: 3 noviembre, 2020
A la filósofa y escritora francesa Simone de Beauvoir (1908-1986) le hemos dedicado entrada anterior en este blog con ocasión de la lectura “El existencialismo y la sabiduría de los pueblos”. En ese caso se trataba de uno de sus primeros escritos. En el caso que ahora nos ocupa, La vejez, se trata de uno de sus últimos escritos. Esta obra resulta imposible de conseguir actualmente si no es en alguna versión en pdf en Internet. Y, sin embargo, es uno de los estudios más sistemáticos sobre esta etapa de la vida hasta ese momento, año 1970, en que es publicado. Un estudio que sigue el esquema utilizado en la que fuera su obra más famosa y de mayor trascendencia mundial, El segundo sexo, donde analizaba la situación de las mujeres en la sociedad. Tanto en su obra propiamente filosófica, como en su obra narrativa, Simone de Beauvoir parte de su visión existencialista de la condición humana y de la idea de sujeto condicionado por el contexto vital que le toca vivir. En el caso de la vejez, en la Francia de aquellos años, una sociedad capitalista donde las desigualdades de clase y de género están bien presentes.
Llama la atención, como señala Victoria Camps en su conferencia sobre El envejecimiento en la filosofía, la escasez de textos filosóficos dedicados a este asunto, más allá del texto de Cicerón, De senectute y el de la propia Beauvoir. Sin embargo, las memorias y autobiografías de estos filósofos están jalonados de comentarios sobre la misma, de los que puede colegirse qué visión tenían de ella y cómo la vivieron.
Simone de Beauvoir abordó este ingente estudio de casi 700 páginas con el fin de romper el silencio que rodeaba la vejez, según comenta en su introducción, probablemente por estar asociada con algo triste y carente de interés social. Lo hizo cuando ella tenía 61 años, es decir, cercana a la entrada en ese grupo de edad. “Para conciliar esta barbarie (…la condena a la miseria, soledad, invalidez y desesperación de los ancianos en Francia -12% de la población de más de 65 años…) la clase dominante toma el partido cómodo de no considerarlos como hombres; si se escuchara su voz habría que reconocer que es una voz humana; yo obligaré a mis lectores a escucharla”.
Y reclama la ineludible tarea de abordar la vejez como parte de la condición humana:
“No sigamos trampeando; en el futuro que nos aguarda está en cuestión el sentido de nuestra vida; no sabemos quiénes somos si ignoramos qué seremos: reconozcámonos en ese viejo, en esa vieja”.
Pero este estudio no es sólo un repaso biológico, médico, antropológico, histórico y sociológico sobre la consideración de la vejez en diferentes culturas y épocas, sino que es también una decidida propuesta de transformación social hacia una sociedad que tenga en cuenta la voz de todas las edades.
“Exigir que los hombres sigan siendo hombres durante su edad postrera implicaría una conmoción radical. Imposible obtener ese resultado con algunas reformas limitadas que dejaran intacto el sistema; la explotación de los trabajadores, la atomización de la sociedad, la miseria de una cultura reservada a un mandarinado concluyen en esa vejez deshumanizada. Muestran que hay que retomarlo todo, desde el comienzo. Por eso se guarda tan cuidadoso silencio sobre la cuestión; por eso es necesario quebrar ese silencio”.
Pero : ¿Qué es el envejecimiento? El geróntolo norteamericano Lansing propone la definición siguiente: “Un proceso progresivo desfavorable de cambio, ordinariamente ligado al paso del tiempo, que se vuelve perceptible después de la madurez y concluye invariablemente en la muerte”.
En la primera parte, dedicada a la exterioridad, Simone de Beauvoir recorre los hitos de la medicina que han concluido en la aparición de la Geriatría como rama específica de la misma. Si bien Hipócrates, Galeno o Avicena, en la antigüedad, se ocuparon de los viejos, no será hasta bien entrado el siglo XIX en La Salpêtrière que surgirá la primera institución geriátrica en Francia. Las célebres conferencias de Charcot se publicarán en 1886 con gran repercusión en todo el mundo. Sin embargo, será un norteamericano, Nascher a quien se considera el padre de la geriatría.
