PSICOLOGÍA Y NEUROCIENCIA, ESE AMOR/ODIO


La rivalidad entre la psicología y la neurociencia tiene ya una larga historia, intercambiando reproches y acusaciones, pero también un amor mutuo mal disimulado. Pese a que hay gente que no participa de esta tangana cutre de partido de fútbol entre pueblos rivales, la muerte de la psicología lleva ya algunas décadas siendo un tema recurrente, incluso poniendo en entredicho su estatus como ciencia, mientras la neurociencia, pese a la explosividad de sus resultados en los últimos años, ha sido acusada de timar al personal y de anunciar una potencia explicativa y una fiabilidad de la que carecería. He vivido esta rivalidad en primera persona y de un modo muy intenso, además. Trato a ambos bandos, leo a ambos bandos y, sobre todo, he estudiado con ambos bandos. Los primeros días tratándolos fueron alucinantes para mí, que venía de un campo muy diferente. Los neurocientíficos tenían una actitud bastante desdeñosa hacia los psicólogos, a los que consideraban algo así como ignorantes e irreproducibles apologistas de la envidia de pene, y los psicólogos consideraban a los neurocientíficos como gente de muy pocas miras, encerrados en laboratorios con sus ratas, vendiendo batamantas y robando muchos fondos de investigación mientras eran ellos los que resolvían los problemas del mundo real. Sin embargo, con el pasar de las semanas, se fueron conociendo. No os voy a mentir, los bandos se mantuvieron y sobre todo las barreras de los biólogos aguantaron firmes, pero el respeto mutuo aumentó considerablemente. Por ejemplo, los neuros fueron apreciando los mayores conocimientos de estadística de los psicos, y muchos se sorprendieron de los sólidos conocimientos de psicobiología de muchos de ellos. ¿Por qué no los usaban entonces y, en lugar de pasarse el día haciendo el idiota midiendo conductas y manipulando gente, no se ponían a estudiar las bases moleculares y los subsistemas nerviosos específicos que subyacen a esas conductas? ¿Por qué conformarse con estudios que, ellos entendían, eran superficiales, sesgados y poco explicativos? A responder a esa pregunta dedicaremos el resto de este escrito, porque, siendo diferentes, la psicología y la neurociencia tienen enfoques muy potentes y complementarios, con sus pros y sus contras.
Nota: El premio a los mejores compañeros de birras, eso sí, se lo tengo que dar a los psicólogos que, sin llegar a la barbarie de un grupo de filósofos, llevan el salvajismo en las venas. Los neuros, según mi experiencia, son gente más colaborativa y apasionada por el conocimiento, con los que da gusto conversar.
Todos los caminos llevan al sistema nervioso
La psicología y la neurociencia no van de la mano por casualidad, sino por un rasgo filosófico muy interesante: comparten dominio. Un «dominio» es el conjunto de fenómenos que estudia un determinado campo científico — considerando que «campo» es el término que incluye las variables sociológicas, psicológicas y procedimentales de una determinada rama de la ciencia. Los dominios de las ciencias están más o menos delineados, aunque abundan las zonas grises. Por ejemplo, el dominio de la biología es la organización de la materia orgánica en organismos que consideramos «vivientes»; pero la relación entre la biología y la química, cuyo dominio es la interacción bajo la forma de «reacciones» de los componentes del mundo, puede ser muy estrecha, razón por la cual existe la bioquímica, que llena ese agujero. Otro caso afamado es el de la mecánica cuántica y la física relativista, cuyos dominios se separan según el tamaño de las entidades estudiadas, pero con un agujero considerable entre ellas, en un territorio comanche intermedio que no se ha conseguido explorar con un marco teórico adecuado. Aunque, bueno, estos son los casos más sencillitos, porque definir el dominio de las ciencias aplicadas — medicina, psicología clínica, ingenierías — o de las ciencias del diseño introduce problemas filosóficos de gran calado. En estos casos, como suele suceder en general, los conceptos que empleamos son más o menos informales y están definidos de forma tácita.
El caso de la neurociencia y de la psicología, sin embargo, es uno de los más llamativos  en relación al tema del dominio. En efecto, ambos campos estudian el sistema nervioso, aunque empleando enfoques muy diferentes. Uno, la neurociencia, estudia las bases moleculares, celulares, tisulares y de sistemas biológicos que dan pie a la actividad nerviosa — en este sentido, estudia, por ejemplo, por qué tenemos neuronas de distinto tipo, el papel de los astrocitos en la recaptación de glutamato, el papel de los canales del calcio en las variaciones sinápticas, las vías aferentes de los ganglios basales, las diferencias entre los potenciales de acción de dendritas y axones, el papel de los núcleos hipotalámicos, etc. —, para ello suele emplear modelos animales, inmunohistoquímicas, cultivos celulares, neuroimágenes y otras técnicas por el estilo. La psicología, por su parte, también lidia con el funcionamiento del sistema nervioso, aunque lo hace atendiendo a sus productos conductuales observables, centrándose en el caso del ser humano y empleando poco, al menos hoy en día, modelos animales. Por ejemplo, estudia las personalidades de las personas, los condicionantes del comportamiento prosocial, los trastornos mentales — cuya etiología está muy poco definida —, o los sesgos cognitivos. Para este fin emplea técnicas de observación conductual más o menos sofisticadas, como las escalas, las tareas cognitivas — por ejemplo, de toma de decisiones en juegos del tipo «dilema del prisionero», o de tipo stroop —, o técnicas de psicofisiología, como el eye tracking o el electroencefalograma. En este sentido, la psicología se hace cargo de procesos de orden superior, de gran complejidad, que incluyen variables ocultas de todo tipo — culturales, hormonales, de sugestión — a los que aspira la neurociencia pero que actualmente es incapaz de estudiar con sus metodologías.
Existe, por supuesto, un área gris entre ambos campos, como es el caso de la psicobiología, aunque muchas veces la distinción entre lo neuro y lo psico es básicamente consensual. Por ejemplo, ¿por qué consideramos que los potenciales evocados son psico y las resonancias magnéticas son neuro? ¿No es acaso la actividad hemodinámica tan conducta como la actividad eléctrica del cerebro? En este caso la distinción se lleva a cabo únicamente porque en una neuroimagen «vemos» un cerebro — atención a las comillas, porque las neuroimágenes tienen más filtro y reconstrucción que Robocop — y en los potenciales «vemos» ondas dibujadas en una gráfica — atención nuevamente a las comillas, porque los EEG son un arte que ríete tú del kamasutra — , lo cual parece encajar más con nuestra idea de lo que es cada campo.
Son dos las preguntas que suele hacerse la gente respecto a lo dicho hasta ahora: ¿Pretende correr la psicología antes de poder siquiera caminar? Y, ¿deberían los psicólogos dejarse de pamplinas y ponerse a estudiar cerebros con microscopios? Las respuestas a estas preguntas no gustarán a los totalitaristas de la actividad científica.
El mecánico y la aspirina
Tradicionalmente se ha considerado que la ciencia lleva a cabo dos actividades: predecir y explicar hechos. Por supuesto, encontrar hechos, entendidos como evidencias, es una actividad que los científicos llevan a cabo, pero la mayor peculiaridad filosófica de la ciencia es que, en base a estos hechos, elabora explicaciones y predice otros nuevos. Por supuesto, las peculiaridades de la explicación y de la predicción científicas son tremendamente complejas y han conllevado ríos de tinta filosófica, de modo que, según el momento histórico y el autor, se ha dado más atención a una cosa o a la otra. Por ejemplo, Popper y Reichenbach eran grandes fans de la predicción, mientras otros, como Hempel o Salmon consideraban que la explicación tenía un valor primordial. Respecto a la predicción, por ejemplo los filósofos solemos demandar que esta sea relativamente improbable, aunque es debatible que, siguiendo a Popper, más improblable = mejor. También solemos exigir que la predicción haya sido claramente delineada, de modo que uno no pueda jugar a su antojo con la interpretación de los hechos.
Las predicciones, qué duda cabe, tienen un gran impacto psicológico en la aceptación de una hipótesis. Un ejemplo clásico de esto fue la predicción por parte de Einstein del desplazamiento de la posición relativa de las estrellas si tenemos en cuenta el efecto gravitacional del sol. Este hecho fue confirmado por Eddington en una de las predicciones más acojonantes de la historia de la ciencia, lo cual supuso un apoyo tremendo a la aceptación de la relatividad. Sin embargo, ¿hasta qué punto es necesario para una ciencia ser capaz de predecir? Por ejemplo, la economía, la historia, la antropología o la biología evolutiva tienen grandes problemas para llevar a cabo predicciones — especialmente si consideramos que en ocasiones se ha separado la predicción de hechos nuevos de la predicción de hechos ya existentes, a veces denominada «retrodicción». La sociología también presenta este problema, aunque en un grado mucho menor a lo que suele decirse por ahí, a la luz de las efectivas técnicas de manipulación de masas. Por esta razón, la predicción ha de ser valorada como un valor muy positivo de la ciencia y como el mayor indicador de capacidad de progreso tecnológico, pero no puede ser el rasgo definitorio de un criterio de demarcación de la ciencia.
