Los detectives salvajes Roberto Bolaño y 15 libros en PDF

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"Cuenta la historia de dos detectives, Arturo Belano y Ulises Lima 
que emprenden un viaje para buscar a la misteriosa escritora 
Cesárea Tinajero, desaparecida en los años posteriores a la 
Revolución en México; búsqueda que se prolonga durante 20 años. 
Una novela en la que encontrarás amores, muertes, asesinatos, 
manicomios, fantasmas, etc., y no podrás apartar los ojos del libro."


http://culturacolectiva.com/9-libros-indispensables-que-debes-leer-segun-juan-villoro/

Premio Herralde de Novela. Barcelona, Anagrama, 1998. 609 páginas, 
RICARDO SENABRE | 10/01/1999 | 


Pocas obras actuales se hallan más impregnadas de literatura que los relatos del escritor Roberto Bolaño (Santiago de Chile, 1953). En “Estrella distante” (1996) y en las narraciones de “Llamadas telefónicas” (1997) -algunas de las cuales parecen ahora tanteos previos o anticipos de la novela que hoy nos ocupa-, la literatura ocupa un lugar privilegiado, y es a menudo el tema central de la obra. Escritores o aspirantes a escritores son muchos personajes, y las revistas literarias, las tertulias o las librerías se convierten con frecuencia en marco de las acciones. Los diálogos aparecen entreverados de citas literarias, encubiertas o patentes, como indicio caracterizador de unos personajes cuyas lecturas han llegado a ser en ellos casi una segunda naturaleza. Así, cuando Amadeo Salvatierra evoca la figura del general Diego Carvajal, tiroteado en el patio de un prostíbulo, afirma: “A mi general le gustaba salir al patio a fumarse su cigarro y a pensar en la tristeza poscoito, en la pinche tristeza de la carne, en todos los libros que no había leído” (pág. 357). En otro sentido, hay páginas llenas de consideraciones literarias puestas en boca de diversos narradores -veánse la de Luis Sebastián Rosado (152-158), o las de Amadeo Salvatierra (216-220), entre otras -, reelaboraciones de textos ajenos -como sucede en el relato de Xosé Lendoiro (págs. 427 ss.) donde se rehace un cuento de Pío Baroja-, declaraciones de autores en la Feria del Libro de Madrid -cuyos modelos vivos parece sencillo identificar en algún caso-, e incluso escenas en las que intervienen escritores reales, como Juan Marsé y Octavio Paz, mezclados con las criaturas de la ficción. En curiosa coincidencia con la novela “Fuegos con limón”, de Fernando Aramburu, “Los detectives salvajes” hace de las inquietudes y andanzas de unos jóvenes poetas vanguardistas el núcleo de la historia.

Pero hay que añadir que la historia, enriquecida incluso como lo está, con numerosas y certeras referencias a la realidad chilena y al exilio de muchos intelectuales hispanoamericanos, no es lo más destacable de “Los detectives salvajes”. Las indagaciones de Arturo Belano y Ulises Lima, defensores de la pintoresca estética del “realismo visceral”, encaminadas a encontrar a Cesárea Tinajero, supuesta predecesora del movimiento, desemboca en un final dramático que puede entenderse alegóricamente, sin dificultad, con una doble clave literaria y política. No hay duda, además, de que existe un trasfondo de experiencias personales muy acusado, y más de un lector notará el parentesco fónico entre “Belano” y “Bolaño”, tal vez sin percatarse de que “Belano” es también anagrama de “novela”, de construcción ficcional. Lo decisivo es, en efecto, la configuración de la historia, su organización narrativa. La parte central, enmarcada por los dos fragmentos del diario que escribe el poeta García Madero, narrador y recopilador del conjunto, está formada por los relatos de medio centenar largo de testigos que aportan datos acerca de Belano, de Lima y de su empeñada búsqueda por varios países. Estos microrrelatos se superponen y complementan, ofreciendo así, de acuerdo con una técnica bien conocida y probada en la novelística de nuestro siglo, una visión fragmentada y discontinua de los hechos, con luces y sombras, con perspectivas diferentes y hasta contradictorias. Este modo de proceder ofrece al menos una ventaja y un peligro. La ventaja es que los distintos narradores, al implicarse en la historia, se convierten en personajes -no son, sin más, puros cronistas- y el autor puede singularizarlos e integrarlos en su mundo novelesco. Bolaño lo consigue con brillantez. Los múltiples narradores se identifican, no ya por su nombre o por lo que relatan, sino por su modo de hablar, por sus asideros culturales. No todos alcanzan la misma hondura, pero forman, en conjunto, un variado friso que acredita un talento nada común de novelista y que incluye una minuciosa atención a las variantes idiomáticas territoriales y a las jergas y los registros del nivel coloquial (veánse, por ejemplo, págs. 357 y 562-564).
La otra cara, el riesgo de la técnica escogida en este caso, es que algunos de esos microrrelatos adquieran autonomía propia y se desgajen en buena medida de la historia central. Es el consabido problema de las narraciones intercaladas con que la crítica se enfrenta, desde el “Quijote” hasta nuestros días. En “Los detectives salvajes”, ese peligro no se ha evitado siempre, y hay relatos, como los de Mary Watson, Heimito Könst o Edith Oster, que convendría haber podado. Pero Bolaño escribe con un pulso envidiable, y estos fragmentos que casi llegan a ser autónomos se convierten a veces, considerados en sí mismos y no por su relación con el conjunto, en ejemplos magistrales de narraciones breves. Leáse detenidamente el relato de Auxilio Lacouture acerca de su encierro en la Facultad durante los disturbios de 1968 (págs. 190-199) y se tendrá una idea cabal acerca de la maestría narrativa de Roberto Bolaño, indiscutible hasta cuando el autor se deja llevar demasiado por el río caudaloso de su inventiva. 

roberto bolaño
Roberto Bolaño 

La «guerra de civilizaciones» por Thierry Meyssan


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PLAN PARA EXTENDER LA HEGEMONÍA ESTADOUNIDENSE

La «guerra de civilizaciones»

La teoría del complot islámico y del choque de civilizaciones se ha ido elaborando progresivamente, desde 1990, para proporcionar una ideología de repuesto al complejo militar e industrial estadounidense después del derrumbe de la URSS. El orientalista británico Bernard Lewis, el estratega estadounidense Samuel Huntington y el consultor francés Laurent Murawiec fueron los principales creadores de esta teoría que permite justificar, de forma no siempre racional, la cruzada estadounidense por el petróleo.

