Adiós a la voz más crítica del Imperio
Por Silvina Friera
A los 71 años murió la escritora, ensayista y cineasta Susan Sontag. Adiós a la voz más crítica del Imperio. Ni las amenazas de la derecha más reaccionaria la hicieron callar: desde los ‘60, Susan Sontag demostró con palabras y hechos su hondo compromiso por buscar un mundo menos cruel.
La izquierda perdió a una de las mejores polemistas, considerada la más europea de los escritores estadounidenses. La escritora y ensayista que encabezó el movimiento intelectual posterior al mayo del ’68, la defensora de las utopías como expresión de que es posible construir un mundo mejor, dueña de una prosa maravillosamente provocadora, que estuvo en contra de todas las guerras, la mujer que siempre repitió que "como ciudadana del mundo y ser humano" se sintió obligada a usar su voz pública a favor de los que no tienen voz. Utilizaba las palabras -y qué bien lo hacía- para desmontar las mentiras de una sociedad con la que nunca comulgó: se sentía avergonzada de ser estadounidense, detestaba la vanidad y la violencia de esa cultura de masas que arrasaba la cultura de otros países. Ayer murió Susan Sontag, a los 71 años, a causa de la leucemia. "Yo desprecio y temo a Bush", dijo, convencida de que hay un velado interés de dominación absoluta por parte del gobierno de su país. "En ese sentido -agregó la ganadora del Premio Príncipe de Asturias 2003- es seguro que Estados Unidos verá el desplome de más Torres Gemelas y Pentágonos."
Sontag nació el 16 de enero de 1933 en Nueva York; durante su niñez, a la que recordó como de la de "una solitaria", la lectura iluminaba sus días. "A los ocho o nueve años leí todo Shakespeare", confesó. Estudió en las universidades de California, Chicago (donde se licenció en Filosofía y Letras en 1951), París y Harvard. Por su vasta formación filosófica y su pasión por la literatura de vanguardia, la escritora, opinaba su colega Gore Vidal, se convirtió "más que ningún otro estadounidense, en el eslabón con la literatura europea actual", editando textos escogidos de Roland Barthes y Antonin Artaud. Su carrera literaria comenzó en 1963 cuando publicó su novela El benefactor. "Tengo la impresión de que la literatura amplió mi capacidad de compasión", estimó, por "la forma de llevarnos a mundos diferentes, envolvernos en su contexto, y hacernos sentir partícipes de una historia ajena". A partir del éxito internacional de sus ensayos reunidos en Contra la interpretación (1966) y Notas sobre lo camp, se transformó en una autoridad en lo referente a costumbres de su país.
En 1968 fue enviada como periodista a la guerra de Vietnam, una experiencia que marcó su vida. Sontag, también cineasta, filmó a las tropas israelíes en la guerra de Oriente Próximo en 1973 y dirigió una película, Tierra prometida, en los Altos del Golán. A mediados de los ‘70 le diagnosticaron cáncer: con esa misma actitud combativa con la que se comprometía en luchas políticas y sociales, le torció el brazo a la muerte escribiendo La enfermedad y sus metáforas (1977). Después se sucedieron otros títulos de Sontag, traducida a 26 idiomas: Sobre la fotografía (ensayo), Yo, etcétera (relatos), Bajo el signo de Saturno (ensayos), Ante el dolor de los demás (ensayo de 2003) y las novelas El amante del volcán y En América, texto de ficción histórica por el que ganó el National Book Award en 2000, uno de los premios más prestigiosos de su país.
La autora, que sostenía que los intelectuales debían comprometerse, cuestionó duramente a los escritores que se negaron a viajar a Bosnia, viaje que ella realizó en plena guerra, para impartir clases en la Academia Dramática de Sarajevo. Allí montó, en colaboración con el director bosnio Haris Pasovic y actores de diferentes etnias, Esperando a Godot, de Samuel Beckett. Regresó varias veces para dar clases de cine y desarrollar proyectos de enseñanza. Decía, después de las imágenes más espeluznantes que le tocó presenciar, que para imaginar Sarajevo había que multiplicar a Bagdad por 500. "No había vida normal. No había agua, electricidad, teléfonos, las escuelas estaban cerradas. Se estaba bajo un continuo bombardeo", recordó la escritora, que en 1993 participó de la fundación del Parlamento Internacional de Escritores, creado para defender la libertad de expresión y proteger a los autores perseguidos. Aunque se quejaba ante los medios de comunicación porque la consideraban una "máquina de opinión", Sontag arremetía contra casi todo, especialmente contra los políticos. No dejaba títere con cabeza. Sobre la política norteamericana tras los atentados del 11-S e Irak dijo que en EE.UU. hay un partido, el republicano, y no hay oposición porque los demócratas son un mero apéndice. Según la escritora, su país marcha hacia una política imperial. "Estamos en el fin de la república y el inicio del imperio. Clinton era Julio César y ese señor horrible de Texas es Augusto." Respecto de Arnold Schwarzenegger, señaló que es "un mal chiste que salió de la nada" y lo comparó con Berlusconi, a quien la gente prefiere en Italia porque "es rico y tonto". "En política pasa como en la música, que no quieren a Mozart y prefieren a las Spice Girls", resumió las nuevas tendencias de los votantes estadounidenses. Cuando se revelaron las torturas en la prisión iraquí de Abu Ghraib, Sontag ironizó: "En EE.UU. evitamos la palabra tortura, decimos abusos, humillaciones, pero la palabra justa es tortura". Y recibió una lluvia de críticas cuando publicó un ensayo en The New Yorker en el que afirmaba que los atentados del 11 de septiembre de 2001 no habían sido "cobardes", como los calificó Bush, sino un "acto llevado a cabo como consecuencia de las alianzas y acciones específicas de Estados Unidos".
Cuando en 2001 recibió el Premio Jerusalén de Literatura, el más prestigioso de Israel para escritores extranjeros, aceptó el galardón pese a las presiones para que lo rechazara. La escritora, judía no practicante, aprovechó la oportunidad para condenar la política de ocupación israelí en los territorios palestinos y advirtió que la única solución sería la creación de un Estado binacional con la desaparición del Estado de Israel. En 1999 polemizó con el escritor austríaco Peter Handke, a quien criticó por su defensa de las posiciones serbias en los Balcanes. Otro blanco de sus objeciones fue Gabriel García Márquez, a quien recriminó en la Feria del Libro de Bogotá, el año pasado, por su silencio respecto de las ejecuciones y condenas de disidentes en Cuba. Aunque aseguró que amaba la obra del autor de Cien años de soledad, Sontag opinó que "él no dice la verdad sobre Cuba por su amistad con Fidel Castro, aunque dispone de información de primera mano". Y la escritora recordó lo que le respondió el colombiano. "Su respuesta fue ridícula. Dijo que está en contra de la pena de muerte y que en privado ayudó a mucha gente. Eso demuestra que sabe lo que pasa. José Saramago es comunista y apoyaba sin condiciones al régimen cubano, pero declaró que ya no podía apoyarlo por más tiempo. García Márquez me dio pena, pero es ridículo. Necesitamos la verdad."
Aunque recibió amenazas de muerte por sus afirmaciones acerca de los ataques terroristas a las Torres Gemelas, a Sontag no le preocupaba lo que podía sucederle. Lo único que la desvelaba eran los cambios que se estaban produciendo en su país. La escritora que les hizo frente a distintas guerras -reales y metafóricas- perdió su última batalla.
Página/12, 29/07/04
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Por Juan Gelman
Susan Sontag es una estadounidense de 68 años y pensamiento libre, capaz de calificar al entonces régimen soviético de "fascismo con rostro humano" y de apoyar con entusiasmo los bombardeos estadounidenses en Kosovo. No es precisamente pacifista y así lo reconoce. Se encontraba en Berlín cuando aconteció el 11 de setiembre y después de estar clavada 48 horas seguidas frente al televisor recibiendo "una sobredosis de CNN" -confiesa-, escribió un texto breve que publicó The New Yorker el 24 de setiembre.
Criticaba acerbamente allí a los gobernantes y los medios de EE.UU. por la ancha desconexión existente entre la realidad y lo que aquéllos decían sobre la realidad, tratando de convencer al país de que todo estaba bien y deseosos de no perturbar la visión del mundo supuestamente infantil del pueblo norteamericano. Entonces llovió palos sobre la escritora.
Se la acusó de "odiar a los estadounidenses", de "idiota moral" y "traidora", se propuso confinarla en "el desierto" y hasta se opinó -un tal Todd Gaziano, de la Heritage Foundation, en el programa televisivo de Ted Koppel- que en adelante había que prohibirle "hablar en círculos intelectuales honorables", ya que merecía "ser deshonrada y despreciada por sus absurdos puntos de vista". Un artículo en The New Republic -revista para la que alguna vez escribió- comenzaba así: "¿Qué tienen en común Osama bin Laden, Saddam Hussein y Susan Sontag?". Nada menos que la destrucción de EE.UU. Pero la escritora sólo piensa que "revisitar la guerra del Golfo no es la manera de enfrentar a ese enemigo (el terrorismo)".
Susan Sontag se refirió en una entrevista reciente al terror desatado por la amenaza del ántrax: "Las autoridades responden al miedo al ántrax -y estoy un 99 por ciento convencida de que se debe a la acción de émulos locales locos que siguen su propia guerra- propagando más miedo aún. Ahí está el vicepresidente Cheney diciendo: ‘Bueno, esta gente (la que remite cartas contaminadas) puede ser parte de la misma red terrorista que produjo el 11 de setiembre’. Bueno, que me disculpen, pero no tenemos razón alguna para pensar eso". No seguramente en el caso de las 170 clínicas del país que llevan a cabo abortos bajo el lema del "derecho a la elección": el 16 de octubre último todas recibieron cartas con aviesos polvos blancos. Las misivas fueron despachadas desde Virginia, sede de una filial del militante grupo antiabortista Ejército de Dios, y anunciaban: "Ya están expuestos al ántrax. Los mataremos a todos". El examen preliminar de uno de los sobres reveló la presencia de ántrax, aunque los resultados definitivos del análisis se conocerán la semana entrante. El hecho pasó inadvertido con tres muertos ya por el bacilo, su aparición en el Senado, la Cámara de Representantes, las oficinas de correo y el departamento militar encargado de clasificar la correspondencia destinada a la Casa Blanca. Pero habla a las claras del terrorismo interno de EE.UU., en el que estos grupos ocupan un lugar destacado. No se limitan a arrojar bombas contra tales clínicas: en 1998 uno de sus militantes, James Charles Kopp, asesinó a tiros al Dr. Barnett Slepian, médico que practicaba el aborto en Buffalo, estado de Nueva York. Kopp logró huir a Europa y hay evidencias de que tanto su fuga como su estadía en el Viejo Continente fueron cobijadas por un movimiento antiabortista que contaría con una red internacional semejante a la de Bin Laden.
The Wall Street Journal del 18 de octubre afirmaba que "de lejos, el proveedor más verosímil (del bacilo de ántrax que se propaga en EE.UU.) es Saddam Hussein". Lo repiten en Washington miembros de la administración interesados en "terminar la guerra contra Irak". Pero el 23 de octubre Bush hijo señalaba que "no le sorprendería" que Bin Laden estuviera detrás de los ataques con ántrax y Ari Fleischer, vocero de la Casa Blanca, explicaba que ésa era "la sospecha operante". Tampoco sorprende la errancia del discurso oficial del mandatario yanqui, que primero habló de que se trataba de capturar a Bin Laden vivo o muerto y luego de barrer al régimen talibán, que un día afirma que su objetivo es Afganistán y al día siguiente que esta guerra será larga y podrá extenderse a los países que a su juicio alberguen terroristas. Susan Sontag, por su parte, reflexiona que mientras "esos idiotas del FBI dicen que tienen ‘evidencias plausibles’ de la posibilidad de otro ataque este fin de semana... nuestro ridículo presidente nos dice que salgamos de compras, que vayamos al teatro y que llevemos una vida normal. ¿Normal? Pude caminar 50 cuadras de un extremo a otro de Manhattan en minutos porque no había nadie en las calles, nadie en los restaurantes, nadie en automóvil. No se puede aterrorizar a la gente y decirle luego que se comporte con normalidad".
"El presidente no sabe dónde está parado. Es un hombre confundido, atolondrado y miserablemente perplejo. Quiera Dios que pueda mostrar que en su conciencia no hay algo más deplorable que su perplejidad mental." No lo dijo Susan Sontag: son palabras que Abraham Lincoln dirigió al onceavo presidente de EE.UU., James Knox Polk. Pertenecen al discurso que el entonces diputado por Illinois pronunció en 1848 ante la Cámara de Representantes en apoyo de una resolución presentada por los whighs, su partido, en que se aseveraba que la guerra en curso contra México "fue iniciada por el presidente de los Estados Unidos de manera innecesaria e inconstitucional". Es verdad que Bush hijo inició su guerra de la misma manera, pero quién sabe si la frase de Lincoln le es del todo aplicable.
Pareciera que la conciencia del hoy presidente de Estados Unidos más que a perplejidad huele a petróleo.
Susan Sontag: Textos, entrevistas, discursos
Diálogo entre una descendiente de Noé y un pájaro
Cuéntame un cuento -dijo una de las descendientes de Noé-. Sí, cuéntame un cuento.
-¿De qué clase? Mmmm. Puedo contarte uno con final feliz.
-No seas condescendiente. Puedo tolerarlo. Sólo cuéntame un cuento.
-Entonces te contaré uno con final triste. Pero después de un rato ya no prestarás atención. Estarás inquieta, con la mirada distraída. Y te preguntaré lo que ocurre y me responderás que ya has oído ese cuento antes. Me dirás que no tenía por qué haber terminado tan mal.
-¿Sólo hay dos clases de cuentos? No es cierto.
-Ay, el cielo es amplio. Ay, el océano, profundo. Y todos los cuentos ya han sido contados, ay, ay, ay...
-¡Basta! Sólo quieres atemorizarme. Pero es inútil, no tiene remedio. Debo mantener el ánimo en alto. Sé que eres un pájaro agorero. Te gusta atemorizarme.
-¿Agorero yo? Te equivocas. Me encanta estar vivo. Precipitarme, lanzarme y posarme donde me apetece. Lo que ocurre es que si observo mi entorno no puedo sentir más que desánimo.
-Escucha, se supone que eres el portador de buenas nuevas.
-Sólo puedo relatar lo que veo.
-Pues vuela, entonces. Y no vuelvas hasta que puedas contar algo optimista.
-¿Ves? Te lo dije, no quieres oír malas noticias.
-Vaya, es que no quiero escuchar malas noticias siempre. No me lo reproches.
-Bien, lo intentaré de nuevo. No creas que me gustan las calamidades, claro que no. Así que quieta aquí y déjame echar otro vistazo.
-¡Espera!
-¿Qué?
-No te distraigas por ahí. Quiero decir, no hagas el tonto. Es decir, sólo trae las noticias.
-Primero me riñes por agorero, y ahora me reprochas que lo pase bien. Pero no puedo evitarlo. El éxtasis es lo mío. Soy un artista, ya lo sabes.
-¿El éxtasis, dónde?
-Por doquier.
-Vaya suerte.
-Qué, ¿nunca lo has sentido?
-Claro, pero...
-Sí, ya sé. Pero entonces algo te desanima. Cargas con todas estas posesiones que tanto te importan y tienes que guardar y remplazar, y todos tus ambiciosos proyectos y tu crasa parentela, y...
-No hables de mis parientes, ¿te queda claro? Se esfuerzan mucho.
-Todos os esforzáis. Sobre todo en ignorar las malas noticias hasta que vienen a posarse en tu regazo.
-Y ¿por qué no habríamos de albergar esperanzas? Considera a cuánto hemos logrado sobreponernos. Y aquí estamos, todavía. Perduraremos. Lo sé.
-Eso espero. Ojalá estés en lo cierto. En todo caso, yo me voy.
-Pero, ¿volverás?
-Sin duda.
-¿Me lo prometes?
-Desde luego que volveré.
***
-Vaya, ¡te has retrasado!
-Lo siento. Me lo estaba pasando bien.
-¿Y qué más?
-Estaba buscando buenas noticias.
-¿Y?
-Pues bien, siempre hay alguna buena noticia, si eso es lo que quieres saber. Te ruego que no creas que disfruto con tu preocupación.
-Vamos, preocúpame.
-Nada parece estar marchando muy bien allá. Vi cosas muy perturbadoras.
-Estoy segura de que te desviaste para encontrarlas.
-No hizo falta ir muy lejos.
-Quizás no te parezcan bien a ti. Quizás mi punto de vista es distinto.
-Muy bien, prueba tú. Traigo algunas fotos.
-Vaya, fotos. ¡Qué bien!
-Míralas.
-¡Dios mío, es la luna! Las aguas retrocedieron y recalamos en la luna. Alabado sea el Señor.
-No, es el desierto.
-Ah. Mira, éstas son magníficas.
-Gracias.
-Me parece muy hermoso. Estos dorados, rosados y castaños. Y el cielo. Y la luz. No veo que haya nada malo.
-Bien, no se trata sólo de mirar. Tienes que saber lo que ha estado sucediendo. Hay un cuento que acompaña las fotos. Cuando conoces el cuento, las fotos cobran otro sentido.
-Ya sé, ahora me vas a venir con lo de la maldad humana. Ya me sé la historia. Por eso hubo un diluvio.
-No, no quiero contarte algo tan general. Más bien quiero hablar de la pasividad. Y del poder. Quizás adviertas que no hay gente en las fotos. Pues esto es lo que ha hecho la gente.
-De igual modo, me parece hermoso. ¿No puedes ver el friso sutil de las ruinas a lo lejos, casi del mismo color de la arena?
-A veces, cuando las cosas son destruidas, parecen hermosas.
-¿Más hermosas?
-A veces.
-¿Y cómo lo sabes?
-Debes aprender a interpretar las señales.
-No, puro graznido.
-Graznido humano, te lo aseguro.
-¿Hay mucha gente que conoce esta historia?
-Sí. Mucha. La cuestión no está en saber sino en preocuparse.
-Pero debes aceptar que preocupaciones sobran. No puedes preocuparte por todo.
-Creo que esto debería preocuparte.
-Pero el mundo es un lugar muy amplio, ¿no es así? Quiero decir, hay mucho espacio. ¿Realmente importa lo que sucede en unos cuantos lugares? ¿Si unos lugares se estropean, arruinan o profanan? Siempre hay espacio para continuar. ¿Si se le prende fuego a unas bibliotecas llenas de libros y manuscritos viejos, si se saquean unos cuantos museos? Al mundo le sobran más cosas viejas, si eso es lo que te gusta ver.
-Debes de ser de Estados Unidos.
-¿Cómo?
-No importa.
-Creo que le contaré esta historia a unas cuantas personas. ¿Les puedo mostrar las fotos?
-¿Por qué no?
-No vueles ahora. Quédate en tu percha. ¡Volveré antes de que me eches de menos!
***
-¿Me echaste de menos?
-¿Qué dijeron los demás?
-Dijeron que las fotos eran hermosas.
-¿Es todo?
-Dijeron que también estaban inquietos.
-¿Qué más?
-Dijeron que no había nada que hacer.
-¿Eso dijeron? ¿Todos?
-Bueno, no todos...
-Y...
-Dijeron que el mundo allí fuera es cruel.
-Yo diría que el mundo también es cruel aquí dentro. En tu, ¿cómo le has llamado?, arca.
-Nos las arreglamos.
-Ya veo.
-¡De verdad! Sólo tenemos que, mira, reducir nuestras expectativas.
-A medida que todo empeora.
-Exacto.
-¿Y ahora quién es el pesimista?
-No es pesimismo. Es realismo.
-Sí, claro.
-Y también me advirtieron de que me tomara con un grano de sal lo que decías. Dijeron que eras un artista.
-Yo ya te dije eso.
-Creí que tu labor era traer noticias.
-Los artistas también hacen eso.
-Sí, malas noticias.
-No siempre, te lo aseguro.
-Dijeron que a los artistas les gusta centrarse en los desastres. Que se deleitan en las malas noticias. Y que son moralistas ingenuos que no comprenden las leyes de hierro de la historia. Y (no te rías) del progreso.
-¿Cómo cuáles?
-Bien. El porqué tienen que hacer eso. La gente que todo lo domina. Por qué tienen que destruir el desierto. Y, a veces, las ciudades y los pueblos. Lo que me mostraste en las fotos.
-¿Por qué, entonces? Dímelo tú.
-Porque tenemos enemigos. Enemigos malévolos. Hemos de estar preparados. Tenemos que defendernos. Tenemos que ir allá y detenerlos antes de que sean lo bastante fuertes para hacernos algo.
-¡Loro!
-Oye, no todos somos pájaros aquí.
-¿De verdad te crees lo que acabas de decir?
-Mira, estoy pensando en lo que me comentas. Es una pena, en verdad. Las marismas se convirtieron en desierto. El desierto profanado. Y lo que le sucedió a los animales. Y a la agente y a lo demás. Pero hay muchas otras consideraciones, políticas, económicas, científicas, que no comprenderías. Eres un vagabundo. Eres un artista.
-Es cierto. No tengo ataduras. Como un pájaro.
-Digamos.
-Veo que has conocido a muchos artistas.
-Si te he ofendido, lo lamento.
-¡Dios mío, dame fuerzas! ¡Estos ilusos tan...!
-A mí no me graznes. Yo no fui. Yo no devasté el desierto. No maté a los animales. Ni masacré a los conscriptos. No prendí fuego a la biblioteca ni saqueé el museo de antigüedades.
-¿Sabías que durante la primera guerra del Golfo se mostraban películas pornográficas a los pilotos justo antes de que los enviaran a sus misiones de bombardeo?
-Pilotos de Estados Unidos.
-Así es.
-Oye, ésa ha sido práctica en más guerras coloniales norteamericanas que las que puedo contar. Pero los estadounidenses no inventaron el vínculo entre la testosterona y el placer de dar muerte, sobre todo de dar muerte desde lo alto de los cielos a gente indefensa en tierra, del mismo modo que es el único país que envenena su propio territorio.
-¿Qué quieres decir?
-Que todos hacen lo mismo en cuanto se les presenta la oportunidad. Así pues, ¿por qué te metes con Estados Unidos?
-Supongo que porque soy un artista estadounidense.
-¿Estás poniéndote sarcástico?
-¿Yo?
-Sí, tú.
-Hasta pronto, yo me largo al desierto de la alegría.
-Sabes, antes de que te marches, debes reconocer que la naturaleza es violencia.
-Y la naturaleza humana.
-Sí. Aunque no todos se comportan tan mal como la gente puede llegar a comportarse.
-Como si fuera perenne. Eso está sucediendo ahora mismo.
-Pues yo no soy una de las perpetradoras. La gente que de hecho hace esto ni siquiera hablaría con una criatura como tú. La gente que hace esto sólo alzaría una arma y te borraría de los cielos.
Se escucha un aletear de alas.
-¡Oye! ¡No te vayas! ¡No soy una de los dirigentes del planeta! ¡Soy una pobre criatura como tú! No te... vayas.
*
Aquí estoy de vuelta.
Silencio.
-¿Hola?
-Creí que no ibas a volver.
-Ay, soy un pájaro persistente.
-¡Sin duda alguna! Pero, en serio, te admiro porque no te has dado por vencido.
-Pensé que si seguía cantando, lo comprendería finalmente.
-Pues sí, la tenacidad es una de las virtudes. Y las fotos son inolvidables. He de reconocerlo. Tus paisajes de catástrofe.
-Pero te gustaría olvidar lo que te he mostrado, ¿no es así?
-Claro que sí. ¿Quién quiere sentirse más desamparado?
-Pero no lo olvidarás.
-Aunque me quedara ciega no podría olvidar esas fotos.
-Es curioso que menciones la ceguera. Pues ése era el tema de la homilía que tenía intención de pronunciar. ¿Lista para la homilía?
-Dispara.
-Dios mío.
-Vamos, es una broma.
-No hay bromas.
-Tienes que tener sentido del humor. Para sobrevivir.
Silencio.
-Vale, pues.
Silencio.
-En serio, estoy escuchando.
-Mi homilía. Acaso lo sepas o no, pero hay dos clases de ceguera. La retiniana, que causa deterioro ocular, y la cortical, que resulta de una lesión en el cerebro y deja los ojos intactos.
-Qué interesante.
-El punto es que la gente con ceguera cortical ve, en algún sentido, es decir, recibe impresiones visuales en la conciencia. Pero se considera ciega porque esas impresiones no pasan a la plaza más pequeña de la conciencia. Esto ha sido demostrado en un experimento reciente.
-Me gustan los experimentos.
-Sí, ya lo sé. Bien, en todo caso, imagina una persona con ceguera cortical en un lado, por ejemplo, digamos, el derecho. La sientas a la mesa. Giras su cabeza a la izquierda. Colocas unos objetos, digamos, una taza de café y un candelabro, en la mesa, a la derecha. Si preguntas. ‘‘¿Qué ves en el lado derecho de la mesa?" La respuesta es: ‘‘Nada. Ya sabes que estoy ciego de ese lado". Pero si replicas: ‘‘Sí, es cierto, no puedes ver de ese lado, estás ciego. Pero supongamos que pudieras ver, imagina que puedes ver. ¿Dónde crees que están los objetos en la mesa?" Y entonces, oh milagro, apenas dudándolo, la persona ciega extiende el brazo, abre la mano un poco en busca del candelabro, y la abre más para la taza.
-¡Vaya! ¿En verdad?
-Sí. Pero ésta es una historia. Me pediste un cuento. Esta es una parábola.
-¿Y cuyo sentido es...?
-Que lo mismo sucede con nuestras acciones. De igual modo que sabemos mucho más de lo que nos damos cuenta, podemos hacer mucho más de lo que nos creemos capaces. Formula la pregunta directamente: ¿Qué podemos hacer para evitar la destrucción del planeta y la creciente ola de violencia humana? La respuesta tiene que ser: Nada. ¿Los seres humanos contra los animales, los hombres contra las mujeres, la historia contra la naturaleza? Nada. Pero qué sucede si decimos: De acuerdo, no puede evitarse. Sin embargo, si imaginamos, sólo como hipótesis, aunque desde luego es imposible...
-Ya veo -dijo la descendiente de Noé.
-Sí -respondió el pájaro-. Otro marco para la voluntad. Porque está tan claro como el día y la noche: los bosques están siendo arrasados; las aguas, envenenadas; el aire se está oscureciendo y volviendo tóxico. Y los gobiernos presuntuosos continúan proyectando su poder con éxito: para conmocionar y asombrar, masacrar, explotar y despojar. Es cierto, no se puede salvar al mundo. Pero, ¿si actuamos de todos modos como si pudiera salvarse? Pues entonces...
-Ya veo -repitió la descendiente de Noé.
-Sí -dijo el pájaro agorero, algo más animado-. Casi es posible que se pueda salvar el mundo.
Texto de la escritora y activista estadounidense incluido en el primer número de la revista Granta en español, que se reproduce con autorización de sus editores
Traducción: Aurelio Major
Cuéntame un cuento -dijo una de las descendientes de Noé-. Sí, cuéntame un cuento.
-¿De qué clase? Mmmm. Puedo contarte uno con final feliz.
-No seas condescendiente. Puedo tolerarlo. Sólo cuéntame un cuento.
-Entonces te contaré uno con final triste. Pero después de un rato ya no prestarás atención. Estarás inquieta, con la mirada distraída. Y te preguntaré lo que ocurre y me responderás que ya has oído ese cuento antes. Me dirás que no tenía por qué haber terminado tan mal.
-¿Sólo hay dos clases de cuentos? No es cierto.
-Ay, el cielo es amplio. Ay, el océano, profundo. Y todos los cuentos ya han sido contados, ay, ay, ay...
-¡Basta! Sólo quieres atemorizarme. Pero es inútil, no tiene remedio. Debo mantener el ánimo en alto. Sé que eres un pájaro agorero. Te gusta atemorizarme.
-¿Agorero yo? Te equivocas. Me encanta estar vivo. Precipitarme, lanzarme y posarme donde me apetece. Lo que ocurre es que si observo mi entorno no puedo sentir más que desánimo.
-Escucha, se supone que eres el portador de buenas nuevas.
-Sólo puedo relatar lo que veo.
-Pues vuela, entonces. Y no vuelvas hasta que puedas contar algo optimista.
-¿Ves? Te lo dije, no quieres oír malas noticias.
-Vaya, es que no quiero escuchar malas noticias siempre. No me lo reproches.
-Bien, lo intentaré de nuevo. No creas que me gustan las calamidades, claro que no. Así que quieta aquí y déjame echar otro vistazo.
-¡Espera!
-¿Qué?
-No te distraigas por ahí. Quiero decir, no hagas el tonto. Es decir, sólo trae las noticias.
-Primero me riñes por agorero, y ahora me reprochas que lo pase bien. Pero no puedo evitarlo. El éxtasis es lo mío. Soy un artista, ya lo sabes.
-¿El éxtasis, dónde?
-Por doquier.
-Vaya suerte.
-Qué, ¿nunca lo has sentido?
-Claro, pero...
-Sí, ya sé. Pero entonces algo te desanima. Cargas con todas estas posesiones que tanto te importan y tienes que guardar y remplazar, y todos tus ambiciosos proyectos y tu crasa parentela, y...
-No hables de mis parientes, ¿te queda claro? Se esfuerzan mucho.
-Todos os esforzáis. Sobre todo en ignorar las malas noticias hasta que vienen a posarse en tu regazo.
-Y ¿por qué no habríamos de albergar esperanzas? Considera a cuánto hemos logrado sobreponernos. Y aquí estamos, todavía. Perduraremos. Lo sé.
-Eso espero. Ojalá estés en lo cierto. En todo caso, yo me voy.
-Pero, ¿volverás?
-Sin duda.
-¿Me lo prometes?
-Desde luego que volveré.
***
-Vaya, ¡te has retrasado!
-Lo siento. Me lo estaba pasando bien.
-¿Y qué más?
-Estaba buscando buenas noticias.
-¿Y?
-Pues bien, siempre hay alguna buena noticia, si eso es lo que quieres saber. Te ruego que no creas que disfruto con tu preocupación.
-Vamos, preocúpame.
-Nada parece estar marchando muy bien allá. Vi cosas muy perturbadoras.
-Estoy segura de que te desviaste para encontrarlas.
-No hizo falta ir muy lejos.
-Quizás no te parezcan bien a ti. Quizás mi punto de vista es distinto.
-Muy bien, prueba tú. Traigo algunas fotos.
-Vaya, fotos. ¡Qué bien!
-Míralas.
-¡Dios mío, es la luna! Las aguas retrocedieron y recalamos en la luna. Alabado sea el Señor.
-No, es el desierto.
-Ah. Mira, éstas son magníficas.
-Gracias.
-Me parece muy hermoso. Estos dorados, rosados y castaños. Y el cielo. Y la luz. No veo que haya nada malo.
-Bien, no se trata sólo de mirar. Tienes que saber lo que ha estado sucediendo. Hay un cuento que acompaña las fotos. Cuando conoces el cuento, las fotos cobran otro sentido.
-Ya sé, ahora me vas a venir con lo de la maldad humana. Ya me sé la historia. Por eso hubo un diluvio.
-No, no quiero contarte algo tan general. Más bien quiero hablar de la pasividad. Y del poder. Quizás adviertas que no hay gente en las fotos. Pues esto es lo que ha hecho la gente.
-De igual modo, me parece hermoso. ¿No puedes ver el friso sutil de las ruinas a lo lejos, casi del mismo color de la arena?
-A veces, cuando las cosas son destruidas, parecen hermosas.
-¿Más hermosas?
-A veces.
-¿Y cómo lo sabes?
-Debes aprender a interpretar las señales.
-No, puro graznido.
-Graznido humano, te lo aseguro.
-¿Hay mucha gente que conoce esta historia?
-Sí. Mucha. La cuestión no está en saber sino en preocuparse.
-Pero debes aceptar que preocupaciones sobran. No puedes preocuparte por todo.
-Creo que esto debería preocuparte.
-Pero el mundo es un lugar muy amplio, ¿no es así? Quiero decir, hay mucho espacio. ¿Realmente importa lo que sucede en unos cuantos lugares? ¿Si unos lugares se estropean, arruinan o profanan? Siempre hay espacio para continuar. ¿Si se le prende fuego a unas bibliotecas llenas de libros y manuscritos viejos, si se saquean unos cuantos museos? Al mundo le sobran más cosas viejas, si eso es lo que te gusta ver.
-Debes de ser de Estados Unidos.
-¿Cómo?
-No importa.
-Creo que le contaré esta historia a unas cuantas personas. ¿Les puedo mostrar las fotos?
-¿Por qué no?
-No vueles ahora. Quédate en tu percha. ¡Volveré antes de que me eches de menos!
***
-¿Me echaste de menos?
-¿Qué dijeron los demás?
-Dijeron que las fotos eran hermosas.
-¿Es todo?
-Dijeron que también estaban inquietos.
-¿Qué más?
-Dijeron que no había nada que hacer.
-¿Eso dijeron? ¿Todos?
-Bueno, no todos...
-Y...
-Dijeron que el mundo allí fuera es cruel.
-Yo diría que el mundo también es cruel aquí dentro. En tu, ¿cómo le has llamado?, arca.
-Nos las arreglamos.
-Ya veo.
-¡De verdad! Sólo tenemos que, mira, reducir nuestras expectativas.
-A medida que todo empeora.
-Exacto.
-¿Y ahora quién es el pesimista?
-No es pesimismo. Es realismo.
-Sí, claro.
-Y también me advirtieron de que me tomara con un grano de sal lo que decías. Dijeron que eras un artista.
-Yo ya te dije eso.
-Creí que tu labor era traer noticias.
-Los artistas también hacen eso.
-Sí, malas noticias.
-No siempre, te lo aseguro.
-Dijeron que a los artistas les gusta centrarse en los desastres. Que se deleitan en las malas noticias. Y que son moralistas ingenuos que no comprenden las leyes de hierro de la historia. Y (no te rías) del progreso.
-¿Cómo cuáles?
-Bien. El porqué tienen que hacer eso. La gente que todo lo domina. Por qué tienen que destruir el desierto. Y, a veces, las ciudades y los pueblos. Lo que me mostraste en las fotos.
-¿Por qué, entonces? Dímelo tú.
-Porque tenemos enemigos. Enemigos malévolos. Hemos de estar preparados. Tenemos que defendernos. Tenemos que ir allá y detenerlos antes de que sean lo bastante fuertes para hacernos algo.
-¡Loro!
-Oye, no todos somos pájaros aquí.
-¿De verdad te crees lo que acabas de decir?
-Mira, estoy pensando en lo que me comentas. Es una pena, en verdad. Las marismas se convirtieron en desierto. El desierto profanado. Y lo que le sucedió a los animales. Y a la agente y a lo demás. Pero hay muchas otras consideraciones, políticas, económicas, científicas, que no comprenderías. Eres un vagabundo. Eres un artista.
-Es cierto. No tengo ataduras. Como un pájaro.
-Digamos.
-Veo que has conocido a muchos artistas.
-Si te he ofendido, lo lamento.
-¡Dios mío, dame fuerzas! ¡Estos ilusos tan...!
-A mí no me graznes. Yo no fui. Yo no devasté el desierto. No maté a los animales. Ni masacré a los conscriptos. No prendí fuego a la biblioteca ni saqueé el museo de antigüedades.
-¿Sabías que durante la primera guerra del Golfo se mostraban películas pornográficas a los pilotos justo antes de que los enviaran a sus misiones de bombardeo?
-Pilotos de Estados Unidos.
-Así es.
-Oye, ésa ha sido práctica en más guerras coloniales norteamericanas que las que puedo contar. Pero los estadounidenses no inventaron el vínculo entre la testosterona y el placer de dar muerte, sobre todo de dar muerte desde lo alto de los cielos a gente indefensa en tierra, del mismo modo que es el único país que envenena su propio territorio.
-¿Qué quieres decir?
-Que todos hacen lo mismo en cuanto se les presenta la oportunidad. Así pues, ¿por qué te metes con Estados Unidos?
-Supongo que porque soy un artista estadounidense.
-¿Estás poniéndote sarcástico?
-¿Yo?
-Sí, tú.
-Hasta pronto, yo me largo al desierto de la alegría.
-Sabes, antes de que te marches, debes reconocer que la naturaleza es violencia.
-Y la naturaleza humana.
-Sí. Aunque no todos se comportan tan mal como la gente puede llegar a comportarse.
-Como si fuera perenne. Eso está sucediendo ahora mismo.
-Pues yo no soy una de las perpetradoras. La gente que de hecho hace esto ni siquiera hablaría con una criatura como tú. La gente que hace esto sólo alzaría una arma y te borraría de los cielos.
Se escucha un aletear de alas.
-¡Oye! ¡No te vayas! ¡No soy una de los dirigentes del planeta! ¡Soy una pobre criatura como tú! No te... vayas.
*
Aquí estoy de vuelta.
Silencio.
-¿Hola?
-Creí que no ibas a volver.
-Ay, soy un pájaro persistente.
-¡Sin duda alguna! Pero, en serio, te admiro porque no te has dado por vencido.
-Pensé que si seguía cantando, lo comprendería finalmente.
-Pues sí, la tenacidad es una de las virtudes. Y las fotos son inolvidables. He de reconocerlo. Tus paisajes de catástrofe.
-Pero te gustaría olvidar lo que te he mostrado, ¿no es así?
-Claro que sí. ¿Quién quiere sentirse más desamparado?
-Pero no lo olvidarás.
-Aunque me quedara ciega no podría olvidar esas fotos.
-Es curioso que menciones la ceguera. Pues ése era el tema de la homilía que tenía intención de pronunciar. ¿Lista para la homilía?
-Dispara.
-Dios mío.
-Vamos, es una broma.
-No hay bromas.
-Tienes que tener sentido del humor. Para sobrevivir.
Silencio.
-Vale, pues.
Silencio.
-En serio, estoy escuchando.
-Mi homilía. Acaso lo sepas o no, pero hay dos clases de ceguera. La retiniana, que causa deterioro ocular, y la cortical, que resulta de una lesión en el cerebro y deja los ojos intactos.
-Qué interesante.
-El punto es que la gente con ceguera cortical ve, en algún sentido, es decir, recibe impresiones visuales en la conciencia. Pero se considera ciega porque esas impresiones no pasan a la plaza más pequeña de la conciencia. Esto ha sido demostrado en un experimento reciente.
-Me gustan los experimentos.
-Sí, ya lo sé. Bien, en todo caso, imagina una persona con ceguera cortical en un lado, por ejemplo, digamos, el derecho. La sientas a la mesa. Giras su cabeza a la izquierda. Colocas unos objetos, digamos, una taza de café y un candelabro, en la mesa, a la derecha. Si preguntas. ‘‘¿Qué ves en el lado derecho de la mesa?" La respuesta es: ‘‘Nada. Ya sabes que estoy ciego de ese lado". Pero si replicas: ‘‘Sí, es cierto, no puedes ver de ese lado, estás ciego. Pero supongamos que pudieras ver, imagina que puedes ver. ¿Dónde crees que están los objetos en la mesa?" Y entonces, oh milagro, apenas dudándolo, la persona ciega extiende el brazo, abre la mano un poco en busca del candelabro, y la abre más para la taza.
-¡Vaya! ¿En verdad?
-Sí. Pero ésta es una historia. Me pediste un cuento. Esta es una parábola.
-¿Y cuyo sentido es...?
-Que lo mismo sucede con nuestras acciones. De igual modo que sabemos mucho más de lo que nos damos cuenta, podemos hacer mucho más de lo que nos creemos capaces. Formula la pregunta directamente: ¿Qué podemos hacer para evitar la destrucción del planeta y la creciente ola de violencia humana? La respuesta tiene que ser: Nada. ¿Los seres humanos contra los animales, los hombres contra las mujeres, la historia contra la naturaleza? Nada. Pero qué sucede si decimos: De acuerdo, no puede evitarse. Sin embargo, si imaginamos, sólo como hipótesis, aunque desde luego es imposible...
-Ya veo -dijo la descendiente de Noé.
-Sí -respondió el pájaro-. Otro marco para la voluntad. Porque está tan claro como el día y la noche: los bosques están siendo arrasados; las aguas, envenenadas; el aire se está oscureciendo y volviendo tóxico. Y los gobiernos presuntuosos continúan proyectando su poder con éxito: para conmocionar y asombrar, masacrar, explotar y despojar. Es cierto, no se puede salvar al mundo. Pero, ¿si actuamos de todos modos como si pudiera salvarse? Pues entonces...
-Ya veo -repitió la descendiente de Noé.
-Sí -dijo el pájaro agorero, algo más animado-. Casi es posible que se pueda salvar el mundo.
Texto de la escritora y activista estadounidense incluido en el primer número de la revista Granta en español, que se reproduce con autorización de sus editores
Traducción: Aurelio Major
Los libros, los sueños, la memoria
[Carta a Jorge Luis Borges]
El tigre está en la biblioteca. Por Susan Sontag, 12/06/96
Querido Borges:
Dado que siempre colocaron a su literatura bajo el signo de la eternidad, no parece demasiado extraño dirigirle una carta. (Borges, son diez años.) Si alguna vez un contemporáneo parecía destinado a la inmortalidad literaria, ese era usted. Usted era en gran medida el producto de su tiempo, de su cultura y, sin embargo, sabía cómo trascender su tiempo, su cultura, de un modo que resulta bastante mágico. Esto tenía algo que ver con la apertura y la generosidad de su atención. Era el menos egocéntrico, el más transparente de los escritores... así como el más artístico. También tenía algo que ver con una pureza natural de espíritu. Aunque vivió entre nosotros durante un tiempo bastante prolongado, perfeccionó las prácticas de fastidio e indiferencia que también lo convirtieron en un experto viajero mental hacia otras eras. Tenía un sentido del tiempo diferente al de los demás. Las ideas comunes de pasado, presente y futuro parecían banales bajo su mirada. A usted le gustaba decir que cada momento del tiempo contiene el pasado y el futuro, citando (según recuerdo) al poeta Browning, que escribió algo así como "el presente es el instante en el cual el futuro se derrumba en el pasado". Eso, por supuesto, formaba parte de su modestia: su gusto por encontrar sus ideas en las ideas de otros escritores.
Esa modestia era parte de la seguridad de su presencia. Usted era un descubridor de nuevas alegrías. Un pesimismo tan profundo, tan sereno como el suyo no necesitaba ser indignante. Más bien, tenía que ser inventivo... y usted era, por sobre todo, inventivo. La serenidad y la trascendencia del ser que usted encontró son, para mí, ejemplares. Usted demostró de qué manera no es necesario ser infeliz, aunque uno pueda ser completamente perspicaz y esclarecido sobre lo terrible que es todo. En alguna parte usted dijo que un escritor -delicadamente agregó: todas las personas- debe pensar que cualquier cosa que le suceda es un recurso. (Estaba hablando de su ceguera.)
Usted fue un gran recurso para otros escritores. En 1982 -es decir, cuatro años antes de morir (Borges, son diez años)- dije en una entrevista: "Hoy no existe ningún otro escritor viviente que importe más a otros escritores que Borges. Muchos dirían que es el más grande escritor viviente... Muy pocos escritores de hoy no aprendieron de él o lo imitaron". Eso sigue siendo así. Todavía seguimos aprendiendo de usted. Todavía lo seguimos imitando. Usted le ofreció a la gente nuevas maneras de imaginar, al mismo tiempo que proclamaba, una y otra vez, nuestra deuda con el pasado, por sobre todo con la literatura. Usted dijo que le debemos a la literatura prácticamente todo lo que somos y lo que fuimos. Si los libros desaparecen, desaparecerá la historia y también los seres humanos. Estoy segura de que tiene razón. Los libros no son sólo la suma arbitraria de nuestros sueños y de nuestra memoria. También nos dan el modelo de la autotrascendencia. Algunos piensan que la lectura es sólo una manera de escapar: un escape del mundo diario "real" a uno imaginario, el mundo de los libros. Los libros son mucho más.
Lamento tener que decirle que la suerte del libro nunca estuvo en igual decadencia. Son cada vez más los que se zambullen en el gran proyecto contemporáneo de destruir las condiciones que hacen la lectura posible, de repudiar el libro y sus efectos. Ya no está uno tirado en la cama o sentado en un rincón tranquilo de una biblioteca, dando vuelta lentamente las páginas bajo la luz de una lámpara. Pronto, nos dicen, llamaremos en "pantallas-libros" cualquier "texto" a pedido, y se podrá cambiar su apariencia, formular preguntas, "interactuar" con ese texto. Cuando los libros se conviertan en "textos" con los que "interactuaremos" según los criterios de utilidad, la palabra escrita se habrá convertido simplemente en otro aspecto de nuestra realidad televisiva regida por la publicidad. Este es el glorioso futuro que se está creando -y que nos prometen- como algo más "democrático". Por supuesto, usted y yo sabemos, eso no significa nada menos que la muerte de la introspección... y del libro.
Por esos tiempos no habrá necesidad de una gran conflagración. Los bárbaros no tienen que quemar los libros. El tigre está en la biblioteca. Querido Borges, por favor entienda que no me da placer quejarme. Pero, ¿a quién podrían estar mejor dirigidas estas quejas sobre el destino de los libros -de la lectura en sí- que a usted? (Borges, son diez años.) Todo lo que quiero decir es que lo extrañamos. Yo lo extraño. Usted sigue marcando una diferencia. Estamos entrando en una era extraña, el siglo XXI. Pondrá a prueba el alma de maneras inéditas. Pero, le prometo, algunos de nosotros no vamos a abandonar la Gran Biblioteca. Y usted seguirá siendo nuestro modelo y nuestro héroe
Susan Sontag, crítica y narradora estadounidense. Su última novela traducida al español es El amante del volcán. Traducción: Claudia Martínez.
[Carta a Jorge Luis Borges]
El tigre está en la biblioteca. Por Susan Sontag, 12/06/96
Querido Borges:
Dado que siempre colocaron a su literatura bajo el signo de la eternidad, no parece demasiado extraño dirigirle una carta. (Borges, son diez años.) Si alguna vez un contemporáneo parecía destinado a la inmortalidad literaria, ese era usted. Usted era en gran medida el producto de su tiempo, de su cultura y, sin embargo, sabía cómo trascender su tiempo, su cultura, de un modo que resulta bastante mágico. Esto tenía algo que ver con la apertura y la generosidad de su atención. Era el menos egocéntrico, el más transparente de los escritores... así como el más artístico. También tenía algo que ver con una pureza natural de espíritu. Aunque vivió entre nosotros durante un tiempo bastante prolongado, perfeccionó las prácticas de fastidio e indiferencia que también lo convirtieron en un experto viajero mental hacia otras eras. Tenía un sentido del tiempo diferente al de los demás. Las ideas comunes de pasado, presente y futuro parecían banales bajo su mirada. A usted le gustaba decir que cada momento del tiempo contiene el pasado y el futuro, citando (según recuerdo) al poeta Browning, que escribió algo así como "el presente es el instante en el cual el futuro se derrumba en el pasado". Eso, por supuesto, formaba parte de su modestia: su gusto por encontrar sus ideas en las ideas de otros escritores.
Esa modestia era parte de la seguridad de su presencia. Usted era un descubridor de nuevas alegrías. Un pesimismo tan profundo, tan sereno como el suyo no necesitaba ser indignante. Más bien, tenía que ser inventivo... y usted era, por sobre todo, inventivo. La serenidad y la trascendencia del ser que usted encontró son, para mí, ejemplares. Usted demostró de qué manera no es necesario ser infeliz, aunque uno pueda ser completamente perspicaz y esclarecido sobre lo terrible que es todo. En alguna parte usted dijo que un escritor -delicadamente agregó: todas las personas- debe pensar que cualquier cosa que le suceda es un recurso. (Estaba hablando de su ceguera.)
Usted fue un gran recurso para otros escritores. En 1982 -es decir, cuatro años antes de morir (Borges, son diez años)- dije en una entrevista: "Hoy no existe ningún otro escritor viviente que importe más a otros escritores que Borges. Muchos dirían que es el más grande escritor viviente... Muy pocos escritores de hoy no aprendieron de él o lo imitaron". Eso sigue siendo así. Todavía seguimos aprendiendo de usted. Todavía lo seguimos imitando. Usted le ofreció a la gente nuevas maneras de imaginar, al mismo tiempo que proclamaba, una y otra vez, nuestra deuda con el pasado, por sobre todo con la literatura. Usted dijo que le debemos a la literatura prácticamente todo lo que somos y lo que fuimos. Si los libros desaparecen, desaparecerá la historia y también los seres humanos. Estoy segura de que tiene razón. Los libros no son sólo la suma arbitraria de nuestros sueños y de nuestra memoria. También nos dan el modelo de la autotrascendencia. Algunos piensan que la lectura es sólo una manera de escapar: un escape del mundo diario "real" a uno imaginario, el mundo de los libros. Los libros son mucho más.
