ONCE Película Completa. Bellísima historia de amor Subtitulada en Castellano.




Amor y música

Gratísima sorpresa venida de Irlanda, de la mano de John Carney (1972), un director semidesconocido, que sin embargo ha cosechado admirables éxitos en su país, como en su debut November Afternoon o en las producciones televisivas Just in Time y Bachelors Walk. Después de este film su carrera promete, y mucho. Aquí ofrece una bellísima historia de amor, sencilla, sincera y realista, que fue galardonada con total merecimiento con el Premio del Público en el Festival de Sundance 2007.
El protagonista es un joven que cada día se aposta con su guitarra en Grafton Street, la calle peatonal más emblemática de Dublín. Un día, una chica que vende flores en la misma calle le escucha con gusto y le pregunta acerca de su vida. Él le explica que además de trabajar en un modesto negocio familiar, compone y canta sus propias canciones para sacar un dinero extra. Al día siguiente vuelven a verse, charlan y se divierten, y resulta que ella, de nacionalidad checa, tiene estudios de piano. Poco a poco comienzan a hacerse amigos, quedan para tocar juntos y pronto cada uno le cuenta al otro sus anhelos y tristezas en la vida y en el amor.
La gran originalidad del film es que está plagado de canciones, que son interpretadas por los dos protagonistas mientras se encuentran en plena calle, sentados a la vera de un piano, en un estudio de grabación, o incluso en un trayecto en autobús. Las canciones –que fueron compuestas especialmente para la película– son en verdad extraordinarias (sólo por ellas merecería con mucho pagar la entrada) y contienen unas letras llenas de sentido, que más que ayudar a la historia la desarrollan, pues no son un mero adorno sino esencia de la trama. Destacan algunas de ellas, como “Falling Slowly”, que cantan y tocan a dúo en la tienda de instrumentos, o el maravilloso y emocionante tema “If You Want Me”, cantado por ella en un nocturno y excepcional plano secuencia de una belleza abrumadora.

Y a este singularísimo musical se une una historia de amor portentosa, honda, discreta. El título de la película da pistas acerca de lo que vemos: el amor puede nacer de nuevo. Otra cosa es lo que se deba o no hacer con él, y en este sentido es ilustrativa una leve y velada referencia –nada casual– al Bogart de Casablanca. Hay en el film de Carney una valiente y enriquecedora visión de la familia, con personajes magníficamente resueltos, como el padre del protagonista. Y por otra parte, asombra, por lo inusual, que los actores, la mayoría de ellos no profesionales, alcancen tan altas cotas de perfección. Destacan, claro, el y ella, encarnados por el irlandés Glen Hansard (músico profesional y líder de la banda The Frames) y la checa Markéta Irglová, una joven instrumentista de diecinueve años. Sus papeles son inolvidables.

En conjunto, la película de John Carney es pequeña, y quizá ahí radica su enorme fuerza, una historia de personajes entrañables que despliegan en pantalla sus vivencias con enorme naturalidad. Nada en este film parece impostado, muy al revés transmite una gran autenticidad, y los propios acontecimientos que se narran, en sí mismos nada especiales, se revelan muy vitales y frescos, en parte gracias a las maravillosas canciones. Esta concepción de la película viene apuntalada por la puesta en escena muy realista y por un rodaje al estilo del cine independiente británico, con cámara en mano, película con grano, movimientos nerviosos y frecuente uso del primer plano. Y si bien es cierto que la fotografía puede resultar algo deficiente, también es ideal para captar la húmeda, romántica y a menudo sombría atmósfera del clima irlandés. 
El origen de la historia
El director John Carney fue músico antes que cineasta. De hecho, tocó el bajo entre 1991 y 1993 en la banda The Frames, fundada por Glen Hansard. Esta película era una apuesta muy personal.
Él mismo lo explica: "Como director con un pasado musical, siempre he querido hacer una película que, sin ser un "musical" tradicional (como los de los años 40), utilizara numerosas canciones para contar una historia moderna, una historia de amor. Al principio barajé varios proyectos pero los abandoné rápidamente por considerarlos demasiado ambiciosos. Quería encontrar una historia, de trama sencilla, que me permitiera usar canciones de una forma que el público moderno aceptara. Finalmente opté por la idea de un músico callejero en las calles de Dublín: una persona que al no tener nada, no tiene nada para perder. Desarrollé una sencilla historia de amor y le pedí a Glen Hansard que escribiera varias canciones. Durante los meses siguientes, Glen y yo intercambiamos ideas –una línea de diálogo aquí, una canción allá–. Ambos nos alimentamos del trabajo del otro. Cuando llevábamos 60 páginas ya habíamos compuesto 10 temas originales".

http://decine21.com/peliculas/once-10610
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HERMOSA PELÍCULA COMPLETA Vivir Su Vida / Vivre Sa Vie (1962) [Jean-Luc Godard] Subtitulado al Esp...



