Antonio Tabucchi: "El problema es el Estados Unidos profundo, analfabeto, fundamentalista, racista, belicoso y místico"


Admirador de Fernando Pessoa (1888-1935) y Jorge Luis Borges (1899-1986) entre muchos otros, el italiano Antonio Tabucchi (1943) es un escritor de una cla­sificación imprecisa. "Sostiene Pereira", "La testa perduta di Damasceno Monteiro" (La cabe­za perdida de Damasceno Monteiro) y "Notturno indiano" (Nocturno hindú) lo mostra­ron como un exquisito novelista. "Piccoli equivoci senza importanza" (Pequeños equívocos sin impor­tancia) lo situó como un fino cuentista; "Donna di Porto Pim" (Dama de Porto Pim) como un viajero con dotes de narrador y "La gastrite di Platone" (La gastritis de Platón), junto con los innumera­bles artículos periodísticos que publica en varios diarios del mundo, lo ubican como un ensayista incisivo y esclarecedor. Tabucchi es un especia­lista apasionado de la literatura portuguesa. Su tesis de grado fue sobre el surrealismo en Por­tugal y enseñó lengua y literatura portuguesa en Bologna. También ha sido profesor en Genova y Siena. El periodista Héctor Pavón lo entrevistó para la revista "Ñ" nº 66 del 31 de diciembre de 2004 cuando apareció en Argentina "Tristano muore" (Tristano muere), una obra perteneciente a un género cercano al relato literario pero que no está fuera del ensayo ni de un monólogo interior, desen­cantado, de gran carga moral y existencial.


¿"Tristano muere" es una no­vela, un ensayo, un relato? ¿Us­ted cómo lo califica?

No es mi tarea. Usted debe cla­sificarlo. Yo lo escribí. Esa es la respuesta.

¿Detrás de Tristano hay un Ta­bucchi desilusionado, quizá?

¿Detrás de Tristano hay un Ta­bucchi desilusionado? ¿Detrás de Hamlet hay un Shakespeare loco? Esa es la respuesta.

Una respuesta con forma de pregunta...

No, no. Esa es la respuesta. ¿De­trás del personaje está el autor?

Sí. Pero es un personaje desi­lusionado, desencantado.

Sí, ¿y Hamlet no es un loco? ¿Y Sancho Panza no es un pobre hombre?

Sí, también.

Entonces mire, ¿qué le parece? Si busca al autor detrás del perso­naje, lo puede encontrar. Lo encuentra detrás de todos los perso­najes. Pero es mejor no buscarlo porque posiblemente no esté de­trás de nadie. El personaje tal vez esté en otro lugar.

Hay un Tristano...

Yo creé un personaje cierta­mente desilusionado. Esa es la respuesta: yo creé un personaje desilusionado.

Usted mostró un personaje que encarna cierta paradoja mo­derna. Se realza la importancia de la oralidad dentro de una época donde prima la comunica­ción electrónica.

Sí, tiene razón. El hombre se distingue de los otros animales sobre todo porque habla. Y arti­cula un lenguaje estructurado. Los otros animales se comunican pero la suya es una forma de comunicación simplificada. Noso­tros tenemos un lenguaje estruc­turado que se expresa a través de la palabra. Creo que la palabra goza de un privilegio muy anti­guo, desde siempre, porque es la función primaria de la comunica­ción entre los hombres. Enton­ces, en la base de nuestra civilización está la palabra. En el princi­pio era el verbo. Lo dice el Evan­gelio de San Juan. Pero antes del Evangelio de Juan los mitos grie­gos más antiguos, como el mito de Orfeo, atribuyen a la palabra un poder que la escritura no tie­ne. La palabra puede además evo­car a los muertos, atraer al fan­tasma. La palabra sirve para cele­brar un rito. Todavía hoy, el rito se celebra con la palabra. Cual­quier rito. Cuando el sacerdote celebra la misa, celebra con la pa­labra. No se puede celebrar con la escritura. Cuando el Papa envía un mensaje al mundo no manda un telegrama, habla. Cuando un jefe de Estado declara una guerra, lo dice en voz alta. Luego viene a continuación la es­critura. Esto significa que la voz goza de un estatus más impor­tante que la palabra. Pero hay una paradoja. Que sin la escritu­ra, la palabra no permanecería.

Y Tristano habla, no escribe.