Lamento tener que decirle que la suerte del libro nunca estuvo en igual decadencia. Son cada vez más los que se zambullen en el gran proyecto contemporáneo de destruir las condiciones que hacen la lectura posible, de repudiar el libro y sus efectos. Ya no está uno tirado en la cama o sentado en un rincón tranquilo de una biblioteca, dando vuelta lentamente las páginas bajo la luz de una lámpara. Pronto, nos dicen, llamaremos en "pantallas-libros" cualquier "texto" a pedido, y se podrá cambiar su apariencia, formular preguntas, "interactuar" con ese texto. Cuando los libros se conviertan en "textos" con los que "interactuaremos" según los criterios de utilidad, la palabra escrita se habrá convertido simplemente en otro aspecto de nuestra realidad televisiva regida por la publicidad. Este es el glorioso futuro que se está creando -y que nos prometen- como algo más "democrático". Por supuesto, usted y yo sabemos, eso no significa nada menos que la muerte de la introspección... y del libro.
Por esos tiempos no habrá necesidad de una gran conflagración. Los bárbaros no tienen que quemar los libros. El tigre está en la biblioteca. Querido Borges, por favor entienda que no me da placer quejarme. Pero, ¿a quién podrían estar mejor dirigidas estas quejas sobre el destino de los libros -de la lectura en sí- que a usted? (Borges, son diez años.) Todo lo que quiero decir es que lo extrañamos. Yo lo extraño. Usted sigue marcando una diferencia. Estamos entrando en una era extraña, el siglo XXI. Pondrá a prueba el alma de maneras inéditas. Pero, le prometo, algunos de nosotros no vamos a abandonar la Gran Biblioteca. Y usted seguirá siendo nuestro modelo y nuestro héroe
Susan Sontag, crítica y narradora estadounidense. Su última novela traducida al español es El amante del volcán. Traducción: Claudia Martínez.
W. G. Sebald: El viajero y su lamento Por Susan Sontag
W. G. Sebald, nacido en un poblado alemán en 1944, es uno de esos raros escritores que han convertido al viaje en motivo de grandeza y encanto. Este ensayo traza su perfil literario y se conmueve ante el lenguaje de sus obras, un fluir maravilloso, delicado y denso.
Susan Sontag interroga a tres de las novelas de Sebald hasta dar con un proyecto que retrocede ante las devastaciones de la modernidad y medita en torno a los secretos de vidas oscuras. Ofrecemos también una muestra del trabajo de Sebald, sin más ambición que el gusto por la buena literatura.
¿Es todavía posible la grandeza literaria? Ante la decadencia implacable de la ambición literaria, la convergente ascensión del desgano, la verborrea y la crueldad insensible como asuntos normativos de la ficción, ¿qué sería en la actualidad un proyecto literario centrado en la nobleza? La obra de W. G. Sebald es una de las pocas respuestas disponibles a los lectores del idioma inglés.
Vértigo, la tercera novela de Sebald traducida al inglés, fue el punto de partida. Apareció en alemán en 1990, cuando su autor tenía 46 años; tres años después vino Los emigrantes; dos años más tarde Los anillos de Saturno. Cuando Los emigrantes se tradujo al inglés en 1996, la aclamación lindó con la reverencia. Ahí estaba un escritor magistral, maduro, inclusive otoñal en su persona y en sus temas, que había logrado un libro tan extraño como irrefutable. Su lenguaje era maravilloso: delicado, denso, inmerso en la materia de las cosas; y aunque de esto hubiera amplios antecedentes en lengua inglesa, lo que resultaba ajeno y a la vez más persuasivo era la autoridad extraordinaria de la voz de Sebald: su gravedad, sinuosidad, precisión, su libertad frente a toda cohibición debilitadora o toda ironía gratuita.
En los libros de W. G. Sebald, un narrador que lleva el nombre de W. G. Sebald -según se nos recuerda en forma ocasional- viaja para rendir cuenta de la evidencia de una moral en la naturaleza, retrocede ante las devastaciones de la modernidad, medita en torno a los secretos de vidas oscuras. En alguna jornada de investigación, lanzado por algún recuerdo o noticia de un mundo perdido sin remedio, él recuerda, invoca, alucina, lamenta.
¿Es Sebald el narrador? ¿O es un personaje de ficción a quien el autor ha prestado su nombre, con detalles selectos de su biografía? Nacido en 1944 en un poblado alemán que en sus libros llama "W." (la cubierta lo identifica para nosotros como Wertach im Allgäu), el autor se estableció en Inglaterra durante sus primeros veinte años de edad, y con una carrera académica vigente en la enseñanza de literatura alemana moderna en la Universidad de East Anglia, incluye un puñado de alusiones a estos y algunos otros hechos, y también -con otros documentos autorreferenciales reproducidos en sus libros- un retrato con el grano abierto de él mismo, situado al frente de un enorme cedro de Líbano en Los anillos de Saturno, o la foto de su nuevo pasaporte en Vértigo.
Sin embargo, estos libros reclaman con justicia ser considerados como ficción. Y son ficción, no sólo porque hay buenas razones para creer que mucho ha sido inventado o alterado sino porque, seguramente, algo de lo que Sebald narra sucedió en efecto: nombres, lugares, fechas y demás. La ficción y la objetividad, desde luego, no se oponen. Uno de los reclamos fundadores de la novela inglesa es que la historia sea verdadera. Lo característico de una obra de ficción no es que la historia no sea verdadera -bien puede ser verdadera, en parte o en su integridad-, sino su uso o expansión de una variedad de recursos (aun documentos falsos o fraguados) que producen lo que los críticos literarios llaman "el efecto de lo real". Las ficciones de Sebald -y la ilustración visual que las acompaña- proyectan el efecto de lo real a un extremo fulgurante.
Este narrador "real" es un modelo de construcción literaria: el promeneur solitaire de muchas generaciones de literatura romántica. Un solitario, aun cuando se menciona alguna compañía (como Clara, en el párrafo inicial de Los emigrantes), el narrador está listo para salir de viaje a su antojo, a seguir algún arrebato de curiosidad acerca de una vida extinta (como los cuentos de Paul, un querido maestro de primaria en Los emigrantes, quien por primera vez lleva al narrador de vuelta a la "nueva Alemania", y como los del tío Adelwath, quien lleva al narrador a Estados Unidos). Otro motivo para el viaje se plantea en Vértigo y Los anillos de Saturno, donde resulta más evidente que el narrador es asimismo un escritor, con las inquietudes de un escritor y el gusto por la soledad de un escritor. Es frecuente que el narrador empiece el viaje cuando surge alguna crisis. Y, por lo común, el viaje es una indagación, aun cuando la naturaleza de esa indagación no se manifiesta enseguida. He aquí el principio del segundo de los cuatro relatos que conforman Vértigo:
En octubre de 1980 viajé de Inglaterra, en donde para entonces yo había vivido durante casi 25 años, en un distrito que estaba casi siempre bajo cielos grises, rumbo a Viena, con la esperanza de que un cambio de lugar me ayudaría a superar una etapa de mi vida particularmente difícil. Sin embargo, en Viena descubrí que los días me resultaban demasiado largos, ahora que no estaban ocupados por mi acostumbrada rutina de escribir y hacer trabajos de jardinería, y literalmente no sabía a dónde dirigirme. Salía temprano cada mañana y caminaba sin rumbo ni objetivo por las calles de la ciudad antigua...
Este largo pasaje, titulado "All ´estero" ("En el extranjero"), que lleva al narrador desde Viena a varios lugares del norte de Italia, sigue al capítulo inicial -un brillante ejercicio de escritura concentrada que refiere la biografía del muy viajero Stendhal- y le sigue un tercer capítulo que relata con brevedad la jornada italiana de otro escritor, "Dr. K.", en algunos sitios visitados por Sebald durante sus viajes a Italia. El cuarto y último capítulo, tan largo como el segundo y complementario de éste, se titula "Il ritorno in patria" ("Regreso a casa"). Las cuatro narraciones de Vértigo bosquejan todos los temas principales de Sebald: los viajes; las vidas de escritores que son también viajeros; el sentirse obsesionado y el estar libre de lastres. Siempre hay visiones de la destrucción. En el primer relato, mientras se recupera de una enfermedad, Stendhal sueña en el gran incendio de Moscú; el último relato finaliza cuando Sebald se duerme sobre el diario de Samuel Pepys y sueña con Londres destruido por el Gran Incendio.
Los emigrantes emplea la misma estructura musical de cuatro movimientos donde la cuarta narración es la más extensa y poderosa. Los viajes de una u otra especie habitan el corazón de toda la narrativa de Sebald: en las peregrinaciones del propio narrador y las vidas, todas de algún modo desplazadas, que el narrador evoca.
Comparemos con la primera oración de Los anillos de Saturno:
En agosto de 1992, cuando los días caniculares se acercaban a su fin, salí a caminar por el distrito de Suffolk, con la esperanza de disipar el vacío que se apodera de mí cada vez que concluyo un tramo largo de trabajo.
Los anillos de Saturno es en su integridad el recuento de este viaje a pie realizado con el propósito de disipar el vacío. Pero si el viaje tradicional nos acercaba a la naturaleza, aquí mide los grados de la devastación; el principio del libro nos dice que el narrador estuvo tan abatido al descubrir "las huellas de la destrucción" que un año después de comenzar su viaje debió ingresar a un hospital de Norwich "en un estado de inmovilidad casi total".
Los viajes bajo el signo de Saturno, divisa de la melancolía, son el tema de los tres libros escritos por Sebald en la primera mitad de los noventa. Su punto primordial es la destrucción: de la naturaleza (el lamento por los árboles que destruyó un mal holandés que atacó a los olmos, y por los que destruyó el huracán de 1987 en la penúltima sección de Los anillos de Saturno); la destrucción de las ciudades; de los estilos de vida. Los emigrantes relata un viaje a Deauville en 1991, en busca tal vez de "algún residuo del pasado" para confirmar que este "lugar de veraneo alguna vez legendario, como cualquier otro lugar que uno visita ahora en cualquier país o continente, estaba agotado, arruinado sin remedio por el tráfico, las tiendas y boutiques, el instinto insaciable de la destrucción". Y el cuarto relato de Vértigo, con el regreso a casa en W. -que el narrador dice no haber revisitado desde su infancia- es una extensa recherche du temps perdu.
El clímax de Los emigrantes, cuatro relatos acerca de personas que abandonaron su tierra natal, es la evocación desoladora -supuestamente, una memoria en manuscrito- de una idílica infancia germano-judía. El narrador describe su decisión de visitar Kissingen, el pueblo donde el autor pasó su infancia, para observar las huellas que han perdurado de ésta. Dado que Sebald se estableció en lengua inglesa con Los emigrantes, y como el personaje de su último relato es un famoso pintor llamado Max Ferber, judío alemán enviado durante su niñez, fuera de la Alemania nazi, a la seguridad de Inglaterra -su madre, que murió con su padre en los campos de concentración, es la autora de la memoria-, el libro fue etiquetado rutinariamente por la mayoría de los reseñistas -sobre todo, aunque no sólo en Estados Unidos- como un ejemplo de "literatura del holocausto". Al terminar un libro de lamentación con el tema extremo de lamento, Los emigrantes pudo preparar el desencanto de muchos admiradores de Sebald por la obra que le siguió en traducción, Los anillos de Saturno. Este libro no se divide en narraciones distintas, sino que consiste en una cadena o progresión de historias: una conduce a la otra. En Los anillos de Saturno, una mente bien armada especula si acaso Sir Thomas Browne, al visitar Holanda, asistió a la lección de anatomía pintada por Rembrandt; recuerda un interludio romántico en la vida de Chateaubriand durante su exilio en Inglaterra, evoca los nobles esfuerzos de Roger Casement por divulgar las infamias del régimen de Leopoldo en el Congo, cuenta otra vez la infancia en el exilio y las primeras aventuras en el mar de Joseph Conrad: estas y muchas otras historias. En su procesión de anécdotas raras y eruditas, en sus encuentros afectuosos con gente libresca (dos conferencistas de literatura francesa, entre ellos un académico especializado en Flaubert; el traductor y poeta Michael Hamburger), Los anillos de Saturno pudo parecer -luego de la agudeza extrema de Los emigrantes- simplemente "literario".
Sería una pena que las expectativas creadas por Los emigrantes sobre la obra de Sebald influyeran también en la recepción de Vértigo, que esclarece aún más la naturaleza y la urgencia moral de sus relatos de viajes -atentos a lo histórico por sus obsesiones, pero con alcances que son de la ficción-. El viaje libera la mente para el juego de las asociaciones, para los sufrimientos (y erosiones) de la memoria, para degustar la soledad. La conciencia del narrador solitario es el verdadero protagonista de los libros de Sebald, inclusive cuando hace una de las cosas que mejor sabe hacer: contar y resumir las vidas de otros.
Vértigo es el libro donde la vida del narrador en Inglaterra es menos visible. Y todavía más que los dos libros que le siguieron, este es el autorretrato de una mente: una mente sin sosiego, insatisfecha de manera crónica; una mente atormentada; una mente proclive a las alucinaciones. Al caminar por Viena, cree reconocer al poeta Dante, desterrado de su ciudad bajo condena de ser quemado en la hoguera. En la banca posterior de un vaporetto en Venecia, ve a Ludwig II de Bavaria; al viajar en un autobús por la costa del Lago Garda hacia Riva, ve a un adolescente cuyo aspecto corresponde al de Kafka con exactitud. Este narrador, que se define a sí mismo como un extranjero -al escuchar el parloteo de algunos turistas alemanes en un hotel, él quisiera no haberlos entendido, "o sea, haber sido ciudadano de un mejor país, o de ningún país en absoluto"- es, además, una mente luctuosa. En cierto momento, el narrador afirma no saber si todavía está en la tierra de los vivos, o si ya está en algún otro lugar.
De hecho, él está en ambos: con los vivos y -si la guía es su imaginación- con los póstumos también. Un viaje es con frecuencia una nueva visita. Es el retorno a un lugar, a consecuencia de algún asunto inconcluso, para buscar el origen de un recuerdo, para repetir (o completar) una experiencia; para entregarse uno mismo -como en la cuarta narración de Los emigrantes- a las revelaciones más concluyentes y devastadoras. Estos actos heroicos del recuerdo y la búsqueda de sus orígenes traen consigo su precio. Parte del poderío de Vértigo es que atiende más el costo de este esfuerzo. (Vértigo, la palabra empleada para traducir el título alemán Schwindel. Gefühle -a grandes rasgos: Mal de altura. Sentimiento- apenas sugiere todas las clases de pánico, apatía y desorientación que narra el libro).
Vértigo cuenta la forma como el narrador, luego de llegar a Viena, camina tanto que al regresar al hotel descubre que sus zapatos caen en pedazos. En Los anillos de Saturno, y sobre todo en Los emigrantes, la mente se concentra menos en sí misma; el narrador es más elusivo. Más que en los libros posteriores, Vértigo aborda la conciencia doliente del propio narrador. Pero en la angustia mental invocada de forma lacónica que aguijonea la tranquilidad del narrador, la conciencia inteligente nunca es solipsista, como sucede en la literatura de menor alcance.
El sostén de la conciencia fluctuante del narrador reside en el espacio y la vivacidad de los detalles. Como el viaje es el principio generador de la actividad mental en los libros de Sebald, desplazarse en el espacio brinda un estímulo kinético a sus descripciones maravillosas, en especial sus paisajes. He aquí un narrador en propulsión.
¿Dónde hemos escuchado en lengua inglesa una voz de tal exactitud y confianza, tan directa al expresar el sentimiento y sin embargo tan respetuosamente devota del registro de "lo real"? Podemos citar a D. H. Lawrence y al Naipaul de El enigma de la llegada, aunque poco hay en ellos de la desolación apasionada de la voz de Sebald. Para esto, uno debe considerar una genealogía alemana. Jean Paul, Franz Grillparzer, Adalbert Stifter, Robert Walser, el Hofmannsthal de La carta de Lord Chandos y Thomas Bernhard son algunas afinidades de este maestro contemporáneo de la literatura de lamentación y ansiedad mental. El consenso acerca de la mayor parte de la literatura inglesa del siglo pasado ha decretado que las perturbaciones líricas y elegiacas son inadecuadas para la ficción: sobrecargada, pretenciosa. (Incluso una gran novela, tan excepcional como Las olas, de Virginia Woolf, no se ha librado de estos rigores.) La literatura alemana de la posguerra, preocupada por la manera en que la grandeza del arte y la literatura del pasado -particularmente del romanticismo alemán- demostró su afinidad con la conformación de mitos del totalitarismo, sospechaba de cualquier cosa que se pareciera a la evocación romántica o nostálgica del pasado. De ahí tal vez que sólo un escritor alemán radicado en el extranjero de modo permanente, en las inmediaciones de una literatura con una predilección moderna por lo anti-sublime, pudo lograr un tono de semejante convicción y nobleza.
Además del fervor moral y los dones compasivos del narrador (aquí se aparta de Bernhard), lo que mantiene su escritura siempre fresca, y nunca meramente retórica, es el desbordamiento que nombra y visualiza en palabras; esto, más el recurso siempre sorpresivo de las ilustraciones. Imágenes de boletos de tren, la hoja desgarrada de un diario de bolsillo, dibujos, una tarjeta de visita, recortes de periódico, el detalle de un cuadro y desde luego fotografías, con el encanto y en muchos casos la imperfección de las reliquias. Así, en un momento de Vértigo, el narrador pierde su pasaporte; o, más bien, se lo pierden en el hotel. Y ahí está el documento creado por la policía de Riva, en el cual -un toque de misterio- la tinta en la G de W. G. Sebald está incompleta; y ahí está el nuevo pasaporte, con la fotografía tomada por el consulado de Alemania en Milán. (En efecto, este extranjero profesional viaja con pasaporte alemán o, por lo menos, así lo hizo en 1987.) En Los emigrantes, estos documentos visuales parecían talismanes. Y es probable que no todos fueran auténticos. En Los anillos de Saturno, con menor interés, parecen simplemente ilustrativos. Si el narrador habla de Swinburne, hay un pequeño retrato de Swinburne en medio de la página; si relata una visita a un cementerio en Suffolk, donde ha captado su atención el monumento funerario de una mujer fallecida en 1799, el cual describe en detalle, desde el empalagoso epitafio hasta los agujeros perforados en la piedra de los bordes superiores por los cuatro lados, tenemos también una pequeña y borrosa fotografía de la tumba, otra vez en medio de la página.
En Vértigo, los documentos tienen un mensaje más incisivo. Nos dicen: "lo que les hemos contado es cierto" -algo que, por lo común, el lector de ficción difícilmente espera-. Ofrecer cualquier tipo de evidencia es dotar a lo descrito con palabras de un excedente misterioso de pathos. Las fotografías y otras reliquias reproducidas en la página conforman un índice exquisito del transcurso del pasado.
En ocasiones se parece a los devaneos de Tristam Shandy: el autor está intimando con nosotros. En otros momentos, estas reliquias visuales proferidas con insistencia parecen un desafío insolente a la suficiencia de lo verbal. Con todo, como Sebald apunta en Los anillos de Saturno al describir una aparición favorita -la Sala de Lectura de los Marineros en Southwold, donde examina las anotaciones del cuaderno de bitácora de una patrulla marina anclada lejos de los muelles en el otoño de 1914-: "Cada vez que descifro uno de estos registros me asombra que un rastro desvanecido en el aire o el agua durante tanto tiempo permanezca visible en este papel." Y continúa, al cerrar la cubierta veteada del cuaderno de bitácora y considerar "la misteriosa supervivencia de la palabra escrita".
Susan Sontag. Escritora. Entre sus libros, Bajo el signo de Saturno, Contra la interpretación y El amante del volcán. Traducción de Roberto Diego Ortega
W. G. Sebald, nacido en un poblado alemán en 1944, es uno de esos raros escritores que han convertido al viaje en motivo de grandeza y encanto. Este ensayo traza su perfil literario y se conmueve ante el lenguaje de sus obras, un fluir maravilloso, delicado y denso.
Susan Sontag interroga a tres de las novelas de Sebald hasta dar con un proyecto que retrocede ante las devastaciones de la modernidad y medita en torno a los secretos de vidas oscuras. Ofrecemos también una muestra del trabajo de Sebald, sin más ambición que el gusto por la buena literatura.
¿Es todavía posible la grandeza literaria? Ante la decadencia implacable de la ambición literaria, la convergente ascensión del desgano, la verborrea y la crueldad insensible como asuntos normativos de la ficción, ¿qué sería en la actualidad un proyecto literario centrado en la nobleza? La obra de W. G. Sebald es una de las pocas respuestas disponibles a los lectores del idioma inglés.
Vértigo, la tercera novela de Sebald traducida al inglés, fue el punto de partida. Apareció en alemán en 1990, cuando su autor tenía 46 años; tres años después vino Los emigrantes; dos años más tarde Los anillos de Saturno. Cuando Los emigrantes se tradujo al inglés en 1996, la aclamación lindó con la reverencia. Ahí estaba un escritor magistral, maduro, inclusive otoñal en su persona y en sus temas, que había logrado un libro tan extraño como irrefutable. Su lenguaje era maravilloso: delicado, denso, inmerso en la materia de las cosas; y aunque de esto hubiera amplios antecedentes en lengua inglesa, lo que resultaba ajeno y a la vez más persuasivo era la autoridad extraordinaria de la voz de Sebald: su gravedad, sinuosidad, precisión, su libertad frente a toda cohibición debilitadora o toda ironía gratuita.
En los libros de W. G. Sebald, un narrador que lleva el nombre de W. G. Sebald -según se nos recuerda en forma ocasional- viaja para rendir cuenta de la evidencia de una moral en la naturaleza, retrocede ante las devastaciones de la modernidad, medita en torno a los secretos de vidas oscuras. En alguna jornada de investigación, lanzado por algún recuerdo o noticia de un mundo perdido sin remedio, él recuerda, invoca, alucina, lamenta.
¿Es Sebald el narrador? ¿O es un personaje de ficción a quien el autor ha prestado su nombre, con detalles selectos de su biografía? Nacido en 1944 en un poblado alemán que en sus libros llama "W." (la cubierta lo identifica para nosotros como Wertach im Allgäu), el autor se estableció en Inglaterra durante sus primeros veinte años de edad, y con una carrera académica vigente en la enseñanza de literatura alemana moderna en la Universidad de East Anglia, incluye un puñado de alusiones a estos y algunos otros hechos, y también -con otros documentos autorreferenciales reproducidos en sus libros- un retrato con el grano abierto de él mismo, situado al frente de un enorme cedro de Líbano en Los anillos de Saturno, o la foto de su nuevo pasaporte en Vértigo.
Sin embargo, estos libros reclaman con justicia ser considerados como ficción. Y son ficción, no sólo porque hay buenas razones para creer que mucho ha sido inventado o alterado sino porque, seguramente, algo de lo que Sebald narra sucedió en efecto: nombres, lugares, fechas y demás. La ficción y la objetividad, desde luego, no se oponen. Uno de los reclamos fundadores de la novela inglesa es que la historia sea verdadera. Lo característico de una obra de ficción no es que la historia no sea verdadera -bien puede ser verdadera, en parte o en su integridad-, sino su uso o expansión de una variedad de recursos (aun documentos falsos o fraguados) que producen lo que los críticos literarios llaman "el efecto de lo real". Las ficciones de Sebald -y la ilustración visual que las acompaña- proyectan el efecto de lo real a un extremo fulgurante.
Este narrador "real" es un modelo de construcción literaria: el promeneur solitaire de muchas generaciones de literatura romántica. Un solitario, aun cuando se menciona alguna compañía (como Clara, en el párrafo inicial de Los emigrantes), el narrador está listo para salir de viaje a su antojo, a seguir algún arrebato de curiosidad acerca de una vida extinta (como los cuentos de Paul, un querido maestro de primaria en Los emigrantes, quien por primera vez lleva al narrador de vuelta a la "nueva Alemania", y como los del tío Adelwath, quien lleva al narrador a Estados Unidos). Otro motivo para el viaje se plantea en Vértigo y Los anillos de Saturno, donde resulta más evidente que el narrador es asimismo un escritor, con las inquietudes de un escritor y el gusto por la soledad de un escritor. Es frecuente que el narrador empiece el viaje cuando surge alguna crisis. Y, por lo común, el viaje es una indagación, aun cuando la naturaleza de esa indagación no se manifiesta enseguida. He aquí el principio del segundo de los cuatro relatos que conforman Vértigo:
En octubre de 1980 viajé de Inglaterra, en donde para entonces yo había vivido durante casi 25 años, en un distrito que estaba casi siempre bajo cielos grises, rumbo a Viena, con la esperanza de que un cambio de lugar me ayudaría a superar una etapa de mi vida particularmente difícil. Sin embargo, en Viena descubrí que los días me resultaban demasiado largos, ahora que no estaban ocupados por mi acostumbrada rutina de escribir y hacer trabajos de jardinería, y literalmente no sabía a dónde dirigirme. Salía temprano cada mañana y caminaba sin rumbo ni objetivo por las calles de la ciudad antigua...
Este largo pasaje, titulado "All ´estero" ("En el extranjero"), que lleva al narrador desde Viena a varios lugares del norte de Italia, sigue al capítulo inicial -un brillante ejercicio de escritura concentrada que refiere la biografía del muy viajero Stendhal- y le sigue un tercer capítulo que relata con brevedad la jornada italiana de otro escritor, "Dr. K.", en algunos sitios visitados por Sebald durante sus viajes a Italia. El cuarto y último capítulo, tan largo como el segundo y complementario de éste, se titula "Il ritorno in patria" ("Regreso a casa"). Las cuatro narraciones de Vértigo bosquejan todos los temas principales de Sebald: los viajes; las vidas de escritores que son también viajeros; el sentirse obsesionado y el estar libre de lastres. Siempre hay visiones de la destrucción. En el primer relato, mientras se recupera de una enfermedad, Stendhal sueña en el gran incendio de Moscú; el último relato finaliza cuando Sebald se duerme sobre el diario de Samuel Pepys y sueña con Londres destruido por el Gran Incendio.
Los emigrantes emplea la misma estructura musical de cuatro movimientos donde la cuarta narración es la más extensa y poderosa. Los viajes de una u otra especie habitan el corazón de toda la narrativa de Sebald: en las peregrinaciones del propio narrador y las vidas, todas de algún modo desplazadas, que el narrador evoca.
Comparemos con la primera oración de Los anillos de Saturno:
En agosto de 1992, cuando los días caniculares se acercaban a su fin, salí a caminar por el distrito de Suffolk, con la esperanza de disipar el vacío que se apodera de mí cada vez que concluyo un tramo largo de trabajo.
Los anillos de Saturno es en su integridad el recuento de este viaje a pie realizado con el propósito de disipar el vacío. Pero si el viaje tradicional nos acercaba a la naturaleza, aquí mide los grados de la devastación; el principio del libro nos dice que el narrador estuvo tan abatido al descubrir "las huellas de la destrucción" que un año después de comenzar su viaje debió ingresar a un hospital de Norwich "en un estado de inmovilidad casi total".
Los viajes bajo el signo de Saturno, divisa de la melancolía, son el tema de los tres libros escritos por Sebald en la primera mitad de los noventa. Su punto primordial es la destrucción: de la naturaleza (el lamento por los árboles que destruyó un mal holandés que atacó a los olmos, y por los que destruyó el huracán de 1987 en la penúltima sección de Los anillos de Saturno); la destrucción de las ciudades; de los estilos de vida. Los emigrantes relata un viaje a Deauville en 1991, en busca tal vez de "algún residuo del pasado" para confirmar que este "lugar de veraneo alguna vez legendario, como cualquier otro lugar que uno visita ahora en cualquier país o continente, estaba agotado, arruinado sin remedio por el tráfico, las tiendas y boutiques, el instinto insaciable de la destrucción". Y el cuarto relato de Vértigo, con el regreso a casa en W. -que el narrador dice no haber revisitado desde su infancia- es una extensa recherche du temps perdu.
El clímax de Los emigrantes, cuatro relatos acerca de personas que abandonaron su tierra natal, es la evocación desoladora -supuestamente, una memoria en manuscrito- de una idílica infancia germano-judía. El narrador describe su decisión de visitar Kissingen, el pueblo donde el autor pasó su infancia, para observar las huellas que han perdurado de ésta. Dado que Sebald se estableció en lengua inglesa con Los emigrantes, y como el personaje de su último relato es un famoso pintor llamado Max Ferber, judío alemán enviado durante su niñez, fuera de la Alemania nazi, a la seguridad de Inglaterra -su madre, que murió con su padre en los campos de concentración, es la autora de la memoria-, el libro fue etiquetado rutinariamente por la mayoría de los reseñistas -sobre todo, aunque no sólo en Estados Unidos- como un ejemplo de "literatura del holocausto". Al terminar un libro de lamentación con el tema extremo de lamento, Los emigrantes pudo preparar el desencanto de muchos admiradores de Sebald por la obra que le siguió en traducción, Los anillos de Saturno. Este libro no se divide en narraciones distintas, sino que consiste en una cadena o progresión de historias: una conduce a la otra. En Los anillos de Saturno, una mente bien armada especula si acaso Sir Thomas Browne, al visitar Holanda, asistió a la lección de anatomía pintada por Rembrandt; recuerda un interludio romántico en la vida de Chateaubriand durante su exilio en Inglaterra, evoca los nobles esfuerzos de Roger Casement por divulgar las infamias del régimen de Leopoldo en el Congo, cuenta otra vez la infancia en el exilio y las primeras aventuras en el mar de Joseph Conrad: estas y muchas otras historias. En su procesión de anécdotas raras y eruditas, en sus encuentros afectuosos con gente libresca (dos conferencistas de literatura francesa, entre ellos un académico especializado en Flaubert; el traductor y poeta Michael Hamburger), Los anillos de Saturno pudo parecer -luego de la agudeza extrema de Los emigrantes- simplemente "literario".
Sería una pena que las expectativas creadas por Los emigrantes sobre la obra de Sebald influyeran también en la recepción de Vértigo, que esclarece aún más la naturaleza y la urgencia moral de sus relatos de viajes -atentos a lo histórico por sus obsesiones, pero con alcances que son de la ficción-. El viaje libera la mente para el juego de las asociaciones, para los sufrimientos (y erosiones) de la memoria, para degustar la soledad. La conciencia del narrador solitario es el verdadero protagonista de los libros de Sebald, inclusive cuando hace una de las cosas que mejor sabe hacer: contar y resumir las vidas de otros.
Vértigo es el libro donde la vida del narrador en Inglaterra es menos visible. Y todavía más que los dos libros que le siguieron, este es el autorretrato de una mente: una mente sin sosiego, insatisfecha de manera crónica; una mente atormentada; una mente proclive a las alucinaciones. Al caminar por Viena, cree reconocer al poeta Dante, desterrado de su ciudad bajo condena de ser quemado en la hoguera. En la banca posterior de un vaporetto en Venecia, ve a Ludwig II de Bavaria; al viajar en un autobús por la costa del Lago Garda hacia Riva, ve a un adolescente cuyo aspecto corresponde al de Kafka con exactitud. Este narrador, que se define a sí mismo como un extranjero -al escuchar el parloteo de algunos turistas alemanes en un hotel, él quisiera no haberlos entendido, "o sea, haber sido ciudadano de un mejor país, o de ningún país en absoluto"- es, además, una mente luctuosa. En cierto momento, el narrador afirma no saber si todavía está en la tierra de los vivos, o si ya está en algún otro lugar.
De hecho, él está en ambos: con los vivos y -si la guía es su imaginación- con los póstumos también. Un viaje es con frecuencia una nueva visita. Es el retorno a un lugar, a consecuencia de algún asunto inconcluso, para buscar el origen de un recuerdo, para repetir (o completar) una experiencia; para entregarse uno mismo -como en la cuarta narración de Los emigrantes- a las revelaciones más concluyentes y devastadoras. Estos actos heroicos del recuerdo y la búsqueda de sus orígenes traen consigo su precio. Parte del poderío de Vértigo es que atiende más el costo de este esfuerzo. (Vértigo, la palabra empleada para traducir el título alemán Schwindel. Gefühle -a grandes rasgos: Mal de altura. Sentimiento- apenas sugiere todas las clases de pánico, apatía y desorientación que narra el libro).
Vértigo cuenta la forma como el narrador, luego de llegar a Viena, camina tanto que al regresar al hotel descubre que sus zapatos caen en pedazos. En Los anillos de Saturno, y sobre todo en Los emigrantes, la mente se concentra menos en sí misma; el narrador es más elusivo. Más que en los libros posteriores, Vértigo aborda la conciencia doliente del propio narrador. Pero en la angustia mental invocada de forma lacónica que aguijonea la tranquilidad del narrador, la conciencia inteligente nunca es solipsista, como sucede en la literatura de menor alcance.
El sostén de la conciencia fluctuante del narrador reside en el espacio y la vivacidad de los detalles. Como el viaje es el principio generador de la actividad mental en los libros de Sebald, desplazarse en el espacio brinda un estímulo kinético a sus descripciones maravillosas, en especial sus paisajes. He aquí un narrador en propulsión.
¿Dónde hemos escuchado en lengua inglesa una voz de tal exactitud y confianza, tan directa al expresar el sentimiento y sin embargo tan respetuosamente devota del registro de "lo real"? Podemos citar a D. H. Lawrence y al Naipaul de El enigma de la llegada, aunque poco hay en ellos de la desolación apasionada de la voz de Sebald. Para esto, uno debe considerar una genealogía alemana. Jean Paul, Franz Grillparzer, Adalbert Stifter, Robert Walser, el Hofmannsthal de La carta de Lord Chandos y Thomas Bernhard son algunas afinidades de este maestro contemporáneo de la literatura de lamentación y ansiedad mental. El consenso acerca de la mayor parte de la literatura inglesa del siglo pasado ha decretado que las perturbaciones líricas y elegiacas son inadecuadas para la ficción: sobrecargada, pretenciosa. (Incluso una gran novela, tan excepcional como Las olas, de Virginia Woolf, no se ha librado de estos rigores.) La literatura alemana de la posguerra, preocupada por la manera en que la grandeza del arte y la literatura del pasado -particularmente del romanticismo alemán- demostró su afinidad con la conformación de mitos del totalitarismo, sospechaba de cualquier cosa que se pareciera a la evocación romántica o nostálgica del pasado. De ahí tal vez que sólo un escritor alemán radicado en el extranjero de modo permanente, en las inmediaciones de una literatura con una predilección moderna por lo anti-sublime, pudo lograr un tono de semejante convicción y nobleza.
Además del fervor moral y los dones compasivos del narrador (aquí se aparta de Bernhard), lo que mantiene su escritura siempre fresca, y nunca meramente retórica, es el desbordamiento que nombra y visualiza en palabras; esto, más el recurso siempre sorpresivo de las ilustraciones. Imágenes de boletos de tren, la hoja desgarrada de un diario de bolsillo, dibujos, una tarjeta de visita, recortes de periódico, el detalle de un cuadro y desde luego fotografías, con el encanto y en muchos casos la imperfección de las reliquias. Así, en un momento de Vértigo, el narrador pierde su pasaporte; o, más bien, se lo pierden en el hotel. Y ahí está el documento creado por la policía de Riva, en el cual -un toque de misterio- la tinta en la G de W. G. Sebald está incompleta; y ahí está el nuevo pasaporte, con la fotografía tomada por el consulado de Alemania en Milán. (En efecto, este extranjero profesional viaja con pasaporte alemán o, por lo menos, así lo hizo en 1987.) En Los emigrantes, estos documentos visuales parecían talismanes. Y es probable que no todos fueran auténticos. En Los anillos de Saturno, con menor interés, parecen simplemente ilustrativos. Si el narrador habla de Swinburne, hay un pequeño retrato de Swinburne en medio de la página; si relata una visita a un cementerio en Suffolk, donde ha captado su atención el monumento funerario de una mujer fallecida en 1799, el cual describe en detalle, desde el empalagoso epitafio hasta los agujeros perforados en la piedra de los bordes superiores por los cuatro lados, tenemos también una pequeña y borrosa fotografía de la tumba, otra vez en medio de la página.
En Vértigo, los documentos tienen un mensaje más incisivo. Nos dicen: "lo que les hemos contado es cierto" -algo que, por lo común, el lector de ficción difícilmente espera-. Ofrecer cualquier tipo de evidencia es dotar a lo descrito con palabras de un excedente misterioso de pathos. Las fotografías y otras reliquias reproducidas en la página conforman un índice exquisito del transcurso del pasado.
En ocasiones se parece a los devaneos de Tristam Shandy: el autor está intimando con nosotros. En otros momentos, estas reliquias visuales proferidas con insistencia parecen un desafío insolente a la suficiencia de lo verbal. Con todo, como Sebald apunta en Los anillos de Saturno al describir una aparición favorita -la Sala de Lectura de los Marineros en Southwold, donde examina las anotaciones del cuaderno de bitácora de una patrulla marina anclada lejos de los muelles en el otoño de 1914-: "Cada vez que descifro uno de estos registros me asombra que un rastro desvanecido en el aire o el agua durante tanto tiempo permanezca visible en este papel." Y continúa, al cerrar la cubierta veteada del cuaderno de bitácora y considerar "la misteriosa supervivencia de la palabra escrita".
Susan Sontag. Escritora. Entre sus libros, Bajo el signo de Saturno, Contra la interpretación y El amante del volcán. Traducción de Roberto Diego Ortega
Miremos la realidad de frente
Por Susan Sontag (*)
(Publicado por Le Monde, Paris, el 18 de septiembre de 2001)
Para una norteamericana aterrorizada y triste, Estados Unidos nunca pareció estar más lejos de reconocer la realidad que frente a la monstruosa dosis de realidad del martes 11 de septiembre.
El abismo que separa lo que pasó de lo que debemos comprender, por una parte, y la verdadera ceguera y la majadería campante exhibida prácticamente por todos los personajes de la vida pública y los comentaristas de televisión, por otra parte, es una distancia sorprendente y deprimente.
Las voces autorizadas de quienes siguen el curso de los acontecimientos parecen haberse asociado en una campaña cuyo fin es infantilizar al público. ¿Acaso alguien ha reconocido que no se trató de una "cobarde" agresión contra la "civilización", la "libertad" o la "humanidad", o contra el "mundo libre", sino de una agresión contra los Estados Unidos, la autoproclamada superpotencia mundial, una agresión fruto de algunas acciones y de algunos intereses norteamericanos? ¿Cuántos estadounidenses están al tanto del mantenimiento de los bombardeos a Irak? Y, ya que se emplea la palabra "cobarde", ¿no habría que aplicarlo a quienes matan por fuera del marco de las represalias, desde el cielo, antes que a quienes aceptan morir para matar a otros?
En cuanto al coraje -un valor moralmente neutro- dígase lo que se diga de quienes cometieron la masacre del martes, no eran cobardes.
Los dirigentes norteamericanos quieren hacernos creer a toda costa que todo va bien. Que Estados Unidos no tiene miedo. Que nuestra resolución no se ha roto. Que "ellos" serán perseguidos y castigados (sea lo que sea ese "ellos"). Tenemos un presidente-robot que nos asegura que Estados Unidos siempre mantiene la cabeza en alto.
Una panoplia de personajes públicos, ferozmente opuestos a la política exterior de esta administración, aparentemente se siente tranquila y no dice más que "estamos todos unidos tras el presidente Bush".
Nos aseguraron que todo iría bien o casi, aun cuando se tratara de un día que quedaría grabado con el sello de la infamia y aun cuando Estados Unidos estuviera ahora en guerra. Sin embargo, no todo va bien. Y esto no es Pearl Harbor. Habrá que reflexionar mucho -quizás se esté haciendo en Washington y en otras partes- sobre el fracaso descomunal del espionaje y del contraespionaje norteamericano, sobre los objetivos de la política exterior, en especial, en Oriente Medio, y sobre lo que debe ser un programa de defensa militar inteligente.
Pero quienes tienen funciones oficiales, quienes aspiran a ellas y quienes las han ocupado en el pasado, han decidido -con la complicidad de los principales medios- que no se le pedirá al público llevar una dosis demasiado grande del peso de la realidad. Las simplezas conformistas y unánimemente aplaudidas del Congreso de un partido soviético se ven anodinas. La unánime retórica moralizadora recitada por los responsables norteamericanos y los medios en estos días, destinada a disfrazar la realidad, es indigna de una democracia adulta.
Los responsables norteamericanos y quienes aspiran a serlo, nos han demostrado que consideran su trabajo como una manipulación: consiste en dar confianza y administrar el dolor. La política, la política de una democracia -lo que conlleva desacuerdos y fomenta la sinceridad- fue remplazada por la psicoterapia. Suframos juntos, pero no seamos estúpidos juntos. Un poco de conciencia histórica puede ayudarnos a comprender qué fue exactamente lo que ocurrió, y qué puede seguir ocurriendo.
Se nos repite insistentemente que "nuestro país es fuerte". A mí, en verdad, eso no me consuela. ¿Quién puede dudar que Norteamérica sea fuerte? Lo cierto es que Norteamérica no debe ser sólo eso.
(*) Escritora norteamericana autora de numerosas obras. (Traducción de Vía Alterna)
Por Susan Sontag (*)
(Publicado por Le Monde, Paris, el 18 de septiembre de 2001)
Para una norteamericana aterrorizada y triste, Estados Unidos nunca pareció estar más lejos de reconocer la realidad que frente a la monstruosa dosis de realidad del martes 11 de septiembre.
El abismo que separa lo que pasó de lo que debemos comprender, por una parte, y la verdadera ceguera y la majadería campante exhibida prácticamente por todos los personajes de la vida pública y los comentaristas de televisión, por otra parte, es una distancia sorprendente y deprimente.
Las voces autorizadas de quienes siguen el curso de los acontecimientos parecen haberse asociado en una campaña cuyo fin es infantilizar al público. ¿Acaso alguien ha reconocido que no se trató de una "cobarde" agresión contra la "civilización", la "libertad" o la "humanidad", o contra el "mundo libre", sino de una agresión contra los Estados Unidos, la autoproclamada superpotencia mundial, una agresión fruto de algunas acciones y de algunos intereses norteamericanos? ¿Cuántos estadounidenses están al tanto del mantenimiento de los bombardeos a Irak? Y, ya que se emplea la palabra "cobarde", ¿no habría que aplicarlo a quienes matan por fuera del marco de las represalias, desde el cielo, antes que a quienes aceptan morir para matar a otros?
En cuanto al coraje -un valor moralmente neutro- dígase lo que se diga de quienes cometieron la masacre del martes, no eran cobardes.
Los dirigentes norteamericanos quieren hacernos creer a toda costa que todo va bien. Que Estados Unidos no tiene miedo. Que nuestra resolución no se ha roto. Que "ellos" serán perseguidos y castigados (sea lo que sea ese "ellos"). Tenemos un presidente-robot que nos asegura que Estados Unidos siempre mantiene la cabeza en alto.
Una panoplia de personajes públicos, ferozmente opuestos a la política exterior de esta administración, aparentemente se siente tranquila y no dice más que "estamos todos unidos tras el presidente Bush".
Nos aseguraron que todo iría bien o casi, aun cuando se tratara de un día que quedaría grabado con el sello de la infamia y aun cuando Estados Unidos estuviera ahora en guerra. Sin embargo, no todo va bien. Y esto no es Pearl Harbor. Habrá que reflexionar mucho -quizás se esté haciendo en Washington y en otras partes- sobre el fracaso descomunal del espionaje y del contraespionaje norteamericano, sobre los objetivos de la política exterior, en especial, en Oriente Medio, y sobre lo que debe ser un programa de defensa militar inteligente.
Pero quienes tienen funciones oficiales, quienes aspiran a ellas y quienes las han ocupado en el pasado, han decidido -con la complicidad de los principales medios- que no se le pedirá al público llevar una dosis demasiado grande del peso de la realidad. Las simplezas conformistas y unánimemente aplaudidas del Congreso de un partido soviético se ven anodinas. La unánime retórica moralizadora recitada por los responsables norteamericanos y los medios en estos días, destinada a disfrazar la realidad, es indigna de una democracia adulta.
Los responsables norteamericanos y quienes aspiran a serlo, nos han demostrado que consideran su trabajo como una manipulación: consiste en dar confianza y administrar el dolor. La política, la política de una democracia -lo que conlleva desacuerdos y fomenta la sinceridad- fue remplazada por la psicoterapia. Suframos juntos, pero no seamos estúpidos juntos. Un poco de conciencia histórica puede ayudarnos a comprender qué fue exactamente lo que ocurrió, y qué puede seguir ocurriendo.
Se nos repite insistentemente que "nuestro país es fuerte". A mí, en verdad, eso no me consuela. ¿Quién puede dudar que Norteamérica sea fuerte? Lo cierto es que Norteamérica no debe ser sólo eso.
(*) Escritora norteamericana autora de numerosas obras. (Traducción de Vía Alterna)
Modernidad y guerra santa
Por Susan Sontag
Texto escrito en respuesta a un cuestionario que le envió a Susan Sontag en Nueva York Francesca Borrelli desde Roma, para publicarse en el periódico italiano Il Manifesto.
1.¿Podría describir el impacto de su regreso a Nueva York? ¿Qué sintió usted al ver las consecuencias?
Por supuesto, yo habría preferido estar en Nueva York el 11 de septiembre. Porque estaba en Berlín, a donde había ido por diez días, mi reacción inicial a lo que estaba ocurriendo en Estados Unidos fue, literalmente, mediada. Yo planeaba pasar toda esa tarde del martes escribiendo en mi cuarto silencioso en un suburbio de Berlín, cuando de modo abrupto fui avisada de lo que ocurría a la mitad de la mañana en Nueva York y Washington por las llamadas telefónicas de dos amigos, uno en Nueva York, el otro en Bari, y corrí a prender la televisión y me pasé frente a la pantalla casi todas las cuarenta y ocho horas siguientes, viendo sobre todo CNN, antes de regresar a mi laptop a bosquejar una diatriba contra la demagogia inane y engañosa que yo había oído diseminada por el gobierno estadounidense y las figuras de los medios. (Este breve texto, que se publicó primero en The New Yorker -y en Nexos 286, octubre 2001-, y que fue ferozmente criticado aquí en los Estados Unidos, era, por supuesto, sólo una impresión inicial, pero por desgracia muy certera.) La aflicción real se dio en estados no del todo coherentes, como siempre ocurre cuando a uno lo apartan de, y por tanto lo privan de un contacto total con, la realidad de la pérdida. A mi regreso a Nueva York tarde y por la noche a la siguiente semana, me fui directamente del aeropuerto Kennedy hasta lo más cerca que pudiera llegar en coche al sitio del ataque, y me pasé una hora dando vueltas a pie alrededor de lo que hoy es un cementerio masivo -unas seis hectáreas de extensión- con vapores, montañoso y maloliente en la parte sur de Manhattan.
En esos primeros días luego de mi regreso a Nueva York, la realidad de la devastación, y la inmensidad de la pérdida de vidas, hizo que mi enfoque inicial sobre la retórica que rodeaba al evento me pareciera menos relevante. Mi consumo de la realidad vía la televisión había caído a su nivel habitual: cero. Me he obstinado en no tener un aparato de televisión en Estados Unidos aunque, sobra decirlo, sí veo televisión cuando estoy fuera. Cuando estoy en casa, mis principales fuentes de noticias diarias son el New York Times y unos cuantos periódicos europeos que leo en línea. Y el Times, días tras día, ha publicado páginas de desgarradoras biografías breves con fotos de los muchos miles de personas que perdieron sus vidas en los aviones secuestrados y en el World Trade Center, incluyendo a los más de trescientos bomberos que subían por las escaleras mientras bajaban los trabajadores de las oficinas. Entre los muertos no había sólo la gente ambiciosa y bien pagada que trabajaba en las industrias financieras localizadas aquí, sino muchos que hacían trabajos de sirvientes en los edificios como porteros y mozos de oficina. Y cocineros: más de setenta de ellos, en su mayoría negros e hispánicos, en el Windows on the World, el restaurant que estaba en la punta de una de las torres. Tantas historias; tantas lágrimas. Omitir el duelo sería un acto de barbarie, y lo mismo sería pensar que estas muertes de algún modo son distintas en su tipo a otras atroces pérdidas de vida, de Srebénica a Ruanda.
