Si con una sola palabra debiese calificar este libro, diría que es fascinante. (Mirtha Rivero: La rebelión de los náufragos. Alfa. Caracas). En sus 461 páginas —que, no obstante, provoca leerlas de un tirón— la autora, periodista inteligente y acuciosa, cuenta cómo y por qué cayó el presidente Carlos Andrés Pérez.
Para ello realizó una investigación que le llevó cuatro años. Entrevistó numerosas personas, muchas de ellas exministros y cercanos colaboradores de Pérez, incluso sus hijas, su esposa de entonces, Blanca Rodríguez, y la hoy segunda esposa, Cecilia Matos.
La autora no se limita a contar los momentos inmediatos a la caída del presidente, sino que hurga en sus causas, situadas desde muy anteriormente. Salen así a relucir detalles del primer gobierno de Pérez, y se detiene en el recuento y análisis de sucesos muy importantes, como la insurrección popular de febrero de 1989, lo mismo que los golpes de febrero y noviembre de 1992. Son estos hechos antecedentes significativos de lo ocurrido después, cuando una abigarrada conjunción de partidos políticos, incluso Acción Democrática, agrupaciones de toda índole y personalidades muy destacadas de la vida nacional, como nunca se había visto en el país, indujeron a la Corte Suprema de Justicia a declarar que había méritos para el enjuiciamiento del presidente, y luego el Congreso Nacional decretó su procesamiento. Fue una verdadera conjura, de cuya gravedad como daño a la institucionalidad democrática casi nadie se percató. Sólo ahora se percibe que ese episodio, junto con otros factores, ha sido determinante de lo que ocurre hoy en Venezuela.
Este libro es una pieza fundamental dentro de una importante tendencia que parece ir cobrando cuerpo, con libros sobre la temática política de la actualidad venezolana. Tendencia que abarca diversos géneros y estilos. Tal lo vemos en novelas, como Los días de rojo, de María Elena Lavaud; Falke y Sumario, de Federico Vegas, y El pasajero de Truman, de Francisco Suniaga; o ensayos y grandes reportajes periodísticos, de excepcional calidad, como Hugo Chávez sin uniforme, de Cristina Marcano y Alberto Barrera Tyszka, y El socialismo irreal, de Teodoro Petkoff, entre muchos otros.
La rebelión de los náufragos tiene otras notables virtudes. Una de ellas, y no la menos importante, es que está muy bien escrito, con un lenguaje sencillo, al mismo tiempo que elegante y encantador. Mucho más quisiese y pudiese decir sobre él, pero la tiránica limitación del espacio me deja con las ganas.
En la democracia griega clásica, el orador forense, que era el ciudadano que hablaba en un juicio, reflexionaba sobre el pasado y, por tanto, sobre lo que era bueno o malo, mientras que el orador que hablaba en la Asamblea, el verdadero órgano democrático de la polis, hablaba sobre el futuro y, por tanto “sobre lo que concernía a lo conveniente o inconveniente”. (Mogens H. Hansen,La democracia ateniense en tiempos de Demóstenes, Capitán Swing). La Asamblea estaba compuesta por unos 6000 ciudadanos de los 30.000 con derecho, donde no estaban las mujeres, los esclavos ni los metecos -extranjeros radicados en la ciudad- y era el verdadero órgano democrático. Miraba hacia delante. Ambos rethores buscaban persuadir a la gente y lograr su voto. Hoy, la izquierda, parece un orador forense que sólo habla con el pasado y, por tanto, cae constantemente en el juicio moral. Se le ha olvidado que el pueblo en la plaza pública es el fundador de la democracia. Recordatorio: apenas un 20% de los 30.000 ciudadanos participaba en las asambleas. Para que no nos quejemos tanto.
Claro que la izquierda es más moral que la derecha. La moralidad tiene que ver con el comportamiento con los demás, basado en la reciprocidad. Gustavo Petro resumía hace poco esta idea recordando que la izquierda habla a la universalidad de los seres humanos, mientras que la derecha solo habla a los “suyos”. En lo mismo insiste Pepe Mujica (al que quieren convertir en una mascota de una democracia desdentada que ya no muerde, como pretendieron hacer con Mandela del que ocultaron su pasado en la lucha armada). La izquierda siempre está disconforme, cuestiona lo que existe y tiene que asumir también cuando la critican.