Sinopsis
Nana (Anna Karina) es una joven veinteañera de provincias que abandona a su marido y a su hijo para intentar iniciar una carrera como actriz en París. Sin dinero, para financiar su nueva vida comienza a trabajar en una tienda de discos en la que no gana mucho dinero. Al no poder pagar el alquiler, su casera la echa de casa, motivo por el que Nana decide ejercer la prostitución. (FILMAFFINITY)
Premios
1962: Festival de Venecia: Premio Especial del Jurado, Premio de la crítica Pasinetti
Críticas
  • "Un cine radicalmente opuesto a lo acostumbrado (...) Aventura intelectual (...) Godard huye de la narración lineal y de los planteamientos expositivos habituales."
  • "Una maravilla"


Vivre sa vie: Film en douze tableaux
Año
Duración
83 min.
País
 Francia
Director
Guión
Jean-Luc Godard
Música
Michel Legrand
Fotografía
Raoul Coutard (B&W)
Reparto
Película de culto












VIVIR SU VIDA (1962)


Película estructurada en doce episodios que está centrada en la figura femenina
de Nana (Anna Karina), una mujer que tiene que dedicarse a la prostitución para
eludir su precaria situación económica.
Con la “nouvelle vague” como vanguardia, irrumpiendo enérgicamente en el
cine de los sesenta, Jean Luc Godard, uno de sus principales exponentes,
y mito del movimiento con su película “A bout de souffle”, continúa su
evolución más madura y profunda con “Vivir su vida”, en la que, con Ana
Karina, su mujer, como eje del film, desarrolla uno de los ejercicios de
libertad formal más acertados de su carrera.
Con una fotografía directa, espontánea, heredera de los Doisneau o
Cartier-Bressons trasladados al cine, Godard cuenta un fragmento en la
vida y la evolución de una joven que acaba en la prostitución, de una
forma natural, sin ningún dramatismo, simplemente impulsada por el
estilo de vida impuesto en la sociedad del dinero.
Sin excusas, sin sensiblerías, evitando subrayados, expone el relato sin
darle ninguna importancia, dando un total efecto de normalidad a una
situación, en realidad, normal socialmente, aunque trascendental para su
protagonista.
La sensación de cotidianeidad, se ve perfectamente reforzada con el
lenguaje visual, esta vez más maduro y libre. Los encuadres informales,
la iluminación natural, los escenarios reales, por no decir del montaje,
rompen con cualquier escuela formalista, para dar al espectador una
presencia física dentro del film.
Lo que en la mayoría de los planteamientos tradicionales, hubiera sido
un melodrama o un film de denuncia, en Godard, la espontaneidad
aparente, moviéndose entre la ficción y el reportaje, logra un
acercamiento a los personajes tan natural como sencillo.
Un planteamiento que contribuirá a la consolidación de la semántica que
caracterizará las mejores obras del movimiento revolucionario del cine
por excelencia, en la década de las revoluciones.







Muere el pensador Zygmunt Bauman, ‘padre’ de la “modernidad líquida”


El sociólogo y filósofo polaco Zygmunt Bauman ha fallecido hoy, lunes, a los 91 años en la ciudad inglesa de Leeds, donde residía desde hacía años, ha adelantado el periódico de su país Gazeta Wyborzca. Era el creador del concepto de la "modernidad líquida" y fue uno de los intelectuales clave del siglo XX. Se mantuvo activo y trabajando hasta sus últimos momentos de vida.




Bauman nació en Poznan (Polonia) en 1925 y era un niño cuando su familia, judía, huyó del país y del nazismo a la URSS al comienzo de la II Guerra Mundial. Tras el conflicto volvió a su país, que nuevamente abandonó en 1968, desposeído de su puesto de profesor y expulsado del Partido Comunista en una purga marcada por el antisemitismo tras la guerra árabe-israelí. Bauman renunció a su nacionalidad, emigró a Tel Aviv y vivió en Israel hasta 1970.


