Hace 200 años, el 9 de abril de de 1821 nacía Charles Baudelaire, según T. S. Eliot, el mejor ejemplo de poesía moderna en cualquier idioma. No se puede pensar la modernidad -que él detestaba- sin la poesía y las reflexiones que emanan de Las flores del mal. No se puede concebir siquiera la ciudad y el hombre de la multitud inmerso en ella, sin reparar en Baudelaire. Considerado el poeta clave del capitalismo en desarrollo por Walter Benjamin, Baudelaire le sigue hablando a los modernos, los bohemios y los nómades de todos los tiempos.
Por Susana Cella
Según T. S. Eliot, Baudelaire es “el mejor ejemplo de poesía moderna en
cualquier idioma”. Precisamente fue el autor de Las Flores del
Mal, nacido el 9 de abril de 1821, quien usó la palabra Modernité para
definir un tiempo al que indefectiblemente tenía que remitirse el artista en la
era de la industrialización y el progreso -que detestaba por la “progresiva
decadencia del alma y progresivo predominio de la materia”- cuyo escenario era
ahora la ciudad. Había entonces que explorarla, deteniéndose voluptuosamente en
sus misteriosos arrabales, en su sordidez y fealdad para transmutar en
expresión poética objetos y seres vulgares, rodando en el fango como “La musa
venal”.
En Poesía y capitalismo, Walter Benjamin analiza el modo en
que Baudelaire desnuda los conflictos de la sociedad burguesa como un
provocador cuyas nociones políticas no sobrepasaban las de los “conspiradores
profesionales”, más dispuestos a las revueltas que al diseño de tácticas de lucha.
Así, durante la Revolución de 1848, armado de un fusil sólo gritaba “¡Abajo el
General Aupick!” (su odiado padrastro). La bohemia que caracteriza Benjamin y
de la cual participó Baudelaire, reunía un conjunto variopinto de personajes
urbanos entre los cuales destaca la figura del flaneûr (el que recorre y
observa) al que Baudelaire llamaba “el hombre de las multitudes”, sin lugar específico
es como el poeta que ha perdido el aura. No casualmente escribe Baudelaire en
el Spleen de París, "Pérdida de la aureola" en medio
de los riesgos en la ciudad porque: “¿Qué son los peligros del bosque y la
pradera comparados con los choques y conflictos diarios que se dan en el mundo
civilizado?”
La naturaleza repele a Baudelaire, asimila el crimen a lo natural y la
virtud es artificial, sobrenatural. Asimismo, la ciudad puede degradar algo
bello natural: el cisne escapando de la jaula se arrastra cerca de un río sin
agua. (“El cisne”).
Edgar Allan Poe -a quien Baudelaire tradujo- le proporcionó tanto el
rigor compositivo como visiones de las muchedumbres, del crimen, lo tenebroso,
lo descompuesto, impúdico, mortuorio, visible en poemas como: “Una carroña”,
“Sepultura”, “El tonel del odio”, “El vino del asesino” o los “Spleen”. Y hay
además una reflexión sobre el hacer poético en clave de “fantástica esgrima,/
olfateando en todos los rincones los azares de la rima” de modo que “ennoblece
el destino de las cosas más viles” (“El sol”). En “El vino de los traperos”,
uno de estos pordioseros aparece “chocando y golpeándose contra las paredes
como un poeta”. Ambos recogen y ordenan los desechos. Ambos trabajan,
Baudelaire insiste en el esfuerzo sostenido contra la idea romántica de la
inspiración lírica.
Paul Verlaine no lo incluye en Los poetas malditos, pero
habría tomado esa significativa palabra (maudits) del poema “Bendición”,
de Las Flores del mal. Allí “El Poeta aparece en este mundo
aburrido” y su madre blasfema a Dios: “Maldita sea la noche de placeres
efímeros/ en la que mi vientre concibió mi expiación!” Puede pensarse que se
manifiesta aquí el dolor del niño cuando su madre, Caroline Dufays, luego de
enviudar y casarse con el Jacques Aupick, priva al hijo de la estrecha relación
que los unía. Diría años después: “De muy niño sentí en mi corazón dos
sentimientos contradictorios: el horror de la vida y el éxtasis de la vida”. La
simultánea presencia de los opuestos es un rasgo constante.