 | PARIS (FRANCIA)  


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Los atentados del 11 de septiembre de 2001, que la administración Bush imputó a un «complot islamista», fueron interpretados en Estados Unidos y Europa como la primera manifestación de un «choque de civilizaciones».
El mundo arabo-musulmán habría entrado así en guerra con el mundo judeocristiano. Dicho enfrentamiento no podría encontrar más solución que la victoria de uno en detrimento del otro: triunfo del Islam con la imposición de un Califato mundial (o sea, de un Imperio islámico) o victoria de los «valores de Norteamérica» compartidos con un Islam modernizado en un mundo globalizado.
Una doctrina apocalíptica
La teoría de un complot islámico y de un choque de civilizaciones propone una explicación holista del mundo y establece un ordenamiento mundial partir de la desaparición de la URSS. No existe ya el enfrentamiento este-oeste entre dos superpotencias con ideologías antagónicas sino una guerra entre dos civilizaciones, o más bien entre la civilización moderna y una forma arcaica de barbarie.
Al plantear que el Islam está en guerra contra los valores de Norteamérica, esta teoría da por sentado que el Islam no se puede modernizar. Esta cultura no podría ser disociada de la sociedad árabe del siglo VIIE cuyas estructuras estaría perpetuando, particularmente el estado de inferioridad de la mujer, y no concebiría su expansión más que mediante la violencia al estilo de las guerras del Profeta.
Esta teoría supone también que «Norteamérica» es portadora de la libertad, la democracia y la prosperidad, que encarna la modernidad y representa el más alto grado del progreso, el fin de la Historia.
El 11 de septiembre de 2001 es entonces la primera batalla de esta guerra de civilizaciones, como Pearl Harbor es -para Estados Unidos- la primera batalla de la Segunda Guerra Mundial. O sea, esta guerra no se parece a las anteriores.
Durante las dos primeras guerras mundiales, coaliciones militares se enfrentaban en un combate de titanes. Durante la guerra fría, los combates militares se limitan a zonas periféricas o a conflictos de baja intensidad (guerrillas) mientras que el enfrentamiento central opone ideológicamente a dos superpotencias. Durante la Cuarta Guerra Mundial que acaba de comenzar, las batalles militares clásicas desaparecen para dar paso a guerras asimétricas: una potencia única, líder de todos los Estados, combate contra un terrorismo no estatal omnipresente.
No se trata, sin embargo, de una guerra entre el despotismo de Estados y grupos de resistencia sino más bien, al contrario, de una insurrección de las democracias contra la tiranía islamista que oprime al mundo arabo musulmán y trata de imponer el Califato mundial.
Esta lucha entre el Bien y el Mal tiene su punto de cristalización en Jerusalén. Es allí donde, después del Armagedón, debe tener lugar el regreso de Cristo que marcará el triunfo del «destino manifiesto» de Estados Unidos, «única nación libre de la tierra», encargada por la Divina Providencia de llevar «la luz del progreso al resto del mundo». A partir de ahí, el apoyo incondicional a Israel ante el terrorismo islamista es un deber patriótico y religioso para todo ciudadano estadounidense, aun cuando los judíos solamente puedan esperar la salvación a través de la conversión al cristianismo.
Un complejo
Esta exposición de la teoría de la conspiración islamista y del choque de civilizaciones no es en lo absoluto exagerada. Es, en cambio, perfectamente fiel a lo que divulgan los medios de comunicación y los partidos políticos en Estados Unidos. Uno puede, por supuesto, interrogarse a la vez en cuanto a los prejuicios que le sirven de base, su coherencia interna y su naturaleza irracional.
Los conceptos de mundo arabo-musulmán y de mundo judeocristiano son en sí mismos discutibles. Originalmente, el término «judeocristiano» no se refiere al conjunto de judíos y cristianos sino, al contrario, al grupúsculo de los primeros cristianos cuando eran todavía judíos, antes del momento en que la Iglesia se separa de la Sinagoga. Pero, al final de los años 60, o sea después del acercamiento israelo-estadounidense y la Guerra de los Seis Días, este término adquiere un sentido político. Designa entonces al bloque atlantista, calificado como Occidente, ante el bloque soviético, llamado Este.
Se observa aquí un reciclaje de conceptos. Occidente sigue siendo hoy más o menos lo mismo que antes mientras que el adversario no es ya el Este sino el Oriente. Estos conceptos no tienen nada que ver con la geografía o la cultura sino, únicamente, con la propaganda.
Así, Australia y Japón son políticamente occidentales, al igual que dos Estados europeos cuya población es musulmana: Turquía y Bosnia Herzegovina. Allí aparece además un importante problema: en muchos Estados, y principalmente alrededor del Mediterráneo, se hace imposible distinguir actualmente la civilización judeocristiana de la civilización arabo-musulmana.
La guerra de civilizaciones supone, por tanto, que se susciten guerras civiles para separar las poblaciones. Desde este punto de vista, una experiencia exitosa tuvo lugar en Yugoslavia. La lucha por el proyecto de separación y la realización del mismo implica la liquidación del idealismo laico. Se hace entonces inevitable, a largo plazo, que la resistencia estructural más importante dentro del bando «occidental» sea la República Francesa [1].
Por otro lado, el prejuicio según el cual el Islam es incompatible con la modernidad y la democracia supone una gran ignorancia. La expresión «mundo arabo-musulmán» subraya que el Islam es actualmente mucho mas amplio que el mundo árabe aunque la representación que nos hacemos del mismo no puede ser más estrecha. Son pocos los estadounidenses que saben que Indonesia es el primer Estado musulmán del mundo.
¿Puede decirse razonablemente que Abú Dhabi y Dubai son menos modernos que Kansas? ¿Se puede afirmar sinceramente que Bahrein es menos democrático que la Florida? Uno de los mecanismos de este discurso consiste en asociar el Islam a la Arabia del siglo VIII. Pero, ¿se nos ocurre acaso asimilar el cristianismo a la Antigüedad del Oriente Medio?
Correlativamente, esta teoría se basa en la creencia en los «valores de Norteamérica». Y se trata precisamente de una simple creencia porque ¿cómo es posible tener en tan alta estima un país cuya constitución no reconoce la soberanía popular, cuyo gobernante no es elegido sino nombrado, donde la corrupción de los parlamentarios no está prohibida sino reglamentada, donde pueden mantenerse incomunicadas las personas que deben ser sometidas a juicio, que mantiene un campo de concentración en Guantánamo, que practica la pena de muerte y la tortura, donde los propietarios de los grandes periódicos reciben semanalmente sus órdenes de la Casa Blanca, que bombardea poblaciones civiles en Afganistán, que secuestra a un presidente elegido democráticamente en Haití, que financia mercenarios para derrocar regímenes democráticos en Venezuela y Cuba, etc?
En fin, esta teoría está indisolublemente ligada a un pensamiento religioso de carácter apocalíptico. La revolución norteamericana es un movimiento complejo en el que se entremezclaron ideologías diferentes. Pero es, en definitiva, un proyecto religioso lo que sirvió de base a la fundación de Estados Unidos y ese proyecto religioso es lo que la actual administración dice defender.
El juramento de fidelidad, en vigor desde la Guerra Fría y actualmente impugnado ante la Corte Suprema, implica que para ser ciudadano de Estados Unidos hay que creer en Dios. George W. Bush llegó a la Casa Blanca presentando su fe cristiana como programa político y ha profesado creencias fundamentalistas según las cuales la humanidad fue creada hace solamente unos cuantos miles de años y sin evolución de las especies. Instaló, en la Casa Blanca, un Buró de iniciativas fundadas en la fe.
El secretario de Justicia John Ashcroft ha hecho suya la divisa «No tenemos más rey que Jesús». El secretario de Salud cortó programas profilácticos en nombre de sus convicciones religiosas. El secretario de Defensa incluyó en las fuerzas de la Coalición enviadas a Irak misionarios de la Iglesia del pastor Graham cuya misión consiste en convertir iraquíes.
Se podrían citar más ejemplos como esos, que nos llevan a preguntarnos razonablemente si Estados Unidos son en verdad un país moderno, abierto y tolerante o si no son más bien la encarnación del sectarismo y el arcaísmo.
Origen del concepto
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Bernard Lewis
La expresión «choque de civilizaciones» apareció por primera vez en 1990 en un artículo del orientalista Bernard Lewis, amablemente intitulado Las raíces de la rabia musulmana [2]. Aparece allí el razonamiento según el cual el Islam no da nada bueno y la amargura que eso provoca en los musulmanes se transforma en furor contra Occidente. Sin embargo, la victoria está asegurada, al igual que la libanización del Medio Oriente y el fortalecimiento de Israel.