En cuanto a Tristano, tiene la conciencia de que su palabra es superior a la escritura, porque la palabra es vida, es biológica. La escritura es mineral. No obstan­te, también se da cuenta -y ésa es la paradoja- de que sin el es­critor que está escribiendo, su pa­labra no permanecería.

Usted no usa computadora, ¿verdad?

No, pero no porque la odie. Po­dría usarla. Por ahora prefiero usar el cuaderno. Es decir, la mía no es una posición de hostilidad hacia la computadora. Es una preferencia porque no siempre escribo en casa, escribo donde se presenta la oportunidad.

Viajando...

También, o sentado en un café, o en un banco de plaza. Por eso, cómo decir, es más cómodo llevar en el bolsillo un cuaderno pe­queño y una lapicera. Y es un hábito que siempre he tenido.

Algunos personajes de sus li­bros deambulan entre la vida y la muerte. ¿Prefiere escribir so­bre los vivos o los muertos?

Creo que escribir sobre una co­sa también significa escribir so­bre la otra. No son dos cosas opuestas, son complementarias. Quizás en un mundo como el nuestro, se prefiere no hablar de la muerte. Pero yo creo que ha­blar de la muerte significa tam­bién apreciar, estimar más la vi­da. Porque quizá nosotros, todos, si pensamos que algún día mori­remos, haremos más de nuestra vida un tesoro. La respetaremos, la amaremos más. Tal vez, los hombres sean estúpidos, todos nosotros. La humanidad es estúpida. El hombre es una cria­tura estúpida que tiene una pe­queña idea de inmortalidad. Piensa que no morirá nunca.

¿El hombre de hoy o el de siempre?

En general, el de siempre. Hoy particularmente creo que se piensa poco en la muerte. Como contrapartida, hay muchos cadáveres que vemos dando vuel­tas. Pero en la muerte, en su realidad, pensamos muy poco o casi nunca.

¿En qué está trabajando ac­tualmente? ¿Está escribiendo li­teratura o ensayos?

No, no. En este momento nada. No se puede escribir siempre. No se debe. Hay que hacer también pausas largas. Además, también es bueno leer, como decía Borges. Es una actividad más noble porque es más abstracta, decía él.

¿Todavía dicta clases en la uni­versidad de Siena?

En este momento, estoy a punto de jubilarme. O sea que estoy tra­bajando desde un punto de vista burocrático para tramitar mi ju­bilación. He enseñado durante muchos años.

¿Se siente cansado?

No, no particularmente. He ser­vido al Estado, no al Rey de In­glaterra, como decía Bohumil Hrabal: "Yo he servido al Estado durante casi treintisiete años y creo haber hecho mi contribución".

¿Y qué está leyendo en este momento?

Estoy leyendo a Wislawa Szymborska, una grandísima poeta po­laca que ganó el Premio Nobel en 1996. Me encanta leer poesía.

¿Y siempre vuelve a Fernando Pessoa o ya conoce su obra le­tra por letra?

Siempre volvemos a los poetas que amamos. Siempre vuelvo a Borges, a Emily Dickinson. Porque las cosas que se aman se visi­tan muchas veces. Por otra parte, estos son poetas tan grandes que cada vez significan algo más, al­go distinto que antes no había­mos entendido. Es como mirar un cuadro bello. Si usted tiene enfrente un Tiziano, no dice: "voy al museo pero ése no lo miro porque ya lo vi". No, lo sigue mi­rando con el mismo placer.

Sobre Jorge Luis Borges usted dijo alguna vez: "Borges ha devuelto a la literatura su fun­ción de ficción, liberándola de los pesados cometidos que le eran ajenos y que habían terminado por empobrecerla". Y eligió como preferidos algunos cuentos rea­listas como "Emma Zunz" o "El hombre de la esquina rosada" o "El Evangelio según Marcos". ¿Cómo comenzó a leer a Borges? ¿En qué momento de la vida se encontraba usted?

Empecé a leer a Borges de mu­chacho, cuando lo descubrieron los franceses en los años sesenta cuando lo trajo Roger Caillois a Europa. Entonces yo no leía en español ni conocía la lengua. Y como sabe, cuando los franceses descubren algo, logran imponer­lo al mundo. En ese momento, yo estaba en París y se hablaba mucho de Borges. Lo leí primero en francés y más tarde aprendí español y portugués, para leerlo en su idioma original. Me gustan mucho sus poesías. Lo considero un gran poeta, pero prefiero su prosa, sus cuentos. Todos.

