—Iniciamos con un tema que me interesa particularmente, la frase de Antonio Gramsci con la cual abres tu libro sobre historia y memoria: “La historia es siempre contemporánea, es decir política”. La idea de contemporaneidad suele utilizarse refiriéndose a una periodización, como fórmula de libro de texto, designando un periodo que inicia en un momento y acaba en otro. Me parece que la palabra contiene un aspecto teórico que apunta hacia desafíos para pensar los procesos históricos, más aún si se relaciona con la política: la contemporaneidad como articulación entre pasado y presente y la política como vector que puede vincular éstas temporalidades. ¿Por qué escogiste esta frase para iniciar tu libro?
—Es una frase que Gramsci tomó de Benedetto Croce y que remite a concepciones distintas de la historia, como lo son la liberal y la marxista. Decidí usar esta cita porque mi libro es una reflexión sobre la relación entre historia, memoria y política. Me pareció un buen comienzo. Sin embargo, pienso que la historiografía había fructuosamente puesto en discusión un determinado paradigma político de la contemporaneidad. No obstante, este paradigma político ha sido recuperado en los últimos años en una dirección discutible: ha sido resucitada una concepción liberal de la historia que había estado profundamente cuestionada en las décadas pasadas. La política es una dimensión de la historia pero no su dimensión exclusiva. A partir de los años 60 se desarrolló la historia social, inclusive una historia social de la política y de la cultura. Ahora regresamos a una historia política del mundo contemporáneo que es a menudo una historia ideológica. Escogí esta frase para abordar la historia política pero desmitificando su fachada y explorando sus contradicciones. Hablando del problema de la periodización, si adoptamos este paradigma político podemos recorrer la historia del mundo contemporáneo a través de cierto esquema interpretativo que incluye determinadas etapas, pero si adoptamos otros enfoques la historia cambia.
Entrevista a Enzo Traverso (Cornell University), 2019
¿Debemos considerar el surgimiento de la nueva derecha a escala global como un retorno al fascismo clásico de la década de 1930, o más bien como un fenómeno completamente nuevo? ¿Cómo definirlo y cómo contrastarlo? Una premisa fundamental para el surgimiento del posfascismo reside en la falta de una alternativa de izquierda al neoliberalismo. El socialismo tiene que ser reinventado…
Por Nicolás Allen y Matías Cortés
JACOBIN, 04/02/19
«El ascenso de Bolsonaro en Brasil, Trump en los EE. UU. Y la extrema derecha en toda Europa tiene la palabra «fascismo» en boca de todos.Pero esa derecha en ascenso es distinta del fascismo del siglo xx en aspectos clave.
Francia, Italia, Hungría, Polonia, Austria, incluso países por un tiempo ajenos a esto como España y Alemania; la lista de países que se encuentran bajo la sombra de la extrema derecha está creciendo. El triunfo de Bolsonaro en Brasil y la presidencia de Trump en los Estados Unidos han abierto un debate sobre la escala planetaria de lo que alguna vez pareció un fenómeno basado en Europa.
El debate vuelve inevitablemente a la cuestión del fascismo. ¿Cómo entendemos los movimientos de extrema derecha que evocan su memoria pero emergen en un contexto histórico radicalmente diferente, hablando un idioma diferente al de «la sangre y el suelo» del siglo XX?
En Las nuevas caras del fascismo, el historiador Enzo Traverso apunta a este blanco móvil. El resultado es el «posfascismo», el intento de Traverso de formular una respuesta que pueda explicar las continuidades históricas y las discontinuidades entre el fascismo clásico y una derecha radical que tiene un gran parecido familiar.
Nicolas Allen y Martín Cortés hablaron con Traverso para discutir el intento de la derecha radical de auto-reinvención y cómo la izquierda también podría reinventarse y seguir el ritmo.
En las siguientes líneas se plantean algunos elementos de reflexión sobre el problema de la violencia en el siglo XX. Esta ponencia será un acercamiento muy general a este tema y a la relación que las violencias denominadas totalitarias del siglo XX tienen con el proceso de civilización y con la modernidad.
Decir que el siglo XX es un siglo profundamente marcado por la violencia es una banalidad que ingresó en nuestra conciencia histórica hace más o menos una década, cuando en nuestras representaciones del pasado y de la historia del siglo XX se cruzó, en cierta manera, un lugar central como Auschwitz con la caída de la Unión Soviética, con la caída del comunismo soviético como régimen político y como fenómeno histórico concreto. De repente, el comunismo empezó a interpretarse como un acontecimiento histórico «acabado», y su historia, muy compleja y de caras diferentes y contradictorias, fue reducida exclusivamente a una historia de violencia.