Por otro lado, encontramos las complejas explicaciones, cuyo armatoste conceptual suele ser mucho mayor que el de la actividad predictiva. Las explicaciones científicas, por supuesto, se basan en la evidencia y mantienen bajos niveles de elucubración, aunque habitualmente incluyen términos teóricos que sirven para hilar un hecho con otro, dotando de sentido lo que sin ellos es un conjunto desestructurado de evidencia. Existen diversos tipos de explicación científica que han rivalizado dentro de la filosofía de la ciencia, pero que son perfectamente compatibles si consideramos la explicación científica usando gafas pluralistas, que fomenten la concordia y eviten las tendencias al sectarismo. Por ejemplo, el clásico modelo legaliforme hempeliano, el modelo de relevancia estadistica de Salmon, el unificacionista de Kitcher, modelos contextuales como el de van Fraaseen, o modelos causalistas más o menos exigentes, como la laxa propuesta de Woodward y su maravillosa noción de «invarianza» o modelos mecanicistas más complejos, en los que explicar en ciencia consiste en aportar el mecanismo — entendido como una red causal modular y estable — que da pie al fenómeno observado. Hoy en día, siendo Woodward quien ha establecido la noción más empleada de causalidad, es el modelo mecanicista el que goza de mayor auge, considerando que si un campo científico no aporta mecanismos entonces no es explicativo, con casos límite como la física básica, donde se apela a leyes sin más.
Por supuesto, esta idea mecanicista nos obliga a tomar determinadas decisiones, por ejemplo, respecto a las explicaciones estadísticas. Aunque hay quien podría argumentar, no sin razones de peso, que los razonamientos de este tipo son, en realidad, predicciones sofisticadas. Las explicaciones, sean mecanicistas o de cualquier otro tipo, no son imprescindible para el científico, que puede proceder mediante correlaciones y estudios estadísticos. Por ejemplo, sabemos que la corteza de sauce sirve para calmar el dolor desde hace mucho, aunque desconocíamos el mecanismo de su actuación, y conocer este hecho por medio de estudios bien diseñados ya es un gran avance y nos permite operar con él, aunque hayamos conocido su mecanismo mucho tiempo después. Sin embargo, tener explicaciones es muy interesante y da alas a nuestra comprensión del mundo: por ejemplo, sin ella no habríamos sintetizado ácido acetilsalicílico y no habríamos desarrollado aspirinas. Por ello, la relación entre la predicción y la explicación es compleja y requiere de decisiones prácticas atendiendo a diversas variables; preferir una teoría explicativa u otra predictiva depende en gran medida de qué nos aporten, del mismo modo que la cantidad de evidencia que demandamos para aceptar una teoría varía de un contexto a otro. La epistemología de la ciencia es más o menos plástica de acuerdo a lo que más nos convenga, aunque no vale saltarse las reglas.
En este sentido, podemos afirmar que, a grandes rasgos, la neurociencia se ha centrado en explicar el funcionamiento de los mecanismos que componen el sistema nervioso, mientras la psicología está más volcada hacia la predicción de sus outputs conductuales observables. Ambos enfoques, por supuesto, son complementarios: a más conozcas un mecanismo es esperable que aumente tu capacidad para predecir sus outputs.
Sobre constructos y mecanismos
Uno de los puntos más llamativos para notar la diferencia entre ambos enfoques son las entidades que busca estudiar y elucidar cada uno. La neurociencia, en la línea habitual de la biología, busca describir mecanismos. Por ejemplo: los mecanismos que operan sobre el neurodesarrollo de los embriones, los mecanismos nerviosos para detectar el tono muscular o el calor, los mecanismos que desencadenan conductas como el freezing o la respuesta sexual, qué mecanismos fallan en las personas con autismo, esquizofrenia o Alzheimer, o los mecanismos propios de cada sentido a fin de procesar la información. Nuestra comprensión de estos mecanismos, además, no es baja, siendo la neurociencia una ciencia bastante desarrollada — contradiciendo así la leyenda urbana que pontifica que casi no conocemos cómo opera el cerebro. Sin embargo, muchas veces los mecanismos que nos ofrece la neurociencia tienen problemas para la predicción de conductas humanas, tanto por los problemas de extrapolación de los modelos animales como por la aparición de propiedades emergentes y de variables ocultas en niveles de análisis de mayor complejidad. Para ilustrar esta idea: la economía es una rama de la sociología, sin embargo, le cuesta predecir porque está demasiado centrada en las interacciones económicas de las sociedades olvidando otras variables que afectan a su campo, dando lugar así a engendros como pensar que ofreciendo 3 mil euros la gente tendrá más hijos, que el mercado por sí mismo alcanza el precio óptimo que asegura reparto social, o que la satisfacción económica se obtiene únicamente aumentando los propios ingresos.
Por supuesto, hay casos en los que la neurociencia no opera describiendo mecanismos, por ejemplo, en casos como estimulación cerebral profunda en la que se asocia un estímulo en determinada parte del cerebro con un cambio conductual. Sin embargo, la ambición de un neurocientífico que trabaja en estas cuestiones es poder describir por qué esto es así en base a un mecanismo bien definido. Mientras se mantenga en un nivel puramente correlacional, aunque útil y muy interesante, su trabajo será considerado un paso previo. En cambio, lo que encontramos habitualmente en un libro de texto de neurociencia son descripciones de mecanismos como las siguientes:
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La psicología, en cambio, opera sobre unas entidades muy diferentes, que habitualmente se denominan «constructos». No hemos de ententender estos constructos como un producto de constructivismo social en absoluto, dado que un constructo psicológico es una realidad descubierta por medio de la investigación rigurosa, ajena a si vivimos en la URSS o en Australia, aunque su sustrato biológico sea más o menos irrelevante para el psicólogo — y cabe mencionar que incluso la psicobiología funciona parcialmente con constructos; entre los que lo hacen casi completamente están la psicología de la personalidad, la clínica o la psicología social. Los constructos son fascinantes desde un punto de vista filosófico, y consisten, a grandes rasgos, en paquetes de conductas que resultan interna y externamente congruentes. Pongamos un ejemplo: la teoría dual de procesamiento (aka teoría dual del razonamiento) — otro ejemplo canónico es el Big-5. La psicología cognitiva asume desde hace muchas décadas que los seres humanos tenemos dos sistemas de procesamiento de la información: los subsistemas analítico e intuitivo. El subsistema intuitivo es rápido, inherentemente sesgado, emocional y holístico, mientras el analítico es lento, calculador y muy focalizado. Ambos subsistemas, además, son independientes entre sí, de modo que una persona puede tener tendencias variables hacia cada uno de estos subsistemas sin afectar al otro, lo cual quiere decir que uno puede ser analítico sin que ello signifique que uno no sea también intuitivo.
Ambos subsistemas se miden empleando una escala, el REI, que tiene dos factores, «fe en la intuición» y «necesidad de cognición». Estos factores se consideran fiables porque mantienen un alto nivel de congruencia interna, medida por medio de lo que se denomina «alfa de Cronbach», y altos niveles de congruencia externa, medida en base a sus correlaciones estables con otros constructos — por ejemplo, correlaciones con mejor desempeño en tareas de pensamiento crítico o mayores niveles de creencias paranormales. El estudio pormenorizado, iterativo y bien diseñado a nivel estadístico que podamos hacer del REI permite ir delineando ambos subsistemas, estableciendo sus relaciones con otros constructos y sus posibilidades de manipulación experimental. Sin embargo, y pese a que recientemente ha ido progresando el estudio de sus bases neuronales, toda la teoría del procesamiento dual se ha desarrollado de forma puramente predictiva, sin apelar a mecanismos, o empleando algunos pocos muy sencillos y siempre basados en constructos. Este proceder puede parecer marciano para un biólogo ortodoxo, que buscaría entramados causales, sin embargo, no os recomiendo menospreciar el poder de la psicología, que siendo una ciencia ligera y matemáticamente refinada, es capaz de grandes proezas — y, además, también de establecer causalidades mediante la psicología experimental, aunque de forma modesta y metodológicamente compleja.
Trabajar con mecanismos tiene sus ventajas: mayor comprensión, mayor poder de manipulación, mayor capacidad explicativa. Sin embargo, trabajar con constructos también las tiene: mayor capacidad de estudio de fenómenos complejos, menos necesidades tecnológicas, mayor capacidad de resolución de problemas.
La reducción absurda
Cuando se desprecia a la psicología no se está atendiendo a su capacidad para resolver problemas que otras ramas son incapaces de abordar. De acuerdo, vamos a abolir el uso del sistema de clasificación y diagnóstico conductual de los trastornos mentales, apoyándonos únicamente en biomarcadores y en clasificaciones neurológicas. ¿Sabéis lo que pasaría entonces? Pues que todo sería un desastre, porque no tenemos biomarcadores suficientes y nuestras capacidades para el diagnóstico clínico apelando a ellos es muy limitado y está muy poco desarrollado. Sería mejor apelar a ellos, claro está, pero de momento la neurociencia no llega hasta ahí, siendo la psicología el Señor Lobo de las enfermedades mentales, al menos de forma provisional. La psicología es biología, eso es evidente para cualquiera que tenga dos dedos de frente y no crea en hadas, en almas y en causas incausadas, y por ello es ontológicamente reducible al estudio de la materia orgánica, que es reducible, a su vez, a la química, pero la biología no es homogénea; existen diversas metodologías y enfoques, teniendo estos enfoques diversas potencialidades. Si apoyáramos la ya largamente anunciada reducción de la psicología a manos de la neurociencia perderíamos mucho, dado que esta reducción siempre será de la peor de las calañas, al ser incompleta, metodológicamente disfuncional y éticamente reprobable.