¿Hay algún libro que haya es­crito que lo haya transformado para siempre?

Radicalmente... no creo. Nos transformamos todos, poco a po­co. Pero no necesariamente a través de un libro sino de la vida que vivimos todos los días. Las nuevas experiencias que tene­mos. Naturalmente, también los libros, los que leemos tanto co­mo los que escribimos, nos tor­nan siempre un poco diferentes.

¿La literatura, la filosofía, el ar­te, el psicoanálisis, la política pueden ayudarnos a superar momentos de incertidumbre co­mo los que presenta esta era?

Creo que el arte tiene poco po­der frente a los cañones y la bom­ba atómica. En la Edad Media, en el siglo XVI, había guerras es­pantosas mientras seguía exis­tiendo una bellísima literatura, una filosofía. En el siglo XIX, mientras Napoleón llevaba la de­mocracia también llevaba masa­cres a toda Europa. A Rusia, a la Península Ibérica, a todas partes. Mientras las guerras ensangrentaban a Europa seguía habiendo una grandísima literatura. Esta­ban Stendhal, los grandes poetas y también una filosofía óptima. Pero no fue Stendhal el que mandó a Napoleón a Santa Ele­na. Stendhal dejó un testimonio de lo que era Napoleón; los de­sastres de la guerra son uno de los testimonios más espantosos y también monstruosamente be­llos de un período trágico de Europa, pero no fue Goya quien venció a Napoleón. Por eso no creo que la tarea de tranquilizar al mundo o de resolver los gran­des problemas de las guerras y las masacres le corresponda a los artistas y a la literatura. Picasso pintó Guernica pero no frenó la mano de Franco.

Usted trabaja para el Parla­mento de Escritores Persegui­dos, un espacio donde se prote­ge a quienes son hostigados por su trabajo intelectual. ¿Esa es para usted una forma de asumir un compromiso político?

Es también de compromiso físi­co y humano porque para mí es muy importante defender la libertad de palabra, pero antes es necesario defender el cuerpo, del cual sale esa palabra. Porque si usted mata a un escritor, el escritor ya no puede decir nada. Y a nosotros nos preocupaba salvar a personas que eran amenazadas de muerte o que habrían sido asesinadas y ponerlas a salvo físi­camente, ofrecerles un refugio, hacerlas salir de su país y darles un lugar donde nadie les corte la garganta.

¿Y usted cree que los intelec­tuales del mundo reaccionan co­mo la humanidad espera, ante acontecimientos globales como la invasión de Estados Unidos a Irak, por ejemplo?

Mire, cómo reaccionan los inte­lectuales no es muy importante. Tiene una importancia relativa. Mucho más importante es cómo reaccionan los gobiernos de dis­tintos países y las personas. Yo vi millones de personas en todas las grandes ciudades: en Tokio, en América Latina, en Europa, en Es­tados Unidos cuando ese país in­vadió Irak. Le pregunto: ¿esas personas eran todas intelectuales...? En suma, creo que los inte­lectuales tienen una responsabili­dad muy limitada. De lo contra­rio, siempre se corre el riesgo de atribuirles la culpa a ellos.

Sí, pero algunos de ellos dicen que su compromiso tiene que ser como el de cualquier ciudadano. Otros, en cambio, piensan que el intelectual tiene la res­ponsabilidad del compromiso político por tener un papel dis­tinto al resto. ¿Con quién está de acuerdo usted?

Yo creo que no existe una regla. Se lo digo con toda sinceridad. Yo elegí una posición. Personalmente siento una gran responsa­bilidad y, como usted sabe, opté por un compromiso político, pe­ro no sólo eso, sobre todo civil. Hago lo que puedo. Pero ésa es mi posición, mi elección. Y no pretendo con eso que todos sea­mos iguales. Mire: además la pa­labra intelectual es muy ambi­gua. Muchas veces no se sabe qué define. Por ejemplo, un poe­ta o un escritor, ¿es un intelec­tual? ¿O lo es solamente un filósofo, o un ensayista de políti­ca, o alguien que escribe en los diarios? Entonces, si un poeta es un intelectual, y yo creo que lo es, ese poeta es libre de escribir una poesía sobre un niño muerto en un bombardeo estadouniden­se o escribir una poesía sobre la luna, o hacer una oda a la zana­horia, como hizo Neruda. Tam­bién las zanahorias existen. Y si encuentran un poeta que quiere cantarle a una zanahoria, que lo haga. Debe ser libre.

