Con Montaigne y Zweig aprendemos que la libertad de un hombre nos hace más libres a todos



Hacía tiempo que no me sentaba a leer a Zweig, quizás el autor más leído y reseñado en este blog. Aun me queda mucha obra del austriaco por leer, pero quiero ir dosificándola. Retomo a Stefan Zweig leyendo Montaigne, un texto en el que se repasa la biografía del francés y sus pensamientos plasmados en Ensayos, pero en el que sobre todo Zweig lo toma como ejemplo de independencia y coherencia. La obra está inconclusa porque el austriaco se suicidó antes de terminarla, pero aun así es interesante también para conocer el proceso escritor del autor.

En Montaigne, Zweig destaca los esfuerzos del autor francés por mantenerse libre a pesar de las tensiones a las que le someten los poderosos de su época, por conservar “la insobornable claridad del espíritu y la ilesa humanidad del corazón en medio de la bestialidad” y cómo con la lectura de sus Ensayos “nos sentimos fortalecidos por su pensamiento”. Se destaca la actualidad de los textos de Montaigne a pesar de los cuatro siglos de diferencia, “mientras todo lo demás, los tratados teológicos y las digresiones filosóficas de su siglo, nos parecen lejanos y obsoletos, él es nuestro contemporáneo (…) y su lucha la más actual de la tierra”. Para Zweig en Montaigne están las mejores palabras, “al leer a Montaigne tengo la impresión de que en sus páginas está mejor pensado y dicho, con más claridad y nitidez, lo que constituye la preocupación más profunda de mi alma en la época en que vivo”. Recordemos que Zweig se exilia en Brasil ante el avance del nazismo en Europa y allí se suicida junto con su mujer abrazados en la cama y con los vasos de veneno en las mesillas. En este escenario europeo que tan brillantemente retrata en El mundo de ayer, Zweig aprende de Montaigne que “solo aquel que se mantiene libre frente a todo y a todos, conserva y aumenta la libertad en la tierra”, una frase que pide piedra.

En el texto hay tiempo para reflexionar sobre la importancia de los libros en ambos autores. En el periodo en que Montaigne se recluye en la torre de su castillo, se rodea de libros, Zweig destaca la siguiente cita que aparece en el tercer ensayo del tercer libro de Montaigne, “sabiendo que los puedo disfrutar cuando quiera, estoy satisfecho con el mero hecho de poseerlos. Nunca viajo sin libros, ya sea en tiempos de paz o en tiempos de guerra. Pero a menudo paso días y meses sin mirarlos. Los leeré poco a poco, me digo, mañana o cuando me plazca… son las mejores provisiones que he encontrado para este viaje de la vida”, ¿quiénes de los que estáis leyendo esta reseña no pensáis lo mismo que Montaigne? Y otro vicio letraherido de Montaigne que seguramente compartamos todos es la de subrayar y anotar en los libros, dice Zweig “la gran ventaja que Montaigne alaba en los libros es que la lectura “agudiza sobre todo mi facultad de pensar, incita a mi juicio a trabajar con la memoria” (…) y así Montaigne se acostumbra a anotar los libros, a subrayarlos, y al terminar cada libro apunta la fecha y la impresión que le ha producido en aquel momento”.

Sobre los Ensayos, Zweig dedica algunas páginas brillantes y seguramente hiperbólicas, pero la verdad es que, aun habiendo leído muy poquitos ensayos de Montaigne, son realmente maravillosos. Zweig explica que Montaigne nunca pensó ordenarlos, “jamás ha intentado ordenarlos, reunirlos, ni siquiera corregirlos o enmendarlos. Pero poco a poco descubre que, sin embargo, tienen algo en común, un centro, una relación, una dirección. Tienen un punto del cual parten o al cual convergen, y siempre el mismo: el yo”, haciendo gala de la máxima de Montaigne que aparece en uno de los ensayos del primer libro, “la cosa más importante del mundo es saber ser uno mismo”, por lo tanto se puede afirmar como lo hace Zweig que Montagine, “jamás ha tratado de convertir sus pensamientos en píldoras que ayuden a los demás. Lo que ha buscado lo ha buscado para sí mismo. Lo que ha encontrado es válido para cualquier otro en la medida exacta que quiera o pueda tomar. Lo que ha sido pensado en libertad nunca puede limitar la libertad del otro”.

Los negocios de criptomonedas de Trump y su familia generan mil millones de dólares en beneficios EFE

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"Los faraones, Trump y Musk son hombres con un ego desbocado"

 Entrevista a Irene Cordón, doctora en Arqueología e Historia Antigua

"Los faraones, Trump y Musk son hombres con un ego desbocado"

Hablamos con la doctora en Arqueología e Historia Antigua y experta en el antiguo Egipto, que publica 'Faraons de Silicon de Valley' (Ara Llibres), un ensayo sobre la naturaleza del poder.

Marc Font              Barcelona-16/10/2025 Irene Cordón, autora de 'Faraons de Silicon Valley'.M. Font

¿Qué tienen en común los faraones egipcios con los gobernantes autócratas actuales y con los multimillonarios empresarios tecnológicos, como Elon Musk o Mark Zuckerberg, que podemos considerar los principales exponentes de la tecnocasta? La respuesta la encontraréis en Faraons de Silicon Valley (Ara Llibres), el ensayo sobre la naturaleza del poder que acaba de publicar Irene Cordón. 

