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El veneno invisible: la polarización que nos divide

 

Autor: Manel Sancho (https://oldcivilizations.wordpress.com); fecha: 1/09/2025

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Hace tiempo se está produciendo una gran polarización en la sociedad en numerosos temas, como inmigración, cambio climático, creacionismo o evolucionismo, etc…, que está siendo incrementada por algunas redes sociales. Por desgracia no se analizan los temas en profundidad sino que uno tiene que estar a favor o en contra de algún tema determinado. En lugar de una visión más cuántica de la realidad, en que se tengan en cuenta los tonos grises, se produce una visión más binaria, en que solo existe una visión y su antagónica. Vemos pues que se está produciendo una creciente polarización social y una visión binaria de la realidad. En las últimas décadas, pero especialmente en los últimos diez años, se ha intensificado la polarización social en numerosos temas clave. Esta polarización se manifiesta en la percepción pública, en los debates mediáticos y en la cultura política, creando una división creciente entre grupos con posiciones opuestas que apenas dialogan entre sí. La polarización ocurre cuando las opiniones, creencias y posiciones sobre un tema se desplazan hacia los extremos, generando grupos cada vez más alejados y menos capaces de entender al otro. Pero antes de entrar en la polarización en nuestra época haremos un repaso sobre los posibles orígenes de la polarización, que viene desde hace muchos siglos, aunque es verdad que ahora está envenenando muchas áreas de nuestra sociedad, especialmente gracias a la amplificación que producen las redes sociales mal utilizadas. Diversas religiones, filosofías, etc… hablan de una polarización entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas, entre los ángeles leales y los ángeles caídos. También, en el esoterismo y la mitología se habla de seres (o dioses) que defienden a la humanidad y otros que la atacan. Por lo tanto, empezaremos con una revisión sobre la polarización bien-mal, luz-oscuridad, dioses protectores y castigadores en religiones, filosofías y mitologías, con sus conexiones históricas, simbólicas y esotéricas. Pero también plantearemos ampliamente la dicotomía Nosotros-Ellos que explica, en gran parte, cómo se produce la polarización.

Gerard Sorme y la Orden del Fénix

por Franco Pezzini

Colin Wilson, El dios del laberinto , traducido del inglés por Nicola Manuppelli, pp. 313, 17,50 €, Carbonio, Milán 2021.

Colin Wilson, Religión y rebelión , traducido del inglés por Nicola Manuppelli, pp. 362, 18 €, Carbonio, Milán 2021.

El poder que Esmond generaba afectaba a los demás en la sala. Lo percibían como una oscura excitación, como un cierto olor en el viento.

[…] El problema último del outsider es cómo convertirse en visionario.

El Exorcista’ (1973): cómo el libro y la película redefinieron el terror satánico

 


 Guzmán Urrero

‘El Exorcista’ no solo asustó a medio mundo: cambió para siempre el cine y la literatura de horror. Descubre el legado de una saga que rompió todos los límites.

Una niña levita en una habitación helada. Un sacerdote, anciano y encorvado, desciende de un taxi en mitad de la noche. La luz de la farola atraviesa la niebla como si fuera un juicio divino. Esa imagen —que parece surgida de un lienzo de Magritte— no solo se incrustó en nuestra memoria colectiva, sino que cambió el modo en que sentimos terror en el cine.

Y no exagero. El Exorcista, la película de William Friedkin de 1973 basada en la novela de William Peter Blatty, ya cumplió cincuenta años. Medio siglo desde que el Mal —con mayúscula— se hizo carne y voz en el cuerpo de la pequeña Regan. Medio siglo desde que dejamos de tomarnos a broma al diablo en el cine.

Vi El Exorcista por primera vez en marzo de 1985, en el ya desaparecido Cinestudio Ideal, en una sesión triple que incluía Hundra y Muertos y enterrados. Aquella copia tenía el audio saturado y la imagen más verde que el rostro de Linda Blair. Debería decir que pasé la noche recitando el padrenuestro y jurando no volver a mirar una ouija, pero la realidad es que, durante horas, lo que sentí fue admiración por aquella película imponente y poderosa. Lo que aún no sabía es que El Exorcista no solo era cine de terror, sino un espejo oscuro de una sociedad quebrada.