Hacia 1997 Umberto Eco es­cribió en su columna semanal de la revista "L'Espresso", unas palabras polémicas con el título "El primer deber de los intelectuales: callarse cuando no sirven para nada". Eco describía como "la actividad patética en este siglo" a la situación en la que frente a cual­quier crisis social o política se convoca a los intelectuales a re­solverla. Según Eco los intelectuales crean las crisis, no las re­suelven. Usted resolvió res­ponderle con un artículo de trece páginas publicado en la revista "MicroMega" y que un año después fue el ensayo principal de "La gastritis de Platón".

Yo reac­cioné porque Umberto Eco de­seaba imponernos a otros su vi­sión del intelectual. Quería que todos los intelectuales fueran funcionarios de la cultura. Por eso reaccioné. Pero yo no preten­do lo contrario. No pretendo que nadie tenga mis posiciones. Ese es el concepto. En ese caso, hubo una reacción mía porque Umber­to Eco escribió que debíamos ca­llarnos. Que todos hablábamos demasiado. Y yo reaccioné por­que no me gusta que alguien me imponga silencio. El silencio se impone en el cuartel, de noche con la trompeta. Una trompeta que suena el silencio.

Su texto se publicó como una carta abierta a Adriano Sofri, el pensador italiano preso desde 1990 acusado de ser el autor intelectual del asesinato del comisario Calabresi ocurrido en 1959. Usted ha abogado por su inocencia.

Espero que a Sofri le pueda ser otorgado el indulto lo antes posible. El presidente de la República está dispuesto. Pero hay un ministro de Justicia que se opone. Y el ministro debe co­rroborar ese indulto. Tal vez lo firme. Yo espero que sí. Proba­blemente pida algo a cambio.

¿Hay una interferencia de Berlusconi sobre la Justicia, en este caso?
No lo sé. Son todas cosas que se desarrollan en los bajo fondos, en los sótanos. Eso no lo sé.

¿Usted espera pronto una Ita­lia sin Berlusconi?

Berlusconi... Pero el problema no es Berlusconi. Berlusconi es simplemente la personificación de algo que ya existía y que exis­te. Es decir ya existía el berlusco­nismo sin Berlusconi. Al igual que en Estados Unidos el proble­ma no es Bush; el problema es el Estados Unidos profundo, analfabeto, fundamentalista, racista, belicoso, místico que natural­mente, en un determinado pun­to, Bush interpreta como ningún otro. Como político es la expre­sión del alma de su pueblo en un momento histórico determinado.

¿Ocurre algo similar en Italia?

No, lo mismo no. Italia, por suerte, no tiene bombas atómicas y no puede agredir a ningún otro país. No tiene la CIA y no puede ir a trabajar a América Latina. No puede instalar ningún Augusto Pinochet, no puede bombardear ninguna casa de gobierno ¿En­tiende? Italia es así. Pero Italia, en su historia, inventó cosas, na­turalmente, y después las exportó al exterior. Italia es un país muy creativo. No puede invadir otros países pero puede expresar ideas, hacer invenciones y exportarlas. Y no siempre esas invenciones son buenas. Italia inventó mu­chas cosas buenas, estuvo mu­chas veces a la vanguardia de lo bello, en muchos momentos de su historia. Pero sucede que un país tan creativo como el mío, a veces también inventa cosas co­mo el consultorio del doctor Calligari. Y como usted sabe, al fas­cismo también lo inventaron los italianos. No es un invento de Alemania, lo inventó en 1922 un señor que se llamaba Benito Mussolini. Inventó el Estado éti­co y corporativo: el fascismo mo­derno. Italia exportó esa idea rápidamente a toda Europa. De inmediato, a Hungría, Alemania, Rumania, Portugal y después a España. Y desde allí se difundió a muchos otros países. Esperemos que Italia ahora exporte ideas buenas. Porque el berlusconis­mo es una "Weltangschaung", una manera de ver el mundo. Y pue­de ser que también llegue a ex­portarla.

¿Y qué hace la izquierda italia­na para combatir o contrapesar al berlusconismo?

