El último adiós a las Brigadas Internacionales
El 28 de octubre de 1938 más de 200.000 personas acudían en Barcelona a dar una cálida despedida a los voluntarios internacionales que durante dos años habían defendido con arrojo la causa republicana en la Guerra Civil española
os altavoces desplegados por toda la Ciudad Condal anunciaron el inicio del desfile tan solo veinte minutos antes. La prudencia impedía hacerlo con mayor antelación, pues hacía ya tiempo que el ejército franquista, afianzado al otro lado de la frontera que representa el río Ebro, empleaba su aviación en recurrentes bombardeos sobre Barcelona y otras localidades catalanas.
Nada de esto impidió que en el momento en que se iniciaba la marcha, a las cinco de la tarde, más de 200.000 personas se agolparan en su recorrido para brindar una cálida despedida a las Brigadas Internacionales. Aquel 28 de octubre de 1938, unos 6.000 combatientes extranjeros, provenientes de los más diversos países, discurren en formación por las calles de Barcelona, acompañados por diversas unidades del ejército republicano.
El desfile, que se extendería durante horas, parte desde las cercanías del Palacio Presidencial -el actual Palacio de Pedralbes- y atraviesa la avenida Diagonal, por entonces denominada avenida 14 de abril, hasta alcanzar el Paseo de Gracia, desembocando en la Plaza de Cataluña.
A lo largo del recorrido son continuas las muestras de afecto hacia aquellos voluntarios que en los últimos dos años habían decidido dejar atrás sus países, sus trabajos, sus familias, para enrolarse en una batalla ajena que habían hecho suya.
Marchábamos sobre una alfombra de flores, se nos sumaban multitudes y las madres nos hacían besar a sus bebés»
«Marchábamos sobre una alfombra de flores. se nos sumaban multitudes y las madres nos hacían besar a sus bebes, llorando. Fue algo que nunca vi en mi vida; teníamos los ojos llenos de lágrimas. Fue una despedida inolvidable», describe aquellos momentos el francés Simon Lagunas.
Los internacionales se esfuerzan por dar a aquella formación un aire elegante y marcial, mientras los cazas republicanos cubren el cielo de la ciudad para impedir cualquier incursión mortal de los bombarderos franquistas.
La ceremonia está presidida por las más altas autoridades de la República: el presidente, Manuel Azaña; el jefe de Gobierno, Juan Negrín, y sus ministros; el presidente de las Cortes, Diego Martínez Barrios. También les acompañan miembros de la Generalitat, con su presidente Lluis Companys al frente.
El acto concluye con una serie de discursos, entre los que sobresale el de la dirigente comunista Dolores Ibárruri, la Pasionaria: «No os olvidaremos y, cuando el olivo de la paz florezca, entrelazado con los laureles de la victoria de la República española, ¡volved! […] Volved a nuestro lado, que aquí encontraréis patria los que no tenéis patria, amigos, los que tenéis que vivir privados de amistad, y todos, todos, el cariño y el agradecimiento de todo el pueblo español, que hoy y mañana gritará con entusiasmo: ¡Vivan los héroes de las Brigadas Internacionales!».
Las muestras de agradecimiento remitían al papel heroico representado por aquellos hombres casi desde el primer momento de su llegada a España. No en vano, ya desde noviembre de 1936, unas pocas semanas después de su formación, las Brigadas Internacionales protagonizarían un papel fundamental en la desesperada defensa de Madrid, ante el arrollador avance de las fuerzas franquistas.
Héroes derrotados
Su apoyo no solo se hizo notar en lo militar, sino aún en mayor medida en la moral de los combatientes republicanos. Su desfile por las calles de la capital en aquellos momentos de desazón sirvió para redoblar el espíritu de resistencia de los combatientes republicanos, según describe el historiador Manuel Tuñón de Lara, testigo de aquellos hechos: «Era la primera vez que veíamos una unidad perfectamente encuadrada, formando un todo compacto y disciplinado. Nosotros también podíamos, pensábamos bajo un enjambre de puños solidarios. Nos transmitieron toda su fuerza, toda su energía, y la multitud estalló en aplausos y gritos emocionados de admiración y agradecimiento.
