Alan Watts La cultura de la contracultura 1. MISTICISMO Y MORALIDAD

 

 INTRODUCCIÓN

    Para la mayoría de nosotros, la contracultura invoca imágenes de un capítulo concreto de la historia de América. La asociamos con el movimiento beat [1] , la era de los sesenta y con el impopular Summer of Love . También se me ocurre pensar en el movimiento del Free Speech , los militantes yippies [2] y las drogas psicodélicas. Todos ellos sintomáticos del creciente consenso que existía cutre los jóvenes de que la principal corriente cultural iba por mal camino.
    En ningún otro lugar era más evidente que en el área de la bahía de San Francisco, donde Alan Watts fue considerado como un portavoz del movimiento. Esto se debió en parte a su programa de radio de los domingos por la mañana Way Beyond the West (que se emitía en la KPFA de Berkeley) y en parte a sus populares libros sobre budismo zen. A finales de los sesenta, la edición City Lights de su folleto Beat Zen, Square Zen, and Zen se había abierto camino dentro de las mochilas de todo el país y muchos jóvenes empezaron a considerarle una especie de padre espiritual de los hippies . Hasta los críticos que tenían menos pelos en la lengua lo consideraban como «una superestrella de la contracultura», pero los que entendían su trabajo se dieron cuenta de que su visión de la contracultura era mucho más amplia, tenía sus raíces en la cultura del Extremo Oriente y en la experiencia mística.
    Alan Watts, nacido en Inglaterra en 1915, quedó fascinado por las historias del Extremo Oriente poco después de haber empezado a leer. Escudriñaba los libros de aventuras sobre misteriosos villanos chinos y descubrió relatos de las enigmáticas conductas de los guerreros samurais japoneses y de los maestros zen. Conducido por su autoproclamada fascinación hacia «todo lo oriental», leyó todo libro que encontró sobre el tema. A la temprana edad de dieciséis años daba charlas regularmente en la casa budista de Londres. Fue allí donde conoció a D. T. Suzuki y se familiarizó con el sabor yóguico de las influencias del hinduismo y el taoísmo en el budismo zen.
    Años más tarde se trasladó a Nueva York, donde pasó algún tiempo con Joseph Campbell. En una conversación de sobremesa en casa del compositor John Cage, hablaron del antiguo homólogo tribal del maestro zen, las figuras chamánicas asociadas a las gentes de Asia que, en su momento cumbre, habitaban en las regiones del extremo norte del Pacífico, incluyendo las áreas de China, Japón, Siberia y gran parte de las Américas. Cuando la conversación se fue centrando en los viajes interiores y en las experiencias místicas de los antiguos chamanes, resultó evidente que los ritos chamánicos continuaban en el presente en la tradición del maestro vivo y que siempre han sido estos los que han visto el mundo de una forma disociada de la corriente principal de pensamiento.
    En las casi inconcebibles tradiciones chamánicas antiguas, los artísticos emplazamientos en las rocas muestran elementos de una próspera contracultura. Los rituales de la vida espiritual solían realizarse en lugares apartados de las actividades cotidianas. En las cuevas de Francia, las cámaras donde los bailarines cantaban y bailaban delante de las imágenes de chamanes trascendentes y de espíritus de animales están ocultas dentro de cavernas a las que solo se puede acceder gateando por estrechos túneles. En áreas tan lejanas como Australia y el sur de California, los ritos del solsticio y demás ritos de renovación se realizaban en cuevas en las que solo cabían una o dos personas. Por importantes que hubieran sido estas ceremonias, lo que está claro es que no tenían mucho público.
    Ya desde las primeras pinturas rupestres, la coherencia que ha guardado el estilo nos dice que ciertas personas pintaron las vividas imágenes en las rocas y tejieron dibujos sagrados en cestas y mantas. Tanto si pensamos en los antiguos pintores rupestres como en los impresionistas modernos, lo cierto es que ambos han tendido a separarse de la principal corriente de la vida social y han centrado su atención en la vida creativa. El impulso creativo que entró en la sociedad desde estas fuentes «exteriores» con frecuencia se ha considerado como una amenaza. Pero inevitablemente la diversidad de perspectivas que surge de estos experimentos culturales se convierte en algo vital para la cultura, a menudo de formas totalmente impredecibles. Dentro de cada contracultura se encuentran las simientes de un nuevo comienzo. Incluso podríamos contemplar a los participantes como aquellos que resuelven los problemas que, en último término, ayudan a la cultura introduciéndola en su siguiente fase de adaptación. En confianza, tal como hemos visto que sucede desde los sesenta, lo que una vez fueron conceptos radicales pueden llegar a formar parte de nuestra vida diaria. El yoga, el tai-chi y todos los tipos de meditación no hace mucho levantaban sospechas, pero en la actualidad estas artes se enseñan a la entrada de las galerías comerciales y son noticia en el mundo corporativo como soluciones para aliviar el estrés relacionado con el trabajo.
    Se han invertido vidas enteras en explorar las formas en que los impulsos visionarios intensamente creativos han influido en las culturas donde se han producido. Algunas de las filosofías que más interesaron a Alan Watts tuvieron su origen en la India, China y Japón, así como en la América nativa. En el Occidente moderno, ahora estamos descubriendo las influencias de la India a través del budismo, que en muchos aspectos no hace más que presentar las prácticas yóguicas esenciales del hinduismo con una mayor elaboración psicológica. En la práctica budista, el hinduismo desarrolló una fuerte conciencia social, que se refleja en el principio del bodhisattva , el que ayuda a los demás en la senda hacia la iluminación. En este sentido el budismo reforma la visión hindú, integrando la responsabilidad social en la transformación espiritual individual.