Pero no basta con quedarse en el duelo. Y es entonces cuando uno regresa a los discursos que rodearon el evento, y a la realidad de lo que ha cambiado en Estados Unidos desde el 11 de septiembre.
2. ¿Cuál es su reacción a la retórica de Bush?
No hay motivo para enfocarse en la simplista retórica de cowboy de Bush, la que, en los primeros días después del 11 de septiembre, osciló entre el cretinismo y lo siniestro; luego de lo cual sus consejeros y sus redactores de discursos al parecer lo refrenaron. Por más repulsivos que hayan sido su lenguaje y su conducta, Bush no debería monopolizar nuestra atención. A mi parecer todas las figuras principales del gobierno norteamericano se encuentran en una pérdida lingüística, mientras buscan imágenes para abarcar este revés sin precedentes para el poder y la capacidad estadounidenses.
Se han propuesto dos modelos para entender la catástrofe del 11 de septiembre. El primero es que esta es una guerra, a la que dio inicio un "ataque taimado" comparable al bombardeo japonés sobre la base naval estadounidense en Pearl Harbor, Hawaii, el 7 de diciembre de 1941, que lanzó a los estadounidenses a la Segunda Guerra mundial.
El segundo modelo, que ha ganado adeptos tanto en los Estados Unidos como en la Europa occidental, es que esta es una lucha entre dos civilizaciones rivales, una productiva, libre, tolerante y secular (o cristiana), y la otra retrógrada, fanática y vengativa.
Es claro que yo me opongo a ambos modelos, y ambos vulgares y peligrosos, para entender lo que ocurrió el 11 de septiembre. Y no la menor de mis razones para rechazar tanto el modelo de "ya estamos en guerra" como al modelo "nuestra civilización es superior a la de ellos", está en que estas ópticas son exactamente las ópticas de aquellos que perpetraron este ataque criminal, y son también las ópticas del movimiento fundamentalista wahhabi en el Islam. Si el gobierno estadounidense insiste en describir esto como una guerra, y satisface la avidez del público por una campaña de bombardeos a gran escala que la retórica de Bush prometió al parecer (por lo menos al principio), es probable que el peligro aumente. No son los terroristas los que sufrirán con una respuesta de "guerra" total de parte de Estados Unidos y sus aliados, sino más civiles inocentes -esta vez en Afganistán, Irak y otras partes- y estas muertes sólo pueden inflamar el odio de los Estados Unidos (y, más generalizadamente, del secularismo occidental) diseminado por el fundamentalismo radical islámico.
Sólo la violencia muy estrechamente enfocada tiene una oportunidad de reducir la amenaza planteada por el movimiento del cual -¿hace falta decirlo?- Osama bin Laden no es sino uno entre muchos líderes. La situación me parece complicada al extremo. Por una parte, el terrorismo activista que se apuntó un éxito tal el 11 de septiembre es, claramente, un movimiento global. No debe identificársele con un estado en particular, y ciertamente no es identificable sólo con el maltrecho Afganistán, como Pearl Harbor pudo identificarse con Japón. Como la economía de hoy, como la cultura de masas, como las enfermedades pandémicas (pensemos en el sida), el terrorismo se burla de las fronteras. Por otra parte, hay estados que sí figuran en el centro de la historia. Arabia Saudita ha provisto por todo el mundo el apoyo principal al movimiento wahhabi (no es accidental que Bin Laden sea, por así decirlo, un príncipe saudita), al tiempo que durante el mismo periodo la monarquía saudita ha sido el aliado más importante de Estados Unidos en el mundo árabe. Hay muchos, entre los miembros más jóvenes de la élite saudita además de Bin Laden, que ven la cooperación de la monarquía saudita con los Estados Unidos como una gran traición "civilizacional". Una guerra a gran escala dirigida por los Estados Unidos contra el movimiento terrorista identificado con Bin Laden, corre el riesgo de echar abajo a la monarquía "reaccionaria" y lograr que los "radicales" lleguen al poder en Arabia Saudita.
Y este es sólo uno de los muchos dilemas que enfrentan los hacedores de política estadounidenses.
3. Usted ha apuntado que cualquier comparación con Pearl Harbor es inapropiada.
Como usted sabe, Gore Vidal en su último libro The Golden Age sostiene la tesis de que Roosevelt provocó el ataque japonés a Pearl Harbor para permitirle a Estados Unidos entrar en la guerra junto con Gran Bretaña y Francia. La opinión pública y el congreso estadounidenses estaban en contra de entrar en la guerra; sólo en caso de ataque podía Estados Unidos haber declarado la guerra. Algunos otros intelectuales estadounidenses se han unido a Vidal para sostener que Estados Unidos ha estado provocando al mundo islámico durante años y que, en consecuencia, el cuestionamiento de la política estadounidense es inevitable. ¿Cuál es su opinión?
Como ya lo he sugerido, creo que la comparación del 11 de septiembre con Pearl Harbor no sólo es inapropiada sino engañosa. Sugiere que tenemos otro país contra el cual pelear. La realidad es que las fuerzas que buscan humillar al poder estadounidense son, más bien, subnacionales y transnacionales. Osama bin Laden es, cuando mucho, el ejecutivo en jefe de un vasto conglomerado de grupos terroristas.
Gente informada cree que él es incluso un poco una figura de adorno, valorado más por su dinero y su carisma que por su talento operativo. Visto así, es un núcleo de militantes egipcios el que realmente está proporcionando la inteligencia para un programa en marcha de operaciones del cual puede esperarse que tenga lugar en muchos países.
He sido una crítica ferviente de mi país casi por tanto tiempo como Gore Vidal, aunque espero que con más tino, y doy por hecho que el cuestionamiento de la política exterior estadounidense es siempre tan deseable como inevitable. Una vez dicho esto, no creo que Roosevelt provocó el ataque japonés sobre Pearl Harbor. El gobierno japonés realmente se había atado a la locura de empezar una guerra con los Estados Unidos. Tampoco creo que Estados Unidos haya estado provocando durante años al mundo islámico. Estados Unidos se ha comportado de una manera brutal, imperial, en muchos países, pero no está metido en una operación abarcadora contra algo que puede llamarse "el mundo islámico". Y con todo lo que deploro la política exterior estadounidense -y la arrogancia y la presunción imperial estadounidenses- lo primero que hay que tener en mente es que lo que ocurrió el 11 de septiembre fue un crimen espantoso.
Como alguien que durante décadas ha estado en primera fila entre aquellos que han gritado contra los entuertos estadounidenses, me he llamado particularmente a ultraje, por ejemplo, con el embargo que ha traído tanto sufrimiento al empobrecido, oprimido pueblo de Irak. Pero la óptica que detecto entre algunos intelectuales estadounidenses y muchos intelectuales bien-pensant en Europa; la óptica de que Estados Unidos ha traído ese horror sobre sí mismo, de que Estados Unidos es, en parte, culpable por las muertes de estos miles ocurridas en su propio territorio: esta no es, repito: no es, una óptica que yo comparta.
Cualquier intento de perdonar o condonar esta atrocidad culpando a Estados Unidos -y aunque haya mucho de qué culpar a la conducta estadounidense en el extranjero- es moralmente obsceno. Terrorismo es el asesinato de gente inocente. Esta vez, fue un asesinato masivo.
Más aún, creo que es un error pensar en el terrorismo -este terrorismo- como la búsqueda de demandas legítimas por medios ilegítimos. Permítame ser muy específica. Si mañana hubiera una retirada unilateral de Israel de la Orilla Occidental y de Gaza seguida, un día después, por la declaración de un estado palestino acompañado por plenas garantías de ayuda y cooperación israelíes, creo que ninguno de estos eventos deseables retractaría en algo en los proyectos terroristas que ya están en curso. Los terroristas se escudan a sí mismos en agravios legítimos, como ha señalado Salman Rushdie. Su propósito no es la corrección de estos entuertos: sólo su pretexto desvergonzado.
Lo que buscaban lograr aquellos que perpetraron la masacre del 11 de septiembre no era corregir los males hechos al pueblo palestino, o aliviar el sufrimiento del pueblo en la mayor parte del mundo musulmán. El ataque es real. Es un ataque contra la modernidad (la única cultura que hace posible la emancipación de las mujeres) y, sí, contra el capitalismo. El mundo moderno, nuestro mundo, se ha dejado ver como algo seriamente vulnerable. Una respuesta armada -en la forma de un conjunto de complejas operaciones antiterroristas cuidadosamente enfocadas; no en la forma de una guerra- es necesaria. Y justificada. [Fragmento]
Nada impedirá a EE UU emprender una guerra contra Irak
[Entrevista]
Washington utilizó el 11 de septiembre como pretexto para llevar a cabo su proyecto de reconfigurar medio oriente. La nueva política exterior estadounidense no está sujeta al sistema democrático y es "peligrosa", por decir lo menos, asegura.
CAROLIN EMCKE Y GERHARD SPÖRL DER SPIEGEL
Detrás de la ya irrefrenable determinación del equipo de George W. Bush de llevar adelante sus planes de ataque a Irak se encuentra la vocación de dominio mundial de una nación caótica y violenta, que favorece la pena de muerte y la posesión de armas en los hogares mientras practica gran variedad de religiones y se empeña en moralizar a otros, señala la escritora estadounidense Susan Sonntag en entrevista concedida al periódico alemán Der Spiegel. El 11 de septiembre, subraya, no hizo sino dar el pretexto para un proyecto cuyo objetivo es reconfigurar Medio Oriente.
-El gobierno de Bush al parecer está totalmente resuelto a librar una guerra contra Saddam Hussein. ¿Usted cree que se pueda impedir el ataque?
-Creo que no hay posibilidad alguna de impedir esta guerra. Incluso aunque se deponga, asesine o exilie a Saddam Hussein, los estadounidenses pretenden ocupar Irak. Están decididos a configurar Medio Oriente de nuevo.
-Hay mucha resistencia en Europa, como han probado las manifestaciones, y sentimientos encontrados en Estados Unidos, como señalan las encuestas.
-Pero véase la retórica del gobierno de Bush. Ese "nosotros" que Bush, Cheney, Rumsfeld y Powell emplean es un "nosotros" mayestático: no es el "nosotros" de la Constitución, el "nosotros el pueblo". Aunque se le pudiera demostrar a Bush y sus asesores que las mayorías rechazan la guerra, su respuesta sería: "Es nuestro cometido ejercer el mando". La política exterior no está sujeta al sistema democrático. Han adoptado una política que es, por decir lo menos, muy peligrosa.
-¿Está sugiriendo que el presidente Bush utilizó el 11 de septiembre como pretexto para ejecutar lo que ya tenían previsto hacer, es decir, invadir Irak?
-Sí. El periodista Bob Woodward refiere en su reciente libro, Bush en guerra, que ya el 12 de septiembre Rumsfeld y su equipo estaban debatiendo la opción de atacar a Irak primero y luego Afganistán. Los sucesos del 11 de septiembre fueron el portal. El personal de asuntos exteriores de Bush advirtió de inmediato que a partir de aquel momento todo era posible: una nueva política exterior, radical, en la que la expansión militar estadounidense podía justificarse como mera defensa propia.
-Ya queda poca de aquella inicial adhesión europea a Estados Unidos por haber sido víctima de atentados terroristas. De hecho, hay en la actualidad una creciente reprobación a la beligerancia estadounidense. ¿Se está abriendo un abismo entre Europa y Estados Unidos?
-Sí, hoy día, cuando Estados Unidos obra con arreglo a esos principios que lo distinguen, que lo han distinguido siempre de las sociedades de Europa occidental, la distancia parece más amplia. La cuestión bélica es sólo la punta del iceberg. Pues si bien Estados Unidos ha cambiado, también Europa ha cambiado en el último medio siglo. Cambiado de manera espectacular. Véase, por ejemplo, la cuestión de la pena capital. La amplia mayoría de los estadounidenses no puede entender siquiera las razones que se oponen a su aplicación. Para ellos, no estar dispuesto a aplicar la pena de muerte implica que no se está dispuesto a castigar a quienes cometen crímenes. Si un ciudadano de un país europeo le responde, "Sí castigamos a los criminales, pero no los matamos", les parecerá una respuesta incomprensible. Otra diferencia es que los gobiernos europeos y sus poblaciones han comprendido la necesidad y sensatez de renunciar a su soberanía en algunos aspectos...
-...como abandonar su moneda.
-Sí. En Estados Unidos el proyecto de ceder parte de la soberanía a un organismo internacional es literalmente inconcebible. Otra diferencia es que Europa es secular, profundamente secular, en cambio la inmensa mayoría de los estadounidenses cree o dice que cree en Dios, y habitualmente asiste a alguna especie de servicio religioso. Estados Unidos es un país anárquico en diversos sentidos y tolera una violencia extraordinaria en su seno. Me viene a mientes el muy preciado derecho a poseer armas y a emplearlas cuando se sospecha una amenaza. Es asimismo un país al que le gusta moralizar. El lenguaje extremado de Bush -nosotros contra ellos, la civilización contra la barbarie, América la buena contra el eje del mal- es muy bien recibido en las provincias de Estados Unidos.
-La resistencia de Estados Unidos a ceder soberanía ¿es la razón de fondo de su talante unilateral, de su rechazo a firmar los acuerdos de Kyoto o a brindar su apoyo al Tribunal Penal Internacional?
-Sí, el grupo de Bush es consecuente. Por qué habrían de integrarse a tratado alguno si eso implica que un día se les impedirá hacer algo que consideran de interés para Estados Unidos. Por principio este gobierno no tiene deseos de firmar tratado o acuerdo alguno.
-Entonces ¿cómo explica el hecho de que Estados Unidos se haya dirigido a la ONU para obtener el respaldo a la guerra contra Irak?
-Sabían que no podían comenzar la guerra al menos hasta marzo. Fue un modo de ocupar los meses necesarios para trasladar las tropas y pertrechos y preparar la invasión. Es evidente que el gobierno de Estados Unidos preferiría contar con la resolución del Consejo de Seguridad para respaldar su invasión, y es muy probable que al final la consigan. Pero la política oficial es que Estados Unidos no se detendrá si no puede obtener dicha resolución. La ausencia de una resolución sólo demostrará, en palabras de Bush, que la ONU es "irrelevante".
-¿Cuál es su postura personal frente a la guerra? ¿Se considera pacifista?
-Como casi todas las personas que conozco, participé en la enorme manifestación en Nueva York. Sin embargo, no soy pacifista. Estoy en contra de esta guerra en particular. Pero no pienso que recurrir a la fuerza armada sea injustificable siempre y en toda circunstancia.
-En Bosnia y en Kosovo, por ejemplo, ¿la guerra era lícita?
-Sí, me parece que la intervención de la OTAN -para impedir la agresión a Bosnia- estaba justificada. El propósito era poner fin a una matanza terrible, y en efecto cumplió con ese propósito. Lo lamentable es que esa mínima aplicación de fuerza habría podido terminar con aquella guerra dos años antes. Pues cuando las bombas cayeron finalmente, en agosto de 1995, no murió ni una sola persona que no combatiera. Pero ello no detuvo a Milosevic, que entonces se dirigió a Kosovo. Por desgracia muchos ciudadanos de Kosovo murieron durante los bombardeos de la OTAN.
-¿Dónde comienza su desacuerdo con la guerra contra Saddam Hussein?
-Comienza reconociendo la complejidad de la posición contraria a la guerra. Saddam Hussein es un dictador de una perversidad sin límites que ha causado la muerte de cientos de miles de personas en su país. La invasión a la que me opongo acaso la reciba con beneplácito buena parte, si no es que casi todo, el pueblo iraquí.
-Entonces ¿por qué se opone a esta guerra ?
-Porque hay muchas otras opciones. Siempre hay otras opciones frente al bombardeo de las ciudades. Por ejemplo, los estadounidenses -por diversas razones evidentes- no van a bombardear Pyongyang, aunque Corea del Norte sea mucho más provocador que Irak en lo que se refiere a la posesión de "armas de destrucción masiva". Los estadounidenses no tienen que bombardear Bagdad o ninguna otra ciudad. Habrá una guerra porque se proponen invadir Irak. Sin duda no tienen intención de ocupar Corea del Norte.
-Desde la guerra de Vietnam los estadounidenses han estado obsesionados con el trauma de combatir en una guerra injusta o impopular. ¿Por qué no sigue obsesionándoles su fracaso en Vietnam?
-Por la carencia de una oposición política viable. En efecto, ya no hay dos partidos políticos en Estados Unidos. Sólo nos queda uno, el Republicano, una de cuyas ramas se denomina a sí misma Partido Demócrata. Hay suficientes opositores entre diversos sectores del electorado, pero esa gente no está representada en el sistema político. En los años 60 y 70 aún tenía lugar un debate abierto y vivo sobre las cuestiones fundamentales de la política nacional y extranjera entre quienes eran elegidos a los cargos públicos. Hoy día hay un acuerdo en lo esencial.
-Justo después del 11 de septiembre usted publicó un comentario que indignó a muchos estadounidenses. Se le amenazó de muerte y fue vilipendiada en la prensa. Se le llamó Osama Bin Sontag, se hicieron llamados para que se le despojara de su ciudadanía y se le deportase, entre otros. ¿Cómo explica esta reacción?
-Bien, después del 11 de septiembre el lema fue "Unidos resistimos". Por lo que a mí se refiere aquel lema significaba: No pienses, sé un buen patriota y haz lo que te ordenemos.
-La casualidad quiso que usted estuviera el 11 de septiembre en Berlín, donde tenía prevista una visita de unas semanas, y no en Nueva York, donde reside habitualmente. ¿Ese hecho cambió las cosas?
-Sí, lo que escribí. Escribir desde Berlín implicaba que, como casi todo el mundo, estaba viendo las imágenes transmitidas por televisión, y no desde el techo del edificio de apartamentos donde vivo, desde el que se podía ver el World Trade Center. El resultado -un buen resultado, me parece- fue que me concentré en cómo se estaba difundiendo el atentado y cómo se le integraba a una ideología de la superioridad y la presunta inmunidad de Estados Unidos, en lugar del patetismo y el horror propios del suceso. Si hubiese estado en casa, en Nueva York, no habría buscado que la televisión me suministrara idea alguna sobre las implicaciones del atentado.
-¿Qué aspecto de lo que escribió perturbó a algunas personas?
-Lo que parece haber perturbado casi a todos fue la afirmación de que si bien el atentado era sin duda un crimen terrible y absolutamente reprensible, no era verdad -como después se afirmó a menudo justo- que los terroristas habían sido unos cobardes. La gente infirió que yo estaba elogiando o al menos condonando a los terroristas. Eso es absurdo, claro está. La afirmación de que un criminal puede ser valiente no equivale a afirmar que sus acciones son válidas en el terreno moral. Coincido con Aristóteles en que la valentía, si bien es una virtud, no es una virtud moral. También censuré la descripción según la cual el atentado terrorista había sido contra la civilización misma.
-¿Qué piensa acerca de la opinión, frecuentemente expresada, de que el 11-S se inscribe en el choque de culturas o civilizaciones?
-Seré cautelosa en un empleo tan beato de la palabra civilización. Pero sí, sin duda hay un choque de valores que se centra en el proyecto de la modernidad. Una parte esencial de ese proyecto consiste en la emancipación de la mitad de la humanidad a la que por casualidad pertenezco: las mujeres. El radicalismo islámico atrasa el reloj para las mujeres. Vivo en la parte del mundo en la que se sostiene que éstas deberían tener idénticas oportunidades y responsabilidades que los hombres. Claro, todos los fundamentalismos religiosos son perniciosos para las mujeres en alguna medida. Pero su represión y sometimiento es mucho más grave en el fundamentalismo islámico: una corriente radical que irriga todo el Islam, afecta cada vez a más personas y se sustenta en los sentimientos encontrados respecto de la modernidad. Los hombres musulmanes están siendo movilizados en todo el mundo para protestar contra la injusticia, el fracaso económico, la ineptitud política y la corrupción de sus propios países, a fin de convertirlos en soldados en una guerra religiosa cuyo frente más importante no es el imperialismo de Estados Unidos, sino la guerra contra las mujeres.
-¿No es ése también un motivo razonable para que el gobierno de Bush reestructure Medio Oriente para hacerla una región más democrática?
-Pero ¿será acaso más democrática? Claro, muchos iraquíes no quieren otra cosa que el derrocamiento de ese dictador execrable, y espero en verdad que Saddam Hussein sea depuesto y se le dé muerte. Pero no mediante una invasión estadounidense a Irak, la cual supone la muerte de muchas personas que no combaten. Los iraquíes ya han sufrido bastante.
-¿Qué consecuencias de la invasión le preocupan más?
-Una consecuencia que podría darse por hecho, si los estadounidenses prosiguen con su guerra, es que habrá más terrorismo en el extranjero. Otra es que las fuerzas seculares se debilitarán aún más. Aunque Hussein es en verdad el monstruo que todos dicen, tal vez lo único ventajoso sea que es un monstruo secular. Su remoción del poder de este modo podría conducir a un régimen fundamentalista. El radicalismo islámico como fuerza política tiene eco a lo largo y ancho del mundo. Claro, no puede "derrotar" a Estados Unidos en el sentido militar. Pero puede poner en peligro las libertades democráticas por doquier, y producir una nueva suerte de guarnición o sociedad militarizada en la que cada cual se acostumbre a vivir bajo la amenaza de lo que ahora denominamos "terror".
-Muchas gracias por esta conversación.
Entrevistadores: Carolin Emcke y Gerhard Spörl, de Der Spiegel.
Copyright Susan Sontag 2003. Traducido del inglés por Aurelio Major
La Jornada, México, 12/04/03
[Entrevista]
Washington utilizó el 11 de septiembre como pretexto para llevar a cabo su proyecto de reconfigurar medio oriente. La nueva política exterior estadounidense no está sujeta al sistema democrático y es "peligrosa", por decir lo menos, asegura.
CAROLIN EMCKE Y GERHARD SPÖRL DER SPIEGEL
Detrás de la ya irrefrenable determinación del equipo de George W. Bush de llevar adelante sus planes de ataque a Irak se encuentra la vocación de dominio mundial de una nación caótica y violenta, que favorece la pena de muerte y la posesión de armas en los hogares mientras practica gran variedad de religiones y se empeña en moralizar a otros, señala la escritora estadounidense Susan Sonntag en entrevista concedida al periódico alemán Der Spiegel. El 11 de septiembre, subraya, no hizo sino dar el pretexto para un proyecto cuyo objetivo es reconfigurar Medio Oriente.
-El gobierno de Bush al parecer está totalmente resuelto a librar una guerra contra Saddam Hussein. ¿Usted cree que se pueda impedir el ataque?
-Creo que no hay posibilidad alguna de impedir esta guerra. Incluso aunque se deponga, asesine o exilie a Saddam Hussein, los estadounidenses pretenden ocupar Irak. Están decididos a configurar Medio Oriente de nuevo.
-Hay mucha resistencia en Europa, como han probado las manifestaciones, y sentimientos encontrados en Estados Unidos, como señalan las encuestas.
-Pero véase la retórica del gobierno de Bush. Ese "nosotros" que Bush, Cheney, Rumsfeld y Powell emplean es un "nosotros" mayestático: no es el "nosotros" de la Constitución, el "nosotros el pueblo". Aunque se le pudiera demostrar a Bush y sus asesores que las mayorías rechazan la guerra, su respuesta sería: "Es nuestro cometido ejercer el mando". La política exterior no está sujeta al sistema democrático. Han adoptado una política que es, por decir lo menos, muy peligrosa.
-¿Está sugiriendo que el presidente Bush utilizó el 11 de septiembre como pretexto para ejecutar lo que ya tenían previsto hacer, es decir, invadir Irak?
-Sí. El periodista Bob Woodward refiere en su reciente libro, Bush en guerra, que ya el 12 de septiembre Rumsfeld y su equipo estaban debatiendo la opción de atacar a Irak primero y luego Afganistán. Los sucesos del 11 de septiembre fueron el portal. El personal de asuntos exteriores de Bush advirtió de inmediato que a partir de aquel momento todo era posible: una nueva política exterior, radical, en la que la expansión militar estadounidense podía justificarse como mera defensa propia.
-Ya queda poca de aquella inicial adhesión europea a Estados Unidos por haber sido víctima de atentados terroristas. De hecho, hay en la actualidad una creciente reprobación a la beligerancia estadounidense. ¿Se está abriendo un abismo entre Europa y Estados Unidos?
-Sí, hoy día, cuando Estados Unidos obra con arreglo a esos principios que lo distinguen, que lo han distinguido siempre de las sociedades de Europa occidental, la distancia parece más amplia. La cuestión bélica es sólo la punta del iceberg. Pues si bien Estados Unidos ha cambiado, también Europa ha cambiado en el último medio siglo. Cambiado de manera espectacular. Véase, por ejemplo, la cuestión de la pena capital. La amplia mayoría de los estadounidenses no puede entender siquiera las razones que se oponen a su aplicación. Para ellos, no estar dispuesto a aplicar la pena de muerte implica que no se está dispuesto a castigar a quienes cometen crímenes. Si un ciudadano de un país europeo le responde, "Sí castigamos a los criminales, pero no los matamos", les parecerá una respuesta incomprensible. Otra diferencia es que los gobiernos europeos y sus poblaciones han comprendido la necesidad y sensatez de renunciar a su soberanía en algunos aspectos...
-...como abandonar su moneda.
-Sí. En Estados Unidos el proyecto de ceder parte de la soberanía a un organismo internacional es literalmente inconcebible. Otra diferencia es que Europa es secular, profundamente secular, en cambio la inmensa mayoría de los estadounidenses cree o dice que cree en Dios, y habitualmente asiste a alguna especie de servicio religioso. Estados Unidos es un país anárquico en diversos sentidos y tolera una violencia extraordinaria en su seno. Me viene a mientes el muy preciado derecho a poseer armas y a emplearlas cuando se sospecha una amenaza. Es asimismo un país al que le gusta moralizar. El lenguaje extremado de Bush -nosotros contra ellos, la civilización contra la barbarie, América la buena contra el eje del mal- es muy bien recibido en las provincias de Estados Unidos.
-La resistencia de Estados Unidos a ceder soberanía ¿es la razón de fondo de su talante unilateral, de su rechazo a firmar los acuerdos de Kyoto o a brindar su apoyo al Tribunal Penal Internacional?
-Sí, el grupo de Bush es consecuente. Por qué habrían de integrarse a tratado alguno si eso implica que un día se les impedirá hacer algo que consideran de interés para Estados Unidos. Por principio este gobierno no tiene deseos de firmar tratado o acuerdo alguno.
-Entonces ¿cómo explica el hecho de que Estados Unidos se haya dirigido a la ONU para obtener el respaldo a la guerra contra Irak?
-Sabían que no podían comenzar la guerra al menos hasta marzo. Fue un modo de ocupar los meses necesarios para trasladar las tropas y pertrechos y preparar la invasión. Es evidente que el gobierno de Estados Unidos preferiría contar con la resolución del Consejo de Seguridad para respaldar su invasión, y es muy probable que al final la consigan. Pero la política oficial es que Estados Unidos no se detendrá si no puede obtener dicha resolución. La ausencia de una resolución sólo demostrará, en palabras de Bush, que la ONU es "irrelevante".
-¿Cuál es su postura personal frente a la guerra? ¿Se considera pacifista?
-Como casi todas las personas que conozco, participé en la enorme manifestación en Nueva York. Sin embargo, no soy pacifista. Estoy en contra de esta guerra en particular. Pero no pienso que recurrir a la fuerza armada sea injustificable siempre y en toda circunstancia.
-En Bosnia y en Kosovo, por ejemplo, ¿la guerra era lícita?
-Sí, me parece que la intervención de la OTAN -para impedir la agresión a Bosnia- estaba justificada. El propósito era poner fin a una matanza terrible, y en efecto cumplió con ese propósito. Lo lamentable es que esa mínima aplicación de fuerza habría podido terminar con aquella guerra dos años antes. Pues cuando las bombas cayeron finalmente, en agosto de 1995, no murió ni una sola persona que no combatiera. Pero ello no detuvo a Milosevic, que entonces se dirigió a Kosovo. Por desgracia muchos ciudadanos de Kosovo murieron durante los bombardeos de la OTAN.
-¿Dónde comienza su desacuerdo con la guerra contra Saddam Hussein?
-Comienza reconociendo la complejidad de la posición contraria a la guerra. Saddam Hussein es un dictador de una perversidad sin límites que ha causado la muerte de cientos de miles de personas en su país. La invasión a la que me opongo acaso la reciba con beneplácito buena parte, si no es que casi todo, el pueblo iraquí.
-Entonces ¿por qué se opone a esta guerra ?
-Porque hay muchas otras opciones. Siempre hay otras opciones frente al bombardeo de las ciudades. Por ejemplo, los estadounidenses -por diversas razones evidentes- no van a bombardear Pyongyang, aunque Corea del Norte sea mucho más provocador que Irak en lo que se refiere a la posesión de "armas de destrucción masiva". Los estadounidenses no tienen que bombardear Bagdad o ninguna otra ciudad. Habrá una guerra porque se proponen invadir Irak. Sin duda no tienen intención de ocupar Corea del Norte.
-Desde la guerra de Vietnam los estadounidenses han estado obsesionados con el trauma de combatir en una guerra injusta o impopular. ¿Por qué no sigue obsesionándoles su fracaso en Vietnam?
-Por la carencia de una oposición política viable. En efecto, ya no hay dos partidos políticos en Estados Unidos. Sólo nos queda uno, el Republicano, una de cuyas ramas se denomina a sí misma Partido Demócrata. Hay suficientes opositores entre diversos sectores del electorado, pero esa gente no está representada en el sistema político. En los años 60 y 70 aún tenía lugar un debate abierto y vivo sobre las cuestiones fundamentales de la política nacional y extranjera entre quienes eran elegidos a los cargos públicos. Hoy día hay un acuerdo en lo esencial.
-Justo después del 11 de septiembre usted publicó un comentario que indignó a muchos estadounidenses. Se le amenazó de muerte y fue vilipendiada en la prensa. Se le llamó Osama Bin Sontag, se hicieron llamados para que se le despojara de su ciudadanía y se le deportase, entre otros. ¿Cómo explica esta reacción?
-Bien, después del 11 de septiembre el lema fue "Unidos resistimos". Por lo que a mí se refiere aquel lema significaba: No pienses, sé un buen patriota y haz lo que te ordenemos.
-La casualidad quiso que usted estuviera el 11 de septiembre en Berlín, donde tenía prevista una visita de unas semanas, y no en Nueva York, donde reside habitualmente. ¿Ese hecho cambió las cosas?
-Sí, lo que escribí. Escribir desde Berlín implicaba que, como casi todo el mundo, estaba viendo las imágenes transmitidas por televisión, y no desde el techo del edificio de apartamentos donde vivo, desde el que se podía ver el World Trade Center. El resultado -un buen resultado, me parece- fue que me concentré en cómo se estaba difundiendo el atentado y cómo se le integraba a una ideología de la superioridad y la presunta inmunidad de Estados Unidos, en lugar del patetismo y el horror propios del suceso. Si hubiese estado en casa, en Nueva York, no habría buscado que la televisión me suministrara idea alguna sobre las implicaciones del atentado.
-¿Qué aspecto de lo que escribió perturbó a algunas personas?
-Lo que parece haber perturbado casi a todos fue la afirmación de que si bien el atentado era sin duda un crimen terrible y absolutamente reprensible, no era verdad -como después se afirmó a menudo justo- que los terroristas habían sido unos cobardes. La gente infirió que yo estaba elogiando o al menos condonando a los terroristas. Eso es absurdo, claro está. La afirmación de que un criminal puede ser valiente no equivale a afirmar que sus acciones son válidas en el terreno moral. Coincido con Aristóteles en que la valentía, si bien es una virtud, no es una virtud moral. También censuré la descripción según la cual el atentado terrorista había sido contra la civilización misma.
-¿Qué piensa acerca de la opinión, frecuentemente expresada, de que el 11-S se inscribe en el choque de culturas o civilizaciones?
-Seré cautelosa en un empleo tan beato de la palabra civilización. Pero sí, sin duda hay un choque de valores que se centra en el proyecto de la modernidad. Una parte esencial de ese proyecto consiste en la emancipación de la mitad de la humanidad a la que por casualidad pertenezco: las mujeres. El radicalismo islámico atrasa el reloj para las mujeres. Vivo en la parte del mundo en la que se sostiene que éstas deberían tener idénticas oportunidades y responsabilidades que los hombres. Claro, todos los fundamentalismos religiosos son perniciosos para las mujeres en alguna medida. Pero su represión y sometimiento es mucho más grave en el fundamentalismo islámico: una corriente radical que irriga todo el Islam, afecta cada vez a más personas y se sustenta en los sentimientos encontrados respecto de la modernidad. Los hombres musulmanes están siendo movilizados en todo el mundo para protestar contra la injusticia, el fracaso económico, la ineptitud política y la corrupción de sus propios países, a fin de convertirlos en soldados en una guerra religiosa cuyo frente más importante no es el imperialismo de Estados Unidos, sino la guerra contra las mujeres.
-¿No es ése también un motivo razonable para que el gobierno de Bush reestructure Medio Oriente para hacerla una región más democrática?
-Pero ¿será acaso más democrática? Claro, muchos iraquíes no quieren otra cosa que el derrocamiento de ese dictador execrable, y espero en verdad que Saddam Hussein sea depuesto y se le dé muerte. Pero no mediante una invasión estadounidense a Irak, la cual supone la muerte de muchas personas que no combaten. Los iraquíes ya han sufrido bastante.
-¿Qué consecuencias de la invasión le preocupan más?
-Una consecuencia que podría darse por hecho, si los estadounidenses prosiguen con su guerra, es que habrá más terrorismo en el extranjero. Otra es que las fuerzas seculares se debilitarán aún más. Aunque Hussein es en verdad el monstruo que todos dicen, tal vez lo único ventajoso sea que es un monstruo secular. Su remoción del poder de este modo podría conducir a un régimen fundamentalista. El radicalismo islámico como fuerza política tiene eco a lo largo y ancho del mundo. Claro, no puede "derrotar" a Estados Unidos en el sentido militar. Pero puede poner en peligro las libertades democráticas por doquier, y producir una nueva suerte de guarnición o sociedad militarizada en la que cada cual se acostumbre a vivir bajo la amenaza de lo que ahora denominamos "terror".
-Muchas gracias por esta conversación.
Entrevistadores: Carolin Emcke y Gerhard Spörl, de Der Spiegel.
Copyright Susan Sontag 2003. Traducido del inglés por Aurelio Major
La Jornada, México, 12/04/03
Resistir
Susan Sontag*
Permítanme evocar no a uno, sino a dos héroes, sólo a dos, entre millones de héroes. A dos víctimas entre millones de víctimas.
El primero: Oscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador, asesinado en su investidura mientras oficiaba misa en la catedral el 24 de marzo de 1980 -hace 23 años-, pues se había convertido en ''un manifiesto defensor de una paz justa y se opuso públicamente a las fuerzas de la violencia y la opresión''. (Cito la descripción del Premio Oscar Romero, que hoy se entrega a Ishai Menuchin.)
La segunda: Rachel Corrie, estudiante universitaria de 23 años procedente de Olympia, Washington, muerta con su brillante chaleco anaranjado fluorescente con tiras de Day-Glo, que los escudos humanos llevan con el propósito de ser del todo visibles -y tal vez para estar más seguros-, mientras intentaba detener una de las casi diarias demoliciones de casas de las fuerzas israelíes en Rafah, una población en el sur de la franja de Gaza (donde Gaza linda con la frontera egipcia), el 17 de marzo de 2003 -hace dos semanas-. De pie, frente a la casa de un médico palestino elegida para demolición, Corrie, una de los ocho jóvenes voluntarios estadounidenses y británicos, escudos humanos en Rafah, había estado agitando los brazos y gritando por megáfono al conductor de un bulldozer D-9 blindado que se acercaba; entonces se hincó de rodillas en el camino del gigantesco bulldozer, el cual no aminoró su marcha.
Dos figuras, emblemas del sacrificio, muertas por las fuerzas de la violencia y la opresión, a las cuales ofrecían una oposición por principio, no violenta, y peligrosa.
Comencemos por el riesgo. El riesgo del castigo. El riesgo del aislamiento. El riesgo de ser herido o muerto. El riesgo del desprecio.
Todos somos reclutas en uno u otro sentido. Para todos nosotros es difícil romper filas; incurrir en la desaprobación, en la censura, en la violencia de una mayoría ofendida y con un concepto distinto de la lealtad. Nos amparamos con palabras estandarte, como justicia, paz y reconciliación, que nos alistan en comunidades nuevas, si bien más pequeñas y relativamente ineficaces, con otros de igual parecer, los cuales nos movilizan para la manifestación, la protesta, la ejecución pública de acciones de desobediencia civil, y no para la plaza de armas o el campo de batalla.
Perder el paso de la propia tribu; dar un paso fuera de la tribu a un mundo más amplio en sentido mental, pero más reducido en el numérico: si el aislamiento o la disidencia no es tu posición habitual o satisfactoria, este es un proceso complejo y difícil.
Es difícil contravenir la sabiduría de la tribu: la sabiduría que valora las vidas de sus miembros por encima de todas las demás. Siempre será impopular -siempre será considerado antipatriótico- afirmar que las vidas de los miembros de la otra tribu son tan valiosas como las de la propia.
Es más fácil entregar nuestra fidelidad a las personas que conocemos, a las que vemos, entre las que estamos incrustados, con las que compartimos -como bien puede ser el caso- la comunidad del miedo.
No subestimemos la fuerza de aquello a lo que nos oponemos. No subestimemos la represalia con la cual acaso se castigue a quienes se atreven a disentir de las brutalidades y represiones que se creen justificadas por los miedos de la mayoría.
Somos carne. Se nos puede perforar con una bayoneta, despedazar con un bombardero suicida. Se nos puede aplastar con un bulldozer, o abatir a tiros en una catedral.
El miedo vincula a la gente. Y el miedo la dispersa. El valor es inspiración de las comunidades; el valor de un ejemplo, pues el valor es tan contagioso como el miedo. Pero el valor, algunas de sus modalidades, puede también aislar a los valerosos.
El destino perenne de los principios: si bien todos afirman profesarlos es probable que se sacrifiquen cuando se vuelven incómodos. Por lo general un principio moral es algo que nos pone en desacuerdo con la práctica aceptada. Y ese desacuerdo acarrea sus consecuencias, a veces desagradables, pues la comunidad se venga de aquellos que ponen en entredicho sus contradicciones: quienes desean una sociedad que en verdad mantenga los principios que dice defender.
El criterio según el cual una sociedad debería en efecto encarnar los principios que profesa es utópico, en el sentido de que los principios morales contradicen las cosas como son y como serán siempre. Las cosas como son -y como serán siempre- no son del todo perversas ni del todo buenas, sino deficientes, inconsistentes e inferiores. Los principios nos incitan a que hagamos algo respecto del mar de contradicciones en el que funcionamos moralmente. Los principios nos incitan a que nos reformemos, a que seamos intolerantes con el relajamiento moral, la componenda, la cobardía y con volver la cara a lo que resulta pertubador: esa corrosión oculta del corazón, la cual nos dice que lo que estamos haciendo no está bien, y entonces nos aconseja que estaremos mejor si no pensamos en ello.
El lema del que es contrario a los principios: ''Estoy haciendo lo que puedo''. Lo mejor posible dadas las circunstancias, desde luego.
Digamos que el principio es: está mal oprimir y humillar a todo un pueblo; despojarlo sistemáticamente de su justo techo y alimento; destruir sus habitaciones, sus medios de vida, su acceso a la instrucción y a la atención médica, y su capacidad para reunirse.
Que estas prácticas están mal, a pesar de las provocaciones.
Y hay provocaciones. Eso, tampoco, debería negarse.
En el núcleo de nuestra vida moral y de nuestra imaginación moral se encuentran los grandes modelos de resistencia: las grandes historias de quienes han dicho ''no''. ''No'' te serviré.
¿Qué modelos, qué historias? Un mormón puede resistirse a la ilegalización de la poligamia. Un opositor militante al aborto puede resistirse a la ley que vuelve legal el aborto. Ellos, también, invocarán las pretensiones de la religión (o de la fe) y la moralidad, contra los edictos de la sociedad civil. Se puede usar la apelación a una ley superior existente que nos autoriza a desafiar las leyes del Estado para justificar la trasgresión criminal, así como la más noble lucha en favor de la justicia.
El valor no tiene calidad moral en sí mismo, pues el valor no es, en sí mismo, una virtud moral. Los canallas, perversos, asesinos y terroristas acaso sean valerosos. Para calificar el valor como virtud nos hace falta un adjetivo: hablamos de ''valor moral'' porque, también, hay algo llamado valor amoral.
Y la resistencia no es valiosa en sí misma. El contenido de la resistencia es lo que determina su mérito, su necesidad moral.
Digamos: resistencia a una guerra criminal. Digamos: resistencia a la ocupación y anexión de las tierras de otro pueblo.
Reitero: no hay superioridad inherente en la resistencia. Todos nuestros llamamientos en favor de la rectitud de la resistencia se apoyan en la rectitud del llamamiento según el cual los resistentes actúan en nombre de la justicia. Y la justicia de la causa no depende de, y no se ve acrecentada por, la virtud de los que pronuncian la afirmación. Depende, en primera y última instancia, de la verdad de una descripción de circunstancias que son, en verdad, injustas e innecesarias.
Lo que sigue me parece una descripción veraz de las circunstancias que me he tardado años de incertidumbre, ignorancia y angustia en reconocer.
Un país herido y temeroso, Israel, atraviesa la mayor crisis de su turbulenta historia, ocasionada por una política de constante incremento y refuerzo de las colonias en los territorios ganados tras su victoria en la guerra árabe contra el Israel de 1967. La decisión de sucesivos gobiernos israelíes de conservar su control en la Franja Occidental y en Gaza, negando con ello a sus vecinos palestinos un Estado propio, es una catástrofe -moral, humana y política- para ambos pueblos. Los palestinos necesitan un Estado soberano. Israel necesita un Estado palestino soberano. Los que en el extranjero queremos la supervivencia de Israel no podemos, no debemos, desear que sobreviva no importa qué, no importa cómo. Tenemos una singular deuda de gratitud con los valerosos testigos, periodistas, arquitectos, poetas, novelistas y profesores judíos israelíes, entre otros, que han descrito, documentado, protestado y militado contra los sufrimientos de los palestinos que viven bajo las condiciones israelíes cada vez más crueles de sometimiento militar y anexión de las colonias. Nuestra admiración más profunda ha de estar dirigida a los valerosos soldados israelíes, aquí representados por Ishai Menuchin, que se niegan a servir más allá de las fronteras de 1967. Estos soldados saben que todas las colonias están finalmente destinadas a la evacuación. Estos soldados, que son judíos, se toman en serio el principio expuesto en los juicios de Nuremberg de 1946. A saber: que un soldado no está obligado a cumplir órdenes injustas, órdenes que contravienen las leyes de la guerra; en efecto, se tiene la obligación de desobedecerlas.
Los soldados israelíes que se resisten a servir en los territorios ocupados no están rechazando una orden en particular. Se niegan a entrar a un espacio en el cual, con toda seguridad, se darán órdenes ilegítimas, es decir, donde es muy probable que se les ordenará el cumplimiento de acciones que seguirán oprimiendo y humillando a los civiles palestinos. Las casas son demolidas, se desarraigan los huertos, se arrasa con bulldozers los puestos en los mercados de los pueblos, se saquea un centro cultural, y ahora, casi todos los días, se dispara y mata a civiles de todas las edades. No puede cuestionarse la inmensa crueldad de la ocupación israelí de 22 por ciento del otrora territorio de la Palestina británica sobre el que se erigirá un Estado palestino. Estos soldados sostienen, como yo, que debería efectuarse una retirada incondicional de los territorios ocupados. Han declarado colectivamente que no continuarán luchando más allá de las fronteras de 1967 ''a fin de dominar, expulsar, privar de alimento y humillar a todo un pueblo''.
Lo que estos soldados han hecho -son ya unos 2 mil, de los cuales más de 250 han ido a prisión- no contribuye a indicarnos el modo en que los israelíes y los palestinos puedan lograr la paz, además de la irrevocable exigencia de que las colonias han de ser desmanteladas. Las acciones de esta heroica minoría no pueden contribuir a la muy necesaria reforma y democratización de la Autoridad Nacional Palestina. Su posición no reducirá el dominio del fanatismo religioso y el racismo en la sociedad israelí o reducirá la difusión de la virulenta propaganda antisemita en el agraviado mundo árabe. No detendrá a los bombarderos suicidas.
Su declaración es simple: basta. O: hay un límite. Yesh gvul.
Es un modelo de resistencia. De desobediencia. Para la cual siempre habrá sanciones.
Ninguno de nosotros ha tenido que tolerar lo que están soportando estos valerosos conscriptos, muchos de los cuales han ido a la cárcel.
Manifestarse en favor de la paz en la actualidad, en Estados Unidos, sólo sirve para ser abucheado (como en la reciente ceremonia de los Oscar), hostigado, incluido en la lista negra (la exclusión en la cadena más poderosa de estaciones de radio de las Dixie Chicks); en suma, vilipendiado por no ser patriota.
Nuestro ethos de "Unidos estamos" o "El ganador se lleva todo"... Estados Unidos es un país que ha convertido el patriotismo en un equivalente del consenso. Tocqueville, que sigue siendo el más grande observador de Estados Unidos, comentó el grado de conformidad sin precedentes en aquel flamante país, y otros 175 años sólo han confirmado su observación.
A veces, dado el nuevo giro radical en la política exterior estadounidense, parecería inevitable que el consenso nacional sobre la grandeza de Estados Unidos, el cual puede ser activado hasta las cotas más altas de un triunfalista amor propio nacional, estuviera destinado finalmente a encontrar expresión en guerras como la presente, la cual cuenta con la aprobación de la mayoría de la población, persuadida de que Estados Unidos tiene el derecho -incluso la obligación- de dominar el mundo.
El modo usual de proclamar a la gente que actúa por principio es diciendo que son la vanguardia de una revuelta que a la larga triunfará contra la injusticia.
Pero, ¿y si no lo son?
¿Y si el mal es en verdad incontenible? Al menos en el corto plazo. Y ese corto plazo puede ser, va a ser, ciertamente muy largo.
Mi admiración a los soldados que se están resistiendo a servir en los territorios ocupados es tan feroz como mi convicción de que transcurrirá mucho tiempo antes de que su criterio prevalezca.
Pero lo que me inquieta en este momento -por razones obvias- es obrar por principio cuando no se va a alterar la evidente distribución de fuerzas, la manifiesta injusticia y el carácter homicida de la política del gobierno que asegura estar obrando no en nombre de la paz, sino de la seguridad.
La fuerza de las armas sigue su propia lógica. Si cometes una agresión y otros se resisten, es fácil convencer al frente interno de que la lucha debe continuar. Una vez que las tropas se encuentran allí, han de ser respaldadas. Resulta irrelevante cuestionar por qué las tropas se encuentran allí en primer lugar.
Los soldados se encuentran allí porque "nos" están atacando, o amenazando. Olvidemos si acaso que los atacamos primero. Ahora en represalia nos atacan, y causan víctimas mortales. Se comportan de modos que contravienen la conducta "apropiada" en la guerra. Se comportan como "salvajes", como le gusta a la gente en nuestra parte del mundo llamar a la gente de aquella parte del mundo. Y sus acciones "salvajes" e "ilícitas" dan nueva justificación a nuevas agresiones. Y un nuevo ímpetu para la represión, la censura o la persecución a los ciudadanos que se oponen a la agresión acometida por el gobierno.
No subestimemos la fuerza de aquello a lo que nos oponemos.
El mundo, casi para todos, es aquello sobre lo que virtualmente no ejercemos control alguno. El sentido común y el propio sentido de protección señalan que nos ajustemos a lo que no podemos cambiar.
No es difícil advertir cómo algunos de nosotros podríamos ser persuadidos de la justicia, de la necesidad de una guerra. Sobre todo de una guerra definida como reducidas y restringidas acciones militares que de hecho contribuirán a la paz y a una seguridad mejorada; de una agresión que se anuncia como una campaña de desarme: reconocidamente de desarme al enemigo y que, lamentablemente, requiere la aplicación de una fuerza abrumadora. Una invasión que se caracteriza a sí misma, oficialmente, como una liberación.
Toda violencia bélica ha sido justificada como una represalia. Se nos amenaza. Nos estamos defendiendo. Los otros quieren matarnos. Debemos detenerlos.
