Cuentos selectos (XV). Susan Sontag: “Diálogo entre una descendiente de Noé y un pájaro”

En “Regarding the pain of others” (Ante el dolor de los demás), uno de sus últimos libros publicados, Susan Sontag (1933-2004) afirmaba que “quizá se le atribuye demasiado valor a la memoria y no el suficiente a la reflexión”. Se debería tener en cuenta, decía, que recordar no es un mero ejercicio memorístico o histórico, sino que la valiente tarea de rememorar el pasado encierra una ineludible carga ética. “La insensibilidad y la amnesia parecen ir juntas”. Hay demasiada injusticia en el mundo como para que sea obviada en nombre del futuro; más bien, éste reclama una revisión de aquello que se ha olvidado y de las razones por las que se lo olvida. Autora de numerosos ensayos, piezas literarias e incluso guiones cinematográficos, su obra se caracteriza por una firme intención de renovar y revolucionar la reflexión sobre el arte, la cultura y la manera de entender el dolor, la guerra y la enfermedad.
La escritora neoyorquina adquirió una inusitada relevancia social tras la aparición, en 1966, de “Against interpretation” (Contra la interpretación), considerada por numerosos críticos literarios como su obra cumbre al exponer una nueva forma de pensar y analizar la cultura contemporánea. “Las cosas podrían ir mejor, y todos lo sabemos”, afirmó en muchas de las entrevistas que realizó a lo largo de su vida. Para ella, pensar en y hacia la utopía significaba pensar, a la vez, críticamente. La utopía no es un simple castillo en el aire, sino un ideal al que acercarse paulatinamente bajo la constatación de que “por doquier los seres humanos se hacen cosas terribles los unos a los otros”. El sufrimiento ajeno (y su contemplación) supondrá, desde sus primeros trabajos, uno de los focos principales que iluminarán y guiarán sus trabajos. Fue una de las voces más autorizadas, pues exploró la distancia que hay entre la realidad humana, cultural, artística y la interpretación que de esa realidad hacen las personas.
Durante los años ‘60 escribió con frecuencia para “Harper’s”, “The New York Review of Books” y “The Partisan Review”; y, a fines de los años ’70, fue nombrada miembro de la American Academy of Arts and Letters (Academia Estadounidense de las Artes y las Letras) mientras su papel como activista de los derechos humanos empezaba a ganar en intensidad. A partir de entonces su presencia pública se hizo más frecuente, y más frecuente fue también su implicación en organizaciones tanto literarias como políticas.
Autora de cuatro novelas -“The benefactor” (El benefactor), “Death kit” (Equipo mortal), “The volcano lover” (El amante del volcán) e “In America” (En América)-, en 1978 publicó “I, etcetera” (Yo, etcétera), una colección de ocho relatos. Cuatro décadas después, esos cuentos más otros siete que habían aparecido en publicaciones varias fueron reunidos en “Debriefing. Collected stories” (Declaración. Cuentos reunidos) completando así la totalidad de su narrativa breve. A ese tomo pertenece “Dialogue between a descendant of Noah and a bird” (Diálogo entre una descendiente de Noé y un pájaro), cuento que se reproduce a continuación.