Bernard Lewis, quien tiene hoy 88 años, nació en el Reino Unido y se formó como jurista e islamólogo. Durante la Segunda Guerra Mundial sirvió en los órganos de inteligencia militar y en el Buró árabe del ministerio británico de Relaciones Exteriores. En los años 60, se convirtió en un experto muy escuchado por el Royal Institute of International Affairs donde se erigió en gran especialista de la injerencia humanitaria británica en el Imperio otomano y uno de los últimos defensores del British Empire.
Bajo los auspicios de la CIA, participó en el Congreso por la libertad de la cultura que le encargó un libro, El Medio Oriente y Occidente [3]. En 1974, emigró a Estados Unidos. Se hizo profesor en Princeton y adoptó la ciudadanía estadounidense. Se convirtió pronto en colaborador de Zbigniew Brzezinski, el consejero de seguridad nacional del presidente Carter. Juntos concibieron la base teórica del concepto de «arco de inestabilidad» y planearon la desestabilización del gobierno comunista en Afganistán.
En Francia, Bernard Lewis fue miembro de la muy atlantista Fondation Saint-Simon, para la cual concibió, en 1993, un folleto intitulado Islam y democracia cuya aparición dio lugar a que fuera entrevistado por diario francés Le Monde. En esa entrevista, se las arregló para negar el genocidio cometido contra los armenios, lo cual le costó una condena judicial [4].
Sin embargo, la noción del choque de civilizaciones evolucionó rápidamente. Pasó de un discurso neocolonial sobre la supremacía del hombre blanco a la descripción de un enfrentamiento mundial cuyo resultado es incierto. Esta nueva acepción se debe al profesor Samuel Huntington quien no es, por cierto, islamólogo sino estratega. Huntington desarrolla esta teoría en dos artículos -¿El choque de civilizaciones? y Occidente es único, no universal- y un libro cuyo título original es Choque de civilizaciones y remodelamiento del orden mundial [5].
No se trata ya solamente de luchar contra los musulmanes sino de priorizar esa lucha antes de pasar a combatir contra el mundo chino. Como en el mito de la fundación de Roma, Estados Unidos tiene que eliminar a sus adversarios uno a uno para alcanzar la victoria final.
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Samuel Huntington
Samuel Huntington es uno de los intelectuales más importantes de nuestra época, no porque sus obras sean rigurosas y brillantes sino porque constituyen el basamento ideológico del fascismo contemporáneo.
En su primer libro, El soldado y el Estado, publicado en 1957, trata de demostrar que existe una casta militar ideológicamente unida mientras que los civiles se mantienen políticamente divididos [6]. Desarrolla así una concepción de la sociedad en la que se eliminarían las regulaciones del comercio y el poder político estaría en manos de los patrones de las multinacionales bajo la tutela de una guardia pretoriana.
En 1968, publica El orden político en las sociedades en proceso de cambio, una tesis donde afirma que los regímenes autoritarios son los únicos capaces de modernizar a los países del Tercer Mundo [7]. Secretamente, participa en la constitución de un grupo de reflexión que presenta un informe al candidato a la presidencia, Richard Nixon, sobre la forma de reforzar las acciones secretas de la CIA [8].
En 1969-70, Henry Kissinger, quien aprecia su gusto por las acciones secretas, hace que lo nombren miembro de la Comisión presidencial para el Desarrollo Internacional [9]. Huntington preconiza un juego dialéctico entre el Departamento de Estado y las multinacionales: el primero tendrá que ejercer presión sobre los países en vías de desarrollo para que adopten legislaciones liberales y renuncien a las nacionalizaciones mientras que las multinacionales deben transmitir al Departamento de Estado sus conocimientos sobre los países en los que han logrado establecerse [10].
Se une entonces al Wilson Center y crea la revista Foreign Policy, En 1974, Henry Kissinger lo hace miembro de la Comisión de Relaciones EE.UU.-América Latina. Huntington participa activamente en la entronización de los regímenes de los generales Augusto Pinochet, en Chile, y Jorge Rafael Videla, en Argentina. Allí ensaya por vez primera su modelo social y prueba que una economía sin regulaciones es compatible con una dictadura militar.
Paralelamente, su amigo Zbigniew Brzezinski lo introduce en un círculo privado: la Comisión Trilateral. En ella redacta un informe intitulado La crisis de la democracia [11] en el que se pronuncia por una sociedad más elitista que restringirá el acceso a las universidades y la libertad de prensa.
Cuando Jimmy Carter se deshace de los miembros de las administraciones Nixon y Ford, Brzezinski, transformado en consejero para la Seguridad Nacional, le tiende la mano a su amigo Huntington quien logra así permanecer en la Casa Blanca y se convierte en coordinador de planificación del Consejo de Seguridad Nacional.
Es durante este período que Huntington comienza a colaborar estrechamente con Bernard Lewis y concibe la necesidad de dominar primeramente las zonas petrolíferas del arco de inestabilidad antes de poder atacar la China comunista. Aunque esto no se llama todavía «choque de civilizaciones», ya se parece bastante.
Pero el profesor Samuel Huntington se ve obligado a afrontar un incómodo escándalo. Se revela que la CIA le paga por publicar en revistas universitarias artículos que justifican las acciones secretas como medio de mantener el orden en los países donde algún dictador amigo muere repentinamente. Cuando el episodio cae en el olvido, Frank Carlucci lo nombra miembro de la Comisión Conjunta del Consejo de Seguridad Nacional y el Departamento de Defensa para la estrategia integrada a largo plazo [12].
Su informe servirá para justificar el programa de «guerra de las galaxias». El profesor Huntington es hoy administrador de la Casa de la Libertad (Freedom House), asociación anticomunista que preside el ex-director de la CIA, James Woolsey.
Jerusalén y la Meca
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Laurent Murawiec
La teoría de la guerra de civilizaciones se cristaliza en las cuestiones religiosas. El control judeocristiano sobre Jerusalén es un talismán necesario para la victoria global. Si Occidente perdiera la ciudad santa, perdería su fuerza para cumplir su destino manifiesto, su misión divina. Recíprocamente, si los musulmanes perdieran el control de la Meca, su religión se desmoronaría. Claro, nada de esto es muy racional, pero esas supersticiones están siempre presentes en la prensa popular estadounidense y forman parte de un discurso político estructurado.
El 10 de julio de 2002, Donald Rumsfeld y Paul Wolfowitz convocaron a la reunión trimestral del Comité Consultivo de la Política de Defensa [13]. Solamente asiste una docena de miembros. Se escucha allí la exposición de un experto francés de la Rand Corporation, Laurent Murawic, intitulada Echar de Arabia a los Saud. La conferencia se desarrolla en tres partes con la proyección de 24 diapositivas. Al principio, Murawiec retoma las teorías de Bernard Lewis: el mundo árabe está en crisis desde hace dos siglos. Ha sido incapaz de llevar a cabo tanto su revolución industrial como su revolución numérica.
Este fracaso suscita una frustración que se transforma en rabia antioccidental, sobre todo porque los árabes no saben debatir debido a que en su cultura la única forma de política es la violencia. Desde ese punto de vista, los atentados del 11 de septiembre no son más que la expresión sintomática de su gran descontento.
En la segunda parte, Murawiec describe a la familia real saudita como incapaz de controlar los acontecimientos. Los Saud han desarrollado el wahabismo en el mundo, para luchar tanto contra el comunismo como contra la revolución iraní, pero hoy no controlan ya lo que han creado.
Finalmente, el conferencista propone una estrategia: los Saud tienen a la vez el petróleo (al fin llegamos al fondo del asunto), los petrodólares y la custodia de los lugares sagrados. Son el pilar central y único alrededor del cual se organiza el mundo arabo-musulmán. Deshaciéndose de ellos, Estados Unidos puede hacerse del petróleo que necesita para su economía, del dinero proveniente del petróleo que cometió el error de pagar en el pasado, y sobre todo de los lugares sagrados, y por consiguiente del control de la religión musulmana. Y cuando el Islam se haya desmoronado, Israel podrá anexarse Egipto.
Laurent Murawiec fue consultante del ministro francés de Defensa Jean-Pierre Chevènement e impartió cursos en la Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales (EHESS, siglas en francés) [14]. Consejero de Lyndon LaRouche durante varios años, lo abandona de pronto y se une a los neoconservadores. Hoy es experto en el Hudson Institute de Richard Perle y colabora en el Middle East Forum de Daniel Pipes.
Esta reunión hizo mucho ruido. El embajador de Arabia Saudita exigió explicaciones y se le pidió al señor Perle, organizador del encuentro, que fuera más discreto durante algún tiempo. A Murawiec se le invitó a dejar la Rand Corporation. En todo caso, la reunión había sido convocada por Rumsfeld y Wolfowitz con todo conocimiento de causa. Solamente se trataba de un ensayo para saber hasta donde puede llegar el Pentágono.