    Al mismo tiempo, la separación occidental de la experiencia de lo divino de la función del sacerdote, en el antiguo Oriente Próximo se convirtió en el sello distintivo de lo que Joseph Campbell denominó «religiones de identidad», así conocidas por su énfasis en la identidad del individuo con Dios en lugar de su experiencia de Dios. Como cabía esperar la historia de Occidente está plagada de rebeliones de conciencia contra la tiranía espiritual de líderes que esperaban que uno sobreviviera con una experiencia de lo divino de segunda mano, o, como Alan Watts hubiera dicho, con una descripción de la comida en lugar de la comida misma. En esto hallamos una visión clara del aspecto primordial de la contracultura: esta se basa en la experiencia, concretamente en la experiencia de lo divino. Gran parte de lo que viene a continuación es el inevitable impacto que esta forma de democracia espiritual tendría sobre el arte y, en último término, sobre la ciencia.
    La cultura de la contracultura se basa en una serie de conferencias públicas de Alan Watts. Fueron seleccionadas por las ideas que expone sobre estos elementos que han influido en nuestras vidas. Esta colección es mucho más que una revisión de la psique americana de mediados de los sesenta, pues a través de las palabras de Alan Watts, descubrimos qué es lo que dio importancia a esta revolución y por qué su mensaje no desaparecerá en cualquier momento. Esto no son revelaciones aisladas. Proceden de una tradición de diversidad tan antigua como la propia cultura, pero han tenido lugar en un extraño momento de la historia moderna en que están equilibradas, una vez más, para influir significativamente en la principal corriente cultural.
    M ARK W ATTS
    Marzo, 1998