DIÁLOGO ENTRE UNA DESCENDIENTE DE NOÉ Y UN PÁJARO

– Cuéntame un cuento -dijo una de las descendientes de Noé-. Sí, cuéntame un cuento.
– ¿De qué clase? Mmmm. Puedo contarte uno con final feliz.
– No seas condescendiente. Puedo tolerarlo. Solo cuéntame un cuento.
– Entonces te contaré uno con final triste. Pero después de un rato ya no prestarás atención. Estarás inquieta, con la mirada distraída. Y te preguntaré lo que ocurre y me responderás que ya has oído ese cuento antes. Me dirás que no tenía por qué haber terminado tan mal.
– ¿Sólo hay dos clases de cuentos? No es cierto.
– Ay, el cielo es amplio. Ay, el océano, profundo. Y todos los cuentos ya han sido contados, ay, ay, ay…
– ¡Basta! Sólo quieres atemorizarme. Pero es inútil, no tiene remedio. Debo mantener el ánimo en alto. Sé que eres un pájaro agorero. Te gusta atemorizarme.
– ¿Agorero yo? Te equivocas. Me encanta estar vivo. Precipitarme, lanzarme y posarme donde me apetece. Lo que ocurre es que si observo mi entorno no puedo sentir más que desánimo.
– Escucha, se supone que eres el portador de buenas nuevas.
– Sólo puedo relatar lo que veo.
– Pues vuela, entonces. Y no vuelvas hasta que puedas contar algo optimista.
– ¿Ves? Te lo dije, no quieres oír malas noticias.
– Vaya, es que no quiero escuchar malas noticias siempre. No me lo reproches.
– Bien, lo intentaré de nuevo. No creas que me gustan las calamidades, claro que no. Así que quieta aquí y déjame echar otro vistazo.
– ¡Espera!
– ¿Qué?
– No te distraigas por ahí. Quiero decir, no hagas el tonto. Es decir, sólo trae las noticias.
– Primero me riñes por agorero y ahora me reprochas que lo pase bien. Pero no puedo evitarlo. El éxtasis es lo mío. Soy un artista, ya lo sabes.
– ¿El éxtasis, dónde?
– Por doquier.
– Vaya suerte.
– Qué, ¿nunca lo has sentido?
– Claro, pero…
– Sí, ya sé. Pero entonces algo te desanima. Cargas con todas estas posesiones que tanto te importan y tienes que guardar y reemplazar, y todos tus ambiciosos proyectos y tu crasa parentela, y…
– No hables de mis parientes, ¿te queda claro? Se esfuerzan mucho.
– Todos se esfuerzan. Sobre todo en ignorar las malas noticias hasta que vienen a posarse en tu regazo.
– ¿Y por qué no habríamos de albergar esperanzas? Considera a cuánto hemos logrado sobreponernos. Y aquí estamos, todavía. Perduraremos. Lo sé.
– Eso espero. Ojalá estés en lo cierto. En todo caso, ya me voy.
– Pero ¿volverás?
– Sin duda.
– ¿Me lo prometes?
– Desde luego que volveré.

– ¡Vaya, te has retrasado!
– Lo siento. Me lo estaba pasando bien.
– ¿Y qué más?
– Estaba buscando buenas noticias.
– ¿Y?
– Pues bien, siempre hay alguna buena noticia, si eso es lo que quieres saber. Te ruego que no creas que disfruto con tu preocupación.
– Vamos, preocúpame.
– Nada parece estar marchando muy bien allá. Vi cosas muy perturbadoras.
– Estoy seguro de que te desviaste para encontrarlas.
– No hizo falta ir muy lejos.
– Quizá no te parezcan bien a ti. Quizá mi punto de vista es distinto.
– Muy bien, prueba tú. Traigo algunas fotos.
– Vaya, fotos. ¡Qué bien!
– Míralas.
– ¡Dios mío, es la luna! Las aguas retrocedieron y recalamos en la luna. Alabado sea el Señor.
– No, es el desierto.
– Ah. Mira, estas son magníficas.
– Gracias.
– Me parece muy hermoso. Estos dorados, rosados y castaños. Y el cielo. Y la luz. No veo que haya nada malo.
– Bien, no se trata sólo de mirar. Tienes que saber lo que ha estado sucediendo. Hay un cuento que acompaña las fotos. Cuando conoces el cuento, las fotos cobran otro sentido.
– Ya sé, ahora me vas a venir con lo de la maldad humana. Ya me sé la historia. Por eso hubo un diluvio.
– No, no quiero contarte algo tan general. Más bien quiero hablar de la pasividad. Y del poder. Quizá adviertas que no hay gente en las fotos. Pues esto es lo que ha hecho la gente.
– De igual modo, me parece hermoso. ¿No puedes ver el friso sutil de las ruinas a lo lejos, casi del mismo color que la arena?
– A veces, cuando las cosas son destruidas, parecen hermosas.
– ¿Más hermosas?
– A veces.
– ¿Y cómo lo sabes?
– Debes aprender a interpretar las señales.
– No, puro graznido.
– Graznido humano, te lo aseguro.
– ¿Hay mucha gente que conoce esta historia?
– Sí. Mucha. La cuestión no está en saber sino en preocuparse.
– Pero debes aceptar que preocupaciones sobran. No puedes preocuparte por todo.
– Creo que esto debería preocuparte.
– Pero el mundo es un lugar muy amplio, ¿no es así? Quiero decir, hay mucho espacio. ¿Realmente importa lo que sucede en unos cuantos lugares? ¿Si unos lugares se estropean, arruinan o profanan? Siempre hay espacio para continuar. ¿Si se le prende fuego a unas bibliotecas llenas de libros y manuscritos viejos, si se saquean unos cuantos museos? Al mundo le sobran más cosas viejas, si eso es lo que te gusta ver.
– Debes de ser de Estados Unidos.
– ¿Cómo?
– No importa.
– Creo que le contaré esta historia a unas cuantas personas. ¿Les puedo mostrar las fotos?
– ¿Por qué no?
– No vueles ahora. Quédate en tu percha. ¡Volveré antes de que me eches de menos!

