MARCEL PROUST: En busca del tiempo perdido "Cómo leer una novela"

 


La novela es una de las mayores creaciones de la literatura universal .Está escrita con una prosa de características únicas: frases muy largas, meticulosidad en las descripciones, palabras que describen sentimientos con notable precisión, y una finísima sensibilidad.
En busca del tiempo perdido (en el original francés, A la recherche du temps perdu) es una novela escrita por Marcel Proust. La obra fue escrita en un período de catorce años (1908-1922) y loa siete volúmenes que la forman fueron publicadas entre 1913 y 1927 (los tres últimas de forma póstuma).

La historia en sí misma queda relegada frente a la manera en que se la cuenta. El cómo es contada es lo que da la grandiosidad a la novela, no lo que es contado. Un ejemplo de esto es la magistral escena en la que Proust describe un acto cotidiano y simple, el de tomar una taza de té con magdalenas.

Los siete volúmenes que forman En busca del tiempo perdido son:

  • Por el camino de Swann (publicado en 1913)
  • A la sombra de las muchas en flor (publicado en 1919)
  • El mundo de Guermantes (publicado en 1021-1922)
  • Sodoma y Gomorra (publicado en 1922-1923)
  • La prisionera (publicado en 1925)
  • La fugitiva o Albertine desaparecida (publicada en 1927)
  • El tiempo recobrado (publicado en 1927)

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Harold Bloom

MARCEL PROUST: 