El economista: «Todo esto nos genera ansiedad porque desconocemos las cosas, pero las usamos a diario. Es como usar una aspiradora sin saber cómo funciona. Ocupamos un lugar secundario, como consumidores ignorantes».
Una tecnología en rápida evolución, manipulada por el capitalismo y que lo domina todo, mientras que las personas se ven cada vez más afectadas por la ansiedad debido a la falta de control sobre los procesos y productos que utilizan. Esta es la tesis de la economista Loretta Napoleoni en su último ensayo, Tecnocapitalismo: El auge de los nuevos oligarcas y la lucha por el bien común (Meltemi). En este libro, la autora analiza las criptomonedas como respuesta a la desconfianza en el Estado y se centra en las crisis climática y energética.
«Necesitamos una teoría económica nueva, y hasta ese
momento, no podemos hablar de contrato social»
Nuria del Viso
Responsable del Área de Paz de CIP-Ecosocial y coordinadora del boletín ECOS
La economista Loretta Napoleoni es una de las expertas más respetadas en
conocimiento de las finanzas de los grupos terroristas internacionales,
trabajo que recogió principalmente en su libro Yihad. Su continua
exploración del “lado oscuro” de las finanzas globalizadas le llevó a
publicar Terror Incorporated y Economía canalla, para introducirnos
después –en La mordaza– en «las verdaderas razones de la crisis
económica». Con Maonomics, vuelve a hacernos reflexionar sobre el
sistema capitalista occidental en la era de la globalización y sus
limitaciones a través de una mirada al rápido ascenso de China. En esta
entrevista examina el significado del modelo chino y sus posibles efectos a
largo plazo a escala global.
– Usted sostiene que en Occidente ha prevalecido una interpretación errónea
acerca de lo que ha significado la globalización y la caída del muro de Berlín. Esa
interpretación identificaba globalización con “occidentalización” del mundo y a la
democracia liberal como la forma más lograda y universal de gobierno. Parece que
el ascenso de China ha venido a desmentir esta lectura dominante en las últimas
décadas. ¿Cómo deberíamos interpretar ambos acontecimientos?
–
La explicación de por qué Occidente no ha ganado tanto como China en el proceso de
globalización es que no aprovechó la caída del Muro de Berlín para impulsar una unión
mayor dentro de Occidente. En realidad, se utilizó únicamente como oportunidad para la
expansión del capitalismo y de los mercados de cada país. Americanos, italianos,
alemanes y otros fueron a Europa del este a hacer negocios; no fueron a impulsar la
democracia. Y, como sabemos, la democracia no se puede exportar, no es como la
Coca-cola, sino que debe conquistarla por cada pueblo, como ha ocurrido en el norte de
África. Se trata de un proceso muy largo y no es perfecto; además, debe ser un proyecto
endógeno individual de cada país. Sin embargo, si reflexionamos sobre la caída del Muro
de Berlín vemos que eso no ocurrió en ese caso. En realidad, esos países fueron víctima
primero con el comunismo y después con el capitalismo, y sólo ahora, veinte años después, comienzan su proceso de independencia política; algunos países, por ejemplo
Hungría, quieren regresar al sistema anterior. La democracia no es algo que se pueda
crear en un día destruyendo un muro, ese fue el error. En China entendieron que ese
había sido el problema y tenían miedo de que ocurriera allí lo que pasó en la ex Unión
Soviética. Se dieron cuenta de que tenían que cambiar y abrieron el sistema económico.
El sistema comunista de décadas anteriores ha caído no porque el capitalismo sea mejor,
sino por sus propios problemas internos, porque el sistema no funcionaba: no tenía
crecimiento suficiente, no garantizaba una buena vida a la población, etc. Todos los
imperios caen por problemas endógenos. En China el sistema tenía muchos problemas y
la idea fue abrir la economía, pero manteniendo el control sobre lo político. Además,
como dice Deng Xiaoping, «cuando cruzamos el río ponemos cada vez un pie en una
piedra», así que se ha llevardo a cabo muy lentamente, y ha marchado muy bien. De
este modo, en un contexto de globalización, en China hay una economía muy libre, pero
unas finanzas muy controladas por el gobierno. En contraste, en Occidente estamos
perdidos en este momento porque el sistema financiero, al final, nos estrangula. Los
problemas que atraviesa Europa actualmente, y particularmente España, también están
relacionados con la caída del Muro.