1. MISTICISMO Y MORALIDAD
    Cuando empleo la palabra misticismo me estoy refiriendo a un tipo de experiencia —a un estado de conciencia, por así decirlo— que a mi entender es tan común entre los seres humanos como el sarampión. Es algo que sencillamente ocurre y no sabemos por qué. Todas las clases de técnicas afirman promoverla y tienen más o menos éxito en conseguirlo, pero hay algo curioso que le sucede a la gente. Es una experiencia que aunque se podría describir desde una serie de puntos de vista bastante distintos, estos también se podrían reunir bajo unas pocas características dominantes.
    Uno normalmente siente que es un individuo separado en confrontación con un mundo extraño a sí mismo, eso que «no soy yo». Sin embargo, en la experiencia mística, ese individuo separado descubre que es uno y de la misma naturaleza o identidad que el mundo exterior. Es decir, el individuo ya no se siente un extraño en el mundo; más bien siente el mundo exterior como si fuera su propio cuerpo.
    El siguiente aspecto del sentimiento místico es todavía más difícil de asimilar en nuestra inteligencia práctica ordinaria. Es la desbordante sensación de que todo lo que ocurre —todo lo que yo u otra persona hemos hecho— forma parte de un armonioso diseño y que no hay error alguno.
    Ahora no estoy hablando de filosofía; no me estoy refiriendo a una racionalización o a algún tipo de teoría que haya fabricado alguien para explicar el mundo y hacer que parezca un lugar tolerable para vivir. Estoy hablando de una experiencia bastante caprichosa e impredecible, que de pronto alcanza a las personas, una experiencia que incluye este sentimiento de armonía total con todo.
    Me doy cuenta de que estas palabras —la armonía total con todo—, pueden llevar una especie de carga sentimental o sentimiento de Pollyanna [3] . Hay varias religiones en nuestra sociedad actual que intentan inculcar la creencia de que todo es una armoniosa unidad. En cierto sentido quieren hacer proselitismo de esta creencia.
    En mi opinión eso es una especie de pseudomisticismo. Es un intento de hacer que la cola mueva al perro o que el efecto produzca la causa, porque la auténtica sensación de la verdadera armonía de las cosas nunca se consigue insistiendo en que todo es armonioso. Cuando hacemos esto —cuando nos decimos «todas las cosas son luz, todas las cosas son Dios, todas las cosas son bellas»—, en realidad con ello estamos insinuando que no es así, porque no lo diríamos si supiéramos que es cierto.
    De modo que la sensación de armonía universal no nos llega cuando la buscamos o cuando vamos tras ella para escapar de lo que sentimos realmente o para compensarlo. Llega como caída del cielo. Y cuando lo hace, es irresistiblemente convincente. Es la base de la mayor parte de las ideas profundas filosóficas, místicas, metafísicas y religiosas de la humanidad. Quien haya experimentado algo semejante ya no se puede callar. Se ha de levantar y decírselo a todo el mundo. Y, ¡ay de él!, sin darse cuenta se convierte en el fundador de una religión, porque la gente dice: «Mirad a esa persona, ¡qué feliz es!, ¡qué convicción tiene! No tiene dudas. Parece estar segura de todo».
    Esto es lo maravilloso de un gran ser humano. Es como un animal o una flor. Cuando el capullo de una flor se abre, lo hace sin dudarlo.
    Cuando una joven es presentada en sociedad, no sabe si va a tener éxito. Se presenta en el escenario social con algunas dudas en su mente. Por consiguiente, todo este tipo de apariciones en público son bastante enfermizas. Pero cuando el pájaro canta, se abre el huevo de la gallina o el capullo de una flor, no hay ninguna duda al respecto. Sencillamente ocurre.
    Así, cuando alguien tiene una auténtica experiencia mística, sencillamente ocurre. Tiene que contárselo a todos porque observa que todos los que le rodean tienen un aspecto tremendamente serio. Parece como si tuvieran problemas. Como si para ellos el acto de vivir fuera extremadamente difícil. Pero desde el punto de vista de la persona que tiene esta experiencia, le resultan divertidos. No entienden que no hay ningún problema.
    El místico ha descubierto que el sentido de estar vivo es sencillamente estarlo. Es decir, cuando miro el color de tu pelo y la forma de tus cejas, entiendo que su forma y color son su razón de ser. Y para eso es para lo que estamos todos aquí: para ser. Es así de fácil, obvio y sencillo. Sin embargo, las personas corren despavoridas como si fuera necesario conseguir algo fuera de ellas mismas. Lo más divertido es que ni siquiera están seguras de qué es lo que tienen que alcanzar, pero aun así lo intentan desesperadamente.
    A la persona que se encuentra en el estado que yo denomino místico, esta frenética actividad le resulta muy extraña y absurda. No obstante, no es que pretenda hacer una crítica poco amable, sencillamente es una pena que las personas no sean conscientes de su propio absurdo.
    Una de las cosas curiosas respecto a ellas es que no se den cuenta de que hay una dimensión, un aspecto en que su búsqueda es admirable. Jesús dijo: «Padre, perdónales porque no saben lo que hacen». Yo quiero darle a esta frase su sentido contrario. Quiero bendecirles —no perdonarles— por no saber lo que están haciendo. Quiero honrarles, porque las serias preocupaciones y ansiedades de la humanidad no solo parecen ser absurdas, sino también una especie de maravilla. Ellas son una maravilla, quizás de la misma forma que el color protector de la mariposa, que de algún modo ha conseguido que sus alas parezcan enormes ojos, es una maravilla. Cuando un pájaro que está a punto de devorarla se enfrenta a esos ojos que le miran, duda un poco, al igual que hacemos nosotros cuando alguien nos mira. Parece que la mariposa mire al pájaro y este fenómeno —las maravillosas alas que miran de la mariposa— parece ser el resultado de la ansiedad, de la angustia por sobrevivir a todos los problemas y luchas de la selección natural. Así, en nuestra intensa lucha, quizás todos seamos poetas desconocidos.
    Una de las más grandes ideas que se han formulado es el concepto hinduista de que el mundo es un drama en el que el espíritu supremo y central que trasciende toda existencia se ha perdido y ha llegado a creer que no es ese espíritu supremo, sino todas las criaturas que existen. Ha llegado a creer en su propio talento artístico. Cuanto más involucrado, más ansioso, más finito, más limitado consigue sentirse el infinito, mayor es su arte, más profunda es la ilusión que ha creado.
