
Cuánto puede saberse de la muerte en una vida y cuánto puede ayudarnos la literatura para pensarlo: dos preguntas centrales que sobrevuelan o que subyacen a este texto de Nathalie Léger. Llamarlo nouvelle, ensayo, relato, poema en prosa, es insuficiente, llamarlo inclasificable, es hacerle una concesión a las clasificaciones. Cuánto puede saberse de la literatura desde los géneros y las categorías de análisis es otra cuestión que sobrevuela o subyace todos los textos de esta autora. Este también. Porque antes que con un género nos encontramos con una escritura, una prosa de una intensidad y una inteligencia que desmienten la primera impresión que podemos tener ante el objeto, esa de estar frente a un texto breve.
En busca del cielo es el quinto libro de Léger y el primero más acabadamente autobiográfico. Si bien en todos los personajes, las reflexiones, la crítica, espejaban fragmentos de una autobiografía, aquí el movimiento no va del afuera hacia el adentro sino al revés. Un acontecimiento de su vida –la muerte de su pareja y luego de su madre, en un mismo período– toma tal magnitud, tal reverberancia, que se convierte en el asunto de este texto. Justo para Léger que escribió profusamente sobre el tema del tema. Dijo, por ejemplo: “Un buen tema te toma siempre por sorpresa, te arrastra.” Y también: “Una no escoge el tema, el tema te escoge a ti.” Pero sobre todo: “Como la muerte, y una o dos cositas más, el tema es simplemente el nombre de lo que no es posible decir.” Por eso no es tan sencillo determinar de qué se trata, de qué va En busca del cielo, aunque por supuesto la cuestión salte a la vista desde las primeras líneas. Reflexiones concéntricas, descripciones sensoriales, astillas de recuerdos, de las que se desprenden asociaciones, referencias, citas. De adentro hacia fuera, como alguna vez fue de afuera hacia adentro.
Además de escritora Léger es curadora, investigadora, editora, directora de L´Institut Mémoires de l´edition contemporaine (IMEC); parecen ser muchos los temas de su interés. Publicó el ensayo personal Les Vies silencieuses de Samuel Beckett (2006) y luego una trilogía conceptual acerca de la vida de tres mujeres: La exposición (2008), que observaba bajo distintas luces a la condesa de Castiglione, belleza insólita y modelo fotográfica del siglo XIX; Sobre Bárbara Loden (publicado en 2021 por esta misma editorial), que perseguía a la cineasta así llamada en Wanda, su única y enigmática película; y La Robe blanche (2018), que no ha sido traducido al español y tiene como figura central a Pippa Bacca, artista feminista italiana que viajaba a dedo vestida de novia, como parte de una obra por la paz y fue asesinada en Turquía. A lo largo de su carrera se ocupó también de la edición de distintos autores como Antoine Vitez y Roland Barthes. Fue curadora de grandes muestras en el Centro Georges-Pompidou de Paris dedicadas a Barthes y a Beckett. Un recorrido riguroso y deslumbrante que mantuvo a la par con un trabajo literario singular, de libros siempre pequeños, extraños, únicos. Una escritura personal hablando de esxs otrxs que también le hablaban a ella.
Será por eso que este texto comienza usando el plural. Para su pieza más personal, más íntima, más conmovedora, elige posicionarse en un nosotros. Una decisión que se va abandonando a lo largo de las páginas, pero que le sirve para comenzar. “Avanzamos temblando”, dice en la primera línea y ese temblor se transmite como un magnetismo que difumina las palabras y le permite escribir, empezar a hacerlo. Es necesario ampararse, encontrar la fuerza o una lengua posible.
Se embarca en ese viaje entonces, como si no quedara más remedio, reconstruir un tiempo que parece ser muy difícil de nombrar. Y a la vez imprescindible, urgente, el único remedio, no hay más. Sigue una suerte de hilo, una cronología tenue para narrar eso muy complejo, muy sutil, de un orden casi metafísico. Se interroga, se examina, enumera las imágenes, las sensaciones, los pensamientos, las palabras que pueden aparecer en ese momento. Y las que no se dicen porque no se encuentran, no se muestran, no se han inventado todavía.