Curva memoria
Os pongo un ejemplo práctico acerca de la capacidad de la humilde psicología, de cómo la neurociencia, pese a ser más elegante y fardona, suele ser también menos operativa. El estudio de la memoria por parte de la psicología tiene ya una larga historia que supera ampliamente el siglo. En 1885 Ebbinghaus ya había descrito lo que conocemos como «curva del olvido», empleando para ello autorregistros. Esta curva aún es aceptada hoy en día, y fue establecida de un modo muy rudimentario pero fiable. En 1968, Atkinson y Shiffrin presentaron un modelo general de la memoria que ya incluía la memoria a corto plazo, la de largo plazo y la memoria sensorial, además de algunas relaciones entre ellas:
Modelo memorias
Si la modelización de Atkinson y Shiffrin es o no la descripción de un mecanismo muy sencillo es algo que está abierto a debate, dado que no ahondaron en las relaciones causales entre los módulos, sin embargo, como modelo aún es la base de lo que hoy en día consideramos el estudio de la memoria. En 1968, cabe recalcarlo, no teníamos ni repajolera idea de dónde estaba o qué mecanismos daban pie a la memoria a corto plazo o a la de largo plazo, sin embargo, la psicología ya trabajaba con ellas sin despeinarse, tratándolas como constructos congruentes por predictivos. Para hacernos una idea del avance que presentaba la psicología en contraste con la neurociencia hemos de considerar que en 1949 aún se estaba desarrollando el marco teórico del estudio neurocientífico de la memoria, el postulado de Hebb, y que en 1965 Kandel estaba estudiando los pepinos de mar para ver qué mecanismos operaban sobre constructos psicológicos tan viejos como la habituación, la sensibilización o el condicionamiento. En 1973 los neurocientíficos lograron desentrañar a grandes rasgos el mecanismo básico de la memoria, la potenciación y la depresión a largo plazo. De este modo, mientras los psicólogos ya estaban analizando los límites de la memoria a corto plazo, viendo la relación entre esta y el estrés, o los efectos en la memoria de fármacos o de determinados trastornos mentales, por poner algunos ejemplos, los neuros aún estaban con el ABC de la memoria desde un punto de vista neurofisiológico. En el año 2005 Quian Quiroga comenzó a desentrañar cómo funciona la memoria conceptual, ¿os cuento desde cuándo trabaja la psicología con agrupaciones conceptuales y, en general, con este tipo de performance cognitiva? Pues eso.
En resumen, lo que debería cundir entre neuros y psicos es el mutuo respeto. Claro que la psicología está de mierda hasta arriba, pero también es cierto que es una rama de la ciencia muy potente, relevante y que, en caso de estar bien ejecutada, aporta conocimiento muy fiable. Los neurocientíficos deberían ver en la psicología los horizontes de sus próximos retos, y los psicólogos deberían ver en la neurociencia nuevas posibilidades experimentales y la confirmación o matización de sus propios constructos. No tiene sentido despreciar a la neurociencia, como hacen algunos psicólogos, afirmando que esta no tiene poder explicativo real y que son unos vendedores de crecepelo, ni tampoco lo tiene el caso inverso, el de la psicología como neurociencia para dummies. La humildad, junto a la estadística, a la experimentación y a la interdisciplinariedad, nos llevará más lejos


