa de una técnica a otra, después de haber probado el color Antonioni nunca más lo abandonó y pasó a utilizarlo de forma cada vez más personal y expresiva. En "Blow up" (1966), rodada en Londres, Antonioni volvió a tomarle el pulso a su tiempo con una historia en la que apostó por sorprender al espectador con dos modelos de estructura: la acción que se desarrollaba en la calle y la que surgía en el laboratorio fotográfico del protagonista, de la cual emergía con fuerza la esencia misma del relato. Con este film obtuvo la Palma de Oro del Festival de Cannes y ese éxito lo llevó luego a California para filmar "Zabriskie Point" (1970), en la que mostró los movimientos contraculturales que se agitaban en la juventud universitaria de Estados Unidos hastiada de la sociedad de consumo. Y con "Professione: reporter" (El reportero) -también conocida como "The passenger" (El pasajero)-, consiguió el que quizás sea su mayor film. Rodado en el norte de Africa y en España, es una reflexión sobre la disolución psicológica, histórica y social de la identidad. Paradójicamente, a partir de esta película -cuyo último plano, por su complejidad técnica y riqueza semántica, todavía sigue siendo objeto de estudio- el cine de Antonioni también comenzó a desaparecer, un poco como el personaje central de la misma.
Luis Gusmán (1944) es, además de psicoanalista, un narrador, ensayista y periodista argentino que se dio a conocer a comienzos de los años '70 por medio de la publicación de El frasquito, una novela que captó de inmediato la atención de críticos y lectores para convertirse en una de las piezas míticas de la prosa argentina del último tercio del siglo XX. En su opera prima mostró un afán rupturista y transgresor que, al tiempo que se postulaba como un intento de renovación de la anquilosada narrativa austral, ofrecía una lectura desinhibida y muy poco respetuosa de ciertos tópicos del psicoanálisis que se habían asentado con fuerza no sólo en la novela argentina contemporánea, sino en todas las esferas sociales y culturales del país. Esa voluntad transgresora provocó la prohibición del libro en Argentina, lo que a su vez contribuyó poderosamente a consolidar su valor mítico. La aparición de esa obra fue contemporánea al nacimiento de la revista de literatura, crítica literaria, psicoanálisis y crítica de la cultura "Literal", de cuyo comité de redacción formó parte, lo que se repetiría algunos años más tarde con la revista "Sitio" (en los años '80) y con la revista "Conjetural" (desde entonces hasta la actualidad).
Eludiendo toda receta preestablecida para optar en cada caso por la forma deseada, y progresando con idéntica fluidez por los senderos del relato breve y la novela extensa, Gusmán ha ido publicando las novelas "Brillos", "Cuerpo velado", "En el corazón de junio", "La música de Frankie", "Villa", "Tennessee", "Hotel Edén", "Ni muerto has perdido tu nombre", "El peletero" y "La casa del Dios oculto". También los libros de cuentos "La muerte prometida", "Lo más oscuro del río" y "De dobles y bastardos"; el relato autobiográfico "La rueda de Virgilio", y los ensayos "La ficción calculada" y "Epitafios: el derecho a la muerte escrita". Sus artículos, que por su extensión y su registro se instalan en los límites entre el ensayo de escritor, el artículo académico y la nota periodística, han aparecido en medios gráficos como "La Nación", "Clarín", "Página/12" y "El Cronista Comercial". Esa fecunda labor periodística, sumada al alcance y difusión de sus novelas, lo ha convertido en una de las figuras más respetadas del pensamiento argentino contemporáneo.
"Para Antonioni -escribió en el suplemento 'Radar' del diario 'Página/12' en su edición del 5 de agosto de 2007-, el problema de la modernidad no es que la tecnología o la vida urbana nos aíslan, sino que vivimos de acuerdo con preceptos morales que no supimos adaptar a nuestra nueva forma de vida. La imposibilidad de erradicar lo obsoleto de nuestra moralidad es aquello que produce el malestar de nuestro tiempo". El texto llevó el título de "Mi propio pasajero".

Michelangelo Antonioni nació en Ferrara, también la tierra del escritor Giorgio Bassani, el autor del libro "El jardín de los Finzi Contini" que fue llevado al cine por Vittorio De Sica. En el cementerio judío de Ferrara también está enterrada parte de la familia de los Contini. Ferrara, con sus calles de recovas y faroles que anuncian la entrada a una Italia más distinguida y decadente que culmina en la elegante Turín.
Antonioni nos mostró ese mundo en el que la burguesía italiana quedaba encerrada en su incomunicación, su soledad, su alienación. Es posible que "El desierto rojo" sea, en ese sentido, su película más representativa.


Hay rostros de actrices que uno relaciona a ciertos directores de cine. Anna Karina es de Godard, Silvana Mangano le pertenece a Visconti, Monica Vitti era una cara creada para Antonioni. ¿Quién no la recuerda en "El desierto rojo"? Pero no es el rostro de esa mujer ni el desierto mismo la imagen que acude a mi memoria cuando rememoro las películas de Antonioni. Es otro desierto, el africano y la cara es la de un hombre, la de Jack Nicholson en "El pasajero". Aquí aparece el tema de la identidad y de la muerte.
Para evocar otro desierto recuerdo lo que decía Rimbaud: "Yo es otro". Antonioni trata de decir que uno siempre muere como otro. Las cosas suceden de esta manera. En el corazón del desierto africano, un reportero gráfico que está cubriendo una misión tiene como vecino de cuarto a un hombre muy parecido a él. Podríamos decir que es casi su doble. Un día, el reportero llega al hotel y se encuentra con su vecino muerto.
En la muerte, Robertson y él se confunden aún más y parecen un mismo pasajero.
Basta un sutil arreglo en su aspecto, un bigote, el cambio de la foto en el pasaporte y el reportero toma la identidad del traficante de armas. Su destino se trastrueca cuando comienza a seguir los pasos del otro a través de ciertos nombres y direcciones que figuran en su agenda.


A partir de ser el otro, el reportero, dado por muerto por su familia, se entera de quién era para los otros, los que lo sobreviven.
Su espectro recorre Europa y termina su peregrinar en Barcelona, fascinado y perdido -con la misma fascinación de Antonioni por Gaudí-, huye por esos laberintos modernistas. Finalmente encuentra su propia muerte siendo otro, en Almería. Esta vez el escenario es la fachada de una plaza de toros y suenan de fondo los acordes de una música española. En definitiva, el azar lo ha llevado hasta allí y el pasajero no ha hecho otra cosa que viajar hacia su propia muerte, tomando conciencia de su destino, de una única manera posible, como si fuera otro.

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