Hablamos de una escritura de duelo o en el duelo: podemos decirlo en este prólogo aunque ella no use esa palabra, o sí, pero en muy pocas ocasiones y en boca de otros. Ella lo llama “una especie de cosa”, así dice, “algo desconocido e irremediable que deberá ser atravesado con pesadez”. La escritura va a ser entonces la forma que esta autora encuentra para atravesar ese tiempo. Desde el principio se plantea la cuestión: la escritura abre un camino tangencial a la vida. Una vida que se torna invivible y que recurre a las palabras para encontrar lo que ha perdido. Para darle una existencia, una entidad nueva.
Se narran, primero, los escenarios de la muerte: las salas de espera, los pasillos, las llamadas telefónicas, las corridas, los hospitales. En medio de todo ese movimiento, el acontecimiento es descripto como una anunciación al revés. Léger construye una imagen sin precedentes a través de nuestra memoria visual. Todos esos cuadros de la iconografía cristiana, todos esos Botticelli, da Vinci, Caravaggio, se hacen presentes, pero en su negativo. ¿Cómo sería eso? Quién sería el ángel Gabriel, quién la Virgen María. La maestría de Léger consiste en decir sin decir, construir oscuridad nombrando luz. El tema es simplemente el nombre de lo que no es posible decir.
Esto no quiere decir que sea esquiva, elíptica, que evite meter los pies en el plato: más bien todo lo contrario. Avanza temblando. Entrega visiones de la muerte, preguntas que se abren en eso que vive –una especie de cosa– que es el contrario de la dulce espera. Si es que ella viene de adentro, o de afuera y siempre estuvo agazapada esperando el momento, si las lágrimas vienen de su cuerpo, de su pensamiento, o más bien del cuerpo de él, de lo inaccesible del cuerpo de él. Preguntas muy intensas que nos dejan pensando con la vista clavada en un punto fijo. Hay preguntas sin solución. No es que sean insolubles, sino que no existe solución. No todas las preguntas tienen soluciones, dice.
Al mismo tiempo Léger se resiste a caer en los lugares comunes a los que como una pendiente empinada parecieran empujarla los hechos. Los gestos teatrales, el llanto, las genealogías de la lamentación. Pasa por ahí, pero no es lo suyo. Más bien intenta darle voz a un inventario imposible: lo que hay, lo que ya no hay, qué es lo que queda de ese otro que fue hasta hace unos segundos lo más importante. Da lugar al cuerpo y también al alma. A veces lo llama él, a veces tú. A veces usa el presente, a veces el pasado. No se puede saber nada del amor ni se puede saber nada tampoco sobre la muerte, dice. Se detiene en lo incierto, lo que no está en ningún lado, lo que se esfuma.
Uno de los varios diálogos que En busca del cielo propone –además de con el crepuscular Nicholas Ray de Relámpago sobre el agua, con el espiritismo de Víctor Hugo, con Henry James– es con Diario de duelo de Roland Barthes. Una texto paradigmático que fue establecido y anotado precisamente por la misma Nathalie Léger. Es inevitable leerla y no cruzar algunas de sus intuiciones con las de aquel otro libro que ella debe conocer de memoria. Léger formaba parte del círculo de discípulos dilectos de Barthes y siguió trabajando con su archivo, el fondo Barthes, que se encuentra en el IMEC que ella dirige.
En esa conversación que tuvieron en vida y que ahora sigue en las páginas de sus libros, Léger retoma a Barthes en ciertos momentos, o da esa sensación, como si del roce de un texto y otro salieran pequeñas chispas, incluso en los pasajes más aciagos, como una piedra gris de la que nacen destellos de luz. A la pregunta central que subyace o que sobrevuela todo el texto ¿Qué es lo que puede saberse de la muerte en una vida? Barthes responde desde su libro que, de antemano, muy poco: “Hay en el duelo una domesticación radical y nueva de la muerte, pues antes solo era saber prestado (torpe, venido de los otros, de la filosofía, etc.) pero ahora es mi saber.” A la pregunta que le sigue ¿Cuánto puede ayudarnos la literatura para pensarlo? La respuesta es muy simple: “La literatura sirve para sufrir menos.” Así dice: “La literatura es distancia, un distanciamiento aplicado a la viscosa manía de sufrir.” Parece suficiente.