El derecho al suicidio asistido en Suiza atrae al "turismo de la muerte"

 LA EUTANASIA ES LEGAL ALLÍ DESDE LOS AÑOS 40

El país helvético permite el suicidio asistido siempre que no se haga por motivos egoístas. 
El 85% de los suizos apoya esta posibilidad, que aprovechan también numerosos extranjeros
05.07.2016 –

La madre de la canadiense Lee Carter tuvo que viajar a Suiza en 2010 para poder quitarse la vida legalmente (Reuters)

“Se necesita mucha fuerza para tomar la decisión final de hacerlo”, responde Alois, un jubilado suizo, de 75 años, al preguntarle sobre el suicidio asistido. Confiesa que lo acepta, pero que le resulta duro entender la decisión de personas que recurren a  Exit, Dignitas o Eternal Spirit, tres de las asociaciones que en Suiza ayudan a quienes quieren terminar con su vida. “No creo que sea la salida más fácil.  Todo lo contrario, al final, eres tú mismo el que debe tomar la dosis letal”, explica pensativo.  
Recuerda a una de sus compañeras en las clases de gimnasia para jubilados. “Era una mujer muy activa, tenía unos 78 años, trabajaba de camarera. Un día tuvo un accidente en su bicicleta y todo cambió. Empezó a tener problemas de equilibrio, su vida pasó a depender de un caminador. Poco tiempo después vino a despedirse.  Iba a Exit”, relata.  

