Sobre el estilo del Manifiesto Comunista Umberto Eco

Umberto Eco (1932-2016)

No se puede sostener que algunas hermosas páginas puedan cambiar el mundo por sí solas. Toda la obra de Dante no consiguió devolverles un emperador sacro romano  romano a los municipios italianos. No obstante, al recordar el texto que fue el Manifiesto del Partido Comunista de 1848, y que, ciertamente, ha influido largamente en los acontecimientos de dos siglos, creo que hay que releerlo desde el punto de vista de su calidad literaria o, al menos –aunque no se lea en alemán-, de su extraordinaria estructura retórico-argumentativa. En 1971 apareció el librito de un autor venezolano, Ludovico Silva, El estilo literario de Marx, publicado en italiano en 1973 por Bompiani. Creo que ya no se puede encontrar y valdría la pena reeditarlo. Refiriéndose a la historia de la formación literaria de Marx (pocos saben que también escribió poemas, bien que malísimos, en opinión de los pocos que los han leído), Silva analizó minuciosamente toda la obra de Marx. Curiosamente, dedicó sólo unas pocas líneas al Manifesto, tal vez porque no es una obra estrictamente personal. Es una lástima: se trata de un texto formidable, que alterna tonos apocalípticos e ironía, lemas eficaces y explicaciones claras, y (si realmente la sociedad capitalista quiere vengarse de las molestias que estas páginas no muy numerosas le han causado) tendría hoy que analizarse religiosamente en las escuelas publicitarias.
Comienza con un formidable golpe de timbal, como la Quinta Sinfonía de Beethoven: "Un fantasma recorre Europa" (no olvidemos que estamos todavía cerca del florecimiento prerromántico y romántico de la novela gótica, y los espectros son entitades que hay que tomarse en serio). Sigue justo después una historia a vuelo de águila de las luchas sociales, desde  la antigua Roma hasta el nacimiento y desarrollo de la burguesía, y las  pàginas dedicadas a las conquistas de esta nueva clase "revolucionaria" constituyen su poema fundador, todavía válido para quienes apoyan el liberalismo. Se ve (quiero decir  exactamente "se ve", en sentido casi cinematográfico) esta nueva fuerza irrefrenable que, impulsada por la necesidad de nuevas salidas para sus mercancías, recorre todo el orbe terráqueo (y, a mi entender, aquí el hebreo y mesiánico Marx piensa en el inicio del Génesis), altera y transforma países lejanos porque los bajos precios de sus productos son una especie de artillería pesada con la que bombardea cualquier muralla china, hace capitular a los bárbaros más endurecidos en el odio al extranjero, instaura y desarrolla las ciudades como signo y fundamento de su propio poder, se multinacionaliza, se globaliza, hasta inventa una literatura ya no nacional sino mundial...
Al final de esta apología (que conquista en la medida en que es sincera admiración), llega de improviso el giro dramático: el hechicero se encuentra impotente para dominar les fuerzas subterráneas que ha invocado, el vencedor se ahoga en su propia sobreproducción y cría en su propio seno, de sus mismas entrañas, a sus sepultureros, los proletarios.
Entra ahora en escena esta nueva fuerza que, dividida y confusa en un primer momento, se empecina con furia en la destrucción de las máquinas y es empleada por la burguesía como masa de choque, obligada a luchar contra los enemigos de sus propios enemigos (las monarquías absolutas, la propiedad feudal, los pequeños burgueses), y absorbe gradualmente a parte de los adversarios que la gran burguesía proletariza: artesanos, tenderos, campesinos propietarios. La revuelta se convierte en lucha organizada, los obreros están en contacto recíproco por medio de otro poder que los burgueses han desarrollado en su propio beneficio: las comunicaciones. Y aquí el Manifiesto cita los ferrocarriles, pero piensa también en las nuevas comunicaciones de masas (no olvidemos que Marx y Engels supieron utilizar en La sagrada família la televisión de la época, es decir, la novela de folletón como modelo de  imaginario colectivo, criticando su ideología pero, al mismo tiempo, utilizando lenguaje y situaciones que ésta había popularizado).
En este punto entran en escena los comunistas. Antes de decir de manera programática quiénes son y qué quieren, el Manifiesto (con un movimiento retórico soberbio), se detiene en el punto de vista de la burguesía que les teme y adelanta algunas preguntas aterradoras: ¿Queréis abolir la propiedad privada? ¿Queréis poner en común las mujeres? ¿Queréis abolir la religión, la patria, la familia?
Aquí el juego se vuelve sutil, porque el Manifiesto parece contestar de manera tranquilizadora a todas estas preguntas, como para ablandar al adversario, pero luego, con un movimiento improvisado, le golpea en el plexo solar y consigue el aplauso del público proletario... ¿Queremos abolir la propiedad privada? Pues no, las relaciones de propiedad siempre han objeto de transformación, ¿acaso la Revolución Francesa no abolió la propiedad feudal en favor de la burguesa? ¿Queremos abolir la propiedad privada? Qué bobada, no existe, porque es la propiedad de una décima parte de la población en perjuicio de las otras nueve. ¿Nos acusáis entonces de quere abolir “vuestra” propiedad? Si, es exactamente lo que queremos hacer. ¿La comunidad de las mujeres? Pero, a ver, ¡lo que nosotros queremos es más bien es quitarle a la mujer el carácter de instrumento de producción! Pero, ¿queréis de verdad poner en común las mujeres? ¡La comunidad  de mujeres la habéis inventado precisamente vosotros, que además de utilizar a vuestras propias esposas, sacáis partido de las de los obreros y como máximo pasatiempo practicáis el arte de seducir a las de vuestros iguales! ¿Destruir la patria? Pero, ¿cómo se le puede quitar a los obreros lo que no tienen? Nosotros queremos más bien que, al triunfar, los proletarios se constituyan como nación...
Y así sucesivamente, hasta esa obra maestra de reticencia que es la respuesta sobre la religión. Se intuye que la respuesta es "queremos destruir esta religión", pero el texto no lo dice: antes de afrontar un tema tan delicado, que pasa por alto, da a entender que todas las transformaciones tienen un precio, pero mejor por ahora no abrir capítulos demasiado candentes...
Sigue luego la parte más doctrinaria, el programa del movimiento, la crítica a los diversos socialismos, pero en este punto el lector ya está fascinado por las páginas anteriores. Y por si la parte doctrinaria resultase demasiado difícil, hete aquí el golpe final, dos lemas que cortan la respiración, fáciles de retener en la memoria, destinados (me parece) a una fortuna clamorosa: "Los proletarios no tienen nada que perder [...] salvo sus cadenas" y "¡Proletarios de todos los países, unios!".
Además de la capacidad ciertamente poética para inventar metáforas memorables, el Manifiesto permanece como una obra maestra de oratoria política (y no sólo eso) que tendría que estudiarse en las escuelas, junto con las Catilinarias y el discurso shakespeariano de Marco Antonio ante el cadáver de César. Porque tampoco ha de excluirse, dada la amplia cultura clásica de Marx, que justamente estos textos los tuviera presentes.
Umberto Eco, Sulla Letteratura (2002). Publicado originalmente en L´Espresso el 8 de enero de 1998, en el 150 aniversario del Manifiesto Comunista.
 
(1932-2016) Escritor, semiótico y filósofo, fue catedrático de la Universidad de Bolonia y una de las mayores figuras intelectuales de la Italia de postguerra.
Fuente:
L´Espresso, 8 de enero de 1998
Traducción:
Lucas Antón

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