El final del viaje de Léger concluye en el cielo, porque se trata de un viaje por tierra y también por aire. Decimos final, pero no hay un final, una conclusión, un cierre, sino más bien un punto de lo que en el título ella llama búsqueda. A partir de aquí y como en todo texto que valga la pena se inician nuevos itinerarios, esta vez propios, que la lectura habilita. Viene a mi mente entonces, otro texto, un poema de Tamara Kamenszain, otra exploradora de estos abismos. En unos versos medulares para la literatura argentina ella escribió: “¿Ya hablé de la muerte?/ Murió mi hermano/ murieron mis padres/ murió el padre de mis hijos/ tantos amigos murieron y dije y digo que no están más./¿Eso es hablar de la muerte? Dejé anotado que se fueron/ les dediqué libros los nombré/ por sus nombres me anoticié de que nadie me contestaba./¿Eso es hablar de la muerte?”
No sabemos muy bien qué es hablar de la muerte, aún después de leer, pero constatamos que todavía estamos, que avanzamos temblando, que todavía tenemos algunos libros para leer, con suerte algunos para escribir. Parece suficiente.
https://www.pagina12.com.ar/500615-en-busca-del-cielo-de-nathalie-leger-un-libro-sobre-el-duelo
Posted on 9 junio, 2012
Carl Gustav Jung y el Nacionalsocialismo
Laura Ibarra García Centro de Estudios Europeos Universidad de Guadalajara ________________________
El inconsciente ario tiene un potencial mayor que el judío […]. A mi juicio, la actual psicología médica ha cometido un grave error al aplicar indiscriminadamente categorías, que ni siquiera son válidas para todos los judíos, a los germanos cristianos o eslavos […]. La psicología médica ha sostenido que el secreto más precioso de los germanos, el fondo de su alma creadora y llena de fantasía, es un pantano infantil y banal, mientras que por décadas, mi voz que advertía de ello, ha estado bajo la sospecha de ser antisemita. La sospecha provino de Freud. Éste no conocía el alma germana, como tampoco la conocen sus seguidores.
Estas palabras fueron escritas por C. G. Jung en enero de 1934. Ellas dejan ver el rumbo que tomaría la psicología en Alemania durante los once años en que el país estaría dominado por los nacionalsocialistas. Mientras Sigmund Freud y Alfred Adler, quienes pertenecían a la comunidad judía de Viena, eran blanco de numerosas difamaciones que aparecían en periódicos nacionales y en revistas especializadas, Jung sintió que había llegado la hora en que el régimen alemán lo habría de reconocer como uno de sus grandes intelectuales.
Jung pensaba que sólo su teoría, conocida como psicología analítica, lograba explicar realmente el surgimiento del nazismo, la grandeza de Adolfo Hitler y la supremacía psicológica del alma alemana sobre el inconsciente de los otros pueblos.
Jung estaba seguro de que tan pronto como los líderes nazis se dieran cuenta de las coincidencias entre su pensamiento y la ideología del nacionalsocialismo, él pasaría a formar parte de las luminarias académicas a quienes los nazis acostumbraban tributar un enorme reconocimiento.
A principios de 1933, Jung empezó a ser considerado en Alemania como el renovador de la psicología y de la psiquiatría. Él había venido a rescatarlas del estado de descomposición en que habían sido sumergidas por los judíos psicoanalistas. En ese mismo año, empezaron a ser quemados públicamente los libros de Freud. Los nacionalsocialistas recomendaban recitar en el momento en que éstos eran lanzados al fuego lo siguiente: «En contra de la sobrevaloración de la vida sexual que destruye el alma, y por la nobleza del alma humana, entrego a las llamas los escritos de un tal Sigmund Freud».
En junio de 1933, C. G. Jung fue nombrado presidente de la Sociedad Médica de Psicoterapia, que agrupaba asociaciones de diversos países. Los miembros de la Asociación Psicoanalítica Alemana, que tenía más de veinte años de existencia, la fueron abandonando, voluntariamente o por presiones políticas, e ingresaban a la Sociedad Alemana Médica de Psicoterapia, que se formó en 1934.
