SÍNDROME DE STENDHAL ¿Una belleza irresistible? (Dossier)

El infarto sufrido por un hombre ante ‘El nacimiento de Venus’, de Botticelli, reabre el debate sobre el síndrome de Stendhal



Sindrome de Stendhal
Un hombre contempla 'El nacimiento de Venus'.  GETTY IMAGES


Galería de los Uffizi, el museo más visitado de Italia. Sala Botticelli. Un turista italiano de 70 años sufre un paro cardíaco mientras contempla El nacimiento de Venus y se desploma. A su derecha quedan las pinturas de La Primavera y La Adoración de los magos; a su izquierda, La Anunciación; a su espalda, el imponente Tríptico Portinari, del pintor flamenco Hugo van der Goes. Ocurrió el pasado 15 de diciembre en Florencia. Un grupo de médicos que también visitaba la exposición consiguió reanimarlo con los desfibriladores de la pinacoteca.
El director de la galería, Eike Schmidt, explica a EL PAÍS que es consciente de que una visita a un museo así supone un esfuerzo que puede causar estrés emocional, psicológico y también físico. “Yo nunca me permitiría diagnosticar algo así en ningún caso concreto, no soy médico, pero se puede suponer que se trate de un Stendhal”, dice y añade: “Hay que destacar el efecto del arte, que como la música tiene una gran fuerza psicológica en los seres humanos.
“Hay que destacar el efecto del arte, que como la música tiene una gran fuerza psicológica en los seres humanos” (Eike Schmidt, director de la galería)

Florencia es la cuna del supuesto síndrome. Allí lo sintió el escritor francés Stendhal en 1817, cuando entró en la basílica de la Santa Cruz y se sintió abrumado por tanto esplendor. “Había alcanzado ese nivel de emoción en el que las emociones celestiales de las artes y los sentimientos apasionados se encuentran. Me dio un vuelco el corazón, caminaba temiendo caer”, escribió. Desde entonces, esas sensaciones, entre la patología y la sugestión, llevan su nombre y se han hecho un hueco en el imaginario popular.
Más allá del factor romántico de tan discutido síndrome, la doctora Jessica De Santis, que atendió al turista en la sala, aporta un punto de vista aséptico. “Es un síndrome psicosomático que induce taquicardia o mareos frente a obras importantes como las de Botticelli, pero no me atrevo a dar un diagnostico porque el paciente tenía problemas coronarios importantes”, explica a este periódico. Era la primera vez que De Santis, que trabaja en el hospital de Catania, visitaba los Uffizi. La sala Botticelli fue para ella “una experiencia mística, fantástica”.
Este caso es el más grave que han visto en el museo, pero no el único. El director relata que hace un par de años un joven sufrió un ataque epiléptico frente a la pintura de La primavera, de Botticelli. “Nuestros asistentes de sala tienen formación en primeros auxilios y uno de ellos lo atendió”, explica. Y agrega que están prácticamente familiarizados con los desmayos de los visitantes. “Sucede frente a las obras de arte más grandes, más famosas”, puntualiza. El ejemplo más reciente se dio hace unos meses, durante la inauguración de la nueva sala dedicada a Caravaggio. Allí se desvaneció un hombre frente a La cabeza de Medusa, una de las obras más inquietantes del genio del barroco. “Cuando se trata de simples desmayos es más fácil teorizar que se pueda tratar de un síndrome de Stendhal”, señala.
Para él, el arte es una medicina. “Tiene una función terapéutica, curativa”, remarca. El museo exprime ese poder reconstituyente con actividades especiales. Los lunes, día de cierre al público, organiza visitas para personas con enfermedades psicoemocionales o trastornos cognitivos. “Ahí vemos el gran efecto positivo para la salud”, apunta. Hay estudios que lo prueban. Como el que se llevó a cabo en 2016 en el santuario barroco de Vicoforte, al norte de Italia. Allí, un equipo de científicos tomó muestras de saliva a más de cien visitantes antes de que entraran en el monumento. El profesor Enzo Grossi explicó a La Repubblica que a la salida comprobaron que los niveles de cortisol, la llamada hormona del estrés, se habían reducido en un 60% en la mayoría de los casos.
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SÍNDROME DE STENDHAL