Por Angelo Fasce

Las distorsiones de la percepción




La imagen parece moverse ondulando cuando, en realidad, no tiene ningún movimiento.
(Imagen de Dominio Público creada por Paul Nasca, vía Wikimedia Commons)
La percepción no es tan confiable como quisiéramos, y quizá sea bueno desconfiar un poco de lo que percibimos, sobre todo cuando tiene características demasiado singulares.

Todos conocemos las ilusiones ópticas: cubos que parecen invertirse por sí mismos, líneas rectas que parecen curvadas, colores que se ven más oscuros o más claros según su entorno, etc.

El estudio de la percepción ha sido parte al mismo tiempo de la ciencia y de la filosofía, en especial cuando ésta se pregunta sobre la precisión y confiabilidad con la que apreciamos el universo. El resultado ha sido bastante desalentador para el ser humano: las capacidades de nuestros sentidos son bastante mediocres comparadas con los grandes campeones perceptivos de la naturaleza. El ojo de un buitre es mucho más agudo que el humano, con un millón de receptores de luz por milímetro cuadrado, y puede ver a un pequeño roedor desde una altura de 5 mil metros. Las abejas ven la luz ultravioleta. Los delfines pueden escuchar frecuencias de hasta 100.000 hertzios (Hz) mientras que nosotros apenas escuchamos de 20 a 20.000 (y menos al ir envejeciendo). En toda la naturaleza hay sistemas de percepción evolucionados para enfrentar desafíos concretos, superan con mucho la percepción humana o están diseñados para estímulos que no significan nada para nosotros.

Además de las limitaciones físicas de nuestros sentidos, lo que percibimos está filtrado a través de nuestras emociones y expectativas. Así, en un conocido experimento se le da a un grupo de voluntarios la misión de contar cuántas veces bota la pelota en la filmación de un partido de baloncesto, durante la cual pasa varias veces entre los jugadores un personaje con traje de gorila. Los resultados han demostrado que, concentrados en los botes del balón, la mayoría de los sujetos no notan la aparición del gorila, aunque lo aparentemente lógico sería que tan desusado acontecimiento llamaría su atención. Un caso extremo donde las emociones alteran nuestra percepción lo tenemos en las personas que sufren de trastornos alimenticios, y que se ven a sí mismos como obesos cuando están en un alarmante estado de desnutrición. Otra fuente de distorsiones son diversos medicamentos, sustancias (como los alucinógenos o psicodislépticos), ciertas enfermedades, tanto físicas como mentales, la experiencia previa y numerosos factores adicionales. Un ejemplo especialmente interesante son las personas que sufren determinadas afecciones como la agnosia visual, que puede ser causada por muy diversas causas. Se trata de una incapacidad del cerebro de interpretar o entender estímulos visuales normales, por ejemplo, no poder reconocer caras aunque el paciente pueda describir su forma, color y características.

Quizá el ejemplo más asombroso de las alteraciones de la percepción sea la sinestesia, una afección definida como la mezcla de impresiones de sentidos diferentes. Drogas como el LSD o la mescalina pueden provocar sinestesia, de modo que la persona bajo su influencia reporta que puede "ver los colores" u "oler los sonidos". La sinestesia no es tan infrecuente, pues la posee en mayor o menor medida el 10% de la humanidad, generalmente en formas leves, como el hecho de asociar colores a letras, números o días de la semana, pero resulta especialmente valiosa para el estudio de la neurología (y sumamente interesante para un lego) cuando alcanza niveles extremo, como el de un hombre que experimenta distintos sabores según la textura de lo que está tocando (al hacer albóndigas para hamburguesas, experimenta un sabor amargo) o una mujer, muy estudiada, que ve colores según la nota que se toque en el piano.

Todos nuestros sentidos son producto de las mismas células, las neuronas, evolucionadas para activarse ante distintos estímulos: las del oído se activan con los movimientos en los que nuestro oído interno convierte al sonido, mientras que las de la retina se activan con la luz. Pero además de esta especialización, el cerebro interpreta los impulsos provenientes de tales células solamente como sonidos o luz. Cuando activamos las células de un sentido con otro tipo de estímulo, el cerebro y el órgano lo interpretan siempre igual. Una forma sencilla de constatar esto es tallarnos los ojos vigorosamente, como lo hacemos cuando tenemos sueño. La presión que provocamos en el ojo es interpretada por la retina en forma de luz, como estrellitas y destellos diversos, un pequeño espectáculo de fuegos artificiales dentro de nuestros ojos provocado por la presión que activa las células de la retina, pero que éstas sólo pueden transmitir como luz.

