Domenico Losurdo: entre el conflicto y la relación. Un itinerario historiográfico-filosófico. Parte I

 

28 de junio de 2020 | |Reseñas |Visiones

Hoy, 28 de junio de 2020, se conmemora el segundo aniversario del fallecimiento de Domenico Losurdo, distinguido filósofo e historiador italiano. Escritor prolífico, su fallecimiento nos ha dejado sin una voz firme capaz de juzgar con una conciencia clara aspectos centrales de la historia de las ideologías modernas, destacando los aspectos de la reescritura histórica llevada a cabo por el pensamiento liberal contemporáneo y revelando con prontitud sus engaños y contradicciones retóricas (“ Revisionismo histórico. Problemas y mitos ”, “ Contrahistoria del liberalismo ”).

Losurdo ha analizado las técnicas de propaganda de este pensamiento, revelando, con rigor, el rendimiento histórico, teórico y político de los movimientos de pensamiento encargados del desenmascaramiento y producción de alternativas históricas (“ El lenguaje del imperio. Léxico de la ideología estadounidense”; “La izquierda ausente. Crisis, sociedad del espectáculo, guerra ”).

El eje especulativo de la obra de Losurdo, sin embargo, se centra en superar la idea liberal del "fin de la historia" (Francis Fukuyama, El fin de la historia y el último hombre ), centrando sus esfuerzos en esbozar una "teoría general de la lucha de clases" a partir de los textos de Engels. Esta teoría, a su vez, se inscribe en la reconstrucción más amplia de la distinción entre el marxismo occidental y el marxismo oriental, una distinción que incluye y trasciende la mera referencia geográfica y abarca aspectos teóricos fundamentales (" La lucha de clases. Una historia política y filosófica "; " El marxismo occidental. Cómo nació, cómo murió, cómo puede renacer "). Estos dos últimos textos, nacidos de la firme convicción del autor de que la lucha de clases es la principal categoría que anima la vida práctica, nos impulsan a preguntarnos: ¿qué forma adopta la lucha de clases hoy? [ 1] Y, de nuevo: ¿estamos realmente seguros de saber qué es la lucha de clases en sí misma?

1. La relevancia de la lucha de clases

El ensayo “ La lucha de clases. Una historia política y filosófica ” (en adelante LC) gira en torno a esta misma cuestión . Su objetivo, en primer lugar, es aclarar un malentendido: que la lucha de clases es una forma meramente económica de conflicto o, por el contrario, que se sitúa completamente, sin dejar rastro, dentro de los conflictos puramente económicos. Estamos acostumbrados a pensar esto, ciertamente sobre la base del éxito del pensamiento obrerista, para el cual la lucha de clases ve dos contingentes puros opuestos: por un lado, los asalariados, por el otro, los capitalistas (Tronti); pero también sobre la base de cierto pensamiento liberal, que limita la lucha de clases al conflicto entre el proletariado y la burguesía (Habermas). Esta simplificación dicotómica es ahora de dominio público, tanto que cae, con rasgos de pedantería, en la categoría de la famosa lista de Gaber de “Alguien era comunista”: «porque burguesía, proletariado, lucha de clases».

Losurdo nos invita a pensar que, según la letra del texto engelmarxiano, «la historia de cada sociedad que ha existido hasta ahora es la historia de las luchas de clases» (LC, p. 7). Si entendemos la referencia al pasado (que ha existido hasta ahora: bisherigen ) como un recurso retórico válido para todos los tiempos y no como una determinación de «un tiempo determinado y no otro», conviene destacar dos puntos: en primer lugar, todas las sociedades ( aller Gesellschaft ) son, en cada momento, la determinación concreta que la lucha de clases concreta asume «en ellas» [ [2] ]; en segundo lugar, la lucha de clases siempre asume una forma plural ( Klassenkämpfen ). Del primer punto se desprende el fundamento de la actualidad de la lucha de clases, lo que permite a Losurdo justificar su existencia en ausencia de conflicto social explícito y legitimar el intento de rastrear ya en el texto engelmarxiano todos los elementos necesarios para constituir la teoría de la lucha de clases como una «teoría general del conflicto social» (LC, p. 53). Del segundo punto, Losurdo deriva el fundamento de una mayor complejidad extraeconómica de la lucha de clases, como una pluralidad de formas —a veces incluso contradictorias— que saturan la categoría de «conflicto». Dondequiera que hay conflicto, la lucha de clases se manifiesta.

La síntesis de estas dos distinciones (la lucha de clases como teoría general del conflicto; la lucha de clases como pluralidad de formas de conflicto) da cuerpo a dos de los aspectos principales en los que se centra la reflexión de Losurdo: 1) la lucha de clases no es un asunto meramente redistributivo, sino que implica un carácter esencial de legitimación identitaria («reconocimiento»); 2) la lucha de clases se expresa de múltiples maneras, abarcando conflictos que no están coherentemente conectados entre sí y que una comprensión abstracta de los contrastes concretos nos impide ver en su composición general (lo que no excluye, como se mencionó, su posible contradicción mutua). De esto se desprende que la lucha de clases es siempre actual.

