La mente consciente es como el armario de las escobas en la mansión del cerebro Entrevista a David Eagleman


David Eagleman (Albuquerque, 1971) es escritor y neurocientífico. Profesor en Stanford, es autor de dos libros de divulgación científica, Incógnito y El cerebro, ambos publicados en Anagrama, y de una colección de relatos, Sum.
Una de las ideas de El cerebro e Incógnito es la fragilidad, o incluso la cualidad ilusoria, del individuo. Nos contamos historias a nosotros mismos, y también las inventamos sin querer. ¿Es el individuo una ilusión?
Sí. Estamos hechos de 37 billones de células, y estas células viven en una escala de tiempo y espacio muy distinta a nosotros. En términos de cooperación, todo el sistema funciona como un solo organismo que se mueve. Damos a esos organismos nombres –como David o Sarah– para poder seguirlos. Pero hay una competición que ocurre en todas las escalas en el interior de estos organismos. En el cerebro, por ejemplo, hay distintas redes que quieren cosas distintas: una parte de ti quiere comer las galletas y otra parte no quiere comer las galletas. Esas redes pelean como partidos en un parlamento para llegar a decisiones. Sorprendentemente, al final de todo esto, seguimos atados a la persistente ilusión de que somos indivisibles: es decir, que somos individuos.
Escribe que vivimos en el pasado.
Cuesta medio segundo que las señales lleguen al cerebro desde los ojos, los oídos, la boca, la nariz, las puntas de los dedos. El cerebro recibe todas esas señales en momentos distintos, y luego tiene el difícil trabajo de unirlo todo para producir una idea coherente de la realidad. El resultado es que nunca experimentas el momento que está ocurriendo ahora. En vez de eso, experimentas una versión del mundo que ocurrió hace medio segundo, aproximadamente. Tu percepción del mundo es como un programa de televisión en directo. En realidad no se emiten en directo; se emiten con un pequeño retraso por si alguien se cae o se equivoca. Ves una versión levemente retrasada de esos programas. Del mismo modo, ves una versión levemente retrasada de la realidad.
¿Por qué las ilusiones ópticas y la sinestesia son tan importantes para entender cómo funciona el cerebro?
Cuando intentamos comprender la conciencia, somos como peces en el agua: nunca hemos visto otra cosa que no sea agua, así que es muy difícil reconocer o explicar. Las ilusiones ópticas son como una burbuja: hacen que el pez se pregunte si hay algo más grande detrás. En otras palabras, las ilusiones ópticas y condiciones interesantes como la sinestesia son entradas poderosas para entender la realidad y cómo esta se compara con nuestra percepción.
Cuando estamos en un accidente o una situación extraña nos parece que el tiempo va más despacio. Pero esta impresión es resultado de la interpretación de nuestra memoria.
El tiempo es memoria. Cuando el cerebro pregunta: “¿qué acaba de ocurrir?”, ya está sacando información de un mundo desaparecido: recurre a huellas de la memoria. Mis investigaciones han mostrado que cuando vivimos una situación que amenaza nuestra vida tenemos recuerdos más densos. Cuando los volvemos a leer, creemos que todo ocurrió a cámara lenta. La única interpretación de nuestro cerebro es que todo el acontecimiento debió de llevar más tiempo.
Aunque sus métodos son muy distintos, habla de Sigmund Freud y de su trabajo sobre el inconsciente. ¿Qué importancia tiene la parte inconsciente?
La mayor parte de lo que ocurre en el cerebro humano ocurre sin que nosotros lo sepamos o seamos conscientes. La mente consciente (la parte que cobra vida cuando te despiertas por la mañana) es como el armario de las escobas en la mansión del cerebro. Es la parte más pequeña de lo que está pasando. En la última década mi objetivo ha sido entender todas las operaciones que ocurren bajo la superficie de nuestra conciencia.
También habla de la importancia del contacto social, y del papel de las emociones para tomar decisiones morales correctas. La razón, por sí sola, escribe, puede ser peligrosa. ¿Por qué?
Nuestras vidas están profusamente coloreadas por la emoción, que representa una forma importante de cómo el cerebro interpreta y resume el mundo. Mientras que la cognición nos da información detallada (como cuál es el siguiente movimiento de ajedrez que debemos hacer), las emociones nos dan información a mayor escala como “esta es una buena situación” o “esta es una mala situación”. Dejar esa parte fuera de la historia sería contar solo parte de la historia del cerebro. Muchos estudios muestran que la gente toma decisiones distintas cuando recurre a un sistema u otro; las interacciones humanas óptimas parecen producirse como consecuencia de ambas.
