
¿Cómo se convierte un texto en literatura?
En 1966, Martin Heidegger concedió una entrevista al periódico Der Spiegel, con la condición de que se publicara solo después de su muerte. Hoy en día, se recuerda principalmente como la primera ocasión en la que habló sobre su papel como rector de la Universidad de Friburgo bajo el régimen nazi, pero abordó varios temas importantes en esa reunión, incluyendo el futuro de la filosofía. Su tesis era que esta se estaba disolviendo en disciplinas especializadas como la psicología, la lógica y la ciencia política; y cuando se le preguntó qué la reemplazaría, dio una respuesta sorprendente: la cibernética. No estaba en lo cierto, pero tampoco andaba muy desencaminado.
Hoy en día, la producción filosófica está cada vez más ligada al progreso científico y tecnológico. Al igual que en la Edad Media, parece haber pocos filósofos originales y muchos comentaristas, ya no de las palabras de Aristóteles y Platón, sino de los últimos avances de la neurociencia; y esto no ocurre solo con temas como la percepción o la consciencia, como lo demuestra claramente el éxito editorial del llamado darwinismo literario, que tiende a analizar los textos en función de sus efectos (en el cerebro o en la sociedad) y sus ventajas evolutivas.
Construir una «Filosofía de la Literatura» (Mimesis, 2024) como la de Peter Lamarque, siguiendo líneas de investigación puramente filosóficas como la ontología y la estética, representa en este contexto una formidable operación de retaguardia. El libro del filósofo británico, del que hasta ahora solo se había publicado en Italia «Opera e oggetto» (Quodlibet, 2019), constituye, como lo afirma Lorenzo Graziani, uno de los dos traductores del volumen, un acto político ; y, cabe añadir, programático.
La cuestión aquí es demostrar si aún es posible para la filosofía abordar de forma autónoma un objeto de investigación, utilizando únicamente sus propias herramientas; ciertamente no por aversión hacia la ciencia, sino más bien por un instinto de supervivencia. La literatura parece ser idónea para este propósito: la obra literaria, al no ser un objeto físico (no coincide con sus copias) ni un objeto mental (es demasiado extensa y compleja para ser pensada en su totalidad), solo puede ser un objeto metafísico.
Lamarque parte de la pregunta fundamental: ¿qué es la literatura? ¿Por qué algunos textos se consideran obras literarias y otros no? ¿Qué elemento, exactamente, distingue una novela de Charles Dickens del manual de instrucciones de un impresor? De estas preguntas iniciales surgen otras, y el ritmo de las preguntas se intensifica rápidamente. Lees: "¿Existen valores objetivos o solo valores relativos al lector individual y a las "comunidades"? ¿Existe un canon de grandes obras? De ser así, ¿cómo está estructurado? ¿Cómo se relacionan los valores morales con los valores literarios? ¿Puede una obra maestra ser inmoral?"; y observas que la página es 398; y finalmente piensas, querido Lamarque, has tenido mucho tiempo, has empleado mucho espacio para llegar hasta aquí, y aún tenemos muchas preguntas por resolver.
La principal limitación del tratado probablemente se deriva de la perspectiva analítica del autor: Lamarque cree tener que decir definitivamente qué es la literatura, y para ello define, cataloga, sistematiza, examina y descarta infinitos caminos para seleccionar los más sostenibles, convincentes o prometedores, critica a los pensadores continentales las pocas veces que se ve obligado a citarlos y se cuida de anticipar cualquier objeción, incluso a costa de especificar lo que es pacíficamente obvio. En resumen, hace todo lo posible por hacerse inatacable. Si hubiera un adjetivo para definir su presencia en el volumen, sería «prudente»; y, sin embargo, su idea de la literatura resulta, en última instancia, bastante personal, en franco contraste con la metodología adoptada, de la que parecían derivar verdades incontestables, a fuerza de condiciones y requisitos necesarios y suficientes que debían respetarse.