– ¿Me echaste de menos?
– ¿Qué dijeron los demás?
– Dijeron que las fotos eran hermosas.
– ¿Es todo?
– Dijeron que también estaban inquietos.
– ¿Qué más?
– Dijeron que no había nada que hacer.
– ¿Eso dijeron? ¿Todos?
– Bueno, no todos…
– Y…
– Dijeron que el mundo allí fuera es cruel.
– Yo diría que el mundo también es cruel aquí dentro. En tu, ¿cómo le has llamado?, arca.
– Nos las arreglamos.
– Ya veo.
– ¡De verdad! Sólo tenemos que, mira, reducir nuestras expectativas.
– A medida que todo empeora.
– Exacto.
– ¿Y ahora quién es el pesimista?
– No es pesimismo. Es realismo.
– Sí, claro.
– Y también me advirtieron de que me tomara con reservas lo que decías. Dijeron que eras un artista.
– Yo ya te dije eso.
– Creí que tu labor era traer noticias.
– Los artistas también hacen eso.
– Sí, malas noticias.
– No siempre, te lo aseguro.
– Dijeron que a los artistas les gusta centrarse en los desastres. Que se deleitan en las malas noticias. Y que son moralistas ingenuos que no comprenden las leyes de hierro de la historia. Y (no te rías) del progreso.
– ¿Como cuáles?
– Bien. El por qué tienen que hacer eso. La gente que todo lo domina. Por qué tienen que destruir el desierto. Y, a veces, las ciudades y los pueblos. Lo que me mostraste en las fotos.
– ¿Por qué, entonces? Dímelo tú.
– Porque tenemos enemigos. Enemigos malévolos. Hemos de estar preparados. Tenemos que defendernos. Tenemos que ir allá y detenerlos antes de que sean lo bastante fuertes para hacernos algo.
– Yo, el serio y solemne.
– Sí, tú.
– Hasta pronto, yo me largo al desierto de la alegría.
– Sabes, antes de que te marches, debes reconocer que la naturaleza es violencia.
– Y la naturaleza humana.
– Sí. Aunque no todos se comportan tan mal como la gente puede llegar a comportarse.
– Como si fuera perenne. Eso está sucediendo ahora mismo.
– Pues yo no soy una de las perpetradoras. La gente que de hecho hace esto ni siquiera hablaría con una criatura como tú. La gente que hace esto solo alzaría un arma y te borraría de los cielos. Se oye un aletear de alas.
– ¡Eh! ¡No te vayas! ¡No soy una de los dirigentes del planeta! ¡Soy una pobre criatura como tú! No te… vayas.