2. Redistribución y reconocimiento

En la economía del texto de Losurdo, pero de forma más general en sus estudios, es importante la crítica al economicismo, es decir, la idea de que el conflicto social se resuelve sin dejar rastro en el conflicto económico. En relación con esta concepción del conflicto, encaja la evaluación negativa de la lucha de clases como una lucha por la redistribución exclusiva de los recursos, de la riqueza, en resumen, por el equilibrio de poder entre el capital y el trabajo. Losurdo, reelaborando las ideas de Engels (LC, pp. 79-107), muestra que en las luchas de clases, incluso cuando se desarrollan dentro del plan económico estándar como un conflicto entre el proletariado y la burguesía, el proletariado no se limita a solicitar una mejora en sus condiciones materiales de vida, sino que, principalmente, exige que la clase patronal reconozca la identidad de la clase obrera: una remuneración justa por la fuerza de trabajo proporcionada, incapaz de satisfacer las aspiraciones del proletariado.

Pero ¿de qué identidad y qué aspiraciones hablamos? Losurdo destaca que, históricamente, los trabajadores (asalariados, pero también esclavos) se han distinguido por exigir el reconocimiento de su humanidad: la explotación capitalista no se limita, de hecho, a alienar al trabajador del producto de su trabajo y a apropiarse de la plusvalía producida por este [ 3] ], sino que actúa principalmente degradando al proletario como tal, clasificándolo, como al esclavo, como un Untermensch . Así pues, el principal problema de la lucha de clases no reside solo en aumentar la calidad de la vida material de los trabajadores, sino también (y, aquí, Losurdo parece referirse a "sobre todo") en la calidad de su vida "espiritual", entendiendo por espiritual ese horizonte semántico que pertenece a la autopercepción del hombre como hombre, a la autocomprensión de la vida como una vida digna. Según Losurdo, la dignidad es el principal objetivo de la lucha de clases, que no se trata solo de salarios, sino, en un sentido general, de derechos.

Ante todo, el derecho a que se reconozca la propia humanidad y dignidad personal.

3. Las formas de la lucha de clases

La perspectiva del reconocimiento permite unir las luchas por los derechos sociales y las luchas por los derechos civiles, mostrando cómo la lucha por el propio reconocimiento como hombre es una y la misma lucha por el propio reconocimiento como trabajador.

Es evidente que esta perspectiva funciona especialmente en situaciones donde la negación de la humanidad y la dignidad se produce en las relaciones sociales entre clases. Pero el aspecto que ahora es importante destacar es que Losurdo, como se mencionó, no limita el análisis únicamente a la forma económica de explotación, sino que lo amplía para abarcar, bajo una teoría general del conflicto, todas las formas posibles.

Se centra en identificar aquellas formas plurales de explotación que ya están presentes en Marx y Engels: 1) la forma económica; 2) la forma doméstica; 3) la forma internacional.

La primera forma corresponde a la explotación del trabajador por el capitalista; la segunda corresponde a la explotación de las mujeres por los hombres en las relaciones sociales y familiares (y, aunque de manera más velada, de los niños por sus padres); la tercera, finalmente, corresponde a la explotación de las colonias por las naciones imperialistas.

El autor destaca cómo la segunda y la tercera forma también estaban bien presentes en los textos clásicos de la tradición socialista: contrariamente a la creencia popular, Losurdo muestra cómo Marx y Engels eran conscientes de las condiciones de explotación que sufrían las mujeres en el hogar y en la sociedad y cree que la emancipación femenina de las restricciones domésticas era ya para ellos una parte integral de la liberación más general de la explotación del hombre por el hombre.

Asimismo, Losurdo es muy claro al identificar la forma internacional de la lucha de clases en el choque entre naciones colonizadas y naciones imperialistas.

El aspecto fundamental de esta reconstrucción no reside tanto en la enumeración de formas, sino en el análisis de las subjetividades representadas en ellas y de las relaciones específicas que existen entre ellas en el contexto más general de la teoría del conflicto.

Sigamos los puntos salientes de este análisis: en el ámbito doméstico, el hombre, generalmente empeñado en la lucha por su reconocimiento en el ámbito laboral, actúa sobre la mujer con la misma explotación que combate en esa otra esfera.

Las mujeres son así doblemente explotadas (como proletarias y como mujeres); en el contexto internacional, el análisis se vuelve aún más complicado: por una parte, una nación, en su totalidad, es decir, no sólo como clase dominante sino también como clase obrera, explota a otra nación, como colonia.