Como presidente de esta sociedad fue designado el psiquiatra M. H. Goering, primo del ministro de Aviación, Hermann Goering, el hombre más importante del régimen, después de Hitler. Gracias a los esfuerzos del psicoanalista Ernest Jones, quien gozaba en ese entonces de un gran prestigio internacional, fue posible que el doctor Goering permitiera que la Sociedad Psicoanalítica Alemana continuara existiendo como una división dentro de la Sociedad Alemana Médica de Psicoterapia.
En diciembre de 1933 fue publicada la declaración de principios que regía a esta sociedad. El escrito fue redactado por el mismo doctor Goering. En él se afirma lo siguiente:
Esta sociedad tiene la tarea […] de unir a todos los médicos alemanes […] que pretenden formarse y practicar la terapia psiquiátrica conforme a las concepciones nacionalsocialistas. La Sociedad presupone que todos sus miembros activos, los que hacen uso tanto de la palabra verbal como escrita, han trabajado el libro fundamental de Adolfo Hitler, Mi lucha, con toda la seriedad científica y lo reconocen como fundamento. La Sociedad pretende colaborar en la obra del Kanzler, educando al pueblo alemán hacia una convicción heroica orientada al sacrificio.
Aunque años más tarde Jung negó haber tenido conocimiento de esta declaración de principios antes de su publicación, él era en ese entonces editor y responsable de la Revista de Psicoterapia, en la cual fue dada a conocer la declaración. Las páginas editoriales del número en que apareció la declaración fueron escritas por el mismo Jung, y su contenido se apega al sentido de las palabras del doctor Goering: «Las diferencias que realmente existen desde hace mucho tiempo entre la psicología germana y la judía no deben continuar siendo ignoradas; para la ciencia, esto sólo puede ser provechoso». Con ello, Jung mostraba que no sólo estaba interesado en señalar las diferencias entre ambas psicologías, sino en proclamar la superioridad de la psicología alemana frente a la judía. Jung, por cierto, nunca se distanció públicamente del manifiesto psiquiátrico del doctor Goering.
Diversas publicaciones muestran que Jung participó voluntaria y conscientemente en las difamaciones que se divulgaban sobre los judíos y el psicoanálisis. A principios de 1934, en su artículo «Sobre la situación actual de la psicoterapia», afirma que el judío, como «nómada», no puede crear jamás una cultura propia; para desarrollar sus instintos y talentos tiene que apoyarse en un «pueblo anfitrión más o menos civilizado».
En este mismo artículo, Jung se empeñó en hacer notar la imposibilidad del psicoanálisis judío de explicar el surgimiento del nacionalsocialismo, y lo acertado y útil que resultaba su propia psicología en este sentido. «¿Ha podido (el psicoanálisis de Freud) esclarecer la grandiosa aparición del nacionalsocialismo al que todo el mundo observa con los ojos llenos de sorpresa? ¿Dónde se encontraba el ímpetu silencioso y la fuerza cuando todavía no había nacionalsocialismo? Ella se encontraba escondida en el alma germana, en aquel profundo fondo, el cual es todo lo contrario a la cloaca de los deseos infantiles insatisfechos y de los resentimientos familiares latentes». Jung va tan lejos en su deseo de desprestigiar las enseñanzas de Freud, que llega a señalar la concepción de éste sobre la neurosis como «la sucia fantasía de adolescente tenida por su autor».
En Suiza, algunos psicoanalistas reaccionaron con toda firmeza en contra de la posición de Jung. Entre ellos destaca Gustavo Bally, quien publicó en uno de los principales diarios del país, el Neue Zuercher Zeitung, fuertes críticas a las coincidencias de Jung con el nacionalsocialismo en lo que respecta al racismo, la ideología aria y el desprecio a los judíos.
Aunque muchos de los discípulos de Jung trataron, y aún lo hacen, de minimizar y restar importancia a su convencimiento y entusiasmo por el nacionalsocialismo, los testimonios son contundentes. Artículos, cartas y entrevistas constatan que Jung no sólo simpatizaba con las ideas de los nazis, sino que trató de devaluar la persona de Freud, de excluir su obra de los países de habla alemana y de beneficiarse a sí mismo de todo esto.