La prensa también jaleó por entonces la llegada de unos hombres que, decían, venían a salvar la democracia española.
Los primeros meses de 1937, con sus éxitos en las batallas del Jarama y de Guadalajara, marcarían el cenit en el prestigio de aquellas singulares divisiones. Y sin embargo, para entonces, el eco de sus gestas apenas resonaba ya en la prensa republicana.
Sin duda, la prohibición -sin efectividad alguna- del Comité de No Intervención sobre la participación de fuerzas extranjeras en la guerra española aconsejaba discreción sobre la participación de los voluntarios internacionales. Pero aquel silenciamiento de la actividad de los brigadistas escondía los recelos de la cúpula republicana -política y militar- hacia unas fuerzas que nunca sintieron del todo suyas.
Los recelos hacia una fuerza que se consideraba controlada por la URSS fueron constantes desde su llegada
Esos recelos databan desde el mismo momento de la creación de las brigadas en octubre de 1936. El Gobierno que por entonces dirigía Francisco Largo Caballero puso multitud de reparos a la llegada de unas fuerzas que nacían bajo el patrocinio del Komintern (la Internacional Comunista) y, por ende, bajo la influencia del régimen soviético de Iosef Stalin. E, incluso, algunos grupos anarquistas trataron de organizarse para impedir la entrada de los brigadistas en España. Solo la desesperada situación militar del bando republicano provocó que acabaran transigiendo con la creación de aquellas fuerzas, a cuyo frente se situaba el comunista francés André Marty.
En aquel momento, y aún durante la primera mitad de 1937, las fuerzas enroladas en las Brigadas Internacionales suponían, con mucho, las mejores de cuantas constituían un Ejército Popular republicano a medio hacer. Pero esto no impedía que la desconfianza hacia ellas por parte de los oficiales republicanos se manifestara desde el primer instante.
La mejor prueba de esta rivalidad la constituye la caída en desgracia del general Emilio Kléber (su nombre real era Manfred Zalmánovich Stern), vitoreado como héroe de la batalla de Madrid y poco después relegado de sus funciones por las ácidas críticas, entre otros, de los generales Vicente Rojo y José Miaja. Kléber acabaría recluido en un gulag soviético, donde moriría en 1954.
Los éxitos de inicios de 1937 no tendrían continuidad en los meses posteriores. Segovia, Huesca o Brunete serían sucesivos objetivos de ofensivas mal preparadas y peor ejecutadas en las que el ejército republicano no supo sacar partido de la sorpresa y su superioridad sobre unas fuerzas franquistas concentradas en el frente norte.
En todas estas batallas, incluso en las exitosas del Jarama y Guadalajara, las Brigadas Internacionales sufrieron un desgaste muy considerable, con numerosas bajas que era imposible reponer mediante el goteo de voluntarios que seguían arribando a España desde los lugares más remotos.
Aquellos hombres, que habían llegado a España con la esperanza de derrotar al fascismo en solo unos meses, veían como uno tras otros sus compañeros iban cayendo en un conflicto que se eternizaba. «¿Tendremos que quedarnos aquí hasta que nos maten o nos hieran gravemente en alguna ofensiva?», se llegaban a preguntar aquellos hombres, según reconocía el responsable de la Internacional Comunista en España, Palmiro Togliatti.
El uso de las Brigadas Internacionales como fuerzas de choque motivó en éstas un elevado número de bajas
La elevada mortalidad de los brigadistas -algunos contingentes llegaron a perder hasta el 50% de sus efectivos, según Remy Skoutelsky- podía achacarse, como haría el comandante de la base de Albacete, Vital Gayman, a la deficiente actuación táctica de sus propios mandos: «Desde el punto de vista táctico, las unidades internacionales, o al menos sus jefes siempre se dejaron llevar por la ley del menor esfuerzo. Era más fácil apelar al simple heroismo de los voluntarios internacionales que analizar minuciosamente un plan de ataque o un plan de defensa».
Pero también al constante empleo de los internacionales, por parte de los mandos republicanos, como fuerzas de choque, lo que generaría malestar entre los propios voluntarios. «La diferencia entre el trato a las Brigadas Internaciones y a las españolas justifica además la opinión que se va extendiendo entre los militantes internacionales, que son tratados como una legión extranjera que sirve para ser sacrificada sin que se tenga ningún miramiento con ella», prosigue Gayman.