Contra la trampa del progreso



 por Tomás Di Pietro Paolo

Un retrato confesional y filosófico en nombre de una generación que perdió la promesa de la felicidad mientras ganaba poder y tecnología. Un ensayo que denuncia cómo el progreso nos condujo desde el ideal emancipador a un mundo enfermo, donde los hipermodernos deambulan sin misión entre la ansiedad, el vacío y el consumo compulsivo. 

Para acabar de una vez por todas con la cultura

Desde los albores de la humanidad, el homo sapiens ha estado impulsado por una fuerza transformadora de su entorno. El anhelo de progreso y su consiguiente desarrollo tecnológico –en forma de martillo de piedra, telescopio refractor o robot Optimus– es el resultado de pulsiones internas que nos movilizan a través de la experiencia de la existencia autoconsciente: creamos cosas en busca de respuestas, para facilitarnos la vida, y guiados siempre por una omnipresente voluntad de poder.

Explica Lacan que los seres humanos no sólo desean objetos concretos, sino que su deseo surge de algo ausente en su ser, una carencia, algo simbólico que no viene dado. Lo humano nace marcado por la falta (manque), y esa falta produce un un hueco ontológico imposible de colmar. Nos constituimos como sujetos simbólicos a partir de un vacío. De allí proviene el deseo, que no busca solo alimento, refugio o reproducción, sino significados, ficciones, narrativas capaces de suturar, aunque sea momentáneamente, esa ausencia estructural. Este deseo nunca se satisface del todo, y se vuelve un movimiento ansioso. El movimiento empuja hacia el progreso técnico, que acaba por ser progreso del dominio —sobre el entorno, sobre otros, sobre nosotros mismos–. Una especie en acción que encuentra en el sometimiento una anestesia. 

El sapiens, entonces, no es simplemente un animal que progresa o que se adapta: es un animal que “significa” el mundo porque está atravesado por este vacío que lo impulsa a producir (objetos, símbolos, relatos, sentidos).

En efecto, cada salto tecnológico amplía nuestra fuerza, pero resulta una trampa que profundiza la imposibilidad de plenitud. La explicación es concreta: no somos una especie en busca de la felicidad, somos una especie que necesita hacer, construir, crear sentido, y dominar. Damos significado realizando, realizamos tras dar significado. El costo es dependencia, alienación, frustración y nuevos malestares. 

La creación de herramientas, la domesticación del fuego, o la conquista de los metales trajeron consigo tanto poder como pérdida: liberaron en parte al cuerpo, pero también lo ataron a la tierra, al trabajo o a la guerra. La revolución agrícola, en su intento de maximizar probabilidades de mantenernos con vida, nos brindó previsibilidad alimentaria a cambio de trabajo esclavo autoimpuesto, inaugurando el primer “sé tu propio jefe” ponzi de la historia.

“Lo que llamamos civilización es en gran parte responsable de nuestra miseria; seríamos mucho más felices si la abandonáramos y volviéramos a condiciones primitivas”, escribió Freud.

Manifiesto tecnopolítico

Por Emmanuel Biset, Flavia Costa y Javier Blanco

Estamos viviendo una transformación del mundo que produce una profunda vacilación de todas las certezas. Esta vacilación se manifiesta en dos procesos: la aceleración que la mediación técnica produce de todos los órdenes de la vida y la crisis ambiental antropogénica, que destituye la naturaleza como telón de fondo y la vuelve inestable. Ambos procesos exigen soluciones, al menos inicialmente, tecnológicas. No sorprende que, en este marco, la política venga sufriendo un proceso de vertiginosa transformación, que exigirá reformular sus vocabularios y prácticas. Seremos contemporáneos de nuestra época si somos capaces de inventar esta política.

Contra la sobriedad

 


por Luis Diego Fernández

Vivimos una época que desconfía del placer. Se predica la salud, la templanza, la pureza: comer bien, dormir bien, no beber. La sobriedad se volvió una virtud moral, una forma de corrección. Pero el vino, el alcohol, el exceso, acompañaron siempre a la cultura, al arte, al pensamiento. En cada copa hay una memoria de fiesta, de filosofía, de desmesura. Este texto es una defensa de esa herencia: una provocación contra la moral del autocontrol y una invitación a reconciliarse con la alegría de estar vivos.

Saborear un vino, es despertar al niño que está dentro de uno. Y no todos saben ni pueden pedirle al cuerpo que haga resurgir al niño o a la niña que han sido, cuando, más tarde, se asoman al cuello de un vaso de degustación. El vino es un arte del tiempo. En primer lugar, para quienes lo conciben, lo hacen, lo elaboran, lo crían, como se dice de un niño.

Michel Onfray, La lección de petrus, 1996. 