En una carta enviada a Wolfgang Kranefeld, un discípulo de Jung en Alemania y ferviente partidario del nacionalsocialismo, Jung aboga por una prohibición del «psicoanálisis judío»: «Como es conocido, contra la necedad no se puede hacer nada, pero en este caso los arios pueden señalar que con Freud y Adler se están predicando públicamente puntos de vista específicamente judíos. Puntos de vista que, por cierto, tienen un carácter esencialmente destructor. Si la promulgación de este evangelio judío le resulta agradable al gobierno, pues es así y basta. Pero, por otra parte, existe la posibilidad de que esto no le fuera tan cómodo al gobierno…».
El 26 de junio de 1933, Jung concedió una entrevista a la Radio de Berlín en la que dio a conocer sus opiniones e intereses. Jung fue presentado por su entrevistador, el doctor Weizsaecker, uno de sus discípulos, como el «conocido psicólogo de Zurich, quien frente al destructivo psicoanálisis de Sigmund Freud logró oponer su psicología constructiva». El director del programa mencionó que el padre de Jung era un pastor protestante, mientras que Freud y Adler eran judíos. Por ello, según el doctor Weizsaecker, Jung contaba con un terreno totalmente diferente en su perspectiva general frente al ser humano.
En esta entrevista, Jung criticó la psicología de Freud y Adler como «una psicología enemiga de la vida». A la pregunta expresa sobre las diferencias entre su pensamiento y la psicología de Freud y Adler, manifestó: «Mire usted, uno de los privilegios más bellos del espíritu germano es dejarse influir sin condiciones por la totalidad de la creación en su inagotable diversidad. Freud y Adler sostienen sólo un punto de vista individual (sexualidad, anhelo de poder) frente al todo. La teoría de estos autores distorsiona el poderoso sentido de la totalidad hasta la necedad y la belleza propia de la totalidad hasta el ridículo». Para subrayar su distanciamiento con respecto a estos dos autores, Jung afirma que él «nunca pudo conformarse con estas posiciones enemigas de la vida». El doctor Weizsaecker le agradeció en especial esta aclaración, y afirmó que «precisamente esta respuesta sería para muchos una liberación».
Jung acentuó, de nuevo, la ventaja de su psicología sobre cualquier otra teoría. Ella no sólo está en situación de explicar los acontecimientos políticos en Alemania, sino también los cambios paralelos que en el arte y en la filosofía ocurrían en ese tiempo.
Tres años más tarde, en 1936, Jung publicó su famoso Himno a Wotan, el antiguo dios germano de las tormentas y del rayo. Esta divinidad es quien, desde el inicio de los tiempos, escondido en el alma alemana, desencadena las pasiones y el ansia de lucha. Para Jung, «el dios de los alemanes» explica más el nacionalsocialismo que los factores económicos, políticos y psicológicos.
En 1939, Jung concedió una entrevista al periodista norteamericano H. R. Knickerbocher en Zurich. En ese año, la política agresiva de los nazis estaba a la vista de todos: Austria, la ciudad de Dánzig, en Polonia, y la región de los sudetes, en Checoslovaquia, habían sido «anexadas» al tercer reich. La persecución de los judíos era entonces brutal y evidente. La Noche de los Cristales Rotos, en que las casas y negocios de los judíos habían sido apedreados o saqueados, había sucedido en noviembre de 1938. Nadie podía ignorar lo que estaba ocurriendo.
Jung, que entonces tenía sesenta y tres años, afirmó que «la mirada soñadora» de Hitler, «el rasgo más prominente de su fisonomía», lo había impresionado. «En sus ojos -decía- se encuentra la mirada de un vidente. Hitler es el altavoz que amplifica el murmullo inaudible del alma alemana». Él «se deja tocar por su inconsciente». Para Jung, el Führer es «como un hombre que atento escucha una corriente de inspiraciones, de cuya fuente escondida sale una vocecita y que conforme a ella actúa». «Hitler escucha y obedece» pues, según Jung, «el verdadero Führer siempre es dirigido».