Los estudios sobre la percepción y sus distorsiones no tienen sólo una utilidad médica. De manera cada vez más clara, las fuerzas policiales están comprendiendo que deben ser más cautas con lo que dicen los testigos, no por temor a que mientan, sino porque sus percepciones no son del todo confiables, especialmente si han estado bajo una gran tensión. En un experimento clásico, un grupo de personas inesperadamente es testigo de un asalto por parte de un delincuente alto, forzudo y malencarado, que amenaza a una víctima indefensa y le roba la cartera. La gran mayoría de los testigos informa después que el delincuente portaba una pistola, cuando en realidad llevaba solamente un plátano, con su característico color amarillo.

Nuestros sentidos son útiles, pues, pero no infalibles. Confiar ciegamente en ellos y en los datos limitados y con frecuencia distorsionados que nos ofrecen puede no ser una buena idea, como no lo sería, a menos que tengamos alguna afección claramente diagnosticada, dudar totalmente de toda la información que nos dan acerca del universo que nos rodea.

Seamos sinestésicos

El doctor Vilayanur S. Ramachandran, uno de los principales estudiosos de la sinestesia, empezó diseñando experimentos destinados a determinar si se trataba de un efecto de percepción real o de la "imaginación" de los sujetos, y una vez habiendo demostrado que era real, ha emprendido un esfuerzo profundo por estudiar la neurofisiología de la sinestesia, determinando, entre otras cosas, que es producto de un "cruce neural", donde ciertos desequilibrios químicos producen que los impulsos destinados a un sentido como la vista se desvíen de modo medible hacia otros sentidos, demostrándolo en experimentos de imágenes del cerebro con distintos escáneres. La hipótesis más interesante que ha emitido Ramachandran, que sigue trabajando en el tema, es que la sinestesia no sólo es normal, sino que puede estar en la base de muchos procesos creativos, como la creación de metáforas en la literatura o, incluso, ser parte clave de la capacidad de leer, con la que enseñaríamos a nuestro cerebro a interpretar las palabras que leemos como sonidos.

http://xoccam.blogspot.com/2006/01/las-distorsiones-de-la-percepcin.html

TRUMP NO TIENE LA CULPA

noviembre 30, 2019


Oir y leer a Donald Trump es un viaje a la chabacanería, la indolencia y el narcisismo más espectacular. Pensemos en un Recep Tayyip Erdoğan que recibe una carta donde Trump le advierte: "¡Hagamos un buen trato! Usted no quiere ser responsable del sacrificio de miles de personas, y yo no quiero ser responsable de destruir la economía turca... y lo haré." Y termina advirtiendo que la historia "lo verá a usted para siempre como el diablo si no pasan cosas buenas. No sea un tipo duro. ¡No sea tonto!"


La reacción del tirano turco, para sorpresa de nadie, fue tirar la carta a la basura e invadir Siria, masacrando en los primeros días a 120 kurdos.


Al anunciar la eliminación de Abu Bakr al-Baghdadi, Trump explicaba, como niño de primaria:

 Nuestro canino, como lo llaman, yo lo llamo perro, un perro hermoso, un perro talentoso, fue herido y traído de vuelta, pero no tuvimos ningún soldado herido. E hicieron muchos disparos e hicieron muchas explosiones, incluso sin pasar por la puerta principal. Sabes, uno pensaría que pasa por la puerta. Si eres una persona normal, dices toc-toc, ¿puedo entrar?El hecho es que entraron a la casa con una explosión en una pared muy gruesa y les tomó literalmente segundos. Cuando esas cosas estallaron, tenían un gran agujero hermoso y entraron corriendo y sorprendieron a todos.

La sorpresa de la gente normal es continua. Trump jugando a conducir un camión, Trump dejando tirado un paraguas que no sabe cerrar al entrar al avión presidencial, el Air Force One; Trump escuchando a la refugiada yazidí y Premio Nobel de la Paz Nadia Murad contarle cómo ISIS mató a su familia para luego preguntar, de lo más fresco: "¿Dónde están ahora?", a lo que ella respondió asombrada que estaban muertos... y para segundos después interrogarla sobre por qué le dieron un premio tan prestigioso.


Trump perdido en sus pensamientos mientras Nadia Murad relata la tragedia de los refugiados como ella.

Donald Trump parece vivir en una realidad paralela, en un mundo personal totalmente desconectado de la realidad objetiva. Su valoración de la gente a su alrededor depende de si le es útil, si lo quieren, si lo admiran, si son importantes y, sobre todo, si le aplauden lo que hace y ríen sus chistes.

Yo he conocido gente como Donald Trump. Algunos muy parecidos, otros menos esperpénticos, pero todos son producto de la gente a su alrededor, de la obsequiosidad, de la cortesanía, del servilismo genuino o falso de quien espera salvarse de algo u obtener algo del poderoso.

Trump es poderoso. Pero no lo sabe. No tiene ninguna capacidad de gestionar el poder, de usarlo, de modo que su poder se va diluyendo entre la gente a su alrededor, que lo usa hasta que cae de la gracia del presidente. La lista de dimisionarios y despedidos de la Casa Blanca desde que tomó posesión el 20 de enero de 2017 tiene su propia página de Wikipedia e incluye casos especialmente desconcertantes como los cinco Asesores Nacionales de Seguridad que han pasado por la oficina, o sus continuos cambios de jefes de prensa. Más de 50 cambios en el entorno presidencial y 10 en su gabinete a fecha de hoy.

Esto indicaría que lo que tiene Trump, lo que ejerce, lo que comprende, es la fuerza, no el poder. Como el matón de patio escolar, entiende que sus puños (su dinero, en este caso) son el camino para hacer lo que quiera. No tiene que aprender diplomacia, no tiene que distribuir y compartir poder para afianzar el suyo. No tiene que tomar en cuenta contextos diversos. Lo sabe todo y lo puede todo (ha llegado a decir equivocadamente que el artículo 2 de la Constitución de los EE.UU. le permite hacer "lo que le dé la gana"), sin dar cuentas, porque es fuerte. No ha tenido que aprender a trabajar con otros porque los ha usado sin cesar.

Y ellos se han dejado usar. Han sido los arquitectos de la forma de ser de Trump. Gracias a ellos, desde que nació como hijo de un millonario sin escrúpulos, no ha tenido ninguna necesidad de ser diferente.