Una de las explicaciones de por qué el mundo griego desarrolló la democracia, entregándole a las mayorías pobres la misma decisión que hasta el momento habían tenido solo los propietarios, fue evaluar que los conflictos que podían desarrollarse dándole a esas mayorías el poder eran menores que los conflictos que iban a desatar las élites si se hacían con el poder en un contexto de crisis. Ahí está Trump, sin contrapesos. Se huele el desastre. Las soluciones extremas, dar el poder a las elites en vez de al pueblo en contextos de ruptura del orden social, suelen terminar con los dirigentes saliendo del país, ejecutados y habiendo arrastrado a su nación.
Recuerdo que, en el colegio, todos los profesores nos recomendaban dedicarle media hora más a su asignatura que a las demás porque era “la más importante”. Al final, había que dedicarle media hora más a todas las asignaturas, con lo que no hubiéramos tenido tiempo para lo verdaderamente relevante, que era echar un partido de fútbol a la salida de clase.
En los primeros años de casi cualquier carrera se suele contar algún chiste que, supuestamente, resumiría el sentido último de la materia. Los economistas narran la historia de tres náufragos, un economista un químico y un físico en una isla. Tienen una lata de sardinas, pero no tienen abrelatas. El físico sugiere tirar la lata desde una palmera; el químico rodear el borde con agua de mar para que se oxide y poder saltar la tapa. El economista, inútil, dice: imaginemos que tenemos un abrelatas…
En ciencia política contamos a los primerizos que los dioses se reúnen a ver quién es el más importante. Todos se jactan de haber sacado al mundo del caos. El de la matemática con sus ecuaciones, el de la física con sus reglas, el de la química con sus fórmulas, el de la biología con sus células… Habla entonces el dios de la política y dice: ya, ya, está muy bien, sois todos muy importantes, pero ¿quién inventó el caos?
El mundo no puede mirar hacia atrás porque se convertirá en una estatua de sal. Ser conservadores es una ilusión intelectual de estetas. No podemos tampoco mirar al futuro porque no hay pistas y está demasiado abierto, las mayorías votan a la extrema derecha en demasiados sitios, no basta dedicarle media hora a todas la materias porque la Inteligencia Artificial se lo sabe mejor, nadie en su sano juicio volvería a primero de carrera… ¿Entonces?
Es mentira que cuanto peor mejor. Ahí están los canallas que vuelven a ser elegidos pese a dejar un reguero de cadáveres. En un nuevo mundo, hay que repensar todas las herramientas. La Inteligencia Artificial nos lleva al infierno o, quizá, nos saca de este purgatorio. Ni el estado ni los partidos políticos van a ser los mismos en el siglo XXI. ¿Los está repensando la izquierda? Elon Musk tiene una solución de la mano de la IA: dinamitar el Estado y hacer inútiles los partidos políticos. Lo entiendo, porque él vota todos los días. Y le molesta que tú votes cada cuatro años. Cualquier disidencia les molesta. Por eso atacan a los débiles: para que no protesten. Cuando acumulas tanto poder, baja mucho tu capacidad de tolerancia. Todo lo que esté por debajo de viajar a Marte les parece vulgar. Es tiempo de odiar a los ricos. Se las buscarán para decir que eso es un delito de odio.
El optimismo trágico del buen diagnóstico, el pesimismo esperanzado de quien no tira la toalla… Porque si nos quedamos en el pesimismo y la tragedia, ya nos han derrotado. Y nos pueden vencer, pero no derrotar. Porque el vencido sirve para otra pelea, aunque la de otro u otra. Pero de la derrota solo queda tierra estéril.
El mundo está feo ¿quién lo puede dudar? Pero lo ha estado en tantos momentos de la historia… El problema es que se nos olvidó. Es lo que pasa cuando los spin doctor son más importantes que los ideólogos. Todo regresa como farsa. Especialmente los espectáculos. Por eso no está todo en los medios de comunicación. Son condición necesaria pero no suficiente. Sus estudiosos nos dicen: dedicadle media hora más que es lo más importante… Pero sin bajar las cosas a tierra son humo y éter.
