JULIO GARMENDIA
Escritor venezolano nacido en la hacienda El Molino, cerca de El Tocuyo, Estado Lara, el 9 de enero de 1898, y fallecido el 8 de julio de 1977 en Caracas. Autor de tres libros, publicados más o menos cada cuarto de siglo y que suman en total 24 cuentos: La tienda de muñecos (1927), La tuna de oro (1951) yLa hoja que no cayó en su otoño (1979). Vive en Europa entre 1923 y 1940. Publica en París, con Editorial Excelsior, su primer libro. Nombrado Cónsul de Venezuela en Génova (1929), Garmendia permanece siete años en esa ciudad. Entre 1936 y 1938 viaja por distintos países europeos y se encuentra en Viena al ocurrir la ocupación de Austria por los alemanes. Al contrario de todos, que huyen hacia lugares alejados de la guerra, toma un tren para Alemania, donde vive varios meses. En 1939 viaja a Noruega y desde allí a Venezuela, donde llega a comienzos de 1940. Se aloja para el resto de sus días en el hotel Cervantes de Caracas, y entonces conoce a la mujer de su vida, Hilda Kehrig, y comienza la escritura de su segundo libro, que aparece publicado por la Editorial Ávila Gráfica. Obtiene el Premio Municipal de Prosa y el Premio Nacional de Literatura. De obra breve y vida discreta, como un Juan Rulfo. Ninguno de sus dos libros incluye esa obra maestra del cuento, esa hoja terca que se niega a caer a pesar de la insistencia del otoño. Después de la muerte de Garmendia, el crítico Oscar Zambrano Urdaneta remedia la situación, para dicha de sus agradecidos lectores. Recoge entonces ocho cuentos inéditos en La hoja que no había caído en su otoño para la colección Las voces de Orfeo. Asimismo, realiza la compilación y el prólogo de Opiniones para después de la muerte, publicado por Monte Ávila en 1984 y compuesto de relatos, crónicas, crítica literaria y poemas.
En uno de mis primeros viajes a Caracas descubrí el hotel Cervantes, donde mi espíritu romántico me condujo a un incidente gracioso. Llegué de madrugada al terminal de La Bandera y, con el morral a la espalda, tomé un autobús para el centro de Caracas. Me bajé donde consideraba que era el centro, un territorio de domingo denominado El Silencio, que a esa hora por suerte hacía honor a su nombre, y comencé a caminar como loco en busca de un hotel. Después de una hora de sudorosa caminata, casi me voy de espaldas cuando leí HOTEL CERVANTES. Allí durmió Julio Garmendia 27 años, me dije, y crucé a toda carrera la avenida Urdaneta. Pedí una habitación, dejé el equipaje y me fui a vagabundear por Caracas. A un tiro de piedra del hotel, debajo del puente donde se encuentran las avenidas Urdaneta y Del Ejército, descubrí un coto de caza maravilloso: libros a precio de huevo. Hice mi cacería en este paraíso y otros que se me atravesaron por el camino. Al anochecer volví al hotel, agotado y feliz, y caí en la cama como un tronco. Pero no me dejaron dormir. Alguien tocó con desespero, una mujer, y preguntó por Julio. Le dije que no estaba. ¿Qué más podía decirle? Al rato oí un taconeo de señorita en apuros y otra vez preguntaron por Julio. Dije lo mismo. Y al rato otra vez. Era como si las mujeres se estuvieran turnando para venir a preguntar por julio. Qué envidia con ese señor. No creo que se tratara del fantasma del Garmendia, por supuesto, sino que otro señor que dedicaba su vida a otra clase de páginas. Al amanecer reconocí un asunto obvio: me había alojado en un hotel de putas. Sería un hotel decente cuando el señor Julio Garmendia era su huésped, veinte años atrás, pero ahora ciertamente había desmejorado. Busqué otro hotel esa mañana, no tanto por huir de las putas como por dormir un rato, pues mis maltrechos huesos lo estaban requiriendo con urgencia. Toda una semana me sumergí en las delicias de papel recién halladas en una Caracas cada vez más hundida en la miseria y fui feliz y a veces me reía y me decía que sería difícil olvidar la noche que pasé desvelado y virgen en un hotel de putas, y que sería bueno contarlo alguna vez.