    En cierta manera, todo arte es ilusorio. El arte del mago es el arte de dirigir la ilusión, pero todo arte, ya sea pintura o teatro, confía en las ilusiones.
    Por eso, cuanta más ansiedad hay, más incertidumbre y más éxito tiene el universo en su arte. Al igual que cuando leemos una novela, vemos una obra de teatro o una película, cuanto más intentan el autor o el actor persuadirnos de que la novela o la película son reales, más éxito tienen como artistas. En el fondo de tu mente puede que quede un vago recuerdo de que esa obra, por ejemplo, no es más que una obra. Pero cuando estás sentado en la punta de tu butaca sudando y tus manos agarran con fuerza los brazos del asiento porque la escena te sobrecoge, la obra se convierte en arte sublime.
    Los hindúes creen que toda la disposición del cosmos es exactamente así: mientras en tu vida cotidiana te preguntas si tu médico es un cirujano competente o un charlatán, si has hecho una buena o mala inversión, los hindúes creen que todos esos sentimientos de crisis son exactamente lo mismo que los sentimientos que experimentas cuando estás sentado en la butaca del teatro. Tal como dirían los hindúes, eso en ti que es real y que te conecta bajo la superficie con todos los demás seres vivos, eso es el actor que interpreta todos los papeles. Es el creador de la ilusión. Es el origen del juego que te ha involucrado de esta manera. Y que lo está viviendo del mismo modo que lo viven los actores en el escenario y por la misma razón: para convencerte de que el juego es real.
    A todo el mundo le gusta jugar al escondite, el juego de asustarse con la incertidumbre. Es humano. Esta es la razón por la que vamos al teatro o al cine y por la que leemos novelas. Y nuestra así denominada vida real, vista desde la perspectiva del místico, es una versión de la misma cosa. El místico es una persona que se ha dado cuenta de que el juego es un juego. Es un juego del escondite y todo lo que esté relacionado con el aspecto de «esconderse» está conectado con esos lugares en nuestro interior que, como individuos, hacen que nos sintamos solos, impotentes, decaídos, etc., es decir, el lado negativo de nuestra existencia.
    En varios momentos he intentado demostrar que en realidad solo existe un sencillo principio que subyace a todas las cosas: todo lo interior tiene su homólogo exterior. No sabes lo que es lo interior, a menos que conozcas lo exterior. Ni sabes lo que es el exterior, salvo que exista un interior.
    Tú —tal como te sientes a ti mismo normalmente— eres un interior. Eres un ser animado y sensible dentro de una piel. Si no hubiera un exterior de la piel, tampoco habría un interior. El exterior de la piel es todo el cosmos, las galaxias y todo lo demás. Ello va unido al interior, del mismo modo que la parte frontal va con la posterior. Si comprendes esto, entonces sentirás verdaderamente la armonía de todas las cosas. Esa es la visión del místico.
    Ahora, cambiando un poco de tema, ¿qué es la moralidad?
    La moralidad se refiere a una serie de reglas que son análogas a las del lenguaje. Es evidente por ejemplo, que solo podremos comunicarnos en inglés, si existe un mutuo acuerdo entre nosotros sobre cómo utilizar el lenguaje —qué palabras se refieren a ciertas experiencias y de qué modo las palabras han de estar unidas entre sí para que sean útiles y tengan sentido—. Es interesante que los seres humanos no tengamos demasiados problemas en llegar a este acuerdo sobre el lenguaje. La policía no tiene que inculcamos la gramática a la fuerza. Si bien es cierto que el maestro de escuela a veces tiene que enseñar la gramática a la fuerza a sus alumnos y decir de forma autoritaria que han de utilizar correctamente las formas gramaticales, cuando crecemos las empleamos sin demasiada dificultad.
    Del mismo modo que nos hemos de poner de acuerdo en el lenguaje para poder comunicarnos, también hemos de acordar las reglas de conducción por la autopista, para hacer negocios, para la banca, para los acuerdos familiares y demás. Estas reglas son del mismo tipo que la gramática. Pero, por desgracia, esta similitud rara vez se reconoce, porque la autoridad, las sanciones, el poder que existe tras las normas es diferente de la autoridad que rige a la gramática. Lo que quiero decir es lo siguiente: si transgredes las reglas gramaticales, la gente se encoge de hombros y dice «esto no tiene sentido». No avisarán a la policía. Pero si transgredes las reglas de la autopista o de las finanzas, es probable que alguien les avise. Sentirás la autoridad del estado que se oculta tras ellas.
    Hay otras reglas que no se fundan en la autoridad del estado, sino en la del Señor Todopoderoso. Y si las transgredes, no solo corres el peligro de ir a la cárcel, sino, según tu tendencia religiosa, de freírte en el infierno para siempre. Al menos demuestras que, lamentablemente, tú no eres mejor que los demás.
    Ahora bien, dondequiera que entren en conflicto los campos del misticismo y de la moralidad, hay un problema. A lo largo de la historia de la religión, siempre se ha sospechado de los místicos. Las religiones y sus sacerdotes han sido los defensores de las reglas morales. Han sido los guardianes de la autoridad moral, del mismo modo que los lexicógrafos o gramáticos lo han sido de las reglas del lenguaje. Pero cuando dentro del terreno de la religión ha aparecido la experiencia mística, los sacerdotes siempre se han sentido muy molestos.
    Por ejemplo, últimamente en California ha habido un extraño brote dentro de la iglesia episcopaliana. Varias congregaciones han experimentado un fenómeno denominado glosolalia , que significa «don de lenguas».
    Si pones la radio en un domingo por la noche y sintonizas con cualquier reunión de revitalistas afro-americanos, oirás glosolalia. El predicador empieza hablando razonablemente, pero entonces, cuando el entusiasmo de la congregación va en aumento, diciendo «Amén; sí, Señor; enséñanos eso», el predicador se va animando hasta tal punto que sus palabras dejan de tener sentido. Solo gime, grita y celebra el glorioso sinsentido del universo.