– Aquí estoy de vuelta.
Silencio.
– ¿Hola?
– Creí que no ibas a volver.
– Ay, soy un pájaro persistente.
– ¡Sin duda alguna! Pero, en serio, te admiro porque no te has dado por vencido.
– Pensé que si seguía cantando, lo comprenderías finalmente.
– Pues sí, la tenacidad es una de las virtudes. Y las fotos son inolvidables. He de reconocerlo. Tus paisajes de catástrofe.
– Pero te gustaría olvidar lo que te he mostrado, ¿no es así?
– Claro que sí. ¿Quién quiere sentirse más desamparado?
– Pero no lo olvidarás.
– Aunque me quedara ciega no podría olvidar esas fotos.
– Es curioso que menciones la ceguera. Pues ese era el tema de la homilía que tenía intención de pronunciar. ¿Lista para la homilía?
– Dispara.
– ¡Loro!
– Oye, no todos somos pájaros aquí.
– ¿De verdad te crees lo que acabas de decir?
– Mira, estoy pensando en lo que me comentas. Es una pena, en verdad. Las marismas se convirtieron en desierto. El desierto profanado. Y lo que les sucedió a los animales. Y a la gente y a lo demás. Pero hay muchas otras consideraciones, políticas, económicas, científicas, que no comprenderías. Eres un vagabundo. Eres un artista.
– Es cierto. No tengo ataduras. Como un pájaro.
– Digamos.
– Veo que has conocido a muchos artistas.
– Si te he ofendido, lo lamento.
– ¡Dios mío, dame fuerzas! ¡Estos ilusos tan…!
– A mí no me graznes. Yo no fui. Yo no devasté el desierto. No maté a los animales. Ni masacré a los conscriptos. No prendí fuego a la biblioteca ni saqueé el museo de antigüedades.
– ¿Sabías que durante la primera Guerra del Golfo se mostraban películas pornográficas a los pilotos justo antes de que los enviaran a sus misiones de bombardeo?
– Pilotos de Estados Unidos.
– Así es.
– Oye, esa ha sido una práctica en más guerras coloniales norteamericanas que las que puedo contar. Pero los estadounidenses no inventaron el vínculo entre la testosterona y el placer de dar muerte, sobre todo de dar muerte desde lo alto de los cielos a gente indefensa en la tierra, del mismo modo que no es el único país que envenena su propio territorio.
– ¿Qué quieres decir?
– Que todos hacen lo mismo en cuanto se les presenta la oportunidad. Así pues, ¿por qué te metes con Estados Unidos?
– Supongo que porque soy un artista estadounidense.
– ¿Estás poniéndote sarcástico?
– ¿Yo?
– Sí, tú.
– Dios mío.
– Vamos, es una broma.
– No hay bromas.
– Tienes que tener sentido del humor. Para sobrevivir.
Silencio.
– Vale, pues.
Silencio.
– En serio, estoy escuchando.
– Mi homilía. Acaso lo sepas o no, pero hay dos clases de ceguera. La retiniana, que causa deterioro ocular, y la cortical, que resulta de una lesión en el cerebro y deja los ojos intactos.
– Qué interesante.
– El punto es que la gente con ceguera cortical ve, en algún sentido, es decir, recibe impresiones visuales en la conciencia. Pero se considera ciega porque esas impresiones no pasan a la plaza más pequeña de la conciencia. Esto ha sido demostrado en un experimento reciente.
– Me gustan los experimentos.
– Sí, ya lo sé. Bien, en todo caso, imagina una persona con ceguera cortical en un lado, por ejemplo, digamos, el derecho. La sientas a la mesa. Giras su cabeza a la izquierda. Colocas unos objetos, digamos, una taza de café y un candelabro, en la mesa, a la derecha. Si preguntas “¿Qué ves en el lado derecho de la mesa?”. La respuesta es “Nada. Ya sabes que estoy ciego de ese lado”. Pero si replicas: “Sí, es cierto, no puedes ver de ese lado, estás ciego. Pero supongamos que pudieras ver, imagina que puedes ver, ¿dónde crees que están los objetos en la mesa?”. Y entonces, oh milagro, apenas dudándolo, la persona ciega extiende el brazo, abre la mano un poco en busca del candelabro, y la abre más para la taza.
– ¡Vaya! ¿De verdad?
– Sí. Pero esta es una historia. Me pediste un cuento. Esta es una parábola.
– ¿Cuyo sentido es…?
– Que lo mismo sucede con nuestras acciones. De igual modo que sabemos mucho más de lo que nos damos cuenta, podemos hacer mucho más de lo que nos creemos capaces. Formula la pregunta directamente: ¿Qué podemos hacer para evitar la destrucción del planeta y la creciente ola de violencia humana? La respuesta tiene que ser: Nada. ¿Los seres humanos contra los animales, los hombres contra las mujeres, la historia contra la naturaleza? Nada. Pero qué sucede si decimos: De acuerdo, no puede evitarse. Sin embargo, si imaginamos, sólo como hipótesis, aunque desde luego es imposible…
– Ya veo –dijo la descendiente de Noé.
– Sí -respondió el pájaro-. Otro marco para la voluntad. Porque está tan claro como el día y la noche: los bosques están siendo arrasados, las aguas, envenenadas, el aire se está oscureciendo y volviendo tóxico. Y los gobiernos presuntuosos continúan proyectando su poder con éxito: para conmocionar y asombrar, masacrar, explotar y despojar. Es cierto, no se puede salvar al mundo. Pero, ¿y si actuamos de todos modos como si pudiera salvarse? Pues entonces…
– Ya veo -repitió la descendiente de Noé.
– Sí -dijo el pájaro agorero, algo más animado-. A lo mejor es posible que se pueda salvar el mundo.



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