Dentro de los diferentes modelos de textos “contra” mis preferidos son El Anticristo (1888) de Friedrich Nietzsche y El Anti-Edipo (1972) de Gilles Deleuze y Félix Guattari. En ambos casos la operación que realizan los autores es similar: el destinatario de su crítica no es el creador de una discursividad (Jesús y Freud-Lacan, respectivamente) sino la institucionalización (Iglesia y psicoanálisis) de estos discursos que en ambos casos termina consolidando una jerarquía sectaria que vampiriza la vitalidad de los padres fundadores y propicia un moralismo punitivista que, desde la pomposidad de la superioridad moral del esclavo o a partir del léxico endogámico, busca sermonear y castigar a los “infieles” que osan pensar por fuera de su normatividad. De igual modo, el propósito de este texto no es tanto escribir “contra” los abstemios particulares que legítimamente optan por prescindir del placer etílico por las razones que crean convenientes, sino más bien atacar la “institucionalización” del culto a la sobriedad erigida desde patrones de una supuesta perspectiva superadora que baja línea apelando a argumentos como la búsqueda de la “vida saludable” o a otros criterios “santificadores” o “correctivos” afines a las políticas paternalistas e identitarias. 

Loretta Napoleoni: “Vivimos en un desierto ético”

 Por . Codirectora de la revista Valors

Loretta Napoleoni, una de las máximas expertas mundiales en terrorismo, considera que el Estado Islámico ha venido para quedarse y que no hay más remedio que negociar políticamente con él. La analista participó el pasado mes de octubre, en el Born, en el ciclo de conferencias “D.O. Europa”.

Foto: Dominique Faget / AFP / Getty Images

Una mujer saharaui camina por el desierto más allá de las puertas del campo de refugiados 27 de Febrero, en Tinduf, en una imagen tomada en marzo de 2011.
Foto: Dominique Faget / AFP / Getty Images

El 16 de marzo de 1978, Aldo Moro, ex primer ministro de Italia y líder de la Democracia Cristiana, fue secuestrado por las Brigadas Rojas, un grupo terrorista de ideología marxista leninista, cuando se dirigía al congreso de los diputados. Unos seis meses más tarde abandonaron su cuerpo sin vida en la Via Caetani, entre la oficina de su partido y la del Partido Comunista Italiano. Entonces Loretta Napoleoni (Roma, 1955) contaba veinticinco años y aún no era consciente del impacto que este hecho llegaría a tener en su vida. “Una amiga mía de la infancia pertenecía a las Brigadas Rojas y la arrestaron en 1978 tras el secuestro. Durante los 35 años que estuvo en prisión siempre me mantuve en contacto con ella”, me explicaba el pasado mes de octubre, poco antes de participar en el ciclo de conferencias “D.O. Europa”, en el Born Centre de Cultura i Memòria. De hecho, entre los universitarios de la capital italiana era habitual entonces debatir sobre democracia y lucha armada.

Napoleoni decidió encaminar su vida profesional hacia la economía y después de formarse en la Universidad La Sapienza de Roma, en la London School of Economics y en la Universidad Johns Hopkins de Washington, trabajó para diversos bancos de Europa y los Estados Unidos. Pero, ya pasado un decenio, dos preguntas en su subconsciente reclamaban aún respuesta: “¿Por qué mi amiga se había convertido en terrorista? ¿Por qué las Brigadas, que llevaban a cabo el reclutamiento entre amigos y familiares, nunca me buscaron a mí?” Y en 1992, cuando este grupo proclamó el final de la lucha armada, decidió cambiar su trayectoria laboral e investigar el mundo del terrorismo.

Convertida hoy en una de las principales expertas mundiales en filosofía y financiación del terrorismo, Napoleoni afirma haber encontrado respuesta a estas dos cuestiones. Por un lado, su amiga estaba convencida de que Italia vivía una democracia bloqueada; por el otro, las Brigadas consideraron a Napoleoni una persona demasiado independiente para formar parte de sus filas. Los terroristas, antes y ahora, necesitan gente sumisa. Pero aún ha llegado a una conclusión mucho más profunda y trágica: “Desde los años setenta hasta ahora la base del terrorismo no ha cambiado: matar gente”. Y, aunque cambien los nombres de los grupos armados, la historia y los errores a la hora de combatirlos se repiten.

En la última década Napoleoni ha aconsejado a diversos gobiernos en materia de contraterrorismo. Y desde hace tiempo advierte que “el Estado Islámico ha venido para quedarse y la única solución es la negociación política”. Por lo tanto, le pregunto qué siente cuando algunos líderes mundiales se empeñan en combatir a este grupo anunciando reiterados incrementos de tropas en Siria. La respuesta de una mujer tenaz, luchadora y autora de dos libros de referencia en la materia como Economía canalla (Paidós) y El fénix islamista (Planeta de Libros), sorprende: “Estoy muy cansada de esta historia. Llevo a cabo un trabajo del que no obtengo ningún resultado. Hablo, explico, hago previsiones y nadie me escucha. Me dicen que siempre hablo de catástrofes y nunca de cosas positivas”, reconoce.

Su voz, que aún conserva el deje italiano típico pese a que actualmente vive entre Londres y Montana (Estados Unidos), se hace más arrastrada. “En la década de los setenta los ciudadanos se enfrentaban al problema del terrorismo. Hoy piensan que ya se resolverá, aunque la situación es más crítica. La sociedad tiene una mirada muy simplista sobre la realidad y vive en un mundo de negación, de ilusiones, virtual”, afirma, señalando el móvil que tiene sobre la mesa.