Demasiadas cosas invitan a que tiremos la toalla. Recuerdo a Willy Brandt quejándose, años después, por no haber tomado las armas en 1933, cuando von Papen disolvió el Land de Prusia, decisión que allanó el camino a los nazis: “es verdad que nos habrían destrozado, pues los stahlhelm estaban mejor armados y tenían el apoyo del ejército”, escribió en Mi camino a Berlín el que terminaría siendo Canciller alemán, “pero le habríamos hecho saber a Hitler que no todos los alemanes estaban con él, le habríamos dicho al mundo que no todos los alemanes éramos nazis y le habríamos dicho a las generaciones futuras que no todos sus antepasados habían abrazado la locura del nazismo”.
La lotería, los reality show, la comida basura, las series alargadas y la mala literatura, nos lo ponen difícil. Porque si pensamos en Gaza, las guerras en África, en Oriente Medio, las desigualdades, el maltrato a la inmigración o las medidas a favor del calentamiento global, nos faltaría directamente el aliento. Pero si uno mira en la historia e identifica en el pasado lados correctos y lados incorrectos, tendrá que concluir que ahora ocurre lo mismo.
No hace falta ser perfecto. Cargamos errores, contradicciones e inconsistencias. Pero hay una ligera brújula que se parece a aquella recomendación de Italo Calvino en Las ciudades invisibles, cuando nos invitaba a reconocer lo que no es infierno en el infierno. En otras palabras, basta intentar no pertenecer, de ninguna manera, a los que vuelven a allanar la llegada de los que pusieron de rodillas a la humanidad y a la piedad, a la misericordia y la clemencia el siglo pasado. No se trata de ser héroes ni seres excelsos. Pero saber que, a veces por exceso y a veces por defecto, estamos volviendo a invitar a hacerse aún más importantes a los que ya han desterrado la compasión y quieren enseñorearse del mundo.
Esta investigación de 2010 sobre cómo Carlos Andrés Pérez perdió el poder en 1993 sigue generando asombro y preguntas. No solo es un clásico del periodismo político venezolano: el best seller de Mirtha Rivero sigue siendo único por varias razones
Sandra Caula
27 de julio de 2022
Mirtha Rivero usó las técnicas periodísticas y las formas de la novela de no ficción para hacer historia del presente
La rebelión de los náufragos tiene que estar en esta serie Hay que leer por dos motivos. El primero: porque todo el mundo —hasta quienes lo critican— reconoce que es un gran trabajo de investigación periodística, con documentos sustanciales, escrito con criterio y buena pluma, que reúne la voz de casi todos los protagonistas de un episodio esencial de nuestra historia reciente.
El segundo, y se dice fácil, porque se han vendido unos treinta mil ejemplares y deben haber circulado entre cinco mil y diez mil copias piratas. Lo cual demuestra el interés que despertó y sigue despertando.
Hay quienes piensan que es un libro demasiado adeco y otros, todo lo contrario. Lo acusan de fomentar una idealización de CAP y una culpa colectiva por defenestrarlo. Dicen que fuerza la barra para meter a Caldera entre los notables y acusarlo, por carambola, de nuestra tragedia presente (¿no la causaron las expectativas que despertó CAP y el fiasco posterior?).
Como quiera que sea, Mirtha Rivero reconstruye —a partir de documentos, cronologías, entrevistas y una narración apasionante—, los preámbulos y el proceso judicial que se siguió a Carlos Andrés Pérez en 1993, el único presidente venezolano forzado a abandonar su cargo por corrupción.
Con ese juicio terminó el segundo gobierno de Pérez, uno de los más votados de nuestra historia democrática y uno de los que más decepciones causó, si se consideran las turbulencias sociales, militares, económicas y políticas que lo acompañaron.
Las ediciones
Ulises Milla, director de Alfa Editores, la casa que publicó La rebelión de los náufragos (Caracas, 2010), recibió el manuscrito por intermedio de Alberto Barrera Tyszka. Con solo leer una parte, intuyó que tenía entre las manos un libro periodístico diferente. «Hablaba de un tema delicado para los venezolanos: de una crisis multifactorial donde los estamentos político y económico jugaron un papel relevante, pero también de la responsabilidad de la sociedad al no ponderar los riesgos del ejercicio de la «antipolítica». Lo interesante era su propuesta narrativa novedosa y eficaz: crónicas, entrevistas, testimonios, cronologías y cifras entretejidas a lo largo de todo el texto, que generaban una experiencia de lectura emocionante y esclarecedora”.