El suicidio asistido se practica desde los años 40 en el país alpino.  La ley lo respalda y el Tribunal Federal suizo de 2006 estableció que toda persona en uso de sus capacidades mentales (sin tomar en cuenta si eran o no enfermos terminales) tiene el derecho a decidir sobre su propia muerte.  
Decididamente el caso suizo podría tildarse de “raro” en el mundo.  Aparte de poder ejecutar la decisión del paciente que presente un certificado médico, ahora van un paso más allá.  Exit, la asociación (que atiende únicamente a ciudadanos suizos o que vivan en el país legalmente) que más años de experiencia tiene en la práctica de los suicidios, ha aceptado incluir entre sus estatutos el compromiso “en favor de la libertad de morir ligada a la edad”, es decir, acompañar a ancianos -que aunque no padezcan enfermedades terminales sí están aquejados por otros males- a la muerte.
Claudia Geiger cuenta a El Confidencial -todavía conteniendo las lágrimas - cómo fue su experiencia. Unos días antes, el 8 de junio, se cumplió el primer aniversario de la muerte de su padre. En el año 1999 le diagnosticaron esclerosis múltiple. “Una enfermedad muy injusta y dolorosa. En cuanto lo supo, acudió a Exit.  Nos dijo que era una solución de último minuto, para cuando ya no pudiera más”, cuenta. Y, efectivamente, desde 2014 su situación empeoró. Pese a ver su dolor, su hija fue la que más reparos puso para que su padre pudiera irse. Tanto lo hizo que hasta lo obligó a aplazar el momento en una ocasión.  
Pero en verano del año pasado no pudo retrasarlo más. El hecho de que a ella también le diagnosticaran la misma enfermedad y las explicaciones de su padre (“ya he vivido mi vida, crié dos hijos, trabajé. Simplemente ya no quiero más”), hicieron que aceptara. “Fue a las diez de la mañana. La enfermera de Exit llegó a la casa. Mi padre estaba en su sillón preferido, junto a mi madre y mi hermano, se fue feliz, se desprendió dignamente de su dolor”, explica Claudia, que no quiso estar presente.  
Tanto ella como su madre, su hermano y cientos de amigos son ahora socios de esta organización. Mónica Düby, encargada de comunicación de Exit, explica a este medio que su trabajo se centra en aconsejar y prevenir el suicidio. Dice que en 2015 de las 3500 personas que expresaron su deseo de morir, 782 efectivamente lo hicieron. Afirma que por el solo hecho de saber que existe la posibilidad de elegir el momento y la forma de morir, a muchos les da la fuerza para esperar hasta que llegue la muerte natural. 
Claudia Geiger en la casa de su padre (Foto: C. Z. Albuja)
Claudia Geiger en la casa de su padre (Foto: C. Z. Albuja)

Costes muy variables

Exit ofrece también la posibilidad de que el paciente deje por escrito su deseo de un suicidio asistido. Llegado el caso en el que pierda sus capacidades, al paciente se le puede parar el tratamiento que lo mantenga con vida. Actualmente, según cifras  brindadas por el organismo, se almacenan 85.000 testamentos a los que los miembros pueden acceder en cualquier momento y Exit ayuda con medios legales para que se cumpla esta directiva anticipada.  
Es importante también el papel que desempeña el centro de cuidados paliativos Pallicaura, parte de Exit. Su tarea es “apoyar a la vida” con cuidados médicos y sicológicos. Pero cuando las personas sufren demasiado, algunos prefieren morir. Exit se encarga de los trámites necesarios para acompañar al suicidio, que van desde los chequeos médicos y ayuda legal hasta la prescripción médica letal del preparado de pentobarbital sódico euthanatics (NAP).
De acuerdo con el artículo 115 del Código Penal Suizo, el suicidio asistido es legal, siempre y cuando la persona que ayuda no lo haga por motivos egoístas. De conformidad con la legislación suiza, la persona que desea morir también debe estar en su sano juicio y mantener el control sobre el acto. El asesinato por encargo o eutanasia activa se prohíbe en Suiza.
La cuota anual de inscripción en Exit ronda los 50 euros. Los costos finales de la asistencia se acercan a los 800 euros. Pero quien recurra a los servicios de Eternal Spirit o Dignitas debe pagar 10.000 y 10.500 euros, más los gastos del viaje. Debido a los altos costos que estas asociaciones piden por sus servicios, se han visto envueltas en denuncias formales ante la justicia sobre la ética de su trabajo, sin que hayan prosperado.  
Este respaldo legal ha impulsado el desarrollo de lo que se conoce como “turismo de la muerte”. Es decir que ciudadanos, sobre todo de Alemania e Inglaterra, aunque también de Francia e Italia, que presenten el certificado médico que avale una enfermedad terminal y que haya pasado por una terapia y todavía sienta ganas de morir, encontrará ayuda en alguna de las otras dos organizaciones que sí prestan los servicios a extranjeros: Dignitas y Eternal Spirit.  
Exit explica que frente a la demanda y para hacer un buen trabajo, se enfoca únicamente en los ciudadanos helvéticos. Y aclara: “Exit está muy interesada en que los demás países resuelvan sus problemas en relación con este tema para que así las personas con enfermedades terminales no tengan que viajar para poner fin a su sufrimiento”.  
Manifestación en apoyo de la legalización del suicidio asistido en Londres, en julio de 2014 (Reuters)
Manifestación en apoyo de la legalización del suicidio asistido en Londres, en julio de 2014 (Reuters)