Triunfo Arciniegas
Pamplona, 17 de abril de 2011
http://eltriunfodearciniegas.blogspot.com/search/label/Julio%20Garmendia
Biografía de Julio Garmendia
Sobre Julio Garmendia nos dice Eduardo Casanova en Literanova: “El Gusano de Luz” fue la última verdadera peña literaria de Caracas. Allí se reunían, especialmente los viernes en la tarde, Orlando Araujo, Manuel Bermúdez, Freddy Cornejo, Augusto Germán Orihuela, Pedro Francisco Lizardo, Roberto Lovera de Sola, Alexis Márquez Rodríguez, Domingo Miliani, Oscar Sambrano Urdaneta, Néstor Tablante y Garrido y muchos más (entre ellos yo), en torno al recuerdo de Enrique Bernardo Núñez y a la presencia casi fantasmal de Julio Garmendia, que llegaba siempre sin que nadie lo viera y se iba sin que nadie se enterara sino al cabo de un largo rato. Julio Garmendia, … con “La Tienda de Muñecos” (1927) fue el verdadero creador del realismo fantástico que varios años después haría mundialmente famoso a Jorge Luis Borges. Era un hombre bondadoso, quieto, verdaderamente humilde. En 1939, cuando empezó la guerra en Europa, estaba en Berlín, y recibió la orden de trasladarse a Copenhague, donde se alojó en la Pensión Languelinie, un lugar admirable que pude conocer en 1968. Desde el puerto, Don Julio veía pasar los barcos de guerra y submarinos alemanes, y de eso y de muchos otros temas hablamos larga y discretamente en aquellos días felices, entre 1970 y 1975. En 1977, como se apaga la candelita de una vela llevada por la brisa, Don Julio se fue de este mundo, en donde quedaron sus cuentos llenos de maravillas y el fracaso de un país, que ha debido, como Argentina con Borges, proclamar su nombre a los cuatro vientos y reclamarle al mundo su ingratitud.”
Biografía de Julio Garmendia: Nace en la hacienda “El Molino” de la ciudad del Tocuyo, estado Lara, el 9 de enero de 1898, hijo del Dr. Rafael Garmendia Rodríguez y de doña Celsa Murrieta. A causa de la temprana muerte de su madre, vive sus primeros años bajo el cuidado de su abuela en Barquisimeto. Tras cursar el bachillerato, llega a Caracas con su padre en 1915. A los 17 años, comienza una intensa labor como periodista en el diario El Universal y en distintas revistas de su época, al tiempo que participa activamente en los círculos intelectuales de la ciudad. Fue uno de los alumnos fundadores del Colegio “La Salle”. En 1909 publica un pequeño ensayo en el diario “El Eco Industrial”. En 1914 cursa estudios en el Instituto de Comercio de Caracas, los cuales abandona poco tiempo después para trabajar como redactor en el Diario “El Universal”. Se relaciona con integrantes de la llamada generación del 28. Como diplomático, trabajó en la Legación de Venezuela en París, luego fue Cónsul general en Génova, en Copenhague y Noruega desde 1923 hasta 1940.
En 1923 se traslada a Europa, y fija residencia en Roma, luego en París y más tarde en Génova. Allí ejerce el cargo de cónsul de Venezuela. Durante su estadía en esta ciudad, publica su primer libro, “La Tienda de Muñecos”, en 1927. La mayoría de los críticos coincide en atribuir a esta obra la inauguración del género fantástico en Venezuela; aunque reconocen que otros autores le preceden cronológicamente. De lo que no hay duda es que el libro representa una transgresión en la corriente literaria predominante en el país, que aún se encontraba muy apegada a las formas y temáticas propias del criollismo y modernismo. “La narrativa de Julio Garmendia es única en el Venezuela, logrando romper con el realismo y criollismo de la época en la que le toca desarrollarse, creando su propio perfil bajo la atmósfera de la ficción, lo fantástico, lo imaginario en donde predomina lo ingenuo, el profundo amor a la naturaleza y también el humor. Su obra no fue extensa, ni tan periódica, por lo que ha sido más la calidad de la misma la que ha dado el puesto de honor al escritor.”
Tras haber recorridos los países nórdicos, comienza a trabajar en lo que será su segundo libro, La tuna de oro, que no termina hasta 1961. En este texto el tono narrativo es mucho más oscuro, ayudado por el ambiente de la posteridad que presencia en sus viajes por Europa y que incide en sus lineamientos estéticos. La obra también retrata todos aquellos lugares asociados a su juventud en Venezuela. En 1973 obtuvo el Premio Nacional de Literatura (Venezuela), en 1976 le es otorgado la medalla Honor al Mérito. Don Julio Garmendia muere en Caracas el 9 de julio de 1977 a la edad de 79 años.