La primera edición fue de 2.000 ejemplares, pero con cada reimpresión que salía, le pedían la siguiente. “Una locura”, dice Milla. A los pocos meses, las ediciones pirata inundaron las calles de Caracas. Las ventas de Alfa alcanzaron casi los 30.000 ejemplares.
La autora
Desde 2005, Mirtha Rivero (Caracas, 1956) vive en Monterrey, México, aunque periódicamente visita Caracas. Se dedica a la investigación y a la escritura. Se crió en El Valle y su educación es producto de la instrucción pública, como se enorgullece de decir.
Fue redactora, reportera y jefe de información de Economía de El Diario de Caracas. También, fue jefe de redacción de la revista Dinero, y escribió crónicas urbanas en Estampas y en Contrabando. Por un tiempo trabajó en el campo corporativo. En México ha escrito en la revista Emeequis y en Interfolia. En 2012, Alfa Editores publicó su segundo libro: Historia menuda de un país que ya no existe.
En esta entrevista que le hizo Gloria Bastidas, Martha Rivero cuenta el origen de La rebelión de los náufragos. Y ese mismo relato me lo repitió hace poco en una gratísima conversación que tuvimos en Madrid.
Mirtha supo que iba a escribir este libro un domingo de 2004, entre la una y las tres de la tarde, en un apartamento en Camurí Grande.
Terminaba de leer Sombras nada más, la novela de Sergio Ramírez, y desde el barrio detrás del edificio escuchaba a Felipe Pirela cantando el bolero del mismo título.
La coincidencia la sobrecogió, y que el bolero lo cantara el venezolano y no Javier Solís. La novela de Ramírez, la historia de un juicio popular, la había atrapado. Le fascinó cómo el escritor nicaragüense interrumpía la narración para introducir documentos y declaraciones (verdaderos o apócrifos) que parecían confirmar o analizar la historia paralela. Quiso copiar esa estructura no en una ficción, sino en un texto periodístico. Así llegó a ese momento entre 1989 y 1993 que ella, que trabajaba entonces en la prensa, no comprendió del todo por unas difíciles circunstancias personales que atravesaba entonces. Quiso narrar el proceso que llevó a la salida abrupta de un presidente en la Venezuela democrática, en el que intuía un algo de juicio popular. Pero nunca se esperó todo lo que fue descubriendo mientras investigaba y escribía, ni las profundas sacudidas emocionales que le supondría esta labor.
Los aportes
El gran aporte de La rebelión de los náufragos es rescatar con toda su complejidad la figura de Carlos Andrés Pérez, y reivindicar tanto la actividad política como a una clase de políticos venezolanos —con ideas, formación y respetuosos de la reglas de la democracia que construyeron— que parece haberse esfumado.
Hay que recordar que el triunfo de Chávez en 1998 estuvo precedido por campañas (José Vicente Rangel solo fue una pieza de ellas) de medios y poderes económicos que desacreditaban a los políticos y a Acción Democrática, Copei, el MAS, y luego La Causa R y Convergencia. Esos partidos no supieron responder y su bochorno duró varios años después de la victoria de un outsider. La rebelión de los náufragos fue —no cabe duda— el primer documento que permitió aquilatar lo perdido.
Mirtha Rivero revela las luces y las sombras de un líder indiscutible, que exhibe una actitud democrática ejemplar en un momento álgido. Eso no podía pasar desapercibido en 2010, cuando ya era evidente el contraste con la conducta del mandatario y de casi todos los políticos de oposición que aparecieron después de 1998.
Las críticas
Es difícil sostener la tesis de una conspiración de notables y políticos resentidos que complotan para sacar a CAP de la presidencia sin medir las consecuencias. En el propio libro hay datos y declaraciones con los cuales se puede construir la negación de la tesis de tal conspiración y sus consecuencias.
Algunas lecturas asumen que esa venganza abortó un plan de reformas que hubiera conducido al país al éxito, que abortarlo supuso una frustración y llevó al régimen actual. Pero en ninguna parte del mundo las reformas neoliberales propuestas entonces por el Fondo Monetario Internacional condujeron al desarrollo y al crecimiento exitosos, ni trajeron más equidad, ni acabaron con las explosiones sociales.