Ha impartido clases en universidades de Estados Unidos, Australia y Canadá y es profesor emérito de Sociología de la Universidad de Leeds, que ha acogido la mayor parte de su carrera. Su obra, que arranca en los años cincuenta del pasado siglo, ha sido reconocida con premios como el Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades de 2010, que obtuvo junto a su colega Alain Touraine.


Las teorías de Bauman han ejercido gran influencia en los movimientos antiglobalización. Su obra ensayística alcanzó fama internacional en los 80 con títulos como Modernidad y holocausto (1989), donde define el exterminio de judíos por los nazis como un fenómeno relacionado con el desarrollo de la modernidad.


Entre sus obras más significativas destacan La modernidad líquida (2000), considerada su obra cumbre, en la que señalaba que el capitalismo globalizado estaba acabando con la solidez de la sociedad industrial; Amor líquido (2005) y Vida líquida (2006). Además es autor de títulos como La cultura como praxis (1973), La posmodernidad y sus descontentos (1997), La globalización: consecuencias humanas (1998), En búsqueda de la política (1999), La sociedad individualizada (2001) y Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias (2005).


Entre sus trabajos publicados en español se encuentran Miedo líquido. La sociedad contemporánea y sus temores (2007), Vida de consumo (2007), Archipiélago de excepciones (2008), Múltiples culturas, una sola humanidad (2008), El arte de la vida (2009) y Mundo consumo (2010).


Mensajeros de la globalización

Zygmunt Bauman, el filósofo de la modernidad líquida, reflexiona sobre la actitud de Europa ante la llegada de refugiados a sus costas




Residentes de la isla griega de Lesbos ayudan a unos refugiados a desembarcar. AP

Las fronteras no se trazan teniendo en cuenta las diferencias; las diferencias se buscan, se encuentran o se inventan en función de unas fronteras que ya han sido trazadas, o al menos así lo afirmó e ilustró profusamente el gran antropólogo noruego Fredrik Barth en su obra magna Grupos étnicos y fronteras. La organización social de la diferencia cultural (publicada en 1969).
Existe un deseo ferviente de buscar o inventar diferencias como forma de legitimar a posteriori la presencia de límites, para justificar la mutua separación y el doble lenguaje orwelliano, la táctica de las dos varas de medir y la diversidad de códigos de conducta pensados para favorecer y salvaguardar nada menos, y nada más, que muros de cemento de cuatro metros de alto, alambradas y cárceles o campamentos que aguardan a los intrusos.
Estamos viendo hoy cómo Europa se dedica a elevar las prácticas descritas por Barth, hasta ahora consideradas excentricidades de populistas sin escrúpulos, a la categoría de criterio legal autorizado y universalmente vinculante. La política que hasta hace poco se asociaba a un elemento marginal y errático de la sociedad europea está pasando a toda velocidad al centro del espectro político.

Esos nómadas sin hogar sacan a la luz la realidad de la (¿incurable?) fragilidad de nuestro confort

Desde el desastre ocurrido en octubre de 2013 frente a las costas de Lampedusa, “las políticas de los dirigentes europeos no han cambiado”, según escribía Maximilian Popp en su artículo Una mirada interna a la vergonzosa política de inmigración de la UE, publicado el 11 de septiembre de 2014 en Der Spiegel: “No existe casi vía legal para los refugiados en Europa: ni para la mayoría de los sirios, de los que muy pocos llegan a Alemania en condición de refugiados de cuota, ni para los iraquíes, ni para personas procedentes de países de África Occidental en dificultades. Quienes desean pedir asilo en la UE tienen que llegar antes de forma ilegal, en barcos de contrabandistas, ocultos en furgonetas o en vuelos comerciales con pasaportes falsos. La UE está cerrando sus puertas… La transformación de la Unión Europea en una fortaleza ha creado las condiciones que han causado tantas muertes ante sus fronteras. Muchos refugiados escogen la peligrosísima ruta del Mediterráneo porque Frontex está cerrando las rutas terrestres”.
A todos los efectos, la reacción de la UE ante la tragedia de 2013 en Lampedusa es una invitación permanente a sus innumerables repeticiones. La explosión de sentimientos fraternales desatada por la fotografía del cadáver de Aylan Kurdi ha sido breve, las fronteras de Europa están volviendo a fortificarse frente a los otros indeseados y las condiciones para entrar son cada día más estrictas.
Al mismo tiempo, las expresiones de solidaridad con los seres humanos que viven esta tragedia inhumana han quedado relegadas otra vez a los márgenes, de forma que el proscenio político queda a merced de los alarmistas, y el escenario público, en manos de la insensibilidad moral y la indiferencia. El debate político vuelve a recurrir al catálogo de argumentos más manidos, una mezcla de miedos económicos y de seguridad.