Expulsado del Liceo Louis Le Grand, Baudelaire rechazó seguir la carrera
diplomática para gran disgusto de la familia que intentó alejarlo de la vida
disipada mediante un largo viaje, infructuoso, porque volvió a la bohemia
parisina y los vicios, también empezó a publicar: El Salón de
1845 inició sus escritos sobre artes visuales, que igualmente abordó
en Lo cómico y la caricatura. Otros ensayos fueron compilados
en una miscelánea, El arte romántico donde escribe sobre
“algunos de mis contemporáneos”, entre ellos, Téophile Gautier, a quien
dedicara Las Flores del Mal.
Para Baudelaire, el poeta de l´art pour l´art “es el
amor exclusivo de lo bello” y “a esta facultad maravillosa une Gautier su
inmensa inteligencia innata, su comprensión por la ´correspondencia´ y el
simbolismo universales”. “Correspondencia” no puede sino evocar al famoso poema
de Las Flores del Mal que se toma como cifra de la poética
simbolista. Allí la Naturaleza no es lo rechazado sino “un templo de vivos
pilares”. Es el deseo de “una tenebrosa y profunda unidad” pasando “a través de
bosques de símbolos”. Para José Lezama Lima “En esas respuestas en las que cada
sentido más en desprendimientos lentos, en misteriosas evaporaciones, que en
rápido suceder confuso, como en toda coincidencia, había un tiempo voluptuoso”
que culmina en el grito final (“El Viaje”), según Lezama: “sumergido en el
fondo del golfo, cielo o infierno, qué importa. Al fondo de lo desconocido para
encontrar lo nuevo. Pero he ahí que Charles Baudelaire, dandy perfecto,
pretende entrar con la misma poesía en el destino, la gracia y el pecado
original.”
En el ensayo titulado Baudelaire Jean Paul Sartre
resume la temprana consumación de un destino elegido y cultivado: “a los
veinticinco años la suerte está echada: todo está detenido; tuvo su oportunidad
y perdió para siempre. En el 46 ya ha gastado la mitad de su fortuna, ha
escrito la mayoría de sus poemas, ha dado forma definitiva a sus relaciones con
sus padres, ha contraído el mal venéreo que va a pudrirlo lentamente, ha
encontrado la mujer que pesará como plomo en todas las horas de su vida, ha
hecho el viaje que proveerá a toda su obra de imágenes exóticas… Oprime el
corazón leer Fusées (Cohetes) o Mon coeur
mis à nu (Mi corazón al desnudo): nada nuevo en esas notas
redactadas hacia el fin de su vida”(1867).
Los dos títulos provienen de Poe, son notas y proyectos inconclusos: “me
sería difícil no llegar a la conclusión de que el más perfecto tipo de Belleza
viril es Satanás a la manera de Milton”. Ve en Satán la
belleza dolorosa del vencido por Dios, y sin embargo, vencedor y vencido se
implican: “¿Vienes del cielo profundo o surges del abismo,/ oh Belleza?” pregunta
en el “Himno a la Belleza” emplazando el desasosiego que magníficamente exhibe
la primera parte de Las flores del mal, “Spleen e Ideal”, y que se
sigue desplegando en El spleen de París, sus distintivos
poemas en prosa.
Baudelaire forja su soledad como un estado de diferenciación, está
solo entre los otros y preserva su singularidad hasta hacerse
repulsivo como resistencia a asimilarse a la vulgaridad que odia: “Cuando haya
inspirado asco y horror universales habré conquistado la soledad”. Su desprecio
a la mediocridad, el afán de no integrarse a un orden social detestable se
expresan en el deterioro físico, en sus “paraísos artificiales” y sus amargas
diatribas. Afirmaba su lugar no afincando en la subjetividad, sino
objetivándose. El poeta ya no es un torrente de sentimientos personales,
cultiva la frialdad y la displicencia, se asume como dandy: “una
especie de culto de sí mismo… el placer de asombrar, de pasmar, y la orgullosa
satisfacción de no asombrarse jamás”. Para orgullosamente “combatir y destruir
lo trivial” no repara en esfuerzos, inmola el cuerpo y siembra Flores
del mal a fin de entrever el infinito desde la finitud, sin
indulgencias: “Soy la herida y el cuchillo/ la víctima y el verdugo”.
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