Contra la Leyenda Negra1 Roberto Fernández Retamar

 


Contra la Leyenda Negra1

Roberto Fernández Retamar

TEXTO COMPLETO

  • 1 Originellement publié dans Casa de las Américas, no 99, nov-déc. 1976.

A los compañeros españoles,
dentro y fuera de España

La herencia paleoccidental

1La estimulante discusión, reverdecida estos años, en torno a la cultura latinoamericana, ha llevado a destacar la genuinidad de nuestras herencias indígenas, indoamericanas o africanas, y a señalar las distancias o, si se quiere, las “simpatías” y las “diferencias” con “Occidente”, es decir, con los países de capitalismo desarrollado: esto último es imprescindible, pues si no somos europeos, sí somos en cambio, como dijo Lipschuptz, “europoides”. Pero hay otra fuerte herencia que casi nos atrevemos a llamar intermedia: ni indígena ni, en rigor, “occidental” sino a lo más, como hemos sugerido en otra ocasión, “paleoccidental”: la herencia ibérica. En un intento, por modesto que sea, de precisar la raíces de nuestra cultura, no es posible soslayar nuestras relaciones con aquella. Vamos, pues, a presentar algunas ideas generales sobre estas relaciones, centrándonos en los polos más visibles de las mismas: España Hispanoamérica.

2Que una parte considerable de nuestra cultura proviene de fuente española es obvio. Aunque hablar de “fuente” implica usar una metáfora, y aunque no pueda exagerarse el peso de aquella parte en la elaboración ulterior de nuestra cultura, tampoco puede minimizarse, y todavía menos pretenderse borrarla de un plumazo. Es mucho más que la lengua lo que recibimos de España. Pero incluso en la lengua se revela la forma peculiar como ocurrió esa recepción. Menéndez PidaI, al hablar de la tinidad del idioma, explicó:

  • 2 Ramón Menéndez Pidal: “La unidad del idioma” (1944), Castilla, la tradición, el idioma, 3a. ed., Ma (...)

Hay, podemos decir, dos tipos de lengua española culta, como hay dos tipos de inglés: uno europeo y otro americano, distintos fundamentalmente por algunas peculiaridades de pronunciación2.

  • 3 Ramón Menéndez Pidal: op. cit., p. 192. Sobre esta cuestión del idioma, que tantas insensateces ha (...)

3Esa diferencia visible (o, mejor, audible), que también puede llamarse riqueza, no implica, por suerte, riesgo de fragmentación de nuestro idioma, como ocurrió con el latín a la caída del Imperio romano, y como temieron (y combatieron), en el siglo pasado, Andrés Bello y Rufino José Cuervo, ya que “los pueblos en que se fraccionó el Imperio español se comunican hoy entre sí mucho más que cuando formaban un solo Estado”3. La unidad de nuestro idioma, pues, sin mengua de los enriquecimientos que cada zona le aporta, se ha conservado, y es de desear que se conserve, garantizándose así una fructuosa intercomunicación y la pervivencia de un vínculo homogéneo con el resto del mundo.

4Más allá de la lengua la situación es, desde luego, mucho más compleja. A los hispanoamericanos nos gusta repetir, en relación con los españoles, que no descendemos de los que quedaron, sino de los que vinieron, cuyos hijos dejaron ya de ser españoles para hacerse, primero, criollos, y luego, mezclados con otras etnias, latinoamericanos. Este planteo es lógico: hace más de siglo y medio que la América española inició su separación política del maltrecho y decadente Imperio español, el cual perdería sus últimas posesiones americanas, Cuba entre ellas, en 1898. Y, por otra parte, la primera definición de Hispanoamérica se hace en contrapunto con España, y supone, necesariamente, señalar las diferencias con esta: señalamiento complejo, como bien se sabe, y en el que el énfasis en destacar lo que nos distingue de la vieja metrópoli, sin generar soluciones verdaderamente propias, ayudó a que muchos sucumbieran ante las propuestas de nuevas y voraces metrópolis: como si cambiar de amo, según advirtiera Martí, equivaliera a ser libres.

5La asunción de tales propuestas “occidentales” que fascinaban a ciertos grupos hispanoamericanos ávidos de modernización, fue facilitada por el estado lamentable en que se encontraba España y la explotación inicua a que sometía a estas tierras donde surgían nuevas naciones; pero a ello coadyuvó también el hecho de que España y lo español habían estado marcados, desde el siglo XVI, por una feroz campaña adversa que se ha dado en llamar la Leyenda Negra. Vale la pena detenernos un momento en ella, cuya aceptación acrítica, como se verá, es negativa en general, y en especial para nosotros mismos.

Razones de la leyenda negra

6En apariencia, esta Leyenda Negra fue provocada por el compartible rechazo a los crímenes monstruosos cometidos en este Continente por los conquistadores españoles. Pero el menor respeto a la verdad histórica muestra que esto es sencillamente falso. Los crímenes existieron, sí, y fueron monstruosos. Pero, vistos desde la perspectiva de los siglos transcurridos desde entonces, no más monstruosos que los cometidos por las metrópolis que sucedieron con entusiasmo a España en esta pavorosa tarea, y sembraron la muerte y la desolación en todos los continentes: en comparación con las depredaciones de Holanda, Francia, Inglaterra, Alemania, Bélgica o los Estados Unidos, para mencionar algunas ilustres naciones occidentales, si algo distingue a la conquista española no es la proporción de crímenes, en lo que ninguna de aquellas naciones se deja aventajar, sino la proporción de escrúpulos. Las conquistas realizadas por tales países tampoco carecieron de asesinatos ni de destrucciones: de lo que sí carecieron fue de hombres como Bartolomé de Las Casas, y de polémicas internas como las que encendieron los dominicos y sacudieron al Imperio español, sobre la legitimidad de la conquista: lo que no quiere decir que tales hombres, siempre minoritarios, lograran imponer sus criterios, pero sí que llegaron a defenderlos ante las más altas autoridades, y fueron escuchados y en cierta forma atendidos. El investigador francés Pierre Vilar, quien aborda la historia de España con erudición y enfoques correctos, ha podido escribir:

Es hermoso para una nación colonial haber tenido un Las Casas, y no haberlo dejado aislado y sin influencias. La Escuela de Salamanca, con Melchor Cano, Domingo de Soto y Francisco de Vitoria, a mediados del siglo [XVI] hizo pasar la discusión del plano humanitario al plano jurídico del “derecho de gentes”.

  • 4 Pierre Vilar: Historia de España Traducción de Manuel Tuñon de Lara. Paris, 1960, p. 49 y 48.

Y también: “Lo esencial, de hecho, es distinguir entre una práctica brutal (pero no más brutal que cualquier otro tipo de colonización) y una doctrina, e incluso una legislación, de intenciones sumamente elevadas (que han faltado frecuentemente a colonizaciones más modernas)”4.

7Conviene saber también lo que sobre aquella Leyenda Negra han dicho otros irreprochables anticolonialistas y defensores de las comunidades masacradas (tanto por el Imperio español como por los que llegaron después): Fernando Ortiz, Alejandro Lipschutz y Laurette Sejoumé.

  • 5 Fernando Ortiz: “La leyenda negra contra Fray Bartolomé”, Cuadernos Americanos, septiembre-octubre (...)

Para Fernando Ortiz, “la conquista del Nuevo Mundo fue una realidad ciertamente crudelisima”, pero “ni tan leyenda ni tan negra” ya que la negrura de su humanísima inhumanidad no fue exclusiva de España, ni más tenebrosa que la de todos los otros genocidios y sojuzgamientos de unas gentes por otras, realizados a sangre y fuego o con las más refinadas técnicas mortíferas, cuando los infrenados afanes de poder y codicia entenebrecen las conciencias aunque se encubran con alardes de fatalismo ideológico, destinos manifiestos, predestínaciones naturales o servicios a Dios5.

  • 6 Alejandro Lipschutz: El problema racial en la conquista de América y el mestizaje, Santiago de Chil (...)

Alejandro Lipschutz, por su parte, estima que “tal leyenda negra es ingenua; y peor que eso, es maliciosa propaganda. Es ingenua, porque los conquistadores y primeros pobladores no son exponentes de la cultura moral del pueblo español; y es maliciosa propaganda, porque en forma igualmente tremenda se han realizado, y todavía están realizándose, todas las conquistas de tipo señorial”6.

  • 7 Alejandro Lipschutz: Marx y Lerin en la América Latina y los problemas indigenistas, la Habana, 197 (...)