Es evidente que la forma en que la clase dominante explota la colonia no es la misma que la de la clase obrera, la cual, sin embargo, como demuestra Losurdo, disfruta a su manera de los frutos de esta explotación (LC, pp. 108-127). Por otro lado, la nación colonizada también está colonizada en su totalidad.

Es decir, dentro de ella, tanto la clase obrera como la clase burguesa comparten esta forma de explotación (con excepción de los casos de la " burguesía compradora ", es decir, la burguesía colonial local que realiza acuerdos con los colonizadores para administrar y disfrutar en parte de esa misma colonización).

Es claro que la clase obrera colonial es explotada dos veces (y las mujeres de esta clase, tres veces), pero esto no impide que Losurdo destaque cómo es posible una alianza interclasista entre el proletariado y la burguesía local, cuando ésta se orienta a preservar u obtener la independencia de la nación, una independencia que liberaría sobre todo al proletariado de una de las formas esenciales de explotación.

4. Patriotismo, internacionalismo, imperialismo

La cuestión nacional, sus relaciones con el internacionalismo proletario, la relación entre lucha de clases y poder político: éstos son los temas a los que Losurdo dedica el cuerpo central del texto de LC.

Aquí se da el primer paso fuera de la tradición de pensamiento europea, accediendo a la colonial, particularmente a la oriental.

El acceso privilegiado al nexo definido por las tres preguntas planteadas anteriormente se da tanto en la Rusia inmediatamente después del fin del comunismo de guerra como en la China maoísta y posmaoísta. Losurdo coincide con Lenin, el crítico del sindicalismo, cuando afirma que «lo que define la conciencia de clase revolucionaria es precisamente la atención prestada a todas las relaciones de coerción que constituyen el sistema capitalista e imperialista» (LC, p. 153).

Liberar a la nación oprimida no es, pues, nada diferente de liberar a la clase oprimida.

Sin haber llegado a este punto no es posible comprender por qué la revolución fue llevada a cabo sólo por las naciones colonizadas, para las cuales, precisamente, la lucha por la emancipación del proletariado asumió una dimensión marcadamente nacional.

Losurdo es claro al señalar en estas naciones la constante de una diferencia de clase que se transforma en una diferencia de casta, donde la inmovilidad social se da por la adhesión de la clase opresora a las fuerzas de la colonización. El proletariado, en este caso, tiende a presentar una demanda de reconocimiento tanto como clase como nación. Es decir, a tomar conciencia de su papel en las relaciones entre Estados y pueblos.

Losurdo reelabora una reflexión de Mao, quien, en medio de la Larga Marcha de 1935, vio la amenaza extrema del imperialismo japonés, escribiendo: «cuando la crisis de la nación llega a un punto crucial y corre el riesgo de ser esclavizada por el imperialismo japonés, es necesario apuntar primero a los invasores y colaboradores, haciendo la transición de la revolución agraria a la revolución nacional» (LC, p. 170).

Esto se debe a que el Partido Comunista expresa los intereses de toda la nación. De hecho, Losurdo comenta: «La lucha contra el imperialismo del Sol Naciente es la forma concreta en que, en una situación bien definida, se manifiesta y se intensifica principalmente la lucha entre el capital y el trabajo» (LC, p. 171).

En este punto se perfila la primera conexión, la que existe entre la cuestión nacional y el internacionalismo, una cuestión que divide al campo socialista todavía hoy, cuando todavía hay dificultades para conceder la ciudadanía al socialismo patriótico.

En palabras de Mao: «En la guerra de liberación nacional, el patriotismo es, por tanto, una aplicación del internacionalismo […]. Separar el contenido del internacionalismo de la forma nacional es la práctica de quienes no entienden nada del internacionalismo» ( Mao Zedong 1969-1975, vol. 2, pp. 205, 218).

Esto se debe a que derrotar a las naciones imperialistas equivale a contribuir a la causa de la emancipación del mundo, debilitando precisamente a aquellas naciones que aún lo mantienen en el lazo de la subyugación.

5. Revolución y poder

Tras establecer el horizonte nacional como esencial para una lucha de clases concreta, el problema se centra ahora en cómo una nación liberada puede garantizar la perpetuación de esta nueva condición. En resumen, surge la cuestión del poder.

Para Losurdo, esto implica que la nación se constituya en Estado, es decir, que se dote de todas las herramientas organizativas y técnicas necesarias para perseverar en la libertad.

En las naciones revolucionarias, es evidente, por tanto, que incluso el Estado, comúnmente entendido como enemigo del proletariado, como un "comité empresarial de la burguesía", se convierte en un instrumento fundamental para el proletariado finalmente emancipado del yugo colonial. Esto se debe a tres órdenes de razones, estrechamente relacionadas entre sí: 1) protección frente a la reacción imperialista (aumento del poder nacional); 2) desarrollo de las fuerzas productivas internas (aumento de la riqueza nacional); 3) progreso en la calidad de vida (aumento de la civilización nacional).