En esta entrevista, Jung no sólo expresó su admiración por Hitler, sino que refirió también su simpatía por Mussolini. En comparación con Hitler, quien es «chamán, mitad dios, mito», Mussolini «es un hombre». Jung afirmaba haber descubierto en el dictador italiano «determinado corte de un hombre auténtico que dispone para ciertas cosas de muy buen gusto». Eran muestras de este «buen gusto» el hecho de que Mussolini haya tolerado al rey de Italia en su puesto y que él mismo se hiciera llamar «Duce» y no «Doge», como en la antigua Venecia.
Jung confesó al periodista norteamericano que después de haber experimentado «la gran felicidad de encontrarse a sólo unos pasos del Duche y del Führer» en un desfile militar en Berlín, se sintió un poco decepcionado por la seria actitud mostrada por Hitler. La emocionalidad del fascista Mussolini, por el contrario, le encantó. Jung admitió haber compartido con él su entusiasmo por el paso de punta en la marcha militar. «Frente a este paso -relata- Mussolini aplaudió con alegría; estaba tan contento como un niño pequeño en el circo».
Mientras Jung trataba de hacerse notar en los círculos nazis revistiendo la ideología nacionalsocialista de psicología profunda y justificando psicológicamente el racismo, Freud, su maestro y amigo paternal durante más de ocho años, tuvo que abandonar Viena y exiliarse, junto con su familia, en Londres. A los ochenta y dos años, no le fue fácil abandonar la ciudad en la que había vivido casi toda su vida. Pese a los esfuerzos de Freud por salvar la vida de sus cuatro hermanas, éstas fueron asesinadas en los campos de concentración de Auschwitz y de Thereseinstadt. Según un testigo que sobrevivió al holocausto, una de ellas, antes de entrar a la cámara de gas, gritaba: «Aquí hay un error, yo soy la hermana de Sigmund Freud».
A diferencia de sus seguidores, que aún hoy se empeñan en reprimir o ignorar las simpatías de su maestro por el nacionalsocialismo, Jung admitió haber cometido un error. Después de finalizar la guerra, en 1946, Leo Baeck, profesor de historia de la religión y representante de la comunidad judía, aceptó, aunque no de muy buena gana, conversar con Jung. Este rabino, así como Ernst Bloch, Thomas Mann, Erich Fromm y Herbert Marcuse, entre otros, había criticado con dureza el apoyo que Jung brindó públicamente al nacionalsocialismo y su pretensión de legitimar mediante la psicología el dominio nazi. En esta entrevista, Jung intentó defenderse y, aunque trató de transferir la culpa a los alemanes y su patología, reconoció «haber resbalado».
Sin embargo, hasta su muerte, ocurrida en 1961, Jung no logró distanciarse de su producción ideológica de los años treinta ni analizar las coincidencias entre sus ideas y la propaganda nazi. Esta tarea está aún por hacerse.
https://redfilosoficadeluruguay.wordpress.com/2012/06/09/carl-gustav-jung-y-el-nacionalsocialismo/
Los críticos de la psicología analítica son muchos y provienen de diversas disciplinas. La psicología analítica, teoría de la personalidad consciente e inconsciente, formada en 1913 por el psiquiatra suizo Carl Jung, fue el primer objetivo de Freud .
La psicología analítica fue, desde su fundación, objeto de crítica desde el ámbito psicoanalítico; Freud, en primer lugar, vio en la obra de Jung la de "un místico y un esnob" . Los defensores del freudianismo multiplicaron a lo largo del siglo xx la crítica, centrándose en el carácter místico de los escritos de Jung. Otros analistas, en particular los practicantes junguianos, denunciaron el "culto a la personalidad" en torno al psiquiatra suizo. Finalmente, su connivencia con el nazismo sigue siendo una de las controversias más recurrentes.