Hasta que nos enfrentamos a él, el desconocido sigue siendo extraño, incomunicado por naturaleza

En el debate actual no se ha estudiado suficientemente una de las causas fundamentales de esta respuesta apagada, tal vez la que inspira todas las demás reacciones. El hecho de que no podemos dejar de darnos cuenta de que la aparición masiva y repentina de desconocidos que llaman a nuestra puerta es un fenómeno que ni hemos provocado nosotros ni podemos controlar. No es extraño que, para muchos, las sucesivas oleadas de inmigrantes sean (parafraseando a Bertolt Brecht) “presagios de malas noticias”.
Nos recuerdan sin cesar lo que nos encantaría olvidar o, mejor aún, hacer desaparecer: unas fuerzas globales, distantes, que a veces se oyen, pero son intangibles, ocultas y misteriosas, y con la capacidad de inmiscuirse en nuestras vidas al mismo tiempo que desprecian e ignoran nuestras preferencias.
La verdadera culpa imperdonable de las víctimas colaterales de esas fuerzas, una vez que se han convertido en nómadas sin hogar, es que sacan a la luz la realidad de la (¿incurable?) fragilidad de nuestro confort y la seguridad de nuestro lugar en el mundo. Y por eso, por una lógica viciada, se tiende a verlas como unas tropas de vanguardia que están sentando sus cuarteles entre nosotros.

Estos nómadas, que no lo son de forma voluntaria, sino por el veredicto de un destino despiadado, nos recuerdan de manera irritante la  la fragilidad de nuestro bienestar