– Vemos el imparable ascenso de China que, como Vd. afirma, “está haciendo
mejor el capitalismo que los propios países capitalistas” centrales. ¿En qué
sentido se puede hablar de “capi-comunismo” y en qué medida cabe contemplarlo
como un modelo exitoso?
–
Es un modelo de éxito para los países pobres. En África, por ejemplo, está funcionando
bien porque es un modelo de industrialización muy rápida similar al modelo de
industrialización que se implantó en Inglaterra. Los países africanos se encuentran en
una situación en la que no tienen nada, la gente es muy pobre y vive de la agricultura de
subsistencia. El modelo chino se adecúa a situaciones así, donde es necesario un rápido
desarrollo. Por supuesto, no puede funcionar en
Occidente, pero lo que sí podemos hacer –por eso
he escrito el libro Maonomics– es analizar el modelo
chino y modificar el nuestro en un sentido filosófico,
intelectual. ¿Por qué los chinos han tenido éxito?
Porque fueron pragmáticos. Nosotros podemos
preguntarnos ¿cómo puede un país comunista ser
un país capitalista?. Desde nuestro punto de vista,
que es muy ideológico, no es posible hacer algo así,
pero para los chinos sí lo es. En el libro hablo de esa
flexibilidad que supone la posibilidad de que la
ideología no condicione nuestra política. Todo es
posible, todo se puede hacer si con ello se hace el
bien al país. Por ejemplo, ahora en España o en
Italia no hay un debate sobre la posibilidad de salir
del euro. Es un tabú. Ayer estuve hablando de estas
propuestas con el movimiento 15-M, como antes lo
había hecho en Italia. Por qué no planteamos la posibilidad de salir del euro y hacer un
default voluntario como ha hecho Islandia. En ambos lugares noté bastante sorpresa
ante estas ideas. El problema es que nosotros no tenemos esa flexibilidad intelectual; el
mundo es así, en blanco y negro, y ya está. Creo que es un problema intelectual de
nuestra cultura, de nuestras raíces cristianas, donde todo se divide entre bueno y malo.
«Occidente no
aprovechó la caída del
Muro de Berlín para
impulsar una mayor
unión, sino sólo para la
expansión del
capitalismo y de los
mercados de cada país
en Europa del este.
Fueron allí a hacer
negocios, no a impulsar
la democracia»
– Al nivel geopolítico, el poder se desplaza de Occidente a Oriente. El modelo chino
contiene mucho de comercio y menos de supremacía militar o democracia según la
entendemos nosotros. Usted relata la relación de igual a igual China-África carente del componente (neo)colonial que imprime Occidente– y basada en el
beneficio mutuo. Ello reporta a China, además, prestigio político en la escena
internacional. ¿Qué efectos –positivos o negativos– puede tener el ascenso de
China como gran potencia (en un mundo multipolar)? ¿Qué aspecto puede tener
ese nuevo mundo donde ha triunfado el modelo chino?
–
En el mundo multipolar que se avecina, creo que el modelo chino va a ser uno de los
modelos más populares. En veinte años veremos en primera línea a los países
emergentes –actualmente, Brasil, India, China y Rusia–, pero también la emergencia de
otros países, por ejemplo, Sudáfrica o del norte de África, donde la presencia de China
es muy acusada. Angola va a aplicar el modelo chino. No hace falta que se convierta en
un país comunista, que no lo va a ser, pero sí un
régimen que elabore un contrato social con la
población: «muy bien, estamos aquí para gobernar con
tu consenso y por tu interés, haciendo las cosas como
tu quieres; no quieres democracia, quieres el bienestar
económico y una buena vida, y nosotros nos ocupamos
de todo». Creo que ese va a ser un modelo muy
popular. ¿Va a ser un mundo mejor o peor…? Creo
que todavía no se puede decir, pero sin duda va a ser
un mundo en que algunas poblaciones que ahora viven
en la pobreza total van a salir de ella. Sin embargo hay
que tener en cuenta una amenaza; no tiene que ver
con la política ni con los derechos humanos, sino con los recursos naturales. Ése va a
ser en realidad el límite del mundo futuro. Occidente habla de desarrollar África, por
supuesto, todo el mundo tiene derecho al desarrollo, pero ¿qué incidencia va a tener esto
sobre los recursos? ¿qué va a pasar? Seguramente, va a haber guerras…
«La imagen de China
que se presenta en
Occidente como el
mayor contaminador
y consumidor de
recursos es un mito;
el problema real
somos nosotros»
– En relación con esta idea, usted describe el rápido desarrollo del modelo chino y
algunos progresos en materia social. Sin embargo, este modelo sigue basándose
en ideas como “progreso”, “desarrollo” y “crecimiento” que estuvieron en la base
de la Revolución Industrial occidental y que han terminado por provocar la crisis
ecológica global ¿No encuentra en este “desarrollismo” del modelo chino su
propio límite?, ¿puede encontrar ese modelo una respuesta a la necesidad de
compatibilizar el funcionamiento de la economía con el respeto a la naturaleza?