Como escribió David J. Skal, «la película se convirtió en un ritual cultural muy publicitado que exorcizaba no al diablo, sino más bien a los confusos sentimientos de culpa y responsabilidad de los padres de la era de Vietnam, cuando, al menos desde una perspectiva conservadora, los chavales malhablados tomaban drogas que transformaban su personalidad, lo cual les llevaba a ser violentos, a comportarse mal y, en general, a hacer la vida desagradable a sus mayores».

¿Una historia real?

La semilla de esta historia se remonta a un rincón anodino de Maryland en 1949, cuando un chico llamado Roland Doe (nombre falso, como corresponde a toda buena leyenda americana) empezó a comportarse de manera extraña. Pueden imaginárselo: cadenas que se movían solas, voces guturales, objetos voladores… Todo muy Expediente X, pero antes de Expediente X.

El caso llegó a oídos de un joven estudiante de Georgetown, William Peter Blatty, quien años después lo convertiría en el combustible de su novela. Blatty era un tipo curioso: católico convencido, guionista de comedias (¡escribió para Blake Edwards!), lector del jesuita Teilhard de Chardin y admirador frustrado de La semilla del diablo, cuyo desenlace le pareció demasiado chusco. Blatty quería algo más elevado.

Y así nació El Exorcista, la novela. La escribió en diez meses en su casa de Encino, con la seriedad de quien transcribe una epifanía. Cuando apareció en 1971, no tardó en escalar las listas de ventas, ayudada por una visita estratégica de Blatty al programa de Dick Cavett. Las escenas más extremas —esa crucifixión autoerótica que aún hoy estremece— tomaban inspiración de casos reales, como las posesiones de Loudun en el siglo XVII, donde las monjas bailaban con el diablo y el obispo se lavaba las manos, como siempre.

Por llamativo que fuera todo aquello, Blatty no pretendía el escándalo gratuito. Su infierno, aunque envuelto en la estructura de un best-seller, era estrictamente teológico.

William Friedkin y la cámara como un exorcista más

Friedkin, que venía de ganar el Oscar con The French Connection, era un director perfeccionista, curtido en el documental, apasionado y un poco loco.

«Que Friedkin ‒me decía Jesús Palacios en una entrevista para The Objective‒, procedente de la televisión, el documental y el reportaje, aplicara un estilo visual y unas características formales a su película que la aproximan a estos géneros de no-ficción, es, sin duda, uno de los elementos fundamentales que contribuyeron al impacto de El Exorcista. Este tratamiento es el que equilibra a su vez los espectaculares efectos especiales y las escenas más granguiñolescas y asustantes del film, creando un todo compacto y creíble».

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Palacios, autor de El Exorcista. El libro del 50 aniversario (Notorious, 2013), tiene claras las razones por las que triunfó la película. «Como describo en el libro ‒señalaba Palacios en esa entrevista‒, la primera y más importante clave de su éxito fue presentarse como una historia basada en hechos reales. Se crea o no en ello, lo cierto es que Blatty partió para su novela de un reportaje periodístico sobre un supuesto caso de posesión y exorcismo realizado con éxito en los años cuarenta. El tratamiento tanto literario como cinematográfico que el novelista y después el director, William Friedkin, dieron a su versión de la historia aportaba fuertes dosis de verosimilitud, realismo y un tratamiento podríamos decir periodístico o documental. Conectar esto con el tema arquetípico de la lucha entre el bien y el mal, con la existencia del diablo y de Dios, con el problema del mal en el mundo moderno y con la explosión de la moda paranormal, en torno a la parapsicología y los fenómenos extraños como tema de estudio científico (explosión a la que el propio éxito de El Exorcista contribuyó), hizo que tanto novela como film se convirtieran en fenómenos sociológicos, más allá de las páginas y la pantalla. Esta es la clave que convierte El Exorcista en ‘la película de miedo que más miedo da’. Tras ella, las historias de terror sobrenatural basadas en un hecho real, tanto en literatura como más aún en cine o televisión, se convirtieron en un tópico, muy vivo también en la actualidad».