No se trata de una investigadora madura encallada en una añorada juventud. Napoleoni ha sido siempre crítica en cada momento y contundente en la exposición de sus opiniones. Una valentía que ahora reclama a todo el mundo. “La atención de la sociedad civil actualmente es momentánea, porque está confusa. El movimiento de ocupación de Wall Street duró cuatro días… ¿Por qué no hemos seguido manifestándonos? Los gobiernos siempre han sido unos cínicos; esto no es ninguna novedad, pero antes la sociedad los tenía controlados, mientras que hoy parece que nada nos importa”. Y, de repente, me lanza una de sus predicciones, una de aquellas que los gobiernos, por la responsabilidad que tienen en ello, no quieren oír: “La situación aún puede ser peor. Hoy, por la relación existente con Rusia, el peligro de una guerra en Europa es mayor que hace diez años. Hay que ir con cuidado”. A lo largo de toda la conversación no le puedo arrancar ni una brizna de esperanza.

Foto: Pere Virgili

Loretta Napoleoni durante su intervención en el ciclo de conferencias “D.O. Europa”, en el mes de octubre pasado, en el Born Centre de Cultura i Memòria.
Foto: Pere Virgili

El negocio del tráfico de personas

La visita a Barcelona de la periodista y economista formaba parte de una serie de actos de presentación, en diferentes lugares, de su último libro, Traficantes de personas (Paidós). Un volumen, resultado de una investigación de más de diez años, en que Napoleoni denuncia que el Estado Islámico y otros grupos terroristas africanos, después de prosperar con el negocio de la cocaína, ahora se financian mediante el contrabando, los secuestros de turistas y cooperantes occidentales y, ya a partir de 2015, con la venta de refugiados; un negocio rentable e ilimitado. Hace diez años una persona pagaba 7.000 dólares a un traficante para que la llevase desde África occidental hasta Italia, pero, en 2015, con esta suma solo se cubría el pequeño tramo Turquía-Grecia. El 90 % de los tres mil inmigrantes que, de promedio, llegaron cada día al Viejo Continente durante el invierno de 2016 lo hicieron a través de mafias.

En esta obra Napoleoni denuncia de forma contrastada cómo los gobiernos nos presentan “el absurdo mito de que nos movemos hacia una Europa cada vez más integrada e igualitaria”, cuando lo que se manifiesta en verdad es la falta de respeto que tenemos por la dignidad humana. Mientras que un gobierno europeo paga 10 millones de euros por un ciudadano secuestrado, otra persona abona 7.000 euros por llegar a Europa y sobrevivir. “Los actuales mercaderes de hombres y mujeres no son diferentes de los comerciantes de esclavos del siglo xviii, ni de los colonizadores del xix o los nazis del xx: todos ellos creyeron que podían disponer libremente de la vida de los demás”. Parece, pues, que no hemos prosperado mucho. De hecho, según la investigadora italiana, únicamente en un aspecto: “En términos materialistas, pero no morales. Hoy día, a quien gana dinero se le justifica cualquier acción. Vivimos en un desierto ético”.

La investigadora no solo se basa en datos para poner sobre la mesa la trama del negocio del terrorismo, sino que también entrevista a secuestrados y secuestradores. Historias directas y conmovedoras con las que Napoleoni nos presenta los puntos grises de una compleja red mundial. La suya no es nunca una mirada simplista. Por ejemplo, sobre los secuestradores, recuerda que generalmente se trata de “víctimas del sistema”, personas que tienen en la ilegalidad su único modus vivendi, aunque ello no pueda justificar la realización de actos inhumanos.

Cuando le comento lo duro que ha de ser llevar a cabo una investigación de esta magnitud, respira profundamente y, tras unos segundos de silencio, confiesa: “He tenido momentos de abatimiento. Yo no trabajo para el presente, sino para dejar testimonio de esta locura a las generaciones futuras. Pero si la situación no cambia me dedicaré a otra cosa”.

Esperemos que se lo replantee. Si callan las voces incisivas y críticas como la de Loretta Napoleoni, la necesaria reacción de la sociedad civil frente a la barbarie, la barbarie sobre la que nos advierte, se hallarà un poco más lejana.

El fénix islamista

El fénix islamista
 
   
 
Desde su aparición a finales de los noventa como aspiración yihadista del líder terrorista Abu Musab al Zarqawi, el Estado Islámico se ha transformado en una imponente empresa que trastoca las fronteras de países de Oriente Próximo e impone su brutal marca de la sharía en una extensa superficie geográfica. En El fénix islamista Loretta Napoleoni, especialista en terrorismo de fama internacional, demuestra que a pesar de que los medios occidentales nos dan una imagen devaluada del Estado Islámico, casi como una banda de matones con una racha de victorias, el auténtico planteamiento de la organización es un nuevo modelo de nacionalismo.

Quién es Larry Ellison, el presidente en la sombra de Estados Unidos

 La familia Ellison está acaparando el mercado de la atención y los datos del mismo modo que los Vanderbilt lo hicieron con los ferrocarriles y los Rockefeller con el petróleo.

Larry Ellison y Donald Trump.Fotoilustración: Staff de WIRED; Getty Images


En el mundo de Trump, Larry Ellison recibe más crédito que nadie por operar en la sombra.

Mientras tomábamos una copa a principios del segundo mandato de Donald Trump, uno de los asesores del presidente me describió al cofundador y director de tecnología de Oracle como "el presidente en la sombra de los Estados Unidos".