8Y también piensa que con igual razón se debiera confeccionar una leyenda negra antiportuguesa, antibritánica, antifrancesa, antialemana, anfirrusa, antiyanqui. En los tremendos sucesos que se resumen con las palabras de Las Casas “La destrucción de las Indias” no hay nada que fluyera simplemente del hecho de haber sido españoles los conquistadores de América y sus primeros pobladores, o si se quiere, de haber sido ellos de “raza” española. Todo fluye del hecho de ser ellos los instrumentos ciegos o videntes del régimen señorial, avasallador, trasladado a un marco tribal ajeno, por medio de la conquista (...) en el pogrom de la conquista de América se exterioriza el carácter inmanente del régimen señorial. Si se quiere: no hay lugar para una leyenda negra antiespañola, antiportuguesa, antibritánica, etc.; hay solo lugar para una leyenda negra antiseñorial. Y aún más vale otro hecho de orden histórico: en verdad no se trata de una leyenda antiseñorial, sino de la auténtica realidad señorial milenaria (...)7,

9Y Laurette Sejourné confiesa:

  • 8 Laurette Sejourné: América Latina. 1. Antiguas culturas precolombinas. Trad. de Josefina Oliva de C (...)

nos hemos dado cuenta también de que la acusación sistemática a los españoles desempeña un papel pernicioso en este vasto drama, porque sustrae la ocupación de América a la perspectiva universal a la cual pertenece, puesto que la colonización constituye el pecado mortal de toda Europa (...) Ninguna nación lo hubiera hecho mejor. (...) Por el contrario, España, se singulariza por un rasgo de importancia capital: hasta nuestros días ha sido el único país de cuyo seno se hayan elevado poderosas voces contra la guerra de conquista8.

  • 9 Julio Le Riverend: “Problemas históricos de la conquista de Améria. Las Casas y su tiempo”, Casa de (...)
  • 10 Carlos Marx: “Futuros resultados de la dominación británica en la India”, C. Marx y F. Engels: Acer (...)
  • 11 Carlos Marx: El capital. Crítica de la Economía Política, La Habana, 1973, t. I, p. 697.
  • 12 Quevedo, que había nacido en 1580, ocho años antes de la derrota de la Armada Invencible, presenció (...)
  • 13 “En general, la esclavitud encubierta de los obreros asalariados en Europa exigía, como pedestal, l (...)

10Tales observaciones ayudan a entender las verdaderas razones por las cuales se urdió y difundió contra España la Leyenda Negra, la cual, en efecto, “sustrae la ocupación de América a la perspectiva universal a la cual pertenece”. Por ello es imprescindible rechazar ese escamoteo, y ubicar la ocupación de nuestro Continente en 1a perspectiva universal a la cual pertenece: entonces se ve con toda claridad que “en definitiva, la conquista y la colonización de América en el siglo XVI forman parte del fenómeno de aparición y consolidación del capitalismo”9Aquellos crímenes son imputables, pues, a la aparición y consolidación del capitalismo”, no a una u otra nación. Y ellos revelan “la profunda hipocresía y la barbarie propias de la civilización burguesa [que] se presentan desnudas ante nuestros ojos cuando, en lugar de observar esa civilización en su casa, donde adopta formas honorables, la contemplamos en las colonias, donde se nos ofrece sin ningún embozo”10 Precisamente la Leyenda Negra fue forjada y difundida para ocultar esta verdad: para exculpar al “capital [que] viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies a la cabeza”11, y arrojar la responsabitidad sobre una nación, España, que en el siglo XVI era la más poderosa de la tierra, y cuyo sitio, por ello, aspiraban a ocupar, y finalmente ocuparon, otras metrópolis, entonces incipientes, confabuladas todas contra España12: fueron las burguesías de esas metrópolis las que crearon la especie de la Leyenda Negra antiespañola, naturalmente que no en beneficio de los pueblos martirizados, a los que ellas mismas someterían a martirio no menos cruel, sino en beneficio de sus rapaces intereses13.

11La Leyenda Negra fue, pues, una hábil arma ideológica en la lucha intermetropolitana que acompaña al capitalismo y abarca varias centurias, aunque a finales del siglo XVII estaba ya prácticamente decidida en favor de nuevas metrópolis (Holanda, Francia, Inglaterra, grandes autoras de la Leyenda). En aquella lucha hubo (y hay), como es natural, contradicciones entre las burguesías de las distintas metrópolis, e inculpaciones mutuas, pero sobre un fondo de intereses comunes que hoy revelan de modo muy claro las trasnacionales; y elogiándose mutuamente no como los cuatreros que son, sino como representantes luminosas de la civilización. Por ejemplo, al agravarse a principios de este siglo las contradicciones interimperialistas que condujeron a la Primera Guerra Mundial, veríamos prosperar nuevas “leyendas negras”, tan mendaces como la otra aunque los crímenes también fueran tristemente verdaderos: las forjadas por los distintos contendientes bélicos en detrimento de sus ocasionales enemigos: en la elaboración de esas leyendas, por cierto, no sólo participaron las respectivas burguesías, lo que era lógico, sino, vergonzosamente, también los traidores de la Segunda Internacional, los seudosocialistas que dejarían huella tan lamentable hasta nuestros días. Pero tales leyendas no prosperaron a la terminación de la guerra (ni siquiera, a pesar de los horrores nazis, prosperaría la leyenda negra antiaIemana después de la Segunda Guerra Mundial), sino en la forma atenuada y casera de que no puede prescindir el ridículo chovinismo burgués: y no prosperaron, porque no podía ser de otra manera entre cómplices de las mismas fechorias, especialmente al levantarse ante ellos, cada vez más poderoso, el mundo socialista, el cual haría posible una creciente descolonización y obligaría a los bárbaros “civilizados” a rehacer de prisa su causa común: para nombrar esa causa común, la de la explotación del mundo entero, el pillaje, el genocidio y el horror, desempolvaron las expresiones “Occidente” o “cultura occidental”, quintaesencia según ellos de todos los esplendores del hombre. Esta Leyenda Blanca, la de “Occidente”, es el reverso de la Leyenda Negra, y no tiene más propósito ni más valor que aquella. Es decir: cuando no es un arma homicida, es un trasto inservible.

¿Las dos Españas?

  • 14 Cf. como botones de muestra Leyenda Negra. Estudios acerca del concepto de España en el extranjero (...)

12La forma como la reacción española ha intentado combatir la Leyenda Negra contra su país ha mostrado, como es natural, ser absolutamente ineficaz. Consultando sus arduos textos14, a ratos se siente uno tentado de suscribir aquella leyenda, lo que sería desde luego un craso error. Incapacitada por su estrecha perspectiva de clase para aprehender el verdadero núcleo del asunto en discusión, todo se vuelve (además de injurias a otras naciones), una ratahila de alabanzas a glorias herrumbrosas y grandezas de utilería, mientras se denigra a figuras y realizaciones verdaderamente admirables de España: ejemplo característico de esto último es el odio encarnizado que la reacción española profesa al extraordinario Bartolomé de Las Casas, a quien ya hemos mencionado y sobre el cual tendremos ocasión de volver en estas líneas.

  • 15 “En cada cultura nacional existen, aunque no están desarrollados, elementos de cultura democrática (...)

13Esta dicotomía muestra que tales autores, aunque aquejados de momificación antidialéctica, no desconocen, sin embargo, la existencia de una dualidad en el seno de cada cultura nacional, como explicaría Lenin15: solo que ellos, diciendo asumir la totalidad de la herencia española, de hecho, por eso mismo, pretenden expulsar de esa herencia, con visión ultrarreaccionaria y clerical”, mucho de lo que nosotros consideramos allí central y vivo, y en cambio defienden cerradamente lo muerto, retardatario o negativo.

  • 16 En los primeros años de la Revolución de Octubre, frente a ciertos Intentos de desconocer o rechaza (...)

14El único procedimiento válido es comenzar impugnando explícitamente esa falsa totalidad, que nos obligaría a aceptar o rechazar en bloque todo “lo español” lo cual es disparatado; y proclamar la existencia no de una, sino de dos culturas, en el caso de España como de cualquier otra realidad similar: la “señorial”, como diría Lipschutz, y la popular; la de los opresores y la de los oprimidos: esta última es la viviente y auténtica, y sus obras son las que reivindicamos; pero, sin proceder a un corte primario y a un abandono empobrecedor, desde su perspectiva (en atención ya no solo a la teoría sino también a la praxis leninista)16 procederemos a enjuiciar la primera, asimilando críticamente cuanto en ella se considere ganancia de la humanidad.

  • 17 Fidelino de Figueiredo dedicó a este tema, el “de las dos Españas, la de las derechas o la de las I (...)