De las entrevistas se desprende, por ejemplo, que el país no estaba preparado para la terapia de shock que se le aplicó en 1989, que Acción Democrática no estaba convencida de la conveniencia de las medidas, que se ignoró que el país estaba a punto del estallido social que efecto ocurrió en febrero de ese año, que no se vieron los signos de insurgencia que había dentro de las Fuerzas Armadas que se harían evidentes en 1992.
También es forzado presentar a Rafael Caldera como la persona al frente de la supuesta conspiración, porque la afirmación se basa en encuentros no constatables (a los que solo se refiere Carlos Raúl Hernández con un tono conspiranoico), y en una interpretación del discurso de Caldera el 4 de febrero de 1992, desmontada por varios autores con mucho fundamento. El libro no incluye testimonios de nadie del entorno de Caldera, quien, como CAP, siempre demostró ser un demócrata cabal. De hecho, en los momentos más difíciles del segundo gobierno de Pérez (el Caracazo, las intentonas golpistas, la visita a Atlanta para renegociar la deuda venezolana), el expresidente copeyano estuvo siempre a su lado.
Por último, el análisis del libro desestima que un cuestionamiento ético más general, y una gran desilusión, causan la crisis que lleva a la salida de CAP en 1993. Como dice Teodoro Petkoff en la entrevista que aparece en el libro: “lo que se juzga es una política completa, un estilo de gobierno, un comportamiento público”.
Tres lectores, tres comentarios
Uno de mis libros favoritos para entender la política venezolana. Rivero combina narrativas detalladas, transcripciones de entrevistas, fragmentos de periódico y cronologías que ofrecen un vistazo único a las decisiones y motivaciones de los líderes de AD.
Nos lleva al sitio de la acción resaltando las interacciones en un ecosistema político desde el punto de vista de AD, que ejercía el poder en un país donde imperan los partidos y el modelo de desarrollo en proceso de obsolescencia. Somos testigos de los conflictos internos por candidaturas presidenciales, los fallos comunicacionales del gabinete mientras implementan las ambiciosas reformas de CAP y la conmoción del Caracazo o del golpe del 4F.
El libro no reduce esta época a solo la “precuela del chavismo” sino que recalca su complejidad. La historia no se ve como una serie de acciones inevitables pre-escritas, sino como la consecuencia de decisiones de personas reales.
Esto es muy importante. Los últimos veintidós años han difuminado nuestro entendimiento de la era democrática y la han sobresimplificado a una historia en blanco y negro. Rivero presenta claramente los aciertos y errores del gobierno de CAP enfocándose en el político sin endiosarlo.
Sin embargo, como crónica enfocada en lo que pasaba dentro de AD, La rebelión de los náufragos no le da suficiente peso a las otras fuerzas políticas del país. Esto hace que, en ocasiones, el libro parezca sesgado. Aunque creo que esto es más una consecuencia natural de un trabajo con un enfoque tan específico que cualquier otra cosa.
No es una crónica de todo el ecosistema político de ese entonces, sino la de un partido, y para tener una imagen completa son necesariarias lecturas adicionales. Pero La rebelión de los náufragos nos recuerda que el estudio de nuestra realidad política es más interesante cuanto más se aleja de la simplificación.
Me gusta La rebelión de los náufragos por dos razones: la forma y el fondo. Soy una lectora hedónica (le robo la expresión a Borges) y lo primero que me atrae de un libro es el ritmo que tiene. La melodía. El tono. Mirtha Rivero logra engancharnos desde ese primer capítulo en el que recrea los últimos momentos que vive Pérez en su despacho de Miraflores cuando ya ha sido cantada su condena. Es magistral. Un Pérez que le dice adiós al poder. Un Pérez que mira su escritorio desolado. Un escritorio donde solo reposa un objeto: un revólver calibre treinta y ocho. De allí en adelante no hay vuelta atrás. Tienes que devorarte el libro. Lograr eso no es nada fácil. Es lo que llaman el periodismo narrativo. Contar una historia con swing.