Y entonces: debemos detenerlos antes de que tengan ocasión de cumplir sus planes. Y puesto que los que quieren atacarnos se ocultan tras no combatientes, no hay aspecto de la vida civil que esté exento de nuestras depredaciones.
Omitamos la disparidad de fuerzas, de riqueza, de potencia de fuego, o simplemente de población. ¿Cuántos estadounidenses saben que la población de Irak es de 24 millones, la mitad de los cuales son niños? (La población de Estados Unidos, como recordarán, es de 286 millones.) No respaldar a los que están bajo el fuego enemigo parece una traición.
Puede ser que, en algunos casos, la amenaza sea real.
En tales circunstancias, el portador del principio moral se parece a alguien que corre junto a un tren gritando: "¡alto!, ¡alto!"
¿Se puede detener el tren? No, no se puede. Al menos no ahora.
¿Acaso otras personas a bordo del tren serán movidos a saltar y unirse a los que están en tierra? Tal vez algunos salten, pero la mayoría no. (Al menos no hasta que cuenten con toda una nueva panoplia de miedos.)
La dramaturgia de ''actuar por principio'' nos indica que no debemos pensar si resulta conveniente o si podemos contar con los éxitos postreros de las acciones que hemos emprendido.
Actuar por principio es, se nos dice, bueno en sí mismo.
Pero sigue siendo una acción política, en el sentido de que no lo estás haciendo en tu beneficio. No lo haces sólo para tener razón o para apaciguar tu conciencia; mucho menos porque confías en que tus acciones alcanzarán sus objetivos. Resistes porque es una acción solidaria. Con las comunidades de quienes tienen principios y con los desobedientes: aquí y por doquier. Del presente. Del futuro.
La prisión de Thoreau a causa de su protesta contra la guerra estadounidense con México en 1849 difícilmente detuvo el conflicto. Pero la resonancia de aquella temporada breve y del todo impune de detención (un célebre y único día en la cárcel) no ha cesado de inspirar la resistencia por principio frente a la injusticia a lo largo de la segunda mitad del siglo XX y hasta nuestra época. El movimiento para clausurar el campo de pruebas de Nevada, un sitio clave de la carrera de armamentos nucleares, fracasó en lograr su objetivo a finales de los 80: las protestas no afectaron las operaciones del campo de pruebas. Pero inspiró directamente la formación de un movimiento de protesta en la lejana Alma Ata en la primavera de 1989, que finalmente consiguió cerrar el campo de pruebas soviético en Kazajistán. El movimiento citaba a los activistas antinucleares de Nevada como fuente de inspiración y expresaba su solidaridad con los nativos norteamericanos en cuyas tierras se localizaba el campo de pruebas.
La probabilidad de que tus acciones de resistencia no puedan evitar la injusticia no te exime de actuar en favor de los intereses de tu comunidad que profesas sincera y reflexivamente.
Así: no conviene a los intereses de Israel ser un opresor.
Así: no conviene a los intereses de Estados Unidos ser una superpotencia, capaz de imponer su voluntad en cualquier país del mundo, a su capricho.
Lo que conviene a los intereses de una comunidad moderna es la justicia.
No puede estar bien oprimir y confinar sistemáticamente a un pueblo vecino. Sin duda es falso sostener que el asesinato, la expulsión, las anexiones, la construcción de muros -el conjunto de lo que ha contribuido a reducir a todo un pueblo a la dependencia, la penuria y la desesperanza- traerá la seguridad y la paz a los opresores.
No puede estar bien que un presidente de Estados Unidos al parecer suponga que tiene el mandato de ser presidente del planeta, y que anuncie que aquellos que no están con Estados Unidos están con "los terroristas".
Aquellos valerosos judíos israelíes, en ferviente y activa oposición a las políticas del actual gobierno de su país y que se han manifestado en nombre del apremio y los derechos de los palestinos, están defendiendo los verdaderos intereses de Israel. Los que se oponen a los planes hegemónicos mundiales del actual gobierno de Estados Unidos son patriotas que hablan en nombre de los intereses superiores de Estados Unidos.
Más allá de estas luchas, merecedoras de nuestra apasionada adhesión, es importante recordar que en los programas de resistencia política la relación de causa y efecto es serpentina y a menudo indirecta. Toda lucha, toda resistencia, es -debe ser- concreta. Y toda lucha tiene una resonancia mundial.
Si no aquí, entonces allá. Si no ahora, entonces pronto: por doquier y aquí.
Al arzobispo Oscar Arnulfo Romero.
A Rachel Corrie.
Y a Ishai Menuchin y sus camaradas.
Copyright Susan Sontag 2003. Houston, Texas, 30/03/03.Discurso con motivo de la entrega del Premio Oscar Romero, patrocinado por la Capilla Rothko, a Ishai Menuchin, presidente de Yesh Gvul, movimiento de rechazo selectivo de los soldados israelíes.
* Susan Sontag es escritora, ensayista, directora cinematográfica y crítica estadounidense que ha cuestionado el sistema de valores y la cultura del mundo occidental. Autora de El benefactor, Contra la interpretación, El sida y sus metáforas y En América, entre otras obras. Traducción: Aurelio Major
Susan Sontag*
Permítanme evocar no a uno, sino a dos héroes, sólo a dos, entre millones de héroes. A dos víctimas entre millones de víctimas.
El primero: Oscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador, asesinado en su investidura mientras oficiaba misa en la catedral el 24 de marzo de 1980 -hace 23 años-, pues se había convertido en ''un manifiesto defensor de una paz justa y se opuso públicamente a las fuerzas de la violencia y la opresión''. (Cito la descripción del Premio Oscar Romero, que hoy se entrega a Ishai Menuchin.)
La segunda: Rachel Corrie, estudiante universitaria de 23 años procedente de Olympia, Washington, muerta con su brillante chaleco anaranjado fluorescente con tiras de Day-Glo, que los escudos humanos llevan con el propósito de ser del todo visibles -y tal vez para estar más seguros-, mientras intentaba detener una de las casi diarias demoliciones de casas de las fuerzas israelíes en Rafah, una población en el sur de la franja de Gaza (donde Gaza linda con la frontera egipcia), el 17 de marzo de 2003 -hace dos semanas-. De pie, frente a la casa de un médico palestino elegida para demolición, Corrie, una de los ocho jóvenes voluntarios estadounidenses y británicos, escudos humanos en Rafah, había estado agitando los brazos y gritando por megáfono al conductor de un bulldozer D-9 blindado que se acercaba; entonces se hincó de rodillas en el camino del gigantesco bulldozer, el cual no aminoró su marcha.
Dos figuras, emblemas del sacrificio, muertas por las fuerzas de la violencia y la opresión, a las cuales ofrecían una oposición por principio, no violenta, y peligrosa.
Comencemos por el riesgo. El riesgo del castigo. El riesgo del aislamiento. El riesgo de ser herido o muerto. El riesgo del desprecio.
Todos somos reclutas en uno u otro sentido. Para todos nosotros es difícil romper filas; incurrir en la desaprobación, en la censura, en la violencia de una mayoría ofendida y con un concepto distinto de la lealtad. Nos amparamos con palabras estandarte, como justicia, paz y reconciliación, que nos alistan en comunidades nuevas, si bien más pequeñas y relativamente ineficaces, con otros de igual parecer, los cuales nos movilizan para la manifestación, la protesta, la ejecución pública de acciones de desobediencia civil, y no para la plaza de armas o el campo de batalla.
Perder el paso de la propia tribu; dar un paso fuera de la tribu a un mundo más amplio en sentido mental, pero más reducido en el numérico: si el aislamiento o la disidencia no es tu posición habitual o satisfactoria, este es un proceso complejo y difícil.
Es difícil contravenir la sabiduría de la tribu: la sabiduría que valora las vidas de sus miembros por encima de todas las demás. Siempre será impopular -siempre será considerado antipatriótico- afirmar que las vidas de los miembros de la otra tribu son tan valiosas como las de la propia.
Es más fácil entregar nuestra fidelidad a las personas que conocemos, a las que vemos, entre las que estamos incrustados, con las que compartimos -como bien puede ser el caso- la comunidad del miedo.
No subestimemos la fuerza de aquello a lo que nos oponemos. No subestimemos la represalia con la cual acaso se castigue a quienes se atreven a disentir de las brutalidades y represiones que se creen justificadas por los miedos de la mayoría.
Somos carne. Se nos puede perforar con una bayoneta, despedazar con un bombardero suicida. Se nos puede aplastar con un bulldozer, o abatir a tiros en una catedral.
El miedo vincula a la gente. Y el miedo la dispersa. El valor es inspiración de las comunidades; el valor de un ejemplo, pues el valor es tan contagioso como el miedo. Pero el valor, algunas de sus modalidades, puede también aislar a los valerosos.
El destino perenne de los principios: si bien todos afirman profesarlos es probable que se sacrifiquen cuando se vuelven incómodos. Por lo general un principio moral es algo que nos pone en desacuerdo con la práctica aceptada. Y ese desacuerdo acarrea sus consecuencias, a veces desagradables, pues la comunidad se venga de aquellos que ponen en entredicho sus contradicciones: quienes desean una sociedad que en verdad mantenga los principios que dice defender.
El criterio según el cual una sociedad debería en efecto encarnar los principios que profesa es utópico, en el sentido de que los principios morales contradicen las cosas como son y como serán siempre. Las cosas como son -y como serán siempre- no son del todo perversas ni del todo buenas, sino deficientes, inconsistentes e inferiores. Los principios nos incitan a que hagamos algo respecto del mar de contradicciones en el que funcionamos moralmente. Los principios nos incitan a que nos reformemos, a que seamos intolerantes con el relajamiento moral, la componenda, la cobardía y con volver la cara a lo que resulta pertubador: esa corrosión oculta del corazón, la cual nos dice que lo que estamos haciendo no está bien, y entonces nos aconseja que estaremos mejor si no pensamos en ello.
El lema del que es contrario a los principios: ''Estoy haciendo lo que puedo''. Lo mejor posible dadas las circunstancias, desde luego.
Digamos que el principio es: está mal oprimir y humillar a todo un pueblo; despojarlo sistemáticamente de su justo techo y alimento; destruir sus habitaciones, sus medios de vida, su acceso a la instrucción y a la atención médica, y su capacidad para reunirse.
Que estas prácticas están mal, a pesar de las provocaciones.
Y hay provocaciones. Eso, tampoco, debería negarse.
En el núcleo de nuestra vida moral y de nuestra imaginación moral se encuentran los grandes modelos de resistencia: las grandes historias de quienes han dicho ''no''. ''No'' te serviré.
¿Qué modelos, qué historias? Un mormón puede resistirse a la ilegalización de la poligamia. Un opositor militante al aborto puede resistirse a la ley que vuelve legal el aborto. Ellos, también, invocarán las pretensiones de la religión (o de la fe) y la moralidad, contra los edictos de la sociedad civil. Se puede usar la apelación a una ley superior existente que nos autoriza a desafiar las leyes del Estado para justificar la trasgresión criminal, así como la más noble lucha en favor de la justicia.
El valor no tiene calidad moral en sí mismo, pues el valor no es, en sí mismo, una virtud moral. Los canallas, perversos, asesinos y terroristas acaso sean valerosos. Para calificar el valor como virtud nos hace falta un adjetivo: hablamos de ''valor moral'' porque, también, hay algo llamado valor amoral.
Y la resistencia no es valiosa en sí misma. El contenido de la resistencia es lo que determina su mérito, su necesidad moral.
Digamos: resistencia a una guerra criminal. Digamos: resistencia a la ocupación y anexión de las tierras de otro pueblo.
Reitero: no hay superioridad inherente en la resistencia. Todos nuestros llamamientos en favor de la rectitud de la resistencia se apoyan en la rectitud del llamamiento según el cual los resistentes actúan en nombre de la justicia. Y la justicia de la causa no depende de, y no se ve acrecentada por, la virtud de los que pronuncian la afirmación. Depende, en primera y última instancia, de la verdad de una descripción de circunstancias que son, en verdad, injustas e innecesarias.
Lo que sigue me parece una descripción veraz de las circunstancias que me he tardado años de incertidumbre, ignorancia y angustia en reconocer.
Un país herido y temeroso, Israel, atraviesa la mayor crisis de su turbulenta historia, ocasionada por una política de constante incremento y refuerzo de las colonias en los territorios ganados tras su victoria en la guerra árabe contra el Israel de 1967. La decisión de sucesivos gobiernos israelíes de conservar su control en la Franja Occidental y en Gaza, negando con ello a sus vecinos palestinos un Estado propio, es una catástrofe -moral, humana y política- para ambos pueblos. Los palestinos necesitan un Estado soberano. Israel necesita un Estado palestino soberano. Los que en el extranjero queremos la supervivencia de Israel no podemos, no debemos, desear que sobreviva no importa qué, no importa cómo. Tenemos una singular deuda de gratitud con los valerosos testigos, periodistas, arquitectos, poetas, novelistas y profesores judíos israelíes, entre otros, que han descrito, documentado, protestado y militado contra los sufrimientos de los palestinos que viven bajo las condiciones israelíes cada vez más crueles de sometimiento militar y anexión de las colonias. Nuestra admiración más profunda ha de estar dirigida a los valerosos soldados israelíes, aquí representados por Ishai Menuchin, que se niegan a servir más allá de las fronteras de 1967. Estos soldados saben que todas las colonias están finalmente destinadas a la evacuación. Estos soldados, que son judíos, se toman en serio el principio expuesto en los juicios de Nuremberg de 1946. A saber: que un soldado no está obligado a cumplir órdenes injustas, órdenes que contravienen las leyes de la guerra; en efecto, se tiene la obligación de desobedecerlas.
Los soldados israelíes que se resisten a servir en los territorios ocupados no están rechazando una orden en particular. Se niegan a entrar a un espacio en el cual, con toda seguridad, se darán órdenes ilegítimas, es decir, donde es muy probable que se les ordenará el cumplimiento de acciones que seguirán oprimiendo y humillando a los civiles palestinos. Las casas son demolidas, se desarraigan los huertos, se arrasa con bulldozers los puestos en los mercados de los pueblos, se saquea un centro cultural, y ahora, casi todos los días, se dispara y mata a civiles de todas las edades. No puede cuestionarse la inmensa crueldad de la ocupación israelí de 22 por ciento del otrora territorio de la Palestina británica sobre el que se erigirá un Estado palestino. Estos soldados sostienen, como yo, que debería efectuarse una retirada incondicional de los territorios ocupados. Han declarado colectivamente que no continuarán luchando más allá de las fronteras de 1967 ''a fin de dominar, expulsar, privar de alimento y humillar a todo un pueblo''.
Lo que estos soldados han hecho -son ya unos 2 mil, de los cuales más de 250 han ido a prisión- no contribuye a indicarnos el modo en que los israelíes y los palestinos puedan lograr la paz, además de la irrevocable exigencia de que las colonias han de ser desmanteladas. Las acciones de esta heroica minoría no pueden contribuir a la muy necesaria reforma y democratización de la Autoridad Nacional Palestina. Su posición no reducirá el dominio del fanatismo religioso y el racismo en la sociedad israelí o reducirá la difusión de la virulenta propaganda antisemita en el agraviado mundo árabe. No detendrá a los bombarderos suicidas.
Su declaración es simple: basta. O: hay un límite. Yesh gvul.
Es un modelo de resistencia. De desobediencia. Para la cual siempre habrá sanciones.
Ninguno de nosotros ha tenido que tolerar lo que están soportando estos valerosos conscriptos, muchos de los cuales han ido a la cárcel.
Manifestarse en favor de la paz en la actualidad, en Estados Unidos, sólo sirve para ser abucheado (como en la reciente ceremonia de los Oscar), hostigado, incluido en la lista negra (la exclusión en la cadena más poderosa de estaciones de radio de las Dixie Chicks); en suma, vilipendiado por no ser patriota.
Nuestro ethos de "Unidos estamos" o "El ganador se lleva todo"... Estados Unidos es un país que ha convertido el patriotismo en un equivalente del consenso. Tocqueville, que sigue siendo el más grande observador de Estados Unidos, comentó el grado de conformidad sin precedentes en aquel flamante país, y otros 175 años sólo han confirmado su observación.
A veces, dado el nuevo giro radical en la política exterior estadounidense, parecería inevitable que el consenso nacional sobre la grandeza de Estados Unidos, el cual puede ser activado hasta las cotas más altas de un triunfalista amor propio nacional, estuviera destinado finalmente a encontrar expresión en guerras como la presente, la cual cuenta con la aprobación de la mayoría de la población, persuadida de que Estados Unidos tiene el derecho -incluso la obligación- de dominar el mundo.
El modo usual de proclamar a la gente que actúa por principio es diciendo que son la vanguardia de una revuelta que a la larga triunfará contra la injusticia.
Pero, ¿y si no lo son?
¿Y si el mal es en verdad incontenible? Al menos en el corto plazo. Y ese corto plazo puede ser, va a ser, ciertamente muy largo.
Mi admiración a los soldados que se están resistiendo a servir en los territorios ocupados es tan feroz como mi convicción de que transcurrirá mucho tiempo antes de que su criterio prevalezca.
Pero lo que me inquieta en este momento -por razones obvias- es obrar por principio cuando no se va a alterar la evidente distribución de fuerzas, la manifiesta injusticia y el carácter homicida de la política del gobierno que asegura estar obrando no en nombre de la paz, sino de la seguridad.
La fuerza de las armas sigue su propia lógica. Si cometes una agresión y otros se resisten, es fácil convencer al frente interno de que la lucha debe continuar. Una vez que las tropas se encuentran allí, han de ser respaldadas. Resulta irrelevante cuestionar por qué las tropas se encuentran allí en primer lugar.
Los soldados se encuentran allí porque "nos" están atacando, o amenazando. Olvidemos si acaso que los atacamos primero. Ahora en represalia nos atacan, y causan víctimas mortales. Se comportan de modos que contravienen la conducta "apropiada" en la guerra. Se comportan como "salvajes", como le gusta a la gente en nuestra parte del mundo llamar a la gente de aquella parte del mundo. Y sus acciones "salvajes" e "ilícitas" dan nueva justificación a nuevas agresiones. Y un nuevo ímpetu para la represión, la censura o la persecución a los ciudadanos que se oponen a la agresión acometida por el gobierno.
No subestimemos la fuerza de aquello a lo que nos oponemos.
El mundo, casi para todos, es aquello sobre lo que virtualmente no ejercemos control alguno. El sentido común y el propio sentido de protección señalan que nos ajustemos a lo que no podemos cambiar.
No es difícil advertir cómo algunos de nosotros podríamos ser persuadidos de la justicia, de la necesidad de una guerra. Sobre todo de una guerra definida como reducidas y restringidas acciones militares que de hecho contribuirán a la paz y a una seguridad mejorada; de una agresión que se anuncia como una campaña de desarme: reconocidamente de desarme al enemigo y que, lamentablemente, requiere la aplicación de una fuerza abrumadora. Una invasión que se caracteriza a sí misma, oficialmente, como una liberación.
Toda violencia bélica ha sido justificada como una represalia. Se nos amenaza. Nos estamos defendiendo. Los otros quieren matarnos. Debemos detenerlos.
Y entonces: debemos detenerlos antes de que tengan ocasión de cumplir sus planes. Y puesto que los que quieren atacarnos se ocultan tras no combatientes, no hay aspecto de la vida civil que esté exento de nuestras depredaciones.
Omitamos la disparidad de fuerzas, de riqueza, de potencia de fuego, o simplemente de población. ¿Cuántos estadounidenses saben que la población de Irak es de 24 millones, la mitad de los cuales son niños? (La población de Estados Unidos, como recordarán, es de 286 millones.) No respaldar a los que están bajo el fuego enemigo parece una traición.
Puede ser que, en algunos casos, la amenaza sea real.
En tales circunstancias, el portador del principio moral se parece a alguien que corre junto a un tren gritando: "¡alto!, ¡alto!"
¿Se puede detener el tren? No, no se puede. Al menos no ahora.
¿Acaso otras personas a bordo del tren serán movidos a saltar y unirse a los que están en tierra? Tal vez algunos salten, pero la mayoría no. (Al menos no hasta que cuenten con toda una nueva panoplia de miedos.)
La dramaturgia de ''actuar por principio'' nos indica que no debemos pensar si resulta conveniente o si podemos contar con los éxitos postreros de las acciones que hemos emprendido.
Actuar por principio es, se nos dice, bueno en sí mismo.
Pero sigue siendo una acción política, en el sentido de que no lo estás haciendo en tu beneficio. No lo haces sólo para tener razón o para apaciguar tu conciencia; mucho menos porque confías en que tus acciones alcanzarán sus objetivos. Resistes porque es una acción solidaria. Con las comunidades de quienes tienen principios y con los desobedientes: aquí y por doquier. Del presente. Del futuro.
La prisión de Thoreau a causa de su protesta contra la guerra estadounidense con México en 1849 difícilmente detuvo el conflicto. Pero la resonancia de aquella temporada breve y del todo impune de detención (un célebre y único día en la cárcel) no ha cesado de inspirar la resistencia por principio frente a la injusticia a lo largo de la segunda mitad del siglo XX y hasta nuestra época. El movimiento para clausurar el campo de pruebas de Nevada, un sitio clave de la carrera de armamentos nucleares, fracasó en lograr su objetivo a finales de los 80: las protestas no afectaron las operaciones del campo de pruebas. Pero inspiró directamente la formación de un movimiento de protesta en la lejana Alma Ata en la primavera de 1989, que finalmente consiguió cerrar el campo de pruebas soviético en Kazajistán. El movimiento citaba a los activistas antinucleares de Nevada como fuente de inspiración y expresaba su solidaridad con los nativos norteamericanos en cuyas tierras se localizaba el campo de pruebas.
La probabilidad de que tus acciones de resistencia no puedan evitar la injusticia no te exime de actuar en favor de los intereses de tu comunidad que profesas sincera y reflexivamente.
Así: no conviene a los intereses de Israel ser un opresor.
Así: no conviene a los intereses de Estados Unidos ser una superpotencia, capaz de imponer su voluntad en cualquier país del mundo, a su capricho.
Lo que conviene a los intereses de una comunidad moderna es la justicia.
No puede estar bien oprimir y confinar sistemáticamente a un pueblo vecino. Sin duda es falso sostener que el asesinato, la expulsión, las anexiones, la construcción de muros -el conjunto de lo que ha contribuido a reducir a todo un pueblo a la dependencia, la penuria y la desesperanza- traerá la seguridad y la paz a los opresores.
No puede estar bien que un presidente de Estados Unidos al parecer suponga que tiene el mandato de ser presidente del planeta, y que anuncie que aquellos que no están con Estados Unidos están con "los terroristas".
Aquellos valerosos judíos israelíes, en ferviente y activa oposición a las políticas del actual gobierno de su país y que se han manifestado en nombre del apremio y los derechos de los palestinos, están defendiendo los verdaderos intereses de Israel. Los que se oponen a los planes hegemónicos mundiales del actual gobierno de Estados Unidos son patriotas que hablan en nombre de los intereses superiores de Estados Unidos.
Más allá de estas luchas, merecedoras de nuestra apasionada adhesión, es importante recordar que en los programas de resistencia política la relación de causa y efecto es serpentina y a menudo indirecta. Toda lucha, toda resistencia, es -debe ser- concreta. Y toda lucha tiene una resonancia mundial.
Si no aquí, entonces allá. Si no ahora, entonces pronto: por doquier y aquí.
Al arzobispo Oscar Arnulfo Romero.
A Rachel Corrie.
Y a Ishai Menuchin y sus camaradas.
Copyright Susan Sontag 2003. Houston, Texas, 30/03/03.Discurso con motivo de la entrega del Premio Oscar Romero, patrocinado por la Capilla Rothko, a Ishai Menuchin, presidente de Yesh Gvul, movimiento de rechazo selectivo de los soldados israelíes.
* Susan Sontag es escritora, ensayista, directora cinematográfica y crítica estadounidense que ha cuestionado el sistema de valores y la cultura del mundo occidental. Autora de El benefactor, Contra la interpretación, El sida y sus metáforas y En América, entre otras obras. Traducción: Aurelio Major
A pesar de la guerra la vida continúa
La escritora Susan Sontag habló con Luis Fernando Afanador y Felipe Restrepo, de SEMANA, acerca de la cultura de masas, el consumismo y el imperialismo.
"Ya no hay diferencias ideológicas ni desacuerdos entre los que se hacen llamar demócratas y los que se hacen llamar republicanos (...) sólo hay un partido real en Estados Unidos y está manejado por derechistas fanáticos y fundamentalistas cristianos "
Susan Sontag es un simbolo de la década de los 60 y los 70. Aunque ha escrito cuentos y novelas es conocida principalmente por sus innovadores ensayos sobre la cultura moderna, que abarcan temas tan diversos como la literatura pornográfica, la estética fascista, la fotografía, el cáncer, el sida y la revolución. También ha escrito y dirigido películas; tuvo una gran incidencia en el arte experimental e introdujo nuevas ideas a la sociedad norteamericana. A partir de su trabajo en el Partisan Review se hizo conocida y respetada en los círculos intelectuales de Nueva York, lo que la llevó a ser colaboradora de otras importantes publicaciones, como el New York Review of Books, Atlantic Monthly y Harper's.
Vino a Colombia para presentar su más reciente novela, En América, ganadora del National Book Award en 2000. Pero, como era de esperarse, su figura legendaria y sus opiniones polémicas no la hicieron pasar inadvertida: más de 1.000 personas asistieron a su primera conferencia en la Feria del Libro de Bogotá (había otras 300 afuera que no pudieron entrar), que se levantaron a aplaudirla cuando le exigió un pronunciamiento a Gabriel García Márquez sobre los fusilamientos y los presos políticos en Cuba. Al día siguiente, en una rueda de prensa, no se cansó de alabar la red de bibliotecas de Bogotá, y en particular la Virgilio Barco, la cual consideró como "la mejor del mundo". SEMANA conversó en exclusiva con ella.
La escritora Susan Sontag habló con Luis Fernando Afanador y Felipe Restrepo, de SEMANA, acerca de la cultura de masas, el consumismo y el imperialismo.
"Ya no hay diferencias ideológicas ni desacuerdos entre los que se hacen llamar demócratas y los que se hacen llamar republicanos (...) sólo hay un partido real en Estados Unidos y está manejado por derechistas fanáticos y fundamentalistas cristianos "
Susan Sontag es un simbolo de la década de los 60 y los 70. Aunque ha escrito cuentos y novelas es conocida principalmente por sus innovadores ensayos sobre la cultura moderna, que abarcan temas tan diversos como la literatura pornográfica, la estética fascista, la fotografía, el cáncer, el sida y la revolución. También ha escrito y dirigido películas; tuvo una gran incidencia en el arte experimental e introdujo nuevas ideas a la sociedad norteamericana. A partir de su trabajo en el Partisan Review se hizo conocida y respetada en los círculos intelectuales de Nueva York, lo que la llevó a ser colaboradora de otras importantes publicaciones, como el New York Review of Books, Atlantic Monthly y Harper's.
Vino a Colombia para presentar su más reciente novela, En América, ganadora del National Book Award en 2000. Pero, como era de esperarse, su figura legendaria y sus opiniones polémicas no la hicieron pasar inadvertida: más de 1.000 personas asistieron a su primera conferencia en la Feria del Libro de Bogotá (había otras 300 afuera que no pudieron entrar), que se levantaron a aplaudirla cuando le exigió un pronunciamiento a Gabriel García Márquez sobre los fusilamientos y los presos políticos en Cuba. Al día siguiente, en una rueda de prensa, no se cansó de alabar la red de bibliotecas de Bogotá, y en particular la Virgilio Barco, la cual consideró como "la mejor del mundo". SEMANA conversó en exclusiva con ella.
SEMANA: ¿Cuál cree que es finalmente el legado de los años 60, una época de la cual usted fue un emblema?
Susan Sontag: Los 60 son un mito, un mito del que ya nadie habla en Estados Unidos. Solamente la gente de extrema derecha habla sobre ello. Para ellos es un arma para estar en contra de todo lo que pueda ser novedoso y progresista. Según ellos, los 60 son una prueba del fracaso de la izquierda. Yo ya no puedo hablar de eso, para mí es absurdo. Además este es un término altamente ideológico que significa muchas cosas diferentes para muchas personas. Es un mito usado por la derecha, no por la izquierda.
SEMANA: Pero en un contexto latinoamericano, los 60 fueron y son muy importantes. Esta época significó una liberación de la juventud.
S.S.: Después de 30 años veo que lo único que la gente ha aprendido es a consumir. La sociedad de consumo le ha enseñado a la gente que lo mejor que puede hacer con su vida es comprar y eso tiene que tener un efecto. Hace 30 años sabíamos qué era el capitalismo, pero no sabíamos lo poderoso que era. Y, sobre todo, nunca creímos que el consumismo podría llegar a ser una ideología.
SEMANA: Usted pertenece a la intelectualidad y a la alta cultura. Sin embargo, siempre defendió en esa época la cultura pop. Ahora que ésta se ha vuelto dominante y arrasadora, ¿no cree que su defensa terminó siendo un error y algo peligrosa?
S.S.: Sí, hasta cierto punto fue peligroso. Cuando empecé a escribir en los años 60 yo era muy joven. En ese entonces me gustaban mucho las cosas de la alta cultura, pero también me gustaban el rock y en general las cosas divertidas. Y tuve la idea utópica de que se podían juntar las dos, que todo era una cuestión de pluralidad y diversidad. Ahora creo que tal vez estaba equivocada porque, de nuevo, la fuerza de la sociedad de consumo está enfocada en bajar el nivel de la cultura. Ahora usted encuentra gente que dice que la alta cultura es esnobista o elitista. Estos nuevos desarrollos fortalecen la cultura consumista. Yo creo que cuando era muy joven, en esa época legendaria, no creía que pudiera haber un conflicto. Pero, sin duda, lo hay. Pensé que uno lo podía tener todo, pero ahora veo que esta propaganda y proliferación de la cultura de masas es antagónica a la alta cultura.
SEMANA: En su más reciente novela, 'En América', un grupo de artistas europeos del siglo XIX viajan a Estados Unidos en busca de un mejor futuro. De hecho, en ese siglo, Estados Unidos era visto como una tierra prometida. ¿Usted cree que el sueño americano todavía existe?
S.S.: Yo creo que mucha gente viaja a Estados Unidos con una esperanza tremenda. En ese sentido, mi país continúa siendo una tierra prometida. Pero, sin duda, esta esperanza se basa en un ideal de prosperidad y bonanza económica. Esta es la mayor fantasía de los inmigrantes. Recuerdo una anécdota. Hace muchos años yo estaba en un taxi en Nueva York, antes de la caída de la Unión Soviética. Me di cuenta de que el taxista era de la Unión Soviética cuando vi su apellido. Le pregunté si le gustaba Estados Unidos. El me respondió: "Me gusta mucho. Es el único país donde uno es libre. Libre para ganar mucho dinero". Entonces yo creo que el sueño americano es algo que significa muchas cosas diferentes. Los inmigrantes vienen y trabajan muy fuerte para darles un futuro a sus hijos. Y casi siempre logran que sus hijos vayan a la universidad y prosperan, así tengan que trabajar 100 horas semanales. Estados Unidos es un país muy rico, donde está el 6 por ciento de la población y algo así como el 50 por ciento de la riqueza. Estamos hablando de un imperio. Además, es un país que ha tomado la decisión de convertirse en un poder imperial. La prueba de esto es que hemos peleado 20 guerras desde la Segunda Guerra Mundial. Y tenemos bases en alrededor de 60 países. Y esto era antes de George Bush. Ahora vamos a empezar la conquista del mundo.
SEMANA: Estados Unidos siempre ha tenido esta vocación imperialista pero lo que ahora resulta alarmante es esa minoría religiosa y fundamentalista actualmente en el poder. ¿Cómo se puede luchar contra esta amenaza?
S.S.: Estamos en una situación muy difícil. Ahora en Estados Unidos sólo hay un partido político: los demócratas cometieron en cierto sentido un suicidio. Ya no hay diferencias ideológicas ni desacuerdos entre los que se hacen llamar demócratas y los que se hacen llamar republicanos. Los políticos creen ahora que es un suicidio político oponerse a Bush, porque en el país hay un consenso. Ahora sólo hay un partido real en Estados Unidos y está manejado por derechistas fanáticos y fundamentalistas cristianos. Y sus afirmaciones realmente tienen un eco entre los norteamericanos. Los demócratas no son lo suficientemente valientes para oponerse. Incluso Clinton ya tenía políticas republicanas. Ya no hay demócratas que se atrevan a criticar o a oponerse a las políticas republicanas.
SEMANA: En una entrevista con el periodista Charles Ruas en 1987 usted dijo que escribir ensayos era una forma de liberarse de sus obsesiones. ¿Todavía es así 20 años después?
S.S.: Bueno, realmente no me gusta escribir ensayos, es como una adicción terrible. A veces siento que soy una adicta a escribir ensayos, como si fuera una adicta a la heroína o a la pedofilia. Siempre estoy tratando de dejarlo, pero no puedo parar. Es más, ahora mismo estoy pensando en escribir un ensayo sobre mi experiencia en Colombia. Sucede que dentro de mí siempre hay una lucha interna entre lo que encuentro placentero y lo que encuentro necesario.
Creo que en el mundo hay muchas cosas interesantes sobre las que se puede escribir, pero siento que mi responsabilidad es escribir sobre algunas cosas que son ignoradas y que no pueden pasarse por alto. Claro que prefiero escribir ficción, porque siento que en la ficción se pueden presentar diferentes puntos de vista sobre un mismo problema. A diferencia del ensayo, la ficción permite la contradicción. En un ensayo siempre hay que seguir una misma posición y esto es un poco tormentoso. Por ejemplo, mi último ensayo parte de mi experiencia extraordinaria en Sarajevo. Esta experiencia me llevó a reflexionar sobre la diferencia entre la realidad de la guerra y la manera como ésta es representada. Yo sentí que era mi obligación escribir sobre el tema, así que lo comencé a hacer a finales de 2001 y lo terminé este año. Mientras lo escribía sucedieron los ataques del 11 de septiembre y, cuando lo terminé, Estados Unidos ya estaba planeando el ataque a Irak. Durante ese año y medio descubrí que nada podía detener la guerra, que los que tienen el poder iban a utilizar cualquier excusa -o todas las excusas- para atacar. Por eso sentí que lo que decía en mi ensayo era pertinente y necesario.
SEMANA: ¿Cómo fue su experiencia en Sarajevo?
S.S.: Muchas personas creen que yo fui a Sarajevo sólo a montar una obra de teatro, lo que sería completamente estúpido. Yo decidí ir allá en abril de 1993 para acompañar al director de la ONG Instituto para la Sociedad Abierta. Yo sentía una gran curiosidad de ver cómo era una ciudad europea sitiada casi 30 años después de la Segunda Guerra Mundial. Y de ver, también, cómo aún podían existir campos de concentración en el norte de Bosnia. Mi amigo y yo fuimos junto con un grupo de soldados de la ONU. Después de pasar un par de semanas decidí que debía quedarme un largo período. Conocí algunas personas en la ciudad y me quedé con ellos. Mi idea inicial era trabajar en una clínica (yo siempre quise ser doctora) o ayudando niños, es decir, un trabajo muy elemental. Ahora bien, en esta ciudad no había nada, no había agua, no había luz y no había calefacción. Sin embargo estas personas me dijeron que mi trabajo debía ser montar una obra de teatro. Ellos me dijeron que no eran animales y que también les gustaba el arte, que antes en Sarajevo había cultura. Yo, desde luego, me sorprendí muchísimo: esta gente, en medio de su tragedia, tenía una gran dignidad. Tenían más intereses que sus necesidades básicas.
Así que empezamos a presentar la obra en el sótano de una casa, alumbrados por velas. A cada presentación venían unas 100 personas y se sentaban en el piso. Nunca pudimos usar el teatro porque había sido destruido y tratábamos de hacer las presentaciones a las 10 de la mañana para que no coincidieran con los bombardeos. Bajo estas condiciones presentamos Esperando a Godot durante un año. La vida seguía su curso normal en medio de la guerra. Y la gente que no está allí no entiende esto. Por ejemplo, veo que en Colombia pasa algo muy similar. A pesar de la guerra la vida continúa.
"El gobierno Bush me parece increíble"
05/05/2003
Pagina/12 de Argentina - 30 de Junio de 2003
Susan Sontag, escritora, opositora a la guerra
Enric González / El País, de Madrid
Es una disidente de su gobierno, una dura crítica de la invasión a Irak y de los proyectos imperiales de posguerra, que le parecen francamente idiotas. En esta larga charla, se toca el íntimo tema de Israel, los porqués de su oposición al gobierno de Cuba y su teoría de que Estados Unidos es en realidad un país de partido único.
A Susan Sontag (Nueva York, 1933) no le entusiasma el término intelectual, el que mejor la define. En cualquier caso, es autora de cuatro novelas, de decenas de ensayos y de miles de artículos, y de varias películas. Ha abordado todos los problemas contemporáneos y forma parte de la Academia de Estados Unidos. Este año ha recibido el Premio Príncipe de Asturias de las Letras por su "profundidad de pensamiento y calidad estética". Sontag ingresó en la Universidad de California a los 15 años, se licenció en la de Chicago a los 18, se casó con un profesor de sociología, tuvo un hijo y se divorció antes de los 30, ha vencido dos veces al cáncer, y ha vivido de cerca guerras como la de Vietnam, la del Yom Kipur y la de Bosnia. Su vitalidad está fuera de toda duda. Esa vitalidad irrumpe en la entrevista y la convierte en un torrente de opiniones. Sontag fue de los pocos estadounidenses que, inmediatamente después del 11 de septiembre de 2001, se atrevieron a criticar a George W. Bush. Sigue estando contra él, contra Fidel Castro, contra el Gobierno de Israel y contra todo lo que le parece tiránico, falso o injusto. El encuentro se desarrolla en su apartamento de Manhattan, un hermoso ático lleno de libros, piezas de arte, recuerdos de viajes, cajas y objetos embalados.
-¿Está de mudanza?
-No, no. Parece, pero todo esto es de mi hijo. Acaba de irse a Bagdad. Es escritor. No sé si sabe usted de mi hijo...
-Sí.
-Dejó un apartamento y se instalará en otro en cuanto vuelva, y me ha dejado aquí todo esto durante meses. Desde enero. Tendría que volver en julio.
-¿Ha estado en Irak durante la guerra?
-No, en Berlín. Me dice que en Bagdad la violencia y el desorden son increíbles, y que los americanos no se enteran. En realidad creen que están imponiendo el orden, pero no tienen ni idea. Se encierran en sus palacios, descubren que en un barrio determinado hay electricidad de nuevo y se sienten muy orgullosos. No tienen ni idea de lo que ocurre en las calles, de que reina el caos y de que la situación no mejora. Según mi hijo, las fuerzas de ocupación tienen buenas intenciones y creen estar haciendo algo, aunque en realidad no consiguen nada. Será interesante ver lo que ocurre en el futuro.
-La situación en Afganistán sigue siendo caótica, y esa guerra terminó mucho antes que la de Irak.
-Es que en Afganistán ni siquiera han intentado poner orden. El presidente que colocaron, Hamid Karzai, es, como mucho, el alcalde de Kabul, y quizá ni eso. Aquello, en realidad, fue sólo una expedición punitiva, un castigo por el 11-S. Cuando invadieron Irak, en cambio, esperaban ser recibidos como libertadores y no habían calculado el riesgo de desintegración social. Todo esto es increíble. La actual administración de Estados Unidos me parece increíble. Su visión del mundo es ridícula, y resulta evidente que no funcionará. No creo que estén trabajando por el bien de nuestro país. Su política no es ni económicamente viable. Un imperio es muy caro, a menos que se le extraiga un beneficio. El Imperio Británico era una operación económica eficiente. No está nada claro, por el contrario, que Estados Unidos obtenga rendimientos del imperio que proyecta.
-Pero el Gobierno de George W. Bush niega tener deseos imperiales. Bush y los suyos dicen que en el fundamento de su política está el idealismo.
-Oh, ya. Usted habrá hablado con Paul Wolfovitz (el subsecretario de Defensa), ¿no? Un amigo mío, que es funcionario gubernamental y tiene las mismas opiniones que yo, y obviamente que usted, me contó que había hablado con un alto cargo del Departamento de Defensa y que éste le habíadicho: no lo entiendes, George W. Bush es como Martin Luther King, él también tiene un sueño...
-Pese a todo, es un Gobierno popular entre los estadounidenses.
-Su fórmula consiste en afirmar que tenemos enemigos en todas partes, que tenemos que embarcarnos en una guerra interminable y que cualquiera que se oponga al Gobierno es antipatriótico. Esa es una fórmula efectiva, capaz de persuadir a mucha gente. La paranoia es persuasiva. Es difícil refutar a este Gobierno, incluso imaginar cómo llegará al descrédito. Incluso si la situación económica empeora sustancialmente, podrán decir: bueno, estamos haciendo sacrificios para promover nuestros ideales, ¿quién no está dispuesto a sacrificarse por los ideales americanos? No sé cómo se puede frenar toda esta proyección de poder. Resulta especialmente difícil porque no hay oposición. Estados Unidos tiene un sistema unipartidista. Sólo existe el Partido Republicano, con una filial denominada Partido Demócrata.
-Pero en poco más de un año habrá elecciones presidenciales.
-¿Quién fue el único demócrata que se opuso frontalmente y con elocuencia a la invasión de Irak? Robert Byrd, un senador de 86 años, sin ningún futuro y no exactamente un progre. (En su juventud, Byrd perteneció al Ku Klux Klan). Hillary Clinton y Robert Schumer, los dos senadores por Nueva York, votaron a favor de la Patriot Act (la ley antiterrorista) y concedieron a Bush plenos poderes para hacer la guerra, pese a que el 80 por ciento de sus electores es contrario a ambas cosas. ¿Por qué? Porque cuentan con que ese 80 por ciento, por furioso que esté con sus representantes demócratas, no votará a los republicanos, y en cambio, Clinton y Schumer esperan rebañar algunos votos a la derecha. El resultado es que los demócratas sólo actúan pensando en una pequeña minoría de sus potenciales votantes, los más conservadores. Y que el equilibrio político se desplaza cada vez más hacia la derecha. Es increíble que senadores como Clinton y Schumer no se den cuenta de que su obligación es representar a la mayoría de quienes los votan. Y luego tenemos a Al Gore, alguien cuya carrera política se ha terminado y que podría convertirse en un nuevo Daniel Webster (un influyente senador del siglo XIX). No le costaría nada asumir el papel de perdedor que dice lo que piensa y pasa a la historia como alguien con principios. Pero Gore también ha desaparecido.
-La impresión desde el exterior es que todo Estados Unidos está con Bush.
-Y la impopularidad de Estados Unidos no deja de crecer. Tengo una amiga que viaja continuamente por Asia y me dice que allá donde va encuentra un sentimiento antiamericano fortísimo. Y ésa es la realidad, digan lo que digan el presidente Bush, José María Aznar, Silvio Berlusconi o Tony Blair: la mayoría de la población mundial es crítica con respecto a Estados Unidos. El error, en algunos casos, es pensar que la Casa Blanca ignora esos sentimientos de la gente. No sólo los conocen, sino que además les parece perfecto. Dan por supuesto que eso es lo que ocurre cuando se es el número uno. Dan por supuesto que la fortaleza de Estados Unidos ha de generar miedo y resentimiento. O sea, que no existe ninguna posibilidad de que un día digan: ¡oh! es terrible, hemos descubierto que el mundo nos odia, hemos hecho las cosas mal. Qué va. Consideran que el presidente de Estados Unidos es presidente de todo el planeta, y se pasan el día diciendo que somos los mejores, los más excepcionales; que somos buenos incluso si ocasionalmente nos equivocamos, porque nuestras intenciones son buenas...
-Pero...
-Los republicanos se sienten tan fuertes que no temen a nada. Algunos pueden pensar que, por el hecho de ser tan bárbaros como son, deben ser también estúpidos. No lo son en absoluto. Son competentes, inteligentes y tienen valentía para defender sus perversas convicciones. Desde Albert Speer, Leni Riefensthal y Adolf Hitler se sabe perfectamente la importancia del espectáculo para que un líder proyecte una imagen defuerza. Pero, en ese sentido, nunca nadie se había atrevido a tanto como Bush. Me refiero a su aterrizaje sobre la cubierta del portaaviones Abraham Lincoln a bordo de un avión de combate. ¡Qué espectáculo! ¡Qué montaje! Dijeron que el buque estaba demasiado lejos de la costa y no se podía llegar a él en helicóptero. Luego admitieron que un helicóptero habría bastado, pero que al presidente le hacía ilusión llegar de esa forma. ¡Y no pasó nada!
-Si hubiera viajado en helicóptero, Bush no habría podido fotografiarse con uniforme de piloto de combate.
-Sí, el uniforme que nunca tuvo que vestir durante la guerra de Vietnam... Esa gente no tiene ningún escrúpulo. Otro ejemplo es la convención. Como usted sabe, los partidos siempre celebran en verano la convención en que eligen a su candidato presidencial. Pero esta vez los republicanos han decidido cambiar un poco las cosas y se reunirán en Nueva York, en septiembre. De esta forma, Bush iniciará oficialmente su campaña en el aniversario del 11-S, fotografiándose en la zona cero. Es pura desvergüenza, puro Hollywood. Esa gente está dispuesta a ganar a cualquier precio. Estoy segura de que estarían dispuestos a cancelar las elecciones si corrieran el riesgo de perderlas, cosa que ahora mismo es muy improbable. Alegarían una emergencia nacional o una nueva guerra, cualquier excusa. Porque ellos siempre tienen razón. Para ellos, demostrar el poderío americano es bueno en sí mismo. Daría igual si no capturaran a Saddam Hussein, daría igual si no apareciera nunca ninguna de las armas que atribuían al anterior régimen iraquí: la guerra estaba justificada porque sí, y punto. En vísperas de la invasión estuvieron jugando con cuatro o cinco excusas y al final optaron por lo de las armas de destrucción masiva. Si el presidente no acababa con Saddam Hussein incumplía su mandato constitucional de proteger al pueblo de Estados Unidos. No se podía dar un día más a los inspectores de Hans Blix, la situación requería una intervención de urgencia porque los misiles nucleares iraquíes apuntaban ya a nuestras ciudades... ¡Ja, ja!
-En su opinión, ¿por qué se hizo la guerra?
-Irak fue atacado porque era el país más débil de la región y el que padecía al dictador más despreciable. Y ahora somos propietarios de Irak. La idea consistía en instalar grandes bases militares en territorio iraquí, para siempre, con el fin de aligerar la presencia de tropas en Turquía, Arabia Saudí y otros lugares que, desde el punto de vista de la Administración, eran de fiabilidad dudosa. Querían un Gobierno iraquí fiel a Washington, cuatro bases en el país y el petróleo. Lo que ocurre es que las cosas no marchan según los planes.
-En cuanto concluyó la invasión a Irak, Bush y su Gobierno empezaron a hablar de Siria y de Irán. ¿Tenemos por delante un futuro de guerras?
-El gran problema es la inexistencia de oposición política en Estados Unidos, que no se compensa por el hecho de que haya muchos descontentos que, como yo, hablen en público en contra de lo que está ocurriendo. El actual consenso político favorece a un Gobierno todopoderoso, que desea seguir contando con los recursos que proporciona una situación de guerra. Una guerra que, por lo que dicen, se libra contra un enemigo que no se identifica con ningún Estado en concreto y que está en todas partes. Esta mañana leía en el periódico que ahora queremos enviar más tropas a Filipinas para combatir la insurrección. Todo este despliegue militar, sin embargo, provoca rechazo en una amplia franja del ejército, la de los coroneles, capitanes... Conozco oficiales que dan clase en las academias de West Point y de Anápolis y que están absolutamente en contra de la política de Bush. Son gente que se sentía representada por Colin Powell, hasta que éste los decepcionó.
-Los altos oficiales del ejército de Estados Unidos suelen tener muy buena formación intelectual.
-Una de las cosas que aprendí en Bosnia (Susan Sontag vivió en Sarajevo buena parte del asedio serbio a la ciudad) fue que los militares merecenrespeto. Y es verdad que los oficiales estadounidenses tienen carreras universitarias y saben lo terrible que es la guerra. Son gente valiosa, al menos hasta que se convierten en burócratas del Pentágono y pierden contacto con la realidad. Saben mucho más que los civiles que los mandan, no son estúpidos ni sanguinarios, suelen ser personas responsables, y en muchos casos se sienten perplejos ante la situación. Déjeme preguntarle sobre algo totalmente distinto. ¿Ha seguido el debate sobre Cuba? Se han publicado recientemente dos manifiestos: en uno se condena la política represiva de Fidel Castro; en otro, firmado por gente muy respetable, como Gabriel García Márquez, Eduardo Galeano o Luisa Valenzuela, se afirma que Castro debe defender el derecho de Cuba a la existencia frente al acoso del imperialismo americano y que Estados Unidos planea invadir la isla, y no se habla para nada de derechos humanos. ¿Qué piensa usted de todo eso?