«Blatty era un católico ferviente y practicante —nos dice Palacios—, aunque no por ello fanático, así como también hasta cierto punto atormentado por dudas y especulaciones, mientras que Friedkin provenía de una familia judía cuya fe y tradición no habían calado especialmente en su personalidad, más marcada por la cultura popular, la vida de barrio y una postura relativamente escéptica y liberal. Esto llevó a veces a desacuerdos en torno a si el guion definitivo y la película resultante traicionaban su mensaje teológico, para el primero, o este mensaje podía perjudicar el desarrollo de thriller y película de suspense de cierta ambigüedad formal e ideológica, para el segundo. Lo cierto es que casi siempre se pusieron de acuerdo y, con el tiempo, tanto el uno como el otro aceptaron las visiones propias de ambos. Curiosamente, el montaje del director reestrenado y restaurado en el 2000 refleja más las ideas y el guion original de Blatty que las de Friedkin. Pero también este último, con el paso de los años, sin llegar a ‘convertirse’ adoptó a su vez posiciones en torno a la religión, el misticismo y lo sobrenatural más próximas a las de Blatty que a las que tuviera en su juventud. Puede decirse que El Exorcista acabó influyendo en su director, haciéndole más receptivo a la religión y el más allá. Por fortuna, la película no sufrió a causa de estas tensiones entre sus creadores sino que, creo yo, se benefició de ellas».

Un rodaje complicado

Los métodos de Friedkin rozaban el sadismo: disparaba armas en el set para obtener reacciones genuinas, manipulaba a sus actores, provocaba accidentes… Ellen Burstyn se lesionó la espalda de verdad; Linda Blair desarrolló escoliosis; y el decorado fue pasto de las llamas, menos el dormitorio de Regan, la niña protagonista.

Las malas lenguas hablaron de una maldición. Yo prefiero pensar en un rodaje con más supersticiones que un camarote de la Marina Real británica.

Y sin embargo, de ese caos surgió un film de alta precisión. El retrato de Georgetown como lugar cotidiano donde irrumpe lo numinoso; la introducción del padre Merrin (Max von Sydow) en Irak, que parece sacada de Lawrence de Arabia pero con Pazuzu acechando entre las ruinas; la mezcla de documental médico y liturgia ancestral. Nada como esa angiografía espeluznante, más perturbadora que la cabeza giratoria.

Friedkin no filmaba un cuento de terror. Filmaba una crisis espiritual. Damien Karras (Jason Miller), el joven jesuita que acompaña a Merrin en el exorcismo de Regan, se deshace por dentro. No por el diablo, sino por el silencio de Dios.

Un fenómeno sociológico

Cuando la cinta se estrenó el 26 de diciembre de 1973, el escándalo fue inmediato. Gente desmayándose, vomitando, saliendo del cine con mirada perdida. A pesar de ello, o justo por esa razón, recaudó 441 millones de dólares, recibió diez nominaciones al Oscar (algo inaudito para un filme de terror) y desató una fiebre por lo oculto que aún colea. Satanás, hasta entonces relegado a melodramas góticos o a series B italianas, se convirtió en una estrella de Hollywood.

Pero El Exorcista es también hijo de su tiempo. Estamos hablando de los años de Vietnam, el Watergate, Charles Manson… Una América desquiciada que ya no confiaba en su presidente ni en sus curas. Que buscaba respuestas en el horóscopo, en el LSD o incluso en la Iglesia de Satán de Anton LaVey. Este último, por cierto, detestaba El Exorcista y la acusaba de propaganda católica. Prefería el tono más pagano de Polanski. Pero eso es lo fascinante: El Exorcista no afirma, duda. Su conflicto no es entre el Bien y el Mal, sino entre el cinismo moderno y la posibilidad —terrible, inmensa— de que todo sea cierto.