La izquierda es una cosa muy compleja. En este momento, las izquierdas de todo el mundo se buscan un poco a sí mismas, están perdidas. Da la sensación de que olvidaron valores y no son más ideologías, sino otros valo­res. A veces, puede darse incluso que hasta la izquierda italiana sea un poco berlusconiana y no se dé cuenta.

¿Y usted se identifica con al­guna izquierda italiana?

¡Ah, no!, mire, para mí ya es difícil identificarme conmigo mismo. Imagínese si me identifi­co con alguna izquierda, ¡já, já, já!

Pero seguramente usted está de acuerdo con alguna izquierda italiana y sus exponentes, como Gianni Vattimo, por ejemplo.

Hay muchas personas, muchos intelectuales de la izquierda que me parecen interesantes, que están trabajando y hacen su apor­te, pero repito, el problema no son los intelectuales, el problema son las secretarías de los parti­dos. Es decir, no es tanto tal o cual filósofo, tal o cual pensador el que va a orientar el voto de ma­sa de una población. Es el repre­sentante político de determinado partido, el secretario del partido, el presidente de un partido que después va a los medios de comunicación, a las reuniones en las plazas, a los canales de televi­sión y que orienta la elección de los ciudadanos. De lo contrario, sería muy optimista pensar que un libro de Vattimo influye a sesenta millones de personas en Italia. Me gustaría mucho que fuera así, pero no lo es. Es más probable que sea un estúpido conductor de TV el que influye sobre sesenta millones de perso­nas.

¿Y usted se considera un anar­quista, como lo han clasificado alguna vez?

No. Me considero independien­te. Si usted establece una igual­dad entre anarquista e independiente, sería su extrapolación. Yo tuve una infancia con una fuerte influencia de un pensamiento anárquico, anarcoide de mis abuelos, etcétera, pero yo perso­nalmente me considero simple­mente independiente.

Desde esta parte del planeta se percibe una Europa que tra­baja por su unidad, pero ¿es posible esa unidad con un racismo creciente e inquietante en todo el continente?

A esta altura la Europa unida es una realidad. El racismo no tiene nada que ver con esta Europa unida. Nosotros tenemos parti­dos en Italia que son racistas, o que por lo menos expresan una ideología racista y xenófoba, pero no creo que eso tenga que ver con Europa. La Constitución europea, el Consejo de Europa en Estrasburgo, en Bruselas no tienen nada de racistas. Es el ini­cio de una gran unión, también política, pero sobre todo económica que representa una unión de ciudadanos pertene­cientes a una misma área cultu­ral y geográfica. Quizá, no le gus­tamos mucho a Estados Unidos. En suma, también una potencia económica distinta del dólar no le gusta demasiado a Estados Unidos, que es un país al que le gustaría dominar el mundo en forma absoluta. En todo caso, si hay una forma de racismo res­pecto de Europa, la he visto venir de Estados Unidos. Cuando Francia y Alemania criticaron du­ramente la invasión de Irak en el Consejo Mundial de la ONU, la reacción de los estadounidenses fue histérica: tiraron al río Hudson el vino Bordeaux, boicotea­ron todos los productos france­ses. Esa es una reacción racista.

Hace poco se dijo que usted iba a venir a nuestro país...

Mire, a mí me gustaría ir a to­das partes. Y hay muchos países que todavía no conozco. La Argentina es uno de ellos. Se han producido varios desencuentros, pero no por culpa de los argenti­nos sino porque las dos veces que tenía que ir tuve impedimen­tos y no pude. En suma, ahora espero poder viajar más tranquila y libremente.

También tuvo un encuentro con el ministro de Relaciones Exteriores Rafael Bielsa. ¿Qué impresión le causó?

Hablamos mucho de literatura. Sería poco correcto que hiciera consideraciones sobre su actividad política, de la que no sé nada. Pero debo decirle que desde el punto de vista cultural tuve una impresión óptima. Hablamos mucho de escritores que los dos amamos, como Onetti, Borges, Sábato. A su vez, yo siento mu­cha simpatía por la Argentina en razón de los vínculos culturales que son muy fuertes. Si bien no la conozco personalmente, la imagen que tengo de su pueblo, de su cultura es muy italiana, muy europea y por lo tanto hay una suerte de empatía. Ya vere­mos, cuando me jubile, entonces tal vez vaya.



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