Fuente: Eduardo Casanova en Literanova, Diario El Informador de Barquisimeto
Julio Garmendia
El difunto y yo (fragmento)
" Aunque nadie, ni aun ella misma, había notado el delito de mi alter ego, la deshonra era irreparable y siempre vergonzosa a pesar del secreto. Las manos crispadas, erizados los cabellos, lleno de profundo estupor, salí de la alcoba en tanto que mi mujer, volviéndose de espaldas a la luz encendida, se dormía otra vez con la facilidad que da la extenuación; y fui a ahorcarme de una de las vigas del techo con una cuerda que hallé a mano. Al lado colgaba la jaula de Jesusito, el loro. Seguramente hice ruido en el momento de abandonarme como un péndulo en el aire, pues Jesusito, despertándose, esponjó las plumas de la cabeza y me gritó, como solía hacerlo:
- ¡Adiós, Doctor! "
El difunto y yo (fragmento)
" Aunque nadie, ni aun ella misma, había notado el delito de mi alter ego, la deshonra era irreparable y siempre vergonzosa a pesar del secreto. Las manos crispadas, erizados los cabellos, lleno de profundo estupor, salí de la alcoba en tanto que mi mujer, volviéndose de espaldas a la luz encendida, se dormía otra vez con la facilidad que da la extenuación; y fui a ahorcarme de una de las vigas del techo con una cuerda que hallé a mano. Al lado colgaba la jaula de Jesusito, el loro. Seguramente hice ruido en el momento de abandonarme como un péndulo en el aire, pues Jesusito, despertándose, esponjó las plumas de la cabeza y me gritó, como solía hacerlo:
- ¡Adiós, Doctor! "
Julio Garmendia
La tienda de muñecos (fragmento)
" Por sobre todas las cosas, él imponía a los muñecos el principio de autoridad y el respeto supersticioso al orden y las costumbres establecidas desde antaño en la tienda. Juzgaba que era conveniente inspirarles temor y tratarlos con dureza a fin de evitar la confusión, el desorden, la anarquía, portadores de ruina así en los humildes tenduchos como en los grandes imperios. Hallábase imbuido de aquellos erróneos principios en que se habla educado y que procuró inculcarme por todos los medios: viendo en mi persona el heredero que le sucedería en el gobierno de la tienda, me enseñaba los austeros procederes de un hombre de mando. En cuanto a Heriberto, el mozo que desde tiempo atrás servía en el negocio, mi padrino le equiparaba a los peores muñecos de cuerda y le trataba al igual de los maromeros de madera y los payasos de serrín, muy en boga entonces. A su modo de ver, Heriberto no tenía más seso que los muñecos en cuyo constante comercio habla concluido por adquirir, costumbres frívolas y afeminadas, y a tal punto subían en este particular sus escrúpulos, que desconfiaba de aquellos muñecos que habían salido de la tienda alguna vez, llevados por Heriberto, sin ser vendidos en definitiva. A estos desdichados acababa por separarlos de los demás, sospechando tal vez que habían adquirido hábitos perniciosos en las manos de Heriberto.
Así transcurrieron largos años, hasta que yo vine a ser un hombre maduro y mi padrino un anciano idéntico al abuelo que conocí en mi niñez. Habitábamos aún la trastienda, donde apenas si con mucha dificultad podíamos movernos entre los muñecos. Allí habla nacido yo, que así, aunque hijo legitimo de honestos padres, podía considerarme fruto de amores de trastienda, como suelen ser los héroes de cuentos picarescos.
Un día mi padrino se sintió mal.
-Se me nublan los ojos -me dijo- y confundo los abogados con las pelotas de goma, que en realidad están muy por encima.
-Me flaquean las piernas -continuó tomándome afectuosamente la mano- y no puedo ya recorrer sin fatiga la corta distancia que te separa de los bandidos. Por estos síntomas conozco que voy a morir, no me prometo muchas horas de vida y desde ahora heredas la Tienda de Muñecos.
Mi padrino pasó a hacerme extensas recomendaciones acerca del negocio. Hizo luego una pausa durante la cual lo vi pasear por la tienda y la trastienda su mirada ya próxima a extinguirse. Abarcaba así, sin duda, el vasto panorama del presente y del pasado, dentro de los estrechos muros tapizados de figurillas que hacían sus gestos acostumbrados y se mostraban en sus habituales posturas. De pronto, fijándose en los soldados, que ocupaban un compartimiento entero en los estantes, reflexionó:
-A estos guerreros les debemos largas horas de paz. Nos han dado buenas utilidades. Vender ejércitos es un negocio pingüe.
Yo insistía cerca de él a fin de que consintiera en llamar médicos que le vieran. Pero se limitó a mostrarme una gran caja que habla en un rincón.