Estos nómadas, que lo son no de forma voluntaria, sino por el veredicto de un destino despiadado, nos recuerdan de manera irritante la vulnerabilidad de nuestra posición y la fragilidad de nuestro bienestar. Es una costumbre humana, demasiado humana, culpar y castigar a los mensajeros por el odioso contenido del mensaje que transmiten, en lugar de responsabilizar a las fuerzas mundiales incomprensibles, inescrutables, aterradoras y lógicamente resentidas que sospechamos que son las culpables del angustioso y humillante sentimiento de incertidumbre existencial que nos arrebata la confianza y causa estragos en nuestros planes de vida.
Y aunque no podemos hacer nada para controlar las asombrosas fuerzas de la globalización, escurridizas y lejanas, al menos podemos desviar el enfado que nos producen y descargarlo, por persona interpuesta, sobre sus consecuencias, que están cerca y a nuestro alcance.
Podemos, por así decir, exorcizar el impresionante espectro en una efigie. Como es natural, eso no sirve para cortar el problema de raíz, pero quizá puede aliviar durante un tiempo la humillación de nuestro infortunio y la incapacidad de luchar contra la precariedad inhabilitadora de nuestro hueco en el mundo.
Todo eso, repito, no toca ni de lejos las raíces de la tragedia humana que estamos presenciando, ni mucho menos la posibilidad de evitar que nos hunda aún más en las turbias aguas de la indiferencia moral y la inhumanidad; esas respuestas a este desastre humano equivalen a depositar los crueles dilemas que nos plantea, nuestras responsabilidades morales y nuestros remordimientos de conciencia en los hombros de otros, y, en una violación flagrante del imperativo moral categórico de Kant, hacer a otros lo que no querríamos que nos hicieran a nosotros.
Nos llaman a separar en vez de unir y, de esa forma, ayudar a las fuerzas globales descontroladas en el despliegue de su estrategia de divide y vencerás, la causa principal de esta catástrofe. Por muy costoso que sea ofrecer solidaridad a las víctimas deliberadas y colaterales de esas fuerzas, por muy dolorosos que puedan ser los sacrificios personales que se nos exigen ahora, esa es, a largo plazo, la única respuesta con posibilidades realistas de prevenir otros desastres humanos y el empeoramiento del actual.
Georg Simmel subrayó que el conflicto es un preludio a la integración: un instante de contacto, de impacto, un intento (fallido) de eliminar una mancha oscura de un paisaje limpio y la decisión de hacerle sitio en él. Hasta que nos enfrentamos a él, el desconocido sigue siendo extraño, extraño de pies a cabeza, incomunicado por naturaleza y de aquí a la eternidad.
El conflicto es llamar a una puerta completamente cerrada y pedir o exigir que se abra la mirilla y se examine con detalle al intruso. Los que están detrás de la puerta a la que es posible que llamen pueden reaccionar por adelantado instalando cerraduras más sólidas y rodeando la casa de cámaras de seguridad.
Si lo hacen, la comunicación —el camino real a la fusión de horizontes de Hans-Georg Gadamer— se rompe, o, mejor dicho, se corta de raíz. Simmel sugería que al margen de que el conflicto engendre amor u odio, puede proporcionar una salida de la jungla del aislamiento recíproco, aunque con la condición de que haya diálogo, que equivale al mutuo reconocimiento de que se comparte la condición humana; es decir, convirtiendo el muro de la frontera en un puente.
El primer obstáculo en la salida del aislamiento recíproco es el rechazo al diálogo: el silencio del distanciamiento, la falta de atención, el desprecio y la indiferencia. En lugar de amor y odio, la dialéctica del trazado de fronteras se concibe como una tríada de amor, odio e indiferencia o abandono.
Sobre el vicio o el pecado de la indiferencia, el papa Francisco dijo el 8 de julio de 2013, durante su visita a Lampedusa, el lugar y el instante en el que comenzó la marea actual de malestar y la posterior debacle moral: “Cuántos de nosotros, yo incluido, hemos perdido el rumbo; ya no estamos atentos al mundo en el que vivimos; no nos importa; no protegemos lo que Dios creó para todos, y acabamos siendo incapaces incluso de cuidar unos de otros. Y cuando la humanidad pierde el rumbo, se producen tragedias como la que hemos presenciado… Hay que hacerse la pregunta: ¿quién es responsable de la sangre de estos hermanos y hermanas nuestros? ¡Nadie! Esa es nuestra respuesta: no soy yo; yo no tengo nada que ver; debe de ser otra persona, pero desde luego yo no… En nuestro mundo, hoy, nadie se siente responsable; hemos perdido el sentido de la responsabilidad por nuestros hermanos y hermanas… La cultura del confort, que nos hace pensar solo en nosotros mismos, nos vuelve insensibles a los gritos de otras personas, nos empuja a vivir en pompas de jabón que, por bellas que sean, son insustanciales; ofrecen una ilusión vana y pasajera que desemboca en la indiferencia hacia los demás, incluso en la globalización de la indiferencia. En este mundo globalizado, hemos caído en la indiferencia globalizada. Nos hemos acostumbrado al sufrimiento de otros: no me afecta, no me preocupa, no es asunto mío”.
El papa Francisco nos llama a “eliminar la parte de Herodes que acecha en nuestros corazones; pidamos al Señor la gracia de llorar por nuestra indiferencia, de llorar por la crueldad de nuestro mundo, de nuestros propios corazones y de todos quienes, en el anonimato, toman decisiones sociales y económicas que abren la puerta a situaciones trágicas como esta. ¿Ha llorado alguien? ¿Ha llorado alguien hoy en nuestro mundo?”.
© Eutopia Magazine-creative commons. Este artículo ha sido escrito por Zygmunt Bauman, sociólogo, filósofo y ensayista polaco, para el webzine europeo Eutopia Magazine promovido por Galaxia Gutenberg, Editions du Seuil, Fischer Verlag y Editori Laterza con TIM, London School of Economics, SciencePO y Wissenschaft Zentrum. www.eutopiamagazine.eu.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

Paul Krugman La era de las falsas políticas (Premio Nobel de Economía)


Trump se va a dedicar a intervenciones llamativas pero triviales que ocultan sus verdaderos programas