Para Erika Preizig, la directora de Eternal Spirit, el derecho a decidir sobre la manera y el momento de morir debería estar extendido por todo el mundo, “el único problema que yo veo en todo este asunto es que la gente tenga que dejar sus países, viajar, muchas veces en circunstancias muy dolorosas, para encontrar la paz en Suiza. Que no puedan morir en su casa, en un ambiente íntimo”.
Dice que la demanda es muy grande. Recibe llamadas de todo el mundo: Canadá, Estados Unidos, Australia, Tailandia, Japón y China. “En su mayoría, son personas con enfermedades incurables, neurológicas o cáncer, no necesariamente ancianos”, precisa.
Sin embargo, acceder a este servicio no es tan fácil.  “Tiene que ser una decisión muy bien pensada”. Por eso las autoridades helvéticas son muy minuciosas cuando analizan los casos. Se estudia cuánto tiempo son socios de algunas de las organizaciones, “se tiene que comprobar que te asociaste con cierta antelación, que has tomado la decisión por convicción y no porque estás enfermo”, explica Preizig.  
Cumplido este requisito, la persona recibe información y asesoramiento. Si es necesario y las leyes del país de origen lo permiten, Preizig viajaría (con gastos a cargo del afectado) para una consejería más cercana. Una vez tomada la decisión y avalada por informes médicos, la persona puede trasladarse a Suiza, donde se realizará la acción. “Se necesita un mínimo de dos noches en el país antes del suicidio asistido.  El visto bueno lo tiene que dar un médico suizo.  Es por eso que cuando los pacientes llegan, van a consulta médica con dos galenos helvéticos, que darán su veredicto”, enfatiza la doctora. De ser positivo, al tercer día se acompaña al paciente al piso que Eternal Spirit alquila para que la persona se sienta lo más cómoda posible en los últimos momentos de su vida. De la repatriación y trámites legales se encarga la asociación junto con los familiares.  
En 17 años Preizig ha visto morir a unos 2000 extranjeros (solo en 2015 fueron 218 alemanes), y está convencida de que esta cifra se debe a que en noviembre del año pasado Alemania prohibió el suicidio asistido y penaliza con hasta 3 años de cárcel a quien lo ejerza. Según estadísticas de Dignitas, en 15 años (1998-2013) 1.071 extranjero han recurrido a esta asociación para poner fin a su vida. Destacan los alemanes, con 840 muertes, seguidos por los británicos, con 244 y los franceses, con 159. Desde España se tiene registro de 21 personas. 
En Suiza la muerte médicamente asistida está aceptada por el 85% de la población. En Europa se estima que el 75% lo ve con buenos ojos.  Claudia Geiger cuenta que entre su grupo de amigos todos están dispuestos a asociarse a Exit, “es necesario ver  la muerte como lo que es, algo natural, algo de lo que se puede hablar”, dice. “Una reacción lógica –explica Düby, de Exit–, nos enfrentamos a sociedades que envejecen. Las expectativas de vida son cada vez más altas, y con la edad aumentan las enfermedades y baja la calidad de vida. Es necesario que la discusión llegue a niveles políticos y jurídicos para que se pueda hablar del derecho a decidir sobre la muerte”, dice. Erika Preizig es de la misma opinión. “Es necesario que haya garantías jurídicas necesarias en todos los países para que se pueda hablar de muerte asistida con todas las garantías, tenemos el derecho a decidir cuándo y cómo queremos morir”.  

http://www.elconfidencial.com/mundo/2016-07-05/eutanasia-suiza-turismo-muerte_1227670/

'Carol', la perfección (Una obra maestra)






‘Carol’ (íd., Todd Haynes, 2015) está nominada a seis Oscars en la próxima edición de la dorada, y ansiada, estatuilla. Actriz principal —Cate Blanchett—, actriz secundaria —Rooney Mara—, guion adaptado, fotografía, banda sonora y vestuario, todo muy merecido. Sin embargo, ni la película ni la labor del director se han visto recompensados por una película que levantó clamorosas ovaciones en Cannes, y por otro lado, en la pasada entrega de los BAFTA ha sufrido un desprecio impensable.



Para el que suscribe, Haynes ha realizado el mejor trabajo, y por consiguiente la mejor película de todas cuantas aspiran a un Oscar este año. Dejando a un lado los premios, que están en su punto más álgido, y la historia ya ha demostrado sobradamente su nulo valor más allá del populismo, lo cierto es que ‘Carol’ es una de esas atemporales obras, que están por encima del bien y del mal, o, por decirlo más suavemente, por encima de cualquier galardón convertido en objeto de adorno.



En ella su director deja claro su amor por el cine clásico, pero no nos encontramos ante una de esas operaciones que intentan calcar el pasado para hurgar en la nostalgia de cierto sector cinéfilo. ‘Carol’ es toda una declaración de amor a un cine de otra época pero desde una perspectiva totalmente moderna, sobre todo en el factor más importante de toda obra cinematográfica: la forma. Haynes se revela aquí, entre otras cosas, como un genio absoluto del uso del punto de vista.



Minuciosa



Además ha cuidado su obra hasta el más último detalle, ya sea en el uso del vestuario o la dirección artística, que nos sitúa a principios de los años cincuenta en los Estados Unidos —un poco antes de la época del film con el que Haynes realizó una operación similar, ‘Lejos del cielo’ (‘Far From Heaven’, 2002)—. Incluso se permitió el lujo —termina saliendo más caro— de bajar la calidad de 35 milímetros a 16, para recuperar la granulación típica de los films de aquella época. Dicha operación la habían realizado con anterioridad en la miniserie de televisión ‘Mildred Pierde’ (2011), con el mismo equipo técnico que ‘Carol’.


Uno de los temas de la citada ‘Lejos del cielo’ es la homosexualidad, tan difícil de mostrar en los films clásicos, debido a la siempre molesta, y dictatorial, censura —claro que eso hizo agudizar el ingenio de muchos directores y guionistas, tirando de la sutileza—, y se basa en la novela ‘El precio de la sal’, escrita por Patricia Highsmith. Era su segunda obra, tras la que inspiró ‘Extraños en un tren’ (‘Strangers on a Train’, Alfred Hitchcock, 1951), y fue rechazada porque no condenaba el lesbianismo. Fue publicada con seudónimo. Phillis Nagy, que conoció a Highsmith, realiza su primer libreto para el cine, todo un prodigio del detalle.



(From here to the end, Spoilers) La primera secuencia de ‘Carol’ no deja lugar a dudas de la enorme elegancia de Haynes, y el significado de la puesta en escena. La cámara parte de la reja de una alcantarilla, para efectuar un largo, e intenso travelling descriptivo, que sigue a un personaje que entra en un restaurante, en el que se encuentran los dos personajes centrales del relato, Therese y Carol, esto es, Rooney Mara y Cate Blanchett. Eso como si su historia saliera a ser contada, desde la oscuridad y el fango al que se relegan las historias de amor homosexuales, producto de una sociedad encerrada por sus propios límites morales.