En los meses transcurridos desde entonces, Ellison, que últimamente intercambia el título de "hombre vivo más rico" con Elon Musk, ha empezado a hacer honor al apodo. Musk está casi empezando de cero, trabajando para volver a ganarse la simpatía de Trump aparentando que toda esa fea ruptura y esa estratagema a medias para formar un tercer partido nunca sucedieron. Rupert Murdoch tiene 94 años y está cediendo más control de su imperio mediático a su hijo Lachlan. Peter Thiel anda por ahí interrogando sobre el tema del anticristo bíblico.

Por muy bonito que sea ser multimillonario, es aún mejor serlo volando por debajo del radar de la mayoría de la gente en el Washington de Trump.

"Hace un trabajo brillante siendo, llamémoslo, el 'anti-Elon'. No es temido directamente, pero la gente de Washington sabe que tiene una influencia tremenda", me cuenta una fuente del mundo de Trump en la industria de la inteligencia artificial, refiriéndose a Ellison.

Con el crecimiento de su dinastía familiar, Ellison, que a sus 81 años envejece tan rápido como cualquiera, podría llegar a ser tan poderoso como algunas combinaciones de esos hombres, si es que no lo es ya. Y sin embargo, incluso muchas de mis fuentes del mundo de Trump no saben mucho sobre él, en parte porque se beneficia de la falta fundamental de atractivo de su negocio de aplicaciones en la nube y bases de datos y servidores.

Las excentricidades de Larry Ellison, el nuevo hombre más rico del planeta: "Es un personaje muy peculiar"



Madrid

El cofundador de Oracle, Larry Ellison, es el nuevo hombre más rico del planeta. Todo ello después de que las acciones de la compañía de software se dispararan un 42% el pasado miércoles, lo que ha provocado que el valor de sus acciones se haya situado en los 389.009 millones de dólares. De esta manera, el multimillonario estadounidense supera a un Elon Musk que se tiene que conformar con una segunda posición y un patrimonio total de 384.000 millones de dólares. ¿Pero quién es Larry Ellison y qué hay detrás de esta fortuna? Para responder a esta pregunta contamos con Jaime García Cantero y Nuño Domínguez, quienes han vuelto una semana más al Hoy por Hoy en calidad de ministros de ciencia y tecnología para hablarnos sobre él.

En primer lugar, los responsables del Ministerio de Ciencia y Tecnología de la Cadena SER han explicado que las acciones de la compañía se han disparado porque el magnate ha anticipado un "trimestre asombroso" gracias a la inteligencia artificial. Pero no solo eso. Durante estas últimas horas, la compañía ha anunciado una cartera de contratos que alcanza los 500 billones de dólares, lo que garantiza la buena salud de la compañía y que se haya convertido en una apuesta segura para los próximos años. De ahí que sus acciones hayan crecido tanto y que Ellison haya pasado a ser la persona más rica del planeta.

El temperamento de Ellison

En declaraciones a la Cadena SER, Jaime García Cantero reconoce que Ellison es una persona muy particular: "Larry tiene 81 años y fundó Oracle en 1977. Estamos hablando de una compañía histórica que ha pasado por el mundo de la base de datos, por la nube y ahora por la inteligencia artificial. Resulta que hemos coincidido mucho porque vino muchas veces a España en la época de la Copa América que se disputó en Valencia. Él tenía un barco y no es solo que tuviera un barco, sino que formaba parte de la tripulación".

De hecho, su equipo llegó a la gran final, pero, al ver que la victoria se le iba de las manos en el último momento, se pilló un rebote descomunal que pagó con todos los allí presentes: "Como no ganó, se bajó enfadado del barco y se marchó sin despedirse de nadie". Y es que, tal y como explica Jaime García Cantero estamos hablando de una persona muy impulsiva que siempre quiere todo, independientemente de que se pueda conseguir o no: "Es un personaje muy peculiar que nunca ha disimulado que es muy republicano. Es muy de derechas y está en contra de cualquier regulación. Le encantan los trajes italianos, los yates y este tipo de cosas".
El caza de Larry Ellison
Es tan excéntrico que se compró un caza para sobrevolar San Francisco (California) pese a que sabe que es ilegal: "Se compró un caza. Concretamente un Soviet MiG-29. Estamos hablando de un avión de combate que él mismo pilota, con el que sobrevuela San Francisco cada día y, como esto es ilegal sobrevolar poblaciones con aviones de guerra, es multado todos los días con una cantidad muy alta".
Pero no es algo que le importe demasiado, pues tiene dinero más que de sobra para pagar todas y cada una de las multas que le llegan a casa. De hecho, no tiene ningún problema el adelantar todo el dinero que sea necesario para seguir volando su caza sin que esto tenga consecuencias reales para él: "Lo que hace es que, el día 1 de enero, paga todas las multas del año por adelantado para poder seguir volando con su caza todas las mañanas sin que nadie le moleste".
  • https://cadenaser.com/nacional/2025/09/11/las-excentricidades-de-larry-ellison-el-nuevo-hombre-mas-rico-del-planeta-es-un-personaje-muy-peculiar-cadena-ser/

El poder de los muy ricos

 