Pero se trata también de contarla con rigor histórico. Y algo que ha hecho de La rebelión de los náufragos un suceso editorial es que ha desmontado varios mitos. A eso se le llama investigación. Cada párrafo está justificado en función de una hipótesis: se urdió un complot contra Pérez, en múltiples factores que Mirtha Rivero va analizando. El lobby que desplegaron los notables contra la democracia, con Uslar Pietri como Zeus. Las trampas que le tendieron a Pérez para armar el expediente de la partida secreta. La explosión social de 1989 y el uso demagógico que se hizo de la cifra de muertos. Las intrigas militares que desembocaron en las dos asonadas de 1992. Las luchas intestinas en AD. La puesta en práctica del programa económico, una decepción para quienes añoraban a la Gran Venezuela.
El paquete lo echó a andar Pérez y en sí mismo no forma parte del complot. Pero el provecho que le sacaron sus detractores fue enorme. Basta una cifra que se menciona en el libro para entender la situación que vivía el país: las reservas internacionales estaban en 300 millones de dólares, equivalentes a un mes de importaciones.
Rivero ata todos los cabos para no dejar dudas de que a Pérez —que cometió errores, como el poco tacto al aplicar el paquete—, siendo un político de raza, le tendieron una celada. Pero logra que los lectores saquemos nuestras propias conclusiones.
Simplemente se remite a los hechos. A lo que refleja la prensa. A lo que le dicen los entrevistados. Y dicen cosas impactantes. A mí, por ejemplo, me impresionó que Humberto Celli le confesara que AD aprobó la Carta de Intención que se firmó con el Fondo Monetario Internacional sin haberla leído. Eso es un tubazo mayor. No solo los periódicos dan tubazos. También se pueden dar primicias con la investigación. Y, si los libros están bien escritos, satisfacen la sed de hedonismo de los lectores.
Me parece que aunque La rebelión de los náufragos es una reveladora investigación que ha contribuido con el debate sobre la segunda administración de Pérez, también ha fomentado la idealización y la nostalgia de un período sobre el cual debería prevalecer una mirada crítica.
Es absurdo que el episodio en torno a la figura del presidente Pérez, tan vilipendiada en la época, ahora intente leerse con tintes de presagio por quienes se sienten afectados por nuestro presente.
La historia no tiene como función reivindicar, condenar o absolver a nadie, sino comprender entramados de causas muy complejas, entre las que debe contarse la suerte.
Que el libro continúe generando polémica es en parte porque lo que narra se ve como el preámbulo, en mayor o menor medida, del presente que padecemos. También porque algunos de sus protagonistas –algunos náufragos– continúan vivos y activos, y tienen visiones distintas del momento. Pero hay que considerar que quienes estuvieron entonces contra Pérez no lo hicieron pensando en nuestro presente, que no podían conocer, sino en el que estaban viviendo.
Por otra parte, si es cierto que la autora recoge importantes voces, también deja por fuera otras que pudieron equilibrar el relato. El historiador Manuel Caballero, a quien no puede verse como un “notable” conspirador, opinó que “nunca en la historia de Venezuela había funcionado con tanta evidencia el esquema del Estado liberal, la idea del equilibrio de los Poderes”.
Es un libro que nos invita a reflexionar sobre ese período desde una perspectiva muy pertinente, aunque no deba verse como la única lectura posible. Es en esa invitación, en la rigurosidad periodística y en la agrupación de distintas formas narrativas, donde creo que está su principal valor.
Los miembros de la formación en el Comité de Supervisión de la Cámara de Representantes exigen la publicación del resto de los archivos del millonario pederasta, a la que está obligado por ley el Departamento de Justicia
Imagen proporcionada por el Congreso de Estados Unidos, tomada en la isla privada de Epstein. En ella, se ve una foto de este con Ghislaine Maxwell, en una recepción con el papa Juan Pablo II.
Primero, fueron 10 fotografías y cuatro vídeos inéditos. Horas después, otros 200 archivos más. Los dos envíos estaban compuestos de tomas interiores y exteriores de una propiedad en Little St. James, una de las dos islas privadas que poseía en el Caribe el millonario pederasta Jeffrey Epstein. Los han difundido este miércoles los demócratas del Comité de Supervisión del Congreso mientras Washington espera con ansiedad la publicación, ordenada por ley, de los papeles de Epstein por parte del Departamento de Justicia.