-Quizá sería mejor que fuera usted quien opinara.
-Yo no creo que Estados Unidos vaya a invadir Cuba, no es necesario. Soy totalmente contraria a la política estadounidense respecto de Cuba, estoy contra el embargo y creo que Castro se mantiene en el poder precisamente por el embargo. Estoy a favor de que se comercie, de que haya turismo, de que las relaciones sean normales y plenas. En mi opinión, Cuba ha vuelto a ser el burdel del Caribe, lo que era en tiempos de la dictadura de Batista, y cuenta con una horrible industria de turismo sexual. Dudo de que la abundancia de prostitutas de 14 y 15 años en los hoteles de La Habana diga mucho a favor del gobierno de Castro. Yo viajé a Cuba en los años sesenta y fui muy partidaria de Fidel Castro hasta 1970. Hasta entonces, una de las cosas que me gustaban del régimen castrista era que hubiera terminado con la degradante prostitución masiva. Castro hizo muchas cosas buenas en los sesenta, en materias como la educación y la sanidad. Pero luego empezaron las persecuciones contra los homosexuales, contra los disidentes... Y desde que se hundió la Unión Soviética y Cuba perdió los subsidios, se ha vuelto casi a la situación previa a 1959. Tengo muchas ganas de que termine el actual régimen, pero estar en contra de Castro no significa estar a favor del imperialismo americano.
-¿Y los dos manifiestos?
-García Márquez es un caso especial. Tiene intensos vínculos humanos con Cuba y con Fidel Castro, de quien es amigo. Lo cual me parece muy bien. Pero cuando, desde Bogotá, le exigí públicamente que explicara cómo podía estar contra la pena de muerte y a la vez defender que el régimen cubano ejecutara a gente por delitos menores, su respuesta fue lamentable. En resumen, insistió en que se oponía a la pena de muerte y aseguró que había ayudado a muchos disidentes para que pudieran huir de Cuba. ¿Es ése un régimen que merezca ser defendido? ¿Un régimen en el que tienes que ayudar a que la gente escape? Me pareció patético. Yo no esperaba que Gabo García Márquez me respondiera, pero lo hizo, por respeto hacia mi persona, según dijo. Me afecta la posición en que se encuentra, porque lo admiro muchísimo. Mire, yo no creo que los escritores estén obligados a hablar de política, ni yo ni ninguno. Pero ciertos escritores, con cierta historia, sí están obligados a opinar en ciertas situaciones. Si no hablan, su silencio es político. Creo que ése es el caso de García Márquez. También ha sido el mío en otras ocasiones. Nunca quise opinar sobre la cuestión de Israel y Palestina. Yo soy judía, laica al doscientos por ciento, y más laica con cada minuto que vivo, porque veo los horrores que se cometen en nombre de la religión. Mi identidad judía procede del simple hecho de que desciendo de judíos polacos que emigraron a Estados Unidos en el siglo XIX. Como a muchos otros, me pesa el Holocausto, y no me sentía confortable criticando a Israel, pese a que era consciente de las crueldades de la ocupación israelí... Estuve allí durante la guerra de 1973 y comprobé que la auténtica tragedia consistía en que ambas partes están equivocadas. Filmé una película, titulada La tierra prometida, y decidí no volver. Cuando me pedían que adoptara una posición, me negaba. Hasta que, hace dos años, me dieron el Premio Jerusalén, una especie deNobel sin dinero que habían ganado escritores tan maravillosos como Graham Greene, y decidí aceptarlo, y fui a recogerlo a Israel. Muchos amigos me pidieron que no fuera, que boicoteara el premio, pero yo no creo en boicoteos ni dejaría de ir a un país por estar en desacuerdo con su gobierno. Pasé una semana moviéndome por Israel; fui a los territorios, a Gaza; me reuní con Yasser Arafat, aunque no me apetecía nada verle, y decidí hablar. No era posible seguir en silencio. Nada, ni siquiera el horror de los terroristas suicidas palestinos podía justificar la crueldad, la opresión y la humillación ejercidas sobre los palestinos. Tomo partido, y reclamo el total desmantelamiento de los asentamientos judíos y la retirada de Israel a las fronteras de 1967. Dicho esto, creo que Gabo García Márquez no puede seguir siendo amigo de Castro y a la vez calificarse a sí mismo de periodista. García Márquez dirige una escuela de periodismo en Cartagena de Indias. Bien, si se considera periodista, debe estar a favor de la libertad de expresión y en contra de que se encarcele a la gente por delitos de opinión, como ocurre en Cuba. ¿Cómo puede callarse y seguir apoyando a Fidel Castro? Incluso José Saramago, militante del Partido Comunista portugués, ha sentido que no podía seguir en silencio y ha criticado el régimen cubano. Contra Castro estamos gente tan distinta como yo; Pedro Almodóvar, al que quiero mucho y de quien me siento muy cercana, y Mario Vargas Llosa, de quien estoy claramente más lejos. No importa con quién esté uno, sino lo que es correcto, lo que es justo. Me opongo a que se utilice la crítica al imperialismo americano, muy justificada, pera defender una dictadura horrenda.
-Las posiciones intelectuales suelen ser menos fáciles y más confusas en situaciones de crisis grave, como una guerra. Usted se refiere a una situación así, la de la Guerra Civil española, en su último ensayo Mirando el dolor de los otros.
-Sí, empiezo el libro con la reacción de Virginia Woolf frente a las fotografías de atrocidades difundidas por el gobierno republicano de Madrid. La guerra de España fue el momento central del siglo XX, el momento en que muchas cosas quedaron claras, el primer conflicto realmente fotografiado. Y aunque en este último libro no me extiendo en el asunto como en anteriores ocasiones, ocurrió que muchos, desde fuera, se sintieron incapaces de criticar el papel de la Unión Soviética y de los comunistas, porque pensaban que eso dañaría al bando que ostentaba la legalidad y la razón, el republicano, y favorecería a los insurgentes. Esa es una lección que me repito una y otra vez a mí misma. Nunca es necesario elegir entre la verdad y la justicia. Hay que estar con ambas
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Pagina/12 de Argentina - 30 de Junio de 2003
Susan Sontag, escritora, opositora a la guerra
Enric González / El País, de Madrid
Es una disidente de su gobierno, una dura crítica de la invasión a Irak y de los proyectos imperiales de posguerra, que le parecen francamente idiotas. En esta larga charla, se toca el íntimo tema de Israel, los porqués de su oposición al gobierno de Cuba y su teoría de que Estados Unidos es en realidad un país de partido único.
A Susan Sontag (Nueva York, 1933) no le entusiasma el término intelectual, el que mejor la define. En cualquier caso, es autora de cuatro novelas, de decenas de ensayos y de miles de artículos, y de varias películas. Ha abordado todos los problemas contemporáneos y forma parte de la Academia de Estados Unidos. Este año ha recibido el Premio Príncipe de Asturias de las Letras por su "profundidad de pensamiento y calidad estética". Sontag ingresó en la Universidad de California a los 15 años, se licenció en la de Chicago a los 18, se casó con un profesor de sociología, tuvo un hijo y se divorció antes de los 30, ha vencido dos veces al cáncer, y ha vivido de cerca guerras como la de Vietnam, la del Yom Kipur y la de Bosnia. Su vitalidad está fuera de toda duda. Esa vitalidad irrumpe en la entrevista y la convierte en un torrente de opiniones. Sontag fue de los pocos estadounidenses que, inmediatamente después del 11 de septiembre de 2001, se atrevieron a criticar a George W. Bush. Sigue estando contra él, contra Fidel Castro, contra el Gobierno de Israel y contra todo lo que le parece tiránico, falso o injusto. El encuentro se desarrolla en su apartamento de Manhattan, un hermoso ático lleno de libros, piezas de arte, recuerdos de viajes, cajas y objetos embalados.
-¿Está de mudanza?
-No, no. Parece, pero todo esto es de mi hijo. Acaba de irse a Bagdad. Es escritor. No sé si sabe usted de mi hijo...
-Sí.
-Dejó un apartamento y se instalará en otro en cuanto vuelva, y me ha dejado aquí todo esto durante meses. Desde enero. Tendría que volver en julio.
-¿Ha estado en Irak durante la guerra?
-No, en Berlín. Me dice que en Bagdad la violencia y el desorden son increíbles, y que los americanos no se enteran. En realidad creen que están imponiendo el orden, pero no tienen ni idea. Se encierran en sus palacios, descubren que en un barrio determinado hay electricidad de nuevo y se sienten muy orgullosos. No tienen ni idea de lo que ocurre en las calles, de que reina el caos y de que la situación no mejora. Según mi hijo, las fuerzas de ocupación tienen buenas intenciones y creen estar haciendo algo, aunque en realidad no consiguen nada. Será interesante ver lo que ocurre en el futuro.
-La situación en Afganistán sigue siendo caótica, y esa guerra terminó mucho antes que la de Irak.
-Es que en Afganistán ni siquiera han intentado poner orden. El presidente que colocaron, Hamid Karzai, es, como mucho, el alcalde de Kabul, y quizá ni eso. Aquello, en realidad, fue sólo una expedición punitiva, un castigo por el 11-S. Cuando invadieron Irak, en cambio, esperaban ser recibidos como libertadores y no habían calculado el riesgo de desintegración social. Todo esto es increíble. La actual administración de Estados Unidos me parece increíble. Su visión del mundo es ridícula, y resulta evidente que no funcionará. No creo que estén trabajando por el bien de nuestro país. Su política no es ni económicamente viable. Un imperio es muy caro, a menos que se le extraiga un beneficio. El Imperio Británico era una operación económica eficiente. No está nada claro, por el contrario, que Estados Unidos obtenga rendimientos del imperio que proyecta.
-Pero el Gobierno de George W. Bush niega tener deseos imperiales. Bush y los suyos dicen que en el fundamento de su política está el idealismo.
-Oh, ya. Usted habrá hablado con Paul Wolfovitz (el subsecretario de Defensa), ¿no? Un amigo mío, que es funcionario gubernamental y tiene las mismas opiniones que yo, y obviamente que usted, me contó que había hablado con un alto cargo del Departamento de Defensa y que éste le habíadicho: no lo entiendes, George W. Bush es como Martin Luther King, él también tiene un sueño...
-Pese a todo, es un Gobierno popular entre los estadounidenses.
-Su fórmula consiste en afirmar que tenemos enemigos en todas partes, que tenemos que embarcarnos en una guerra interminable y que cualquiera que se oponga al Gobierno es antipatriótico. Esa es una fórmula efectiva, capaz de persuadir a mucha gente. La paranoia es persuasiva. Es difícil refutar a este Gobierno, incluso imaginar cómo llegará al descrédito. Incluso si la situación económica empeora sustancialmente, podrán decir: bueno, estamos haciendo sacrificios para promover nuestros ideales, ¿quién no está dispuesto a sacrificarse por los ideales americanos? No sé cómo se puede frenar toda esta proyección de poder. Resulta especialmente difícil porque no hay oposición. Estados Unidos tiene un sistema unipartidista. Sólo existe el Partido Republicano, con una filial denominada Partido Demócrata.
-Pero en poco más de un año habrá elecciones presidenciales.
-¿Quién fue el único demócrata que se opuso frontalmente y con elocuencia a la invasión de Irak? Robert Byrd, un senador de 86 años, sin ningún futuro y no exactamente un progre. (En su juventud, Byrd perteneció al Ku Klux Klan). Hillary Clinton y Robert Schumer, los dos senadores por Nueva York, votaron a favor de la Patriot Act (la ley antiterrorista) y concedieron a Bush plenos poderes para hacer la guerra, pese a que el 80 por ciento de sus electores es contrario a ambas cosas. ¿Por qué? Porque cuentan con que ese 80 por ciento, por furioso que esté con sus representantes demócratas, no votará a los republicanos, y en cambio, Clinton y Schumer esperan rebañar algunos votos a la derecha. El resultado es que los demócratas sólo actúan pensando en una pequeña minoría de sus potenciales votantes, los más conservadores. Y que el equilibrio político se desplaza cada vez más hacia la derecha. Es increíble que senadores como Clinton y Schumer no se den cuenta de que su obligación es representar a la mayoría de quienes los votan. Y luego tenemos a Al Gore, alguien cuya carrera política se ha terminado y que podría convertirse en un nuevo Daniel Webster (un influyente senador del siglo XIX). No le costaría nada asumir el papel de perdedor que dice lo que piensa y pasa a la historia como alguien con principios. Pero Gore también ha desaparecido.
-La impresión desde el exterior es que todo Estados Unidos está con Bush.
-Y la impopularidad de Estados Unidos no deja de crecer. Tengo una amiga que viaja continuamente por Asia y me dice que allá donde va encuentra un sentimiento antiamericano fortísimo. Y ésa es la realidad, digan lo que digan el presidente Bush, José María Aznar, Silvio Berlusconi o Tony Blair: la mayoría de la población mundial es crítica con respecto a Estados Unidos. El error, en algunos casos, es pensar que la Casa Blanca ignora esos sentimientos de la gente. No sólo los conocen, sino que además les parece perfecto. Dan por supuesto que eso es lo que ocurre cuando se es el número uno. Dan por supuesto que la fortaleza de Estados Unidos ha de generar miedo y resentimiento. O sea, que no existe ninguna posibilidad de que un día digan: ¡oh! es terrible, hemos descubierto que el mundo nos odia, hemos hecho las cosas mal. Qué va. Consideran que el presidente de Estados Unidos es presidente de todo el planeta, y se pasan el día diciendo que somos los mejores, los más excepcionales; que somos buenos incluso si ocasionalmente nos equivocamos, porque nuestras intenciones son buenas...
-Pero...
-Los republicanos se sienten tan fuertes que no temen a nada. Algunos pueden pensar que, por el hecho de ser tan bárbaros como son, deben ser también estúpidos. No lo son en absoluto. Son competentes, inteligentes y tienen valentía para defender sus perversas convicciones. Desde Albert Speer, Leni Riefensthal y Adolf Hitler se sabe perfectamente la importancia del espectáculo para que un líder proyecte una imagen defuerza. Pero, en ese sentido, nunca nadie se había atrevido a tanto como Bush. Me refiero a su aterrizaje sobre la cubierta del portaaviones Abraham Lincoln a bordo de un avión de combate. ¡Qué espectáculo! ¡Qué montaje! Dijeron que el buque estaba demasiado lejos de la costa y no se podía llegar a él en helicóptero. Luego admitieron que un helicóptero habría bastado, pero que al presidente le hacía ilusión llegar de esa forma. ¡Y no pasó nada!
-Si hubiera viajado en helicóptero, Bush no habría podido fotografiarse con uniforme de piloto de combate.
-Sí, el uniforme que nunca tuvo que vestir durante la guerra de Vietnam... Esa gente no tiene ningún escrúpulo. Otro ejemplo es la convención. Como usted sabe, los partidos siempre celebran en verano la convención en que eligen a su candidato presidencial. Pero esta vez los republicanos han decidido cambiar un poco las cosas y se reunirán en Nueva York, en septiembre. De esta forma, Bush iniciará oficialmente su campaña en el aniversario del 11-S, fotografiándose en la zona cero. Es pura desvergüenza, puro Hollywood. Esa gente está dispuesta a ganar a cualquier precio. Estoy segura de que estarían dispuestos a cancelar las elecciones si corrieran el riesgo de perderlas, cosa que ahora mismo es muy improbable. Alegarían una emergencia nacional o una nueva guerra, cualquier excusa. Porque ellos siempre tienen razón. Para ellos, demostrar el poderío americano es bueno en sí mismo. Daría igual si no capturaran a Saddam Hussein, daría igual si no apareciera nunca ninguna de las armas que atribuían al anterior régimen iraquí: la guerra estaba justificada porque sí, y punto. En vísperas de la invasión estuvieron jugando con cuatro o cinco excusas y al final optaron por lo de las armas de destrucción masiva. Si el presidente no acababa con Saddam Hussein incumplía su mandato constitucional de proteger al pueblo de Estados Unidos. No se podía dar un día más a los inspectores de Hans Blix, la situación requería una intervención de urgencia porque los misiles nucleares iraquíes apuntaban ya a nuestras ciudades... ¡Ja, ja!
-En su opinión, ¿por qué se hizo la guerra?
-Irak fue atacado porque era el país más débil de la región y el que padecía al dictador más despreciable. Y ahora somos propietarios de Irak. La idea consistía en instalar grandes bases militares en territorio iraquí, para siempre, con el fin de aligerar la presencia de tropas en Turquía, Arabia Saudí y otros lugares que, desde el punto de vista de la Administración, eran de fiabilidad dudosa. Querían un Gobierno iraquí fiel a Washington, cuatro bases en el país y el petróleo. Lo que ocurre es que las cosas no marchan según los planes.
-En cuanto concluyó la invasión a Irak, Bush y su Gobierno empezaron a hablar de Siria y de Irán. ¿Tenemos por delante un futuro de guerras?
-El gran problema es la inexistencia de oposición política en Estados Unidos, que no se compensa por el hecho de que haya muchos descontentos que, como yo, hablen en público en contra de lo que está ocurriendo. El actual consenso político favorece a un Gobierno todopoderoso, que desea seguir contando con los recursos que proporciona una situación de guerra. Una guerra que, por lo que dicen, se libra contra un enemigo que no se identifica con ningún Estado en concreto y que está en todas partes. Esta mañana leía en el periódico que ahora queremos enviar más tropas a Filipinas para combatir la insurrección. Todo este despliegue militar, sin embargo, provoca rechazo en una amplia franja del ejército, la de los coroneles, capitanes... Conozco oficiales que dan clase en las academias de West Point y de Anápolis y que están absolutamente en contra de la política de Bush. Son gente que se sentía representada por Colin Powell, hasta que éste los decepcionó.
-Los altos oficiales del ejército de Estados Unidos suelen tener muy buena formación intelectual.
-Una de las cosas que aprendí en Bosnia (Susan Sontag vivió en Sarajevo buena parte del asedio serbio a la ciudad) fue que los militares merecenrespeto. Y es verdad que los oficiales estadounidenses tienen carreras universitarias y saben lo terrible que es la guerra. Son gente valiosa, al menos hasta que se convierten en burócratas del Pentágono y pierden contacto con la realidad. Saben mucho más que los civiles que los mandan, no son estúpidos ni sanguinarios, suelen ser personas responsables, y en muchos casos se sienten perplejos ante la situación. Déjeme preguntarle sobre algo totalmente distinto. ¿Ha seguido el debate sobre Cuba? Se han publicado recientemente dos manifiestos: en uno se condena la política represiva de Fidel Castro; en otro, firmado por gente muy respetable, como Gabriel García Márquez, Eduardo Galeano o Luisa Valenzuela, se afirma que Castro debe defender el derecho de Cuba a la existencia frente al acoso del imperialismo americano y que Estados Unidos planea invadir la isla, y no se habla para nada de derechos humanos. ¿Qué piensa usted de todo eso?
-Quizá sería mejor que fuera usted quien opinara.
-Yo no creo que Estados Unidos vaya a invadir Cuba, no es necesario. Soy totalmente contraria a la política estadounidense respecto de Cuba, estoy contra el embargo y creo que Castro se mantiene en el poder precisamente por el embargo. Estoy a favor de que se comercie, de que haya turismo, de que las relaciones sean normales y plenas. En mi opinión, Cuba ha vuelto a ser el burdel del Caribe, lo que era en tiempos de la dictadura de Batista, y cuenta con una horrible industria de turismo sexual. Dudo de que la abundancia de prostitutas de 14 y 15 años en los hoteles de La Habana diga mucho a favor del gobierno de Castro. Yo viajé a Cuba en los años sesenta y fui muy partidaria de Fidel Castro hasta 1970. Hasta entonces, una de las cosas que me gustaban del régimen castrista era que hubiera terminado con la degradante prostitución masiva. Castro hizo muchas cosas buenas en los sesenta, en materias como la educación y la sanidad. Pero luego empezaron las persecuciones contra los homosexuales, contra los disidentes... Y desde que se hundió la Unión Soviética y Cuba perdió los subsidios, se ha vuelto casi a la situación previa a 1959. Tengo muchas ganas de que termine el actual régimen, pero estar en contra de Castro no significa estar a favor del imperialismo americano.
-¿Y los dos manifiestos?
-García Márquez es un caso especial. Tiene intensos vínculos humanos con Cuba y con Fidel Castro, de quien es amigo. Lo cual me parece muy bien. Pero cuando, desde Bogotá, le exigí públicamente que explicara cómo podía estar contra la pena de muerte y a la vez defender que el régimen cubano ejecutara a gente por delitos menores, su respuesta fue lamentable. En resumen, insistió en que se oponía a la pena de muerte y aseguró que había ayudado a muchos disidentes para que pudieran huir de Cuba. ¿Es ése un régimen que merezca ser defendido? ¿Un régimen en el que tienes que ayudar a que la gente escape? Me pareció patético. Yo no esperaba que Gabo García Márquez me respondiera, pero lo hizo, por respeto hacia mi persona, según dijo. Me afecta la posición en que se encuentra, porque lo admiro muchísimo. Mire, yo no creo que los escritores estén obligados a hablar de política, ni yo ni ninguno. Pero ciertos escritores, con cierta historia, sí están obligados a opinar en ciertas situaciones. Si no hablan, su silencio es político. Creo que ése es el caso de García Márquez. También ha sido el mío en otras ocasiones. Nunca quise opinar sobre la cuestión de Israel y Palestina. Yo soy judía, laica al doscientos por ciento, y más laica con cada minuto que vivo, porque veo los horrores que se cometen en nombre de la religión. Mi identidad judía procede del simple hecho de que desciendo de judíos polacos que emigraron a Estados Unidos en el siglo XIX. Como a muchos otros, me pesa el Holocausto, y no me sentía confortable criticando a Israel, pese a que era consciente de las crueldades de la ocupación israelí... Estuve allí durante la guerra de 1973 y comprobé que la auténtica tragedia consistía en que ambas partes están equivocadas. Filmé una película, titulada La tierra prometida, y decidí no volver. Cuando me pedían que adoptara una posición, me negaba. Hasta que, hace dos años, me dieron el Premio Jerusalén, una especie deNobel sin dinero que habían ganado escritores tan maravillosos como Graham Greene, y decidí aceptarlo, y fui a recogerlo a Israel. Muchos amigos me pidieron que no fuera, que boicoteara el premio, pero yo no creo en boicoteos ni dejaría de ir a un país por estar en desacuerdo con su gobierno. Pasé una semana moviéndome por Israel; fui a los territorios, a Gaza; me reuní con Yasser Arafat, aunque no me apetecía nada verle, y decidí hablar. No era posible seguir en silencio. Nada, ni siquiera el horror de los terroristas suicidas palestinos podía justificar la crueldad, la opresión y la humillación ejercidas sobre los palestinos. Tomo partido, y reclamo el total desmantelamiento de los asentamientos judíos y la retirada de Israel a las fronteras de 1967. Dicho esto, creo que Gabo García Márquez no puede seguir siendo amigo de Castro y a la vez calificarse a sí mismo de periodista. García Márquez dirige una escuela de periodismo en Cartagena de Indias. Bien, si se considera periodista, debe estar a favor de la libertad de expresión y en contra de que se encarcele a la gente por delitos de opinión, como ocurre en Cuba. ¿Cómo puede callarse y seguir apoyando a Fidel Castro? Incluso José Saramago, militante del Partido Comunista portugués, ha sentido que no podía seguir en silencio y ha criticado el régimen cubano. Contra Castro estamos gente tan distinta como yo; Pedro Almodóvar, al que quiero mucho y de quien me siento muy cercana, y Mario Vargas Llosa, de quien estoy claramente más lejos. No importa con quién esté uno, sino lo que es correcto, lo que es justo. Me opongo a que se utilice la crítica al imperialismo americano, muy justificada, pera defender una dictadura horrenda.
-Las posiciones intelectuales suelen ser menos fáciles y más confusas en situaciones de crisis grave, como una guerra. Usted se refiere a una situación así, la de la Guerra Civil española, en su último ensayo Mirando el dolor de los otros.
-Sí, empiezo el libro con la reacción de Virginia Woolf frente a las fotografías de atrocidades difundidas por el gobierno republicano de Madrid. La guerra de España fue el momento central del siglo XX, el momento en que muchas cosas quedaron claras, el primer conflicto realmente fotografiado. Y aunque en este último libro no me extiendo en el asunto como en anteriores ocasiones, ocurrió que muchos, desde fuera, se sintieron incapaces de criticar el papel de la Unión Soviética y de los comunistas, porque pensaban que eso dañaría al bando que ostentaba la legalidad y la razón, el republicano, y favorecería a los insurgentes. Esa es una lección que me repito una y otra vez a mí misma. Nunca es necesario elegir entre la verdad y la justicia. Hay que estar con ambas
Ultima palabra
Por Susan Sontag
"No sé qué son los intelectuales"
Susan Sontag (Nueva York, 1933) es una de las intérpretes más lúcidas de la realidad contemporánea. Novelista y ensayista, la definen un profundo conocimiento de la cultura europea y una capacidad ilimitada para reinterpretarla desde el punto de vista norteamericano. En 2003 ha obtenido, junto a Fátima Mernissi, el premio Príncipe de Asturias de las Letras, que recogerá en Oviedo el día 24. Estos días publica en España su último ensayo, Sobre el sufrimiento de los demás (Alfaguara).
Pregunta: ¿Cómo se toma que a menudo Woody Allen, Arthur Miller, Noam Chomsky, Paul Auster o usted misma sean más tenidos en cuenta en Europa que en su propio país, los Estados Unidos?
Por Susan Sontag
"No sé qué son los intelectuales"
Susan Sontag (Nueva York, 1933) es una de las intérpretes más lúcidas de la realidad contemporánea. Novelista y ensayista, la definen un profundo conocimiento de la cultura europea y una capacidad ilimitada para reinterpretarla desde el punto de vista norteamericano. En 2003 ha obtenido, junto a Fátima Mernissi, el premio Príncipe de Asturias de las Letras, que recogerá en Oviedo el día 24. Estos días publica en España su último ensayo, Sobre el sufrimiento de los demás (Alfaguara).
Pregunta: ¿Cómo se toma que a menudo Woody Allen, Arthur Miller, Noam Chomsky, Paul Auster o usted misma sean más tenidos en cuenta en Europa que en su propio país, los Estados Unidos?
Respuesta: No puedo hablar de Auster, pero es algo que suele ocurrir con muchos autores. Arthur Miller, por ejemplo, parece ser más apreciado en Inglaterra que en EE.UU., y según dice también ocurre lo mismo con Auster en España.
P: ¿A qué cree que se debe?
R: Estados Unidos se ha movido en una dirección distinta a la de Europa y quienes son críticos con el sistema tienden a ser marginados. Es algo normal cuando se tiene visiones distintas a las comunmente aceptadas.
P: ¿Cree que los intelectuales deben expresar otro punto de vista, concienciar en cierta forma de otra realidad posible?
R: No sé que son los intelectuales, no me interesa el concepto de intelectual. Lo que debe hacer el escritor es decir la verdad. Las generalizaciones no me interesan.
P: Apoyó la intervención en los Balcanes y se opuso a la guerra en Iraq. ¿No es una contradicción?
R: No, porque no se trata de dos posturas distintas. En el caso de Sarajevo me oponía a Milosevich y al genocidio que estaba llevando a cabo. El caso de Iraq es totalmente distinto. Lo que ocurre allí es una invasión y una ocupación.
P: En sus apreciaciones sobre distintos acontecimientos históricos resultaron especialmente "significativas" las expuestas en el New Yorker sobre el 11 de septiembre...
R: Fui muy atacada por ese artículo, incluso llegué a recibir amenazas de muerte. Llegaron a decir que lo que tenían en común Sadam, Bin Laden y Susan Sontag era que los tres querían la destrucción de América. Simplemente expresaba mi punto de vista sobre lo acontecido.
P: El personaje de Ryszard en su novela En América dice: "La gente como nosotros no debiera vivir en América". ¿Está expresando una postura crítica respecto a América?
R: No. Esa frase no debe separarse del contexto de la novela. En la obra los distintos personajes expresan punto de vista distintos y el de Richard es el suyo. Cuando yo quiero decir algo sobre América lo digo y no utilizo ningún personaje.
P: En esa misma novela trata de alguna forma el tema de la utopía.
R: Vuelvo a decir lo mismo. Se trata de una novela, no de un ensayo. No pretendo transmitir ningún mensaje y tampoco considero apropiado entrar en generalizaciones.
P: Su respuesta parece negar la capacidad interpretativa del lector lo que resulta especialmente significativo cuando se trata de alguien que editó a Roland Barthes.
R: Hice una antología de Barthes, pero eso no significa que esté necesariamente de acuerdo con él. Admiro el trabajo de Barthes pero eso no debe inducir a considerar que me parecen bien sus planteamientos.
P: ¿Qué le sugiere la teoría barthiana sobre "la muerte del autor"?
R: No estoy de acuerdo con esa teoría.
P: ¿Cómo ha evolucionado su escritura desde El benefactor hasta El sufrimiento de los demás?
R: Se trata de dos obras distintas. Son dos caminos distintos, pero si se trata de enfatizar algún tipo de evolución diría que ahora soy mejor escritora. Pero no reniego de nada de lo que he escrito.
P: En ese camino parece haber un punto crítico. Usted sufrió un cáncer...
R: Lo cierto es que han sido dos, uno hace vinticinco años y otro hace sólo cinco. Y efectivamente fue importante; pero en la vida de una persona ocurren muchas otras cosas importantes, uno se casa o se divorcia, tiene hijos... todo eso forma parte de la vida y en ese contexto debe entenderse la enfermedad. La enfermedad como metáfora no es sobre mí, sobre mi experiencia, sino que trata otros temas que se derivan de la enfermedad.
P: Nunca me "atreví" a leer su libro sobre esa experiencia.
R: Si lo hubiera hecho entendería mucho mejor lo que quiero decir. La obra no trata de mi experiencia con el cáncer, no resulta necesariamente doloroso desde el punto de vista personal porque lo narrado no tiene que ver con la enfermedad en sí misma.
P: La semana próxima irá a Oviedo para recoger el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, que ha compartido con Fátima Menissi. ¿Conoce su obra?
R: No, no la conocía, pero internet me proporcionó información sobre su trabajo y tengo ganas de conocerla. No entiendo muy bien por qué han concedido el premio a dos personas con trayectorias y obras tan distintas. Tal vez hubiera sido más apropiado que hubieran premiado a una sola; o a ella o a mí.
P: ¿Con qué calificativo se encuentra más cómoda Susan Sontag: novelista, filósofa, crítica...?
R: Yo me considero una autora de ficción, en ningún caso crítica ni filósofa.
José Antonio GURPEGUI
DOSSIER IRAK - Al presentar su nuevo libro, la escritora Susan Sontag recuerda las atrocidades de la guerra
La polémica escritora estadounidense Susan Sontag, quien presenta estos días su nuevo libro, Ante el dolor de los demás, niega ser pacifista, pero condena las atrocidades de la guerra y los mecanismos que la desencadenan y legitiman desde los centros del poder, adonde sus horrores nunca llegan.
Escribe José Andrés Rojo en la edición de EL PAÍS del 29 de octubre de 2003:
"Debemos permitir que las imágenes atroces nos persigan", escribe Susan Sontag ya casi al final de su último libro, Ante el dolor de los demás (Alfaguara). Y un poco más adelante explica que esas imágenes dicen: "Esto es lo que los seres humanos se atreven a hacer, y quizá se ofrezcan a hacer, con entusiasmo, convencidos de que están en lo justo. No lo olvides".
No lo olvides, recuérdalo, conoce lo que la guerra es, mira tanto dolor y tanto absurdo y tanta desolación. Sontag (Nueva York, 1933) se ha sumergido de lleno en el horror de la guerra en las 146 páginas de este contundente ensayo para reflexionar qué ocurre allí en los lejanos campos de batalla y qué pasa en el otro lado del mundo, donde no pasa nada, cuando se sabe de la brutalidad y la muerte. Lo ha hecho a través del hilo conductor de la fotografía, de esas imágenes que tienen el poder de "captar una muerte cuando en efecto está sucediendo y embalsamarla para siempre".
Son ya cuarenta años los que lleva Susan Sontag publicando libros, desde que en 1963 apareció su primera novela, El benefactor. Y ya no ha parado y no tiene idea de detenerse. Sigue cultivando la ficción (En América es su última novela), y no deja de escribir ensayos, proyecta realizar otra película y también dos obras de teatro. La guerra no le ha sido ajena: estuvo como periodista en Vietnam y montó, durante el asedio a Sarajevo, Esperando a Godot. En 1977 publicó Sobre la fotografía. Su vitalidad, su compromiso cívico, la radicalidad de su mirada han sido objeto recientemente de dos importantes reconocimientos, el Premio de la Paz, en Francfort, y el Príncipe de Asturias.
Pregunta - "La belleza será convulsa o no será", decía André Breton, y reclamaba un arte que conmocionara. Las imágenes de la guerra también conmocionan. ¿Qué hay, sin embargo, de diferente en ambas formas de expresión?
Respuesta - Creo que la fotografía es también un arte, así que no tendría que haber diferencias entre ambas formas de expresión. Lo que sí querría señalar es que éste no es un libro sobre fotografía. Es un libro que trata de la guerra. Por tanto, no debe pensarse que después de unos años he vuelto sobre el viejo tema que traté ya en Sobre la fotografía. Allí me pregunté por lo que las imágenes eran, por la forma en que nos influyen, por el espíritu que consiguen atrapar. Esta vez empiezo por la guerra, está ahí, existe, y me pregunto qué es lo que saben de ella quienes no tienen una experiencia directa de su horror. ¿Qué pueden saber, cómo pueden conocerla? En Ramala y Bagdad saben qué significa, pero en París y en Madrid, por ejemplo, ¿qué les llega de todo aquello?
P. - Entonces surgen las imágenes. ¿No existe el problema de que terminen por saturar y no digan ya nada?
R. - Sí, está esa teoría de que todo es un gran espectáculo, de que la realidad ha desaparecido, de que estamos sumergidos en una tormenta de imágenes que consumimos sin más. Se dice que todas esas atrocidades dejan de serlo por la saturación que se produce cuando han aparecido tantas veces. Pero no estoy de acuerdo. Creo que la gente distingue perfectamente entre la realidad y el espectáculo. Por muy adictos que seamos a consumir imágenes, todavía existe la posibilidad de tomar distancias frente al horror.
P. - Empieza el libro contando que Virginia Woolf, en Tres guineas, proponía a un eminente abogado londinense observar las imágenes de la Guerra Civil Española, para saber "si al mirar las fotografías sentimos lo mismo".
R. - Bueno, empecé por Virginia Woolf porque por algún lado tenía que empezar. Lo que ocurre a finales de los años treinta, la época en la que ella escribe, es que se produce un drástico cambio en la manera en que los reporteros cubren las guerras. Antes de la Guerra Civil Española se habían fotografiado muchos conflictos, pero siempre antes o después, durante los preparativos o cuando los campos estaban ya llenos de cadáveres. Es entonces, y ahí está la mítica foto de Robert Capa del miliciano que cae en el frente de Aragón, cuando los fotógrafos empiezan a captar imágenes durante el desarrollo de las batallas. Lo que Virginia Woolf ve son las atrocidades causadas por los bombardeos de la aviación franquista sobre la población civil. Y son imágenes que le llegaban a ella por correo, no aparecían aún en los periódicos.
P. - ¿Cree que es muy diferente la forma en que hombres y mujeres entienden la guerra?
R. - Bueno, ésa era la cuestión que planteaba inicialmente Virginia Woolf, aunque luego la abandonaba. El caso es que sí, la guerra está imbuida de una serie de valores tradicionalmente asociados al mundo masculino: la virilidad, la fuerza, el coraje, la fortaleza de aprender a sufrir sin sentir compasión. Quizá los hombres no disfruten en los combates, pero sí disfrutan con lo que la guerra desencadena: la movilización y todo eso. El mundo femenino está, en cambio, asociado a la protección, a la compasión, al interés por lo que ocurre con otras personas. Forma parte de su socialización. Pero la guerra también la hacen hoy las mujeres. La ordenan, como hizo Margaret Thatcher, o participan en ella: hay un alto porcentaje de mujeres en las tropas estadounidenses.
P. - Habla en el libro de un momento en que simplemente ya no se reconoce el sufrimiento, sino que se protesta contra él.
R. - La imagen de la portada del libro ha sido una elección personal. Es un aguafuerte de Goya que pertenece a su serie de Los desastres de la guerra. Ayer mismo, nada más llegar, fui al Prado para volver a ver las obras de Goya, que me siguen impactando profundamente. Es un artista decisivo, a partir del cual se produce un cambio radical en la manera de ver la guerra. Los pies que figuran debajo de cada imagen dicen cosas como No se puede mirar, ¡Esto es lo peor!, ¡Qué locura! Ya no se puede permanecer al margen. A partir de su obra, no podemos callar frente a la barbarie de la guerra.
P. - Lo difícil es encontrar el camino de hacerlo...
R. - Llevamos ya mucho tiempo sabiendo del sufrimiento por los cuadros de muchos pintores. El cristianismo, y no otras religiones, nos ha enseñado que Jesús es un hombre que sufre, y aparece cargado de dolor, con sus heridas perfectamente visibles. Y ha hecho bien: así sabemos lo que los hombres son capaces de hacer con otros hombres. Ahora sigue ocurriendo, nada ha cambiado. En Ruanda, un país apenas más grande que Andalucía, en seis semanas fueron masacradas 800.000 personas. Es terrible. A veces no se puede ser pacifista. Yo no soy pacifista. Por desgracia, hay momentos en que una intervención militar puede detener un genocidio, o por lo menos puede mitigarlo. Es necesario hacer lo que sea para frenar una masacre. Lo que no puede ser es que estas cosas ocurran y un tiempo después los genocidas sigan ahí, como si aquello perteneciera ya al pasado, como si fuera posible olvidarlo.
P. - Hace cuarenta años publicó su primer libro. ¿Qué piensa, cómo se siente respecto a lo que ha escrito desde entonces?
R. - Es una pregunta en la que ni siquiera quiero pensar. No soy yo quién debe evaluar mi literatura.
Además no es algo acabado, estoy en la mitad de un camino que me lleva de una cosa a otra.
P. - ¿Cuáles son sus nuevos proyectos?
R. - Trabajo en una nueva novela. Quiero también escribir una reflexión sobre la enfermedad, tengo pendientes dos piezas de teatro y hacer una película, algo en lo que no me embarcaba desde los años setenta. De todas formas, yo no soy una escritora que se dedica exclusivamente a escribir. Mucha gente cuando llega a los 40 piensa que ya no le queda nada por hacer, salvo divorciarse, y cuando ya lo ha hecho, considera que sólo le queda trabajar. Yo creo que el mundo sigue lleno de posibilidades y me gusta vivir, ver las cosas que pasan, saber del mundo, conocer nuevos lugares. Creo que estoy ahora en el mejor momento de mi carrera. Estoy muy orgullosa de lo que he escrito cuando era joven, pero me ocurre como a muchos pintores y compositores, que es en la madurez cuando dan lo mejor de sí mismos. Salvo excepciones, en la literatura no suele ocurrir lo mismo. Muchos escritores dan lo mejor en sus primeras obras.
P. - Terminemos con su reciente visita a Oviedo. Compartió premio con Fátima Mernissi, que comentó que usted no sabía nada del mundo árabe.
R. - Estoy muy contenta con el premio, me ha encantado conocer la ciudad y la naturalidad y elegancia de la Reina y el Príncipe. Quizá la única crítica que pueda hacer es que concedan el mismo premio a autores tan diferentes, como Fátima Mernissi y yo, o Kapuscinski y Gustavo Gutiérrez. Si todos se lo merecen, por qué no darlo a un único autor. Se evitarían situaciones incómodas. Me contaron que Mernissi pensaba que yo era una más de tantas americanas que nada saben del mundo árabe y que por tanto no conocía su obra. Pero yo sí sabía de ella, no soy una americana más.
La polémica escritora estadounidense Susan Sontag, quien presenta estos días su nuevo libro, Ante el dolor de los demás, niega ser pacifista, pero condena las atrocidades de la guerra y los mecanismos que la desencadenan y legitiman desde los centros del poder, adonde sus horrores nunca llegan.
Escribe José Andrés Rojo en la edición de EL PAÍS del 29 de octubre de 2003:
"Debemos permitir que las imágenes atroces nos persigan", escribe Susan Sontag ya casi al final de su último libro, Ante el dolor de los demás (Alfaguara). Y un poco más adelante explica que esas imágenes dicen: "Esto es lo que los seres humanos se atreven a hacer, y quizá se ofrezcan a hacer, con entusiasmo, convencidos de que están en lo justo. No lo olvides".
No lo olvides, recuérdalo, conoce lo que la guerra es, mira tanto dolor y tanto absurdo y tanta desolación. Sontag (Nueva York, 1933) se ha sumergido de lleno en el horror de la guerra en las 146 páginas de este contundente ensayo para reflexionar qué ocurre allí en los lejanos campos de batalla y qué pasa en el otro lado del mundo, donde no pasa nada, cuando se sabe de la brutalidad y la muerte. Lo ha hecho a través del hilo conductor de la fotografía, de esas imágenes que tienen el poder de "captar una muerte cuando en efecto está sucediendo y embalsamarla para siempre".
Son ya cuarenta años los que lleva Susan Sontag publicando libros, desde que en 1963 apareció su primera novela, El benefactor. Y ya no ha parado y no tiene idea de detenerse. Sigue cultivando la ficción (En América es su última novela), y no deja de escribir ensayos, proyecta realizar otra película y también dos obras de teatro. La guerra no le ha sido ajena: estuvo como periodista en Vietnam y montó, durante el asedio a Sarajevo, Esperando a Godot. En 1977 publicó Sobre la fotografía. Su vitalidad, su compromiso cívico, la radicalidad de su mirada han sido objeto recientemente de dos importantes reconocimientos, el Premio de la Paz, en Francfort, y el Príncipe de Asturias.
Pregunta - "La belleza será convulsa o no será", decía André Breton, y reclamaba un arte que conmocionara. Las imágenes de la guerra también conmocionan. ¿Qué hay, sin embargo, de diferente en ambas formas de expresión?
Respuesta - Creo que la fotografía es también un arte, así que no tendría que haber diferencias entre ambas formas de expresión. Lo que sí querría señalar es que éste no es un libro sobre fotografía. Es un libro que trata de la guerra. Por tanto, no debe pensarse que después de unos años he vuelto sobre el viejo tema que traté ya en Sobre la fotografía. Allí me pregunté por lo que las imágenes eran, por la forma en que nos influyen, por el espíritu que consiguen atrapar. Esta vez empiezo por la guerra, está ahí, existe, y me pregunto qué es lo que saben de ella quienes no tienen una experiencia directa de su horror. ¿Qué pueden saber, cómo pueden conocerla? En Ramala y Bagdad saben qué significa, pero en París y en Madrid, por ejemplo, ¿qué les llega de todo aquello?
P. - Entonces surgen las imágenes. ¿No existe el problema de que terminen por saturar y no digan ya nada?
R. - Sí, está esa teoría de que todo es un gran espectáculo, de que la realidad ha desaparecido, de que estamos sumergidos en una tormenta de imágenes que consumimos sin más. Se dice que todas esas atrocidades dejan de serlo por la saturación que se produce cuando han aparecido tantas veces. Pero no estoy de acuerdo. Creo que la gente distingue perfectamente entre la realidad y el espectáculo. Por muy adictos que seamos a consumir imágenes, todavía existe la posibilidad de tomar distancias frente al horror.
P. - Empieza el libro contando que Virginia Woolf, en Tres guineas, proponía a un eminente abogado londinense observar las imágenes de la Guerra Civil Española, para saber "si al mirar las fotografías sentimos lo mismo".
R. - Bueno, empecé por Virginia Woolf porque por algún lado tenía que empezar. Lo que ocurre a finales de los años treinta, la época en la que ella escribe, es que se produce un drástico cambio en la manera en que los reporteros cubren las guerras. Antes de la Guerra Civil Española se habían fotografiado muchos conflictos, pero siempre antes o después, durante los preparativos o cuando los campos estaban ya llenos de cadáveres. Es entonces, y ahí está la mítica foto de Robert Capa del miliciano que cae en el frente de Aragón, cuando los fotógrafos empiezan a captar imágenes durante el desarrollo de las batallas. Lo que Virginia Woolf ve son las atrocidades causadas por los bombardeos de la aviación franquista sobre la población civil. Y son imágenes que le llegaban a ella por correo, no aparecían aún en los periódicos.
P. - ¿Cree que es muy diferente la forma en que hombres y mujeres entienden la guerra?
R. - Bueno, ésa era la cuestión que planteaba inicialmente Virginia Woolf, aunque luego la abandonaba. El caso es que sí, la guerra está imbuida de una serie de valores tradicionalmente asociados al mundo masculino: la virilidad, la fuerza, el coraje, la fortaleza de aprender a sufrir sin sentir compasión. Quizá los hombres no disfruten en los combates, pero sí disfrutan con lo que la guerra desencadena: la movilización y todo eso. El mundo femenino está, en cambio, asociado a la protección, a la compasión, al interés por lo que ocurre con otras personas. Forma parte de su socialización. Pero la guerra también la hacen hoy las mujeres. La ordenan, como hizo Margaret Thatcher, o participan en ella: hay un alto porcentaje de mujeres en las tropas estadounidenses.
P. - Habla en el libro de un momento en que simplemente ya no se reconoce el sufrimiento, sino que se protesta contra él.
R. - La imagen de la portada del libro ha sido una elección personal. Es un aguafuerte de Goya que pertenece a su serie de Los desastres de la guerra. Ayer mismo, nada más llegar, fui al Prado para volver a ver las obras de Goya, que me siguen impactando profundamente. Es un artista decisivo, a partir del cual se produce un cambio radical en la manera de ver la guerra. Los pies que figuran debajo de cada imagen dicen cosas como No se puede mirar, ¡Esto es lo peor!, ¡Qué locura! Ya no se puede permanecer al margen. A partir de su obra, no podemos callar frente a la barbarie de la guerra.
P. - Lo difícil es encontrar el camino de hacerlo...
R. - Llevamos ya mucho tiempo sabiendo del sufrimiento por los cuadros de muchos pintores. El cristianismo, y no otras religiones, nos ha enseñado que Jesús es un hombre que sufre, y aparece cargado de dolor, con sus heridas perfectamente visibles. Y ha hecho bien: así sabemos lo que los hombres son capaces de hacer con otros hombres. Ahora sigue ocurriendo, nada ha cambiado. En Ruanda, un país apenas más grande que Andalucía, en seis semanas fueron masacradas 800.000 personas. Es terrible. A veces no se puede ser pacifista. Yo no soy pacifista. Por desgracia, hay momentos en que una intervención militar puede detener un genocidio, o por lo menos puede mitigarlo. Es necesario hacer lo que sea para frenar una masacre. Lo que no puede ser es que estas cosas ocurran y un tiempo después los genocidas sigan ahí, como si aquello perteneciera ya al pasado, como si fuera posible olvidarlo.
P. - Hace cuarenta años publicó su primer libro. ¿Qué piensa, cómo se siente respecto a lo que ha escrito desde entonces?
R. - Es una pregunta en la que ni siquiera quiero pensar. No soy yo quién debe evaluar mi literatura.
Además no es algo acabado, estoy en la mitad de un camino que me lleva de una cosa a otra.
P. - ¿Cuáles son sus nuevos proyectos?
R. - Trabajo en una nueva novela. Quiero también escribir una reflexión sobre la enfermedad, tengo pendientes dos piezas de teatro y hacer una película, algo en lo que no me embarcaba desde los años setenta. De todas formas, yo no soy una escritora que se dedica exclusivamente a escribir. Mucha gente cuando llega a los 40 piensa que ya no le queda nada por hacer, salvo divorciarse, y cuando ya lo ha hecho, considera que sólo le queda trabajar. Yo creo que el mundo sigue lleno de posibilidades y me gusta vivir, ver las cosas que pasan, saber del mundo, conocer nuevos lugares. Creo que estoy ahora en el mejor momento de mi carrera. Estoy muy orgullosa de lo que he escrito cuando era joven, pero me ocurre como a muchos pintores y compositores, que es en la madurez cuando dan lo mejor de sí mismos. Salvo excepciones, en la literatura no suele ocurrir lo mismo. Muchos escritores dan lo mejor en sus primeras obras.