Para poder comprender adecuadamente la consideración que han recibido los viejos en la sociedad, de Beauvoir considera imprescindible tener en cuenta las circunstancias sociales y culturales que nos lleven a preguntar “qué hay de ineluctable en la condición de viejo”.
Desde el punto de vista de la etnología destaca los diferentes comportamientos estudiados en las sociedades primitivas, en los que llama la atención cómo en un amplio número de ellas tanto la negligencia como el abandono de los viejos eran corrientes. También se observaban ya consideraciones diferentes entre viejos y viejas.
En cuanto al repaso histórico, Simone de Beauvoir irá registrando en diferentes
bloques épocas y autores de relevancia. Y, como en tantas otras ocasiones, Platón y Aristóteles reflejan ya de partida la divergencia de pareceres que se repetirán tras ellos. La concepción de Platón está estrechamente relacionada con sus opciones políticas, pues si bien era joven todavía cuando escribe la República, sin embargo pondrá en boca de Céfalo un elogio de la vejez: “En la misma medida que se debilitan los otros placeres- los de la vida corporal- aumentan en cuanto a las cosas del espíritu mis necesidades y mis alegrías”. Y vemos como a los 80 años, en Las Leyes, insiste en las obligaciones de los hijos respecto a sus viejos padres: “No podemos poseer objeto de culto más digno de respeto que un padre o un abuelo, una madre o una abuela abrumados de vejez”.
Aristóteles, por su parte, en la Retórica, presenta un cuadro bastante negativo de la vejez y, para de Beauvoir, lo que es particularmente interesante en esta descripción es la idea de que la experiencia no es un factor de progreso sino de involución. “Un viejo es un hombre que se ha pasado toda la vida engañándose y esto no le puede dar superioridad sobre gentes más jóvenes que no han acumulado tantos errores como él.” Podría ser que en un debate actual sobre las aportaciones de la vejez a la sociedad nos encontráramos con defensores de una y otra visión.
En el lado de la visión positiva encontraremos a Cicerón, Catón el Viejo o Séneca. En el lado de la visión negativa se encuentran Plutarco, Luciano y los poetas Ovidio, Horacio, Juvenal y Marcial, este último cruel especialmente contra las mujeres viejas.
“Decadencia biológica, invalidez, mutilaciones, nada compensa en este cuadro las miserias de la vejez. Juvenal lo concluye con una idea que nadie había expresado hasta entonces: envejecer es ver morir a los seres queridos, es estar condenado al duelo y la tristeza.”
Bocaccio, Chaucer, Erasmo se expresarán también contra la vejez y las mujeres viejas especialmente. Un solo autor renacentista, dice de Beauvoir, asumió vivamente la defensa de las mujeres de edad: Brantôme en La Vie des dames galantes. Considera normal que se entreguen todavía a los placeres del amor; afirma que algunas siguen siendo bellas y amadas después de los 70 años.
Montaigne y después Molière la desprecian; Corneille la valora. Swift será crítico y cruel con la vejez y Goethe plantea por primera vez en su Fausto el tema del rejuvenecimiento, coincidiendo con las mejoras higienistas y de esperanza de vida que supuso el siglo XVIII en Europa.
Filósofos y literatos del XIX y el XX seguirán alineándose más del lado pesimista que del optimista, según recoge la autora.
“La peor muerte para alguien- escribió Hemingway- es perder lo que constituye el centro de la propia vida, y lo que hace de él lo que realmente es. Jubilación es la palabra más repugnante de la lengua. Sea elegida o forzada por la suerte, jubilarse y abandonar las ocupaciones- esas ocupaciones que nos hacen ser lo que somos- equivale a bajar a la tumba.”
En la segunda parte del estudio, Simone de Beauvoir pasa a la indagación sobre la interioridad, es decir, sobre la propia vivencia de la vejez por sus protagonistas.