Larry Ellison, el nuevo hombre más rico del planeta

El poder de los muy ricos

José M. Tojeira

Los muy ricos han tenido siempre poder y han tratado con demasiada frecuencia de incidir y manipular el poder a su favor y beneficio. Hoy nos encontramos, con la llegada al poder del señor Trump, con un nuevo intento de controlar el poder y la economía mundial junto con una serie de milmillonarios norteamericanos. Y en esta ocasión con una dinámica especial....

muy ricos han tenido siempre poder y han tratado con demasiada frecuencia de incidir y manipular el poder a su favor y beneficio. Hoy nos encontramos, con la llegada al poder del señor Trump, con un nuevo intento de controlar el poder y la economía mundial junto con una serie de milmillonarios norteamericanos. Y en esta ocasión con una dinámica especial. No solo quieren conseguir un poder imperial, sino que quieren también controlar las mentes de las personas. Al rededor del presidente gringo se encuentran unidos y contentos los millonarios dueños de la principales redes que pululan en internet.

Hay en efecto hay una especie de oligopolio  que controla los medios de comunicación virtuales, aliado con el poder duro de la economía capitalista y con los sueños imperiales de algunos norteamericanos que ven golpeada su tradición de máximo poder mundial por la emergencia de otras potencias económicas y políticas, cada vez con menos ganas de someterse a un liderazgo absoluto estadounidense.

Y lo  más curioso es que intentan gobernar al mundo desde la soledad y el aislamiento. Ponen aranceles a los países aliados, intentan aumentar el propio territorio a costa de otros países, amenazan o castigan a quienes les muestran desacuerdo y solo consideran amigos a los países que se les someten totalmente. Hacer grande de nuevo a Estados Unidos significa para estos millonarios en el poder, estar por encima de todos y oprimir y someter a quienes tengan posiciones diferentes en asuntos que choquen con los intereses imperiales.

Quiénes son los multimillonarios más ricos del mundo en la tecnología, según Forbes

 Las grandes fortunas del año provienen de sectores que cruzan inteligencia artificial, espacio y plataformas digitales

Con fortunas ligadas a la
Con fortunas ligadas a la inteligencia artificial, el espacio y la nube, los gigantes del sector redefinen el poder global - (Imagen Ilustrativa Infobae)

Cada año el listado de multimillonarios de Forbes ofrece un mapa actualizado del poder económico global. En su edición 2025, el ranking rompe todos los récords: 3.028 personas acumulan fortunas que, en conjunto, alcanzan los USD 16,1 billones. Pero dentro de este universo de cifras astronómicas, hay un grupo que no solo lidera por dinero, también por influencia, los protagonistas del sector tecnológico.

David Rieff, lo 'woke' y el ocaso de la cultura

 Deberíamos preguntarnos por qué la sociedad occidental ya no necesita la literatura y el arte como hace un siglo. El escritor norteamericano hace este ejercicio intelectual en Deseo y destino, un ensayo lleno de nervio, lucidez y sentido del humor sobre las raíces culturales del movimiento woke

Cubierta del libro 'In Navigating Woke Culture: Challenges and Perspectives', de Eduard Thompson.

Debería resultar evidente que Shakespeare no hablaba en nombre de los europeos blancos, al igual que el gran poeta sánscrito del siglo VI Bharavi no hablaba en nombre de la India en su Kiratarjuniya”. En su nuevo y revulsivo ensayo, Deseo y destino (Debate, traducción de Aurelio Major), David Rieff acierta a desnudar con estas palabras uno de los muchos presupuestos falsos en los que se ha basado lo que Harold Bloom llamó la escuela del resentimiento y que se ha dedicado a desautorizar a la tradición occidental porque, según Rieff, “el arte verdadero, el arte que motiva a lo largo del tiempo y el espacio y puede fascinar, conmover, entristecer y deleitar a gente que no podría ser más ajena a la Inglaterra isabelina o a la dinastía Ganga occidental, es demasiado peligroso, demasiado autónomo y demasiado incontrolable, razón por la cual resulta tan amenazante para los apparátchiks culturales de la anglosfera contemporánea. Y por ello intentan, y a menudo consiguen, estrangularlo”.

Con nervio, lucidez, sentido del humor y capacidad de persuasión, Rieff planta cara a lo que se viene llamando movimiento woke y que, a su juicio, no sería sino un simulacro de rebeldía que el sistema capitalista habría absorbido complaciente para “diversificar la clase dominante” y asegurar sin amenazas reales el beneficio de las grandes corporaciones. Desde que la izquierda abandonó el análisis económico y se volcó en las políticas de identidad –en el culto a la diferencia–, la derecha se habría aprovechado de su desarme moral e intelectual para afianzar el status quo. “La tragedia de lo woke para esta civilización moribunda”, escribe Rieff, “es que, en un sentido importante, ofrece a la cultura comercial la legitimación moral de su mediocridad”. Hay ahí un asunto complejo y relevante que está determinando el actual estado de la imaginación pública y en el que conviene detenerse.