Lo que permanece en las sombras

A partir de ahí, vinieron las secuelas, las precuelas, las versiones extendidas, las series de televisión, las parodias y los inevitables intentos de imitación. Algunas con encanto. otras olvidables.

Pero nada, absolutamente nada, ha igualado la intensidad metafísica de la original. No es casualidad que haya sido preservada por la Biblioteca del Congreso de EE.UU. como tesoro cultural. Pocas películas han sabido explorar con tanta lucidez el terror no de morir, sino de no saber por qué vivimos.

Cincuenta años después, el Mal sigue mirando desde la penumbra del pasillo, mientras suena Tubular Bells de Mike Oldfield y una niña repite con voz cavernosa: «Tu madre está aquí con nosotros, Karras». ¿Qué otra película se atreve a enfrentar al espectador con su fe perdida, su miedo infantil, su necesidad de redención?

Quizá por eso seguimos regresando a esta película. No por el miedo, sino por la esperanza. Porque El Exorcista no es solo una historia de posesión. Es una letanía. Un último intento de encontrar sentido en el abismo.

El Exorcista, con todo su barroquismo blasfemo, sus vísceras y sus letanías, nos recordó que no somos tan modernos como creemos. Que bajo la piel racional late todavía el corazón medieval que teme al castigo divino. Y que, tal vez, en ese temor, también haya consuelo.

Secuelas e imitaciones

La sombra de El Exorcista se alargó con los años, inquietante y seductora, proyectándose más allá de aquella habitación helada en Georgetown donde Regan MacNeil perdió la inocencia y el mundo moderno su arrogancia racionalista. Lo que vino después fue un carrusel —más bien un aquelarre— de secuelas, precuelas y variaciones que intentaron capturar, prolongar o resucitar la inquietud primigenia. Ninguna logró exactamente lo mismo. Algunas tropezaron. Otras, curiosamente, resultan fascinantes.

El Exorcista II: El Hereje (1977, John Boorman)

Ninguna secuela ha despertado tanto desconcierto —y furia— como esta. Dirigida por John Boorman, que venía de filmar la extraña Zardoz y la poderosa DeliveranceEl Hereje es, más que una continuación, un delirio místico en clave new age.

Linda Blair vuelve como Regan, ahora adolescente y convenientemente amnésica, mientras Richard Burton, con una intensidad casi operística, interpreta al Padre Lamont, enviado a investigar la muerte del Padre Merrin (Max von Sydow, en flashbacks y espíritu).

La película juega con conceptos como la hipnosis sincronizada, los insectos africanos y una especie de conexión espiritual global que hubiera encantado a Teilhard de Chardin -el científico jesuita que inspira a Merrin-, pero que desconcertó profundamente al público. Friedkin la detestó. Sin embargo, confieso con cierto rubor que tiene algo hipnótico, una belleza fallida como de tapiz bizantino vuelto del revés.

El Exorcista III (1990, William Peter Blatty)

Aquí, en cambio, hay que quitarse el sombrero. Blatty, el autor de la novela original, toma las riendas de nuevo para dirigir esta tercera entrega basada en su novela Legion. Y aunque el título parece indicar una continuación directa, la cinta es más un thriller filosófico, una meditación siniestra sobre el mal, la identidad y la culpa.

George C. Scott interpreta al teniente Kinderman —el personaje que encarnaba Lee J. Cobb en la original—, enfrentado ahora a una serie de asesinatos rituales que parecen obra de un asesino muerto hace quince años… el mismo día del exorcismo.

Brad Dourif, como el aseisno en serie, ofrece una de esas interpretaciones que se te clavan en el subconsciente, mezcla de amenaza y ternura psicótica.

Hay una secuencia, en un pasillo de hospital, que sigue siendo una de las más terroríficas jamás rodadas. Y sin una gota de sangre.