Lamarque, por ejemplo, está convencido de que la literatura tiene poco que ver con el conocimiento, y aunque argumenta esta tesis abordando la relación de las obras literarias con la verdad y la ficción, es difícil considerar su tesis objetiva; más aún en un trabajo cuyo fin es desarrollar una concepción general de la literatura, válida independientemente de las formas específicas de la novela, la poesía o el teatro, donde esta premisa lo lleva a descuidar las obras de sus colegas.
Volviendo a Heidegger, vale la pena citar las espléndidas palabras que Rachel Bespaloff, en una carta incluida en la colección «Eternidad en el instante» (Castelvecchi, 2022), dedicó a la prosa del pensador alemán: «Cuando Heidegger dice «das Nicht nichtet» o «die Welt Weltet» , evita, tanto para sí mismo como para nosotros, desarrollos inútiles, nos introduce sin precauciones en el corazón de los problemas de la nada y el ser, nos hace tangibles, por así decirlo, la presencia de la nada y el ser-en-el-mundo. No se trata de ingenio verbal, sino de un genio poético que forja para sí mismo el instrumento que necesita para superar en nosotros la opacidad e impermeabilidad que se oponen a nuestra lucidez».
Quizás la única dificultad real que presenta la escritura es precisamente esta: poder partir únicamente de una intuición, un fragmento, y a partir de ahí tener que llegar a una forma lo suficientemente clara y completa como para poder ser comunicada. Heidegger, acuñando expresiones como las mencionadas por Bespaloff («la nada se aniquila» y «el mundo se convierte en mundo»), ha demostrado ser un maestro en este sentido; y, paradójicamente, un filósofo parece olvidar cuántas obras de gran valor literario han surgido de la reflexión filosófica, desde diálogos platónicos hasta pensadores que también fueron autores de novelas como Camus y Sartre.
Una mayor criticidad surge de la definición de literatura propuesta por Lamarque, que es circular y termina validándose a sí misma. Su idea, reducida a lo esencial, es que una obra posee calidad literaria si es capaz de atraer la atención y saber recompensarla; y que la literatura no es más que una práctica en la que participan escritores, lectores, críticos y académicos. En un análisis más detallado, el proceso mediante el cual un texto se convierte en literatura, según Lamarque, es completamente análogo al proceso mediante el cual una hoja de papel se transforma en dinero, o un objeto en una obra de arte contemporánea.
Sin embargo, los aspectos más convincentes de esta obra se derivan de este enfoque: si la lectura es una práctica, debe describirse considerando todos los temas involucrados y comparando diferentes voces, escuelas y líneas interpretativas. Lamarque tiene así la oportunidad de explotar su profundo conocimiento del tema, y un ensayo que dejaba mucho que desear se transforma inadvertidamente en un manual, una introducción perfecta al tema, un compendio exhaustivo para abordar la literatura desde una perspectiva filosófica.
El texto presenta textualistas, para quienes la obra habla por sí sola, y contextualistas, que prefieren situarla en su tiempo; intencionalistas, para quienes el propósito del autor es esencial, y antiintencionalistas, que piensan exactamente lo contrario; se plantea la cuestión de si un personaje literario se crea o se descubre; se proponen diversas soluciones para la llamada «paradoja de la ficción», etc. Por supuesto, no queda claro cómo estas preguntas pueden ser decisivas para sustentar una concepción de la literatura en lugar de otra, pero, a pesar de las intenciones de Lamarque, este no es el aspecto fundamental: en filosofía, plantear problemas siempre es más importante que aportar soluciones.
Una vez terminado el libro, la tentación será agradecer a Lamarque la cantidad de autores y argumentos que presenta, así como la profundidad y claridad con la que compara las perspectivas de escuelas de pensamiento opuestas. Al final, no quedará del todo claro qué es exactamente la literatura, y en realidad no importa; sin embargo, al leer, analizar o intentar escribir una obra literaria, muchos de los temas abordados en este libro resurgirán en forma de preguntas que es importante reflexionar, más que responder.
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