El jueves, haciendo cálculos aproximados, 75.000 estadounidenses perdieron su empleo. Algunos de esos trabajadores encontrarán nuevas ocupaciones, pero muchos acabarán ganando menos, y otros seguirán en paro durante meses, o años.
Si les suena horrible, y se están preguntando qué catástrofe económica acaba de suceder, la respuesta es, ninguna. De hecho, estoy suponiendo sin más que el jueves fue un día normal para el mercado de trabajo.
Al fin y al cabo, la economía estadounidense es enorme y da empleo a 145 millones de personas. Además no para de cambiar: industrias y empresas ascienden y caen, y siempre hay perdedores y ganadores. El resultado es una "rotación" constante, con muchos empleos que desaparecen y muchos más que se crean nuevos. De media, al mes, hay 1,5 millones de bajas laborales "involuntarias" (lo opuesto a las renuncias voluntarias), o 75.000 por día laborable. De ahí mi cifra.
¿Por qué les cuento esto? Para resaltar la diferencia entre la política económica real y la falsa política que últimamente está recibiendo un exceso de atención en los medios informativos.
La política real, en un país tan grande y rico como Estados Unidos, implica grandes cantidades de dinero y afecta a grandes porciones de la economía. Derogar la Ley de Atención Sanitaria Asequible, una medida que arrebataría cientos de miles de millones en prestaciones de seguro de salud a familias de renta media y baja, y causaría la pérdida de cobertura médica para unos 30 millones de personas, entraría ciertamente en esta categoría.
Piensen, en cambio, en la noticia que dominó varios ciclos informativos hace unas semanas: la intervención de Donald Trump para impedir que Carrier [una empresa de aire acondicionado] trasladase puestos de trabajo a México. Algunos informes afirman que se han salvado 800 puestos de trabajo; otros señalan que la empresa sencillamente sustituirá a los trabajadores por máquinas. Pero aun aceptando la interpretación más positiva, por cada trabajador cuyo puesto se salvó en esa operación, aproximadamente otros cien perdieron su empleo el mismo día.
En otras palabras, tal vez pareciese que Trump estaba haciendo algo esencial al intervenir en Carrier, pero no es así. Era falsa política: un espectáculo pensado para impresionar a los ignorantes, no para conseguir verdaderos resultados.
Lo mismo puede decirse de la tan cacareada decisión de Ford de crear 700 puestos de trabajo en Michigan, o ya puestos, la poco documentada denuncia de Trump contra General Motors por fabricar el modelo Cruze de Chevrolet en México (esa fábrica surte principalmente a mercados extranjeros, no a Estados Unidos).
¿Ha tenido el Gobierno entrante algo que ver con la decisión de Ford? ¿Puede la presión política cambiar la estrategia de General Motors? Apenas tiene importancia: la intervención caso a caso desde arriba nunca va a tener un impacto significativo en una economía de 19 billones de dólares. ¿Por qué entonces estas noticias centran tanto la atención de los medios?
El incentivo del Gobierno entrante para hacer falsa política es evidente: es el homólogo natural del falso populismo. Trump obtuvo un abrumador respaldo de votantes blancos de clase trabajadora, que lo creían de su lado. Pero su verdadera agenda política, aparte de la inminente guerra comercial, es típico republicanismo moderno: enormes reducciones de impuestos para los multimillonarios y salvajes recortes de programas públicos, incluidos los que son esenciales para muchos de los votantes de Trump.
¿Qué puede hacer Trump para continuar con el engaño? La respuesta es: intervenciones llamativas pero triviales que puedan manipularse y presentarse como salvamento de unos cuantos puestos de trabajo aquí y allá. Esencialmente, esto solo equivaldrá a un error de redondeo en un país gigantesco. Pero tal vez funcione como estrategia de relaciones públicas, al menos durante un tiempo.
Tengan en cuenta que las grandes multinacionales tienen todos los incentivos para seguir la corriente. Supongan que son consejeros delegados y quieren ganarse el favor del nuevo Gobierno. Una de las cosas que pueden hacer, por supuesto, es darle negocio a los hoteles y otras empresas del presidente. Pero también pueden ayudar a generar titulares favorables a Trump.
Mantener unos cuantos empleos en Estados Unidos durante un par de años es una forma bastante barata de contribuir a la campaña; pretender que el Gobierno les ha convencido para que creen unos cuantos puestos de trabajo que de todos modos habrían creado es más barato aún.
Aun así, nada de esto funcionaría sin la complicidad de los medios de comunicación. Y no hablo de "noticias falsas", que se están convirtiendo de por sí en un gran problema; hablo de la información de medios informativos respetables y convencionales.
Lo siento, amigos, pero los titulares que repiten las afirmaciones de Trump sobre los puestos de trabajo que ha salvado sin transmitir la falsedad básica de esas afirmaciones son una traición al periodismo. Esto es cierto aunque, como a menudo ocurre, al final los artículos, en los últimos párrafos, acaben desenmascarando el bombo publicitario: muchos, sino la mayoría de los lectores, tomarán el titular como una corroboración de la afirmación.
Y es todavía peor si los titulares inspirados por la falsa política desplazan la información sobre la política real.
Supongo que es posible que la falsa política acabe produciendo una reacción de los medios, que las organizaciones periodísticas acaben tratando ardides como el episodio de Carrier con el ridículo que merecen. Pero nada de lo que hemos visto hasta el momento anima al optimismo.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía.
© The New York Times Company, 2017.
Traducción de News Clips.