En busca del tiempo perdido "Cómo leer una novela" significa hoy, para mí cómo leer a Proust, el esplendor final de la novela clásica. ¿Qué hemos de hacer cuando nos enfrentamos a la inventiva absoluta de En busca del tiempo perdido? La vasta novela de Proust está narrada por un casi innominado Marcel, mayormente retrato del novelista joven, que nos ofrece un recuerdo laberíntico de la sociedad francesa desde la década final del siglo diecinueve hasta 1922 (año de la muerte de Proust). Por orden alfabético, entre los grandes temas del libro figuran la amistad, la belleza, los burdeles, el caso Dreyfus (y su inmersión en el antisemitismo), los celos (¡sobre todo!), las costumbres, el dormir, el esteticismo, la inversión (la homosexualidad, tanto femenina como masculina), la literatura misma y el gradual desarrollo del narrador en novelista, el mar, la memoria (y su predominio en los celos sexuales), la mentira, los muertos (anexos a los vivos), el sadomasoquismo, el tiempo (casi tan omnipresente como los celos y la memoria) y el vestido. En busca del tiempo perdido cuenta tres historias de amor (sería mejor llamarlas "eróticas"). Charles Swann, de origen judío pero de relevante posición social, se obsesiona eróticamente con Odette de Crécy, con quien acaba casándose después de haber sufrido todos los tormentos del amor y los celos. Gilberte, hija de ambos, es el primer amor del narrador Marcel, antes de casarse con el mejor amigo de éste, Saint - Loup, cuya pasión temprana fuera la actriz Rachel. Gilberte Swann es sólo una precursora del apabullante segundo amor de Marcel, Albertine Simonet, con quien el narrador tiene un romance largo y complejo que culmina con la fuga de ella y su subsiguiente muerte en una cabalgata. Maravilloso como es el relato de los dolorosos celos de Swann respecto a Odette, y de Saint - Loup respecto a Rachel, la apoteosis de lo que podría llamarse el punto sublime de los celos se alcanza en la retrospectiva búsqueda por parte de Marcel del tiempo perdido en las "traiciones" lésbiscas perpetradas por Albertine contra su muy posesivo amante. Habría que remontarse a la Biblia, Shakespeare o Dante para encontrar análogos idóneos al ahínco, la intensidad y los padecimientos del narrador en su búsqueda de lo que Norman Mailer llamaría "el tiempo del tiempo de Albertine". Lo que más se acerca a la soberbia  ironía y el rancio encanto de la gran búsqueda de Marcel es la tragicomedia shakesperiana, por ejemplo Medida por medida. En la actualidad se murmura que el innominado narrador (algo provocadoramente, en las 3300 páginas de la novela sólo se lo menciona como Marcel dos veces) es una maniobra evasiva de Proust, ya que es heterosexual y cristiano. Son afirmaciones obtusas; los homosexuales y lesbianas que abundan en la novela, como los judíos y los dreyfusistas, son tanto más objeto de simpatía cuanto mayor es el desinterés del narrador (Proust, desde luego, era homosexual, dreyfusista e hijo de una amada madre judía). Como sustituto del magnífico autor, el narrador tiene el privilegio de presentarnos la constelación de personajes más amplia, vital y diversa que pueda encontrarse fuera de Shakespeare. Cómo leer una novela, y en particular la novela de Proust, equivale en primer lugar a cómo leer y apreciar el personaje literario. Por orden alfabético, las personalidades indispensables que aparecen en Proust son: Albertine, Charlus, Francoise, Oriane de Guermantes, la madre del narrador, Odette, Saint - Loup, Swann y madame Verdurin. Añadan un décimo en la figura del narrador mismo y tendrán la lista más llena de vida introspectiva y titánicamente cómica que nos haya proporcionado novela alguna. El cosmos de Proust es tan irónico como el de Jane Austen, pero pienso que la ironía proustiana es menos defensiva y también menos un sostén de la invención. Se puede afirmar que en Proust la ironía, antes que formular una cosa que quiere decir otra, expresa vislumbres demasiado amplios para cualquier contexto social. Estos vislumbres se extienden hasta los rincones de la conciencia del lector en busca de principios para la acción justa. Parece extravagante calificar una ironía así de mística o quietista; con todo, es el equivalente secular de una espiritualidad profunda. Aunque no querría confundir a Proust con el Krishna del Bhagavad - Gita, al cabo la memoria proustiana parece un modo de acción justa que cura al narrador, y al lector, de lo que la antigua obra hindú llama "inercia oscura". Leemos novelas (las más grandes) para tratarnos la inercia oscura, la enfermedad - que - empuja - a - la - muerte. Nuestra desesperación requiere consuelo y la medicina de una narración profunda. Como en Shakespeare, en la novela de Proust el personaje lleva a cabo el trabajo de cura que le ha prescrito una cultura literaria. Por una desdichada ironía social del momento que vivimos, una cultura fracasada en todos sus modos conceptuales - filosofía, política, religión, psicoanálisis, ciencia - se ve obligada a volverse literaria, muy a la manera de la antigua Alejandría. Proust - al igual que Shakespeare, mejor médico que Freud - nos ofrece sus personajes con tanta humanidad como Shakespeare y Chaucer nos presentaron los suyos. Todos los personajes de Proust son esencialmente genios cómicos, y como tales nos abren la opción de creer que la verdad es tan graciosa como lúgubre. En una de sus formulaciones más hamletianas, Nietzsche nos advirtió que aquello para lo cual se puede encontrar palabras ya ha muerto en el corazón, de modo que en el acto de hablar hay siempre implícita una suerte de desprecio. Proust, al contrario que Shakespeare, está libre de ese desprecio, y sus personajes mayores son manifestaciones de generosidad. Tanto en Proust como en Shakespeare, lo que hay de muerto en el corazón, nuestro egoísmo mezquino, es una preocupación intensa; pero se manifiesta más en los celos sexuales que en cualquier otro afecto humano. Yo arriesgo que hoy la lectura de novelas realiza el trabajo de purgarnos de la envidia, cuya forma más virulenta son los celos sexuales. Puesto que los dos maestros occidentales de la dramatización de los celos son Shakespeare y Proust, de momento la indagación de cómo leer una novela puede reducirse a cómo leer los celos sexuales. A veces siento que la mejor formación literaria que pueden obtener mis alumnos de Yale y la Universidad de Nueva York es sólo un ensanchamiento de su instrucción práctica mediante los celos sexuales, la más estética de las enfermedades psíquicas - como bien sabía Yago. Será por eso que Proust compara las investigaciones de sus amantes celosos a las obsesiones del historiador del arte, como cuando Swann reconstruye los detalles del pasado sexual de Odette con "tanta pasión como el esteta que registra de arriba abajo los documentos florentinos del siglo quince para penetrar más en el alma de la Primavera o la Venus de Botticelli". Es de presumir que en ese registro los historiadores del arte se deleitan, mientras que el pobre Swann contempla "el abismo sin fondo con una angustia impotente, ciega y vertiginosa". No obstante, aunque nos crispen, los sufrimientos de Swann nos provocan un placer cómico. Puede que leer la ficticia tortura de otros a manos de los celos no nos cure de personales tormentos paralelos, ni acaso nos enseñe nunca a aplicarnos una perspectiva humorística, pero, se diría, el placer empático que nos causa está muy cercano al centro de la experiencia estética. En Proust y en Shakespeare el arte mismo es naturaleza, observación ésta crucial para Cuento de invierno, que compite con Otelo como visión shakesperiana de los celos sexuales. Aunque Proust no hace del lector un Yago, nos solazamos en los daños que el narrador se inflige; y es que en esta novela cada personaje importante, pero sobre todo Marcel, se convierte en Yago de sí mismo. De todos los villanos de Shakespeare, Yago sobresale por la inventiva con que estimula los celos sexuales en su víctima predilecta, Otelo - El genio de Yago es el de un gran dramaturgo que se complace en atormentar y mutilar a sus personajes. En Proust, muchos personajes son ejemplos de Yago vuelto contra sí. ¿Hay algo estéticamente más placentero que el orgullo de un Yago automutilador? Mi pasaje favorito de toda la novela de Proust viene después de la muerte de Albertine, y resulta de las minuciosas investigaciones que el narrador lleva a cabo sobre las pasiones lésbicas de su amada: 

Albertine ya no existía; pero para mí ella era la persona que me había ocultado sus citas con mujeres en Balbec, que imaginaba haber logrado mantenerme en la ignorancia. Cuando intentamos pensar que será de nosotros después de la muerte, ¿no es nuestro ser viviente el que proyectamos erróneamente en aquel momento? ¿Y es mucho más absurdo, una vez se ha dicho todo, lamentarse de que una mujer ya inexistente ignore que nos hemos enterado de lo que hacía seis años antes, que dejar que dentro de un siglo el público siga hablando con aprobación de nosotros, que estaremos muertos? Si bien el segundo caso tiene más fundamento real que el primero, las penas de mis celos retrospectivos procedían de la misma ilusión óptica que en otros hombres provoca el deseo de fama póstuma. Y sin embargo, si la impresión de la finalidad solemne de mi separación de Albertine había suplantado momentáneamente a la idea de sus felonías, dándoles a estas un cariz irremediable no conseguía sino agravarlas. Me vi perdido en la vida como en una playa infinita y desierta en donde, mirase hacia donde mirase, no la encontraría nunca a ella. 