David Rieff

Según Rieff, se podrían concretar los orígenes de las simplificaciones woke en cuatro antecedentes: “la pretensión comunista de crear un hombre nuevo; la satanización del pasado en la Revolución Cultural china, aunada al empeño en que la gente manifestara su repudio a aquel en público; la vetusta ilusión europea de que las sociedades premodernas eran en esencia moralmente inocentes, y la revolución terapéutica que popularizó (lo que Freud tenía presente en un principio era, desde luego, algo bien distinto) y convirtió en fetiche un yo imperial merecedor de satisfacción por el mero hecho de serlo, y enfatizó que, si no podía hacerse realidad el relato que alguien se contaba a sí mismo, entonces uno u otro orden opresivo lo había estafado”.

Habría que matizar, antes de nada –como el propio Rieff, por otra parte, se preocupa de hacer en su ensayo–, que bajo la etiqueta woke se subsumen reivindicaciones y debates legítimos, algo que a menudo se olvida en la bronca y vulgar confrontación que le han opuesto los trumpistas de toda laya, una reacción que no hace sino perfeccionar la banalidad a la que pretende combatir. La verdadera cuestión está, por tanto, muy lejos de ese lodazal y comprende un radio moral y estético mucho más amplio y responsable.

Esos cuatro puntos que enumera Rieff como virtuales antecedentes del movimiento woke apuntan a los fundamentos de lo que podríamos llamar la escuela de la sospecha y que tuvo como principales tutores a Marx, Nietzsche y Freud. Todos ellos, por supuesto, llevaron a cabo una necesaria labor de zapa en su tiempo con respecto a la tradición heredada, abriendo nuevas formas de interpretación tanto en el campo social y económico como en el metafísico y psiquiátrico. Ahora bien, lo que la ideología dominante de raíz woke no ha logrado formular es justamente una crítica de esa sospecha entendida como una tradición heredada que debería poder revisarse con la misma hondura y severidad con que aquellos tres pensadores decimonónicos juzgaron la tradición que ellos habían recibido.

Habría que estudiar en serio hasta qué punto la deconstrucción del siglo XX, que en el fondo no consiste sino en notas al pie a Nietzsche y Heidegger, en un círculo delimitado también por la sombra de Marx y Freud, no desarmó a las siguientes generaciones para aceptar un cuerpo teórico que se asumió sin capacidad de réplica. La sospecha que se inoculó con ánimo incontestable tanto en el lenguaje como en el pasado, en los condicionantes psicológicos del sujeto lo mismo que en su historial económico, ha cegado al pensamiento para mantener vivo todo aquello que hizo posible, justamente, la alerta de Marx o Nietzsche.

Un pensador anterior a la posmodernidad como Ortega y Gasset, por ejemplo, hijo ya de Nietzsche, pudo en cambio someter toda la tradición occidental a un severo juicio desde sus raíces griegas hasta Heidegger manteniendo al mismo tiempo la confianza tanto en el lenguaje como en la propia tradición, en cuya imprevisibilidad cifró una “alegría alciónica del pensamiento” que protegía siempre la vida antes que la subjetividad imperante en la modernidad, la existencia antes que la teoría, el asombro ante todo cuanto hay antes que las personales estupefacciones.

Porque en el fenómeno vida, entendido como la realidad radical de cada uno, laten la historia y el sujeto de un modo que nada tiene que ver con esa concepción adanista y a la postre nihilista, nacida de “la pretensión comunista de crear un hombre nuevo” y “la satanización del pasado en la Revolución Cultural china”. Es así como el sujeto ha terminado por quedar aislado tanto de su pasado como de su mundo, dos ámbitos reducidos a una mera “agresión”, incapaz de ver nada más allá del propio relato terapéutico de una experiencia empobrecida y de una imaginación claudicante.

Y es ahí donde la crítica de David Rieff a Judith Butler, una de las pensadoras más influyentes y fraudulentas de nuestro tiempo, adquiere su verdadera trascendencia: “En las soleadas tierras altas de la visión de Butler, cada individuo no es un “mero” cualquiera, sino que siempre es la estrella del espectáculo, pero sin necesidad de productor ni director de reparto”. Según Rieff, “el paso es radical: de la “verdad” a “mi verdad”, y de las vicisitudes del destino a la supremacía del deseo. El destino, sin embargo, tiene la última palabra; siempre la ha tenido y siempre la tendrá. De eso, aunque sea lo único, podemos estar seguros.”

                                                 'Deseo y destino' DEBATE

Porque, entre tanto, el mundo surgido al calor de esta nueva concepción de la historia y de las humanidades no ha hecho sino afianzar lo peor de la visión utilitaria y mercantilista del hombre. China, último bastión teórico del comunismo, lidera hoy el comercio mundial gracias a su transformación en una República ultracapitalista sin libertades que a su vez estimula el proyecto de demolición de las democracias liberales en Occidente. Y Estados Unidos, productor de la doctrina woke en todo el orbe, impone sin resistencia su ley económica en todos los países que al mismo tiempo creen acoger en sus sistemas educativos la ilusión de una rebeldía que no es sino el señuelo de una destructiva capitulación civil. La imaginación, gracias a ese perverso mecanismo de distracción, se ha vuelto entre tanto tan dócil que nos ha dejado sin respuesta frente a lo peor de nosotros mismos, hipnotizados ante una nueva versión virtual del beau sauvage.