Allí, en un siniestro rincón de las Islas Vírgenes que los lugareños conocían como “la isla de los pedófilos”, cometió decenas, tal vez centenares, de los crímenes por los que iba a ser juzgado cuando murió en 2019 en una celda de máxima seguridad en lo que el forense determinó como un suicidio, mientras esperaba a ser juzgado como líder de una red de tráfico sexual de menores.
En el primero de los lotes difundidos este miércoles, había imágenes tomadas en 2020 del jardín de la mansión y de una señal de “No pasar”, instantáneas de dos dormitorios diferentes, de un baño, de otro en un espacio empleado como almacén y de un salón- biblioteca decorado con dudoso gusto, así como dos primeros planos: de un teléfono, en el que los nombres de las teclas de marcación rápida han sido tachados, y de una pizarra con palabras enigmáticas anotadas (“poder”, “engaño”, “plantas”). Tal vez la foto más inquietante es la de una especie de sala de operaciones de dentista con varias máscaras de rostros de hombres colgadas de las paredes.Tal vez pudo ser de uso, según indicaThe New York Times,de la última novia de Epstein, Karyna Shuliak, que ejercía como odontóloga.
Una de las imágenes difundidas el 3 de diciembre por los demócratas de la isla de Epstein.HOUSE OVERSIGHT COMMITTEE DEMOCR (VIA REUTERS)
Muchas de las imágenes del segundo lote podrían servir para anunciar la propiedad en una plataforma inmobiliaria de venta o alquiler. Las hay de otras estancias de la casa y de estatuas repartidas por ella, así como pinturas y fotos de fotos en las que, por ejemplo, se ve a Epstein junto a Ghislaine Maxwell, su conseguidora y cómplice, en una recepción con el papa Juan Pablo II.
En cuanto a los vídeos, los hay tomados en el exterior de la mansión, como el de un paseo por el jardín que termina en una piscina; o el que se recrea en el mar con las palmeras ondeando al viento, cuyo ruido domina la grabación. Otros muestran dos varios dormitorios de la casa, y en uno de ellos se ve a un tipo, al que le han tapado la cara, guiar el recorrido por el cuarto en suite.
Señal de "No pasar" en la isla privada de Jeffrey Epstein en una imagen difundida por la Cámara de Representantes el 3 de diciembre de 2025.HOUSE OVERSIGHT COMMITTEE DEMOCR (VIA REUTERS)
El material es, según la definición en un mensaje en X de los demócratas del Comité de Supervisión de la Cámara de Representantes, “una mirada desgarradora tras las puertas cerradas de Epstein”. “Véalo usted mismo. No cejaremos en la lucha hasta que pongamos fin a este encubrimiento y hagamos justicia a las supervivientes”, remataba el post. En realidad, no hay tanto que descubrir para quien haya seguido el caso desde hace años: documentales e investigaciones periodísticas publicados en este tiempo ya han difundido en estos años imágenes de la isla.
Las imágenes y videos los han recibido de los herederos de Epstein, la misma fuente que les ha provisto en los últimos meses, previa orden judicial, de decenas de miles de correos electrónicos privados o del libro de felicitación por el 50º cumpleaños del pederasta que le preparó Ghislaine Maxwell, que cumple 20 años por su complicidad en los delitos del financiero, a partir de las aportaciones de amigos del homenajeado. Ese libro incluye un dibujo procaz de Donald Trump, que él niega que sea suyo. Proviene de los tiempos en los que ambos mantenían una relación cercana.
El representante demócrata Robert García ha explicado este miércoles en un comunicado que el comité del que es miembro también ha recibido registros de J.P. Morgan y Deutsche Bank, dos bancos con los que trabajó Epstein, y que los miembros de su partido piensan publicar esos archivos “en los próximos días”, tras su revisión.
Salón de la mansión de Epstein en su isla privada, en una imagen divulgada por el Congreso.HOUSE OVERSIGHT COMMITTEE DEMOCR (VIA REUTERS)
“Estas nuevas imágenes ofrecen una mirada inquietante al mundo de Jeffrey Epstein y su isla. Publicamos estas fotos y videos para garantizar la transparencia pública en nuestra investigación y ayudar a reconstruir el panorama completo de los horribles crímenes de Epstein”, declaró García. “Es hora de que el presidente Trump publique todos los archivos, ¡ya!”.