Finalmente, central y decisiva para Losurdo es la atención prestada por Lenin (y luego por el socialismo chino, en particular por Deng) al papel desempeñado por la burguesía en el nuevo Estado revolucionario.

Frente a la idea de una simple eliminación de los residuos burgueses, considerada abstracta, Losurdo se refiere a los pasajes donde el líder soviético, replanteando algunos pasajes de Engels y Marx ( La ideología alemana ; Miseria de la filosofía ), plantea la diferencia entre «clase en sí» y «clase para sí». Lenin aborda la cuestión burguesa distinguiendo entre una burguesía como clase para sí y una como clase en sí: mientras que la primera es consciente de su papel en la lucha de clases entre el capital y el trabajo, y por lo tanto es decididamente hostil a los intereses proletarios; la segunda, privada de la capacidad de dar forma política a sus propios intereses, posee un envidiable capital de conocimientos técnico-administrativos, del que carece el proletariado.

Sin la apropiación y utilización de este conocimiento sería imposible promover un desarrollo económico y social –he aquí el punto– capaz de garantizar los tres órdenes de cuestiones mencionados anteriormente.

Es, de modo similar, el tema central del nuevo rumbo chino inaugurado por Deng, que Losurdo cita haciendo suyas las palabras del líder chino: "¿Existe la posibilidad de que surja una nueva burguesía? Un puñado de elementos burgueses podrán formarse, pero no constituirán una clase", "más aún -comenta el autor- que exista un aparato estatal que sea poderoso y capaz de controlarlos" (LC, p. 236).

Se trata de la distinción ya leninista entre Estado y administración, entre la clase dominante y la clase delegada, donde esta última, burguesa pero expropiada del poder político, asume un papel central en la constitución del Estado revolucionario.

6. Conclusión

En sus líneas esenciales, el denso ensayo de Losurdo va más allá, trazando lo que –a partir de los aspectos destacados hasta ahora– lleva a establecer una diferencia cualitativa entre el marxismo occidental y el marxismo oriental.

El primero, propio de países capitalistas avanzados permeados por la cultura cristiana milenaria; el segundo, propio de países históricamente colonizados y perteneciente, aunque no siempre, a culturas ajenas a la matriz europea.

El primero es incapaz de realizar la revolución socialista y está siempre tenso con demandas mesiánicas inagotables y abstractas; el segundo es capaz del éxito revolucionario y está interesado en el desarrollo inexorable y concreto de la fuerza socialista.

Ante este horizonte, se hace urgente para nosotros repensar la «revolución en Occidente», con Losurdo, con Gramsci y con todos aquellos que han comprendido la naturaleza compleja del comunismo, mucho más allá de la definición acéfala de la abolición del actual estado de cosas.


[1] El autor italiano que, junto con Losurdo, ha abordado la cuestión de la forma actual de la lucha de clases de forma más directa es Carlo Formenti. Recomendamos la lectura de su ensayo « La variante populista. La lucha de clases en el neoliberalismo» (DeriveApprodi, Roma, 2016).

[2] La sociedad es el desarrollo de la lucha de clases. Esto significa que, incluyendo el carácter cambiante de la sociedad, debe entenderse como la lucha de clases misma en su desarrollo plural. Es decir, la estasis y el cambio de formas sociales, culturales, económicas y políticas que la sociedad asume periódicamente no son otra cosa que la composición y descomposición siempre inestables de la lucha de clases, que se generan y corrompen con la generación y corrupción de las propias luchas.

[3] Como aclaran diversos autores (recordamos a Sergio Cesaratto de las « Seis lecciones de economía »), a nivel de análisis económico, la apropiación de la plusvalía por parte del capitalista no constituye un «robo», pues el salario ya es el precio «justo» que paga para asegurar el mantenimiento a lo largo del tiempo de la mercancía específica, la «fuerza de trabajo», que compra. El análisis nos dice, de hecho, que si el salario satisface las necesidades sociales y materiales de subsistencia, es decir, aquellas capaces de reproducir cuantitativa y cualitativamente la capacidad de trabajo de los trabajadores, asume un papel neutral en la economía capitalista.


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Losurdo Internacionalista: 

Un itinerario historiográfico-filosófico – Parte II


30 de junio de 2020 | |Reseñas |Visiones

Dos años después de la muerte de Domenico Losurdo (1941-2018), esta contribución se propone ofrecer una nueva interpretación, al menos en cierta medida, de todo su itinerario historiográfico-filosófico, centrándose en su reflexión internacionalista como el núcleo específico de la investigación de décadas del filósofo italiano.