    Dicho de otro modo, todas las secas clasificaciones teológicas se convierten en poesía y en algo que trasciende la poesía: en música. En ese momento el predicador se ha unido al universo, porque está haciendo exactamente lo mismo que las estrellas. Las estrellas y las galaxias que tenemos encima no tienen ningún rumbo. Flotan en el espacio formando parte de un colosal despliegue de fuegos artificiales.
    Bueno, como venía diciendo, en los últimos meses, varias congregaciones de la iglesia episcopaliana han tenido brotes de glosolalia. El obispo de California, el obispo Pike, escribió una encíclica a sus pastores que decía que, en efecto, no habían de ser demasiado dogmáticos, pues siempre había que reconocer que el espíritu de Dios podía trabajar de formas misteriosas e imprevisibles y que habían de tener una mente abierta respecto a todas estas cosas. Este mensaje fue presentado de un modo muy complicado y requirió varias páginas. Pero luego, a pesar de estos sentimientos, cuando llegó la cuestión de la validez del don de lenguas, la encíclica decía, en términos contundentes «esto no ha de suceder en la iglesia episcopaliana». El guante de terciopelo del obispo Pike ocultaba una mano de hierro.
    Esta ha sido la actitud característica de los sacerdotes y guardianes de la ley y el orden a lo largo de la historia. Todo, tal como dicen en la iglesia episcopaliana, se ha de hacer con decencia y orden.
    Los guardianes de este tipo de ley y orden siempre han temido las manifestaciones espontáneas del espíritu. No solo de cosas como el misticismo, sino también de cosas como enamorarse. Esto conduce a una paradoja absolutamente sorprendente. Sabemos que el amor humano solo es genuino si se siente desde lo más profundo del corazón. Sabemos que es así, ya sea cuando sentimos amor hacia otro ser humano o hacia Dios. Por supuesto, siempre buscamos recibir amor genuino. No queremos que los demás nos quieran a la fuerza. Queremos que nos quieran sintiéndolo realmente desde lo más profundo de su corazón.
    Cuando estudias la historia de los hebreos, que subyace al cristianismo, descubres dos tradiciones que están constantemente compensándose y desempatando entre ellas: la tradición sacerdotal y la profética. Los sacerdotes se preocupan del cumplimiento externo de las leyes. Los profetas se preocupan de las motivaciones internas que mueven las acciones. Los profetas siempre condenan la absurda observancia de las leyes, como una falta de sentido crítico. En este aspecto, Jesús es el más grande de todos los profetas. El profeta dice que, aunque un hombre nunca haya cometido adulterio, si ha mirado a una mujer con lujuria ya lo ha cometido en su corazón. Para obedecer realmente la ley has de hacerlo con tus sentimientos, y no solo externamente. Tal como dice Jeremías: «Llegará el día en que ningún hombre dirá a su hermano “conoce a Dios”, que es como decir, “conoce la ley de Dios”, sino que todos me conocerán, porque escribiré mi ley en el fondo de su ser».
    En otras palabras, lo ideal es una persona que no obedece simplemente las normas, sino que transforma sus deseos desde su corazón. Tener la ley escrita en el corazón significa cambiar nuestros deseos.
    La situación peculiarmente paradójica que existe dentro de la iglesia establecida es que te pidan o fuercen, porque lo dice la ley, a que seas amable, a la vez que se te pide que también sientas ese amor en tu corazón.
    Aquí es donde se produce el sorprendente conflicto entre el místico y el moralista. Pues el místico sabe que ha de ser algo más que legalista. Ha de hacer algo más que dedicarse a observar la ley externamente. Lutero dijo que la ley que requiere un cumplimiento interno es la más terrible. Una gran parte de su filosofía era un ataque a la idea de que se puedan dar órdenes a tus sentimientos internos, porque en el momento en que aceptas esa idea, abres la puerta a la hipocresía. Si les dices a los demás que les amas porque se supone que has de hacerlo, pero en el fondo de tu corazón no les quieres, entonces eres un hipócrita y un mentiroso. Cuanto más insistes en esa mentira y más crees que tienes el deber de cambiar tus sentimientos hacia los demás, más entras en conflicto contigo mismo. La verdad se acabará descubriendo. No podrás mantener la farsa. No tendrás bastante energía para seguir fingiendo y mofándote del sentimiento del amor. Si eres sincero, al final tendrás que decir: «no amo». No importa si se lo has de decir a otro ser humano, o en un contexto religioso, sentarte a reflexionar y decirle al Señor: «Señor, no te amo. Creo que eres un pesado, exigente, autoritario y dominante. Probablemente tendría que quererte, pero no puedo».
    El caso es que tenemos miedo de que al expresar abiertamente nuestros sentimientos violemos la ley y el orden. Pero no es así. Ni en lo más mínimo. Más bien estaremos contribuyendo a la ley y al orden.
    Una vez me asocié en unos negocios con una persona complicada. Pretendía ser un gran idealista y que todo lo que hacía lo hacía por el bien de la humanidad, para fomentar la comprensión mutua y promover la generosidad y el amor entre todos los seres humanos. En realidad, sus asuntos eran muy sospechosos éticamente. Yo no podía entenderme con él, porque no venía limpio. Si me hubiera dicho: «Mira, estoy en un aprieto, y para salirme de él necesito que manipules las cosas conmigo. Sé que no es ético, pero eso es lo que necesito que hagas». Yo le habría dicho: «bueno, estoy totalmente de acuerdo contigo». Si no hubiera venido con su habitual actitud piadosa, que me ponía enfermo y me parecía ofensiva, si hubiera venido como un ser humano, habríamos llegado a un entendimiento.
    Este ejemplo muestra que la verdadera sinceridad es la única base para moralidad. La verdadera sinceridad significa que no has de encubrir tus sentimientos. A veces puede que tengas que hacer cosas que van en contra de tus sentimientos. Por ejemplo, puede que tengas que ayudar a personas que no te gustan y a las que no quieres ayudar. No seas hipócrita. No digas que tus sentimientos son otros.
    Ahora quizás podemos entender algo respecto a la profunda relación que existe entre la moral y el misticismo. Si regresamos a la experiencia mística que he descrito anteriormente en términos de estar en armonía con todo, podremos ver que dicha armonía también se refiere a la conducta humana. Sus altibajos no difieren en un principio de la conducta de las nubes o del viento, o de las danzantes llamas de la chimenea.