El exorcista: El comienzo. La versión prohibida (2005, Paul Schrader)

El exorcista: El comienzo (2004, Renny Harlin)

Y entonces vinieron las precuelas. Y con ellas, el caos. En un caso digno de novela, la misma historia fue rodada dos veces por dos directores distintos. La versión original, dirigida por Paul Schrader —el guionista de Taxi Driver y director de obras inquietantes como Affliction—, fue considerada «demasiado lenta» por los productores. Así que la guardaron en un armario y contrataron a Renny Harlin, el de Deep Blue Sea y La Jungla 2, para rodarla otra vez.

Harlin convirtió El exorcista: El comienzo en una pieza sangrienta y efectista, que fracasa en casi todo salvo en demostrar que el demonio también puede parecer un jefe de efectos especiales. Schrader, por su parte, logró rescatar su versión como Dominion, más sobria, atmosférica y con un Stellan Skarsgård convincente como el joven Padre Merrin enfrentando horrores en una excavación arqueológica africana. Lo fascinante es comparar ambas: como si dos miradas sobre el mismo mito revelaran lo que se gana —y se pierde— según qué fe elijas.

El Exorcista (Serie, 2016-2018, FOX)

El diablo también llegó a la televisión. Y con dignidad. Esta serie, protagonizada por Alfonso HerreraBen Daniels y una sorprendente Geena Davis (en un giro que no conviene revelar), funciona como secuela directa de la película original. Es más interesante de lo que uno esperaría: bien escrita, atmosférica y con ecos reales de la tensión espiritual que marcó al film de Friedkin. Duró dos temporadas. Pocas, pero suficientes para recordarnos que el mal, cuando es narrado con convicción, sigue teniendo audiencia.

El Exorcista: Creyente (2023, David Gordon Green)

Y por supuesto, el último suspiro de la saga —por ahora—. Dirigida por David Gordon Green, artífice de la más reciente trilogía de Halloween, esta nueva entrega pretendía revitalizar la franquicia. Se anunció como una secuela directa, una especie de «reconexión con el origen», e incluso recupera a Ellen Burstyn como Chris MacNeil, cincuenta años después. Pero el resultado, aunque ambicioso, queda a medio camino. Interesante en sus intenciones, pero carente del terror ontológico y el peso metafísico del original.

Lo que sí logra —y eso no es poco— es recordarnos que El Exorcista no es una franquicia cualquiera. Es una cruz en la pared del cine que seguimos sin saber si sirve para alejar al demonio o atraerlo.

Copyrigth del artículo © Guzmán Urrero Peña. Reservados todos los derechos.


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Guzmán Urrero

Escritor y diseñador de comunicación, experto en gestión cultural. Doctor en Ciencias de la Información. Ha colaborado en 'ABC', la Agencia EFE, 'El Mundo', 'The Objective', 'Cuadernos Hispanoamericanos', 'Álbum Letras-Artes', 'Scherzo' y otros medios.
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.


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El Kybalión Autor Los Tres iniciados Tetxo completo

 


El Kybalión

Escrito a principios del siglo XX, El Kybalión se fundamenta en el llamado Nuevo Pensamiento, y contiene las doctrinas más antiguas sobre la alquimia que han sido transmitidas de generación en generación.

El libro reúne los siete principios hermenéuticos: Mentalismo, Correspondencia, Vibración, Polaridad, Ritmo, Causa y efecto, y Género, enseñanzas imprescindibles para todo aquel que aspira a conocer, comprender y acceder a la antigua sabiduría del conocimiento ocultista.