Tras la derrota de Brunete, y pese al cuestionable éxito de Belchite, dio comienzo la decadencia de las Brigadas Internacionales. En un ambiente de pesadumbre y dramatismo, se sucedieron los actos de indisciplina y las deserciones, al mismo ritmo que se intensificaba la represión entre los combatientes y la purga entre sus mandos. «Sin embargo, la purga no pudo camuflar que la moral de combate se había quebrado, que la renovación de armamento resultaba deficiente y que la coordinación era a menudo ineficaz», sostiene Jaume Claret, en Breve historia de las Brigadas Internacionales.
En ese contexto y en medio de una desconfianza creciente entre el Gobierno republicano y los responsables de las Brigadas Internacionales, el ministro de Defensa, Indalecio Prieto, decretó en septiembre de 1937 la integración de este cuerpo en la estructura del ejército republicano, privándolo de su autonomía.
«El desgaste acumulado, las críticas reiteradas, las purgas políticas y la pérdida de identidad dispararon la desmotivación de los brigadistas», prosigue Claret.
Así, cuando un año después Negrín decide la retirada de las Brigadas Internacionales estas suponían ya tan solo una sombra de su antiguo esplendor. Las fuerzas que bajo ese nombre se batían en aquel verano de 1938 en la cruenta Batalla del Ebro estaban compuestas en más de un 70% por combatientes españoles.
«El Gobierno español en su deseo de contribuir, no solamente con palabras sino con actos, al apaciguamiento y a la détente que todos deseamos, y resuelto a hacer desaparecer todo pretexto para que se pueda continuar dudando del carácter netamente nacional de la causa por la que se baten los ejércitos de la República, acaba de decidir la retirada inmediata y completa de todos los combatientes no españoles que toman parte en la lucha de España, en las filas gubernamentales», expresó el médico canario el 21 de septiembre ante la Asamblea de la Sociedad de Naciones.
El último sacrificio
Negrín era consciente entonces de que, pese a su indiscutible arrojo, la aportación de las Brigadas Internacionales resultaba insignificante para la causa republicana. En cambio, la salida de aquellas fuerzas que eran vistas como el instrumento de intervención de la URSS en la guerra española era una moneda de cambio que podía facilitar el entendimiento con Reino Unido y Francia en aquella convulsa Europa que se veía ya al borde de la guerra -lo que se evitó en última instancia por medio del Pacto de Munich, de fatales consecuencias para los intereses republicanos.
En el peor de los casos, podría servir para forzar también la salida de las tropas italianas y alemanas que luchaban en el bando franquista o, al menos, para recibir mayores facilidades a la hora de obtener armamentos en los mercados internacionales.
Por eso, más de 12.000 soldados extranjeros iniciaron su retirada -para muchos de ellos una desgraciada partida- desde los campos de combate españoles hacia la frontera. Era el último sacrificio de un grupo de hombres -casi 35.000 durante toda la contienda, según los estudios más recientes- que habían dejado todo atrás para librar en España la que entendían que era una lucha decisiva por la libertad más allá de las fronteras españolas.
Con su retirada, Negrín confiaba en facilitar el entendimiento con Francia y Reino Unido
Atrás quedaban dos años de penurias y pesares, de éxitos efímeros aplastados por las sucesivas derrotas en las que muchos de ellos -cerca de 10.000- encontraron la muerte.
Y, sin embargo, eran muchos los que sentían que todo aquello había valido la pena, pues como escribió el estadounidense Gene Wolman, poco antes de encontrar la muerte en suelo español, aquella era la primera vez en que se encontraban con la capacidad de combatir el avance del fascismo. «Aquí, incluso si perdemos en la batalla misma, con el debilitamiento del fascismo, habremos ganado», apuntaba.
Aquel octubre de 1938, a aquellos combatientes les tocaba llevar su batalla a otros frentes. «España será siempre una patria vuestra. Y los españoles vuestros hermanos», rezaba un cartel en uno de los muchos homenajes que recibirían por aquellos días. Sin embargo, las puertas del país permanecerían cerradas para ellos por mucho tiempo.
0 Comentarios