15Por otra parte, pocos países han expresado tan vivamente la conciencia de esta dualidad como España. Debido sin duda a su condición de adelantada del capitalismo y de la expansión europea, y a su posterior desfasaje y al cabo marginación en cuanto al desarrollo de ese capitalismo que en gran medida ella hizo posible, el tema de la dualidad tanto externa Europa/Españia) como interna e1as dos Españas”)17 se convertiría en una constante del pensamiento y de las letras españoles casi desde el inicio de la decadencia del país. Baste recordar el conocido epitafio que menciona Larra en su “Día de difuntos de 1836”: “Aquí yace media España: murió de la otra media”; y sobre todo el señalamiento del hecho en el magnífico Antonio Machado, quien en textos como “El mañana efímero”, de 1913 –Por cierto, el mismo año en que Lenin escribe sobre la existencia de dos culturas en una nación–, distingue con toda claridad entre

la España de charanga y pandereta,
cerrado y sacristía,
devota de Frascuelo y de María
de espíritu burlón y de alma quieta […]
Esa España inferior que ora y bosteza,
vieja y tahur, zaragatera y triste;
esa España inferior que ora y embiste
cuando se digna usar de la cabeza;

16y, por otra parte,

la España del cincel y de la maza,
con esa eterna juventud que se hace
del pasado macizo de la raza.
Una España implacable y redentora,
España que alborea
con un hacha en la mano vengadora,
España de la rabia y de la idea.

17Sin negar la evidente existencia de una historia de España, que a su vez tiene que ser remitida a la historia mundial, toda apreciación de España que no tome en cuenta la existencia de estas dos culturas en su interior, de acuerdo con la realidad clasista, y que se limite a considerarla globalmente, para denigrarla o para exaltarla, no puede ser sino le gendaria. El yugo de la sociedad capitalista, de la sociedad terrateniente, de la sociedad burocrática. Todos esos caminos y senderos han conducido y continúan conduciendo hacia la cultura proletaria.” (V. I. Lenin: “Tareas de las Juventudes Comunistas” [1920], en ob. cit., p. 137). Estas ideas se reiteran y amplían, por ejemplo, en “La cultura proletaria” (1920), y sobre todo rigieron la magna tarea leninista de fundación del primer Estado socialista en el orden cultural.

Occidente y España

  • 18 Cf. Walter Rodney: How Europe underdeveloped Africa, 2da impresión, Londres y Dar es Salaam, 1973.

18No es extraño, dado su origen, que la Leyenda Negra antiespañola encontrara lugar entre las formas variadas, y siempre inaceptables, del racismo. Por suficientemente conocido, apenas es necesario mencionar el triste caso de los Estados Unidos, donde es habitual que los términos “hispano” o “latino”, aplicados de preferencia a nosotros y muy especialmente a puertorriqueños y chicanos, están cargados del desdén con que los habitantes al parecer transparentes de aquel pobre país tratan a quienes llaman “coloreados”. Pero quizás sea útil recordar una frase cuya formulación clásica se atribuye a Alejandro Dumas: “África empieza en los Pirineos”. El sacrosanto Occidente muestra así su repugnancia por lo otro que no es él: y ese otro lo encuentra encarnado por excelencia en África, cuya penosa situación actual fue provocada por el crecimiento del capitalismo occidental, que la subdesarrolló para hacer posible ese crecimiento18.

19Aquí también la reacción española se embarulla sin remedio, al mostrarse ofendida por aquel juicio: lo que demuestra que es tan deleznablemente racista como quienes lo emiten: y, en efecto, la “limpieza de raza” fue su atroz pecado. La realidad, sin embargo, es mucho más viva y aleccionadora de lo que suele sospechar quien pretende injuriar y quien se siente ofendido. Pues la verdadera historia de España, no la que mienten engolados y engolillados textos oficiales, ayuda a entender la completa falsedad de lo que Occidente cuenta de sí mismo: ese singular proceso según el cual la Razón se reveló a Grecia, se hizo Imperio en Roma, se asimiló una Religión que le estaba destinada, y vivió varios siglos de oscura hibernación para Renacer, armada de todas sus armas, en las obras de occidentales (exbárbaros) que se pasarían los siglos venideros cumpliendo la pesada misión de llevar la luz de la Civilización al resto del planeta. Si algún país permite tirar de la manta y mostrar el alegre fraude que supone esta historia que se atribuyen las burguesías desarrolladas de Occidente, ese país es España, y tal hecho de seguro ha contribuido también a la denigración que ella ha sufrido a manos occidentales. Aunque aún no contemos con toda la información sobre este punto, lo que se sabe basta y sobra para hacer rectificar aquella mentirosa autobiografía.

  • 19 Américo Castro: Españía en su historia. Cristianos, moros y judíos, Buenos Aires, 1948.

20A la tonta simplificación según la cual “la España eterna” fue ocupada durante varios siglos por los infieles árabes, a quienes al cabo logró arrojar de la Península, preservando la pureza de la fe cristiana y evitándole a Europa el contagio de la barbarie mahometana, se sobrepone una verdad mucho más rica: en España convivieron durante siglos, y se influyeron mutuamente, fructuosamente, cristianos, moros y judíos, españoles todos, como ha explicado Américo Castro en un polémico libro19. En aquel momento, “no cabía [...] ni decir que lo español era lo europeo ni que era lo oriental”; y también:

Apretujada entre la embestida islámica y la ambiciosa presión de Francia, Castilla desarrolló una existencia de enérgico y hábil esgrimidor, ducho en ataques y en paradas. El menester de vivir bajo la amenaza de la más alta civilización existente en el mundo entre los siglos IX y XII, llevó a Castilla a delegar en los moros y judíos que sometía, el trato con las cosas, la técnica y lo que requiriera detenerse a pensar (p. 14-15).

21Casi al mismo tiempo de la aparición de aquel libro de Castro, escribía Menéndez Pidal:

  • 20 Ramón Menéndez Pidal: Los españoles en la historia [1947], Madrid, 1959, p. 169.

La España del Sur, el Andalús, aunque desarrolla un islamismo muy hispanizado en costumbres, en arte, en ideología, queda segregada de Europa y unida al orbe cultural afro-asiático. La España del Norte, la europea, aunque bien firme en su cristiandad, se ve sin embargo muy sometida a influjos del Sur, en el tiempo en que la cultura árabe era muy superior a la latina, y cumple entonces el alto destino histórico de servir como eslabón entre los dos orbes, oriental y occidental20.

  • 21 Miguel Asín Palacios: Dante y el Islam, Madrid, 1927, p. 16.

22La influencia de aquella sociedad árabe, “la más alta civilización existente en el mundo entre los siglos IX y XII”, de aquella “cultura árabe [que] era muy superior a la latina”, penetra, en efecto, en Europa a través de España, y vivifica el mortecino mundo cultural europeo: se hace sentir en su filosofía, en su literatura, en su ciencia, en su técnica, en sus cultivos, en sus hábitos; en Santo Tomás, en Dante: esto último, como se sabe, fue descubíerto por el sacerdote español Miguel Asín Palacios, quien opinaba que “nuestra patria tendría derecho a reivindicar para algunos de sus pensadores musulmanes una parte no exigua de los timbres de gloria con que la crítica universal ha decorado la obra inmortal de Dante Alighieri21.

  • 22 Ramón Menéndez Pidal: España, eslabón entre la Cristiandad y el Islam, Madrid, 1956, passim.

23Pero España no solo resulta ser, así “eslabón entre la Cristiandad y el Islam22, sino que, debido a la vastedad del mundo islámico, esta función de puente viene a ser aún más importante para Europa, al aportarle contribuciones, ya asimiladas por los árabes, de origen griego, y también indio (trátese de los cuentos o de la matemática: recuérdese que el cero, inventado en la India, entra así en Europa) o indopersa (como el libro de aritmética que, por encargo del califa de Bagdad, escribiera en el siglo IX el persa Al-Khuwarizmi, quien daría su nombre a los números: alguarismo en antiguo español, moderno guarismo). José Luciano Franco ha señalado, además, que los primitivos iberos eran negroides...

De las poblaciones capsianas del Maghreb, surgieron los inmigrantes que poblaron Iberia muchos milenios antes de nuestra era; y son los primitivos iberos quienes, en su contacto tradicional con las gentes de su propia etnia que permanecieron en África, dieron nacimiento a un fenómeno de transculturación que se prolongó por más de veinte siglos para finalizar con árabes, bereberes y judíos sefarditas.

  • 23 José Luciano Franco: “Transculturación afrohispánica”, Santiago, Santiago de Cuba, n. 17, marzo de (...)

24Y también que muchos de los españoles que en 1492 serían expulsados de España junto con los judíos sefarditas, y a quienes “por sus rasgos culturales y lenguaje se les llama árabes o musulmanes”, eran “en realidad africanos, bereberes y negros en su mayoría23.