Una historia de amor



‘Carol’ transcurre en flashback, haciendo Haynes un sentido homenaje al film que ha tenido en cuenta para filmar su película, ‘Breve encuentro’ (‘Brief Encounter’, David Lean, 1945) —otros han sido ‘Rebeca’ (‘Rebecca’, Alfred Hitchcock, 1940), ‘La extraña pasajera’ (‘Now, Voyager’, Irving Rapper, 1942) y ‘Carta de una desconocida’ (‘Letter From an Uknown Woman’, Max Ophüls, 1948)—, de la que toma prestada su estructura narrativa, y la secuencia de la mano en el hombro, el homenaje más directo a la obra maestra de Lean.


A partir de ahí seremos testigos de cómo Therese y Carol se conocen —de la misma forma que le ocurrió a Highsmith, recogido en el libro, que posee elementos autobiográficos—, de cómo se enamoran —en una época en la que dicho comportamiento era tildado casi de peligroso—, y de cómo deben ceder a unas muy estrictas normas sociales, siempre dispuestas a juzgarlas y condenarlas. No creo que hayan cambiado mucho las cosas desde entonces, si no, está claro que ‘Carol’ se llevaría más premios.



A pesar de que en la novela el punto de vista es siempre el de Therese, en el film éste va variando de forma progresiva, para así ver lo que siente Carol en un momento dado. Haynes ayuda a ello con su portentosa cámara, encerrando siempre a los personajes en encuadres difíciles, a través de cristales, escondidos en portales, y de ellos saliendo al exterior, expuestos a ser descubiertos y con ellos sus sentimientos. Atención al instante en el que Carol pide a Therese que se vaya con ella de vacaciones, el movimiento de cámara, elevándose, es toda una declaración de intenciones.



El clasicismo con la mirada de hoy


Esa intención por parte del director es lo que hace a ‘Carol’ como un film enormemente moderno, que intenta recuperar un cine de antes pero con la visión de hoy. Una visión que pasa también por incluir una secuencia de alto grado sexual entre los dos personajes centrales, y en cuya ejecución —un prodigio de planificación con la cámara atendiendo al detalle más que al momento en sí— tuvo mucho que ver la enorme confianza entre Blanchett y Haynes, que trabajan juntos por segunda vez, y Mara.


El detalle, que se vuelve indispensable al enfocar al personaje de Carol con la intensidad con la que la observa Therese, para quien sus sentimientos son confusos pues nunca se ha enamorado de una mujer —Carol tiene más experiencia en ello, debido al personaje de una extraordinaria Sarah Paulson—; de ahí que sea muy acertado el que el personaje tenga como hobby la fotografía. Vemos a Carol como la ve Therese, quien ha idealizado a la primera. Pero también vemos a Carol devolver su mirada a Therese.



Una mirada en la que hay más experiencia, más aceptación del mundo en el que viven, siempre preocupado por las apariencias y por las conductas morales correctas. La historia de amor las cambia a ambas; son muy diferentes desde su primer encuentro en una tienda de juguetes al último en el restaurante. Si al inicio del film Therese cree ver a Carol y ello desencadena el flashback, en el último tramo es Carol quien ve a Therese a través de la ventanilla de un coche; más tarde en la mesa en las que las vemos por primera vez le soltará un contundente y sincero “te amo”.



‘Carol’, versión cinematográfica, incide también sobre el peso del paso del tiempo entre dos personas enamoradas y distanciadas. No sólo comprueban que su relación les hizo mejorar como personas en el tiempo que han estado separadas —Carol bajo chantaje de su marido, al amenazarle con separarla de su hija—, sino que ambas parecen fortalecidas. De ahí que ‘Carol’ vaya un paso más allá que las historias de cine en las que se inspira. Y ello se encuentra en los últimos minutos del film, en uno de los mejores finales que una película haya dado en mucho tiempo.



El cierre perfecto



Haynes podría haber concluido el film con Therese perdiéndose calle abajo tras irse de la anodina fiesta a la que ha sido invitada. No hay música, el plano está fijo y el final no puede ser más descorazonador, un the end habría quedado perfecto. Pero la verdadera perfección viene después, al unir de forma muy armoniosa interpretación y puesta en escena con lo que se quiere narrar. El final es igual que el de la novela, pero con los resortes del cine alcanza niveles mayores que un simple enunciado.


Carol y Therese han sido dos seres encerrados, que se veían a escondidas, juzgados de mala forma por mentes cerradas que disponen cómo debe ser el amor. Casi sin libertad de movimientos —éstos están reservados al primer plano detalle, como si de un tesoro íntimo entre ellas se tratase— Therese decide ir a por Carol, así como suena. En su decidida entrada en el restaurante donde aquélla está reunida, la cámara acompaña a Mara en una especie de baile en el que sólo puede hacer dos cosas, frenar o seguir. Carol le devuelve de nuevo la mirada, y la música de Carter Burwell hurga en nuestro interior.



Haynes corta en el momento adecuado, les ha concedido el mejor instante de sus vidas, aquel en el que todas las cartas se han puesto sobre la mesa. No es necesario que veamos lo que ocurre, porque todos ya lo conocemos, sea bueno o malo, hayan vivido la mejor de las vidas o no, eso sólo les corresponde a ellas. Esa mirada final, con sencillo plano/contraplano y leve movimiento de cámara, que eleva emocionalmente el instante, lo dice absolutamente todo.


Una obra maestra 

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“Un Mundo Desbocado”, un libro clásico de Anthony Giddens


En Un Mundo Desbocado, el autor sintetiza en cinco aspectos principales los efectos de la globalización en la vida del ser humano (globalización, riesgo, tradición, familia y democracia). De modo didáctico privilegia un conjunto de factores -para el autor- determinantes en los continuos y trascendentales cambios que la humanidad viene afrontando, como sociedad y como individuo. La necesidad de estos cambios se sustenta en el hecho de continuar en su interminable proceso de apertura a los nuevos acontecimientos, todos ellos relacionados con los avances de la ciencia, la tecnología y el pensamiento racional.


