Por Alberto
Adrianzén M.
A lberto
Adrianzén M. (*)
Un dato
relevante del año que pasó, además de los ya conocidos, es la incapacidad de la
izquierda (o del progresismo) por constituirse, cuando menos, en un actor de
mediana importancia en la política peruana. Su dificultad, para no insistir en
su incapacidad, es aún más evidente si se toma en cuenta lo que hoy sucede en
la región, pero sobre todo en países tan cercanos como Bolivia, Colombia y
Ecuador donde uno de los elementos centrales es la construcción de nuevas
representaciones políticas del campo popular.
A ello se
suman otros hechos de sello nacional: las dificultades del Ejecutivo y del
presidente García por legitimarse políticamente pese al buen año económico; las
protestas regionales que casi ponen en jaque al régimen; el giro abiertamente
derechista del gobierno; la progresiva desnacionalización de nuestra economía;
los inicios de la quiebra del estado de derecho que viene provocando el Jurado
Nacional de Elecciones al desacatar la sentencia del Tribunal Constitucional
respecto al referéndum de los fonavistas. Si bien la lista puede ser más larga,
los hechos reseñados son suficientes para mostrar cuán lejos está el
progresismo de la política hoy día.
Una de las
causas de esta medianía, es la ausencia de una izquierda moderna, reformista,
pero popular, capaz de organizar la política en función a la polaridad
izquierda y derecha; es decir, de delimitar campos para generar nuevas
identidades políticas. Y es que, luego de su crisis, la izquierda peruana se
movió entre lo que Martín Plot llama el "kitsch político" y la
"política ideológica". (El kitsch político. Edit. Prometeo Libros.
Argentina)
El primero,
es "aquel tipo de práctica política que tiende a reducir a un mínimo de
creatividad implícita a toda política democrática, limitándose a sí misma a la
manifestación de posiciones públicas que cumplan con la condición de haber sido
suficientemente testeadas acerca de su potencial aceptación pública. El kitsch
político implica, en breve, (…) el hecho de que el sentido que la acción asume
en el espacio político es determinada por la interpretación de los
espectadores".
El segundo
-que es lo inverso al kitsch político- "es ese tipo de práctica que, si
bien suele fundamentarse en claros e incluso innovadores principios, sin
embargo rechaza de manera categórica las limitaciones que cualquier acción
política democrática (…) encuentra en el juicio público del resto de los
cociudadanos".
La izquierda
(o los izquierdistas) del "kitsch político" sería aquella práctica
que hace seguidismo a la opinión pública. Se expresa en esta idea que para
hacer política solo se requiere un buen manejo de la opinión pública,
olvidándose que la política es una herramienta de transformación; pero también
en aquella otra que solo se mueve en el campo del sentido común sin
trasgredirlo. Son aquellos que buscan el centro, porque eso muestran las
encuestas como deseable; que hablan de incluir, olvidándose que todo acto de
inclusión político es al mismo tiempo un acto de delimitación de campos, de
fuerzas en conflicto porque existen intereses distintos. Es la izquierda -o,
mejor dicho los izquierdistas- que tienen que agradar primero a la derecha
(porque ahí se mueven) para poder hablar sobre la izquierda.
Los segundos
son los eternos dirigentes. La vieja izquierda (o los viejos izquierdistas) que
no entienden la realidad, ni el valor de la reforma y mucho menos de la
democracia. Son los autoritarios de siempre, los eternos "dueños" de
las organizaciones populares y del pensamiento progresista. Aquellos que creen
que "la historia está de su parte", que están "condenados a
vencer" y que se consideran los auténticos representantes del pueblo
cuando, en realidad, lo que defienden son pequeños intereses de grupos
minoritarios.
Por eso, si
la izquierda quiere dejar de ser irrelevante en el país tiene que optar: dejar
los círculos de la derecha y de los izquierdistas en los que se mueve. Acaso la
alternativa, como hoy ocurre en países como Ecuador, Bolivia o Colombia (más
allá de la opinión que se tenga de estos procesos) es la de construir una nueva
mayoría política de indudable sello popular.
Hoy la
legitimidad de una izquierda renovada no está ni en la derecha ni en los
pequeños círculos izquierdistas sino donde siempre estuvo: en las demandas y
sueños de un pueblo que hace tiempo busca ser mayoría en este país.
(*)
www.albertoadrianzen.org
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