El raro caso de los viajeros que sufren paroxismos ante las obras de arte. 
El párrafo es famoso. Pasó de ser propiedad de los stendhalianos para convertirse en un trastorno psíquico estudiado en todo el mundo y conocido clínicamente como “el síndrome de Stendhal”. Hasta Dario Argento se sirvió de él, en 1996,  como pretexto para filmar, con ese título, una película de terror previsiblemente horrísona. Leamos el párrafo tal cual aparece traducido por Elisabeth Falomir Archambault en la pequeña edición ilustrada de El síndrome del viajero. Diario de Florencia (Gadir, Madrid, 2011). Narró así Stendhal, en su diario, con la fecha del 22 de enero de 1817, lo que le sucedió en la iglesia de la Santa Croce en Florencia:
“Un monje se acercó a mí. En lugar de la repugnancia, que llega incluso al horror físico, me sentí sintiendo amistad por él. ¡También fray Bartolomeo de San Marco fue monje! Ese gran pintor inventó el claroscuro, se le enseñó a Rafael, y fue el precursor del Correggio. Hablé con ese monje, en quien hallé la amabilidad más perfecta. Le alegró ver a un francés. Le rogué que me abriera la capilla, en el ángulo noroeste, donde se encuentran los frescos del Volterrano. Me condujo hasta allí y me dejó solo. Ahí, sentado en un reclinatorio, con la cabeza apoyada sobre el respaldo para poder mirar el techo, las Sibilas del Volterrano me otorgaron quizá el placer más intenso que haya dado nunca la pintura. Estaba ya en una suerte de éxtasis ante la idea de estar en Florencia y por la cercanía de los grandes hombres cuyas tumbas acababa de ver. Absorto en la contemplación de la belleza sublime, la veía de cerca, la tocaba por así decir. Había alcanzado este punto de emoción en que se encuentran las sensaciones celestes inspiradas por las bellas artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de la Santa Croce, me latía con fuerza el corazón; sentía aquello que en Berlín denominan nervios; la vida se había agotado en mí, andaba con miedo a caerme.”
Hubo de pasar siglo y medio para que la psiquiatra y psicoanalista italiana  Graziella Magherini, escribiera El síndrome de Stendhal (1989), una joya de la literatura clínica moderna. Es el relato, construido con un preciso conocimiento de la tradición literaria de los viajes a Italia desde Goethe hasta Freud, de las experiencias de Magherini, florentina ella misma, en el servicio de urgencias psicológicas del dispensario de Santa Maria Nouva, al cual llegaban (y llegan) turistas aquejados del síndrome de Stendhal, es decir, víctimas de súbitas crisis nerviosas provocadas por la fatiga o la emoción en los museos, los paseos y los monumentos.
Stendhal, según leemos en Roma, Napoles y Florencia (1826), del cual el “diario florentino” recién reeditado sólo son unas pocas páginas, se curó del ataque en la Santa Croce leyendo en un banco de la plaza un poema de Ugo Foscolo que traía consigo. Para los pacientes de la Dra. Magherini, la cura ha sido más fácil o más difícil, según se juzgue la pertinencia existencial de la ayuda terapéutica en el mundo de hoy. A su dispensario (y Magherini nos va relatando los casos con esa combinación de elegancia y confidencialidad de la buena literatura psiquiátrica) llegaron pacientes como Inge, una cuarentona originaria del extremo norte de Europa, que no pudo soportar la soledad inverosímil de un domingo en Florencia y tratando de regresarse, despavorida, a casa, terminó en el hospital. O como la sudafricana Elisabeth, cuyos antecedentes de malestar mental la alcanzaron mientras turisteaba al grado que hubo de contactar a su madre, en calidad de urgencia y descifrar su estado de ánimo hurgando en las tarjetas postales que escribió, sin alcanzar a enviárselas, a sus amigos. O el caso de la neoyorkina Nancy, de 51 años, que se quedó paralizada, proverbialmente patidifusa, ante un Boticelli en la galería Uffizi.
La mayoría de las pacientes de la Dra. Magherini eran mujeres solteronas, cuyo perfil socioeconómico les permitía viajar a Florencia en busca de una comunión con el arte que, según El síndrome de Stendhal, es una obsesión del todo moderna, una forma de soledad sólo posible para el turista, expuesto a una forma súbita de desarraigo desconocida para quien, por ejemplo, peregrinaba en la Edad Media hacia los grandes centros religiosos. Pero el turista contemporáneo tampoco es el viajero sólido en erudición y doctrina a la manera de Goethe, quien hizo del viaje a Italia un prolongado rito de iniciación, sino un osado irresponsable incapaz de calcular lo que puede ocurrir cuando el cuerpo llega a un lugar, merced a los trenes y a los aviones, antes que el alma. Si entiendo bien a la culta doctora, la impresión artística, tal cual la sufrió Stendhal, desencadena, en personas bien predispuestas por su hipersensibilidad, al florentino ataque de nervios. Pero la mayoría de los turistas, probadamente insensibles en casa y en China, no calificamos como propensos al reputado síndrome,  otro privilegio, supongo, de los happy few stendhalianos. La Dra. Magherini reporta que el síndrome afecta a los paseantes solitarios, con tiempo para someterse a la tiranía de la imaginación mórbida; rara vez se produce en viajeros reclutados en expediciones colectivas y por ello, despiadadamente programadas.
Entre los casos estudiados en El síndrome de Stendhal también hay varones, como el bávaro Franz, un ingeniero para el cual la expedición artística, según me lo imagino, equivalía a un “mal viaje” alucinógeno anual que rompía su aburrimiento burgués o el de Peter, un guía de turistas holandés que se colapsó cuando se decidió, contra lo habitual, a hacerse acompañar de su esposa en Florencia.
En fin, siempre hay que encontrar un pretexto para hablar de Stendhal, lo cual es otra clase de urgencia psicológica. La reedición de su diario florentino, me ha dado la oportunidad de aliviarme, consultando El síndrome de Stendhal, una rareza que no es rara cuando se curiosea en la bibliografía stendhaliana.