Y esto se aplica a todo el Partido Republicano, que ha sufrido una importante degradación desde la aparición del Tea Party, y que entró en franca descomposición con el abordaje de Steve Bannon y Donald Trump. Muchos republicanos, porque muchos son gente decente y honesta más allá de sus ideas conservadoras, lamentan las actitudes, comportamientos y graves errores de política nacional e internacional de Trump. Pero están dispuestos a seguir siendo sus facilitadores mientras se siga haciendo todo lo que hay detrás, lo que no se ve en los medios copados por los momentos incómodos de Trump: reducción de impuestos a los ricos, demolición de las políticas medioambientales, acciones para impedir el aborto libre, nombramientos de jueces ultraconservadores (no sólo en la Suprema Corte, que fue el caso de Brett Kavanaugh, sino a todos los niveles del poder judicial), la anulación de diversas leyes referentes a protección del trabajador y del consumidor, deportaciones exprés, órdenes contra la entrada de musulmanes en los EE.UU., prácticas que dificultan el voto a negros y latinos... la lista es enorme.

El precio es sólo seguirle la corriente a Trump y defenderlo, para que las políticas regresivas republicanas sigan avanzando. Están dispuestos, al menos de momento y mientras el procedimiento del impeachment o juicio político, a seguirlo defendiendo.

Pero lo que construye a personajes como Trump es precisamente su confianza en la lealtad, en el valor de la lealtad, en el ser querido y admirado. Como cuando presume de que Kim Jong-un "le mandó una carta muy hermosa" está asumiendo la sincera admiración del regordete tirano. Cuando descalifica a alguien como "Never Trumper" o "nunca partidario de Trump" está, en su mente, denunciando una verdadera falta grave: la deslealtad.

Y lo peor es que la lealtad a su persona, que tanto valora, no la tiene ninguno de quienes le han construido como es. El poderoso puede concitar lealtades. El que sólo manda por la fuerza atrae más rencores que lealtades, más cuentas pendientes que incondicionalidades, más iras contenidas.


Será un espectáculo peculiar, si se produce, que el cada vez más probable juicio político a Trump lo enfrente al hecho de que su fuerza no lo puede todo y "los suyos" nunca lo fueron. Parte de ese espectáculo se empieza a ver cuando senadores tan vilmente obsequiosos como Lindsay Graham de pronto se oponen a decisiones como la retirada de las tropas de Siria. O, más grave, cuando el propio líder del senado Mitch McConnell niega haber tenido una conversación donde le dijera a Trump que su llamada al presidente Zelensky (el punto de partida de la investigación de impeachment) había sido "perfecta".

Porque a ojos de Trump lo es. Él sólo pidió a Zelensky que hiciera algo por Trump, para ayudarle a desprestigiar a un adversario político y ganar las elecciones. Lo que, para Trump, es igual a ser leal a Estados Unidos. Él es Estados Unidos, la presidencia y su persona e intereses son inseparables. Por eso los altos funcionarios estadounidenses que viajan por el mundo se quedan en los hoteles Trump. No hacerlo sería traición.

Precisamente porque ese delirio no lo comparte casi nadie, ni siquiera quienes usan a Trump, tantos egresados de su caótica Casa Blanca no tienen empacho en escribir uno tras otro libros contando la maraña de absurdos que se vive en el despacho oval donde ejerce sus funciones la persona, por definición, más poderosa del mundo... un despacho que, paradójicamente, hoy ocupa un hombre que no sabe manejar, entender ni ejercer el poder.
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Los seis científicos ciegos y el elefante



La historia de los seis sabios ciegos y el elefante, originaria de la India, es una de las parábolas que más han entusiasmado a diversas religiones, y se utiliza para demostrar que el ser humano es enormemente limitado, que la verdad es incognoscible, que la subjetividad manda y básicamente cualquier conclusión que se le haya ocurrido a alguien mientras ora, medita o se guarda entre pecho y espalda un rico guiso obtenido sin necesidad de trabajar, como suele ser común entre los ministros religiosos. A muchos filósofos también les gusta la historia.

Si usted por un casual no la conoce, que sería rarísimo, leála aquí. Las versiones varían pero lo esencial no.

El problema que siempre he tenido con esta historia es que para mí lo único que demuestra es que la arrogancia de la religión y la filosofía es peligrosa e impide el conocimiento.

Porque si en lugar de ser seis sabios ciegos en la antigua India (esa India espiritual y de gran bondad e iluminación que igual tiene un sistema de castas que considera que el nacimiento de una hija es una maldición y todavía hoy es común que a las recién nacidas se les mate sin más trámite) esos seis sujetos hubieran sido seis científicos con una preparación adecuada, la historia sería distinta. Vamos a contarla.

LOS SEIS CIENTÍFICOS CIEGOS Y EL ELEFANTE


Había una vez seis científicos ciegos, tres hombres y tres mujeres (como corresponde) que pese a su formación por alguna extraña e incomprensible causa nunca habían tenido noticia de la existencia del elefante mas que por comentarios vagos e imprecisos. Hartos de esa ignorancia, viajaron a la India para poder estudiar al elefante. Pronto se encontraron de frente con un manso paquidermo y se les ofreció la oportunidad de conocerlo.

El primer científico se aproximó al elefante y dio de lleno con su costado.

-Esto parece una pared, -dijo y siguió explorándolo con las manos-. Tiene una curiosa curvatura y es rugoso y duro.

Para entonces, una de las científicas se había acercado a su vez, dando con la oreja del elefante.

-Pues esto parece como un gran abanico, una estructura delgada y muy amplia. Podría ser otra parte del elefante.

Siguiendo su voz, el primer científico se acercó palpando el costado del elefante, llegando a su cuello hasta detectar la oreja.

-Anda, pues el muro se resuelve en esta estructura. El elefante parece un acertijo complejo. ¿Quieres comprobar lo que toqué a la derecha?

La científica asintió y recorrió el camino inverso hasta llegar al amplio costado del elefante.

-Seguramente hay más de él que debemos conocer -dijo luego de constatar que la descripción de su compañero era correcta.

-Vaya si lo hay -dijo la segunda científica, cuya voz escucharon a su izquierda-. Porque esta parte parece una lanza de textura lisa y con una suave curvatura.

Los dos científicos siquieron palpando hacia su izquierda, tocando la mejilla del elefante, incluso subiendo y bajando las manos por su extensión, hasta llegar al colmillo que la segunda científica había encontrado, recorriendo su extensión y su cambiante forma.

Mientras comentaban animadamente las tres partes del elefante que habían descubierto, los interrumpió otro de sus compañeros.

-Pues si se acercan más hacia aquí verán que esta parte es como una serpiente -anunció aferrado a la trompa del elefante.

El proceso se repitió. Los tres primeros fueron a constatar las descripciones táctiles que habían recopilado hasta el momento y se reunieron alrededor de la trompa, descubriendo, al recorrerla con los dedos de arriba a abajo, que era más gruesa en la base y más estrecha en la punta, donde tenía una fascinante capacidad prensil. Su emoción no hizo sino aumentar cuando la tercera científica llamó su atención.