P. - Terminemos con su reciente visita a Oviedo. Compartió premio con Fátima Mernissi, que comentó que usted no sabía nada del mundo árabe.
R. - Estoy muy contenta con el premio, me ha encantado conocer la ciudad y la naturalidad y elegancia de la Reina y el Príncipe. Quizá la única crítica que pueda hacer es que concedan el mismo premio a autores tan diferentes, como Fátima Mernissi y yo, o Kapuscinski y Gustavo Gutiérrez. Si todos se lo merecen, por qué no darlo a un único autor. Se evitarían situaciones incómodas. Me contaron que Mernissi pensaba que yo era una más de tantas americanas que nada saben del mundo árabe y que por tanto no conocía su obra. Pero yo sí sabía de ella, no soy una americana más.
Susan Sontag reaviva su polémica con García Márquez sobre Cuba
Alemania, 10/12/2003
La escritora estadounidense Susan Sontag reavivó hoy en la Feria del Libro de Francfort su polémica sobre Cuba con el Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, al que volvió a acusar de deshonestidad intelectual por callar sobre las violaciones de los derechos humanos del régimen castrista. Sontag empezó recordando el comienzo de la polémica, en la Feria del Libro de Bogotá a donde ella había acudido como invitada especial. "Yo no había llegado a Bogotá pensando en formular un ataque contra García Márquez que en Colombia es una especie de dios", dijo la escritora. "Durante una conferencia de prensa, alguien me preguntó que cual era mi posición sobre la responsabilidad política del escritor. Entonces dije que no tenía nada en contra de escritores que no se interesaban por temas políticos y que no decían nada al respecto, pero que aquellos que lo hacen tienen que hacerlo siempre que haya algo que denunciar", añadió. La escritora añadió que tras decir eso no pudo evitar mencionar el caso de García Márquez, que había callado sobre la reciente ola de represión contra disidentes en Cuba, con condenas a muerte y a largas penas de prisión. "Respeto a los escritores que no se pronuncian sobre temas políticos. Pero quienes lo hacemos como Günter Grass, como García Márquez, o como yo, entonces no podemos dejar de denunciar cosas de las que tenemos noticia", dijo Sontag reanudando su argumentación de Bogotá. "Acerca de Cuba, García Márquez ha callado cosas que sabe y por eso no ha sido honesto", añadió la escritora. "Nunca creí que él fuera a responderme, pero lo hizo y la respuesta fue ridícula al decir que en conversaciones privadas ha ayudado a salir de Cuba a muchos disidentes", prosiguió. La escritora comparó la actitud de García Márquez con la que asumió el portugués José Saramago, que pese a definirse a sí mismo como comunista, tras la reciente ola de represión dijo que no podía seguir respaldando al régimen castrista. "Lo siento por García Márquez, pero hay cosas que no se pueden callar", añadió.
Alemania, 10/12/2003
La escritora estadounidense Susan Sontag reavivó hoy en la Feria del Libro de Francfort su polémica sobre Cuba con el Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, al que volvió a acusar de deshonestidad intelectual por callar sobre las violaciones de los derechos humanos del régimen castrista. Sontag empezó recordando el comienzo de la polémica, en la Feria del Libro de Bogotá a donde ella había acudido como invitada especial. "Yo no había llegado a Bogotá pensando en formular un ataque contra García Márquez que en Colombia es una especie de dios", dijo la escritora. "Durante una conferencia de prensa, alguien me preguntó que cual era mi posición sobre la responsabilidad política del escritor. Entonces dije que no tenía nada en contra de escritores que no se interesaban por temas políticos y que no decían nada al respecto, pero que aquellos que lo hacen tienen que hacerlo siempre que haya algo que denunciar", añadió. La escritora añadió que tras decir eso no pudo evitar mencionar el caso de García Márquez, que había callado sobre la reciente ola de represión contra disidentes en Cuba, con condenas a muerte y a largas penas de prisión. "Respeto a los escritores que no se pronuncian sobre temas políticos. Pero quienes lo hacemos como Günter Grass, como García Márquez, o como yo, entonces no podemos dejar de denunciar cosas de las que tenemos noticia", dijo Sontag reanudando su argumentación de Bogotá. "Acerca de Cuba, García Márquez ha callado cosas que sabe y por eso no ha sido honesto", añadió la escritora. "Nunca creí que él fuera a responderme, pero lo hizo y la respuesta fue ridícula al decir que en conversaciones privadas ha ayudado a salir de Cuba a muchos disidentes", prosiguió. La escritora comparó la actitud de García Márquez con la que asumió el portugués José Saramago, que pese a definirse a sí mismo como comunista, tras la reciente ola de represión dijo que no podía seguir respaldando al régimen castrista. "Lo siento por García Márquez, pero hay cosas que no se pueden callar", añadió.
Ante el dolor de los demás
Por Susan Sontag
La escritora y activista estadounidense Susan Sontag, quien el año pasado recibió los premios Príncipe de Asturias de las Letras, y el de la Paz, concedido este último por los libreros alemanes, da a conocer su nueva novela en español, Ante el dolor de los demás, publicada por Alfaguara, en la que con su característica sagacidad literaria y lucidez de pensamiento explora las atrocidades de la guerra. Con autorización de la editorial ofrecemos a nuestros lectores un adelanto del libro de Sontag
La primera tentativa de gran alcance de documentar un conflicto la emprendió unos años más tarde, durante la guerra de Secesión de Estados Unidos, una casa fotográfica que dirigía Mathew Brady, el cual había hecho varios retratos oficiales del presidente Lincoln. Las fotografías bélicas de Brady -que en su mayoría hicieron Alexander Gardner y Timothy O'Sullivan, si bien su empleador se llevaba siempre el crédito- mostraban temas convencionales, como campamentos en los que residen soldados de infantería y oficiales, poblaciones en la ruta del conflicto, artillería, buques, así como las muy célebres de soldados unionistas y confederados muertos que yacen sobre el terreno bombardeado de Gettysburg y Antietam. Si bien el acceso al campo de batalla fue un privilegio que el propio Lincoln concedió a Brady y su equipo, los fotógrafos no fueron comisionados como lo había sido Fenton. Su prestigio se desarrolló de un modo más norteamericano, pues el patrocinio nominal del gobierno cedió el paso al vigor de las motivaciones empresariales y la autonomía.
La justificación primera de estas fotos de soldados muertos, inteligibles hasta la brutalidad y que manifiestamente violaban un tabú, fue el deber elemental de dejar constancia. ''La cámara es el ojo de la historia", es la supuesta declaración de Brady. Y la historia, evocada como verdad inapelable, se alió con el creciente prestigio de una idea según la cual determinados temas precisan de atención adicional, denominada realismo, y que pronto tuvo mayores defensores entre los novelistas que entre los fotógrafos. En nombre del realismo, estaba permitido -se exigía- mostrar hechos crudos y desagradables. Semejantes fotos también transmiten ''una moraleja útil" al mostrar ''el horror nítido y la realidad de la guerra, en contraste con su boato", escribió Gardner en el texto que acompaña la foto de O'Sullivan de los soldados confederados caídos, con sus rostros agónicos dirigidos al espectador, en el álbum de sus imágenes y de otros fotógrafos de Brady que publicó después de la guerra. (Gardner dejó su empleo con Brady en 1863). ''¡Aquí están los espantosos pormenores! Que sirvan para evitar que otra calamidad semejante se abata sobre nuestra nación". Pero la franqueza de las fotos más memorables del Gardner's Photographic Sketch Book of the War [Libro de bocetos fotográficos de la guerra de Gardner] (1866) no implica que él y sus colegas hubieran fotografiado necesariamente a los sujetos tal como los encontraron. Fotografiar era componer (poner sujetos vivos, posar) y el deseo de arreglar los elementos de la foto no desapareció porque el tema estuviera inmovilizado o inmóvil.
No debería sorprender entonces que muchas imágenes canónicas de las primeras fotografías bélicas hayan resultado trucadas o que sus objetos hayan sido amañados. Después de llegar al muy bombardeado valle en las proximidades de Sebastopol en un cuarto oscuro tirado por caballos, Fenton hizo dos exposiciones desde idéntica posición del trípode: en la primera versión de la célebre fotografía que tituló El valle de la sombra de la muerte (a pesar del título, la Brigada Ligera no emprendió su fracasada carga en este paraje), las balas de cañón se acumulan en el suelo a la izquierda del camino, pero antes de hacer la segunda foto -la que siempre se reproduce- vigiló que las balas de cañón se dispersaran sobre el camino mismo. Una de las fotos de un sitio desolado donde en efecto había habido muchos muertos, la imagen que hizo Beato del devastado palacio Sikandarbagh, supuso un arreglo mucho más minucioso de su asunto, y fue una de las primeras representaciones fotográficas de lo horrendo en la guerra. El ataque se había efectuado en noviembre de 1857, y al terminar las tropas británicas victoriosas y las unidades indias leales registraron el palacio salón por salón, pasando a bayoneta a los 800 defensores cipayos sobrevivientes, los cuales ya eran sus prisioneros, y arrojando sus cadáveres al patio; los buitres y los perros hicieron el resto. Para la fotografía que tomó en marzo o abril de 1858, Beato construyó las ruinas como un campo de insepultos, situando a algunos nativos junto a dos columnas al fondo y distribuyendo huesos humanos por el patio.
Al menos eran huesos viejos. Ahora ya se sabe que el equipo de Brady dispuso de nuevo y desplazó a algunos de los muertos frescos en Gettysburg: la fotografía titulada La guarida de un francotirador rebelde, Gettysburg muestra de hecho a un soldado confederado muerto, trasladado de donde había sido abatido en el campo a un sitio más fotogénico, un recoveco formado por varias rocas que rodean una barricada de piedras, y se incluye un fusil de utilería que Gardner apoyó en la barricada junto al cuerpo. (No parece haber sido el fusil especial que un francotirador habría usado, sino el de un soldado de infantería común; Gardner no lo sabía o no le importó). Lo extraño no es que muchas fotos de noticias, iconos del pasado, entre ellas algunas de las más recordadas de la Segunda Guerra Mundial, al parecer hayan sito trucadas; sino que nos sorprenda saber que fueron un truco y que ello siempre nos decepcione.
Descubrir que las fotografías que al parecer son registro de clímax íntimos, sobre todo del amor y de la muerte, están construidas nos consterna especialmente. Lo significativo de Muerte de un soldado republicano es que es un momento real, captado de modo fortuito; pierde todo valor si el soldado que se desploma resulta que estaba actuando ante la cámara de Capa. Robert Doisneau nunca declaró explícitamente que la fotografía para Life de una joven pareja que se besa en una acera cerca del Hôtel de Ville parisino en 1950 tuviera la categoría de instantánea. Sin embargo, la revelación, más de 40 años después, de que la foto había sido una escenificación con una mujer y un hombre contratados por ese día a fin de que se besuquearan ante Doisneau provocó muchos espasmos de disgusto entre quienes la tenían por una visión preciosa del amor romántico y del París romántico. Queremos que el fotógrafo sea un espía en la casa del amor y de la muerte y que los retratados no sean conscientes de la cámara, se encuentren con ''la guardia baja". Ninguna definición compleja de lo que es o podrá ser la fotografía atenuará jamás el placer deparado por una foto de un hecho inesperado que capta a mitad de la acción un fotógrafo alerta.
Si damos por auténticas sólo las fotografías resultantes de que el fotógrafo se encuentre en las proximidades, con el obturador abierto, justo en el momento preciso, se podrán considerar pocas imágenes de la victoria. Tómese la acción de hincar una bandera en una colina mientras la batalla toca a su fin. La célebre fotografía del levantamiento de la bandera estadounidense en Iwo Jima el 23 de febrero de 1945 resulta ser una ''reconstrucción" de un fotógrafo de la Associated Press, Joe Rosenthal, de la ceremonia matutina del levantamiento de la bandera que siguió a la captura del Monte Suribachi, reconstruida aquel mismo día pero más tarde y con una bandera más grande. La historia de otra imagen de la victoria, también icónica, que el fotógrafo de guerra soviético Yevgeny Khaldei tomó de soldados rusos enarbolando la bandera roja sobre el Reichstag, mientras Berlín aún arde el 2 de mayo de 1945, es que la proeza se organizó ante la cámara. El caso de una fotografía optimista, muy difundida, hecha en Londres en 1940 durante el blitz es más complejo, pues el fotógrafo, y por ello las circunstancias de su realización, son desconocidas. La foto muestra, a través de una pared faltante de la biblioteca sin techo y absolutamente arruinada de la mansión Holland, a tres caballeros de pie sobre los escombros, más o menos apartados unos de otros frente a dos paredes de estanterías milagrosamente intactas. Uno mira los libros; otro engancha el dedo en el lomo de uno que está a punto de retirar del anaquel; otro más, libro en mano, lee: la elegante composición del cuadro tiene que haber sido dirigida. Es grato imaginar que la foto no es la invención a partir de cero de un fotógrafo merodeando por Kensington después de un ataque aéreo, el cual había llevado a tres individuos para interpretar a tres curiosos impertérritos cuando descubrió la biblioteca de la gran mansión jacobea cercenada y a la vista, sino más bien que los tres caballeros habían sido vistos satisfaciendo sus apetitos librescos en la mansión destruida y el fotógrafo había hecho poco más que espaciarlos de modo distinto a fin de conseguir una foto más mordaz. En todo caso, la fotografía conserva el encanto y la autenticidad de la época que celebra un ideal ya desaparecido de entereza nacional y sangre fría. Con el tiempo, muchas fotografías trucadas se convierten en pruebas históricas, aunque de una especie impura, como casi todas las pruebas históricas.
Sólo a partir de la guerra de Vietnam hay una certidumbre casi absoluta de que ninguna de las fotografías más conocidas son un truco. Y ello es consustancial a la autoridad moral de esas imágenes. La fotografía de 1972 que rubrica el horror de la guerra de Vietnam, hecha por Huynh Cong Ut, de unos niños que corren aullando de dolor camino abajo de una aldea recién bañada con napalm estadounidense, pertenece al ámbito de las fotografías en las que no es posible posar. Lo mismo es cierto de las más conocidas sobre la mayoría de las guerras desde entonces. Que a partir de la de Vietnam haya habido tan pocas fotografías bélicas trucadas implica que los fotógrafos se han atenido a normas más estrictas de probidad periodística. Ello se explica en parte quizá porque la televisión se convirtió en el medio que definía la difusión de las imágenes bélicas en Vietnam y porque el intrépido fotógrafo solitario con su Leica o Nikon en mano, operando sin estar a la vista buena parte del tiempo, debía entonces tolerar la proximidad y competir con los equipos televisivos: dar testimonio de la guerra ya casi nunca es un empeño solitario. En sus aspectos técnicos las posibilidades de arreglar o manipular electrónicamente las imágenes son mayores que nunca, casi ilimitadas. Pero la práctica de inventar dramáticas fotos noticiosas, de montarlas ante la cámara, parece estar en vías de volverse un arte perdido.
Por Susan Sontag
La escritora y activista estadounidense Susan Sontag, quien el año pasado recibió los premios Príncipe de Asturias de las Letras, y el de la Paz, concedido este último por los libreros alemanes, da a conocer su nueva novela en español, Ante el dolor de los demás, publicada por Alfaguara, en la que con su característica sagacidad literaria y lucidez de pensamiento explora las atrocidades de la guerra. Con autorización de la editorial ofrecemos a nuestros lectores un adelanto del libro de Sontag
La primera tentativa de gran alcance de documentar un conflicto la emprendió unos años más tarde, durante la guerra de Secesión de Estados Unidos, una casa fotográfica que dirigía Mathew Brady, el cual había hecho varios retratos oficiales del presidente Lincoln. Las fotografías bélicas de Brady -que en su mayoría hicieron Alexander Gardner y Timothy O'Sullivan, si bien su empleador se llevaba siempre el crédito- mostraban temas convencionales, como campamentos en los que residen soldados de infantería y oficiales, poblaciones en la ruta del conflicto, artillería, buques, así como las muy célebres de soldados unionistas y confederados muertos que yacen sobre el terreno bombardeado de Gettysburg y Antietam. Si bien el acceso al campo de batalla fue un privilegio que el propio Lincoln concedió a Brady y su equipo, los fotógrafos no fueron comisionados como lo había sido Fenton. Su prestigio se desarrolló de un modo más norteamericano, pues el patrocinio nominal del gobierno cedió el paso al vigor de las motivaciones empresariales y la autonomía.
La justificación primera de estas fotos de soldados muertos, inteligibles hasta la brutalidad y que manifiestamente violaban un tabú, fue el deber elemental de dejar constancia. ''La cámara es el ojo de la historia", es la supuesta declaración de Brady. Y la historia, evocada como verdad inapelable, se alió con el creciente prestigio de una idea según la cual determinados temas precisan de atención adicional, denominada realismo, y que pronto tuvo mayores defensores entre los novelistas que entre los fotógrafos. En nombre del realismo, estaba permitido -se exigía- mostrar hechos crudos y desagradables. Semejantes fotos también transmiten ''una moraleja útil" al mostrar ''el horror nítido y la realidad de la guerra, en contraste con su boato", escribió Gardner en el texto que acompaña la foto de O'Sullivan de los soldados confederados caídos, con sus rostros agónicos dirigidos al espectador, en el álbum de sus imágenes y de otros fotógrafos de Brady que publicó después de la guerra. (Gardner dejó su empleo con Brady en 1863). ''¡Aquí están los espantosos pormenores! Que sirvan para evitar que otra calamidad semejante se abata sobre nuestra nación". Pero la franqueza de las fotos más memorables del Gardner's Photographic Sketch Book of the War [Libro de bocetos fotográficos de la guerra de Gardner] (1866) no implica que él y sus colegas hubieran fotografiado necesariamente a los sujetos tal como los encontraron. Fotografiar era componer (poner sujetos vivos, posar) y el deseo de arreglar los elementos de la foto no desapareció porque el tema estuviera inmovilizado o inmóvil.
No debería sorprender entonces que muchas imágenes canónicas de las primeras fotografías bélicas hayan resultado trucadas o que sus objetos hayan sido amañados. Después de llegar al muy bombardeado valle en las proximidades de Sebastopol en un cuarto oscuro tirado por caballos, Fenton hizo dos exposiciones desde idéntica posición del trípode: en la primera versión de la célebre fotografía que tituló El valle de la sombra de la muerte (a pesar del título, la Brigada Ligera no emprendió su fracasada carga en este paraje), las balas de cañón se acumulan en el suelo a la izquierda del camino, pero antes de hacer la segunda foto -la que siempre se reproduce- vigiló que las balas de cañón se dispersaran sobre el camino mismo. Una de las fotos de un sitio desolado donde en efecto había habido muchos muertos, la imagen que hizo Beato del devastado palacio Sikandarbagh, supuso un arreglo mucho más minucioso de su asunto, y fue una de las primeras representaciones fotográficas de lo horrendo en la guerra. El ataque se había efectuado en noviembre de 1857, y al terminar las tropas británicas victoriosas y las unidades indias leales registraron el palacio salón por salón, pasando a bayoneta a los 800 defensores cipayos sobrevivientes, los cuales ya eran sus prisioneros, y arrojando sus cadáveres al patio; los buitres y los perros hicieron el resto. Para la fotografía que tomó en marzo o abril de 1858, Beato construyó las ruinas como un campo de insepultos, situando a algunos nativos junto a dos columnas al fondo y distribuyendo huesos humanos por el patio.
Al menos eran huesos viejos. Ahora ya se sabe que el equipo de Brady dispuso de nuevo y desplazó a algunos de los muertos frescos en Gettysburg: la fotografía titulada La guarida de un francotirador rebelde, Gettysburg muestra de hecho a un soldado confederado muerto, trasladado de donde había sido abatido en el campo a un sitio más fotogénico, un recoveco formado por varias rocas que rodean una barricada de piedras, y se incluye un fusil de utilería que Gardner apoyó en la barricada junto al cuerpo. (No parece haber sido el fusil especial que un francotirador habría usado, sino el de un soldado de infantería común; Gardner no lo sabía o no le importó). Lo extraño no es que muchas fotos de noticias, iconos del pasado, entre ellas algunas de las más recordadas de la Segunda Guerra Mundial, al parecer hayan sito trucadas; sino que nos sorprenda saber que fueron un truco y que ello siempre nos decepcione.
Descubrir que las fotografías que al parecer son registro de clímax íntimos, sobre todo del amor y de la muerte, están construidas nos consterna especialmente. Lo significativo de Muerte de un soldado republicano es que es un momento real, captado de modo fortuito; pierde todo valor si el soldado que se desploma resulta que estaba actuando ante la cámara de Capa. Robert Doisneau nunca declaró explícitamente que la fotografía para Life de una joven pareja que se besa en una acera cerca del Hôtel de Ville parisino en 1950 tuviera la categoría de instantánea. Sin embargo, la revelación, más de 40 años después, de que la foto había sido una escenificación con una mujer y un hombre contratados por ese día a fin de que se besuquearan ante Doisneau provocó muchos espasmos de disgusto entre quienes la tenían por una visión preciosa del amor romántico y del París romántico. Queremos que el fotógrafo sea un espía en la casa del amor y de la muerte y que los retratados no sean conscientes de la cámara, se encuentren con ''la guardia baja". Ninguna definición compleja de lo que es o podrá ser la fotografía atenuará jamás el placer deparado por una foto de un hecho inesperado que capta a mitad de la acción un fotógrafo alerta.
Si damos por auténticas sólo las fotografías resultantes de que el fotógrafo se encuentre en las proximidades, con el obturador abierto, justo en el momento preciso, se podrán considerar pocas imágenes de la victoria. Tómese la acción de hincar una bandera en una colina mientras la batalla toca a su fin. La célebre fotografía del levantamiento de la bandera estadounidense en Iwo Jima el 23 de febrero de 1945 resulta ser una ''reconstrucción" de un fotógrafo de la Associated Press, Joe Rosenthal, de la ceremonia matutina del levantamiento de la bandera que siguió a la captura del Monte Suribachi, reconstruida aquel mismo día pero más tarde y con una bandera más grande. La historia de otra imagen de la victoria, también icónica, que el fotógrafo de guerra soviético Yevgeny Khaldei tomó de soldados rusos enarbolando la bandera roja sobre el Reichstag, mientras Berlín aún arde el 2 de mayo de 1945, es que la proeza se organizó ante la cámara. El caso de una fotografía optimista, muy difundida, hecha en Londres en 1940 durante el blitz es más complejo, pues el fotógrafo, y por ello las circunstancias de su realización, son desconocidas. La foto muestra, a través de una pared faltante de la biblioteca sin techo y absolutamente arruinada de la mansión Holland, a tres caballeros de pie sobre los escombros, más o menos apartados unos de otros frente a dos paredes de estanterías milagrosamente intactas. Uno mira los libros; otro engancha el dedo en el lomo de uno que está a punto de retirar del anaquel; otro más, libro en mano, lee: la elegante composición del cuadro tiene que haber sido dirigida. Es grato imaginar que la foto no es la invención a partir de cero de un fotógrafo merodeando por Kensington después de un ataque aéreo, el cual había llevado a tres individuos para interpretar a tres curiosos impertérritos cuando descubrió la biblioteca de la gran mansión jacobea cercenada y a la vista, sino más bien que los tres caballeros habían sido vistos satisfaciendo sus apetitos librescos en la mansión destruida y el fotógrafo había hecho poco más que espaciarlos de modo distinto a fin de conseguir una foto más mordaz. En todo caso, la fotografía conserva el encanto y la autenticidad de la época que celebra un ideal ya desaparecido de entereza nacional y sangre fría. Con el tiempo, muchas fotografías trucadas se convierten en pruebas históricas, aunque de una especie impura, como casi todas las pruebas históricas.
Sólo a partir de la guerra de Vietnam hay una certidumbre casi absoluta de que ninguna de las fotografías más conocidas son un truco. Y ello es consustancial a la autoridad moral de esas imágenes. La fotografía de 1972 que rubrica el horror de la guerra de Vietnam, hecha por Huynh Cong Ut, de unos niños que corren aullando de dolor camino abajo de una aldea recién bañada con napalm estadounidense, pertenece al ámbito de las fotografías en las que no es posible posar. Lo mismo es cierto de las más conocidas sobre la mayoría de las guerras desde entonces. Que a partir de la de Vietnam haya habido tan pocas fotografías bélicas trucadas implica que los fotógrafos se han atenido a normas más estrictas de probidad periodística. Ello se explica en parte quizá porque la televisión se convirtió en el medio que definía la difusión de las imágenes bélicas en Vietnam y porque el intrépido fotógrafo solitario con su Leica o Nikon en mano, operando sin estar a la vista buena parte del tiempo, debía entonces tolerar la proximidad y competir con los equipos televisivos: dar testimonio de la guerra ya casi nunca es un empeño solitario. En sus aspectos técnicos las posibilidades de arreglar o manipular electrónicamente las imágenes son mayores que nunca, casi ilimitadas. Pero la práctica de inventar dramáticas fotos noticiosas, de montarlas ante la cámara, parece estar en vías de volverse un arte perdido.
Los valores de la literatura
Fundación Príncipe de Asturias, discurso de la intelectual norteamericana al recibir el premio Príncipe de Asturias
Por Susan Sontag
"Sans un idéal inaccesible, point de vocation authentique" - Marcel Bénabou
"La índole más alta de moralidad es no sentirnos como en casa en el propio hogar" - T.W. Adorno
La concesión de un premio crea una situación inusitada. Quienes lo otorgan están obligados a creer que su decisión ha sido la óptima. Quienes lo aceptan están obligados a creer que se lo merecen. Ambos supuestos, en una circunstancia determinada, podrían ponerse en entredicho.
Estos discutibles supuestos son aún más dudosos si el premio no se otorga a una actividad cuyo mérito puede medirse con más o menos objetividad, como el deporte o la ciencia, sino al dominio de la cultura, las artes y el pensamiento.
En éste, el mérito parece resistir la medición objetiva. En efecto, parece que, en las artes, el único juicio seguro es el de la posteridad; con ello quiero decir el juicio emitido dos o tres generaciones después de que la obra está concluida y su autor ha desaparecido.
Mueve a la humildad saber que, de todos los libros encomiados, de los libros tenidos por parte genuina de la literatura, y publicados, digamos, en cualquier decenio en particular -nunca más de cinco a diez por ciento de las novelas, la poesía y el ensayo serios publicados en el periodo-, sin duda no más de uno por ciento en efecto perdurarán, es decir, su interés será permanente, parecerán valiosos, aún los disfrutarán las generaciones venideras y merecerá la pena leerlos y releerlos.
Nadie puede predecir el juicio de la posteridad -que en última instancia es el único que cuenta- acerca de una obra literaria o artística en particular. Por lo que en este sentido toda distinción en el ámbito de la cultura sólo puede expresar un reconocimiento condicional que espera su confirmación o refutación posterior. No obstante, esos galardones nos parecen menos problemáticos si pensamos que manifiestan algo más que reconocimiento o fe en los logros de cualquier escritor o artista. Manifiestan una fe en la propia actividad.
Por lo tanto, la mejor reflexión que puede hacerse sobre un premio literario significativo es que afirma la importancia, la gloria (si se me permite una palabra tan grandilocuente), de la literatura misma. Éstas son al menos mis reflexiones en ocasión tan destacada, en la que he sido distinguida como una de las dos merecedoras del Premio Príncipe de Asturias de Letras.
Cuando pienso en la literatura, en la infinitamente diversa aventura de afanarse con el lenguaje para contar historias y transmitir el conocimiento profundo en el que me he anclado, comprometido, durante toda mi vida como persona moral y consciente, pienso en un amplia escala de valores que en realidad son metas o modelos con los cuales juzgo mis actividades personales y literarias.
En un sentido, el empírico o fáctico, la literatura es meramente la suma de todo lo escrito y tenido por literatura. En otro sentido, el ideal, la literatura es la suma de todo lo que mejora, enaltece y hace más necesaria la actividad literaria.
En esta segunda y más valiosa acepción, la literatura honra -y representa- metas ideales en sentido estricto. Es decir, nunca alcanzadas del todo. Sin embargo, son aún más irresistibles y ejercen mayor autoridad como ideales precisamente porque resulta muy difícil mantenerlos.
Alguien podría rechazar, como una suerte de enternecedor disparate, lo que me propongo encomiar aquí. Pero yo no lo veo así en absoluto. Estas normas morales, estos ideales, no son una ilusión.
Imaginemos la literatura como una utopía... un lugar en el que imperan los modelos más encumbrados, casi inaccesibles. Se pueden deducir unas cuantas normas de una interpretación determinada de la literatura, de la que importa, que sigue importando durante decenios, generaciones y, en pocos casos, durante siglos.
Ésta es mi utopía. Es decir, aquí están los modelos que infiero o me parece que sustenta la empresa de la literatura.
Uno. Las actividades literarias (la escritura, la lectura, la enseñanza) son una vocación ideal, una prerrogativa, más que una simple carrera, una profesión, que se sujeta a las nociones comunes de "éxito" y al estímulo financiero. La literatura es, en primer lugar, una de las maneras fundamentales de nutrir la conciencia. Desempeña una función esencial en la creación de la vida interior, y en la ampliación y ahondamiento de nuestras simpatías y nuestras sensibilidades hacia otros seres humanos y el lenguaje.
Dos. La literatura es una arena de logros individuales, de méritos individuales. Esto implica que no se confieren premios y honores al escritor porque representa, digamos, a las comunidades débiles o marginadas. Esto implica que no se hace uso de la literatura o de los premios literarios para respaldar fines ajenos a ella: por ejemplo, el feminismo. (Hablo como feminista.) Esto implica que no se reparten recompensas a los escritores como medio de pagar consecutivo tributo a la diversidad de las identidades nacionales. (Así es que si los mejores tres escritores del mundo son, por ejemplo, húngaros, entonces lo ideal es que los jurados de los premios no se inquieten porque los húngaros reciben demasiados galardones.)
Tres. La literatura es primordialmente una empresa cosmopolita. Los grandes escritores son parte de la literatura mundial. Deberíamos leer a través de las fronteras nacionales y tribales: la gran literatura debería transportarnos. Los escritores son ciudadanos de una comunidad mundial, en la que todos aprendemos y nos leemos los unos a los otros. Si consideramos que cada logro literario significativo es, en última instancia, parte de la literatura del mundo, nos hacemos más receptivos a lo foráneo, a lo que no es "nosotros". El poder característico de la literatura es que nos deja una impresión de extrañeza. De asombro. De desorientación. De que nos encontramos en otro lugar.
Cuatro. Las diversas pautas de excelencia literaria, en el seno de las literaturas en todos los idiomas y en la gama entera de la literatura mundial, son una lección cardinal sobre la realidad y la conveniencia de un mundo que aún es irreductiblemente plural, diverso y variado. El mundo pluralista actual depende del predominio de los valores seculares.
Es posible, desde luego, exponer lo que denominamos modelos de un modo más enérgico (y acaso más controvertido), como antipatías, como negativas. Así es que, para enunciar de otra manera lo que acabo de decir:
Uno. Desprecio a los valores mercenarios.
Dos. Aversión a hacer uso principalmente instrumental de los escritores; por ejemplo, celebrar a los autores sobre todo en calidad de representantes de comunidades que se imaginan marginadas, con el fin de manifestarles su apoyo.
Tres. Cautela ante el filisteísmo cultural que se encubre con la aplicación de los valores democráticos en materia literaria. Desconfianza permanente de las afirmaciones nacionalistas y las lealtades tribales.
Cuatro. Eterno antagonismo contra las fuerzas represivas y la censura.
Estos son en efecto valores utópicos. No se han cumplido. Pero la literatura, la literatura en su conjunto, aún los encarna. Aún estimulan a los escritores. Aún nutren a los lectores, a los verdaderos lectores. Y es también lo que celebra todo premio literario importante.
Por estos valores me honra que la Fundación Príncipe de Asturias me haya elegido como una de las galardonadas con este destacado premio.
Susan Sontag. © Copyright 2003 Fundación Príncipe de Asturias
Fundación Príncipe de Asturias, discurso de la intelectual norteamericana al recibir el premio Príncipe de Asturias
Por Susan Sontag
"Sans un idéal inaccesible, point de vocation authentique" - Marcel Bénabou
"La índole más alta de moralidad es no sentirnos como en casa en el propio hogar" - T.W. Adorno
La concesión de un premio crea una situación inusitada. Quienes lo otorgan están obligados a creer que su decisión ha sido la óptima. Quienes lo aceptan están obligados a creer que se lo merecen. Ambos supuestos, en una circunstancia determinada, podrían ponerse en entredicho.
Estos discutibles supuestos son aún más dudosos si el premio no se otorga a una actividad cuyo mérito puede medirse con más o menos objetividad, como el deporte o la ciencia, sino al dominio de la cultura, las artes y el pensamiento.
En éste, el mérito parece resistir la medición objetiva. En efecto, parece que, en las artes, el único juicio seguro es el de la posteridad; con ello quiero decir el juicio emitido dos o tres generaciones después de que la obra está concluida y su autor ha desaparecido.
Mueve a la humildad saber que, de todos los libros encomiados, de los libros tenidos por parte genuina de la literatura, y publicados, digamos, en cualquier decenio en particular -nunca más de cinco a diez por ciento de las novelas, la poesía y el ensayo serios publicados en el periodo-, sin duda no más de uno por ciento en efecto perdurarán, es decir, su interés será permanente, parecerán valiosos, aún los disfrutarán las generaciones venideras y merecerá la pena leerlos y releerlos.
Nadie puede predecir el juicio de la posteridad -que en última instancia es el único que cuenta- acerca de una obra literaria o artística en particular. Por lo que en este sentido toda distinción en el ámbito de la cultura sólo puede expresar un reconocimiento condicional que espera su confirmación o refutación posterior. No obstante, esos galardones nos parecen menos problemáticos si pensamos que manifiestan algo más que reconocimiento o fe en los logros de cualquier escritor o artista. Manifiestan una fe en la propia actividad.
Por lo tanto, la mejor reflexión que puede hacerse sobre un premio literario significativo es que afirma la importancia, la gloria (si se me permite una palabra tan grandilocuente), de la literatura misma. Éstas son al menos mis reflexiones en ocasión tan destacada, en la que he sido distinguida como una de las dos merecedoras del Premio Príncipe de Asturias de Letras.
Cuando pienso en la literatura, en la infinitamente diversa aventura de afanarse con el lenguaje para contar historias y transmitir el conocimiento profundo en el que me he anclado, comprometido, durante toda mi vida como persona moral y consciente, pienso en un amplia escala de valores que en realidad son metas o modelos con los cuales juzgo mis actividades personales y literarias.
En un sentido, el empírico o fáctico, la literatura es meramente la suma de todo lo escrito y tenido por literatura. En otro sentido, el ideal, la literatura es la suma de todo lo que mejora, enaltece y hace más necesaria la actividad literaria.
En esta segunda y más valiosa acepción, la literatura honra -y representa- metas ideales en sentido estricto. Es decir, nunca alcanzadas del todo. Sin embargo, son aún más irresistibles y ejercen mayor autoridad como ideales precisamente porque resulta muy difícil mantenerlos.
Alguien podría rechazar, como una suerte de enternecedor disparate, lo que me propongo encomiar aquí. Pero yo no lo veo así en absoluto. Estas normas morales, estos ideales, no son una ilusión.
Imaginemos la literatura como una utopía... un lugar en el que imperan los modelos más encumbrados, casi inaccesibles. Se pueden deducir unas cuantas normas de una interpretación determinada de la literatura, de la que importa, que sigue importando durante decenios, generaciones y, en pocos casos, durante siglos.
Ésta es mi utopía. Es decir, aquí están los modelos que infiero o me parece que sustenta la empresa de la literatura.
Uno. Las actividades literarias (la escritura, la lectura, la enseñanza) son una vocación ideal, una prerrogativa, más que una simple carrera, una profesión, que se sujeta a las nociones comunes de "éxito" y al estímulo financiero. La literatura es, en primer lugar, una de las maneras fundamentales de nutrir la conciencia. Desempeña una función esencial en la creación de la vida interior, y en la ampliación y ahondamiento de nuestras simpatías y nuestras sensibilidades hacia otros seres humanos y el lenguaje.
Dos. La literatura es una arena de logros individuales, de méritos individuales. Esto implica que no se confieren premios y honores al escritor porque representa, digamos, a las comunidades débiles o marginadas. Esto implica que no se hace uso de la literatura o de los premios literarios para respaldar fines ajenos a ella: por ejemplo, el feminismo. (Hablo como feminista.) Esto implica que no se reparten recompensas a los escritores como medio de pagar consecutivo tributo a la diversidad de las identidades nacionales. (Así es que si los mejores tres escritores del mundo son, por ejemplo, húngaros, entonces lo ideal es que los jurados de los premios no se inquieten porque los húngaros reciben demasiados galardones.)
Tres. La literatura es primordialmente una empresa cosmopolita. Los grandes escritores son parte de la literatura mundial. Deberíamos leer a través de las fronteras nacionales y tribales: la gran literatura debería transportarnos. Los escritores son ciudadanos de una comunidad mundial, en la que todos aprendemos y nos leemos los unos a los otros. Si consideramos que cada logro literario significativo es, en última instancia, parte de la literatura del mundo, nos hacemos más receptivos a lo foráneo, a lo que no es "nosotros". El poder característico de la literatura es que nos deja una impresión de extrañeza. De asombro. De desorientación. De que nos encontramos en otro lugar.
Cuatro. Las diversas pautas de excelencia literaria, en el seno de las literaturas en todos los idiomas y en la gama entera de la literatura mundial, son una lección cardinal sobre la realidad y la conveniencia de un mundo que aún es irreductiblemente plural, diverso y variado. El mundo pluralista actual depende del predominio de los valores seculares.
Es posible, desde luego, exponer lo que denominamos modelos de un modo más enérgico (y acaso más controvertido), como antipatías, como negativas. Así es que, para enunciar de otra manera lo que acabo de decir:
Uno. Desprecio a los valores mercenarios.
Dos. Aversión a hacer uso principalmente instrumental de los escritores; por ejemplo, celebrar a los autores sobre todo en calidad de representantes de comunidades que se imaginan marginadas, con el fin de manifestarles su apoyo.
Tres. Cautela ante el filisteísmo cultural que se encubre con la aplicación de los valores democráticos en materia literaria. Desconfianza permanente de las afirmaciones nacionalistas y las lealtades tribales.
Cuatro. Eterno antagonismo contra las fuerzas represivas y la censura.
Estos son en efecto valores utópicos. No se han cumplido. Pero la literatura, la literatura en su conjunto, aún los encarna. Aún estimulan a los escritores. Aún nutren a los lectores, a los verdaderos lectores. Y es también lo que celebra todo premio literario importante.
Por estos valores me honra que la Fundación Príncipe de Asturias me haya elegido como una de las galardonadas con este destacado premio.
Susan Sontag. © Copyright 2003 Fundación Príncipe de Asturias
La literatura es la libertad
Por Susan Sontag
[Discurso que pronunció Susan Sontag al recibir el Premio de la Paz de los Libreros Alemanes (Friedenspreis des Deutschen Buchhandels) en Francfort].
Presidente Johannes Rau, Ministro del Interior Otto Schily, Ministra de Cultura Christina Weiss, Honorable Alcaldesa de Francfort Petra Roth, Vice-Presidenta de la Cámara de Diputados (Bundestag) Antje Vollmer, excelencias, distinguidos invitados, colegas homenajeados, amigos... entre ellos, querido Ivan Nagel:
Es para mí una lección de humildad y una inspiradora experiencia poder hablar en el Paulskirche ante este público, recibir el premio que en los últimos 53 años los Libreros Alemanes han otorgado a tantos escritores, pensadores, y figuras públicas ejemplares a quienes admiro, y poder hablar en esta ocasión y en este lugar cargado de historia. Lo que hace que lamente aún más la ausencia deliberada del embajador norteamericano, el Sr. Daniel Coats, cuyo inmediato rechazo a la invitación que le extendió en junio la Asociación de Libreros para asistir a este evento, cuando se anunció el Premio de la Paz (Friedenspreis) de este año, muestra que el embajador está más interesado en apoyar la posición ideológica y el rencor reaccionario de la Administración de Bush, antes que en cumplir con su deber habitual como diplomático, que sería representar los intereses y la reputación de su país, que es también el mío.
Supongo que el embajador Coats ha elegido no estar aquí hoy debido a las críticas que he vertido en diarios, entrevistas televisadas y columnas en revistas sobre la nueva tendencia radical de la política exterior norteamericana, como demuestran la invasión y la ocupación de Irak. Creo que el embajador debería estar aquí, ya que es una ciudadana del país que él representa ante Alemania la que recibe este importante premio.
Un embajador de Estados Unidos debe representar a su país en su totalidad. Desde luego, yo no represento a EE.UU., ni siquiera a la importante minoría que no apoya el programa imperial del Sr. Bush y sus consejeros. Me gusta pensar que no represento sino a la literatura, es decir, a una cierta idea de la literatura, y a la conciencia, una cierta idea de la conciencia o el deber. Teniendo en cuenta, sin embargo, que la concesión de este premio, que proviene de un país europeo de envergadura, hace referencia a mi papel de 'embajadora intelectual' entre los dos continentes (huelga decir que el término 'embajadora' se refiere aquí a su sentido más débil, simplemente metafórico), no puedo dejar de compartir con ustedes algunos pensamientos respecto de la renombrada brecha entre Europa y EE.UU., que mis intereses y entusiasmos supuestamente tratan de superar.
En primer lugar, se trata de una brecha (es un vacío que tal vez esté llenándose, ¿o se trata también de un conflicto?). Declaraciones airadas y despreciativas respecto a Europa (a ciertos países europeos), son ahora moneda corriente en el discurso político norteamericano; y aquí, al menos en los países ricos del lado occidental del continente, los sentimientos anti-norteamericanos son más comunes, se escuchan con más frecuencia, y son más excesivos que nunca. ¿De qué conflicto se trata? ¿Tiene este conflicto raíces profundas? Creo que sí.
Ha habido siempre un antagonismo latente entre Europa y Estados Unidos; antagonismo que es al menos tan complejo y ambivalente como el que existe entre padres y madres e hijas/os. Estados Unidos es un neo-país europeo, que hasta hace pocas décadas se nutrió poblacionalmente con una fuerte migración europea. Sin embargo, son las diferencias entre Europa y Estados Unidos las que más han llamado la atención de viajeros europeos calificados: Alexis de Tocqueville, que visitó esta joven nación en 1831 y luego regresó a Francia para escribir Democracia en los EE.UU. (que es aún, unos ciento setenta años más tarde, el mejor libro sobre mi país), y D.H. Lawrence, quien hace ochenta años publicó el libro más interesante que se haya escrito sobre la cultura norteamericana, su influyente y exasperante Estudios sobre la Literatura Clásica norteamericana, entendieron que EE.UU., el hijo de Europa, estaba convirtiéndose, o ya se había convertido, en la antítesis de Europa.
Roma y Atenas. Marte y Venus. No han sido los autores de artículos populares recientes, a través de los cuales promueven la idea del inevitable conflicto de intereses y valores entre Europa y EE.UU., quienes inventaron estas antítesis. Varios extranjeros habían ya meditado sobre el tema, y habían establecido el marco creativo, la melodía recurrente que suena a lo largo de la literatura norteamericana del siglo XIX, que va desde James Fenimore Cooper y Ralph Waldo Emerson hasta Walt Whitman, Henry James, William Dean Howells, hasta Mark Twain. Inocencia norteamericana y sofisticación europea; pragmatismo norteamericano e intelectualismo europeo, energía norteamericana y cansancio europeo ante lo mundano; ingenuidad norteamericana y cinismo europeo; bondad norteamericana y malicia europea; moralismo norteamericano y el arte de la concesión europeo: ya conocen estas cantinelas.
Se puede cambiar la coreografía; en realidad, se han bailado todo tipo de compases durante dos tumultuosos siglos. Los filoeuropeos han utilizado la vieja antítesis para identificar a EE.UU. con el barbarismo comercial que lo impulsa y a Europa con la alta cultura, mientras que los eurófobos se han guiado por un punto de vista preconcebido según el cual EE.UU. representa el idealismo, la apertura y la democracia, y Europa un refinamiento debilitante y snob. Tocqueville y Lawrence observaron algo más cruel aún: no sólo una declaración de independencia norteamericana respecto de Europa y de los valores europeos, sino también un socavamiento sostenido y el asesinato de los valores y el poder europeos. "Nunca se puede obtener algo nuevo sin romper algo viejo," escribió Lawrence. "Europa resultó ser lo viejo; EE.UU. debe ser lo nuevo. Lo nuevo representa la muerte de lo viejo." EE.UU., conjeturó Lawrence, se había puesto como objetivo destruir a Europa, y utilizaba la democracia como instrumento, en especial la democracia cultural y la democracia de las costumbres. Y cuando esta tarea se cumpliera, continuaba Lawrence, EE.UU. bien podría transformar su democracia en algo completamente diferente. (Tal vez sea ahora cuando esté surgiendo esa alternativa que reemplazaría a la democracia en EE.UU.)
Les ruego paciencia, si hasta ahora todas mis referencias han sido exclusivamente literarias. Después de todo, una función de la literatura -de la literatura importante, necesaria- es la de ser profética. Lo que tenemos aquí es, en forma magnificada, la perenne lucha literaria, o cultural, entre los antiguos y los modernos.
El pasado es (o fue) Europa, y EE.UU. se fundó sobre la idea de romper con el pasado. En EE.UU. se considera que el pasado estorba e idiotiza y -con su modo de entender qué es prioritario y qué no lo es, y sus estándares sobre lo que es superior y lo que es mejor- esencialmente no democrático, o 'elitista', sinónimo que impera actualmente. Aquellos que hablan a favor de unos EE.UU. triunfantes continúan sugiriendo que la democracia norteamericana implica repudiar a Europa, y, sí, adoptar un cierto barbarismo liberador y saludable. Aunque la mayoría de los norteamericanos considere hoy a Europa más socialista que elitista, según el modelo norteamericano, Europa es aún un continente retrógrado que continúa con obstinación rigiéndose por criterios antiguos: el estado de bienestar. 'Renuévalo' no es sólo una consigna cultural; describe también una maquinaria económica que no deja de avanzar y abarcar al mundo entero.
Sin embargo, si es necesario, aún lo 'viejo' puede ser rebautizado como 'nuevo'.
No es simple coincidencia que el resuelto secretario de Defensa norteamericano tratara de dividir a Europa [distinguiendo de manera inolvidable entre la 'vieja' Europa (mala) y una 'nueva' Europa (buena)]. ¿Cómo se llegó a que España, Italia, Polonia, Ucrania, Holanda, Hungría, la República Checa y Bulgaria, se encuentren entre los miembros de la 'nueva' Europa? Respuesta: apoyar a los EE.UU. en su actual expansión de poder político y militar implica, por definición, pasar a la categoría de lo 'nuevo'. Quien quiera que esté con nosotros es 'nuevo'.
La razón que se aduce en todas las guerras modernas, aun cuando sus objetivos sean los tradicionales (como lograr una expansión territorial o apoderarse de recursos naturales escasos), es la de una pretendida lucha entre civilizaciones -guerras culturales- donde cada lado alega estar en posesión de la razón, y a su vez califica al otro de bárbaro. El enemigo es invariablemente una amenaza a 'nuestro modo de vida', infiel, profanador y contaminador, un corruptor de valores superiores o mejores. La actual guerra en contra de la amenaza real de los militantes islámicos fundamentalistas representa un claro ejemplo. Vale la pena mencionar que una versión más blanda, en los mismos términos despreciativos, subyace al antagonismo entre Europa y EE.UU. Debe también recordarse que históricamente la retórica antinorteamericana más virulenta jamás escuchada en Europa -que consiste esencialmente en acusar a los norteamericanos de bárbaros- provino no de la llamada izquierda sino de la extrema derecha. Tanto Hitler como Franco vituperaron repetidamente a los EE.UU. (y al pueblo judío a nivel mundial) al acusarlos de contaminar la civilización europea con sus viles valores mercantiles.
Desde luego, la mayoría de la opinión pública europea continúa admirando la energía norteamericana, la versión norteamericana de 'lo moderno'. Además, sin duda ha habido siempre norteamericanos simpatizantes con los ideales culturales europeos (una de ellos se encuentra frente a ustedes ahora), que encuentran en las viejas artes europeas una corrección y una liberación de los persistentes prejuicios mercantilistas de la cultura norteamericana. A su vez, siempre ha existido la contraparte europea de estos norteamericanos: los europeos fascinados, cautivados, profundamente atraídos por los EE.UU., precisamente por ser diferentes de Europa.