La crítica al psiquiatra estadounidense Richard Noll, que publicó en dos obras ( Le Cult de Jung, 1994 y Le Christ aryen, 1997) examinando la ambivalencia que según él mismo del personaje de Jung, fue la más mordaz contra las colusiones de Jung. Régimen nazi. Su argumento asimila a Jung a un gurú con delirios de grandeza y empapado de teorías racistas y nazis, promotor del cristianismo fundamentalista . Según él, Jung es en realidad un "profeta völklich " que, aunque se hace pasar por cristiano, trabaja por el regreso del paganismo . Así, detrás del trasfondo de las acusaciones de colusión con el nazismo, crítica que también existe en Ernest Jones, lo que critica Noll es el intento que hizo Jung, según él, a través del culto a su persona como modelo y profeta. para restaurar el paganismo : "Como Julien, Jung se presentó durante muchos años como cristiano, mientras practicaba el paganismo en privado" . Noll también considera que Jung es un mentiroso inteligente que nunca creyó en sus conceptos originales, trabajando por el colapso del mundo religioso: "Estoy convencido - y este es uno de los argumentos de este trabajo - que Jung fabricó deliberadamente. engañosamente, esta máscara del siglo XX para hacer más aceptable su visión del mundo mágico, politeísta y pagano a una sociedad secularizada, condicionada a respetar sólo ideas aparentemente científicas ” . Sin embargo, estos trabajos sobre Jung son considerados por la mayoría de los psicólogos e historiadores del psicoanálisis como ataques personales. Élisabeth Roudinesco argumenta en particular: “Aunque las tesis de Noll se apoyen en un conocimiento sólido del corpus junguiano […], merecen ser reexaminadas, tanto el odio del autor frente a su objeto de estudio disminuye la credibilidad del argumento ” . Richard Noll también afirma que en la famosa torre de Bollingen, Jung, masón, hace representar un cierto número de “herramientas y símbolos masónicos y alquímicos” .
El analista británico de Jung, Andrew Samuels en Jung and the PostJungians explora el entorno de la psicología analítica, arrojando luz sobre los muchos desacuerdos internos en torno a los conceptos clave de Jung, pero también debido a las diferencias entre las personas. En Controversies in Analytical Psychology, Robert Withers examina la preponderancia de la figura de Jung sobre la psicología analítica formando un verdadero culto a la personalidad . Cuando se fundó el Club Psicológico de Zúrich, explica, ya existían críticas al culto a la personalidad en torno a Jung. Hans Rudolf Wilhelm, siguiendo a Oskar Pfister, afirmó que Jung estaba creando una "mafia para destruir a Riklin" a su alrededor. Más tarde, en 1948, Medard Boss y Hans Trüb también se distinguieron de la primacía del enfoque junguiano.
Desde un punto de vista psicoanalítico, varios analistas que continúan Freud se han pronunciado sobre el “caso de Jung”. El psicoanalista Dominique Bourdin, asociado de filosofía y doctor en psicopatología: "Renunciando tanto a la importancia de la sexualidad infantil como al papel organizador de la crisis edípica en la historia singular de cada individuo, Jung dejó el psicoanálisis, aunque sigue utilizando este término, ahora entendido como un análisis de contenidos psíquicos generalmente inconscientes (...). Quizás sea un profeta del "retorno de los religiosos", independiente de las Iglesias tradicionales, y un precursor de la corriente espiritual de la Nueva Era, según la cual estamos entrando ahora en la "era de Acuario", que podríamos describir. él más. adecuadamente. Al hacerlo, abandonó deliberadamente el campo de las ciencias humanas y el pensamiento racional ” .
Karl Abraham es el primero en establecer, mientras que Jung todavía estaba oficialmente vinculado a Freud, una crítica argumentada. En su escrito "Crítica del ensayo sobre una presentación de la teoría psicoanalítica de CG Jung", Karl Abraham ataca los postulados de Jung. Denuncia el “riego del inconsciente” operado por el psiquiatra suizo. El “matiz religioso” del concepto, que por tanto se convierte en un “trasfondo místico”, convierte a Jung en un “teólogo” y ya no en un psicoanalista. Esta crítica es recurrente en la literatura psicoanalítica.
Yvon Brès explica por su parte que el concepto junguiano de inconsciente colectivo “también atestigua la facilidad con la que se puede deslizar del concepto de inconsciente psicológico hacia perspectivas relativas a un universo de pensamiento ajeno a la tradición filosófica y científica en la que este nació el concepto ” .
La segunda generación de psicoanalistas freudianos, representada por Donald Woods Winnicott o Jacques Lacan, por ejemplo, también perpetúa la crítica. La síntesis crítica la realiza Edward Glover, continuando la de Ernest Jones, en Freud o Jung (1941).