-
Bueno, sí. En el libro hablo de las enormes inversiones que los chinos han empezado a
hacer en energía alternativa. El gobierno chino sabe muy bien que el problema ecológico
es algo muy sentido por la población; ese es un elemento importante. Pero hay otro
elemento de tipo económico, y se refiere al hecho de que la energía de los hidrocarburos
cuesta mucho y va a costar más porque no tenemos bastante. Por esta razón, China ha
realizado inversiones en energía energía verde o alternativa. En base a su planificación,
en 2020 el consumo de energía procederá de fuentes de energía alternativa en un
porcentaje muy elevado; como tienen la visión y el dinero, por descontado que lo van a
lograr. A pesar de ello, aunque China reduzca el consumo de hidrocarburos, no va a ser
suficiente para el mundo en su conjunto porque el problema real es Occidente. EE UU
consume tres veces lo que consumimos los europeos, y los europeos consumimos
mucho más de lo que consumen los chinos. Estuve en China hace dos años y allí he
visto cosas sorprendentes. Por ejemplo, lo reciclan absolutamente todo, y ¡esto forma
parte ya de una mentalidad!… Occidente está muy lejos en este sentido. La imagen de
China que se presenta en Occidente como el mayor contaminador y consumidor de
recursos es un mito. El problema somos nosotros.
– Usted sitúa el punto de arranque de la actual crisis financiera en la respuesta que
se dio al 11-S –la “guerra contra el terrorismo”– que llevó a EEUU a iniciar dos
guerras y al endeudamiento y la bajada de los tipos de interés para financiarlas.
¿Podría entenderse también como el punto de inflexión de la decadencia de la
democracia Occidental al fulminar toda una tradición legal con la invasión países y
casos como Guantánamo, Abu Ghraib y las extraordinary renditions?
–
Sí, el 11-S ha sido un momento histórico fundamental. Lo que Obama Bin Laden queria
hacer era destruir el imperio económico americano. Ya en 1998 él hablaba de destruir al
enemigo lejano –EE UU–, porque el enemigo cercano son los regímenes árabes
corruptos y oligárquicos con los que EE UU tiene relaciones políticas, militares y
económicas importantes y, además, les financia. De modo que Bin Laden piensa en
destruir el poder económico del enemigo lejano
para poder hacer su revolución en los países
árabes. En realidad esto no ha funcionado. Lo que
hemos visto en los países árabes durante la
“primavera árabe” ha sido una revolución
democrática, no una revolución islámica. El 11-S es
el comienzo de la decadencia de Occidente, que no
es sólo una decadencia económica, sino tambien
política, social, ideológica, existencial…, en
definitiva, no somos ya lo que fuimos porque ya no
tenemos principios morales. Cuando publiqué el libro Maonomics me preguntaban mucho
sobre los derechos humanos en China. Pero Occidente, por ejemplo, ha mantenido una
relación muy estrecha con Gadafi. ¡Hacemos negocios con personas así! Eso muestra el
doble rasero de Occidente.
