Mark Lilla (La mente naufragada) Reacción política y nostalgia moderna


DE MAO A SAN PABLO
De las tareas que el pensamiento tiene por delante, no es la última la de poner todos los argumentos reaccionarios al servicio de la ilustración progresista.
                                   
                        THEODOR W. ADORNO, Mínima moralia

[...] El antisemitismo como otros ejemplos de fabricación de un chivo expiatorio, se alimenta del pesimismo histórico. Cierto tipo de izquierda europea, que tiene simpatizantes en las universidades estadounidenses, nunca han superado el colapso de las expectativas políticas revolucionarias que surgieron en las décadas de 1960 y 1970. Algunos movimientos anticoloniales se convirtieron en dictaduras de partido único, el modelo soviético desapareció, los estudiantes dejaron la política para desarrollar careras empresariales, los sistemas de partidos de las democracias occidentales se mantenían intactos, las economías han producido riqueza (compartida de manera desigual) y todo el mundo está fascinado por la conectividad. Hubo una revolución cultural exitosa -el feminismo, los derechos de los homosexuales, el declive de la autoridad de los padres- e incluso ha empezado a extenderse fuera de Occidente. Pero no hubo revolución política y no hay perspectiva de que se vaya a producir ahora. ¿Cuál sería el objetivo? ¿Quién la dirigiría? ¿Qué ocurriría después? Nadie tiene respuestas a estas preguntas y apenas nadie piensa en volver a plantearlas. Lo único que uno encuentra es la (casi exclusivamente académica) izquierda es una forma paradójica de nostalgia histórica, una nostalgia <>.

De ahí la búsqueda un tanto desesperada de recursos intelectuales para alimentarla. Primero estuvo el abrazo al <> de Hitler, Carl Schmitt, un mariage contre nature si es que alguna vez hubo uno. Su idea de una <> oculta fue tomada para argumentar que las ideas liberales -incluidas las de <> y <>- son constructos arbitrarios que dan una estructura a las fuerzas de la dominación, ayudadas por instituciones como los colegios y la prensa. La crítica de la ideología de Marx alcanzó la misma conclusión en el siglo XIX. Pero tenía un punto débil fatídico: dependía de una teoría materialista de la historia que podía falsearse por medio de lo que ocurre o no ocurre en el mundo. Después de que la izquierda perdiera confianza en esa teoría, buscó apoyo en lo que Marx habría llamado (y correctamente desdeñado como) <>: un relato de la dominación política que dependía de lo que no era evidente para el ojo desnudo. La teoría de Michel Foucault acerca de un <> que, como el éter, es invisible pero omnipresente, era un primer paso a esa dirección. La rehabilitación de Schmitt era el siguiente; su descarada defensa de la distinción entre amigo y enemigo como la esencia de <> ayudó a recuperar la convicción de que la política es lucha, no deliberación, consulta y acuerdo. Si añades a esas ideas la escalotogía medio comprendida en san Pablo, la fe en una revelación milagrosamente redentora vuelve a parecer posible. Una revolución llega cuando menos la esperas, como un ladrón en la noche.

Es dudoso que los nuevos entusiastas posmodernos de san Pablo reconozcan esa alusión a la Primera Epístola de los Tesalonicenses. El estudio de la Biblia es difícil y requiere dedicación, y los nuevos paulinos quieren que las cosas sean fáciles y excitantes. Y, mientras uno está sentado en un sillón, leer una defensa ingeniosa de Lenin, Mao o Pol Pot provoca un innegable escalofrío, y hallar razones sofisticadas para señalar a los judíos produce satisfacción. Uno puede incluso volver a sentirse activo al firmar una petición en internet que pida un boicot contra los universitarios israelíes y sus instituciones. Provocan un romanticismo político muy viejo que anhela vivir en términos más dramáticos que los que ofrecen las sociedades burguesas, romper y sentir el pulso caliente de la pasión, trastocar las leyes y convenciones banales que aplastan el espíritu humano y pagan el alquiler. Reconocemos este anhelo y sabemos cómo ha dado forma a la conciencia y la política moderna, a menudo a un elevado coste. Pero su santo patrón no es Pablo de Tarso. Es Emma Bovary.

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Mark Lilla
Politólogo

Descripción

-Mark Lilla es un politólogo estadounidense, historiador de ideas, periodista y profesor de humanidades en la Universidad de Columbia en la ciudad de Nueva York. Un liberal autodescrito, con frecuencia, aunque no de manera consistente, presenta puntos de vista desde esa perspectiva

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