El día que me llamó Adela Cortina LIBROS


*-A la alegría por la llamada de la gran filósofa de la democracia, le siguieron los nervios. Presentaría junto a ella su libro en la Universidad de Valencia. Apunto estuve de meterme debajo de la cama.

Pablo Blázquez

En cuanto colgué el teléfono me puse a pegar botes por la casa. Adela Cortina, la gran filósofa de la democracia, me acababa de llamar para pedirme que presentara su último libro en la Universidad de Valencia. El alborozo era total y creo que grité y salté como gritan y saltan los hinchas más exaltados cuando su equipo marca un gol y se lleva la copa a casa. Un gesto de celebración primitivo, acaso una vociferación dionisiaca, ante el convite de la razón ilustrada. Ni siquiera ese día de alfombras y copas de bastos en el que la reina Letizia entregó a Ethic la Medalla de Oro de la Cruz Roja por la labor editorial y periodística de estos años me había sentido tan agradecido. Pero no tardaron en llegar los nervios. No estaban invitados y, sin embargo, vinieron. Una reacción natural, de acuerdo, pero no por eso menos cobardona. Uno, que tanto desafina, tenía ahora que cantar ante un auditorio repleto justo antes de la actuación principal de una de las grandes voces de la filosofía. Apunto estuve de meterme debajo de la cama.

La cosa es que cuando me llamó Adela, yo ya estaba incubando uno de esos virus letales que nuestras hijas traen a casa de vez en cuando, bombas atómicas que ellas desactivan en un plisplás, pero que a los padres nos pueden dejar una semana bajo tierra. Como el pensamiento de nuestra ilustre filósofa navega en este libro por las aguas de la inteligencia artificial, mi delirio febril me llevó a un mundo de ensoñaciones futuristas en el que los humanos luchábamos contra unas máquinas de tamaño colosal, robots implacables que se habían emancipado. Todo era amenazante, pero al mismo tiempo había épica y emoción, incluso resultaba divertido. Era como si, por fin, tuviéramos algo por lo que luchar.

Una idea de fondo atraviesa las páginas como un cuchillo: necesitamos recuperar los espacios para el diálogo

Quizá todo esto os suene a distopía Blade Runner, pero lo cierto es que estas aventuras oníricas a mí me recordaban más a esa película descacharrante de los inicios de la carrera como cineasta de Woody Allen, El dormilón, una sátira sobre la tecnología y la sociedad del futuro mucho más intuitiva que cualquiera de las turras de Harari y otros nuevos profetas. El protagonista es un tipo que va al hospital a hacerse una intervención en las amígdalas y por error acaba criogenizado. Cuando se despierta, doscientos años más tarde, el mundo libre que había conocido ha desaparecido y los ciudadanos han descendido a la categoría de súbditos bajo el yugo de una nefasta dictadura. Además de las penalidades propias de una tiranía, el futuro les ha deparado otras miserias: todo el mundo —excepto algunas personas de ascendencia latina— se ha vuelto frígido y es por eso que han creado una máquina, el orgasmatrón, que les permite tener una especie de experiencia sexual tecno-onanista. Es una peli divertidísima, como tantas de Woody Allen, pero confiamos en que la cosa no vaya a tanto: un plan del Imserso que ofrece un totalitarismo frígido y a pensión completa no es precisamente lo que uno andaba planeando para su jubilación.

Cuando me recuperé del virus pude por fin hincarle el diente en condiciones al libro de Adela. Nuestra filósofa lo había vuelto a hacer: sus ideas son como las luces de neón que iluminan las calles de una ciudad a oscuras. La inteligencia artificial es el último fuego que Prometeo les ha robado a los dioses para entregárnoslo, de nuevo, a nosotros, los pobres mortales, que tenemos que aprender a usarla minimizando el riesgo de incendio.

En su libro, Adela avanza con el traje ignífugo de la ética cosmopolita a través de los claroscuros de esa nueva revolución tecnológica que se dispone a cambiar el mundo. Una idea de fondo atraviesa las páginas como un cuchillo: necesitamos salvaguardar nuestras democracias de las embestidas del populismo y recuperar esos espacios para el diálogo que paradójicamente se han roto en la sociedad tecnológica. En un mundo dominado por líderes tan siniestros como Putin, Xi Jinping, Trump o Netanyahu, que trazan un horizonte político descorazonador e inhumano, la voz de Adela Cortina nos reconecta con los mejores valores de la cosmovisión ilustrada.

La presentación del libro, por cierto, salió fetén. Adela estuvo elocuente y vibrante ante el público que abarrotaba la sala. Y este humilde editor, como se siente parte de esa resistencia que aún cree y defiende el valor del esfuerzo, preparó de forma tan concienzuda el tributo a nuestra filósofa que cumplió dignamente —o al menos eso creo, espero no equivocarme— con el encomiabilísimo papel de telonero, que en esta ocasión era, qué duda cabe, el más grande de los honores.