«El sistema comunista
de décadas anteriores
ha caído no porque el
capitalismo sea mejor,
sino por sus propios
problemas internos»
– La democracia liberal está en apuros por lo que acabamos de comentar y porque
el neoliberalismo la vacía de contenido al tomar como rehén a la clase política y
como lacayos a los medios de comunicación; por otro lado, el éxito de China,
todavía oficialmente comunista, rompe el mito de que sin democracia no puede
haber bienestar ni progreso. Ante la ruptura del contrato social que se fraguó
después de la II Guerra Mundial, usted urge a elaborar uno nuevo y a introducir una
era de postglobalización ¿Qué elementos deberían estar presentes en uno y en
otra? –
En China el nuevo contrato social consiste, como decíamos antes, en que el gobierno
promete y garantiza a la población el crecimiento económico, que supone una mejora del
bienestar social y la buena vida, y por lo que se refiere al ámbito político la población lo
deja en manos del gobierno. Los chinos aceptan esta solución y creo que nosotros
también lo haríamos porque actualmente lo que más asusta a la gente son las cuestiones
relacionadas con la crisis económica –el paro, un trabajo que no proporciona bastante
para vivir, etc.–. China lo puede hacer porque el modelo de capi-comunismo funciona
sólo en una realidad como la de China o África, pero no creo que funcionara aquí;
nosotros necesitamos otro modelo, aunque no tengo una solución. Nesitamos una teoría
económica para una sociedad postindustrial y la única teoría económica que tenemos es
la de Marx, que nos habla de ir a una sociedad sin clases, comunista, y que sabemos
muy bien que no ha funcionado; lo hemos visto en la Unión Soviética y en la fase anterior
de China. Entonces, ¿cuál es el modelo?. Hasta que no desarrollemos un modelo, no
podemos hablar de contrato social. Ese es el problema de la decadencia en Occidente.
En realidad, sin una solución al problema, no vamos a ninguna parte. No tenemos
economistas que hayan desarrollado una teoría alternativa, eso es una tragedia.
– Hay otros enfoques, el de la economía ecológica, por ejemplo… –
Pero en realidad, no. El decrecimiento, por ejemplo, no es una teoría económica, es
una solución a algunos problemas concretos. Lo que en realidad necesitamos es una
teoría económica nueva. Los chinos tienen el capi-comunismo, que es una teoría, y
deberíamos ir a algo así. El decrecimiento puede ser un enfoque acertado para algunas
cuestiones, pero no nos va a resolver el problema. Por ejemplo, ¿qué hacemos con el
sector financiero?, el decrecimiento no tiene una teoría al respecto. No es suficiente. No
puede haber decrecimiento y finanzas libres como tenemos ahora. Necesitamos un
pensador o pensadora que alumbre una nueva teoría, pero ¡ya no tenemos filósofos!
(salvo alguna excepción). Así que, tampoco tengo una respuesta sobre el asunto del
nuevo contrato social. En China, hombres como Deng Xiaoping tuvieron visión; en
Occidente no veo políticos así, es política de TV. En el libro me refiero a los políticos
como actores que están sólo para ganar elecciones. Al final, se impone el estilo de
Berlusconi: ganamos las elecciones y vamos a la TV. Faltan ideas y visión. Nos
movemos con horizontes muy cortos, con plazos de dos años, como en EE UU.
– ¿Qué opciones tenemos los ciudadanos cuando, como Vd. señala, “la vida
política está controlada por grupos de poder que se oponen a lo que la gente
reclama en la calle”? ¿Cómo “recuperar lo que es nuestro”, como Vd. sugiere?
–
El ciudadano debe movilizarse a través de manifestaciones pacíficas, salir a la calle,
como han hecho en el norte de África; por su parte, lo que hacen los indignados me
parece muy bueno. No es un proceso fácil ni rápido, por supuesto, pero debe ser un
proceso que movilice a la población en su conjunto. Creo que una posible vía sería salir
de la crisis con un gobierno técnico, que es en realidad el modelo chino: los dirigentes
que están actualmente en el poder en el Partido Comunista Chino son todos técnicos. En
el libro hablo de cómo se estructura el Partido Comunista Chino, que no es como
nuestros partidos, no se puede ingresar por las buenas, sino que hay que cumplir
algunos requisitos, hay que tener alguna característica profesional excepcional; se trata
de un proceso largo que dura varios años. De la clase política china de esta generación,
que saldrá en 2013, la mayoría son ingenieros porque es lo que exigía el momento
económico de industrialización y rápido crecimiento. Son técnicos, y comprenden muy
bien los problemas de su ámbito profesional. En Occidente bien podemos ver al frente
del Ministerio de Economía a alguien que no es economista, algo muy improbable en
China, donde son profesionales que conocen muy bien su materia.
– ¿En qué medida cabe contemplar el capi-comunismo como el modelo económico
del siglo XXI?
–
Yo pienso que, con variaciones y adaptado a cada país, va a ser el sistema económico
del siglo XXI. Creo que el mundo del siglo XXI va a ser un mundo posideológico, también
en Occidente.
La economista Loretta Napoleoni es una de las expertas más respetadas en conocimiento de las finanzas de los grupos terroristas internacionales, trabajo que ...