Y con esto volvemos a la cita inicial de Rieff sobre la alta cultura occidental, que en los últimos decenios ha sido deslegitimada como mero depósito de una serie de males enquistados relativos al machismo, el racismo, el clasismo y el etnocentrismo. Pero esa crítica, en muchos aspectos lícita y perfectamente discutible en sus formulaciones más inteligentes, ha terminado por olvidar que en la propia tradición se encuentra a menudo el mayor desafío a sí misma. Si tomamos como ejemplo lo que ocurría hace un siglo en Europa, veremos cómo las obras más revolucionarias, incómodas y disruptivas de su tiempo fueron las que se negaron a dar por terminado el pasado, revolviéndose contra la interpretación sumisa de la herencia recibida y obligando al lector a ver con otros ojos el canon que a un tiempo sacudían y encarnaban.

Es el caso de Joyce en el Ulises, tras cuya lectura ni Homero ni Dante ni Shakespeare dicen ya lo mismo, por no hablar de que el único lenguaje vivo en toda la novela es el de una mujer adúltera en su monólogo final, mientras que buena parte del resto está ya vigilado y determinado por la publicidad. Pocas expresiones habrá, por otro lado, tan contundentes y brutales acerca de la inestabilidad de la subjetividad o de la identidad sexual como La tierra baldía de Eliot. Y Rilke, en su poesía final, propuso una transformación ontológica tan radical y revolucionaria que aún no hemos sido capaces de calibrarla en toda su dimensión. Por no hablar de la representación sobre la imposibilidad de representación que Virginia Woolf llevó a cabo en Entre actos, su última y póstuma novela, preludio de nuestro actual problema.

Porque, entre tanto, el mundo surgido al calor de esta nueva concepción de la historia y de las humanidades no ha hecho sino afianzar lo peor de la visión utilitaria y mercantilista del hombre. China, último bastión teórico del comunismo, lidera hoy el comercio mundial gracias a su transformación en una República ultracapitalista sin libertades que a su vez estimula el proyecto de demolición de las democracias liberales en Occidente. Y Estados Unidos, productor de la doctrina woke en todo el orbe, impone sin resistencia su ley económica en todos los países que al mismo tiempo creen acoger en sus sistemas educativos la ilusión de una rebeldía que no es sino el señuelo de una destructiva capitulación civil. La imaginación, gracias a ese perverso mecanismo de distracción, se ha vuelto entre tanto tan dócil que nos ha dejado sin respuesta frente a lo peor de nosotros mismos, hipnotizados ante una nueva versión virtual del beau sauvage.

Y con esto volvemos a la cita inicial de Rieff sobre la alta cultura occidental, que en los últimos decenios ha sido deslegitimada como mero depósito de una serie de males enquistados relativos al machismo, el racismo, el clasismo y el etnocentrismo. Pero esa crítica, en muchos aspectos lícita y perfectamente discutible en sus formulaciones más inteligentes, ha terminado por olvidar que en la propia tradición se encuentra a menudo el mayor desafío a sí misma. Si tomamos como ejemplo lo que ocurría hace un siglo en Europa, veremos cómo las obras más revolucionarias, incómodas y disruptivas de su tiempo fueron las que se negaron a dar por terminado el pasado, revolviéndose contra la interpretación sumisa de la herencia recibida y obligando al lector a ver con otros ojos el canon que a un tiempo sacudían y encarnaban.

Es el caso de Joyce en el Ulises, tras cuya lectura ni Homero ni Dante ni Shakespeare dicen ya lo mismo, por no hablar de que el único lenguaje vivo en toda la novela es el de una mujer adúltera en su monólogo final, mientras que buena parte del resto está ya vigilado y determinado por la publicidad. Pocas expresiones habrá, por otro lado, tan contundentes y brutales acerca de la inestabilidad de la subjetividad o de la identidad sexual como La tierra baldía de Eliot. Y Rilke, en su poesía final, propuso una transformación ontológica tan radical y revolucionaria que aún no hemos sido capaces de calibrarla en toda su dimensión. Por no hablar de la representación sobre la imposibilidad de representación que Virginia Woolf llevó a cabo en Entre actos, su última y póstuma novela, preludio de nuestro actual problema.

También deberíamos preguntarnos por qué la sociedad occidental ya no necesita la literatura y el arte como hace un siglo. Tal vez buena parte de lo que antes era el talento artístico ha emigrado al mundo de la tecnología, en cuyo nuevo hábitat virtual quizá más pronto que tarde la juventud más concienciada se verá obligada a formular una crítica que ponga en duda los supuestos de esa estructura. No lo sabemos y de momento no hay síntomas de ello, pero el estudio de las pasadas crisis históricas nos enseña que toda gran transformación tecnológica, desde la invención misma de la escritura hasta la imprenta, termina siempre por desarrollar sus propios anticuerpos.

En ese sentido hay en el libro de Rieff un intrigante paréntesis que quizá hubiera merecido mayor desarrollo y que esperamos sea el fruto de un futuro ensayo. Dice así: “Solo despachando a la degradada civilización occidental vigente se puede allanar el camino de una nueva alta cultura que será creada, estoy casi convencido de ello, en el noreste de Asia y la India”. ¿Por qué exactamente en esa parte del mundo? ¿Y significa ello que los restos de la mejor cultura occidental emigrarán a esos países o que ellos defenderán una alta cultura propia? Ojalá podamos leerlo pronto.

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