Lo que ven los norteamericanos es casi la inversa del cliché eurófilo: se ven a sí mismos como los defensores de la civilización. Las hordas bárbaras ya no se encuentran a las puertas de nuestras ciudades. Están dentro, en cada próspera ciudad, planeando la devastación. Los países 'productores de chocolate' (Francia, Alemania, Bélgica) tendrán que hacerse a un lado, mientras un país con 'voluntad' -y con Dios de su parte- lleva a cabo su lucha contra el terrorismo (ahora confundido con el barbarismo). Según el secretario de Estado Powell, es ridículo que la vieja Europa (algunas veces parece que sólo se refiere a Francia) aspire a tener algún papel en el gobierno o la administración de los territorios que han sido ganados por la coalición del conquistador. La vieja Europa no tiene sus recursos militares, su gusto por la violencia, ni tampoco el apoyo de su mimada y demasiado pacífica población. Y los norteamericanos tienen razón. Los europeos no están dispuestos a lanzar ni una cruzada evangélica ni una belicosa.
Por cierto, debo a veces pellizcarme para asegurarme de que no estoy soñando: lo que mucha gente en mi propio país objeta a Alemania, que infligió horrores al mundo durante casi un siglo -el nuevo 'problema alemán' por decirlo de alguna manera- es que los alemanes aborrecen la guerra; que la mayoría de la opinión pública alemana es ahora virtualmente... ¡pacifista!
¿Fueron alguna vez EE.UU. y Europa socios, amigos? Por supuesto. Pero quizás es cierto que los períodos de unidad -de sentimiento compartido- hayan sido excepciones más que la regla. Uno de tales periodos tuvo lugar desde la Segunda Guerra Mundial hasta la primera época de la Guerra Fría, momento en que los europeos estaban profundamente agradecidos por la intervención norteamericana, su auxilio y su apoyo. Los norteamericanos se sienten cómodos viéndose a sí mismos en el papel de salvadores de Europa. En consecuencia, los EE.UU. esperarán que los europeos sientan siempre agradecimiento, un estado de ánimo que los europeos no sienten ahora.
Desde el punto de vista de la 'vieja' Europa, los EE.UU. parecen dispuestos a derrochar la admiración -y la gratitud- de la mayoría de los europeos. La inmensa simpatía por los EE.UU., tras el ataque del 11 de septiembre de 2001, era genuina. (Puedo dar testimonio de su resonante ardor y sinceridad en Alemania; me encontraba en Berlín en ese momento.) Pero después se ha producido un distanciamiento creciente por ambas partes. Los ciudadanos de la nación más rica y poderosa en la historia tienen que saber que a EE.UU. el resto del mundo lo ama y envidia... y también se siente agraviado por él. Más de un viajero que haya visitado el extranjero sabe que los norteamericanos son considerados por muchos europeos como vulgares, rústicos e incultos, y ante ello no dudan en responder a tales expectativas con un comportamiento que insinúa el resentimiento de los ex colonizados. Y algunos europeos cultos, que aparentemente disfrutan en gran medida ya sea visitando EE.UU. o viviendo allí, atribuyen condescendientemente este hecho al ambiente liberador de la colonia donde uno puede deshacerse de las restricciones y cargas de la alta cultura de la 'metrópolis' . Recuerdo una conversación con un director de cine alemán que estaba viviendo en ese momento en San Francisco, en la que él me decía que le encantaba estar en EE.UU. 'porque ustedes no tienen cultura alguna'. Para más de un europeo, y debe mencionarse, incluso para D.H. Lawrence ('allá la vida proviene de las raíces, imperfecta pero vital', le escribía a un amigo en 1915, en los momentos en que planeaba vivir en los EE.UU.), EE.UU. es el gran escape. Y viceversa: Europa fue el gran escape para generaciones de norteamericanos que buscaban 'cultura'. Desde luego, me refiero a minorías aquí, minorías dentro del grupo de los privilegiados.
Los EE.UU. se ven ahora como los defensores de la civilización y los salvadores de Europa, y se preguntan por qué los europeos no logran comprender esta cuestión; por su parte, los europeos ven a EE.UU. como un estado guerrero imprudente: a ello los EE.UU. responden que Europa es su enemiga. Un discurso ahora predominante en EE.UU. afirma que los europeos sólo pretenden ser pacifistas para debilitar el poder norteamericano. Los norteamericanos creen que Francia, en particular, trama igualar o aún superar a su país en su grado de influencia en las cuestiones internacionales -"La operación EE.UU. debe fracasar" es el título inventado por un columnista del diario New York Times para describir la estrategia francesa de dominación-, en lugar de comprender que una derrota norteamericana en Irak alentará a "los grupos musulmanes extremistas (desde Bagdad a los barrios pobres de París)" a continuar con su yihad contra la tolerancia y la democracia.
Es difícil para la gente evitar ver el mundo en términos polarizados ("ellos"y "nosotros") y son estos términos los que han fortalecido en el pasado el componente aislacionista en la política exterior norteamericana, tanto como ahora fortalecen el componente imperialista. Los norteamericanos se han acostumbrado a concebir el mundo en términos de enemistades. Los enemigos se encuentran en otro lugar, ya que la guerra se desarrolla siempre "fuera", y el fundamentalismo islámico ha reemplazado al comunismo ruso y chino como la amenaza implacable y furtiva a "nuestro modo de vida". Y el término "terrorista" es más flexible aún de lo que lo era la palabra "comunista". Puede unificar un número mayor de intereses y luchas muy diversas. Esta guerra será interminable por esa causa, ya que siempre habrá alguna forma de terrorismo (al igual que siempre existirá la pobreza y el cáncer); es decir, habrá siempre conflictos asimétricos en los cuales el lado más débil recurra a esa forma de violencia y ataque con frecuencia a civiles. La retórica norteamericana, y quizás también el estado de ánimo del pueblo en general, apoyarían esta perspectiva desacertada, ya que la lucha por la rectitud no tiene fin.
Gracias al genio de EE.UU. que, a pesar de ser un país tan profundamente conservador que los europeos difícilmente lo comprenden, se ha podido crear un pensamiento conservador que prefiere lo nuevo a lo viejo. Pero esto también implica que de la misma manera en que EE.UU. parece un país extremadamente conservador -como se observa, por ejemplo, en el extraordinario poder del consenso y la pasividad y en el conformismo de la opinión pública (como Tocqueville apuntó en 1831), y de los medios de comunicación masiva- es también radical, incluso revolucionario, de una manera que los europeos encuentran también difícil de desentrañar.
Seguramente, parte del enigma surge de la falta de congruencia entre el discurso oficial y la realidad de las personas. Los norteamericanos exaltan constantemente las "tradiciones"; las letanías a los valores de la familia ocupan un lugar central en los discursos de todos los políticos. Sin embargo, la cultura norteamericana corroe enormemente la vida familiar, al igual que todas las tradiciones, excepto aquéllas que han sido redefinidas como "identidades" y que pueden ser aceptadas como parte de patrones más amplios de distinción, cooperación y apertura hacia la innovación.
Quizás, la fuente más importante del nuevo (y del no tan nuevo) radicalismo norteamericano es algo que solía considerarse como una fuente de valores conservadores: es decir, la religión. Muchos comentaristas han observado que la mayor diferencia entre EE.UU. y la mayoría de los países europeos (tanto en la Europa vieja como la nueva, de acuerdo a la distinción norteamericana actual) radica quizás en que la religión en EE.UU. tiene aún un papel preponderante en la sociedad y en el discurso público. Pero es ésta una religión al estilo norteamericano: es más una idea sobre la religión que la religión en sí misma.
Es cierto que, durante la campaña presidencial de George Bush de 2000, un periodista tuvo la ocurrencia de preguntarle al candidato que citara su "filósofo preferido"; la respuesta, que fue bien recibida -y que hubiera convertido en un hazmerreír a cualquier candidato a un cargo importante por un partido centrista en cualquier país europeo- fue "Jesucristo". Por supuesto que Bush no quería decir con esa respuesta, y nadie lo malentendió, que si ganaba las elecciones su Gobierno se sentiría obligado a seguir los preceptos o los programas sociales que enunció Jesús.
La sociedad norteamericana es de carácter religioso, en general. Es decir, en EE.UU. no es importante qué religión siga uno, siempre que se tenga una. Sería imposible que existiera una religión dominante, o incluso una teocracia, que fuera sólo cristiana (o perteneciente a una confesión cristiana en particular). En EE.UU. la religión debe ser algo que se pueda escoger. Esta idea de la religión, moderna y relativamente carente de substancia, construida sobre la idea de la elección consumista, es la base del conformismo, el fariseísmo y el moralismo norteamericano (que los europeos confunden a menudo, de forma condescendiente, con el puritanismo). Independientemente de las creencias históricas que las diferentes religiones norteamericanas dicen representar, todas predican algo similar: cambios en el comportamiento personal, el valor del éxito, cooperación comunitaria, tolerancia de las elecciones que adoptan otras personas. (Todas éstas son virtudes que promueven y mitigan el funcionamiento del capitalismo consumista). El simple hecho de ser una persona religiosa asegura respetabilidad, fomenta el orden, y garantiza que sean intenciones virtuosas las que guían la misión norteamericana de conducir al mundo.
Lo que se divulga -se llame democracia, libertad, o civilización- es tanto parte de un proceso en marcha como la esencia misma del progreso. No existe otro lugar en el mundo donde el sueño de progreso de la Ilustración tenga una acogida tan propicia como en EE.UU.
Desmitificación de Polaridades
¿Estamos entonces tan separados? Es extraño que ahora que Europa y EE.UU. se asemejan tanto culturalmente, nunca hayan estado tan separados.
A pesar de todas las similitudes existentes en la cotidianeidad de los ciudadanos de los países europeos ricos y de los EE.UU., la brecha entre la experiencia europea y la norteamericana es genuina, y se origina a partir de importantes diferencias en la historia, nociones sobre el papel de la cultura, y recuerdos reales e imaginados. El antagonismo -si es que existe un antagonismo- no se resolverá en un futuro inmediato, a pesar de la buena voluntad de mucha gente a ambos lados del Atlántico. Y sin embargo, una no puede sino deplorar la actitud de los que desean aprovechar tales diferencias al máximo, cuando en realidad tenemos tanto en común.
La dominación de EE.UU. es una realidad. Pero EE.UU., como está empezando a entender el actual Gobierno, no puede hacerlo todo. El futuro del mundo -del mundo que compartimos- es sincrético e impuro. No estamos aislados unos de otros. Cada vez estamos más relacionados unos con otros.
En última instancia, el modelo que permitirá lograr algún grado de entendimiento o conciliación, consiste en tener más en cuenta la venerable oposición entre "lo viejo" y "lo nuevo". La oposición entre "civilización" y "barbarie" es esencialmente condicionante; no es conveniente pensar y pontificar sobre esa base (aunque pueda reflejar ciertas innegables realidades). Sin embargo, la oposición entre "lo viejo"y "lo nuevo"es genuina e irradicable, y constituye la esencia de la experiencia misma tal como la entendemos.
"Lo viejo" y "lo nuevo" son los polos perennes de todo sentimiento y sentido de la orientación en el mundo. No podemos prescindir de lo viejo, ya que hemos invertido en ello nuestro pasado, nuestra sabiduría, nuestros recuerdos, nuestra tristeza, nuestro sentido de la realidad. No podemos prescindir de la fe en lo nuevo, ya que en lo nuevo hemos invertido toda nuestra energía, nuestra capacidad de ser optimistas, nuestros ciegos anhelos biológicos, nuestra habilidad para olvidar: la sana habilidad que hace posible la reconciliación.
La vida interior tiende a desconfiar de lo nuevo. Una vida interior fuertemente desarrollada se resistirá especialmente a lo nuevo. Se nos ha dicho que debemos elegir entre lo viejo o lo nuevo. En realidad, debemos elegir ambos. ¿Qué es la vida sino el resultado de una serie de negociaciones entre lo viejo y lo nuevo? Creo que debemos evitar siempre estas oposiciones tan rígidas.
Lo viejo versus lo nuevo, naturaleza versus cultura: quizá sea inevitable que los grandes mitos de nuestra vida cultural sean representados no solamente dentro de un marco histórico sino también geográfico. Sin embargo, no son más que mitos, frases gastadas, estereotipos; la realidad es mucho más compleja.
He dedicado gran parte de mi vida a tratar de desmitificar estos modos de pensamiento que polarizan y generan opuestos. Esto significa, traducido a términos políticos, apoyar lo pluralista y lo laico. Realmente preferiría vivir, al igual que algunos norteamericanos y muchos europeos, en un mundo multilateral, un mundo que no fuera dominado por ningún país en particular (el mío incluido). Durante este siglo, que ya promete ser otro siglo más de extremos, de horrores, podría expresar mi apoyo a toda una serie de principios tendentes a mejorar la situación. Apoyaría, en particular, lo que Virginia Woolf llamaba "la melancólica virtud de la tolerancia".
Prefiero mejor hablar como escritora, como una defensora de la actividad literaria, ya que de ahí es de donde surge la única autoridad que poseo.
La escritora que hay en mí desconfía de la buena ciudadana, la "embajadora intelectual", la activista de derechos humanos. Todos esos roles que la concesión de este premio enumera, más allá de mi alto grado de compromiso con ellos. La escritora es más escéptica, duda más de sí misma que la persona que trata de hacer lo correcto y apoyar la causa correcta.
Una de las funciones de la literatura es la de formular preguntas y cuestionar las ideas ortodoxas reinantes. Y aún cuando el arte no es de oposición, el mundo de las letras tiende a ser contestatario. La literatura es diálogo; sensibilidad. Podría definirse a la literatura como la historia de las diferentes respuestas sensibles del género humano ante lo que está vivo y lo que está moribundo como resultado de la evolución de las culturas y de la interacción de unas culturas con otras.
Los escritores pueden hacer algo para combatir estos tópicos respecto de nuestra separación, nuestra diferencia -ya que los escritores son hacedores, y no simplemente transmisores, de mitos-. La literatura ofrece no solamente mitos sino también contra-mitos, del mismo modo que la vida ofrece contra-experiencias (experiencias que nos hacen dudar de aquello que uno suponía que pensaba, sentía o creía).
Creo que el escritor es alguien que presta atención al mundo, lo que significa tratar de entender, observar, y conectar con los diferentes actos de maldad que los humanos son capaces de realizar; y a la vez no corromperse -volviéndose cínico, superficial- al lograr esta comprensión de la naturaleza humana.
La literatura puede decirnos cómo es el mundo.
La literatura puede establecer normas y transmitir un conocimiento profundo, personificado a través del lenguage, en la narrativa.
La literatura puede entrenarnos y ejercitar además nuestra habilidad para llorar por quienes no somos nosotros ni son los nuestros.
¿Quiénes seríamos si no pudiéramos simpatizar con los que no somos nosotros ni son los nuestros? ¿Quiénes seríamos si no pudiéramos olvidarnos de nosotros mismos, al menos durante algún tiempo? ¿Quiénes seríamos si no pudiéramos aprender? ¿O perdonar? ¿O convertirnos en algo diferente de lo que somos?
Escapar de la prisión de la vanidad nacional
En esta ocasión en la que recibo este magnífico premio, este magnífico premio alemán, permítanme que les cuente algo sobre mi trayectoria.
Pertenezco a una tercera generación norteamericana de origen polaco y judío lituano. Nací dos semanas antes de que Hitler asumiera el poder. Crecí en el interior de EE.UU., en Arizona y California, lejos de Alemania, y sin embargo durante toda mi niñez estuve obsesionada con Alemania, con la monstruosidad de Alemania, y con los libros y la música alemanes que amaba, y que a su vez establecieron mi criterio sobre las expresiones artísticas elevadas e intensas.
Aún antes de Bach y Mozart y Beethoven y Schubert y Brahms, ya había algunos libros alemanes [importantes para mí]. Recuerdo a un maestro de escuela primaria en una pequeña ciudad del sur de Arizona, el Sr. Starkie, que logró la admiración de sus alumnos al contarnos que había combatido en el ejército de Pershing en México contra Pancho Villa: este viejo veterano de una antigua aventura imperialista norteamericana había sido, al parecer, afectado -en versión traducida- por el idealismo de la literatura alemana, y percibiendo mi especial interés por los libros, me prestó sus propias copias del Werther y del Immensee.
Poco después, durante mi infantil orgía lectora, el azar me condujo al encuentro de otros libros alemanes, incluyendo el relato de Kafka En la colonia penal, donde descubrí el temor y la injusticia. Y pocos años más tarde, cuando era una estudiante de secundaria en Los Angeles, encontré todo sobre Europa en una novela alemana. No ha habido otro libro más importante en mi vida que La Montaña Mágica, que trata precisamente del choque de ideales como esencia de la civilización europea. Y así sucesivamente, a través de una larga vida que ha estado impregnada de la alta cultura alemana. De hecho, tras los libros y la música, que supusieron, dado el desierto cultural en el que vivía, experiencias prácticamente clandestinas, llegaron las experiencias reales. Porque también soy una beneficiaria tardía de la diáspora cultural alemana, y he tenido la buenísima fortuna de llegar a conocer bien a algunos de los incomparablemente brillantes refugiados que creó Hitler, aquellos escritores y artistas y músicos y académicos que EE.UU. recibió en la década de los 30 y que tanto enriquecieron al país, especialmente a sus universidades. Permítanme citar a dos de ellos, a los que tuve el privilegio de tener como amigos durante los últimos años de mi adolescencia y los primeros años de mi tercera década, Hans Gerth y Herbert Marcuse; aquéllos con los que estudié en la Universidad de Chicago y en Harvard, Christian Mackauer, Paul Tillich y Peter Heinrich von Blanckenhagen, y en seminarios privados, Aron Gurwitsch y Nahum Glatzer; y Hannah Arendt, a quien conocí después de mudarme a Nueva York cuando tenía aproximadamente veinticinco años: tantos modelos de seriedad, cuyo recuerdo quisiera evocar aquí.
Pero nunca olvidaré que mi encuentro con la cultura alemana, con la seriedad alemana, comenzó con el abstruso y excéntrico Sr. Starkie (no creo haber sabido nunca su nombre), que fue mi maestro cuando yo tenía diez años, y al que jamás volví a ver.
Y todo esto me lleva a una historia, con la que voy a concluir: creo que es lo adecuado, dado que fundamentalmente no soy ni una embajadora cultural ni una ferviente crítica de mi propio Gobierno (tarea que cumplo como buena ciudadana norteamericana). Soy una contadora de historias.
Así, vuelvo al tiempo en que yo tenía diez años, y encontraba algo de alivio de las cansadas obligaciones de ser una niña al leer con pasión los gastados volúmenes de Goethe y Storm que el maestro Starkie me había prestado. Me refiero a 1943, época en la que tenía conocimiento de que existía un campo de prisioneros con miles de soldados alemanes, soldados nazis, por supuesto, como yo los concebía, en la parte norte del estado, y teniendo en cuenta que era judía (aunque sólo lo fuera nominalmente, ya que mi familia era desde hacía dos generaciones totalmente laica e integrada; sabía que serlo nominalmente era suficiente para los nazis), me acosaba una pesadilla recurrente en la que los soldados nazis habían escapado de la prisión y habían logrado llegar al sur del estado donde estaba el chalé en el que vivía con mi madre y mi hermana en las afueras de la ciudad, y estaban a punto de matarme.
Adelantémonos ahora a muchos años más tarde, a la década de los 70, cuando Hanser Verlag comenzó a publicar mis libros, y llegué a conocer al distinguido Fritz Arnold (había comenzado a trabajar en la empresa en 1965), que sería mi editor hasta su muerte en febrero de 1999.
Durante uno de nuestros primeros encuentros, Fritz me dijo que deseaba contarme -supongo que lo consideraba un requisito previo a una futura amistad que pudiera surgir entre ambos- lo que había hecho durante la guerra. Le aseguré que no me debía explicación alguna; pero, por supuesto, valoré mucho el hecho de que él mencionara el tema. Quisiera agregar que Fritz Arnold no fue el único alemán de su generación (había nacido en 1916) que, después de conocerlo o conocerla, insistió en contarme que había hecho durante el periodo nazi. Y no todas las historias que escuché fueron tan inocentes como la que me contó Fritz.
De todas maneras, Fritz me contó que era estudiante universitario de literatura e historia del arte, primero en Múnich y más tarde en Colonia, cuando, a comienzos de la guerra, fue reclutado con el grado de cabo en las fuerzas armadas (Wehrmacht). Su familia no era pro-nazi en absoluto -su padre era Karl Arnold, el legendario caricaturista político de Simplicissimus -, pero emigrar no era una opción que su familia hubiera siquiera considerado, y aceptó con temor la obligación de unirse al servicio militar, con la esperanza de no tener que matar a nadie y no terminar él mismo muerto.
Fritz fue uno de los pocos que tuvo suerte. Fue afortunado al haber sido enviado primero a Roma (donde rechazó la invitación de su superior de nombrarlo teniente), luego a Túnez; afortunado también de haber permanecido detrás de las líneas de combate y no haber nunca tenido que utilizar un arma de fuego; y finalmente, fue afortunado, si es ésta la palabra correcta, por haber caído prisionero de los norteamericanos en 1943, haber sido transportado en barco junto con otros soldados alemanes capturados, a través del Atlántico hasta Norfolk, Virginia; y más tarde en tren a través del continente a pasar el resto de la guerra en un campo de prisioneros en... el norte de Arizona.
Tuve entonces el placer de poder contarle, mientras suspiraba asombrada, y dado que ya había comenzado a tener mucha simpatía por él -éste fue el comienzo tanto de una gran amistad como también de una intensa relación profesional-, que mientras él era prisionero de guerra en el norte de Arizona, yo estaba en la parte sur del estado, aterrorizada ante la presencia de los soldados nazis que estaban por todas partes, y de los que no podría escapar.
Entonces Fritz me contó que lo que le permitió sobrellevar los casi tres años que pasó en el campo de prisioneros en Arizona fue que se le permitió acceder a libros: había pasado esos años leyendo y releyendo los clásicos ingleses y norteamericanos. Y yo le conté que como estudiante en la escuela primaria en Arizona, y mientras esperaba poder crecer y escapar hacia una realidad más vasta, me salvó la lectura de libros, tanto los traducidos como los que habían sido escrito originalmente en inglés.
El acceso a la literatura, a la literatura universal, me permitió escapar de la prisión de la vanidad nacional, de la falta de cultura, del obligatorio provincialismo, de la educación formal inane, de destinos imperfectos y de la mala suerte. La literatura fue el pasaporte para ingresar a una vida más amplia; es decir, la zona de la libertad.
La literatura era la libertad. Especialmente ahora que los valores de la lectura y de la introspección están siendo desafiados con tanto vigor, la literatura es la libertad.
Copyright 2003 by Susan Sontag
Regarding the Pain of Others, es el libro más reciente de Susan Sontag.
[Este artículo fue publicado originalmente en www.Tomdispatch.com, cuaderno de bitácora virtual (weblog) de Nation Institute, que ofrece un flujo continuo de fuentes alternativas de información, noticias, y opiniones de Tom Engelhardt, editor de larga experiencia en el mundo editorial y además autor de The End of Victory Culture y The Last Days of Publishing.]
[Discurso que pronunció Susan Sontag al recibir el Premio de la Paz de los Libreros Alemanes (Friedenspreis des Deutschen Buchhandels) en Francfort].
Presidente Johannes Rau, Ministro del Interior Otto Schily, Ministra de Cultura Christina Weiss, Honorable Alcaldesa de Francfort Petra Roth, Vice-Presidenta de la Cámara de Diputados (Bundestag) Antje Vollmer, excelencias, distinguidos invitados, colegas homenajeados, amigos... entre ellos, querido Ivan Nagel:
Es para mí una lección de humildad y una inspiradora experiencia poder hablar en el Paulskirche ante este público, recibir el premio que en los últimos 53 años los Libreros Alemanes han otorgado a tantos escritores, pensadores, y figuras públicas ejemplares a quienes admiro, y poder hablar en esta ocasión y en este lugar cargado de historia. Lo que hace que lamente aún más la ausencia deliberada del embajador norteamericano, el Sr. Daniel Coats, cuyo inmediato rechazo a la invitación que le extendió en junio la Asociación de Libreros para asistir a este evento, cuando se anunció el Premio de la Paz (Friedenspreis) de este año, muestra que el embajador está más interesado en apoyar la posición ideológica y el rencor reaccionario de la Administración de Bush, antes que en cumplir con su deber habitual como diplomático, que sería representar los intereses y la reputación de su país, que es también el mío.
Supongo que el embajador Coats ha elegido no estar aquí hoy debido a las críticas que he vertido en diarios, entrevistas televisadas y columnas en revistas sobre la nueva tendencia radical de la política exterior norteamericana, como demuestran la invasión y la ocupación de Irak. Creo que el embajador debería estar aquí, ya que es una ciudadana del país que él representa ante Alemania la que recibe este importante premio.
Un embajador de Estados Unidos debe representar a su país en su totalidad. Desde luego, yo no represento a EE.UU., ni siquiera a la importante minoría que no apoya el programa imperial del Sr. Bush y sus consejeros. Me gusta pensar que no represento sino a la literatura, es decir, a una cierta idea de la literatura, y a la conciencia, una cierta idea de la conciencia o el deber. Teniendo en cuenta, sin embargo, que la concesión de este premio, que proviene de un país europeo de envergadura, hace referencia a mi papel de 'embajadora intelectual' entre los dos continentes (huelga decir que el término 'embajadora' se refiere aquí a su sentido más débil, simplemente metafórico), no puedo dejar de compartir con ustedes algunos pensamientos respecto de la renombrada brecha entre Europa y EE.UU., que mis intereses y entusiasmos supuestamente tratan de superar.
En primer lugar, se trata de una brecha (es un vacío que tal vez esté llenándose, ¿o se trata también de un conflicto?). Declaraciones airadas y despreciativas respecto a Europa (a ciertos países europeos), son ahora moneda corriente en el discurso político norteamericano; y aquí, al menos en los países ricos del lado occidental del continente, los sentimientos anti-norteamericanos son más comunes, se escuchan con más frecuencia, y son más excesivos que nunca. ¿De qué conflicto se trata? ¿Tiene este conflicto raíces profundas? Creo que sí.
Ha habido siempre un antagonismo latente entre Europa y Estados Unidos; antagonismo que es al menos tan complejo y ambivalente como el que existe entre padres y madres e hijas/os. Estados Unidos es un neo-país europeo, que hasta hace pocas décadas se nutrió poblacionalmente con una fuerte migración europea. Sin embargo, son las diferencias entre Europa y Estados Unidos las que más han llamado la atención de viajeros europeos calificados: Alexis de Tocqueville, que visitó esta joven nación en 1831 y luego regresó a Francia para escribir Democracia en los EE.UU. (que es aún, unos ciento setenta años más tarde, el mejor libro sobre mi país), y D.H. Lawrence, quien hace ochenta años publicó el libro más interesante que se haya escrito sobre la cultura norteamericana, su influyente y exasperante Estudios sobre la Literatura Clásica norteamericana, entendieron que EE.UU., el hijo de Europa, estaba convirtiéndose, o ya se había convertido, en la antítesis de Europa.
Roma y Atenas. Marte y Venus. No han sido los autores de artículos populares recientes, a través de los cuales promueven la idea del inevitable conflicto de intereses y valores entre Europa y EE.UU., quienes inventaron estas antítesis. Varios extranjeros habían ya meditado sobre el tema, y habían establecido el marco creativo, la melodía recurrente que suena a lo largo de la literatura norteamericana del siglo XIX, que va desde James Fenimore Cooper y Ralph Waldo Emerson hasta Walt Whitman, Henry James, William Dean Howells, hasta Mark Twain. Inocencia norteamericana y sofisticación europea; pragmatismo norteamericano e intelectualismo europeo, energía norteamericana y cansancio europeo ante lo mundano; ingenuidad norteamericana y cinismo europeo; bondad norteamericana y malicia europea; moralismo norteamericano y el arte de la concesión europeo: ya conocen estas cantinelas.
Se puede cambiar la coreografía; en realidad, se han bailado todo tipo de compases durante dos tumultuosos siglos. Los filoeuropeos han utilizado la vieja antítesis para identificar a EE.UU. con el barbarismo comercial que lo impulsa y a Europa con la alta cultura, mientras que los eurófobos se han guiado por un punto de vista preconcebido según el cual EE.UU. representa el idealismo, la apertura y la democracia, y Europa un refinamiento debilitante y snob. Tocqueville y Lawrence observaron algo más cruel aún: no sólo una declaración de independencia norteamericana respecto de Europa y de los valores europeos, sino también un socavamiento sostenido y el asesinato de los valores y el poder europeos. "Nunca se puede obtener algo nuevo sin romper algo viejo," escribió Lawrence. "Europa resultó ser lo viejo; EE.UU. debe ser lo nuevo. Lo nuevo representa la muerte de lo viejo." EE.UU., conjeturó Lawrence, se había puesto como objetivo destruir a Europa, y utilizaba la democracia como instrumento, en especial la democracia cultural y la democracia de las costumbres. Y cuando esta tarea se cumpliera, continuaba Lawrence, EE.UU. bien podría transformar su democracia en algo completamente diferente. (Tal vez sea ahora cuando esté surgiendo esa alternativa que reemplazaría a la democracia en EE.UU.)
Les ruego paciencia, si hasta ahora todas mis referencias han sido exclusivamente literarias. Después de todo, una función de la literatura -de la literatura importante, necesaria- es la de ser profética. Lo que tenemos aquí es, en forma magnificada, la perenne lucha literaria, o cultural, entre los antiguos y los modernos.
El pasado es (o fue) Europa, y EE.UU. se fundó sobre la idea de romper con el pasado. En EE.UU. se considera que el pasado estorba e idiotiza y -con su modo de entender qué es prioritario y qué no lo es, y sus estándares sobre lo que es superior y lo que es mejor- esencialmente no democrático, o 'elitista', sinónimo que impera actualmente. Aquellos que hablan a favor de unos EE.UU. triunfantes continúan sugiriendo que la democracia norteamericana implica repudiar a Europa, y, sí, adoptar un cierto barbarismo liberador y saludable. Aunque la mayoría de los norteamericanos considere hoy a Europa más socialista que elitista, según el modelo norteamericano, Europa es aún un continente retrógrado que continúa con obstinación rigiéndose por criterios antiguos: el estado de bienestar. 'Renuévalo' no es sólo una consigna cultural; describe también una maquinaria económica que no deja de avanzar y abarcar al mundo entero.
Sin embargo, si es necesario, aún lo 'viejo' puede ser rebautizado como 'nuevo'.
No es simple coincidencia que el resuelto secretario de Defensa norteamericano tratara de dividir a Europa [distinguiendo de manera inolvidable entre la 'vieja' Europa (mala) y una 'nueva' Europa (buena)]. ¿Cómo se llegó a que España, Italia, Polonia, Ucrania, Holanda, Hungría, la República Checa y Bulgaria, se encuentren entre los miembros de la 'nueva' Europa? Respuesta: apoyar a los EE.UU. en su actual expansión de poder político y militar implica, por definición, pasar a la categoría de lo 'nuevo'. Quien quiera que esté con nosotros es 'nuevo'.
La razón que se aduce en todas las guerras modernas, aun cuando sus objetivos sean los tradicionales (como lograr una expansión territorial o apoderarse de recursos naturales escasos), es la de una pretendida lucha entre civilizaciones -guerras culturales- donde cada lado alega estar en posesión de la razón, y a su vez califica al otro de bárbaro. El enemigo es invariablemente una amenaza a 'nuestro modo de vida', infiel, profanador y contaminador, un corruptor de valores superiores o mejores. La actual guerra en contra de la amenaza real de los militantes islámicos fundamentalistas representa un claro ejemplo. Vale la pena mencionar que una versión más blanda, en los mismos términos despreciativos, subyace al antagonismo entre Europa y EE.UU. Debe también recordarse que históricamente la retórica antinorteamericana más virulenta jamás escuchada en Europa -que consiste esencialmente en acusar a los norteamericanos de bárbaros- provino no de la llamada izquierda sino de la extrema derecha. Tanto Hitler como Franco vituperaron repetidamente a los EE.UU. (y al pueblo judío a nivel mundial) al acusarlos de contaminar la civilización europea con sus viles valores mercantiles.
Desde luego, la mayoría de la opinión pública europea continúa admirando la energía norteamericana, la versión norteamericana de 'lo moderno'. Además, sin duda ha habido siempre norteamericanos simpatizantes con los ideales culturales europeos (una de ellos se encuentra frente a ustedes ahora), que encuentran en las viejas artes europeas una corrección y una liberación de los persistentes prejuicios mercantilistas de la cultura norteamericana. A su vez, siempre ha existido la contraparte europea de estos norteamericanos: los europeos fascinados, cautivados, profundamente atraídos por los EE.UU., precisamente por ser diferentes de Europa.
Lo que ven los norteamericanos es casi la inversa del cliché eurófilo: se ven a sí mismos como los defensores de la civilización. Las hordas bárbaras ya no se encuentran a las puertas de nuestras ciudades. Están dentro, en cada próspera ciudad, planeando la devastación. Los países 'productores de chocolate' (Francia, Alemania, Bélgica) tendrán que hacerse a un lado, mientras un país con 'voluntad' -y con Dios de su parte- lleva a cabo su lucha contra el terrorismo (ahora confundido con el barbarismo). Según el secretario de Estado Powell, es ridículo que la vieja Europa (algunas veces parece que sólo se refiere a Francia) aspire a tener algún papel en el gobierno o la administración de los territorios que han sido ganados por la coalición del conquistador. La vieja Europa no tiene sus recursos militares, su gusto por la violencia, ni tampoco el apoyo de su mimada y demasiado pacífica población. Y los norteamericanos tienen razón. Los europeos no están dispuestos a lanzar ni una cruzada evangélica ni una belicosa.
Por cierto, debo a veces pellizcarme para asegurarme de que no estoy soñando: lo que mucha gente en mi propio país objeta a Alemania, que infligió horrores al mundo durante casi un siglo -el nuevo 'problema alemán' por decirlo de alguna manera- es que los alemanes aborrecen la guerra; que la mayoría de la opinión pública alemana es ahora virtualmente... ¡pacifista!
¿Fueron alguna vez EE.UU. y Europa socios, amigos? Por supuesto. Pero quizás es cierto que los períodos de unidad -de sentimiento compartido- hayan sido excepciones más que la regla. Uno de tales periodos tuvo lugar desde la Segunda Guerra Mundial hasta la primera época de la Guerra Fría, momento en que los europeos estaban profundamente agradecidos por la intervención norteamericana, su auxilio y su apoyo. Los norteamericanos se sienten cómodos viéndose a sí mismos en el papel de salvadores de Europa. En consecuencia, los EE.UU. esperarán que los europeos sientan siempre agradecimiento, un estado de ánimo que los europeos no sienten ahora.
Desde el punto de vista de la 'vieja' Europa, los EE.UU. parecen dispuestos a derrochar la admiración -y la gratitud- de la mayoría de los europeos. La inmensa simpatía por los EE.UU., tras el ataque del 11 de septiembre de 2001, era genuina. (Puedo dar testimonio de su resonante ardor y sinceridad en Alemania; me encontraba en Berlín en ese momento.) Pero después se ha producido un distanciamiento creciente por ambas partes. Los ciudadanos de la nación más rica y poderosa en la historia tienen que saber que a EE.UU. el resto del mundo lo ama y envidia... y también se siente agraviado por él. Más de un viajero que haya visitado el extranjero sabe que los norteamericanos son considerados por muchos europeos como vulgares, rústicos e incultos, y ante ello no dudan en responder a tales expectativas con un comportamiento que insinúa el resentimiento de los ex colonizados. Y algunos europeos cultos, que aparentemente disfrutan en gran medida ya sea visitando EE.UU. o viviendo allí, atribuyen condescendientemente este hecho al ambiente liberador de la colonia donde uno puede deshacerse de las restricciones y cargas de la alta cultura de la 'metrópolis' . Recuerdo una conversación con un director de cine alemán que estaba viviendo en ese momento en San Francisco, en la que él me decía que le encantaba estar en EE.UU. 'porque ustedes no tienen cultura alguna'. Para más de un europeo, y debe mencionarse, incluso para D.H. Lawrence ('allá la vida proviene de las raíces, imperfecta pero vital', le escribía a un amigo en 1915, en los momentos en que planeaba vivir en los EE.UU.), EE.UU. es el gran escape. Y viceversa: Europa fue el gran escape para generaciones de norteamericanos que buscaban 'cultura'. Desde luego, me refiero a minorías aquí, minorías dentro del grupo de los privilegiados.
Los EE.UU. se ven ahora como los defensores de la civilización y los salvadores de Europa, y se preguntan por qué los europeos no logran comprender esta cuestión; por su parte, los europeos ven a EE.UU. como un estado guerrero imprudente: a ello los EE.UU. responden que Europa es su enemiga. Un discurso ahora predominante en EE.UU. afirma que los europeos sólo pretenden ser pacifistas para debilitar el poder norteamericano. Los norteamericanos creen que Francia, en particular, trama igualar o aún superar a su país en su grado de influencia en las cuestiones internacionales -"La operación EE.UU. debe fracasar" es el título inventado por un columnista del diario New York Times para describir la estrategia francesa de dominación-, en lugar de comprender que una derrota norteamericana en Irak alentará a "los grupos musulmanes extremistas (desde Bagdad a los barrios pobres de París)" a continuar con su yihad contra la tolerancia y la democracia.
Es difícil para la gente evitar ver el mundo en términos polarizados ("ellos"y "nosotros") y son estos términos los que han fortalecido en el pasado el componente aislacionista en la política exterior norteamericana, tanto como ahora fortalecen el componente imperialista. Los norteamericanos se han acostumbrado a concebir el mundo en términos de enemistades. Los enemigos se encuentran en otro lugar, ya que la guerra se desarrolla siempre "fuera", y el fundamentalismo islámico ha reemplazado al comunismo ruso y chino como la amenaza implacable y furtiva a "nuestro modo de vida". Y el término "terrorista" es más flexible aún de lo que lo era la palabra "comunista". Puede unificar un número mayor de intereses y luchas muy diversas. Esta guerra será interminable por esa causa, ya que siempre habrá alguna forma de terrorismo (al igual que siempre existirá la pobreza y el cáncer); es decir, habrá siempre conflictos asimétricos en los cuales el lado más débil recurra a esa forma de violencia y ataque con frecuencia a civiles. La retórica norteamericana, y quizás también el estado de ánimo del pueblo en general, apoyarían esta perspectiva desacertada, ya que la lucha por la rectitud no tiene fin.
Gracias al genio de EE.UU. que, a pesar de ser un país tan profundamente conservador que los europeos difícilmente lo comprenden, se ha podido crear un pensamiento conservador que prefiere lo nuevo a lo viejo. Pero esto también implica que de la misma manera en que EE.UU. parece un país extremadamente conservador -como se observa, por ejemplo, en el extraordinario poder del consenso y la pasividad y en el conformismo de la opinión pública (como Tocqueville apuntó en 1831), y de los medios de comunicación masiva- es también radical, incluso revolucionario, de una manera que los europeos encuentran también difícil de desentrañar.
Seguramente, parte del enigma surge de la falta de congruencia entre el discurso oficial y la realidad de las personas. Los norteamericanos exaltan constantemente las "tradiciones"; las letanías a los valores de la familia ocupan un lugar central en los discursos de todos los políticos. Sin embargo, la cultura norteamericana corroe enormemente la vida familiar, al igual que todas las tradiciones, excepto aquéllas que han sido redefinidas como "identidades" y que pueden ser aceptadas como parte de patrones más amplios de distinción, cooperación y apertura hacia la innovación.
Quizás, la fuente más importante del nuevo (y del no tan nuevo) radicalismo norteamericano es algo que solía considerarse como una fuente de valores conservadores: es decir, la religión. Muchos comentaristas han observado que la mayor diferencia entre EE.UU. y la mayoría de los países europeos (tanto en la Europa vieja como la nueva, de acuerdo a la distinción norteamericana actual) radica quizás en que la religión en EE.UU. tiene aún un papel preponderante en la sociedad y en el discurso público. Pero es ésta una religión al estilo norteamericano: es más una idea sobre la religión que la religión en sí misma.
Es cierto que, durante la campaña presidencial de George Bush de 2000, un periodista tuvo la ocurrencia de preguntarle al candidato que citara su "filósofo preferido"; la respuesta, que fue bien recibida -y que hubiera convertido en un hazmerreír a cualquier candidato a un cargo importante por un partido centrista en cualquier país europeo- fue "Jesucristo". Por supuesto que Bush no quería decir con esa respuesta, y nadie lo malentendió, que si ganaba las elecciones su Gobierno se sentiría obligado a seguir los preceptos o los programas sociales que enunció Jesús.
La sociedad norteamericana es de carácter religioso, en general. Es decir, en EE.UU. no es importante qué religión siga uno, siempre que se tenga una. Sería imposible que existiera una religión dominante, o incluso una teocracia, que fuera sólo cristiana (o perteneciente a una confesión cristiana en particular). En EE.UU. la religión debe ser algo que se pueda escoger. Esta idea de la religión, moderna y relativamente carente de substancia, construida sobre la idea de la elección consumista, es la base del conformismo, el fariseísmo y el moralismo norteamericano (que los europeos confunden a menudo, de forma condescendiente, con el puritanismo). Independientemente de las creencias históricas que las diferentes religiones norteamericanas dicen representar, todas predican algo similar: cambios en el comportamiento personal, el valor del éxito, cooperación comunitaria, tolerancia de las elecciones que adoptan otras personas. (Todas éstas son virtudes que promueven y mitigan el funcionamiento del capitalismo consumista). El simple hecho de ser una persona religiosa asegura respetabilidad, fomenta el orden, y garantiza que sean intenciones virtuosas las que guían la misión norteamericana de conducir al mundo.
Lo que se divulga -se llame democracia, libertad, o civilización- es tanto parte de un proceso en marcha como la esencia misma del progreso. No existe otro lugar en el mundo donde el sueño de progreso de la Ilustración tenga una acogida tan propicia como en EE.UU.
Desmitificación de Polaridades
¿Estamos entonces tan separados? Es extraño que ahora que Europa y EE.UU. se asemejan tanto culturalmente, nunca hayan estado tan separados.
A pesar de todas las similitudes existentes en la cotidianeidad de los ciudadanos de los países europeos ricos y de los EE.UU., la brecha entre la experiencia europea y la norteamericana es genuina, y se origina a partir de importantes diferencias en la historia, nociones sobre el papel de la cultura, y recuerdos reales e imaginados. El antagonismo -si es que existe un antagonismo- no se resolverá en un futuro inmediato, a pesar de la buena voluntad de mucha gente a ambos lados del Atlántico. Y sin embargo, una no puede sino deplorar la actitud de los que desean aprovechar tales diferencias al máximo, cuando en realidad tenemos tanto en común.
La dominación de EE.UU. es una realidad. Pero EE.UU., como está empezando a entender el actual Gobierno, no puede hacerlo todo. El futuro del mundo -del mundo que compartimos- es sincrético e impuro. No estamos aislados unos de otros. Cada vez estamos más relacionados unos con otros.
En última instancia, el modelo que permitirá lograr algún grado de entendimiento o conciliación, consiste en tener más en cuenta la venerable oposición entre "lo viejo" y "lo nuevo". La oposición entre "civilización" y "barbarie" es esencialmente condicionante; no es conveniente pensar y pontificar sobre esa base (aunque pueda reflejar ciertas innegables realidades). Sin embargo, la oposición entre "lo viejo"y "lo nuevo"es genuina e irradicable, y constituye la esencia de la experiencia misma tal como la entendemos.
"Lo viejo" y "lo nuevo" son los polos perennes de todo sentimiento y sentido de la orientación en el mundo. No podemos prescindir de lo viejo, ya que hemos invertido en ello nuestro pasado, nuestra sabiduría, nuestros recuerdos, nuestra tristeza, nuestro sentido de la realidad. No podemos prescindir de la fe en lo nuevo, ya que en lo nuevo hemos invertido toda nuestra energía, nuestra capacidad de ser optimistas, nuestros ciegos anhelos biológicos, nuestra habilidad para olvidar: la sana habilidad que hace posible la reconciliación.
La vida interior tiende a desconfiar de lo nuevo. Una vida interior fuertemente desarrollada se resistirá especialmente a lo nuevo. Se nos ha dicho que debemos elegir entre lo viejo o lo nuevo. En realidad, debemos elegir ambos. ¿Qué es la vida sino el resultado de una serie de negociaciones entre lo viejo y lo nuevo? Creo que debemos evitar siempre estas oposiciones tan rígidas.
Lo viejo versus lo nuevo, naturaleza versus cultura: quizá sea inevitable que los grandes mitos de nuestra vida cultural sean representados no solamente dentro de un marco histórico sino también geográfico. Sin embargo, no son más que mitos, frases gastadas, estereotipos; la realidad es mucho más compleja.
He dedicado gran parte de mi vida a tratar de desmitificar estos modos de pensamiento que polarizan y generan opuestos. Esto significa, traducido a términos políticos, apoyar lo pluralista y lo laico. Realmente preferiría vivir, al igual que algunos norteamericanos y muchos europeos, en un mundo multilateral, un mundo que no fuera dominado por ningún país en particular (el mío incluido). Durante este siglo, que ya promete ser otro siglo más de extremos, de horrores, podría expresar mi apoyo a toda una serie de principios tendentes a mejorar la situación. Apoyaría, en particular, lo que Virginia Woolf llamaba "la melancólica virtud de la tolerancia".
Prefiero mejor hablar como escritora, como una defensora de la actividad literaria, ya que de ahí es de donde surge la única autoridad que poseo.
La escritora que hay en mí desconfía de la buena ciudadana, la "embajadora intelectual", la activista de derechos humanos. Todos esos roles que la concesión de este premio enumera, más allá de mi alto grado de compromiso con ellos. La escritora es más escéptica, duda más de sí misma que la persona que trata de hacer lo correcto y apoyar la causa correcta.
Una de las funciones de la literatura es la de formular preguntas y cuestionar las ideas ortodoxas reinantes. Y aún cuando el arte no es de oposición, el mundo de las letras tiende a ser contestatario. La literatura es diálogo; sensibilidad. Podría definirse a la literatura como la historia de las diferentes respuestas sensibles del género humano ante lo que está vivo y lo que está moribundo como resultado de la evolución de las culturas y de la interacción de unas culturas con otras.
Los escritores pueden hacer algo para combatir estos tópicos respecto de nuestra separación, nuestra diferencia -ya que los escritores son hacedores, y no simplemente transmisores, de mitos-. La literatura ofrece no solamente mitos sino también contra-mitos, del mismo modo que la vida ofrece contra-experiencias (experiencias que nos hacen dudar de aquello que uno suponía que pensaba, sentía o creía).
Creo que el escritor es alguien que presta atención al mundo, lo que significa tratar de entender, observar, y conectar con los diferentes actos de maldad que los humanos son capaces de realizar; y a la vez no corromperse -volviéndose cínico, superficial- al lograr esta comprensión de la naturaleza humana.
La literatura puede decirnos cómo es el mundo.
La literatura puede establecer normas y transmitir un conocimiento profundo, personificado a través del lenguage, en la narrativa.
La literatura puede entrenarnos y ejercitar además nuestra habilidad para llorar por quienes no somos nosotros ni son los nuestros.
¿Quiénes seríamos si no pudiéramos simpatizar con los que no somos nosotros ni son los nuestros? ¿Quiénes seríamos si no pudiéramos olvidarnos de nosotros mismos, al menos durante algún tiempo? ¿Quiénes seríamos si no pudiéramos aprender? ¿O perdonar? ¿O convertirnos en algo diferente de lo que somos?
Escapar de la prisión de la vanidad nacional
En esta ocasión en la que recibo este magnífico premio, este magnífico premio alemán, permítanme que les cuente algo sobre mi trayectoria.
Pertenezco a una tercera generación norteamericana de origen polaco y judío lituano. Nací dos semanas antes de que Hitler asumiera el poder. Crecí en el interior de EE.UU., en Arizona y California, lejos de Alemania, y sin embargo durante toda mi niñez estuve obsesionada con Alemania, con la monstruosidad de Alemania, y con los libros y la música alemanes que amaba, y que a su vez establecieron mi criterio sobre las expresiones artísticas elevadas e intensas.