-Aquí lo que tenemos es un pilar... que llega hasta el suelo y parece estar unido al muro que describió nuestro primer colega... quizás hay más.

Siguió un revuelo de dedos recorriendo al elefante y encontrando, además de sus labios y otras áreas, que no había uno, sino cuatro pilares, con lo cual alguno se atrevió a decir:

-Igual son patas. Es sólo una hipótesis de trabajo, pero parece razonable como punto de partida.

Los demás asintieron y se anotaron la posibilidad de que el elefante fuera un animal de cuatro patas.

El tercer científico intervino entonces desde el otro extremo del animal.

-Pues lo que hay aquí es algo que parece una cuerda, con una borla de pelo en el extremo. Quizás es el final del elefante.

Las manos volvieron a partir de la trompa, tocando los colmillos y las orejas y el costado hasta llegar a la cola del elefante, que sostenía el sexto científico.

-Pero estamos detectando al elefante sólo del suelo hasta nuestra altura -dijo una de las científicas.

-Es cierto -coincidió uno de sus compañeros-. Tenemos que explorar la parte de arriba, que por supuesto nos supera en estatura a todos. Alguien se tiene que subir en los hombros de otros para poder tener una descripción más precisa del elefante.

Y así, a hombros de gigantes de su misma estatura, los científicos, pese a su ceguera, pudieron hacer una descripción bastante completa de cómo era el elefante.

Y era así...

Peter Boghossian, nueva víctima del posmodernismo

SÁBADO, 10 DE AGOSTO DE 2019


En mayo de 2017, el matemático James Lindsay y el filósofo Peter Boghossian publicaron "El pene conceptual como construcción social" en el journal Cogent Social Sciences — en él afirmaban que los penes no eran órganos reproductivos masculinos sino que eran mejor entendidos como construcciones sociales problemáticas para la humanidad que incluso causaban el cambio climático. La idea era demostrar que cualquier cosa, por absurda que fuera, sería aceptada para publicación en un journal infectado de posmodernismo, siempre y cuando apelara a los sesgos políticos de la junta editorial y los pares revisores (si los hubiera); vamos, que el propósito era demostrar que opiniones infundadas y afirmaciones absurdas y demostrablemente falsas podían ser pasadas por "conocimiento", siempre y cuando fueran presentadas de la manera adecuada. El proceso exactamente contrario a como se hace ciencia.

En 2018, Helen Pluckrose se sumó al equipo y, entre los tres, enviaron a varios journals una serie de papers, cada uno con una premisa mas absurda que el anterior, logrando que les publicaran y premiaran las tesis más reverendamente disparatadas, lo que se vino a conocer como el asunto Sokal al Cuadrado — en esencia, bastaba con identificar cualquier población (verdadera o aparentemente) oprimida e inventarse que cualquier cosa normal es una forma más de opresión, o alternativamente proponer las maneras más humillantes y chovinistas con las que una población "oprimida" podría ejercer su venganza indiscriminada contra los miembros de las supuestas poblaciones opresoras. Toda la empresa estaba diseñada para poner de manifiesto lo podrida que se encuentra la publicación académica allá donde ha sido colonizada por el posmodernismo; nuestros protagonistas le dieron el muy apropiado nombre de Estudios de Agravios.

La cosa no cayó bien en los círculos posmodernos; para su desgracia, y como guinda del pastel, la respuesta estándar de contactar al empleador de quien ose desafiarlos no surtiría efecto en los casos de Lindsay y Pluckrose, pues sus ingresos no tienen lazos formales con la academia ni la creación de políticas públicas, razón por la cual las amenazas de hacerlos despedir terminaban en estrepitosas carcajadas, al igual que los intentos previos de etiquetarlos como defensores de la opresión — más de uno ha terminado con el ego en la unidad de cuidados intensivos, después de que sus acusaciones pasaran por el ojo clínico con el que Lindsay analiza y pone de manifiesto la bancarrota moral y epistemológica del posmodernismo.

El caso de Boghossian, sin embargo, es otro cantar. Él es profesor de la Universidad Estatal de Portland (PSU) en Oregon (EEUU), y por tanto, a él sí le podían joder la vida por atreverse a dejarlos en evidencia. Así que no tardaron mucho en llegar quejas a la Universidad —muchas anónimas—, acusándolo de haber participado en publicaciones que atentaban contra las guías éticas de publicación y, en menos de un santiamén, el Comité de Ética de PSU le abrió una investigación por mala conducta ética.

Durante el acopio de evidencia, al Comité le llovieron cartas de personas preocupadas por la integridad de la publicación académica y la honestidad intelectual, defendiendo a Boghossian. Todos los intelectuales públicos que importan alzaron su voz para explicarle a la administración la perogrullada de que participar en publicaciones fraudulentas era la manera de demostrar que los journals de las disciplinas de Estudios de Agravios son fraudulentos por naturaleza.

A diferencia de los empleadores de Lindsay y Pluckrose, PSU sí tiene mucho qué perder si no cede a los matones de la izquierda regresiva. Así que, en una movida que no sorprendió a nadie, Boghossian recibió hace unas semanas, los resultados de la investigación del Comité de Ética de PSU, y estos son todo lo que cabría esperar — no hubo material probatorio para condenarlo o despedirlo, aunque eso no impidió que igual encontraran una excusa con la cual sancionarlo, por supuestamente violar las protecciones y los derechos de sujetos humanos de su investigación (!); en consecuencia, el Comité le prohibió a Boghossian participar en calidad de investigador principal, colaborador o contribuyente en cualquier investigación relacionada con seres humanos.

Uno no sabe qué es más triste, que una Universidad se preste para este circo o que sean capaces de producir unas conclusiones tan obtusas: Boghossian et al no estaban investigando a los responsables de los journals irresponsables; ellos sólo estaban demostrando un punto. ¿Cuánta oligofrenia se necesita para no comprender que los editores de los journals fraudulentos no eran sujetos de estudio y que, igual, de haberles pedido su consentimiento informado los habría puesto sobre aviso?

Publicar en un journal que disfraza sus sesgos politicos de conocimiento no se vuelve fraudulento sólo porque la persona que envía un paper sea consciente del chiringuito que tienen montado en el journal. Objetivamente hablando, es tan fraudulento quien publica allí a sabiendas como quien lo hace sin saber.

A pesar de que los nuevos inquisidores no consiguieron que Boghossian fuera despedido, la decision de prohibirle investigar y acceder a fondos de la Universidad para conducir investigaciones, termina efectivamente con su trayectoria académica en ese plantel. De las pocas personas tratando de rescatar la educación de las garras de la sinrazón, y así le pagan. Y la sanción a Boghossian, ademas, sirve de advertencia: así le va a ir al que ose desafiar el dogma posmoderno que ha secuestrado a la academia.