  • 24 Bolívar era conscíente de este hecho: “España misma deja de ser europea, por su sangre africana, po (...)
  • 25 “La historia del cristianismo primitivo”, escribió Engels, “tiene notables puntos de semejanza con (...)

25Si se tiene en cuenta todo esto, se verá hasta qué punto es cierto no solo que África sí empieza, felizmente, en los Pirineos24, sino que además empieza Asia: y además, cómo este hecho fertiliza (junto a muchos otros) a la entonces crepuscular cultura europea; si se tiene en cuenta, además, que el supuesto “milagro griego”, como se sabe hace tiempo, tiene sólidas raíces afroasiáticas, y que el cristianismo fue una secta asiática hermosamente pendenciera cuyo escandaloso igualitarismo la hizo enraizar entre los esclavos del Imperio romano como el socialismo enraizaría luego entre los nuevos esclavos del capitalismo europeo, según la clásica comparación de Engels25, se verá en qué medida la idea que Occidente propone de sí mismo como un nuevo pueblo de elección, es tan falsa como todas las otras ideas similares a lo largo de la historia.

26A Alejo Carpentier le gusta evocar el triste destino del pueblo caribe, una comunidad orgullosa y peleadora que ascendió desde la hoya del Orinoco hacía el mar al que daría su nombre y sus huesos al grito “Solo el caribe es hombre”, y cuando empezaba a expandirse por el gran mar, se topó con las orgullosas y peleadoras velas españolas, cuyas cruces y espadas no decían otra cosa que lo que decían los caríbes. Esas velas, esas cruces y esas espadas, a su vez, resultaron tan frágiles como las flechas, los gritos y las canoas aborígenes, cuando empezó a desarrollarse en plenitud el implacable mundo capitalista, que echaría de lado a España y a su historia, a la que tanto debía sin embargo: desde creaciones filosóficas, artísticas, científicas, jurídicas o técnicas, hasta la entrada europea en América y la sangrienta extracción del oro y la plata que irían a parar a las ávidas manos de esos banqueros genoveses o alemanes que llamaban a los arrogantes nobles españoles, sarcásticamente, “nuestros indios”.

  • 26 Pierre Vilar. ob. cit., p. 60.

Sin embargo, la España de Velázquez es todavía prestigiosa; inspira al “gran siglo” francés. Hacia 1650, el castellano es la lengua noble en todas partes. En la Isla de los Faisanes –veamos los tapices de Versalles–, la vieja distinción de la corte castellana anula el lujo sin gusto de Luis XIV y de su séquito. Tendrá que pasar mucho tiempo para que los nuevos ricos, que son Inglaterra, Países Bajos y la misma Francia, perdonen esa superioridad26.

  • 27 Jacques Arnault: Historia del colonialismo. Trad. de Raúl Sciarreta. Buenos Aires, 1960, p. 10.

27La “perdonarán” con la Leyenda Negra. Pero si es comprensible que ella continúe viva en sectores reaccionarios de Occidente, para los cuales el racismo, la falsificación, el resentimiento y la irracionalidad son esenciales, a primera vista podría parecer menos comprensible que también continúe viva dicha leyenda en zonas que se consideran de la izquierda de Occidente, y donde uno esperaría un enjuiciamiento racional de la historia. Dichas zonas, sin embargo, podrían ejemplificar el caso de ese paternalista hombre de izquierda europeo de que ha hablado Jacques Arnault, que “denuncia el colonialismo, pero se le eriza la piel cuando descubre esa denuncia en la pluma de un colonizado27.

  • 28 “Entrevista con Jean-Paul Sartre”, Libre, número 4, 1972. p. 10. No deja de ser curioso que esta pu (...)

28A título de ejemplo, oigamos a un clásico representante de cierta izquierda occidental, Jean-Paul Sartre, manifestándose sobre la cultura española de. una manera que Alejandro Dumas no hubiera rechazado como propia. A una pregunta (malintencionada) formulada por la revista Libre, Sartre responde: “Cuando fui por primera vez a Cuba, recuerdo que una de las principales preocupaciones de los cubanos era la de resucitar su antigua cultura, que infortunadamente es española, para oponerla a la absorbente influencia de los Estados Unidos28. Podría creerse que Sartre piensa aquí en la presente situación de la cultura española, la cual en efecto es lamentable; pero no: porque habla de “resucitar su antigua cultura, que infortunadamente es española”. No vamos a insistir en los olvidos evidentes (la antigua cultura cubana puede ser indígena o africana o incluso criolla), pues Sartre no deja lugar a dudas: él se refiere a la “antigua cultura [...] española”. Y toda vez que somos un país surgido del colonialismo, nuestra “antigua cultura” si se prescinde como hace aquí Sartre de los aportes extraeuropeos, solo puede ser la cultura de la respectiva metrópoli”. Ahora bien: ¿por qué rayos debemos aceptar que es infortunado que esa “antigua cultura” sea para nosotros la española? ¿Sería acaso una fortuna que esa antigua cultura fuese holandesa, como le ocurre a Surinam; o inglesa, como le ocurre a Jamaica; o francesa, como le ocurre a Haití? ¿En qué ha favorecido a esos países remitirse a una cultura metropolitana no española? En sus palabras, aunque quizás sin saberlo, Sartre no hace más que suscribir la Leyenda Negra antiespañola. Lo importante, lo definitivo es que aquellos países nacidos del colonialismo, entre los que se encuentra Cuba, tenemos, además de nuestras respectivas antiguas culturas, una cultura nueva, revolucionaria, que estamos creanda en común.

  • 29 Jean-Jacques Fol: “Notes de lecture” Europe, enero-febrero de 1974, p. 286.
  • 30 Manuel Galich: “El indio y el negro, ahora y antes”, Casa de las Américas, n. 36.37, mayo-agosto de (...)

29Otro ejemplo, aunque muy menor, de aquel procedimiento, nos lo ofrece un tal Jean-Jacques Fol, al enjuiciar a Bartolomé de Las Casas. “Sin duda” dice este autor, “Bolivar llamó a Las Casas ‘el Apóstol de la América’, y Martí hizo su elogio. ¿Pero eso es verdaderamente suficiente? ¿No es menester ver más lejos?” Ver más lejos que Bolívar y Martí es tarea apasionante. Pero he aquí el prodigioso parto de los montes que nos ofrece con su larga vista el señor Fol: ‘Pues la defensa de América por el padre Las Casas se hizo en detrimento de África, y la salvación de los indios fue posible en la época por la llegada de esclavos transportados de África”29Si la ignorancia de este señor no fuera tan estruendosa como su fatuidad telescópica, le hubiera bastado consultar algunos mapas relativos a nuestra América (por ejemplo, los que ofrece Manuel Galich en su ensayo “El indio y el negro, ahora y antes”)30 para comprobar que allí donde se produjo “la salvación de los indios” (mesetas mesoamericanas, sierras andinas, etc.) fue precisamente donde, no fueron llevados esclavos africanos, obligados, en cambio, a trabajar en las plantaciones de tierras bajas donde el indio había sido exterminado. Pero sobre todo, hubiera debido saber que esa calumnia lanzada contra Las Casas, una de las figuras más nobles en la historia de la humanidad, es una canallesca imputación reaccionaria. Ya en 1938 había explicado Fernando Ortiz:

  • 31 Fernando Ortiz: prólogo a: José Antonio Saco: Historia de la esclavitud de la raza africana en el N (...)

Contra Las Casas hubo un doble deseo, el de borrar el recuerdo de su nombre por ser evocador de la barbarie de la conquista y destrucción de las Indias Occidentales, y, a la vez, el de denigrarlo, cuando era inevitable sacarlo a la luz, atribuyéndole la iniciativa de la trata negrera [...] Imputación afrentosa que le arrojaron los defensores del esclavismo y del colonialismo español31.

  • 32 Silvio Zavala: “¿Las Casas esclavista?”, Cuadernos Américanos, marzo-abril de 1944.
  • 33 Juan Comas: “Fray Bartolomé, la esclavitud y el racismo”, Cuadernos Americanos, marzo-abril de 1976
  • 34 Cit. en n. 4.