Dice que lo que sabemos del cerebro debería producir cambios en el sistema legal.
Mi argumento general es que para construir un mejor sistema legal, necesitamos tener una mejor comprensión del cerebro. Esto se debe a que nuestros sistemas legales (en todo el mundo) operan bajo la conveniente ilusión de que todos los cerebros son iguales. Pero hace mucho que la neurociencia ha revelado que los cerebros humanos son muy distintos entre sí. Entender la compleja red de factores que llevan a una persona ante los tribunales no deja a esa persona libre, pero sugiere formas de construir un sistema legal que mire hacia delante. En un sistema de esas características, el castigo no es el objetivo central; es preguntarse: ¿qué es lo más útil que podemos hacer a partir de aquí? En otras palabras, gente con distintos problemas –esquizofrenia, psicopatía, drogadicciones, tumores cerebrales, etc.– puede seguir caminos distintos. Eso construye un sistema que no finge que la encarcelación es la solución adecuada para todos.
Los descubrimientos sobre el funcionamiento del cerebro, y algunos de los casos que menciona, han reabierto el debate sobre el libre albedrío. Para algunos, lo que sabemos reduce la idea de libre albedrío y de responsabilidad personal.
En este momento, la mayoría de los neurocientíficos creen que no tenemos libre albedrío. ¿A qué se debe esta loca afirmación? Es porque, por lo que podemos saber, todas las partes del cerebro son impulsadas por otras partes del cerebro. En otras palabras, no hay parte del cerebro que sea libre para operar fuera del dominio de la física básica. Es un sistema fantásticamente complejo, pero a medida que el cerebro toma nuevos aportes avanza al siguiente estado del sistema. Ahora bien, es posible que nuestra ciencia sea demasiado joven para entender el libre albedrío y lo que queremos decir cuando hablamos de él, pero en este momento no parece que haya un “fantasma en la máquina”.
En la última parte del libro, habla del futuro, de la evolución de la tecnología. Por ejemplo, describe vest, que ayuda a oír a la gente. ¿Cuáles le parecen las áreas más prometedoras?
Para mí, una de las cosas más emocionantes tiene que ver con la forma en que el cerebro construye la realidad. Tenemos ventanas hacia el mundo que han evolucionado a lo largo de millones de años: ojos, oídos, nariz, lengua, puntas de los dedos. Y esta es la única forma en que podemos percibir los datos del mundo. Pero con las tecnologías que estamos construyendo ahora, como vest (Neosensory.com), podemos expandir drásticamente el tipo de información que podemos darle al cerebro, y por tanto la experiencia consciente que podemos tener.
¿Cuál es el misterio del cerebro que más le intriga?
La conciencia: ¿cómo es posible que una colección de trozos y partes acabe teniendo experiencia, como el sabor del queso feta, el olor de la canela, el rojo del rojo, el dolor? Si programáramos un ordenador para identificar esos estímulos, podría hacerlo, pero probablemente no tendría una experiencia asociada. En vez de eso, solo movería ceros y unos para encajar con un patrón y ahí quedaría todo. Así que la cuestión es cómo (y por qué) nuestros miles de millones de neuronas generan la sensación de cómo es estar vivo.
La neurociencia ha ganado mucha relevancia en los últimos años. Pero también ha recibido críticas: por ejemplo, se han usado sus aportaciones de maneras que no eran científicas, se ha criticado la fiabilidad de algunos estudios.
La neurociencia es como cualquier otra rama de la ciencia: los estudios se deben realizar de forma muy cuidadosa con pruebas controladas aleatorizadas, y con lo mejor del método científico. El público debe ser educado sobre cómo hay que absorber e interpretar nuevas afirmaciones. En general, todas las formas de la ciencia tienen un porcentaje de experimentos que son discutibles y no lo suficientemente exigentes, pero la belleza del método científico es que esas arrugas se planchan con el tiempo.
Sus libros son muy narrativos, y están llenos de personajes y relatos de experimentos. Pero también ha escrito una colección de relatos y estudió literatura. ¿Qué le aporta la escritura de ficción?
Veo la ficción como una extensión de la ciencia. En el laboratorio generamos preguntas del tipo “¿y si?” y luego tenemos reglas particulares para responderlas. En la ficción generamos también cuestiones del tipo “¿y si?” y luego utilizamos otra caja de herramientas para explorarlas, a menudo cubriendo un territorio más amplio. La ficción empieza donde el método científico termina. ~