El esoterismo es rico en palabras claves, símbolos y «esencias» conceptuales. Su transmisión, a través de las edades, implicó un esforzado aprendizaje, una memorización de significados, «acentos» y una persistente custodia de sus valores originales para que nada de lo preservado perdiera su color, su sabor, su propósito y su intensidad. Al amparo de tales premisas fue creciendo paulatinamente el árbol de la ciencia hermética que reconoce como sus raíces a «El Kybalión». Y este último resumen de un conocimiento intemporal, encontró en Hermes Trismegisto a su más consumado mentor y mensajero. En estas páginas redactadas con hondura y exactitud por tres iniciados, es posible pasar revista a tópicos realmente sapienciales sobre la filosofía oculta. Sus principios rectores (en los que el mentalismo, la correspondencia, la vibración, la polaridad, causa y efecto, y la generación juegan papeles preponderantes); la transmutación mental, la totalidad, el universo mental, la paradoja divina y los axiomas herméticos son tan sólo algunos de los temas tan bien expuestos aquí. «El Kybalión» es, pues, una exposición sincera y rotunda de los esquemas básicos del esoterismo, y como muy bien lo señalan los tres iniciados, no se proponen erigir un nuevo templo de la sabiduría, sino poner manos del investigador la llave que abrirá las numerosas puertas internas que conducen hacia el Templo del Misterio. Y, en rigor de la verdad, las muchas reediciones de esta obra, su constante renovación, a través de los distintos círculos herméticos del mundo en susreflexiones, pláticas, conferencias y clases, son ratificación elocuentísima de las bondades de una doctrina que ilumina a la humanidad desde hace siglos.

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ESOTERISMO ISLÁMICO.

  CONVERSACIÓN CON ALBERTO VENTURA

POR ADRIANO ERCOLANI PUBLICADO EL VIERNES 24 DE NOVIEMBRE DE 2017 ·

por Adriano Ercolani y Daniele Capuano

Alberto Ventura es uno de los más grandes orientalistas italianos, en particular considerado durante décadas una autoridad intelectual en los estudios sobre el Islam.

Hace unos meses Adelphi publicó su denso y erudito ensayo, Esoterismo Islámico , cuyo título "definitivo" no debe ser engañoso, ya que el texto es todo menos popular.

El libro ofrece al lector un arduo y fascinante camino de investigación, profundizando con notable destreza uno de los temas abismales de la reflexión mística: el profundo vínculo existente entre la corriente ascético-filosófica del sufismo y el Advaita Vedanta, la gloriosa tradición doctrinal nacida en el interior del hinduismo. teología que declara, esquematizando, la unidad sustancial indivisible del Todo.

Ventura, gran conocedor de ambas tradiciones, no se limita a una mera exposición erudita sino que acompaña al lector en el laberinto de interconexiones, referencias, verdades espejo y revelaciones fatídicas que jalonan los dos caminos iniciáticos.

Un guía exigente a la par que generoso, capaz de sacar de esa "tela de palabras" a quien sabe abandonarse "a ver las estrellas" (expresión con la que Adi Shankaracharya, el gran maestro Advaita, señalaba la vanidad de discusiones teológicas en la imposibilidad de captar lo inefable). Ciertamente, la influencia del enfoque de René Guénon es fuerte en el texto, un pensador cuya fascinación ha suscitado en el pasado sugestiones insidiosas en ambientes ideológicamente controvertidos, pero la claridad de la reflexión de Ventura tiene un valor innegable incluso si se contempla desde perspectivas filosóficamente distantes.

Le pedimos a Daniele Capuano, estudioso del esoterismo islámico e hindú, que le hiciera algunas preguntas a Alberto Ventura para explorar los aspectos más urgentes de su reflexión.

En tu libro expones de manera seca y convincente la declinación específicamente islámica de esa Palabra eterna que Occidente llamó philosophia perennis e India todavía llama sanātana dharma : la tradición primordial y permanente que sostiene a los múltiples como un hilo mayormente invisible. de las culturas religiosas y profanas de la historia. ¿Qué acercamiento a su texto le recomendaría a un joven que acaba de descubrirlo con sincero interés?

En efecto, no es fácil ver y seguir ese "hilo invisible", pero quizás un joven, aún no demasiado condicionado por las deformaciones de la cultura moderna, pueda vislumbrar sin prejuicios la unidad fundamental que subyace en el pensamiento de los Oriente y del Occidente. Lo importante es deshacerse de un historicismo mal entendido, que busca constantemente contactos documentables entre las diferentes tradiciones espirituales, y que por ello considera improbables o completamente imposibles las analogías entre doctrinas tan distantes en el tiempo, el espacio y las modalidades expresivas. Pero aquí se trata de conexiones, por así decirlo, "verticales", que no dependen necesariamente de un contacto material e históricamente comprobable: la philosophia perennises tal precisamente porque es perenne, eterna, y por tanto no sujeta en su núcleo esencial a las vicisitudes de la historia.