30Ortiz volvería en varias ocasiones sobre el tema (que también han abordado certeramente investigadores tan responsables como Silvio Zavala32 o Juan Comas)33, y en especial en un trabajo definitivo: “Ta ‘leyenda negra’ contra Fray Bartolomé”34. Es cierto que en su dramática y ejemplar evolución, no exenta de autocrítica’ Las Casas, como era normal entre los españoles venidos entonces a América, tuvo encomiendas de indios antes de ser apasionado defensor de los indios; y que como todos en su época, incluso Tomás Moro en su proyectada Utopía de 1516, dio por natural la esclavitud (de negros y blancos, sin distingo racial alguno) antes de convertirse, a su vez, en apasionado defensor de los negros. Pero solo a un ignorante, a un malvado o a un insensato se le ocurriría acusar a Las Casas de encomendero o de esclavista, de antindio o de antinegro. Las Casas no nació Las Casas: se hizo Las Casas, como le ocurre a todo el mundo, aunque solo muy pocos hayan llegado tan lejos como él. Con pleno conocimiento de la obra entera del gran dominico, y con la autoridad que le daba su formidable tarea de desentrañamiento de los aportes africanos a nuestra cultura, Fernando Ortiz pudo concluir así su ensayo:

31“Si a Las Casas se le puede llamar 'Apóstol de los indios', también fue 'Apóstol de los negros'. La historia reta a sus enemigos a que presenten unos textos en favor de los negros esclavos, contra su cautiverio en África, su trata a través de los mares, su explotación en América y su cruel tratamiento en todas partes, que sean más tempranos, vivos y concluyentes que los escritos con ese propósito por Bartolomé de Las Casas, el gran español (p. 183-841)”.

  • 35 Por desgracia, a esta leyenda contra fray Bartolomé ha contribuido también, reiteradamente, Menénde (...)

32A este reto, por supuesto, los enemigos de Las Casas no han podido replicar nada hasta la fecha: lo que no les ha impedido seguir propalando las sandeces de que se hace eco el señor Fol, coincidiendo con ultrarreaccionarios cerríles, y contribuyendo a mantener viva la leyenda negra contra Fray Bartolomé35.

La decadencia española

33Un punto que no podemos (ni queremos) soslayar es el tan manido de la decadencia española. Este es un hecho incontrovertible, pero que desde luego nada tiene que ver con supuestos defectos inmanentes de “lo español”. El ocaso de un imperio, que España sería la primera nación moderna en conocer, es algo que se había visto ya, y veríamos repetirse luego en otros casos, como los de Portugal, Holanda, Francia o la misma Inglaterra, a la que aún en nuestra niñez aceptábamos como reina de los mares, y hoy es una señora provinciana más bien parecida a la miss Marple de Agatha Christie. En cada uno de estos casos, el nuevo imperio, el imperio yanqui, corre servicial a heredar, a mano armada o a mano enmascarada, las colonias que pertenecieron a los imperios periclitados: a España le arrebata Puerto Rico y las Filipinas; a Francia y a Portugal, trata de heredarles Indochina y Angola... Los pueblos respectivos, como se sabe, tienen criterios bien distintos.

  • 36 Cf., por ejemplo, el tomo III de la Historia de España y América, dirigida por J. Vicens Vives, Bar (...)

34En el caso de España, se conocen las razones de su decadencia, aunque no pocas de ellas son todavía objeto de polémica36. Una serie de hechos desastrosos, como la expulsión de judíos y moriscos y el aplastamiento en Villalar de los comuneros por Carlos V, sofocaron el desarrollo de su burguesía, e hicieron ganar fuerzas a un nuevo feudalismo que los Reyes Católicos hubieran querido frenar. La llegada a España de las fabulosas riquezas americanas, sin que existieran allí núcleos nacionales capaces de capitalizarlas, selló esta regresión. Pierre Vilar ha explicado:

35El triunfo del “cristiano viejo” significa cierto desprecio del espíritu de lucro, del propio espíritu de producción, y una tendencia al espíritu de casta. A mediados del siglo xvi, los gremios empiezan a exigir que sus miembros prueben la “limpieza de sangre”: mala preparación para una entrada en la era capitalista [...] Para unos, “el oro de las Indias” ha servido por sí mismo para asegurar la hegemonía española. Para otros, es ese mismo oro la causa de la decadencia [...] Los beneficios no fueron “invertidos” en el sentido capitalista del término. Los emigrantes favorecidos por la fortuna soñaban con compras de terreno, [con] construcción de castillos, con tesoros. El teatro y Don Quijote reflejan esta actitud, tanto del campesino como del hidalgo [...] Doctrinas modernas hay que han considerado como un signo de gloria esta inadaptacíón de España al capitalismo. Pero fue ella quien condenó al país a la ineficacia.

  • 37 Pierre Vilar: ob. cit., p. 38, 53, 65.
  • 38 En su juventud, fogosamente libresca, Menéndez Pelayo tra tó de negar este hecho: cf. La ciencia es (...)

36Por otra parte, no hay que considerar en esta sicología un rasgo determinante. Si la inflación de medios monetarios no hubiera aniquilado a la empresa castellana y hundido a la banca sevillana, destruyendo los gérmenes de burguesía, todo hubiera podido transformarse. La España del siglo XVI, por posición y por coyuntura, tuvo que dejar a las naciones del norte de Europa la tarea de desarrollar las consecuencias de la revolución hecha posible gracias a los “Descubrimientos”37Ésta derrota de la burguesía, esta persistencía de las estructuras feudales, marcarán el porvenir español con la sobrevivencia de una ideología arcaica representada por un catolicismo oscurantista que opcindrá a la modernidad burguesa la camisa de fuerza de la Contrarreforma; y, consecuentemente, con un ínfimo desarrollo (e incluso con una involución) de la ciencia, imprescindible para la burguesía, pero no para la sociedad feudal”38.

37A pesar de esfuerzos renovadores en el siglo XVIII, al llegar el XIX el panorama es desolador, y los hispanoamericanos no pueden sino resentirse amargamente de ello. Tras su viaje a España en 1846, Sarmiento escribirá con su habitual rudeza: “ustedes [españoles] no tie nen [hoy] autores, ni escritores, ni sabios, ni economistas, ni políticos, ni historiadores, ni cosa que lo valga”; y en 1890, al escribir sobre el poeta Sellén, dirá Mártí: “Los pueblos de habla española nada, que no sea manjar rehervido, reciben de España”. Aquí no hay necesaríamente concesión a la Leiyenda Negra, sino fidelidad a los tristes hechos. No decían otra cosa en el siglo xix los mejores españoles, de Larra a Costa. Así describe un historiador moderno, Tuñón de Lara, la España de la que se separó Hispanoamérica:

  • 39 Manuel Tunón de Lara: La España del siglo XIX, 4a. ed., Barcelona, 1973, p. 10.

Era España, a comienzos del siglo xix, un país que vivía dentro de los moldes de lo que se ha llamado “viejo régimen” o sea: un país eminentemente agrario, dominado por la gran propiedad rústica y los señoríos, en que la nobleza y la iglesia detentaban la mayoría de las fuentes de riqueza [...] Los vestigios feudale eran tan acusados, que en multitud de casos la propiedad de la tierra llevaba aparejada la potestad sobre los habitantes de pueblos y tierras39.

  • 40 Roberto Mesa: El colonialismo en la crisis del XIX español, Madrid, 1967, p. 12 y 13.

38Y Roberto Mesa: “La España del siglo XIX es una gran potencia de museo, albacea testamentario del Imperio”. Y aún más: la España actual, cancelada temporalmente la relativa reanimación experimentada entre 1898 y la guerra, “por encima de acronías, tecnocracias a la moda y masas de consumidores, es un inmenso esperpento que camina desde los aguafuertes de Goya hasta los militares valleinclanescos de charretera y cuartelazo”40.

  • 41 En la Antología de Gaos mencionada en la nota 37 se ofrece un buen panorama del “pensamiento de la (...)

39Esta terrible situación histórica concreta, este atraso estructural de un país europeo sin revolución burguesa y abrumado por rezagos feudales, explica el bajo nivel frecuente de las discusiones teóricas en aquel país (de que ha hablado Cajal), muchos de cuyos mejores pensadores, desde que se hizo visible la decadencia de la nación41, se entrabaron en una inacabable discusión sobre europeizar a España: lo que, por supuesto, significaba cosas distintas de acuerdo con las distintas circunstancias, y en general solía ser un planteo confuso, incluso en hombre tan enérgico y claro como Costa: no digamos en el contradictorio Unamuno, que suscribe la justa tesis de Costa en En torno al casticismo (1895), y pasa luego al extremo opuesto, viendo algunas cosas y cerrándose irracionalmente a otras; o en el occidentalizado Ortega, ejemplo de lo que Machado llamaría “la trágica frivolidad de nuestros reaccionarios”; o en quienes creen hoy que el hecho de que España sea uncida por las transnacionales a sus intereses implica una modernización.

40Naturalmente que España está urgida de una verdadera modernización: pero ella no será una “europeización”, una “occidentalización”: esta última, como se demostró en Hispanoamérica, solo puede conducir a la neocolonia. La verdadera modernización vendrá con un cambio profundo de estructuras, con esa revolución que reclamaba angustiado Costa, pero que ya no podrá limitarse a ser aquella misma postulada por él, la revolución democráticoburguesa, sino que avanzará hacia la revolución socialista, como se anunció en el trienio 1936-39, la cual hará de España no un país occidental, sino un un país posoccidental, según ocurriera al cabo con la Rusia de 1917 y la Cuba de 1959. No hay porvenir occidental (= capitalista desarrollado) para España: hoy es un país paleoccidental; mañana, y ojalá que muy pronto, un país posoccidental.