Lo que esconde la mente

David Eagleman, uno de los neurocientíficos más brillantes de la actualidad, realiza en 'Incógnito' un repaso a nuestro conocimiento sobre la simple complejidad del cerebro





El cerebro humano es el objeto más complejo del que tenemos noticia.
El cerebro humano es el objeto más complejo del que tenemos noticia. SCIENCE PHOTO LIBRARY RF / GETTY IMAGES

El tuit más profundo que se ha escrito sobre la mente no es el de Descartes —pienso luego existo—, sino ese otro igualmente famoso de John Lennon que dice que la vida es esa cosa que ocurre mientras tú haces otros planes. Pensar es una actividad marginal, aunque laudable, que en el fondo no tiene mucho que ver con la existencia, y que a menudo la complica, la estorba o la confunde. Solo una minúscula porción de nuestra vida mental —de nuestras percepciones del mundo, de nuestras ideas y decisiones morales— constituye parte de nuestra consciencia, de esa especie de flujo continuo o narrativa coherente a la que llamamos yo sin saber muy bien a quién se lo llamamos ni dónde está, sin saber si quiera por qué se ha comportado como lo hace a menudo, con unos sesgos y unos estereotipos que no compartimos desde nuestros esquemas racionales. Nuestra vida mental es en gran medida esa cosa que ocurre por sí sola mientras hacemos otros planes: mientras sufrimos el espejismo de que estamos a los mandos del carro. Lennon superando a Descartes.


Solo una minúscula porción de nuestra vida mental  constituye parte de nuestra consciencia,

David Eagleman acaba de superar a Lennon. Eagleman, nacido en Nuevo México en 1971, es uno de los neurocientíficos más brillantes de nuestro tiempo, una de esas mentes inquietas que no solo dirige el laboratorio de percepción y acción del Baylor Collage of Medicine —una de las mejores escuelas médicas del mundo, y la más barata de todas las privadas de Estados Unidos—, sino que también ha impulsado una iniciativa pionera de Neurociencia y Derecho, un asunto que ocupará seguramente la mitad de la carrera de los jueces, abogados y fiscales del futuro próximo, aunque la mayoría de ellos no hayan oído hablar de ella en este presente miope. El lector interesado en esta cuestión fundamental haría bien en leer el último libro de Eagleman, Incógnito. Las vidas secretas del cerebro, una obra maestra de la escritura científica recién editada por Anagrama. Y el lector que no lo esté debería leerlo. El libro será una fuente inagotable de luz para ambos: además de abrir paisajes inexplorados en su pensamiento político, jurídico, social y filosófico, es —pese a todo lo anterior— ciencia pura y cristalina, la mejor foto fija de nuestro conocimiento actual sobre el cerebro.
La perplejidad que nos produce la inmensidad del cosmos es comprensible, pero también suele resultar engañosa. En un solo centímetro cúbico de nuestro cerebro hay tantas sinapsis —nexos entre neuronas— como estrellas en nuestra galaxia, la Vía Láctea, que en la práctica supone casi todo ese majestuoso espectáculo que nos ofrece el cielo nocturno. El cerebro humano es el objeto más complejo del que tenemos noticia en el universo. Somos insensibles a ese prodigio porque los resultados de su trabajo parecen simples —¿qué nos cuesta ver esa calle, o esquivar ese bache mientras atendemos con garbo nuestro whatsapp?—, pero haríamos bien en reservar un poco del vértigo metafísico que sentimos ante el cosmos para esa pulpa contrahecha que llevamos cada uno dentro del cráneo. Otra obra maestra, esta vez de la evolución biológica.
La consciencia, escribe Eagleman, “es como un diminuto polizón en un transatlántico, que se lleva los laureles del viaje sin reconocer la inmensa obra de ingeniería que hay debajo”. Aunque esta idea general pueda remontarse al menos a Freud, con su intuición pionera de los mecanismos inconscientes para un número de trastornos psicológicos, Eagleman no ha escrito el libro para reivindicar la figura del denostado fundador del psicoanálisis, sino para examinar el estado de la cuestión con las poderosas herramientas de la neurobiología contemporánea.


No pretende abrumar al lector con una rigurosa exhibición de erudición

El autor es un científico de élite, pero eso ya ha dejado de significar el clásico sabio bondadoso y metódico que imparte aburrimiento y profesa la religión del rigor mortis. Eagleman no pretende abrumar al lector con una rigurosa exhibición de erudición sobre los axones y las dendritas, las columnas corticales y los ganglios basales, el tálamo y el hipotálamo. Lo que pretende es enseñarle a pensar sobre “la gente, los mercados, los secretos, las strippers, los planes de jubilación, los delincuentes, los artistas, Ulises, los borrachos, los apopléjicos, los jugadores, los atletas, los detectives, los racistas, los amantes y todas las decisiones que consideramos nuestras”. Y lo mejor que se puede decir de su libro es que está a la altura de ese ambicioso (y metonímico) objetivo.
El lector encontrará entre las páginas de este libro a James Clerk Maxwell y a William Blake, al inconsciente con que Goethe dijo haber escrito Las desventuras del joven Werther y al colocón con que probadamente Coleridge compuso su poema Kubla Khan. Y entenderá qué demonios tiene todo eso que ver con su cotidiana, entrañable e incomprensible vida diaria, esa cosa que seguirá ocurriendo mientras usted lee el libro.
Incógnito. Las vidas secretas del cerebro. David Eagleman. Traducción de Damián Alou. Anagrama. Barcelona, 2013. 352 páginas. 19,90 euros

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