La figura de Losurdo como 'internacionalista' no remite aquí -o al menos no sólo- a un sentido normativo, es decir a una orientación específica respecto de la cuestión del universalismo y del particularismo; más bien, en clave metodológica, y en el sentido disciplinar del término, se entiende según una reinterpretación comprensiva de él como teórico de las Relaciones Internacionales (de las que es bien conocida la sigla anglosajona: IR), a través de un balance de sus esclarecedoras incursiones en cuestiones internacionalistas.

De hecho, todos los pensadores que han intentado reflexionar sobre las relaciones morales, políticas y jurídicas entre los Estados pertenecen, latu sensu , a la tradición de las Relaciones Internacionales, aun cuando su contribución no parezca estar conscientemente situada dentro de la disciplina de la ciencia política internacional misma y sea, de hecho, extraña a su jerga técnico-disciplinar específica.

Lo que emerge es un pensador que, en su extraordinaria erudición y dominio de la literatura filosófica clásica alemana (que ciertamente incluye la tradición marxista, o más bien los marxismos), nunca ha dejado de pensar, con rigor filológico y filosófico al mismo tiempo, sobre el problema de la mediación entre lo universal y lo particular en la historia humana, y por tanto su tensión concreta no sólo interna a la sociedad (a nivel doméstico), sino también externa (es decir, a nivel internacional).

Desde el comienzo de la modernidad hasta el siglo XXI, por lo tanto, es posible rastrear en la investigación de Losurdo un programa internacionalista latente, que emerge repetidamente en su ardua actividad investigadora, desde el Hegel político hasta su última (meta)crítica del marxismo occidental.

  • Un problema premarxista: la cuestión nacional en Hegel

Un interés kárstico por las relaciones internacionales, o al menos por la relación entre universalismo y particularismo nacional, parece impregnar toda la producción historiográfico-filosófica de Losurdo. Mucho antes de sus obras posteriores, con una orientación más marcadamente internacionalista, en las que la elección de temas y su actualidad se adecuan más a la investigación de la situación global actual, este interés ya está presente al comienzo de su investigación. Todo el recorrido de Losurdo puede leerse, entre líneas, como un comentario sobre la relación dialéctica entre particularismo y universalismo, como sugiere el título de uno de sus significativos, aunque inadvertidos, ensayos del año 2000: Universalismo y etnocentrismo en la historia de Occidente .

Desde su segunda obra, Hegel. Cuestión Nacional, Restauración (1983), cuyo enfoque será retomado y ampliado en su posterior obra, Hegel y Alemania. Filosofía y la Cuestión Nacional entre Revolución y Reacción (1997), la línea de investigación de Losurdo se ha centrado en la interpretación del período clásico alemán como un momento político (y filosófico) de tensión entre la Ilustración y la reacción, por un lado, y en la antítesis entre el estatismo hegeliano racional y la ideología völkisch irracionalista , por otro.

En resumen, en Hegel y su «batalla política» del siglo XIX, Losurdo vio una doble cuestión de relevancia decisiva para el curso histórico-filosófico del siglo XX: el destino histórico del universalismo como criterio normativo de la política (más allá, por tanto, de los obstáculos que representaba el clasismo, la negación nominalista de la humanidad, inicialmente de origen conservador burkeano y posteriormente manifiestamente positivista-racista) y el problema del Estado como criterio de demarcación entre los antiestatismos nacionalistas y el estatismo socialista. Por supuesto, Hegel vivió en el siglo XIX: la «crisis internacional» de 1830, con las convulsiones en Francia, Bélgica, Polonia y Prusia, constituyó para el filósofo alemán un campo de pruebas no solo para evaluar los equilibrios constitucionales internos de los estados europeos, sino también la estabilidad de su orden externo.

La reflexión de Losurdo no se limita al ámbito político nacional, ni siquiera en su más famosa contribución sobre Hegel y la libertad de los modernos (1992). Además de un análisis detallado de los derechos modernos de resistencia, propiedad, trabajo y otros aspectos del sistema legal dentro del Estado, su investigación también amplía su mirada a la recepción general «occidental» de la filosofía política hegeliana.

Surge un doble mito historiográfico: por una parte, la fundación de una tradición europea «liberal-occidental» depurada de Hegel; por otra, el mito de una Alemania constitutivamente antiliberal, cuyo prototipo totalitario y estatista habría sido ya la filosofía de Hegel, en contradicción con la idea misma de «Occidente».

Creemos que no cometemos violencia hermenéutica al interpretar el programa de Losurdo, ya en sus inicios, como una interpretación erudita y trágica de la Weltpolitik del siglo XX que parte de la filosofía política de Hegel como clave para comprender, en círculos concéntricos, los desarrollos de la historia alemana, europea y mundial.