Un Mundo Desbocado es un libro clásico de Anthony Giddens, y la visión que otorga del mundo frente a la globalización es interesante. Tuve la fortuna de leerlo hace unos días y me aventuré a escribir algunas reflexiones.
Anthony Giddens

En Un Mundo Desbocado, el autor sintetiza en cinco aspectos principales los efectos de la globalización en la vida del ser humano (globalización, riesgo, tradición, familia y democracia). De modo didáctico privilegia  un conjunto de factores  -para el autor- determinantes en los continuos y trascendentales cambios que la humanidad viene afrontando,  como sociedad y como individuo.  La necesidad de estos cambios se sustenta en el hecho de continuar en su interminable proceso de apertura a los nuevos acontecimientos, todos ellos  relacionados con los avances de la ciencia, la tecnología y el pensamiento racional.
Portada


Apenas concluida la lectura de los primeros párrafos, una palabra coqueteaba con las ideas que, a partir de lo leído, iba formulando en mi cabeza cada vez, con creciente alusión: La incertidumbre.



Podemos definir a la incertidumbre como toda situación incapaz de predecir el desenlace único de un evento y que por consiguiente, procura la generación de un abanico de probabilidades a tomar en cuenta ante determinado hecho. A estas probabilidades, resulta oportuno sumarle otras aún menos predecibles como el riesgo de lo inesperado, acrecentando a un más la sensación de inseguridad e inestabilidad (emocional, económica, política, social), frente a un evento o situación.

A mi entender, la globalización produce el efecto de incertidumbre en los cinco aspectos que el autor determina en el texto. Entiende a la globalización como el fin del Estado-Nación, e introduce el concepto de las instituciones concha, como aquellas que mantienen su denominación, pero que han alterado su composición y forma de interpretarse ante la sociedad, es decir se encuentran en un trance de continuo cambio ante las nuevas modalidades de decisión, progresivas e interminables.

Es esa manifestación de cambio y la determinante influencia de los avances tecnológicos y científicos, basados en la previa concepción de la razón como camino al futuro, lo que actúa sobre el cambio o evolución de conceptos concluyentes para la comprensión y la permanencia de las sociedades como posibilidad de vivir, o sobrevivir en muchos casos.

Trasladando este fenómeno a lo expuesto por el autor, entiendo a la incertidumbre como la generación máxima de inestabilidad e inseguridad que la globalización produce en el individuo. Esta incertidumbre es generada en diferentes niveles (ya sea económico, político, social, sexual), y resulta acreditada por la capacidad humana de continuar estimulando sus posibilidades cognitivas.

Esta inestabilidad e inseguridad sólo es apaciguada por el consumo de productos generados por el mismo sistema, la publicidad, el entretenimiento, las tecnológicas. etc. Gracias a la globalización, el mercado se amplía para el vendedor y las posibilidades crecen para el consumidor, reduciendo de alguna manera, su mercado.

Existe una clara necesidad de poder y supremacía incrustada en todo ello. Por eso el poder económico resulta motor y motivo de la cambiante interpretación del mundo. Uno en el que, durante siglos, existió bajo una estabilidad particular que injusta o no, permitía a los gobernantes beneficiarse y a los gobernados, una capacidad de desinterés por acrecentar sus beneficios y posibilidades.



El autor refiere a una idea de democratizar la democracia al final del libro, explica que es necesario devolver el poder al pueblo y que los de arriba se enteren de que no son todopoderosos. ¿Pero es posible aquello con medios que se limitan a entretener y reniegan de su capacidad educadora?, ¿Es posible hacer  conciente a un individuo bombardeado por una sociedad de consumo? Sinceramente, lo veo difícil.

Luego reseña el concepto de familia, explica el autor que este concepto ha ido cambiando positivamente, desde una razón económica hasta una razón plenamente sentimental. Dice que el matrimonio hoy en día está basado en la intimidad. Sin embargo, cada vez menos gente está interesada en casarse, menos mujeres no quieren tener hijos hasta que el reloj biológico aguante. Hay un cambio de visión en la educación.

Todos están interesados en cosas más importantes como realizarse profesionalmente y ser algo que envidiar en su círculo de amistades. Algunos pueden decir que es lo superficial lo que prima, otros, sin embargo, podríamos pensar que sencillamente es la democracia actuando como generador de posibilidades libres de ser elegidas. Mientras que antes las mujeres debían ser amas de casa, ahora pueden acceder a una vida empresarial y un sastre de ejecutiva exitosa e independiente.

Gracias a la globalización y a la posibilidad de interconectarnos con el mundo, un noticiero puede obviar la información sobre una posible tercera guerra mundial en Georgia y distraer con una nota más agradable sobre las declaraciones de una Paris Hilton al ser arrestada ebria por novena vez en el año. ¿Cual de las dos noticias tendría mayor audiencia? Eso dependerá de que tan bien acostumbrados a cada tipo de información esté el público, qué tan bien o mal hayan sido educados.

Otro punto es el riesgo, entendido como los peligros que se analizan activamente en relación a posibilidades futuras. Esto lo relaciono mucho con el sentido de incertidumbre, desarrollado al principio. La capacidad de reducir la incertidumbre lleva al mismo tiempo, a minimizar el riesgo.



Pero el riesgo es necesario para innovar, para motivar el cambio y la continuidad de lo novedoso. Es así como la incertidumbre puede ser incluso una forma de placer, un canal para experimentar y por consiguiente, descubrir nuevas formas alternativas de concretar un objetivo, incluso de crear nuevos objetivos.

Y es entonces cuando deja de repetirse lo repetido, lo monótono y cotidiano. Entonces aquello entendido como tradición, y que según el autor es una creación de la modernidad, pasa a ser un medio relativamente necesario, porque nos mantiene seguros a algo fijo y estable, y por que su vez, nos permite valernos de esa ancla para husmear en otras profundidades de un mar posiblemente extenso y rico en eventos.

Como dice el autor, esas tradiciones definen verdades, quizá paradigmas que nos llenan de esa estabilidad que no tenemos cuando experimentamos, cuando cambiamos y hacemos de la vida una secuencia superficial y mediática en la que estamos más comunicados que nunca y más solos que siempre.

Bajo esta visión, los efectos de la globalización en nuestras vidas son contundentes y van alterando los fundamentos, modificándolos. La posibilidad de caminos se esparce y se multiplica. Sólo una educación  enraizada en valores será capaz de sostenernos ante tan desproporcional viaje.

http://arealibros.republica.com/destacados/un-mundo-desbocado-un-libro-clasico-de-anthony-giddens.html