En un famoso hadiz qudsī , o dicho de la tradición islámica en el que Dios habla en primera persona, leemos: “Yo era un tesoro escondido y amaba ser conocido: para esto creé la creación - para ser conocido”. Encontramos allí, unidos como en un anillo, los tres momentos o temas del ocultamiento, el amor y el conocimiento. ¿Podría decirnos brevemente cómo los maestros del sufismo tradujeron esta revelación esencial en experiencia y enseñanza?

Según las enseñanzas del sufismo, que además sólo extrae las consecuencias extremas del mensaje coránico, Dios es inalcanzable en su trascendencia. "Ninguna mirada le alcanza", nos dice el Corán, pero en esta soledad absoluta siente amor por el otro desde sí mismo y despliega así la serie infinita de sus nombres, para que todo lo que se encierra en las tinieblas primordiales pueda manifestarse plenamente en la luz del ser. Así es como Dios conoce las cosas, porque las sacó de sí mismo para amarlas y amarse a sí mismo: este es el vínculo entre la ocultación, el amor y el conocimiento. A pesar de la diferencia de lenguaje, no estamos lejos de la visión que la tradición hindú nos da del mismo proceso, según la cual el Principio Supremo, inicialmente oculto en su aislamiento, se refleja en su contraparte femenina, él la ama y así produce la totalidad del universo. El mismo discurso puede aplicarse inversamente al hombre, que en su condición ordinaria ignora la naturaleza más profunda y oculta de sí mismo; sin embargo, si aprende a amar y conocer esta naturaleza suya, reflejándose en ella, entonces se le abrirán ilimitadas posibilidades de expansión. Como dice un famoso dicho del Profeta: "Quien se conoce a sí mismo, conoce a su Señor".

El esoterismo islámico fue publicado por un editor, Roberto Calasso, quien en su nuevo libro, L'innominabile current, desarrolla una vieja intuición suya: “Quizás nos estamos moviendo hacia divisiones [antropológicas] más simples: turistas y terroristas”. Nunca antes el conocimiento del Islam se había reducido a estereotipos dictados por el miedo y una agenda política desconcertada y demente entre el público occidental, incluso en promedio. A veces, incluso aquellos que leen regularmente libros sobre sufismo, o al menos están informados sobre su existencia, perciben un abismo casi infranqueable entre el Islam de la vulgata periodística y más allá -una religión rígida, legalista, tendencialmente intolerante- y los esplendores y matices del Islam. autores espirituales. ¿Qué dirías, aunque sólo sea a esta categoría de personas de buena fe y buena voluntad?

Diría que no confíes en ninguna generalización distorsionadora, ya sea intencional o inconsciente. Al final de mi libro recuerdo que aún hoy en el mundo islámico se sigue y se practica el sufismo, aunque en un contexto cada vez más difícil, asediado como está por una modernidad impuesta precipitadamente y mal asimilada, que ha provocado efectos desestabilizadores en las sociedades musulmanas. . A pesar de las evidentes preocupaciones de ese mundo -que la información en occidente suele enfatizar exclusivamente- sería un error creer que el islam lo resuelve todo en un formalismo puritano o incluso en una violencia fanática, porque la realidad es afortunadamente muy distinta a la de un estereotipo sigue ofreciéndonos. Occidente presume constantemente de sus propios valores y raíces culturales, pero fuera de los estudios de especialistas nadie aquí está más preocupado por Platón o Meister Eckhart; en el Islam, en cambio, existen todavía numerosos centros de enseñanza donde se leen y meditan las obras de la gran tradición sufí. Para una mentalidad moderna y secularizada esto puede parecer un residuo de atraso, pero para muchos musulmanes en eso consiste la verdadera fidelidad al mensaje islámico.