Ya sé que no está de moda, pero yo me quedo con la izquierda que se preocupa por los derechos de los trabajadores y los profesores, en vez de amenazar su subsistencia por atreverse a tener opiniones incomodas.


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Publicado en De Avanzada por David Osorio

Cómo daña el populismo a la democracia

LUNES, 14 DE ENERO DE 2019


En los últimos años, el populismo ha dejado de ser un fenómeno exclusivo de la política local de tropicales repúblicas bananeras, y ha ganado bastante tracción en los países civilizados, donde es visto y promovido por algunos como algo legítimo e, incluso, hasta deseable — posiblemente Steve Bannon es su promotor más reconocido en el mundo.

Los promotores del populismo lo impulsan como un saludable correctivo a los presuntos males de la democracia, y algunos llegan a afirmar que, incluso, el populismo es directamente una alternativa a la democracia. Porque de alguna forma, las injusticias se van a corregir si uno vota guiado por el odio y la desesperación, o algo.

Pues Yascha Mounk, profesor de Asuntos Internacionales de la Escuela Johns Hopkins de Estudios Internacionales Avanzados, y la doctora en ciencia política Jordan Kyle se propusieron responder si los populistas dañan la democracia o si son, de hecho, un saludable correctivo. Como "populismo" puede significar diferentes cosas para diferentes personas, Mounk y Kyle seleccionaron 66 revistas especializadas y revisadas por pares en temas de ciencias políticas, sociología y estudios regionales; identificaron todos los artículos publicados en estas revistas sobre populismo, así como a los líderes políticos vinculados con el populismo; luego examinaron cada posible caso de estudio de individualmente, consultándolo con expertos locales. Al final, en su definición, los gobiernos populistas están unidos por dos reivindicaciones fundamentales: (1) Las élites y los "extranjeros" trabajan en contra de los intereses del "verdadero pueblo", y (2) puesto que los populistas son la voz del "verdadero pueblo", nada debe interponerse en su camino.

Así, identificaron a 46 líderes populistas o partidos políticos que han estado en el poder en 33 países democráticos entre 1990 y 2018, y usando esa base de datos pudieron empezar a arrojar luz de forma rigurosa y empírica sobre la tensión entre populismo y democracia, a escala global. Sus hallazgos no son nada halagadores para los populistas — el populismo produce graves daños a la democracia:

• Los populistas duran más tiempo en el ejercicio del cargo. En promedio, los líderes populistas permanecen en el poder el doble de tiempo que los líderes elegidos democráticamente que no son populistas. Los populistas son también casi cinco veces más propensos que los no populistas a sobrevivir en el cargo durante más de diez años.

• Los populistas a menudo dejan el cargo en circunstancias dramáticas. Sólo el 34% de los líderes populistas abandonan el poder tras unas elecciones libres y justas o porque respetan los límites de su mandato. Un número mucho mayor se ve obligado a dimitir o es impugnado, o no deja el cargo en absoluto.

• Los populistas son mucho más propensos a dañar la democracia. En general, el 23% de los populistas causan un retroceso democrático significativo, en comparación con el 6% de los líderes no populistas elegidos democráticamente. En otras palabras, los gobiernos populistas tienen cuatro veces más probabilidades que los no populistas de dañar las instituciones democráticas.

• Los populistas a menudo erosionan los pesos y contrapesos del poder ejecutivo. Más del 50 por ciento de los líderes populistas modifican o reescriben las constituciones de sus países, y muchos de estos cambios extienden los límites de los mandatos o debilitan los controles sobre el poder ejecutivo. La evidencia también sugiere que los ataques de los populistas contra el estado de derecho abren el camino a una mayor corrupción: El 40% de los líderes populistas son acusados de corrupción, y los países que lideran experimentan caídas significativas en los rankings internacionales de corrupción.

• Los populistas atacan los derechos individuales. Bajo el régimen populista, la libertad de prensa se reduce en un 7%, las libertades civiles en un 8% y los derechos políticos en un 13%.

[...]

Los resultados de nuestra base de datos mundial sobre los gobiernos populistas, y el impacto de estos gobiernos en la persistencia democrática, son alarmantes. Los politólogos que han hecho hincapié en el peligro que los populistas representan para la persistencia de las instituciones democráticas se ven reivindicados por el antecedente histórico: lamentablemente, existe realmente un fuerte vínculo empírico entre el ascenso del populismo y el aumento de los retrocesos democráticos. Pero especialmente porque estos hallazgos subrayan la tensión entre el populismo y la democracia, también es importante señalar lo que no implican.

En primer lugar, muchos de los críticos de la creciente literatura sobre el populismo reprochan que las descripciones convencionales del populismo tratan de deslegitimar los agravios populares. Desde este punto de vista, los académicos que señalan que el populismo a menudo socava la democracia son demasiado reacios a reconocer que los votantes populistas a menudo están motivados por preocupaciones perfectamente legítimas sobre las deficiencias de sus países. Pero esto crea un falso dilemaEs perfectamente posible reconocer los peligros que el populismo plantea para la democracia y creer que la voluntad de un número creciente de ciudadanos de abandonar las instituciones existentes tiene profundas causas estructurales. Por lo tanto, una defensa adecuada de la democracia puede implicar una estrategia de doble filo, que se esfuerza por socavar el apoyo al populismo identificando y abordando estos agravios, así como por defender las instituciones democráticas oponiéndose a las fuerzas populistas que están dispuestas a destruirlas.

En segundo lugar, el antecedente histórico sugiere claramente que el populismo es un peligro claro y presente para la democracia. Pero aunque este hallazgo es motivo de grave preocupación, no es excusa para el fatalismo. Porque aunque el populismo es una de las principales causas de muerte democrática, la mayoría de las democracias que se enfrentan a un gobierno populista consiguen sobrevivir.

El gran debate teórico de los últimos años finalmente tiene una respuesta empírica clara — el registro histórico sugiere firmemente que el populismo, en todas sus formas, es realmente un grave peligro para la democracia. Esta investigación tiene la particularidad de que comparó principalmente países subdesarrollados con propensión al autoritarismo y una tradición democrática más bien endeble; Estados Unidos fue el único país del primer mundo que clasificó, gracias a la elección de Donald Trump en 2016.

Ojalá los demás países civilizados corrijan curso y dejen de darle oxígeno a sus fuerzas populistas, como UKIP en Reino Unido, el Frente Nacional francés, o Podemos en España.

(vía Yascha Mounk | imagen: Mike Licht)