    Cuando observas las formas de las llamas de la chimenea, verás que nunca hacen nada vulgar. Su arte siempre es perfecto.
    En el fondo, con los seres humanos sucede lo mismo. Formamos tanta parte del orden natural de las llamas del fuego como de las estrellas del cielo. Pero esto solo puede verlo la persona que es sincera, en el sentido en que he venido utilizando esta palabra. La persona que intenta fingir sobre sus sentimientos nunca podrá ver esto. Siempre creará problemas. Será el hipócrita original. La persona más destructiva es la que pretende ser un modelo de amor, rectitud y justicia, cuando en realidad no lo es. Y nadie puede serlo. Aunque la persona que supera a la hipócrita es la que yo denomino cínica, que sabe, por supuesto, que todos tenemos nuestras debilidades, pero que no desprecia a nadie por esa razón.
    Un libro que ilustra cómo es la mente de un adorable cínico es Recuerdos, sueños, pensamientos , de C. G. Jung. Es la autobiografía de un hombre que fue un ser humano soberbio, en el sentido específico en que conocía muy bien sus limitaciones y se reía de ellas. Jung fue un hombre que supo cómo integrar los endiablados y compulsivos aspectos de su naturaleza.
    En la esfera metafísica, el místico es aquel que siente que todo lo que sucede es de algún modo correcto, que de alguna manera es una parte integral y armoniosa del universo. Cuando trasladamos o traducimos esa idea a la esfera moral, la de la conducta humana, la introspección equivalente es: no hay sentimientos incorrectos. Puede haber acciones incorrectas, en el sentido de que hay acciones que van en contra de las normas de la conducta humana. Pero el modo en que sientes respecto a los demás —les amas, les odias, etc.— nunca es incorrecto. Es absurdo y falso intentar forzar tus sentimientos para que sean de otro modo.
    La idea de que no existen sentimientos malos supone una gran amenaza para las personas que temen sentir. Este es uno de los problemas característicos de la cultura occidental: tenemos terror a nuestros sentimientos, porque tienen vida propia. Pensamos que si les hacemos la menor concesión, si no los aplastamos en seguida, nos conducirán a todo tipo de acciones caóticas y destructivas.
    Es curioso que en nuestra cultura actual creamos eso, nosotros que realizamos más actos caóticos e imprudentes que ninguna otra cultura hasta ahora. Si en lugar de ello pudiéramos aceptar nuestros sentimientos y observar sus altibajos como algo tan bello, natural y necesario como los cambios climatológicos, el ciclo del día y la noche o las cuatro estaciones, estaríamos en paz con nosotros mismos. Porque lo más problemático para el occidental no son tanto sus luchas contra las otras personas, sus necesidades y problemas, como sus luchas contra sus propios sentimientos, contra lo que se va o no se va a permitir sentir. Se avergüenza de sentirse profundamente triste. Llorar no es de hombres. Se siente avergonzado de aborrecer a alguien porque le han dicho que no tenía que odiar a nadie. Se avergüenza de rendirse ante la belleza —ya sea de un paisaje natural o de un miembro del sexo opuesto— porque rendirse significa estar fuera de control. A raíz de esta represión acaba perdiendo su salud mental. Siempre estamos fuera de control cuando no aceptamos nuestros sentimientos, cuando intentamos hacer que nuestra vida interior sea distinta de lo que es.
    La cosa más liberadora que cualquier persona debería comprender es que los sentimientos internos nunca están equivocados. Puede que no sean una guía correcta para cómo debemos actuar. Si odias mucho a alguien, no necesariamente ha de ser correcto que le cortes el cuello. Pero sí es correcto tener el sentimiento de odio, pues cuando una persona se recobra a sí misma, es porque se ha reconciliado con sus sentimientos y esa es la única forma de controlarlos.
    El marinero procura que el viento siempre esté dando a las velas. Tanto si quiere navegar con la corriente como contra ella, siempre utilizará el viento. Nunca niega al viento.
    Del mismo modo, una persona ha de permanecer en contacto con sus sentimientos. Tanto si quiere actuar como sus sentimientos le están dictando como si no, tendrá que seguir con ellos, porque estos son su Yo esencial. Tan pronto como abandone sus sentimientos se habrá perdido a sí misma. Se convierte en una máscara hueca carente de vida. Todas sus declaraciones de amor y buena voluntad estarán vacías.
    Si una mujer ha concebido un hijo por accidente puede que piense: «Yo no quiero este bebé, no quiero esta responsabilidad, pero no he de tener estos pensamientos. Todas las madres aman a sus bebés». Luego le dice a su hijo «te quiero». Pero su leche está agria y el bebé está confundido.
    Sería mucho mejor si la madre le dijera a su bebé: «mira, eres un pesado y un estorbo; yo no quería tenerte». Entonces se comprenderían mejor. Todo quedaría claro. No habría confusiones y nadie se sentiría desorientado. Cuando crees que alguien es un pesado y un estorbo, y se lo dices, al cabo de un tiempo estarás preparado para desarrollar una especie de sentimiento cómico respecto a lo que consigue irritarte. Incluso puede que empieces a decirle «tú, viejo bastardo» con algo de afecto. Lo esencial es que, a través de la sinceridad, niño y adulto estén en contacto con sus verdaderos sentimientos y en lugar de negar una situación difícil, se enfrenten a ella e incluso puedan salir de la misma.
    Lo que experimenta el místico en el estado mental místico es la divinidad, la gloria de todo lo que existe. Cuando aplicamos la visión mística a la esfera moral, son nuestros sentimientos genuinos los que son divinos y gloriosos. Por consiguiente, siempre se han de admitir los sentimientos genuinos, siempre se han de permitir. Quiero recalcar una vez más que esto no significa que siempre tengamos que actuar según nos marcan nuestros sentimientos, como matar a la persona que odiamos. Todo lo contrario, el odio consciente no tiene por qué conducir a la violencia. De hecho, suele ser el odio inconsciente el que conduce a ella. Lo que estoy diciendo es que el reconocimiento y la aceptación de lo que sentimos de verdad es el equivalente moral de la visión mística de la divinidad de la existencia.