Falta(n): tecnocapitalismo | Realizar una búsqueda con lo siguiente: tecnocapitalismo
Entre análisis y propuestas, el nuevo libro de Loretta Napoleoni examina las implicaciones del "tecnocapitalismo", en el que unos pocos empresarios han adquirido un enorme poder gracias a una innovación abrumadora.
“Al final, la tecnología no es el problema. El problema somos nosotros". Como Loretta Napoleón, economista y periodista, resume la tesis central de su último libro "Tecnocapitalismo", aún no publicado en Italia pero ya disponible en inglés. En una era en la que la innovación tecnológica parece haber superado la capacidad de la sociedad para controlarla, Napoleoni sostiene que la respuesta al tecnocapitalismo no está en la tecnología en sí, sino en las decisiones políticas que tomamos.
Y desde la nacionalización de los sistemas de comunicaciones hasta la exploración espacial como nueva frontera, sus propuestas son tan provocativas como estimulantes.
El rescate de Donatella Colasanti, el 20 de septiembre de 1975. Sus captores la habían dado por muerta, pero ella sobrevivió al calvario y pidió ayuda desde adentro del baúl de un coche. (Wikipedia)
En septiembre de 1975, tres jóvenes romanos de clase media alta llevaron a dos chicas hasta una casa del balneario de San Felice Circeo, donde las torturaron y las violaron. Después, mataron a una de ellas y a la otra la dieron por muerta. Una sobreviviente valiente, un asesino que volvió a matar y otro que se escondió sin que nadie lo identificara. La película La Escuela Católica cuenta una versión libre de los hechos
Por estos días, la película “La escuela católica”, del director italiano Stéfano Mordini, es una de las más vistas en Netflix, donde se la promociona con uno de esos “ganchos” que nunca fallan: “Basada en una historia real”.
El aviso es cierto, aunque la historia que se cuenta en la pantalla es una versión libre – muy libre, tal vez – de uno de los crímenes que impactaron como un cross a la mandíbula a la convulsionada sociedad de los años ‘70, cuando la inestabilidad política, los asesinatos de la mafia y el accionar de las Brigadas Rojas ocupaban de manera casi excluyente las portadas de los diarios.
Se lo conoció como “la masacre de Circeo”, por el lugar donde ocurrió, una casa de fin de semana en San Felice Circeo, una ciudad balnearia cercana a Roma, donde tres hijos de “buenas familias” romanas llevaron con engaños y mantuvieron secuestradas, violaron y torturaron durante 36 horas a dos chicas de 17 y 19 años, mataron a una de ellas y la otra salvó su vida porque la creyeron muerta.
¿Cómo funcionan las inteligencias artificiales artistas? Analizamos el que parecía ser el último reducto de la creatividad humana.
Jose Valenzuela Ruiz 23 enero 2018
James Montgomery Flagg con un maniquí, 1913 | Library of Congress | Sin restricciones conocidas de derechos de autor
El desarrollo de inteligencias artificiales (IA) capaces de componer una melodía o pintar un cuadro surge del resultado de investigaciones que van desde el estudio de la mente humana y sus procesos creativos hasta el diseño de sistemas capaces de replicar los mecanismos cognitivos del cerebro del artista. Disciplinas como la neurociencia, la informática, la teoría del arte o la filosofía confluyen en un camino que nos lleva del descubrimiento de la chispa de la creatividad a su réplica en un sistema artificial. Un trabajo cuyo futuro nos hace plantearnos si el arte dejará en algún momento de ser considerado una actividad exclusivamente humana.
El filósofo hongkonés advoca por profundizar en la imaginación tecnológica que está al margen de la hegemonía capitalista y del colonialismo.
Victor G. García Castañeda 16 abril 2024
Charlamos con el filósofo Yuk Hui sobre el paso de la era industrial a la era cibernética, sobre la inutilidad de los discursos distópicos del presente y sobre la necesidad de apostar por una diversidad de pensamientos tecnológicos que logren hacer frente a la homogeneización del capitalismo.