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Consumo… luego existo

Consumo… luego existo
 
   
Libro 123 de: 
 
La primera parte de este cuaderno, escrita por Adela Cortina, nos habla del consumo desde su vertiente ética, desde la era del consumo hasta la denominada era neoliberal, y desglosa nuestra sociedad y su relación con esta nueva idolatría. Se trata de una apretadísima síntesis de lo que expone con profundidad en sus libros «Por una ética del consumo» y «Ciudadanos del mundo: hacia una teoría de la ciudadanía», especialmente del primero, En cuanto al segundo capítulo, escrito por Ignasi Carreras, se ofrecen diversas opciones para un consumo responsable haciendo hincapié en el comercio justo. Para finalizar, y como es costumbre en esta colección, «Cristianisme i Justicia» aporta un apéndice con dos cuestionarios de trabajo personales y grupales, uno específico para cristianos y otro para cualquier lector.

Aporofobia, el rechazo al pobre

Aporofobia, el rechazo al pobre
 
   
Generos:    
 
Quienes producen verdadera fobia no son tanto los extranjeros o las gentes de una raza diferente como los pobres. Los extranjeros con medios no producen rechazo, sino todo lo contrario, porque se espera de ellos que aporten ingresos y se les recibe con entusiasmo. Los que inspiran desprecio son los pobres, los que parece que no pueden ofrecer nada bueno, bien sean emigrantes o refugiados políticos. Y sin embargo no existe un nombre para una realidad social que es innegable. Ante tal situación, Adela Cortina buscó en el léxico griego la palabra «pobre», áporos, y acuño el término «aporofobia», que se está imponiendo de forma exponencial. Además de definir y contextualizar el término, Adela Cortina explica la predisposición que tenemos los seres humanos a esta fobia y propone caminos de superación a través de la educación, la eliminación de las desigualdades económicas, la promoción de una democracia que tome en serio la igualdad y el fomento de una hospitalidad cosmopolita.


Ética cosmopolita

Ética cosmopolita
 
   
Generos:    
 
En estos días de preocupación más que justificada por una pandemia letal se oyen a menudo dos preguntas: ¿saldremos de ésta? y ¿qué habremos aprendido para el futuro? Y sí, saldremos de ésta, aunque muchos quedarán —o quedaremos— por el camino, porque todas las epidemias se han superado mal que bien. Pero lo que sucederá en el futuro dependerá en muy buena medida de cómo ejerzamos nuestra libertad, si desde un "nosotros" incluyente, o desde una fragmentación de individuos en la que los ideólogos juegan para hacerse con el poder. Es en este punto donde demostraremos que hemos aprendido algo.
Por primera vez en la historia el género humano se ve confrontado con retos universales y tiene que responder desde distintas instancias, una de ellas, la ética, porque es la que se ocupa de los fines. No basta entonces, aunque son necesarias, las normas y costumbres morales de los niveles micro de las sociedades, es necesaria, por primera vez en la historia una ética para…

Por una ética del consumo

Por una ética del consumo
 
   
Generos:       
 
Es probable que la sinopsis mejor de este libro sea su subtítulo: «La ciudadanía del consumidor en un mundo global». Y es que el consumo no es sólo un medio de supervivencia o un fenómeno económico. Es una forma de relación entre personas, que intercambian regalos, van juntas al cine o a un concierto. Es una manera de comunicar que se ha triunfado en la vida y por eso se conduce un Mercedes, o se lleva ropa de alta costura; o de mostrar a los vecinos que se es igual a ellos, porque también se va de viaje al Caribe. Es un medio de sentirse “uno mismo” gracias a la ropa, la casa, los muebles elegidos, haciendo caso a través de ellos al consejo de Píndaro: “llegar a ser el que eres”. Y es también una forma de sentirse mal al percibir que la mayor parte de la humanidad no puede elegir nada de eso. No puede ni siquiera elegir los bienes de consumo para sobrevivir, porque ni los tiene a mano ni puede producirlos. Sociología, economía, psicología, antropología y mercadotecnia se han adentrado en el mundo del consumo desde hace años y, sin embargo, la ética apenas se ha ocupado de un fenómeno que está causando injusticia en el nivel global, insatisfacción en las supuestas sociedades satisfechas y expolio en la Naturaleza. Cuando, bien enfocado, puede convertirse en una excelente oportunidad de humanización. En esa línea camina este libro: en la de intentar orientar éticamente el consumo, proponiendo sugerencias para un consumo justo, libre, solidario y felicitante. Si es preciso pensar otra globalización, cambiar las formas de consumo es una de las primeras asignaturas pendientes. Y no una optativa, sino una troncal en la carrera de hacer un mundo a la altura del profundo valor de las personas.

¿Para qué sirve realmente…? La ética

¿Para qué sirve realmente…? La ética
 
   
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Efectivamente, esta época nos depara demasiados ejemplos de las consecuencias de la falta de ética en las conductas de muchas personas con responsabilidades políticas y sociales. Y es preciso recordar que la ética “sirve”, entre otras cosas, para abaratar costes en dinero y sufrimiento en aquello que está en nuestras manos lograr, en aquello que sí depende de nosotros. Y también para aprender, entre otras muchas cosas, que es más prudente cooperar que buscar el máximo beneficio individual caiga quien caiga.
Ninguna sociedad puede funcionar si sus miembros no mantienen una actitud ética. Ni ningún país puede salir de la crisis si las conductas antiéticas de sus ciudadanos y políticos siguen proliferando con toda impunidad. Este libro nos recuerda que ahora, más que nunca, necesitamos la ética.


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