El síndrome de Stendhal
 17 abril, 2018
Este peculiar síndrome se desencadena tras la observación de obras de gran belleza. La historia de su descubrimiento además de casual, es muy curiosa. Casi tanto como el fenómeno en sí. ¡Te invitamos a conocerla!

Su origen: el arte de Florencia

En 1817 Henri-Marie Beyle, un afamado y prestigioso escritor francés, se encontraba recorriendo Italia, con el objetivo de recoger información para su próximo libro. ¿Adivináis el pseudónimo de este autor? ¡Stendhal!
Durante su visita a Florencia, recorrió cada rincón de la ciudad. Se quedó maravillado por el arte que desprendía cada poro de sus calles: museos, iglesias, cúpulas, paisajes, tejados, esculturas, fachadas, frescos… Beyle quería disfrutar de toda ella.
Cuando estaba visitando la Basílica de la Santa Cruz, su perplejidad, éxtasis y entusiasmo desencadenaron una serie de malestares físicos. Sobre todo, sudores fríos y una sensación de profunda angustia. Su corazón se aceleró y empezó a tener vértigo. Tuvo que sentarse y reposar de forma inmediata y una vez calmado, reflexionó.
Florencia
Como posteriormente narró en su libro Nápoles y Florencia: Un viaje de Milán a Reggiosu propia experiencia proporcionó a la psicología y a la medicina una valiosa información, que arguyó en los siguientes términos:
“Había llegado a ese grado de emoción en el que se tropiezan las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme“.
Su crucial y detallada descripción del fenómeno hizo que posteriormente se conociera como síndrome de Stendhal, en honor al descubrimiento de su cuadro sintomatológico.