«Quien sea que hable de “humanidad” está haciendo trampa». Yuk Hui inicia la conversación con esta advertencia que proviene de un parafraseo que alguna vez hizo Carl Schmitt de Pierre-Joseph Proudhon. Este enunciado es una muestra de la férrea actitud que Hui mantiene en contra de los discursos totalizadores de la modernidad. En cambio, para Hui, la íntima e inexorable relación que mantenemos con la tecnología solo puede ser pensada de manera fructífera si aceptamos que existe una multiplicidad de pensamientos tecnológicos localizados dentro de cosmologías particulares que garantizan su diversidad. Tal como no existe una sola humanidad, sino diversas humanidades, tampoco existe una sola tecnología, sino múltiples cosmotécnicas. Este es el proyecto filosófico que Hui ha desarrollado a lo largo de su relativamente corta pero prolífica carrera filosófica, la cual incluye obras como Sobre la existencia de los objetos digitales (Materia Oscura, 2023), Recursividad y contingencia (Caja Negra, 2022), Art and Cosmotechnics o su compilación de artículos Fragmentar el futuro (Caja Negra, 2020).
Hui es un caso un tanto anómalo en la historia de la filosofía de la técnica. A diferencia de la infame división entre dos tipos de filosofías de la técnica que propuso Carl Mitcham a finales de la década de los ochenta, es decir, una filosofía de corte más ingenieril y otra más humanista, Hui estudió primero Ingeniería de sistemas para eventualmente doctorarse en Filosofía bajo la supervisión de su mentor, Bernard Stiegler. Esta condición, que trasciende ambas disciplinas, le permite ofrecer una mirada informada en torno a nuestra condición contemporánea hipertecnificada.
Una mentira puede dar la vuelta a la tierra en el tiempo que tarda la verdad en ponerse los zapatos.” Mark Twain
Estupor. Consternación. Desconsuelo. A menudo cuesta entender el porqué de tanta falsedad. Nos seguimos llevando las manos a la cabeza cuando escuchamos bulos, imposturas, como si el mundo se hubiera convertido en un chismorreo constante. La información convertida en una algarabía de taberna, en una conversación de patio de colegio, donde insultos y calumnias se suceden a golpe de titular. Donald Trump alertando contra el paracetamol en embarazadas, las mentiras de Ayuso sobre la Covid o las de Mazón acerca de la Dana.Redes infestadas de noticias falsas, televisiones que difaman con desparpajo, escupiendo injuria y desprecio. La ofensa, antes un exceso aislado, se ha convertido en norma. Los gritos sustituyen el argumento, el escarnio ocupa el lugar del debate. Y las imágenes, propagadas como el fuego, nos producen un desánimo cada vez más profundo.
Muchos libros han intentado explicar el auge de los populismos y de la extrema derecha. Ensayos que buscan respuestas a una tendencia que parece imparable y que amenaza los propios cimientos de la democracia. Entre todos ellos destaca “Los ingenieros de caos” de Giuliano da Empoli (editorial Oberon). Publicado en 2019 y actualizado en 2024, este ensayo político analiza el trabajo de una nueva generación de estrategas: expertos en imagen, comunicación digital y manipulación de datos que, a través de las redes sociales y la explotación de las emociones, moldean la opinión pública y reconfiguran el orden social. Da Empoli muestra cómo estos «ingenieros» fabrican el desorden para canalizar mejor la ira popular, “arquitectos” como Steve Bannon en EE.UU., Gianroberto Casaleggio en Italia y Dominic Cummings en el Reino Unido. Lejos de ser marginales, estos actores desempeñan un papel decisivo en el ascenso de líderes populistas y el progresivo debilitamiento de las instituciones democráticas.
Periódicos y redes sociales saturados de mensajes incendiarios, diseñados deliberadamente para moldear ideologías. Cuervos oportunistas que se alimentan del desconcierto de ciudadanos que ven tambalearse su mundo, debilitado por la inoperancia de gobiernos que incumplen, una y otra vez, las promesas ilusorias de un mundo más próspero y seguro. “Detrás de la ira del público hay causas reales. Los votantes castigan a las fuerzas políticas tradicionales y se vuelven hacia líderes y movimientos cada vez más extremistas porque se sienten amenazados por una sociedad multiétnica y, en general, penalizados por los procesos de innovación y globalización que las élites les han hecho tragar a dosis elevadas durante el último cuarto de siglo” [Traducción propia].
Los ingenieros del caos comprendieron antes que nadie que la ira era una fuente de energía colosal y que podía explotarse mediante algoritmos para alcanzar cualquier objetivo. Un estudio reciente del MIT descubrió que la información falsa tiene, en promedio, un 70% más de probabilidades de compartirse en línea porque, por lo general, es más original y atractiva que la verdad. Según los investigadores, en redes sociales, la verdad tarda seis veces más que las noticias falsas en llegar a 1500 personas. La persuasión al servicio del fraude. La sugestión al servicio de la manipulación.
