Cerca del final de En busca del tiempo perdido se insinúa que los años desperdiciados que el narrador Marcel dedicó a su celosa pasión por Albertina, que lo traicionaba incesantemente con otras mujeres, son la fuente de su arte novelístico. Albertina “me fecundó con el dolor”, fecundo e irónico don para el último novelista de Occidente, en su antiguo y grandioso sentido.

Proust es un genio cómico, más sutil aun que James Joyce, aunque su ambiente es deliberadamente más limitado. El Poldy de Joyce se niega a ser devorado por los celos, aunque en cierto momento ve a Blazes Boylan revolcándose con Molly, la más infiel de las esposas. En Joyce los celos sexuales son un chiste sadomasoquista, “un mejoramiento de la recompensa de la incitación”, para usar la expresión freudiana. Ni en Proust ni en Shakespeare es posible distinguir los celos sexuales de la imaginación creativa. Mucho después de la muerte de Albertina y cuando ya Marcel ha dejado de amar su recuerdo, sigue averiguando todos los detalles de su carrera lesbiana.

En Proust uno sólo siente amor auténtico hacia su propia madre, cosa que quizás explica el aprecio que este autor sentía por Nerval. El amor sexual es otra forma de llamar a los celos sexuales; en contraste, la realidad no significa nada para nosotros. Freud pensaba que uno se enamoraba para evitar la enfermedad, mientras que Proust considera el amor como el descenso al infierno de los celos. Nuestros celos sexuales, cómicos para los demás pero trágicos para nosotros mismos, pueden transmutarse, en retrospectiva, en algo rico y extraño.

Bloom, H. Genios. Un mosaico de cien mentes creativas y ejemplares.