Hegel, en otras palabras, para usar una expresión querida por el propio filósofo de Stuttgart, se convierte en el hic Rhodus hic salta para rastrear, tanto en la historia política como en la filosófica, a los epígonos y adversarios del vasto legado programático de la filosofía clásica alemana, tan extendido, a la manera engelsiana, a toda la «izquierda hegeliana» (y opuesto a la tardía reacción antihegeliana de Schelling en el periodo berlinés). Hegeliano, en cierto sentido, fue la misma parábola histórica que vio nacer la filosofía marxista en Alemania y, con la experiencia soviética en Rusia posteriormente, la constitución de un primer estado socialista capaz de relaciones internacionales.

Se podría glosar, con la afortunada metáfora de Kojève, que en Stalingrado lucharon la derecha y la izquierda hegelianas; de igual modo, para Losurdo es todo el acontecimiento de los siglos XIX y XX, con la trágica confrontación entre Occidente y el resto del mundo, lo que idealmente representó la confrontación entre la causa filosófica del hegelianismo y sus propios adversarios occidentales. De hecho, el racionalismo político hegeliano será interpretado en varias ocasiones por Losurdo como una filosofía de emancipación práctica y filosófica, a la que el marxismo es contiguo, y precursor de una tradición de pensamiento que tuvo consecuencias directas a nivel internacional: los intentos de construir experiencias estatales en las que no solo se supere la discriminación basada en el género y la riqueza, sino también la discriminación basada en la raza.

  • Problemas posmarxistas: entre la autofobia comunista y las desventuras de la paz perpetua

La lucha por la democracia no es solo una lucha dentro del Estado. La lección fundamental del internacionalista Losurdo es que la lucha por la democracia es también una lucha por la democratización de las relaciones internacionales, es decir, entre Estados. El buen historiador y filósofo marxista debe ser capaz de leer entre líneas, en la historia del Occidente contemporáneo, esta laboriosa lucha por la igualdad entre los pueblos, a la que la teoría marxista y el socialismo real han aportado su contribución específica, incluso en el mundo extraeuropeo.

Es, en definitiva, la idea fundamental que acompaña tanto la crítica de Losurdo a la llamada perspectiva historiográfica liberal «antitotalitaria», una exitosa categoría holística en la que se equiparan polémicamente comunismo y nazifascismo (véase Il revisionismo storico. Problemi e miti [1996]; Il peccato originale del Novecento [1998]), como su Controstoria del liberalismo (2005). El fallo metodológico que tienen en común estas perspectivas ideológico-historiográficas —tanto las anticomunistas como las liberal-apologéticas— consiste, según Losurdo, precisamente en su falacia particularista: la presuposición de la existencia de democracias Herrenvolk , es decir, de una jerarquización de los pueblos divididos en democracias de naciones «amos» e «inferiores». Una vez más es una cuestión internacionalista –la entre pueblos dominantes y dominados– la que se impone dentro de la reflexión losurdiana como un aspecto central de la relación entre los mundos occidental y extraoccidental.

La cuestión del colonialismo, en particular, ha constituido uno de los obstáculos más insalvables para la democratización de las relaciones internacionales. Una cuestión eliminada a nivel historiográfico-filosófico por diversas tradiciones y silenciada, como veremos, en el llamado «marxismo occidental». 

Dos aspectos han contribuido a inhibir el reconocimiento de una cuestión internacionalista tan central para la democratización de los pueblos: la autofobia comunista, tradicionalmente alimentada por una política cultural antisoviética, y la instrumentalización del concepto proteico de «Occidente», capaz de asumir gradualmente contornos ideológicos y geográficos en función de intereses geopolíticos específicos.

Estos son los temas abordados respectivamente en las dos ediciones de Fuga dalla storia? (1999; 2005) y en el ya mencionado Universalismo e etnocentrismo , pero que se interpolan repetidamente en varias obras de Losurdo, en el curso de su continua investigación "dialéctica" sobre el Occidente liberal: desde la excavación léxica y conceptual presentada en Il lingua dell'Impero (2007), hasta su desmitificadora La non-violenza. Una storia fuori dal mito (2010), hasta La sinistra assente (2014). Y finalmente, el ideal de paz, para Losurdo, siempre resulta ser el producto de un orden internacional específico.

Un mundo sin guerras (2016) constituye quizás la obra más sistemáticamente internacionalista en la trayectoria investigadora de Losurdo, en la que se presenta una reconstrucción histórico-filosófica de los aciertos y errores del gran ideal de paz perpetua y de las fases que han marcado sus formulaciones teóricas e históricamente desestimadas. Una historia convulsa, marcada por cinco grandes momentos históricos, comenzando por la fase histórica que emergió con el ideal surgido de la Revolución Francesa: el de un mundo sin guerras.