Al avivar la ira individual sin preocuparse por la coherencia del conjunto, el algoritmo de estos ingenieros disuelve las antiguas barreras ideológicas y reconfigura el conflicto político en torno a una oposición simplista entre «el pueblo» contra «las élites». La complejidad del mundo se traduce en fórmulas reduccionistas, hasta diluir los límites entre la verdad y la mentira. El populismo sustituye la verdad por una ficción movilizadora donde la mentira no se presenta como falsedad, sino como una verdad emocionalmente más poderosa que los hechos. Hannah Arendt advertía sobre el peligro de la mentira política: su amenaza no consiste solo en ocultar la realidad, sino en destruir el espacio común donde la verdad puede compartirse. Cuando la mentira se convierte en norma, los ciudadanos ya no saben qué creer, y la política degenera en una pura lucha de relatos.
Dos veces viuda, madre de familia numerosa, su escritura íntima brilla en sus novelas
Maja Pflug, traductora al alemán de Natalia Ginzburg, le dedica una hermosa biografía
Natalia Ginzburg nació en la via della Libertà en Palermo en 1916, un 14 de julio, un azar biográfico que marcó su destino. La libertad de pensamiento de la escritora italiana fue siempre su bandera y la mantuvo hasta el final. De la vejez solo temía "el fin del asombro".
Publicado por Siglo Veintiuno editores, Audazmente tímida. La vida de Natalia Ginzburg, de Maja Pflug, su traductora al alemán, recoge la trayectoria vital de una mujer que fue un pilar de la editorial Einaudi. Autora teatral, correctora de textos, traductora, ensayista, articulista, se movía en el reducido ámbito reservado a una minoría cultivada, pero mantenía la esperanza de alcanzar el éxito:
"Solo querría preguntarte si es posible agregar una cláusula que permita que, en el caso totalmente improbable de que algún día uno de mis libros tenga un éxito increíble, ustedes me den algo más de dinero, pongamos que a partir de la segunda o tercera edición; y esto solo para mantener esas esperanzas de riquezas imprevistas que, como sea, deben sostener a un escritor".
Qué hábil, que lista, que desgarradora que puede llegar a ser Natalia Ginzburg. Lo demuestra ampliamente en Vida imaginaria , un volumen que recoge una selección de los artículos que publicó en La Stampa y en el Corriere della Sera entre 1969 y 1974. El libro apareció publicado por primera vez en 1974, y además de los artículos incluía un texto entonces inédito, titulado justamente «Vita immag. He leído la traducción al castellano de Ana Ciurans Ferrándiz, publicada por Lumen en 2023.
El 1 de diciembre de 1963 un joven George Steiner publica en el Sunday Times el artículo «The regeneration of giants», en el que se encarama la novela de Lucien Rebatet Les Deux Étendards al considerarla una de las grandes obras de la literatura francesa de las últimas décadas. La noticia llega a Rebatet con unos meses de retraso por medio de un amigo. Cuando lee el artículo, eufórico, decide escribir a Steiner para agradecerle las palabras y, de paso, hacerle llegar algunas puntualizaciones sobre aspectos que, según Rebatet, el crítico no ha terminado de tratar del todo bien. La respuesta de Steiner es inmediata, y el efecto que tiene la lectura de la carta sobre Rebatet, devastadora. De hecho, Rebatet no entiende nada, no logra comprender nada de lo que le dice o le reprocha Steiner. Tan sólo consigue anotar en el periódico que se siente profundamente triste y —lo que no es fácil de asumir para el lector— plenamente confirmado en sus ideas antisemitas. Esta es una muestra clara de que ni la condena a muerte ni la cárcel hicieron cambiar de idea a Rebatet, la confirmación de que el monstruo bicéfalo sigue vivo: el escritor brillante y el finísimo crítico de arte por un lado, el fascista antisemita adorador de Hitler por el otro. Esta dualidad es lo que no puede concebir Steiner, lo que intenta contarse con todas sus fuerzas.
El inicio de la carta es ya toda una declaración de intenciones. Sin embargo, leída hoy no deja de hacer daño, también, porque nuestra cabeza se va hacia Gaza. La humanidad no ha dejado de mostrarse en cualquier época capaz de lo mejor y de lo peor; pero quizá de lo mejor cada vez en dosis más pequeñas, de lo peor a chorro hecho y sin reparos.