Watts, Alan (1915-1973).

Filósofo y escritor inglés. Nació el 6 de enero de 1915 en Chislehurst, en el condado de Kent, Inglaterra, y falleció el 16 de noviembre de 1973. Escritor de culto para la generación beat, fue uno de los principales introductores de la filosofía oriental en Estados Unidos.

Su padre trabajaba como representante de neumáticos Michelin en la zona, y su madre era un ama de casa cuyo padre había sido misionero. Watts ha relatado la influencia que la vida bucólica de su infancia habría tenido en su formación, sumada a los relatos de viajes del abuelo y a sus propias fantasías acerca de las románticas leyendas sobre el lejano oriente. También ha resaltado como importante una especie de visión mística que experimentó durante una fiebre estando enfermo. Durante esta época había sido un niño fuertemente influenciado por las representaciones en telas y papel de arte oriental, que algunos misionarios le traían a su madre, y se había fascinado estéticamente con "una cierta claridad, transparencia y sentido del espacio en el arte chino y japonés... que parecía flotar". Estos trabajos artísticos enfatizaban la relación participativa del hombre en la naturaleza, tema que le interesó el resto de su vida.

Durante unas vacaciones en su adolescencia, viajó en compañía de Francis Croshaw, un estudioso en budismo y en los aspectos más exóticos de la cultura europea, y poco después Watts decidió ingresar al London Buddhist Lodge, donde trabajó como secretario de la organización a la edad de 16 años, mientras se formaba en los preceptos y practicaba diferentes estilos de meditación. Cursaba sus estudios secundarios en el King´s School, al lado de la catedral de Canterbury, y a pesr de que estaba habitualmente entre los mejores de su clase, desperdició una posibilidad de obtener una beca para estudiar en Oxford, por presentar un ensayo con un estilo iconoclasta. Fue así que tuvo que trabajar, y lo hizo primero en una imprenta y luego en un banco, manteniendo activos vínculos con el centro budista, leyendo filosofía, historia, psicología y religiones comparadas.

También fue tomando contacto con teosofistas eminentes de la época como Alice Bailey, Dr. S. RadhakrishnanNicholas Roerich, y en 1936, con 21 años, participó en un congreso mundial de cultos (World Congress of Faiths), en la universidad de Londres, y pudo conocer al ya eminente D.T. Suzuki. De esta manera fue absorbiendo la literatura y los conceptos fundamentales de las filosofías importantes de India y del este de Asia.