Con Napoleón, de hecho, presenciamos el primer gran intento político de perseguir un modelo de paz auténticamente universal, más allá de los tradicionales esquemas intraeuropeos erasmistas y cruceños de la temprana modernidad. Se produciría una trágica sucesión de trayectorias históricas y recurrencias en la historia de la «paz perpetua»: a la Pax Napoleonica, perseguida con una política de conquista, le siguió un segundo momento en el que la bandera de la paz perpetua cayó en manos del frente antinapoleónico de la Santa Alianza.

Un tercer momento identificado por Losurdo en esta historia contemporánea de proyectos irénicos se sitúa entre el fracaso de la Santa Alianza y el creciente auge de la cultura liberal y positivista del siglo XIX, expresada en el tema liberal de la extinción de la guerra dentro de un orden económico industrial a escala global. La experiencia geopolítica soviética era, por lo tanto, antagónica al orden de las pacíficas «naciones mercantiles» teorizadas por Constant contra los «pueblos guerreros» —de nuevo, la división de los pueblos en superiores e inferiores—.

Finalmente, un quinto momento en esta historia de proyectos irénicos: con la creación de una contraalianza ideológica liberal a través del lema de la “paz definitiva”, [i] asistimos a la transición hacia una pax americana durante el período de posguerra.

Para Losurdo, el “hilo común” [ii] de esta historia de paz perpetua sigue siendo la dialéctica de lo particular y lo universal.

La fragilidad del ideal de la paz perpetua es la misma fragilidad prescriptiva de todo ideal universal: «en el curso de un proceso histórico que es todo menos unilineal» el pathos universalista «debe ser capaz de subsumir y respetar lo particular» para no transformarse en «empirismo absoluto», [iii] que es en última instancia la condición fáctica de todo estado de guerra, figura de la diferencia absoluta en la que sucumbe temporalmente la equidad normativa.

  • ¿Más allá del marxismo occidental? Las desventuras del internacionalismo

Las teorías internacionalistas neoconservadoras y "postwestfalianas" que proliferaron después de la Guerra Fría, finalmente, no serían sino expresiones tardías del "teorema de Wilson", con su postulado de una paz final entre democracias tan inseparable de la propia hegemonía estadounidense.

Para Losurdo, sin embargo, el proceso de democratización de las relaciones internacionales no implica una homogeneidad inmediata de los sistemas jurídicos, menos aún si se impone coercitivamente a través de la guerra.

En este sentido, las intervenciones policiales internacionales de los años 1990 como las llevadas a cabo en el Golfo habrían representado, junto con las operaciones estadounidenses en los Balcanes, una nueva fase de hegemonía internacional: es el amanecer sangriento del “siglo americano” (1999).

No olvidemos que, para Losurdo, la Guerra del Golfo y la formación de una gran coalición militar occidental representaron no sólo un incidente trágico en las relaciones internacionales, sino también un acontecimiento significativo en la historia política italiana.

Su ensayo sobre la Segunda República ya finalizaba con el reconocimiento de una crisis irreversible de la Primera República, marcada no solo por la subordinación ideológica de la izquierda italiana, sino, precisamente con la guerra de Irak, por su primera «guerra colonial» tras décadas de no intervencionismo ( La Segunda República. Liberalismo, Federalismo, Posfascismo , 1994). Y la combinación entre la metamorfosis de la izquierda occidental y la construcción del universalismo imperial marca, de forma más general, el clima ideológico del llamado «momento unipolar» de las relaciones internacionales (1990-2014).

El filósofo italiano ha profundizado en este tema y sus implicaciones internacionalistas, no solo en el ensayo ya mencionado sobre La izquierda ausente (2014), sino también en su última contribución monográfica: El marxismo occidental. Cómo nació, cómo murió, cómo puede renacer (2017).

La expresión “marxismo occidental” que Losurdo toma prestada críticamente del filósofo trotskista Perry Anderson circunscribe no sólo una región específica de su desarrollo dentro del ámbito geográfico, sino al mismo tiempo una región específica dentro de la historia del pensamiento, y precisamente del statu quo occidental del marxismo.

Lejos de representar una hagiografía de los pensadores epígonos de Marx en Occidente, Losurdo ha intentado más bien mostrar el origen y la patogénesis del «marxismo occidental» a través de una divergencia progresiva de esta tradición con respecto a su antónimo, el «marxismo oriental». Esta misma «capitulación ideológica» del marxismo occidental se presenta como resultado del divorcio teórico e histórico con este último.

La “arrogancia eurocéntrica” [iv] y la “tendencia mesiánica y utópica” del marxismo occidental, [v] la “escape de la revolución anticolonial y del Tercer Mundo” [vi] hasta la llegada de un “procolonialismo declarado” [vii] y, de nuevo, el “papel de eterna oposición teórica” [viii] asumido respecto a las cuestiones planteadas por la contingencia histórica y el realismo político, constituyen algunas etapas de este divorcio entre ambos marxismos.