España nuestra

41Esta España subdesarrollada en lo económico y aherrojada en lo político, es un país al que los hispanoamericanos no podemos considerar sino fraternalmente: es un país como los nuestros. Su tormentoso pasado es también, de alguna forma, nuestro; su triste presente, se parece al de muchos de nuestros países (especialmente ahora que el facismo intenta extenderse por nuestro Continente); su porvenir, no nos es en absoluto ajeno. Con enorme dolor vemos a los descendientes de las armoniosas sociedades indoamericanas o africanas desempeñar hoy los más rudos trabajos en el mundo capitalista moderno; apenas es otro el destino de los pobres descendientes de la ruinosa grandeza española: cuando no malmueren en sus tierras, son sirvientes en Francia, mineros en Bélgica, obreros no calificados en la RFA. También nos da dolor.

  • 42 C. Marx y F. Engels: La Revolución Española. Artículos y crónicas 1854-1873, Moscú, a. f., p. 12-13

42Por suerte, nuestra esperanza en llegar a ver una España revolucionaria y victoriosa no se basa en meras ilusiones sentimentales. Ya Marx advirtió, a mediados del siglo pasado, cómo “Napoleón, que, como todos sus contemporáneos, consideraba a España como un cadáver exánime, tuvo una sorpresa fatal, al descubrir que, si el Estado español estaba muerto, la sociedad española estaba llena de vida y repleta, en todas sus partes, de fuerza de resistencia”42. Hace cuarenta años volvió a comprobarse este hecho, y su resplandor, que iluminó nuestra infancia, no se ha extinguido aún. Brutalmente agredida por fuerzas facistas que penetrarían luego en no pocos países europeos como un cuchillo caliente en la mantequilla, y solo vinieron a desbaratarse frente al magnífico pueblo soviético, España demostró, a lo largo de.tres años inolvidables, hasta qué punto todavía “estaba llena de vida y repleta, en todas sus partes, de fuerza de resistencia”. Es significativo que los mayores poetas hispanoamericanos fueran entonces a la Península, y escribieran en homenaje al pueblo español algunos de sus mejores textos: “Niños del mundo: está / la madre España con su vientre a cuestas”, clamó el conmovedor César Vallejo. Y allí, en aquella tierra, hecho símbolo de la identificación de nuestros destinos, quedó el generoso Pablo de la Torriente Brau, como dijera su fraterno Miguel Hernández, “con el sol español puesto en la cara / y el de Cuba en los huesos”.

  • 43 Roberto Mesa: “Prólogo a la edición española” de El anticolonialismo europeo desde Las Casas a Marx (...)
  • 44 Cf. la notable obra de Marcel Bataillon Erasmo en España. Estudios sobre la historia española del s (...)
  • 45 Cf. Juan López Morillas: El krausismo español. Perfil de una aventura intelectual, México, 1956. Ar (...)
  • 46 Carlos Blanco Aguinaga ha estudiado en un libro útil (Juventud del 98, Madrid, 1970) cómo los escri (...)

43Será menester insistir en lo entrañable que nos es y nos será siempre esa otra España, la España donde Las Casas y los grandes dominicos del siglo XVI, “el momento más brillante del pensamiento anticolonialista hispánico”43 defendieron noblemente a los primeros americanos; la España donde pensaron (aunque algunos se vieran obligados a hacerlo fuera del país) Vives y los erasmistas del siglo XVI44, Servet, Huarte, Suárez, Sánchez, Feijoó, Cadalso, Jovellanos, Blanco White, e incluso, más allá de la independencia de casi toda Hispanoamérica, Larra, Pi y Margall, los krausistas45, Costa, Iglesias, Cajal, algunos hombres del 9846 y sobre todo Antonio Machado; la España cuyo pueblo, en un proceso dramático, engendró descendientes rebeldes en nuestra América; la España de los comuneros, las guerrillas contra Napoleón, las cortes de Cádiz, Riego y la Institución Libre de Enseñanza; la España obrera, campesina y pensadora; la España que peleó magníficamente por toda la humanidad, de 1936 a 1939: y volvió a perder? Con los ojos de esta España contemplamos una impresionante y compleja familia: el arte hispanoárabe, el Poema del Cid, Don Juan Manuel, el Arcípreste, La celestina, el romancero y la novela picaresca, Garcilaso, Fray Luis, Ercilla, Santa Teresa, San Juan, Góngora, Balbuena, Quevedo, Lope, Tirso, Ruiz de Alarcón, Calderón, Saavedra Fajardo, Gracián, El Greco, Velázquez, Moratín, Goya, Quintana, Espronceda, Bécquer, Rosalía de Castro, Valera, Galdós, Clarín, Unamuno, Baroja, Valle Inclán, Azorín, Machado, Juan Ramón, Miró, Picasso, Gómez de la Serna, Falla, León Felipe, Moreno Villa, Lorca, Alberti, Buñuel, Miguel Hernández...

  • 47 No mencionarnos aquí el caso de Portugal, a pesar de sus conocidos aportes al arte y la literatura (...)

44¿A santo de qué los inficionados por la Leyenda Negra van a venir a decirnos que los errores y los horrores de la reacción española deben hacernos olvidar que esa es también un herencia (o una línea paralela) nuestra, o hacernos avergonzar de ella? ¿Tiene algún sentido declarar inhabilitada la creación cultural de un país por los espantos que en un momento dado hayan cometido sectores de aquel país? ¿Acaso no admiramos la obra de Shakespeare, Shaw o Virginia Woolf a pesar del Imperio británico? ¿Y la de Whitman, Twain o Hemingway a pesar del imperialismo yanqui? ¿Y la de Rabelais, Rimbaud o Malraux a pesar del colonialismo francés? ¿Y la de Pushkin, Tolstoy o Dostoyevski a pesar del zarismo? ¿Y la de Gœthe, Heine o Brecht a pesar del nazismo? ¿Y la de Dante, Leopardi o Pavese a pesar del facismo?47 ¿E incluso la obra de Kipling, Claudel o Pound a pesar de Kipling, Claudel o Pound? La verdad es que nos llena de orgullo saber que aquella España también es nuestra, y que prescindir de ella no nos enriquecería: nos empobrecería lamentablemente.

  • 48 Juan Marinello: “Sobre Martí escritor. La españolidad literaria de José Martí”, Vida y pensamiento (...)

45Si se quiere un solo ejemplo de cómo lo mejor de esa herencia española, junto a otras, se transustanció en la obra americana, baste el caso superior de José Martí. Ya se sabe que ningún hombre de nuestra América llegó, como él, a elaborar una teoría tan vasta y coherente sobre la genuinidad de nuestra cultura, según destacó Noél Salomon; ni llegó a crear una obra tan auténtica como la suya, respetuusa y amorosa de nuestras raíces aborígenes a la vez que situada a un nivel de excelencia mundial. Nadie menos proclive que él a enceguecerse con el relumbre falso y sangriento de un Imperio cuyas últimas cadenas él contribuyó decisivamente a desbaratar en América. Y sin embargo, ¿qué lector suyo familiarizado con varias literaturas deja de comprobar que su obra, moderna, nutrida de los mejores aires de su tiempo, original y anuinciadora del porvenir, solo tiene un parigual estilístico entre los mayores escritores del Siglo de Oro español, que él conoció y asimiló como nadie, pudiendo Juan Marinello hablar de “la españolidad literaria de José Marti”48? El propio Martí, refiriéndose a Quevedo, afirmó que “ahondó tanto en lo que venía, que los que hoy vivimos, con su lengua hablamos”.

46El hombre que en La Edad de Oro enseñó a los niños de su América a amar y respetar a Las Casas, que era español, “y su padre, y su madre”, pero no podía confundírsele con “aquellos conquistadores asesinos [que] debían venir del infierno, no de España”; el que en su madurez, confesó: “Para Aragón, en España, / Tengo yo en mi corazón / Un lugar todo Aragón / Franco, fiero, fiel, sin saña. / [...] Estimo a quien de un revés / Echa por tierra a un tirano: / Lo estimo si es un cubano; / Lo estimo si aragonés”; el que, mientras preparaba la guerra de independencia, era capaz de distinguir entre el “español que tiene en el Sardinero o en la Rambla su caudal, que es su única patria”, y el “español llano, que ama la libertad como la amamos nosotros, y busca con nosotros una patria en la justicia” el “español liberal y bueno, [...] mi padre valenciano, [...] mi fiador montañés”, llegando a exclamar: “¡A estos españoles los atacarán otros: yo los ampararé toda mi vida!”; ese hombre nos da, también en este orden, lecciones imperecederas.