En 1936 publica su primer libro El espíritu del zen, que aún hoy sigue manteniendo vigencia y profundidad, siendo uno de sus obras más extensamente leídas y difundidas. En 1938 va a vivir a Estados Unidos junto a su esposa, Eleanor Everett, a quien conoce en un grupo de practicantes de zen tradicionalistas afincados en Nueva York. Watts deja de practicar con este grupo y no se ordena monje, e ingresa a estudiar en una escuela anglicana en Evanston, Illinois, donde se dedica a profundizar en estudios de catolicismo, escrituras cristianas, misticismo y filosofías asiáticas.

Elaboró un profundo ensayo sobre la confluencia de estas vertientes, por lo que obtuvo un título en Teología, publicado con el el título Behold the Spirit (Contemplar el espíritu), marcando un nuevo estilo en su forma de escribir, donde evitaba ex-profeso hacer proselitismo de cualquier signo. A los 30 años, en 1945, comenzó a predicar como sacerdote Episcopaliano, hasta que un incidente extramatrimonial hizo que su esposa pidiera la anulación de su matrimonio, y la renuncia a su ordenación en 1950.

En 1951 se mudó a San Francisco, California, donde comenzó a enseñar en la Academy of Asian Studies (Academia de estudios asiáticos), y a aprender del maestro Saburo Hasegawa de las costumbres japonesas, arte, primitivismo y percepciones de la naturaleza. Junto a sus propios alumos aprendía con él caligrafía china. Sus intereses derivaron hacia el Vedanta la "físca nueva", la cibernética, historia natural y la antropología de la sexualidad.

En 1953 comenzó un programa de radio semanal en una estación de Berkeley, que mantuvo hasta su muerte en 1973. El programa generó una audiencia muy extensa en la zona de San Francisco, y sus programas grabados todavía pueden escucharse en frecuentes retransmisiones, propiedad de la emisora Pacifica con base en Los Angeles.

En 1957 escribió El camino del zen, donde incluyó conceptos de semántica general y de cibernética, que obtuvo buenas cifras de venta, convirténdose rápidamente en un clásico. Decidió vijar por el mundo en compañía de su padre y conocer al psicoanalista Carl Jung. De regreso en Estados Unidos probó LSD con equipos de investigación dirigidos por médicos, y marihuana, de la que concluyó que producía efectos de alteración en la percepción del tiempo. Sus libros en esa época reflejaban la influencia de sus exploraciones y fue cuando acuñó la frase acerca de las drogas: "cuando captas el mensaje, cuelga el teléfono".

Watts eligió luego un estilo de escritura más próximo al lenguaje de la ciencia moderna, cuando describe los encuentros entre experiencias espirituales y las teorías recientes del mundo de la física cuántica, uniendo también la conciencia ecológica como forma de experiencia mística. Su amistad con Gary Snyder le vinculó al movimiento global de conciencia ecológica que impulsaba, al que Watts aportó un soporte filosófico. Se vinculó con un grupo de personas asociadas con arquitectos de la zona de Druid Heights, que decidieron combinar arquitectura, jardinería y carpintería con filosofías orientales para lograr una vida no sólo más confortable, sino elevada espiritualmente.

En las reflexiones que incluye en uno de sus últimos trabajos escritos en Tao: The Watercourse Way (Tao: el camino del agua), Watts se describe como "zenista" en espíritu, y analiza la educación infantil, las artes, la ley, la libertad, la sexualidad y la tecnología. En 1971 preparó un episodio piloto para televisión desde su sitio en las montañas, donde ejemplificó cómo el registro lineal de la atención consciente no era adecuado para las interacciones con un mundo de múltiples registros simultáneos. En una lectura que dio en un campus universitario, Watts habló a favor de los diferentes estadios del crecimiento humano, deleznando el cinismo y la rivalidad, y ponderando la creatividad inteligente, la buena comida y la arquitectura como capaces de generarla.

Condujo grupos en viajes a templos budistas de Japón, estudió los movimientos armónicos del arte marcial del T'ai Chi Ch'uan, vivió en una casa-barco en Sausalito y en una cabaña recluida en el monte Tamalpais. Las deudas financieras y compromisos sociales le persiguieron, Watts luchó contra una creciente adicción al alcohol, y en octubre de 1973 regresó exhausto de una gira de conferencias por Europa. Falleció al mes siguiente en su cabaña en las montañas, por un fallo cardíaco durante el sueño, a los 58 años.

Alan Watts se casó tres veces en su vida y tuvo 7 hijos. Mark Watts, uno de ellos, trabajó como curador en la obra de su padre. En Beyond Theology, (Más allá de la teología) y The Book on the Taboo Against Knowing Who You Are, (El libro acerca del tabú a saber quién eres), Watts perfila su visión del mundo como un juego cósmico en que el Universo (Maya) juega a esconderse y revelarse a sí mismo, sin saberlo, la concepción de uno mismo es sólo un mito, y las entidades que llamamos "objetos separados" son meros procesos dentro de un todo inabarcable.

Autor

  • Carlos Benavides Martínez
http://www.mcnbiografias.com/app-bio/do/show?key=watts-alan

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