La reinterpretación losurdiana parte de un acontecimiento trascendental en la historia mundial: la Revolución de Octubre y las posteriores oleadas de revoluciones anticoloniales que desencadenó en regiones extraeuropeas, desde Asia hasta Latinoamérica. Sin embargo, el desarrollo de esta historia se analiza críticamente desde la perspectiva de la indolencia ideológica, el escepticismo político y la abstracción filosófica con que el marxismo occidental contempló estos inmensos procesos. Si bien al principio, con la mirada puesta en el éxito de la Revolución Rusa, «no parece haber rastro de divergencia entre los dos marxismos», [ix] los indicios de un inminente distanciamiento entre las dos orientaciones filosófico-geográficas aparecen en la divergencia dentro de la nueva clase dirigente soviética.

En la oscilación táctica e ideal entre la aspiración aventurera a una revolución a escala global y el esfuerzo por construir un país anticolonial, es posible medir la distancia que separará a los intelectuales occidentales de los revolucionarios no occidentales (por cierto, es en la reconstrucción de este debate donde también debemos situar la aportación más discutida de Losurdo, Stalin. Storia e critica di una leggenda nera , 2008).

En esta brecha entre Oriente y Occidente, el reconocimiento correcto de la cuestión colonial ha pagado el precio. Este es un punto crucial para la reconstrucción de los marxismos que ofrece Losurdo.

Una verdadera piedra angular del propio antiimperialismo del siglo XX, nacida de la superposición de la cuestión colonial con la cuestión nacional planteada por Lenin, y ya anticipada por los escritos de Stalin sobre El marxismo y la cuestión nacional (1913).

Mientras que el “marxismo oriental” creía que no era posible “evaluar correctamente la naturaleza de un país haciendo abstracción de su comportamiento hacia los pueblos coloniales”, [x] por el contrario la historia del marxismo occidental es, según la tesis historiográfica de Losurdo, en gran medida la historia de esta eliminación de la cuestión colonial (y nacional).

La orientación internacionalista por un lado y la antiestatista por otro, de hecho, terminaron alimentando las corrientes neomarxistas contemporáneas que profetizaban la inevitable extinción de los Estados en un «Imperio» capaz —en palabras de Hardt y Negri— de garantizar una «paz perpetua y universal» ( sic ). [xi]

Según Losurdo, más bien, el espejismo del internacionalismo global tras la caída del muro sólo habría correspondido a una “soberanía monstruosamente ampliada”: [xii] la estadounidense.

Una vez más, la dialéctica entre lo particular y lo universal reaparece como uno de los temas fundamentales de la investigación internacionalista de Losurdo.

Una reticencia teórica (y política), sin embargo, ha inhibido la capacidad del marxismo occidental para comprender la “geopolítica” misma, entendida por el autor en términos enteramente materialistas como el efecto del “desarrollo de las fuerzas productivas” [xiii] a escala global.

La relectura realizada por Losurdo permite meritoriamente incluir la dimensión histórico-geográfica, y particularmente geopolítica, de la teoría marxista en su desarrollo histórico, proporcionando así sólidas coordenadas historiográficas para rastrear las 'desventuras del internacionalismo occidental', en el pasado y en el presente.

Precisamente los temas representados por la cuestión china en Oriente y, para retomar el título de una de las últimas entrevistas de Losurdo, por la «jerarquía de las fuerzas imperialistas» en Occidente ( Die Hierarchie der imperialistischen Kriegstreiber , 2016), constituyen el último legado de la investigación internacionalista de Losurdo. Un valioso testimonio para quienes deseen intentar continuarla idealmente, siguiendo los pasos de su ejemplar seriedad metodológica.


[i] D. Losurdo, Un mundo sin guerras. La idea de paz: desde las promesas del pasado hasta las tragedias del presente (Carocci, Roma 2016), págs. 232 y siguientes .

[ii] Ibíd., pág. 352.

[iii] Ibíd .

[iv] D. Losurdo, Marxismo occidental. Cómo nació, cómo murió, cómo puede renacer (Laterza, Roma-Bari 2017), p. 185.

[v] Ibíd., pág. 23.

[vi] Ibíd., pág. 123.

[vii] Ibíd., pág. 101.

[viii] Ibíd., pág. 165.

[ix] Ibíd., pág. 27.

[x] Ibíd., pág. 50.

[xi] Cit. en ibíd., pág. 168.

[xii] Ibíd., pág. 145.

[xiii] Ibíd., pág. 192.


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https://www.lafionda.org/2020/06/30/losurdo-internazionalista-un-itinerario-storiografico-filosofico-parte-ii/

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