  • 49 Mirta Aguirre: La obra narrativa de Cervantes, La Habana, 1971.

47En la estela de esas lecciones, dándonos otras a su vez, Nicolás Guillén, el autor de “El apellido” extraordinario, sabrá evocar sus “dos abuelos” (africano uno y español otro) en un poema ejemplar; y Mirta Aguirre realizará un admirable enfoque marxista de la obra de Cervantes49, mostrándonos cuál debe ser el acercamiento de nuestros investigadores revolucionarios a la enorme herencia cultural española. ¿Y acaso será menester recordar que cuando el héroe real de nuestra América salió hace unos años a pelear a “otras tierras del mundo”, sintió bajo sus talones “el costillar de Rocinante”?

48Francamente, creemos que tuvo razón Federico de Onís cuando escribió:

  • 50 Federico de Onís: “La eternidad de España en América”, España en América, San Juan, 2da. ed., 1968, (...)

Podemos suponer que llegue a desaparecer todo lo que desde España se estableció en América, como desapareció la estructura política de su organización colonial y también otras cosas del pasado –ni más ni menos que han desaparecido en España misma–; pero aquello que plantaron en América los españoles que tuvieron la voluntad de ser americanos –aquello que sin duda era lo más íntimo y popular de España, lo que tenía más fuerza de unidad, universalidad y libertad, lo que era más apto para transformarse y fundirse con los demás elementos que ofrecía la nueva realidad– perdurará a través de todas las transformaciones que sufra este Continente, cuyo destino, como ellos quisieron, es el de ir siempre en busca de un más alla50.

NOTAS

1 Originellement publié dans Casa de las Américas, no 99, nov-déc. 1976.

2 Ramón Menéndez Pidal: “La unidad del idioma” (1944), Castilla, la tradición, el idioma, 3a. ed., Madrid, 1955, p. 206.

3 Ramón Menéndez Pidal: op. cit., p. 192. Sobre esta cuestión del idioma, que tantas insensateces ha hecho verter en ambas márgenes del Atlántico, véanse, además de las justas palabras de Menéndez Pidal: Amado Alonso: El problema de la lengua en América, Madrid, 1935; y Castellano, español, idioma nacional. Historia espiritual de tres nombres, Buenos Aires, 1943; y Ángel Rosenblat: El castellano de España y el castellano de América. Unidad y diferenciación, Caracas, 1962. Este último, en su regocijante ensayo, dice: “Frente a la diversidad inevitable del habla popular y familiar, el habla culta de Hispanoamérica presenta una asombrosa unidad con la de España una unidad que me parece mayor que la del inglés de los Estados Unidos o el portugués del Brasil con respecto a la antigua metrópoli” (p. 46).

4 Pierre Vilar: Historia de España Traducción de Manuel Tuñon de Lara. Paris, 1960, p. 49 y 48.

5 Fernando Ortiz: “La leyenda negra contra Fray Bartolomé”, Cuadernos Americanos, septiembre-octubre de 1952, p. 146.

6 Alejandro Lipschutz: El problema racial en la conquista de América y el mestizaje, Santiago de Chile, 1963, p. 229.

7 Alejandro Lipschutz: Marx y Lerin en la América Latina y los problemas indigenistas, la Habana, 1974, p. 170-71.

8 Laurette Sejourné: América Latina. 1. Antiguas culturas precolombinas. Trad. de Josefina Oliva de Coll. Madrid, 1971, p. 8 y 9.

9 Julio Le Riverend: “Problemas históricos de la conquista de Améria. Las Casas y su tiempo”, Casa de las Américas, n. 85, julio-agosto de 1974, p. 4.

10 Carlos Marx: “Futuros resultados de la dominación británica en la India”, C. Marx y F. Engels: Acerca del colonialismo, Moscú, s. f., p. 86. (Subrayado nuestro, R. F. R.).

11 Carlos Marx: El capital. Crítica de la Economía Política, La Habana, 1973, t. I, p. 697.

12 Quevedo, que había nacido en 1580, ocho años antes de la derrota de la Armada Invencible, presenció el inicio de este proceso, y lo reflejó en su obra enorme, amarga y genial. En uno de sus sonetos más conocidos, escribió – “Y es más fácil, ¡oh España!, en muchos modos, / que lo que a todos le quitaste sola / te puedan a ti sola quitar todos”.

13 “En general, la esclavitud encubierta de los obreros asalariados en Europa exigía, como pedestal, la esclavitud sans phrase en el Nuevo Mundo”, (Carlos Marx: El capital, cit., p. 696-97).

14 Cf. como botones de muestra Leyenda Negra. Estudios acerca del concepto de España en el extranjero [1914], l3a. ed., Madrid, 1954, de Julián Juderías; e Historia de la leyenda negra hispanoamerericana, Madrid, 1944, de Rómulo D. Carbia, autor argentino este último. No es azaroso que la extrema derecha española – y una parte de la extranjera entregue, a esta “defensa de “España” con la que se suelen defender, con frecuencia, depredaciones más cercanas.

15 “En cada cultura nacional existen, aunque no están desarrollados, elementos de cultura democrática y socialista, pues en cada nación hay una masa trabajadora y explotada, cuyas condiciones de vida engendran inevitablemente una ideología democrática y socialista. Pero en cada nación existe asimismo una cultura burguesa (y, además, en la mayoría de los casos ultrarreaccionaria y clerical), y no solamente en forma de ‘elementos’, sino como cultura dominante. Por eso la ‘cultura nacional’ en general es la cultura de los terratenientes, de los curas y de la burguesía”, (V. I. Lenin: “Notas críticas sobre la cuestión nacional”, 1913, La Literatura y el Arte, Moscú, 1968, p. 80).

16 En los primeros años de la Revolución de Octubre, frente a ciertos Intentos de desconocer o rechazar las creaciones culturales anteriores a la Revolución y crear la cultura proletaria, Lenin reiteró que “solo se puede crear esta cultura proletaria conociendo con precisión la cultura que ha creado la humanidad en todo su desarrollo y transformándola [...] La cultura proletaria tiene que ser el desarrollo lógico del acervo de conocimientos conquistados por la humanidad bajo”.

17 Fidelino de Figueiredo dedicó a este tema, el “de las dos Españas, la de las derechas o la de las Izquierdas” (p. 29), visto con óptica liberal, su libro Las dos Españas (1932). Trad. de varios. México, 1944.

18 Cf. Walter Rodney: How Europe underdeveloped Africa, 2da impresión, Londres y Dar es Salaam, 1973.

19 Américo Castro: Españía en su historia. Cristianos, moros y judíos, Buenos Aires, 1948.

20 Ramón Menéndez Pidal: Los españoles en la historia [1947], Madrid, 1959, p. 169.

21 Miguel Asín Palacios: Dante y el Islam, Madrid, 1927, p. 16.

22 Ramón Menéndez Pidal: España, eslabón entre la Cristiandad y el Islam, Madrid, 1956, passim.

23 José Luciano Franco: “Transculturación afrohispánica”, Santiago, Santiago de Cuba, n. 17, marzo de 1975, p. 50 y 56. V. también sobre este punto el libro de Fernando Henriques Children of Caliban, Londres, 1974, esp. cap. 2, “The European irnage of the Non-European”.

24 Bolívar era conscíente de este hecho: “España misma deja de ser europea, por su sangre africana, por sus instituciones y por su carácter”, dijo ante el Congreso de Angostura en 1819. Pero ello estaba lejos de ofenderlo: al contrario, tal hecho contribuyó a la originalidad americana, que cuatro años antes lo había llevado a proclamar con evidente orgullo: “Nosotros somos un pequeño género humano”. Se sabe, por otra parte, cuánto atrajo a Martí lo árabe en la cultura española. A los grandes creadores de nuestra América les ha interesado siempre, en España, su otredad, su heterodoxia.

25 “La historia del cristianismo primitivo”, escribió Engels, “tiene notables puntos de semejanza con el movimiento moderno de la clase obrera”. Es más, a la pregunta de Anton Menger de por qué “el socialismo no siguió a la caída del imperio romano de occidente”, EngeIs respondió que ese ‘socialismo’ existió en la realidad, hasta donde ello era posible en esa época, e incluso alcanzó una posición dominante... en el cristianismo. Solo que este cristianismo, como tenía que suceder dadas las condiciones históricas, no quiso cumplir las transformaciones sociales en este mundo, sino más allá de él, en la vida eterna después de la muerte, en el inminente “milenio” (Federico Engels: “Sobre la historia del cristianismo Primitivo”, en Carlos Marx, Federico Engels: Sobre la religión, Buenos Aires, 1959, p. 272-73. Véase también la introducción de Engels a la obra de Marx Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850, La Habana, 1973, p. 34-36).