Morir prematuramente o envejecer: no hay otra alternativa. Y, sin embargo, como escribió Goethe: “La edad se apodera de nosotros por sorpresa”
Es en este punto donde encontramos la parte más filosófica del texto y donde Simone de Beauvoir desarrolla desde sus presupuestos existencialistas su concepción de la vejez.
“Existir, para la realidad humana, es temporalizarse: en el presente apuntamos al futuro con proyectos que exceden nuestro pasado donde nuestras actividades caen, fijas y cargadas de exigencias inertes. La edad modifica nuestra relación con el tiempo; con el correr de los años nuestro futuro se achica mientras que nuestro pasado aumenta. Se puede definir al viejo como un individuo que tiene una larga vida tras de sí y delante una esperanza de supervivencia muy limitada.”
Sin embargo, esa finitud resulta inaceptable, señala de Beauvoir y “necesito que se prolongue indefinidamente esta aventura en la que se inscribe mi vida. Amo la juventud; deseo que en ella continúe nuestra especie y que ésta conozca tiempos mejores. Sin esta esperanza, la vejez hacia la cual me encamino me parecería absolutamente insoportable.”
Pero Simone de Beauvoir, sin despegar los pies del suelo de la vida cotidiana y de las condiciones materiales en las que viven las personas ancianas se pregunta también por las condiciones de vida que propician las instituciones que proliferaron a lo largo del siglo en las sociedades desarrolladas, cuestión ésta que ha estallado precisamente estos meses debido a la cara más terrible que ha mostrado la pandemia del coronavirus.
Se pregunta de Beauvoir si algunas de las enfermedades o seudodemencias que afectan a las personas mayores no serán “el resultado de factores psicosociológicos, agravados rápidamente al ubicar al sujeto en instituciones mal equipadas y dirigidas, así como por la internación en hospitales psiquiátricos donde esos enfermos quedan librados a sí mismos, privados de los estímulos psicológicos necesarios, separados de todo interés vital y sin otro recurso que esperar un fin que se desea rápido. Llegaremos incluso a afirmar que el cuadro clásico de las demencias seniles es quizá un fenómeno artificial debido a la mayoría de las veces a la carencia de cuidados y de esfuerzos de prevención y rehabilitación”.
La vejez, indica de Beauvoir, no es una conclusión necesaria de la existencia humana, aunque “es una verdad empírica y universal que a partir de cierto número de años el organismo humano sufre una involución. El proceso es ineluctable. Al cabo de un tiempo acarrea una reducción de las actividades del individuo; a menudo, una disminución de sus facultades mentales y un cambio de su actitud con respecto al mundo.”
Ahora bien, aun siendo esto ineluctable, de Beauvoir se rebela contra la moral que predica la aceptación serena de los males porque, bajo su punto de vista, nuestros proyectos sólo conciernen a nuestras actividades y soportar la edad no es una actividad y, por tanto, no puede constituirse en un proyecto. “Crecer, madurar, envejecer, morir: el paso del tiempo es una fatalidad.”
“Para que la vejez no sea una parodia ridícula de nuestra existencia anterior, no hay más que una solución, y es seguir persiguiendo fines que den un sentido a nuestra vida: dedicación a individuos, colectividades, causas, trabajo social o político, intelectual, creador…. La vida conserva valor mientras se acuerda valor a la de los otros a través del amor, la amistad, la indignación, la compasión. Entonces sigue habiendo razones de obrar, de hablar. Muchas veces se aconseja a las gentes que “se preparen” para la vejez. Pero si sólo se trata de economizar dinero, elegir el lugar donde se va a vivir después de la jubilación, prepararse hobbies, llegado el momento no se habrá adelantado nada. Vale más no pensar demasiado en ella pero vivir una vida de hombre lo bastante comprometida, lo bastante justificada como para seguir apegado incluso cuando se han perdido todas las ilusiones y se ha enfriado el ardor vital.”
Charo Ochoa
https://bibliolibros.wordpress.com/2020/11/03/comentario-sobre-la-vejez-de-simone-de-beauvoir/
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