Desde hace algún tiempo existe una búsqueda confusa pero auténtica de fuentes espirituales perennes: una sed de enseñanzas tradicionales. Sin embargo, esto sucede precisamente en un momento en que las raíces de la tradición han sido erradicadas con éxito en casi todas partes. Es particularmente difícil realizar una búsqueda espiritual seria sin poner los pies en la tierra firme de los hábitos cotidianos, las mudas certezas morales y éticas, los ritos y las prácticas compartidas: este es el gran y dramático desafío de la llamada Modernidad. ¿Qué herramientas puede ofrecer su libro a un occidental de hoy que se encuentra en esta condición? ¿Qué consejo te apetece dar?

El pensamiento islámico, como muchas otras fuentes orientales de la misma inspiración, no puede ser asumido mecánicamente para llenar el vacío existencial que desgarra Occidente. Más bien, es necesario tratar de entender esas fuentes en su espíritu esencial, sin apropiarnos de ellas como un vestido prêt-à-porter, y así podremos recuperar esos principios que la modernidad ha erradicado pero que occidente posee a pesar de todo. La empresa ciertamente no es fácil, porque implica la necesidad de despejar opiniones consolidadas en el tiempo, que ya acompañan y condicionan a la mayoría del público desde temprana edad. Pero esto, para quien siente la necesidad, me parece el único camino posible para restaurar una existencia que no conduzca a la alienación.

La enseñanza de un gran esoterista moderno, René Guénon (pero también pensamos en T. Burckhardt, AK Coomaraswamy, F. Schuon, T. Izutsu y el gran redescubridor de la gnosis persa, H. Corbin), nutre e inerva explícitamente las páginas. de tu libro Más que otros autores, Guénon ha insistido mucho en el aspecto iniciático y elitista del saber sagrado, advirtiendo de antemano contra los fáciles experimentalismos y las reducciones intelectualistas. ¿Qué nos puedes contar al respecto, a partir de tu experiencia y de tu trabajo?

Me refiero al término elitista en sentido positivo, pues reafirma una idea que debe ser bien conocida aquí en Occidente, y es que, si muchos son llamados, pocos serán elegidos. No todo el mundo es capaz de afrontar y llevar a cabo un camino tan exigente como el del conocimiento sagrado, pero éste debe ser aceptado como el orden natural de las cosas. Pretender lo contrario no tendría sentido, porque no es posible divulgar a toda costa lo que por su naturaleza sólo puede ser entendido por un reducido número de personas. Después de todo, nadie soñaría con imponer el conocimiento de la física o la filosofía a todos sin distinción, entonces, ¿por qué deberíamos hacerlo con la metafísica y la ciencia sagrada?

Desde la época del Concilio Vaticano II se ha hablado mucho y en todas partes sobre el "diálogo interreligioso", pero la mayoría de las veces uno tiene la amarga impresión de que se trata de manifestaciones de benevolencia vaga e ineficaz entre eruditos y hombres de fe en los márgenes de la maniobras geopolíticas que permiten muy poca influencia. ¿Crees que sería posible hoy en día situar el diálogo entre las religiones en su denominador común metafísico y tradicional? Y si es así, ¿de qué manera?

Tiene toda la razón sobre los fracasos del diálogo interreligioso, un ejercicio estéril que ha dejado a cada uno en sus propias convicciones y que no nos ha llevado muy lejos por el camino del entendimiento mutuo. La metafísica, por su naturaleza, es de hecho el único terreno en el que realmente podemos comprender, siempre que este intercambio no anule las necesarias diferencias que existen entre una y otra tradición espiritual y, por lo tanto, no conduzca a un universalismo desprovisto de connotaciones. El Corán, al tiempo que insiste en la singularidad básica del mensaje que Dios ha enviado a los diversos pueblos, nos invita a considerar las diferencias que existen entre los hombres, ya sean diferencias de raza, lengua o religión, como un don de la misericordia divina. El único diálogo fructífero es el que se da entre identidades fuertemente caracterizadas,

https://www.minimaetmoralia.it/wp/interviste/lesoterismo-islamico-conversazione-alberto-ventura/