26 Pierre Vilar. ob. cit., p. 60.

27 Jacques Arnault: Historia del colonialismo. Trad. de Raúl Sciarreta. Buenos Aires, 1960, p. 10.

28 “Entrevista con Jean-Paul Sartre”, Libre, número 4, 1972. p. 10. No deja de ser curioso que esta publicación, cuyo subtitulo era Revista Crítica Trimestral del Mundo de Habla Española, haya dejado pasar sin la menor crítica, o al menos sin el menor comentario, este exabruto.

29 Jean-Jacques Fol: “Notes de lecture” Europe, enero-febrero de 1974, p. 286.

30 Manuel Galich: “El indio y el negro, ahora y antes”, Casa de las Américas, n. 36.37, mayo-agosto de 1966. (Entrega dedicada a África en América).

31 Fernando Ortiz: prólogo a: José Antonio Saco: Historia de la esclavitud de la raza africana en el Nuevo Mundo y en especial en los países américo-hispanos, La Habana, 1938, tomo 1, p. 10.

32 Silvio Zavala: “¿Las Casas esclavista?”, Cuadernos Américanos, marzo-abril de 1944.

33 Juan Comas: “Fray Bartolomé, la esclavitud y el racismo”, Cuadernos Americanos, marzo-abril de 1976.

34 Cit. en n. 4.

35 Por desgracia, a esta leyenda contra fray Bartolomé ha contribuido también, reiteradamente, Menéndez Pidal, quien se ha ocupado de ¡tema, que sepamos, en los siguientes trabajos: “‘¿Codicia insaciable?’ ‘¿Ilustres hazaflas?’” (1940), La lengua de Cristóbal Colón. El estilo de Santa Teresa y otros estudios del siglo XVI, Buenos Aires, 1942; “Vitoria y Las Casas” (1956), y “Una norma anormal del Padre Las Casas”, El P. Las Casas y Vitoria con otros temas de los siglos XVI y VXII, Madrid, 1958; El Padre Las Casas y la leyenda negra, Madrid, 1958, y El padre Las Casas: su doble personalidad, Madrid, 1963. Meriéndez Pidal compara a Las Casas (negativamente para él) con Bernal Díaz y Vitoria, y lo acusa desaforadamente de calumniador, de haber sido “el que intensificó, el que fijó, el que perpetuó la leyenda negra española” (El padre Las Casas y la leyenda negra, p. 11), de esclavista antinegro, y por último de... paranoico (a lo que respondería cumplidamente Lipschutz en “La paranoia y el histerismo de los profetas”, Marx y Lenin en la América Latina, cit. en n. 6). En este y en algunos otros puntos históricos, el eminente filólogo, a quien se tenía por espíritu más sereno y objetivo, demuestra ser, al cabo, heredero de otro gran energúmeno español: el polígrafo Marcelino Menéndez y Pelayo, cuyos criterios tristemente reaccionarios tampoco invalidan, sin embargo, lo esencial de una obra enorme que a pesar de la ideología de su autor sería absurdo dejar en manos de la reacción española, pues su consulta sigue siendo imprescindible, como arsenal que es de los más variados saberes. Un intento por deslindar lo vivo y lo muerto en esa gran obra (intento por desgracia muy insuficiente, dada la habitual superficialidad de quien lo acometiera) fue realizado por Guillernio de Torre en Menéndez Pelayo y las dos Españas, Buenos Aires, 1943. Después de leer este librito, uno queda convencido de lo necesario que es escribirlo de veras.

36 Cf., por ejemplo, el tomo III de la Historia de España y América, dirigida por J. Vicens Vives, Barcelona, 1961, p. 250-386; y Julio Le Riverend: op. cit. en n. 8.

37 Pierre Vilar: ob. cit., p. 38, 53, 65.

38 En su juventud, fogosamente libresca, Menéndez Pelayo tra tó de negar este hecho: cf. La ciencia española (1876). Pero ya en 1894 reconocía el estado de decadencia de la ciencia española de su tiempo: cf. “Esplendor y decadencia de la cultura científica española” Antología del pensamiento de lengua española en la Edad Contemporánea. Selección, introduccíón, y notas de José Gaos, México, 1945. Por su parte, Santiago Ramón y Cajal; con la autoridad que le daba su gran obra científica de nivel internacional, afirma que, “apreciado globalmente” el rendimiento de la ciencia española “ha sido pobre y discontinuo, mostrando, con relación al resto de Europa, un atraso, y sobre todo una mezquindad teórica deplorable”. (S. R. y C.: “Nuestro atraso cultural y sus causas pretendidas”, El concepto contemporáneo de España. Antología de ensayos [1895-1931], por Ángel del Río y M. S. Bernadette, Buenos Aires, 1946, p. 46).

39 Manuel Tunón de Lara: La España del siglo XIX, 4a. ed., Barcelona, 1973, p. 10.

40 Roberto Mesa: El colonialismo en la crisis del XIX español, Madrid, 1967, p. 12 y 13.

41 En la Antología de Gaos mencionada en la nota 37 se ofrece un buen panorama del “pensamiento de la decadencia” (no decadente él mismo) en España, junto al pensamiento de la independencia en Hispanoamérica.

42 C. Marx y F. Engels: La Revolución Española. Artículos y crónicas 1854-1873, Moscú, a. f., p. 12-13.

43 Roberto Mesa: “Prólogo a la edición española” de El anticolonialismo europeo desde Las Casas a Marx. Seleccióri de Marcel Merle y Roberto Mesa, Madrid, 1972, p. 8. Como altos representantes de ese “momento” hay que citar también a algunos “cronistas de las culturas precolombinas” como Sahagún: cf. Cronistas de las culturas precolombinas. Antología, prólogo y notas de Luis Nicolau d’Olwer. México, 1963.

44 Cf. la notable obra de Marcel Bataillon Erasmo en España. Estudios sobre la historia española del siglo XVI. Trad. de Antonio Alatorre. México, 1950. Véase el apéndice “Erasmo y el Nuevo Mundo”, tomo II, p. 435-54.

45 Cf. Juan López Morillas: El krausismo español. Perfil de una aventura intelectual, México, 1956. Arturo Andrés Roig ha dado, con su libro Los krausistas argentinos (Puebla, México, 1969), un ejemplo a los estudiosos de otros países hispaniamericanos.

46 Carlos Blanco Aguinaga ha estudiado en un libro útil (Juventud del 98, Madrid, 1970) cómo los escritores agrupados bajo ese rótulo, en su juventud, entre 1890 y 1905, abordaron “el problema de España” desde perspectivas sociopolíticas radicales que van desde el federalismo intransigente hasta el marxismo” (p. xii), y cómo en su calidad de “intelectuales pequeñoburgueses acabaron volviendo, cada uno a su modo, a recogerse en el seno de la sociedad establecida” (p. 326).

47 No mencionarnos aquí el caso de Portugal, a pesar de sus conocidos aportes al arte y la literatura mundiales, porque también ese país ha sufrido el ramalazo de la Leyenda Negra antiespañola: leyenda en cierta forma antibérica. Desde luego no hay que olvidar que “Portugal no es un problema español, y es tan extraño y tan afín a la España grande como Polonia a Rusia, Bélgica a Francia [...] No forma parte de ninguna de las dos Españas”. (Fidelino de Figueiredo. Las dos Españas, cit. en n. 16, p. 271 y 276). La Leyenda Negra ha afectado aún más fuertemente a los otros pueblos de la Península –el vasco, el gallego, el catalán–, aherrojados por la España castellana reaccionaria contra la que no se han cansado de pelear en busca de una justa solución federal.

48 Juan Marinello: “Sobre Martí escritor. La españolidad literaria de José Martí”, Vida y pensamiento de Marti. Homenaje de la ciudad de La Habana en el cincuentenario de la fundación del Partido Revolucionario Cubano 1892-1942, vol. 1, La Habana, 1942. Guillerino Díaz-Plaja pudo afirmar de Marti: “ese gigantesco fenómeno de la lengua hispánica, raíz segura de la prosa de Rubén y, desde luego, el primer ‘creador’ de prosa que ha tenido el mundo hispánico”. (G. D.-P.: Modernismo frente a noventa Y ocho. Una introducción a la literatura española del siglo XX, Madrid, 1951, p. 305).

49 Mirta Aguirre: La obra narrativa de Cervantes, La Habana, 1971.

50 Federico de Onís: “La eternidad de España en América”, España en América, San Juan, 2da. ed., 1968, p. 19.

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