La formulación "Cómo leer una novela" bien podría compendiarse en "Cómo leer este pasaje", que es la Búsqueda en miniatura y por lo tanto un modelo de la novela tradicional. La visión proustiana de los celos - muy shakespeariana, además - consiste en que efectivamente los celos son una búsqueda del tiempo perdido, y también del espacio. Otelo, Leontes, Swann y Marcel sufren todos de "la misma ilusión óptica", el resentimiento celoso de que no habrá nunca espacio ni tiempo suficientes para su goce personal de Desdémona, Hermiona, Odette y Albertíne. Tal resentimiento es otro modo del ultraje extremo la muerte del amante más que la del amado. Como escritor Proust desea necesariamente la inmortalidad literaria, crasamente reducida a la aprobación pública un siglo después. Los sonetos de Shakespeare están suspendidos en el filo de la asociación entre celos sexuales y envidia de los poetas rivales, pero sólo Proust adscribe genialmente ambos resentimientos a la "ilusión óptica" (maravillosa denominación), sin duda unos de esos errores vitales que Nietzsche consideraba necesarios para la vida. Leyendo a Proust llegarnos a entender nuestras propias ilusiones ópticas, la sordidez de nuestros celos, pero  también nuestros motivos para buscar la metáfora, para leer todavía una novela más. Grandioso comediante del espíritu, Proust parece ahora haber anticipado la carga de retraso, de ingreso demasiado tardío en el relato, que sobrellevamos al filo del Milenio. Proust definió la amistad como un fenómeno "a mitad de camino entre el agotamiento físico y el aburrimiento mental", y dijo que el amor era un "ejemplo llamativo de lo poco que significa para nosotros la realidad". Si Nietzsche nos previno de que la mentira era un agotamiento, Proust exaltó "la mentira perfecta" como la apertura a lo nuevo. Antes me referí a la rápida mengua de lectores serios de novela y, releyendo a Proust, me doy cuenta de que la huida de la novela es un rechazo de la literatura de la sabiduría. Pues, ¿en que otro lugar encontraremos sabiduría aún? Aunque la sabiduría de Proust no es la de George Eliot ni la de Jane Austen, se diría que hay una sapiencia que comparten todos los grandes novelistas. Llamémosla pragmatismo novelístico: algo en lo cual las únicas diferencias verdaderas son las que marcan una diferencia para los maestros de la prosa de ficción. Acerca de la muerte, Proust observa que nos cura del deseo de inmortalidad, ironía ésta que acaso para Eliot y Austen sea demasiado salvaje pero extiende legítimamente la batalla de ambas contra las ilusiones. Yendo más hondo, Proust encuentra innumerables formas de decirnos que la individualidad y la sociedad son irreconciliables; lo cual no significa que seamos meros espejismos del lenguaje o el contexto social. La personalidad, dice Proust, es un "ejército compuesto". Esto ya estaba implícito en George Eliot, pero él lo acentúa; el movimiento es adecuado a su novela de novelas, que toca la verdadera grandeza cuando se atreve a nombrar a la perdida Albertine como "potente diosa del Tiempo". De la Dorothea Brooke de Middlemarch o de Emma Woddhouse nosotros podríamos decir otro tanto, pero no podrían haberlo dicho George Eliot ni Jane Austen. Proust nos enseña tanto la adivinación retrospectiva (viendo a sus personajes como divinidades situadas en el tiempo) como los celos retrospectivos, y sugiere que las dos sensaciones son una. Sus héroes y heroínas son como los dioses de Homero, a quienes también consumen los celos sexuales y las pugnas interiores. El poder curativo de Proust es grande, pero yo ya no puedo leer novelas igual que hace medio siglo, cuando me perdía en lo que estaba leyendo. Si no recuerdo mal, la primera vez que me enamoré no fue de una chica real sino de la Marty South de Gentes del bosque, de Thomas Hardy, y me afligió terriblemente que ella se cortara el magnífico pelo para venderlo. Hay muy pocas experiencias tan intensas como la realidad de enamorarse de una heroína y su libro. Uno mide la vejez que se avecina por cómo Proust se profundiza en ella y por la profundidad que Proust le da. ¿Cómo leer una novela? Amorosamente, si se muestra capaz de alojar nuestro amor; y celosamente, porque puede convertirse en imagen de nuestras limitaciones de tiempo y espacio, brindando sin embargo la bendición proustiana: más vida. 

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