Síntomas del síndrome de Stendhal

No fue hasta un siglo después cuando se consideró por primera vez como un síndrome. En 1979, la psiquiatra italiana Graziella Magherini investigó y estudió una centena de casos parecidos de turistas en Florencia. Observó que el conjunto de síntomas que tenían se podría resumir en una bonita metáfora: una especie de “empacho artístico”.
Esta sintomatología se trataba de taquicardias, sudoración, palpitaciones, sofocos, temblores, tensión emocional y agotamiento. Y en casos más graves, mareos que derivaban en vértigos o incluso, depresión.
Algunos consideran el síndrome de Stendhal como una enfermedad psicosomática, debido a la relación bidireccional que existe entre la mente y el cuerpo. En este caso, el sobrecogimiento emocional causaría los síntomas físicos descritos anteriormente. Otros, lo clasifican como una situación anímica. Así, además de ser puntual, su origen lo atribuyen a la observación de una gran belleza en un breve período de tiempo. De esta forma, el síndrome de Stendhal sería como un shock artístico.

¿Puede sufrirlo cualquiera?

Los síntomas puede padecerlos cualquier persona. Todos podemos sentirnos agotados, mareados o incluso, que nuestras pulsaciones aumenten en un momento determinado. Además, ese instante puede coincidir o no con que nos encontremos admirando una obra de gran belleza. Es, por tanto, un síndrome muy inusual.
Suele ocurrir a turistas y visitantes de ciudades muy sensibilizados con el arte y cuyo motivo principal del viaje es su admiración. Normalmente, comienza en lugares que les embelesan y que, por alguna razón, encierran un significado emotivo muy intenso para ellos.

Polémica: ¿mito o realidad?

A lo largo de las últimas décadas, el síndrome de Stendhal se ha convertido en un referente de la reacción de los individuos al ser expuestos a obras de arte. En particular, cuando son especialmente hermosas o se encuentran expuestas en gran número en un mismo sitio. Pero, como casi todo, no está exento de polémica.
No cabe duda que cuando escuchamos una canción que nos trae preciosos recuerdos, no podemos evitar emocionarnos. Tampoco que nuestros pelos se pongan de punta cuando acudimos a una obra de teatro. Algo nos mueve por dentro. El arte es emoción.
A pesar de estar reconocido por una mayoría de los psicólogos clínicos, otros se plantean interrogantes, lo ponen en duda y lo consideran un simple mito. Estos últimos creen que el síndrome de Stendhal es pura sugestión, es decir, solo está en la mente. Por otro lado, los más escépticos creen que el inconsciente de los visitantes de la ciudad les juega malas pasadas. Su sugestión les lleva a sentir distintos síntomas.
Durante los últimos años ha aumentado mucho el turismo en Italia, se ha popularizado y democratizado el arte y los casos de este fenómeno se han triplicado en los hospitales de Florencia. De ahí, el nombre de síndrome de Florencia.
Mujer en el museo

¿Motivación económica?

Florencia fue la cuna del Renacimiento y continúa siendo una de las ciudades más bonitas y que mayor historia artística encierra. Por eso, la comunidad científica está preocupada por los posibles intereses económicos que pueda haber detrás de este fenómeno como la intención de atraer más visitantes, aumentar la recaudación o una mayor extensión de la reputación de su belleza.
Y tú, ¿qué piensas? ¿Es solo una manera de acaparar la atención de nuevos turistas o quizás, apreciar obras de arte durante períodos cortos de tiempo puede causar estas alteraciones físicas?

Licenciada en Periodismo y Comunicación Audiovisual por la Universidad Carlos III de Madrid (2012). MBA en Protocolo, Relaciones Institucionales y Organización de Eventos (Escuela Internacional de Protocolo, 2012). Graduada en Psicología (Universidad Internacional de La Rioja, 2015-2019). Trabajó como redactora en Cadena SER (Grupo PRISA), “Salir a Ganar” (Weblogs S.L.), Optasports, La Sexta (ATRESMEDIA). Fue asistente de consultor en Llorente&Cuenca. Editora y redactora en Grupo M Contigo S.L.

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