-Encierra precisamente cantidad de sabios, profesores, doctores y otras eminencias de cartón y profundidades de serrín que ahí se han quedado sin venta y permanecen en la oscuridad que les conviene. No cifres, pues, mayores esperanzas en la utilidad de tal renglón. En cambio son deseables las muñecas de porcelana, que se colocan siempre con provecho; también las de pasta y celuloide suelen ser solicitadas, y hasta las de trapo encuentran salida. Y entre los animales -no lo olvides-, en especial te recomiendo a los asnos y los osos, que en todo tiempo fueron sostenes de nuestra casa. "
" Por sobre todas las cosas, él imponía a los muñecos el principio de autoridad y el respeto supersticioso al orden y las costumbres establecidas desde antaño en la tienda. Juzgaba que era conveniente inspirarles temor y tratarlos con dureza a fin de evitar la confusión, el desorden, la anarquía, portadores de ruina así en los humildes tenduchos como en los grandes imperios. Hallábase imbuido de aquellos erróneos principios en que se habla educado y que procuró inculcarme por todos los medios: viendo en mi persona el heredero que le sucedería en el gobierno de la tienda, me enseñaba los austeros procederes de un hombre de mando. En cuanto a Heriberto, el mozo que desde tiempo atrás servía en el negocio, mi padrino le equiparaba a los peores muñecos de cuerda y le trataba al igual de los maromeros de madera y los payasos de serrín, muy en boga entonces. A su modo de ver, Heriberto no tenía más seso que los muñecos en cuyo constante comercio habla concluido por adquirir, costumbres frívolas y afeminadas, y a tal punto subían en este particular sus escrúpulos, que desconfiaba de aquellos muñecos que habían salido de la tienda alguna vez, llevados por Heriberto, sin ser vendidos en definitiva. A estos desdichados acababa por separarlos de los demás, sospechando tal vez que habían adquirido hábitos perniciosos en las manos de Heriberto.
Así transcurrieron largos años, hasta que yo vine a ser un hombre maduro y mi padrino un anciano idéntico al abuelo que conocí en mi niñez. Habitábamos aún la trastienda, donde apenas si con mucha dificultad podíamos movernos entre los muñecos. Allí habla nacido yo, que así, aunque hijo legitimo de honestos padres, podía considerarme fruto de amores de trastienda, como suelen ser los héroes de cuentos picarescos.
Un día mi padrino se sintió mal.
-Se me nublan los ojos -me dijo- y confundo los abogados con las pelotas de goma, que en realidad están muy por encima.
-Me flaquean las piernas -continuó tomándome afectuosamente la mano- y no puedo ya recorrer sin fatiga la corta distancia que te separa de los bandidos. Por estos síntomas conozco que voy a morir, no me prometo muchas horas de vida y desde ahora heredas la Tienda de Muñecos.
Mi padrino pasó a hacerme extensas recomendaciones acerca del negocio. Hizo luego una pausa durante la cual lo vi pasear por la tienda y la trastienda su mirada ya próxima a extinguirse. Abarcaba así, sin duda, el vasto panorama del presente y del pasado, dentro de los estrechos muros tapizados de figurillas que hacían sus gestos acostumbrados y se mostraban en sus habituales posturas. De pronto, fijándose en los soldados, que ocupaban un compartimiento entero en los estantes, reflexionó:
-A estos guerreros les debemos largas horas de paz. Nos han dado buenas utilidades. Vender ejércitos es un negocio pingüe.
Yo insistía cerca de él a fin de que consintiera en llamar médicos que le vieran. Pero se limitó a mostrarme una gran caja que habla en un rincón.
-Encierra precisamente cantidad de sabios, profesores, doctores y otras eminencias de cartón y profundidades de serrín que ahí se han quedado sin venta y permanecen en la oscuridad que les conviene. No cifres, pues, mayores esperanzas en la utilidad de tal renglón. En cambio son deseables las muñecas de porcelana, que se colocan siempre con provecho; también las de pasta y celuloide suelen ser solicitadas, y hasta las de trapo encuentran salida. Y entre los animales -no lo olvides-, en especial te recomiendo a los asnos y los osos, que en todo tiempo fueron sostenes de nuestra casa. "
JULIO GARMENDIA
Escritor venezolano. Fue el introductor del realismo fantástico en la ficción hispanoamericana a través de su primer libro de cuentos, La tienda de muñecos (1927). El primer libro de cuentos fantásticos del argentino Jorge Luis Borges, Historia universal de la infamia (1933), fue publicado seis años más tarde. Fue a partir de la década de 1950 cuando la obra del venezolano Garmendia comenzó a ser revalorizada y colocada en el lugar que le corresponde. Fue él quien, a través del cuento fantástico, el cual cultivó en sus dos siguientes colecciones de relatos, La tuna de oro (1951) y La hoja que no había caído en su otoño (1979), reaccionó contra todas las formas monótonas y documentalistas de la ficción del modernismo y criollismo. Encontró así otro sendero, otro camino. También concibió diversos estudios críticos y asedios a los temas de su escritura, los cuales fueron reunidos en los volúmenes Opiniones para después de la muerte(1984) y La ventana encantada (1986). © eMe
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