Aún antes de Bach y Mozart y Beethoven y Schubert y Brahms, ya había algunos libros alemanes [importantes para mí]. Recuerdo a un maestro de escuela primaria en una pequeña ciudad del sur de Arizona, el Sr. Starkie, que logró la admiración de sus alumnos al contarnos que había combatido en el ejército de Pershing en México contra Pancho Villa: este viejo veterano de una antigua aventura imperialista norteamericana había sido, al parecer, afectado -en versión traducida- por el idealismo de la literatura alemana, y percibiendo mi especial interés por los libros, me prestó sus propias copias del Werther y del Immensee.
Poco después, durante mi infantil orgía lectora, el azar me condujo al encuentro de otros libros alemanes, incluyendo el relato de Kafka En la colonia penal, donde descubrí el temor y la injusticia. Y pocos años más tarde, cuando era una estudiante de secundaria en Los Angeles, encontré todo sobre Europa en una novela alemana. No ha habido otro libro más importante en mi vida que La Montaña Mágica, que trata precisamente del choque de ideales como esencia de la civilización europea. Y así sucesivamente, a través de una larga vida que ha estado impregnada de la alta cultura alemana. De hecho, tras los libros y la música, que supusieron, dado el desierto cultural en el que vivía, experiencias prácticamente clandestinas, llegaron las experiencias reales. Porque también soy una beneficiaria tardía de la diáspora cultural alemana, y he tenido la buenísima fortuna de llegar a conocer bien a algunos de los incomparablemente brillantes refugiados que creó Hitler, aquellos escritores y artistas y músicos y académicos que EE.UU. recibió en la década de los 30 y que tanto enriquecieron al país, especialmente a sus universidades. Permítanme citar a dos de ellos, a los que tuve el privilegio de tener como amigos durante los últimos años de mi adolescencia y los primeros años de mi tercera década, Hans Gerth y Herbert Marcuse; aquéllos con los que estudié en la Universidad de Chicago y en Harvard, Christian Mackauer, Paul Tillich y Peter Heinrich von Blanckenhagen, y en seminarios privados, Aron Gurwitsch y Nahum Glatzer; y Hannah Arendt, a quien conocí después de mudarme a Nueva York cuando tenía aproximadamente veinticinco años: tantos modelos de seriedad, cuyo recuerdo quisiera evocar aquí.
Pero nunca olvidaré que mi encuentro con la cultura alemana, con la seriedad alemana, comenzó con el abstruso y excéntrico Sr. Starkie (no creo haber sabido nunca su nombre), que fue mi maestro cuando yo tenía diez años, y al que jamás volví a ver.
Y todo esto me lleva a una historia, con la que voy a concluir: creo que es lo adecuado, dado que fundamentalmente no soy ni una embajadora cultural ni una ferviente crítica de mi propio Gobierno (tarea que cumplo como buena ciudadana norteamericana). Soy una contadora de historias.
Así, vuelvo al tiempo en que yo tenía diez años, y encontraba algo de alivio de las cansadas obligaciones de ser una niña al leer con pasión los gastados volúmenes de Goethe y Storm que el maestro Starkie me había prestado. Me refiero a 1943, época en la que tenía conocimiento de que existía un campo de prisioneros con miles de soldados alemanes, soldados nazis, por supuesto, como yo los concebía, en la parte norte del estado, y teniendo en cuenta que era judía (aunque sólo lo fuera nominalmente, ya que mi familia era desde hacía dos generaciones totalmente laica e integrada; sabía que serlo nominalmente era suficiente para los nazis), me acosaba una pesadilla recurrente en la que los soldados nazis habían escapado de la prisión y habían logrado llegar al sur del estado donde estaba el chalé en el que vivía con mi madre y mi hermana en las afueras de la ciudad, y estaban a punto de matarme.
Adelantémonos ahora a muchos años más tarde, a la década de los 70, cuando Hanser Verlag comenzó a publicar mis libros, y llegué a conocer al distinguido Fritz Arnold (había comenzado a trabajar en la empresa en 1965), que sería mi editor hasta su muerte en febrero de 1999.
Durante uno de nuestros primeros encuentros, Fritz me dijo que deseaba contarme -supongo que lo consideraba un requisito previo a una futura amistad que pudiera surgir entre ambos- lo que había hecho durante la guerra. Le aseguré que no me debía explicación alguna; pero, por supuesto, valoré mucho el hecho de que él mencionara el tema. Quisiera agregar que Fritz Arnold no fue el único alemán de su generación (había nacido en 1916) que, después de conocerlo o conocerla, insistió en contarme que había hecho durante el periodo nazi. Y no todas las historias que escuché fueron tan inocentes como la que me contó Fritz.
De todas maneras, Fritz me contó que era estudiante universitario de literatura e historia del arte, primero en Múnich y más tarde en Colonia, cuando, a comienzos de la guerra, fue reclutado con el grado de cabo en las fuerzas armadas (Wehrmacht). Su familia no era pro-nazi en absoluto -su padre era Karl Arnold, el legendario caricaturista político de Simplicissimus -, pero emigrar no era una opción que su familia hubiera siquiera considerado, y aceptó con temor la obligación de unirse al servicio militar, con la esperanza de no tener que matar a nadie y no terminar él mismo muerto.
Fritz fue uno de los pocos que tuvo suerte. Fue afortunado al haber sido enviado primero a Roma (donde rechazó la invitación de su superior de nombrarlo teniente), luego a Túnez; afortunado también de haber permanecido detrás de las líneas de combate y no haber nunca tenido que utilizar un arma de fuego; y finalmente, fue afortunado, si es ésta la palabra correcta, por haber caído prisionero de los norteamericanos en 1943, haber sido transportado en barco junto con otros soldados alemanes capturados, a través del Atlántico hasta Norfolk, Virginia; y más tarde en tren a través del continente a pasar el resto de la guerra en un campo de prisioneros en... el norte de Arizona.
Tuve entonces el placer de poder contarle, mientras suspiraba asombrada, y dado que ya había comenzado a tener mucha simpatía por él -éste fue el comienzo tanto de una gran amistad como también de una intensa relación profesional-, que mientras él era prisionero de guerra en el norte de Arizona, yo estaba en la parte sur del estado, aterrorizada ante la presencia de los soldados nazis que estaban por todas partes, y de los que no podría escapar.
Entonces Fritz me contó que lo que le permitió sobrellevar los casi tres años que pasó en el campo de prisioneros en Arizona fue que se le permitió acceder a libros: había pasado esos años leyendo y releyendo los clásicos ingleses y norteamericanos. Y yo le conté que como estudiante en la escuela primaria en Arizona, y mientras esperaba poder crecer y escapar hacia una realidad más vasta, me salvó la lectura de libros, tanto los traducidos como los que habían sido escrito originalmente en inglés.
El acceso a la literatura, a la literatura universal, me permitió escapar de la prisión de la vanidad nacional, de la falta de cultura, del obligatorio provincialismo, de la educación formal inane, de destinos imperfectos y de la mala suerte. La literatura fue el pasaporte para ingresar a una vida más amplia; es decir, la zona de la libertad.
La literatura era la libertad. Especialmente ahora que los valores de la lectura y de la introspección están siendo desafiados con tanto vigor, la literatura es la libertad.
Copyright 2003 by Susan Sontag
Regarding the Pain of Others, es el libro más reciente de Susan Sontag.
[Este artículo fue publicado originalmente en www.Tomdispatch.com, cuaderno de bitácora virtual (weblog) de Nation Institute, que ofrece un flujo continuo de fuentes alternativas de información, noticias, y opiniones de Tom Engelhardt, editor de larga experiencia en el mundo editorial y además autor de The End of Victory Culture y The Last Days of Publishing.]
''Bush comprometió a EEUU a una guerra permanente''
La Jornada, México, 11/08/03
Entrevista / Susan Sontag, escritora
En el estadounidense priva la convicción de la hegemonía, lamenta
Kevin Jackson The Independent
En Reconociendo el dolor de otros, su reciente ensayo, invita a pensar en la guerra para no sufrirla en carne propia
"Creo -dice Susan Sontag en tono lacónico- que ya usé seis de mis nueve vidas''. Es un cálculo razonable que vale la pena analizar: la mayoría de los contemporáneos de Sontag pertenecientes a la primera división de la literatura estadounidense no se han enfrentado a nada de mayor riesgo que no sean el adulterio y el divorcio (que ciertamente no son poca cosa), pero cuando Sontag escribe sobre la enfermedad, el dolor y la violencia, lo hace con la autoridad que da la experiencia.
Primero experimentó un encuentro potencialmente mortal con el cáncer, hace un par de décadas. Fue una brutal experiencia que finalmente dio fruto en forma de amplio ensayo, La enfermedad como metáfora, y su continuación, El sida como metáfora.
De manera más reciente, después de que un serio accidente automovilístico la dejó en silla de ruedas durante varios meses, sufrió una peligrosa reincidencia del cáncer que requirió de tratamientos casi tan peligrosos como la enfermedad, pues incluían fuertes dosis de morfina para calmar el insoportable dolor.
En Sarajevo, durante la guerra de Bosnia, Sontag, de manera voluntaria y valerosa, compartió por unos meses las diarias huidas del fuego de bombas, morteros y francotiradores. En tres ocasiones un proyectil pasó rozándola; falló por sólo unos segundos o metros. Estas últimas experiencias también han dado, ahora, un fruto inesperado: su último libro, Reconociendo el dolor de otros.
A primera vista se trata de un concienzudo análisis de fotografías de guerra; algunas reseñas incluso lo han considerado (errónea, aunque comprensiblemente) un capítulo adicional a su estudio vanguardista Sobre la fotografía. Sin embargo, el libro ofrece reflexiones más profundas sobre el sufrimiento humano, la naturaleza de la bondad, los señuelos, los engaños, y la verdad en las imágenes. Es, en resumen, un sumario de lo que significa estar vivo y atento en la zona más rica del mundo al comenzar el siglo XXI, que toma forma de centuria de guerra implacable.
Pero no se piense con base en estos antecedentes que Sontag es una depresiva Virgen de Dolores, como intentan retratar algunos perfiles mal intencionados.
Porque Sontag es una persona que atrae muchos rencores periodísticos. Siempre lo ha hecho, desde que emergió en la escena a principios de los 60 como una mujer brillante y sobrecogedoramente hermosa.
Si su vertiginosa combinación de seriedad moral y erudición la volvieron internacionalmente respetada entre las clases lectoras, fue su atractivo de actriz de cine lo que la convirtió en la menos usual de las rarezas: el intelectual como superestrella.
Por por cada persona que ha leído, digamos, su magnífico ensayo sobre Walter Benjamin, incluido en el libro Bajo el signo de Saturno, debe de haber cientos que han visto su retrato en Vanity Fair o que han escuchado chismes ociosos sobre su larga relación con la prestigiosa fotógrafa de esa revista, Annie Leibowitz.
En estos tiempos desafortunados para su nación, Sontag se ha convertido en blanco de la prensa reaccionaria estadounidense (la combinación del sustantivo prensa estadounidense con el adjetivo reaccionaria está cada vez más cerca de volverse un pleonasmo). Después de su respuesta a las masacres del 11 de septiembre de 2001, publicada en la revista The New Yorker, columnistas de todo el país la llamaron traidora, idiota y títere de Saddam. Unos incluso la apodaron Osama Bin Sontag.
Pero por otro lado, casi dos años después, ''no pasa un día sin que alguien se me acerque en la calle y me agradezca mi valentía, lo cual, por supuesto, me hace reír. No creo haber sido valiente. No creo que se requiera valentía para decir lo que uno piensa, pero así debe parecer a otras personas, porque ahora todo el mundo está intimidado...".
Pues bien, este perfil -le advierto al lector- no será una típica crítica a la escritora. Soy fanático irredento de Sontag. Cuando se me envió por primera vez a entrevistarla a Nueva York, hace unos 15 años, me acerqué a la tarea con una combinación de euforia casi adolescente y terror escénico descarnado. Fui admirador de su obra desde antes de salir de la universidad. Precisamente porque había leído su prosa sabía que me enfrentaría a una mente informada, comprometida y analítica. Sontag no toleraría a los tontos, y yo me sentía más que eso aquella calurosa tarde de verano.
Lo que no me permití pensar (y debí hacerlo si estaba consciente de que sus ensayos sobre literatura, fotografía, danza o cine no reflejan nunca puritanismo, sino todas las variaciones del placer estético) es que su carácter formidable tenía un lado desenfadado, ingenioso, caprichoso y -¿me atreveré a decirlo?- divertido.
Desde aquel encuentro hemos estado en excelentes términos, lo cual vale la pena mencionar no nada más porque quiero alardear de ello (que desde luego es la intención), sino porque los demás amigos de Sontag tampoco son famosos ni, Dios nos guarde, glamorosos. Ella conoce o ha conocido a muchas figuras relevantes de la cultura durante los últimos cuarenta y tantos años, de Barthes a Brodsky y a Barishnikov, pero aún pasa varias semanas al año en Bosnia, visitando a los ciudadanos que conoció durante el sitio, ayudándolos en sus penurias.
En una ocasión, cerca de la frontera de Inglaterra con Gales, la observé conversando con una agradable reportera de un periódico local, y vi cómo le dio la vuelta a la entrevista hasta que las dos terminaron hablando durante horas de los problemas familiares de la periodista. Así que cuando me preparé para visitarla de nuevo y discutir Reconociendo el dolor de otros, sabía que no podía andar con pies de plomo.
Actualmente Sontag vive en un hermoso penthouse de techo alto en el distrito de Chelsea, en Manhattan, que es mucho más lujoso que el lugar más modesto en que vivía anteriormente. Me imagino que el nuevo lugar fue costeado con las regalías de la novela histórica El amante del volcán, best-seller traducido a por lo menos 20 idiomas.
Cuando llegué había bullicio: un periodista alemán aún interrogaba a Sontag y las asistentes de la escritora atendían pedidos y preguntas del suplemento literario del Times, de festivales de cine, de grupos de derechos humanos, de universidades, de editores... Por tanto, me senté a platicar con su traductor al italiano, Paolo Dilonardo, otro de sus amigos cercanos que no son famosos.
Cuando al fin se liberó de sus labores, Sontag me saludó con un abrazo cálido (externa fácilmente gestos afectuosos, inclusive a sus desgarbados visitantes ingleses), e insiste en que hablemos sin formalismos antes de comenzar oficialmente la entrevista. La conversación, que no quedó grabada, se llevó una hora o más, y versó sobre un sinfín de temas en los que intervinieron libros y escritores. Me pregunta qué puedo decirle sobre dos escritoras británicas que acaba de descubrir: Hilary Mantel y Jenny Diski (no puedo decirle mucho, lo siento). ''¿Ha leído a Mercel Benabou?'' (Sí). ''¿No es encantador?'' (absolutamente). Luego, y porque Paolo está con nosotros, se refiere a los escritores italianos Petrarca y Leopardi, e Italo Calvino (relee Si en una noche de invierno un viajero), y también al genio portugués Fernando Pessoa. En ese momento sale apresurada de la habitación y regresa con el más extenso trabajo en prosa de Pessoa, El libro de la inquietud, y nos lee extensos fragmentos, deleitándose en la elocuencia llana y melancólica del heterónomo.
Cuando la vi por última vez, hace unos tres años, sufría los efectos de la quimioterapia: su cabello (que por muchos años fue una abundante melena negra con su distintivo mechón blanco, parecido al de Indira Ghandi) se había vuelto gris; caminaba con dificultad y se cansaba fácilmente. Hoy, a los 70 años, se ve plenamente recuperada, llena de vitalidad y entusiasmo. Ríe con facilidad y constantemente salta para tomar de sus repisas copadas otro libro o artículo u objeto.
Más allá de las imágenes, la realidad
Al fin llegó el momento de la entrevista propiamente dicha. Yo había planeado comenzar con la pregunta de qué tanto su nuevo ensayo procedía de sus experiencias en Sarajevo, aunque sólo se refiere brevemente a esa guerra, pero ella se adelanta al mencionar el sitio desde el principio y afirmar que Reconociendo el dolor de otros (el título es una gentil broma polisémica: reconocer, ver; reconocer, respetar; reconocer, interesarse por algo...) no es tanto un libro sobre la fotografía de guerra, sino un libro sobre la guerra misma, más allá de las imágenes y más cerca de la realidad. Y en este aspecto contribuye el hecho de que Sontag pertenece a la pequeñísima fracción de la raza humana que ha visto la guerra de primera mano y no filtrada por los medios.
''El libro proviene de la realidad. El libro es lo opuesto a decir: '¿y qué hay de las imágenes?' Se trata de cómo podemos, y hasta qué grado, asimilar el sufrimiento de otros. ¿Asimilamos algo? Y ahora que el libro está terminado puedo afirmar que es, ante todo, un libro sobre la guerra, sobre la realidad de la guerra. Mi indignación se acrecienta ante las políticas del gobierno estadounidense y la nueva belicosidad oficial de Estados Unidos. Este es un país en el que, a diferencia de Europa del este, la guerra parece ser... -y se detiene para encontrar el término preciso- ...algo bueno.
''No se trata sólo de una cuestión de imágenes. En el pensamiento de los estadounidenses la guerra es aceptable y mucho más que eso. Creen que es aceptable reforzar la hegemonía estadounidense. Considero que es muy plausible decir que la república ha terminado y el imperio ha comenzado, con todo y que éste aún tiene mucho qué aprender y no parece ser muy hábil en la administración colonial. En verdad creo que este perverso gobierno se creyó su propia retórica de que (la guerra en Irak) fue una liberación, y que así la consideraría la mayor parte de la población iraquí. Nunca entendió que los iraquíes -por no decir el resto del mundo- la percibiría como una invasión para conquistar un país. Tuvimos un cambio de régimen; éste no es el viejo Partido Republicano, no es una vieja configuración, es un momento nuevo que está muy conectado con la idea de una guerra permanente. El terrorismo nunca se acaba, y si se está comprometiendo al país a una 'guerra contra el terrorismo', se está haciendo un compromiso con la guerra permanente. Quisiera que este libro contribuyese a que la gente piense qué es la guerra en realidad, sin tener que experimentarla en carne propia".
Sontag ha vivido esa experiencia en varias ocasiones. Durante la guerra de Vietnam, por ejemplo, visitó dos veces el norte del país. También ha escrito, aunque poco, sobre el tiempo que pasó en Sarajevo y el recuento narrativo definitivo de lo que vivió se volvió a publicar en su última colección de ensayos, Cuando cae la tensión.
Pese a los testimonios cuidadosamente reproducidos, la prensa aún repite rumores y calumnias sobre lo que ella hizo. Por tanto, y para dejar las cosas claras, he aquí nuevamente lo que pasó.
''Mi hijo, David Rieff, había ido a Bosnia para escribir sobre la situación. Yo tenía mucho miedo por él, pero al mismo tiempo quería verlo. Conocía a alguien que encabezaba una organización humanitaria y realizaría un viaje allá; le pedí que me dejara ir con ellos. Respondió: 'claro, si te atreves', porque era increíblemente peligroso. Me quedé dos semanas; conocí a mucha gente y les dije: 'si regreso, ¿puedo trabajar aquí? ¿Encontrarían un trabajo para mí? Quería quedarme porque era Europa y porque estaba ocurriendo algo terrible y quería ayudar. No tenía nada que ver con escribir. Sólo hice el compromiso y me quedé hasta que terminó el sitio.
''Hay personas que parecen creer que fui a Sarajevo con la idea de dirigir Esperando a Godot. No hice nada por el estilo. Lo que pasó es que les dije: 'Creo que lo que me interesaría más es trabajar en un hospital. Puedo dar primeros auxilios, también sé escribir a máquina y dar clases a los niños, porque las escuelas estaban cerradas. Puedo hacer películas y dirigir teatro (¡ay, dirigir una obra!). En verdad, por Dios, esa fue la última intención de la lista que mencioné.
''Les pregunté por qué querían que dirigiera una obra y me dijeron en tono indignado: '¡por favor, aquí tenemos actores y están desempleados!' Tuve la misma reacción ignorante de todos los que supieron lo que iba yo a hacer. Pero me dijeron: 'no somos salvajes, ¿sabe? No somos gente que tenga que estar haciendo cola donde se distribuyen el pan y el agua. Tenemos cultura'. Que me dijeran esto me dio tanta vergüenza que acepté.''
Así fue como Sontag y su equipo hicieron la puesta en escena del primer acto de Esperando a Godot, en momentos en que, según un macabro chiste local, todos estaban Esperando a Clinton.
Feminista de facto
Reconociendo el dolor de otros comienza y termina de forma inesperada: con Virginia Woolf y su ensayo sobre la guerra: Tres guineas. Sontag se enorgullece al proclamar su profunda admiración por la prosa de Woolf, y al hacerlo pone hincapié en la cuestión de los géneros: ''la guerra -señala Woolf con delicadeza- es vicio de hombres y no de mujeres''. Para cualquier lector devoto de Sontag esto aparecerá como un giro interesante. No hace falta decir que ella es una heroína feminista por sus propios méritos, por lo que es sorprendente apreciar lo poco que Sontag escribió sobre cuestiones de mujeres hasta, digamos, hace una década.
-¿Está consciente del cambio?
-Sí, y no sé por qué lo hice. Creo que se me olvidó... -se interrumpe con un acceso de risa, burlándose de sí misma. Perdón. Ya sé que suena tonto, pero creo que simplemente se me olvidó hablar de eso. Era real para mí, en mi vida, pero olvidé que tendría que hablar de ello en mis libros.
De forma apropiada, el catalizador de su transición a temas feministas fue el descubrimiento de los ensayos de Woolf: el famoso Un cuarto propio y el menos conocido Tres guineas.
''Me impresionó mucho su valor, porque su postura es impopular actualmente y lo era en sus tiempos; ni siquiera existía en el mapa. Libros como Tres guineas son muy valientes. Me recordaron que, a mi manera, yo estaba de acuerdo con lo que ella decía y lo debía dejar claro. Todo comenzó con los cuatro monólogos de mujeres que están al final de El amante del volcán: ese fue mi momento decisivo. Realmente fue el momento en que me dije: 'voy a hablar sobre mujeres. ¿Por qué no lo había hecho antes? ¿Por qué se me olvidó?'"
Una buena respuesta a esta pregunta es que no tenía escasez de temas. A veces hace la broma, que desde luego no lo es, de que ''todo le interesa'', y en uno de sus pocos ensayos autobiográficos recuerda que siendo niña se forjó por primera vez la idea del escritor como un erudito ávido.
Como es evidente a los pocos minutos de conocerla, sigue amando la literatura con una pasión y una energía muy raras (quizá especialmente raras) en los escritores profesionales y los amantes de los libros, pero insiste: ''No soy escritora de tiempo completo, nunca lo he sido y nunca lo seré. Soy escritora intermitente. Dejo de escribir durante meses, en los que me limito a pasear o a soñar; voy a algún lugar o me intereso en algo. Eso significa que he escrito 16 libros en vez de los 40 o 50 que han escrito mis contemporáneos, como Philip Roth, John Updike y Joyce Carol Oates. Ellos han escrito más libros porque es lo único que hacen. Yo no quiero eso. Me agobio, quiero salir. ¡Voy a Bosnia cada año! Lo he hecho esporádicamente durante tres años y sólo quiero saber qué se siente estar ahí y caminar por las calles que conozco de memoria. Me siento a escuchar a personas que me hablan de sus penas, de sus vidas miserables y de lo mucho que desearían poder irse. Sólo trato de tener fe y mantener mi contacto con lo real''.
Mi labor de entrevistador ha concluido. Ya podemos relajarnos y volver al lujo de la conversación libre y, sobre todo, podemos volver a los libros y a otros escritores. Hablamos de todo, y de pronto aparece el nombre improbable de Anthony Trollope (Paolo Dilonardo lo está leyendo y tradujo al italiano su obra El carcelero). También hablamos de Jacques Roubaud, el poeta matemático y oulipiano* francés, y de Lionel Trilling, el crítico estadounidense, quien es tan grande como pasado de moda y desconocido, y en estos tiempos prácticamente inconseguible.
''El fue muy bueno conmigo en los 60'', recuerda Sontag, lo cual es notable si se toma en cuenta el estupor que existía entonces por los temas que ella defendía en sus ensayos. Cuenta que hay una reciente colección de los escritos de Trilling con el título La obligación moral de ser inteligente, y dice: "¡qué frase tan maravillosa!".
De forma estrictamente confidencial, también me habla de su próxima obra no narrativa, que será un libro breve o un ensayo largo sobre estar enfermo, y también me comenta de su próxima aventura en la ficción, que será una tercera novela histórica a gran escala.
Además de otro abrazo, me obsequia, como regalo de despedida, un libro que recientemente logró rescatar del olvido: Verano en Baden-Baden, del muy desconocido autor ruso Leonid Tsypkin. Es uno de los muchos libros que se halló en algún rincón; lo consideró de belleza deslumbrante e hizo que lo publicaran de nuevo, convenciendo a algún editor de correr el riesgo y con la promesa de escribir un ensayo para que sirviera de prólogo.
Cuando salgo de su casa me doy cuenta de pronto de un obvio paralelismo: su disposición a forjar amistades con gente desconocida que no está de moda es muy semejante a su apetito por salvar del olvido y el descuido a escritores y artistas desconocidos. Uno siempre puede depender de su generosidad hacia los extraños.
* El proyecto de Oulipo fue un movimiento literario francés de los 60 que reunió a matemáticos atraídos por las manifestaciones literarias. Proponían conjugar conceptos matemáticos y restricciones literarias para explorar los recursos de la lengua, que consideraban una sucesión infinita, como los números.
© The Independent. Traducción: Gabriela Fonseca.
La Jornada, México, 11/08/03
Entrevista / Susan Sontag, escritora
En el estadounidense priva la convicción de la hegemonía, lamenta
Kevin Jackson The Independent
En Reconociendo el dolor de otros, su reciente ensayo, invita a pensar en la guerra para no sufrirla en carne propia
"Creo -dice Susan Sontag en tono lacónico- que ya usé seis de mis nueve vidas''. Es un cálculo razonable que vale la pena analizar: la mayoría de los contemporáneos de Sontag pertenecientes a la primera división de la literatura estadounidense no se han enfrentado a nada de mayor riesgo que no sean el adulterio y el divorcio (que ciertamente no son poca cosa), pero cuando Sontag escribe sobre la enfermedad, el dolor y la violencia, lo hace con la autoridad que da la experiencia.
Primero experimentó un encuentro potencialmente mortal con el cáncer, hace un par de décadas. Fue una brutal experiencia que finalmente dio fruto en forma de amplio ensayo, La enfermedad como metáfora, y su continuación, El sida como metáfora.
De manera más reciente, después de que un serio accidente automovilístico la dejó en silla de ruedas durante varios meses, sufrió una peligrosa reincidencia del cáncer que requirió de tratamientos casi tan peligrosos como la enfermedad, pues incluían fuertes dosis de morfina para calmar el insoportable dolor.
En Sarajevo, durante la guerra de Bosnia, Sontag, de manera voluntaria y valerosa, compartió por unos meses las diarias huidas del fuego de bombas, morteros y francotiradores. En tres ocasiones un proyectil pasó rozándola; falló por sólo unos segundos o metros. Estas últimas experiencias también han dado, ahora, un fruto inesperado: su último libro, Reconociendo el dolor de otros.
A primera vista se trata de un concienzudo análisis de fotografías de guerra; algunas reseñas incluso lo han considerado (errónea, aunque comprensiblemente) un capítulo adicional a su estudio vanguardista Sobre la fotografía. Sin embargo, el libro ofrece reflexiones más profundas sobre el sufrimiento humano, la naturaleza de la bondad, los señuelos, los engaños, y la verdad en las imágenes. Es, en resumen, un sumario de lo que significa estar vivo y atento en la zona más rica del mundo al comenzar el siglo XXI, que toma forma de centuria de guerra implacable.
Pero no se piense con base en estos antecedentes que Sontag es una depresiva Virgen de Dolores, como intentan retratar algunos perfiles mal intencionados.
Porque Sontag es una persona que atrae muchos rencores periodísticos. Siempre lo ha hecho, desde que emergió en la escena a principios de los 60 como una mujer brillante y sobrecogedoramente hermosa.
Si su vertiginosa combinación de seriedad moral y erudición la volvieron internacionalmente respetada entre las clases lectoras, fue su atractivo de actriz de cine lo que la convirtió en la menos usual de las rarezas: el intelectual como superestrella.
Por por cada persona que ha leído, digamos, su magnífico ensayo sobre Walter Benjamin, incluido en el libro Bajo el signo de Saturno, debe de haber cientos que han visto su retrato en Vanity Fair o que han escuchado chismes ociosos sobre su larga relación con la prestigiosa fotógrafa de esa revista, Annie Leibowitz.
En estos tiempos desafortunados para su nación, Sontag se ha convertido en blanco de la prensa reaccionaria estadounidense (la combinación del sustantivo prensa estadounidense con el adjetivo reaccionaria está cada vez más cerca de volverse un pleonasmo). Después de su respuesta a las masacres del 11 de septiembre de 2001, publicada en la revista The New Yorker, columnistas de todo el país la llamaron traidora, idiota y títere de Saddam. Unos incluso la apodaron Osama Bin Sontag.
Pero por otro lado, casi dos años después, ''no pasa un día sin que alguien se me acerque en la calle y me agradezca mi valentía, lo cual, por supuesto, me hace reír. No creo haber sido valiente. No creo que se requiera valentía para decir lo que uno piensa, pero así debe parecer a otras personas, porque ahora todo el mundo está intimidado...".
Pues bien, este perfil -le advierto al lector- no será una típica crítica a la escritora. Soy fanático irredento de Sontag. Cuando se me envió por primera vez a entrevistarla a Nueva York, hace unos 15 años, me acerqué a la tarea con una combinación de euforia casi adolescente y terror escénico descarnado. Fui admirador de su obra desde antes de salir de la universidad. Precisamente porque había leído su prosa sabía que me enfrentaría a una mente informada, comprometida y analítica. Sontag no toleraría a los tontos, y yo me sentía más que eso aquella calurosa tarde de verano.
Lo que no me permití pensar (y debí hacerlo si estaba consciente de que sus ensayos sobre literatura, fotografía, danza o cine no reflejan nunca puritanismo, sino todas las variaciones del placer estético) es que su carácter formidable tenía un lado desenfadado, ingenioso, caprichoso y -¿me atreveré a decirlo?- divertido.
Desde aquel encuentro hemos estado en excelentes términos, lo cual vale la pena mencionar no nada más porque quiero alardear de ello (que desde luego es la intención), sino porque los demás amigos de Sontag tampoco son famosos ni, Dios nos guarde, glamorosos. Ella conoce o ha conocido a muchas figuras relevantes de la cultura durante los últimos cuarenta y tantos años, de Barthes a Brodsky y a Barishnikov, pero aún pasa varias semanas al año en Bosnia, visitando a los ciudadanos que conoció durante el sitio, ayudándolos en sus penurias.
En una ocasión, cerca de la frontera de Inglaterra con Gales, la observé conversando con una agradable reportera de un periódico local, y vi cómo le dio la vuelta a la entrevista hasta que las dos terminaron hablando durante horas de los problemas familiares de la periodista. Así que cuando me preparé para visitarla de nuevo y discutir Reconociendo el dolor de otros, sabía que no podía andar con pies de plomo.
Actualmente Sontag vive en un hermoso penthouse de techo alto en el distrito de Chelsea, en Manhattan, que es mucho más lujoso que el lugar más modesto en que vivía anteriormente. Me imagino que el nuevo lugar fue costeado con las regalías de la novela histórica El amante del volcán, best-seller traducido a por lo menos 20 idiomas.
Cuando llegué había bullicio: un periodista alemán aún interrogaba a Sontag y las asistentes de la escritora atendían pedidos y preguntas del suplemento literario del Times, de festivales de cine, de grupos de derechos humanos, de universidades, de editores... Por tanto, me senté a platicar con su traductor al italiano, Paolo Dilonardo, otro de sus amigos cercanos que no son famosos.
Cuando al fin se liberó de sus labores, Sontag me saludó con un abrazo cálido (externa fácilmente gestos afectuosos, inclusive a sus desgarbados visitantes ingleses), e insiste en que hablemos sin formalismos antes de comenzar oficialmente la entrevista. La conversación, que no quedó grabada, se llevó una hora o más, y versó sobre un sinfín de temas en los que intervinieron libros y escritores. Me pregunta qué puedo decirle sobre dos escritoras británicas que acaba de descubrir: Hilary Mantel y Jenny Diski (no puedo decirle mucho, lo siento). ''¿Ha leído a Mercel Benabou?'' (Sí). ''¿No es encantador?'' (absolutamente). Luego, y porque Paolo está con nosotros, se refiere a los escritores italianos Petrarca y Leopardi, e Italo Calvino (relee Si en una noche de invierno un viajero), y también al genio portugués Fernando Pessoa. En ese momento sale apresurada de la habitación y regresa con el más extenso trabajo en prosa de Pessoa, El libro de la inquietud, y nos lee extensos fragmentos, deleitándose en la elocuencia llana y melancólica del heterónomo.
Cuando la vi por última vez, hace unos tres años, sufría los efectos de la quimioterapia: su cabello (que por muchos años fue una abundante melena negra con su distintivo mechón blanco, parecido al de Indira Ghandi) se había vuelto gris; caminaba con dificultad y se cansaba fácilmente. Hoy, a los 70 años, se ve plenamente recuperada, llena de vitalidad y entusiasmo. Ríe con facilidad y constantemente salta para tomar de sus repisas copadas otro libro o artículo u objeto.
Más allá de las imágenes, la realidad
Al fin llegó el momento de la entrevista propiamente dicha. Yo había planeado comenzar con la pregunta de qué tanto su nuevo ensayo procedía de sus experiencias en Sarajevo, aunque sólo se refiere brevemente a esa guerra, pero ella se adelanta al mencionar el sitio desde el principio y afirmar que Reconociendo el dolor de otros (el título es una gentil broma polisémica: reconocer, ver; reconocer, respetar; reconocer, interesarse por algo...) no es tanto un libro sobre la fotografía de guerra, sino un libro sobre la guerra misma, más allá de las imágenes y más cerca de la realidad. Y en este aspecto contribuye el hecho de que Sontag pertenece a la pequeñísima fracción de la raza humana que ha visto la guerra de primera mano y no filtrada por los medios.
''El libro proviene de la realidad. El libro es lo opuesto a decir: '¿y qué hay de las imágenes?' Se trata de cómo podemos, y hasta qué grado, asimilar el sufrimiento de otros. ¿Asimilamos algo? Y ahora que el libro está terminado puedo afirmar que es, ante todo, un libro sobre la guerra, sobre la realidad de la guerra. Mi indignación se acrecienta ante las políticas del gobierno estadounidense y la nueva belicosidad oficial de Estados Unidos. Este es un país en el que, a diferencia de Europa del este, la guerra parece ser... -y se detiene para encontrar el término preciso- ...algo bueno.
''No se trata sólo de una cuestión de imágenes. En el pensamiento de los estadounidenses la guerra es aceptable y mucho más que eso. Creen que es aceptable reforzar la hegemonía estadounidense. Considero que es muy plausible decir que la república ha terminado y el imperio ha comenzado, con todo y que éste aún tiene mucho qué aprender y no parece ser muy hábil en la administración colonial. En verdad creo que este perverso gobierno se creyó su propia retórica de que (la guerra en Irak) fue una liberación, y que así la consideraría la mayor parte de la población iraquí. Nunca entendió que los iraquíes -por no decir el resto del mundo- la percibiría como una invasión para conquistar un país. Tuvimos un cambio de régimen; éste no es el viejo Partido Republicano, no es una vieja configuración, es un momento nuevo que está muy conectado con la idea de una guerra permanente. El terrorismo nunca se acaba, y si se está comprometiendo al país a una 'guerra contra el terrorismo', se está haciendo un compromiso con la guerra permanente. Quisiera que este libro contribuyese a que la gente piense qué es la guerra en realidad, sin tener que experimentarla en carne propia".
Sontag ha vivido esa experiencia en varias ocasiones. Durante la guerra de Vietnam, por ejemplo, visitó dos veces el norte del país. También ha escrito, aunque poco, sobre el tiempo que pasó en Sarajevo y el recuento narrativo definitivo de lo que vivió se volvió a publicar en su última colección de ensayos, Cuando cae la tensión.
Pese a los testimonios cuidadosamente reproducidos, la prensa aún repite rumores y calumnias sobre lo que ella hizo. Por tanto, y para dejar las cosas claras, he aquí nuevamente lo que pasó.
''Mi hijo, David Rieff, había ido a Bosnia para escribir sobre la situación. Yo tenía mucho miedo por él, pero al mismo tiempo quería verlo. Conocía a alguien que encabezaba una organización humanitaria y realizaría un viaje allá; le pedí que me dejara ir con ellos. Respondió: 'claro, si te atreves', porque era increíblemente peligroso. Me quedé dos semanas; conocí a mucha gente y les dije: 'si regreso, ¿puedo trabajar aquí? ¿Encontrarían un trabajo para mí? Quería quedarme porque era Europa y porque estaba ocurriendo algo terrible y quería ayudar. No tenía nada que ver con escribir. Sólo hice el compromiso y me quedé hasta que terminó el sitio.
''Hay personas que parecen creer que fui a Sarajevo con la idea de dirigir Esperando a Godot. No hice nada por el estilo. Lo que pasó es que les dije: 'Creo que lo que me interesaría más es trabajar en un hospital. Puedo dar primeros auxilios, también sé escribir a máquina y dar clases a los niños, porque las escuelas estaban cerradas. Puedo hacer películas y dirigir teatro (¡ay, dirigir una obra!). En verdad, por Dios, esa fue la última intención de la lista que mencioné.
''Les pregunté por qué querían que dirigiera una obra y me dijeron en tono indignado: '¡por favor, aquí tenemos actores y están desempleados!' Tuve la misma reacción ignorante de todos los que supieron lo que iba yo a hacer. Pero me dijeron: 'no somos salvajes, ¿sabe? No somos gente que tenga que estar haciendo cola donde se distribuyen el pan y el agua. Tenemos cultura'. Que me dijeran esto me dio tanta vergüenza que acepté.''
Así fue como Sontag y su equipo hicieron la puesta en escena del primer acto de Esperando a Godot, en momentos en que, según un macabro chiste local, todos estaban Esperando a Clinton.
Feminista de facto
Reconociendo el dolor de otros comienza y termina de forma inesperada: con Virginia Woolf y su ensayo sobre la guerra: Tres guineas. Sontag se enorgullece al proclamar su profunda admiración por la prosa de Woolf, y al hacerlo pone hincapié en la cuestión de los géneros: ''la guerra -señala Woolf con delicadeza- es vicio de hombres y no de mujeres''. Para cualquier lector devoto de Sontag esto aparecerá como un giro interesante. No hace falta decir que ella es una heroína feminista por sus propios méritos, por lo que es sorprendente apreciar lo poco que Sontag escribió sobre cuestiones de mujeres hasta, digamos, hace una década.
-¿Está consciente del cambio?
-Sí, y no sé por qué lo hice. Creo que se me olvidó... -se interrumpe con un acceso de risa, burlándose de sí misma. Perdón. Ya sé que suena tonto, pero creo que simplemente se me olvidó hablar de eso. Era real para mí, en mi vida, pero olvidé que tendría que hablar de ello en mis libros.
De forma apropiada, el catalizador de su transición a temas feministas fue el descubrimiento de los ensayos de Woolf: el famoso Un cuarto propio y el menos conocido Tres guineas.
''Me impresionó mucho su valor, porque su postura es impopular actualmente y lo era en sus tiempos; ni siquiera existía en el mapa. Libros como Tres guineas son muy valientes. Me recordaron que, a mi manera, yo estaba de acuerdo con lo que ella decía y lo debía dejar claro. Todo comenzó con los cuatro monólogos de mujeres que están al final de El amante del volcán: ese fue mi momento decisivo. Realmente fue el momento en que me dije: 'voy a hablar sobre mujeres. ¿Por qué no lo había hecho antes? ¿Por qué se me olvidó?'"
Una buena respuesta a esta pregunta es que no tenía escasez de temas. A veces hace la broma, que desde luego no lo es, de que ''todo le interesa'', y en uno de sus pocos ensayos autobiográficos recuerda que siendo niña se forjó por primera vez la idea del escritor como un erudito ávido.
Como es evidente a los pocos minutos de conocerla, sigue amando la literatura con una pasión y una energía muy raras (quizá especialmente raras) en los escritores profesionales y los amantes de los libros, pero insiste: ''No soy escritora de tiempo completo, nunca lo he sido y nunca lo seré. Soy escritora intermitente. Dejo de escribir durante meses, en los que me limito a pasear o a soñar; voy a algún lugar o me intereso en algo. Eso significa que he escrito 16 libros en vez de los 40 o 50 que han escrito mis contemporáneos, como Philip Roth, John Updike y Joyce Carol Oates. Ellos han escrito más libros porque es lo único que hacen. Yo no quiero eso. Me agobio, quiero salir. ¡Voy a Bosnia cada año! Lo he hecho esporádicamente durante tres años y sólo quiero saber qué se siente estar ahí y caminar por las calles que conozco de memoria. Me siento a escuchar a personas que me hablan de sus penas, de sus vidas miserables y de lo mucho que desearían poder irse. Sólo trato de tener fe y mantener mi contacto con lo real''.
Mi labor de entrevistador ha concluido. Ya podemos relajarnos y volver al lujo de la conversación libre y, sobre todo, podemos volver a los libros y a otros escritores. Hablamos de todo, y de pronto aparece el nombre improbable de Anthony Trollope (Paolo Dilonardo lo está leyendo y tradujo al italiano su obra El carcelero). También hablamos de Jacques Roubaud, el poeta matemático y oulipiano* francés, y de Lionel Trilling, el crítico estadounidense, quien es tan grande como pasado de moda y desconocido, y en estos tiempos prácticamente inconseguible.
''El fue muy bueno conmigo en los 60'', recuerda Sontag, lo cual es notable si se toma en cuenta el estupor que existía entonces por los temas que ella defendía en sus ensayos. Cuenta que hay una reciente colección de los escritos de Trilling con el título La obligación moral de ser inteligente, y dice: "¡qué frase tan maravillosa!".
De forma estrictamente confidencial, también me habla de su próxima obra no narrativa, que será un libro breve o un ensayo largo sobre estar enfermo, y también me comenta de su próxima aventura en la ficción, que será una tercera novela histórica a gran escala.
Además de otro abrazo, me obsequia, como regalo de despedida, un libro que recientemente logró rescatar del olvido: Verano en Baden-Baden, del muy desconocido autor ruso Leonid Tsypkin. Es uno de los muchos libros que se halló en algún rincón; lo consideró de belleza deslumbrante e hizo que lo publicaran de nuevo, convenciendo a algún editor de correr el riesgo y con la promesa de escribir un ensayo para que sirviera de prólogo.
Cuando salgo de su casa me doy cuenta de pronto de un obvio paralelismo: su disposición a forjar amistades con gente desconocida que no está de moda es muy semejante a su apetito por salvar del olvido y el descuido a escritores y artistas desconocidos. Uno siempre puede depender de su generosidad hacia los extraños.
* El proyecto de Oulipo fue un movimiento literario francés de los 60 que reunió a matemáticos atraídos por las manifestaciones literarias. Proponían conjugar conceptos matemáticos y restricciones literarias para explorar los recursos de la lengua, que consideraban una sucesión infinita, como los números.
© The Independent. Traducción: Gabriela Fonseca.
La fotografía y la guerra
Junio 2004
Por Susan Sontag
Durante mucho tiempo -al menos seis decenios-, las fotografías han sentado las bases sobre las que se juzgan y recuerdan los conflictos importantes. El museo de la memoria es ya sobre todo visual. Las fotografías ejercen un poder incomparable en determinar lo que recordamos de los acontecimientos, y ahora parece probable que en definitiva la gente por doquier asociará la vil guerra preventiva que Estados Unidos ha librado en Irak el año pasado con las fotografías de la tortura de los prisioneros iraquíes en la más infame cárcel de Sadam Husein, Abu Ghraib.
El Gobierno de Bush y sus defensores se han empeñado sobre todo en contener un desastre de relaciones públicas -la difusión de las fotografías- más que en enfrentar los complejos crímenes políticos y de mando que revelan estas imágenes. En primer lugar, el reemplazo de la realidad con las propias fotografías. La reacción inicial del Gobierno consistió en afirmar que el presidente estaba indignado y asqueado con las imágenes: como si la falta o el horror recayera en ellas, no en lo que exponen. También se evitó la palabra "tortura". Es posible que los prisioneros hayan sido objeto de "maltrato", en última instancia de "humillaciones": eso era lo más que se estaba dispuesto a reconocer. "Mi impresión es que las acusaciones hasta ahora han sido de 'maltrato', lo cual me parece que es distinto en sentido técnico a tortura", afirmó en una conferencia de prensa el ministro de Defensa, Donald Rumsfeld. "Y, por tanto, no pronunciaré la palabra 'tortura".
La definición de tortura
Las palabras alteran, las palabras añaden, las palabras quitan. Que se evitara tenazmente la palabra "genocidio" mientras más de 800.000 tutsis de Ruanda eran masacrados en unas cuantas semanas por sus vecinos hutus hace diez años, demostró que el Gobierno estadounidense no tenía intención alguna de hacer algo al respecto. Negarse a llamar tortura lo que sucedió en Abu Ghraib -y en otras cárceles de Irak y Afganistán, y en el Campamento Rayos X de la bahía de Guantánamo- es tan indignante como negarse a llamar genocidio lo sucedido en Ruanda. Ésta es la definición usual de tortura que consta en las leyes y tratados internacionales de los que Estados Unidos es signatario: "Todo acto por el cual se inflijan intencionadamente a una persona dolores o sufrimientos graves, ya sean físicos o mentales, con el fin de obtener de ella o de un tercero información o una confesión". (La definición proviene de la Convención Contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes, de 1984, y está presente más o menos con las mismas palabras en leyes consuetudinarias y tratados previos, desde el artículo tercero común a las cuatro convenciones de Ginebra de 1949 hasta numerosos convenios recientes sobre derechos humanos, como el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y las convenciones europeas, africanas e interamericanas de derechos humanos). En la convención de 1984 se declara expresamente que "en ningún caso podrán invocarse circunstancias excepcionales, tales como estado de guerra o amenaza de guerra, inestabilidad política interna o cualquier otra emergencia pública, como justificación de la tortura". Y todos los convenios sobre tortura especifican que ésta incluye los tratos que pretenden humillar a las víctimas, como abandonar a los prisioneros desnudos en celdas y corredores.
Cualesquiera que sean las acciones que emprenda este Gobierno para contener los daños a causa de las crecientes revelaciones de torturas a prisioneros en Abu Ghraib y otros lugares -procesos, juicios militares, inhabilitaciones deshonrosas, renuncia de altos cargos militares y de los funcionarios del Gabinete responsables, e importantes compensaciones a las víctimas-, es probable que la palabra "tortura" siga estando vedada. El reconocimiento de que los estadounidenses torturan a sus prisioneros refutaría todo lo que este Gobierno ha procurado que la gente crea sobre las virtuosas intenciones estadounidenses y la universalidad de sus valores, lo cual es la esencial justificación triunfalista del derecho estadounidense a emprender acciones unilaterales en el escenario mundial en defensa de sus intereses y seguridad.
Incluso cuando el presidente fue al fin obligado, mientras el perjuicio a la reputación del país se extendía y ahondaba en todo el mundo, a enunciar la palabra "perdón", el foco del arrepentimiento aún parecía la lesión a la pretendida superioridad moral estadounidense, a su objetivo hegemónico de traer "la libertad y la democracia" al ignaro Oriente Próximo. Sí, el señor Bush afirmó, de pie junto al rey Abdulah II de Jordania el 6 de mayo en Washington, que lamentaba "la humillación que han sufrido los prisioneros iraquíes y la humillación que han sufrido sus familias". Aunque, continuó, "lamento igualmente que la gente no comprendiera, al ver estas imágenes, el auténtico carácter y corazón de Estados Unidos".
Que el empeño estadounidense en Irak quede compendiado en estas imágenes debe de parecer, entre los que hallaron alguna justificación para una guerra que en efecto derrocó a uno de los tiranos monstruosos del siglo XX, injusto. Una guerra, una ocupación, es inevitablemente un enorme entramado de acciones. ¿Qué hace que algunas sean y otras no sean representativas? La cuestión no es si la tortura fue obra de unos cuantos individuos (en lugar de "todos") -todas las acciones las realizan individuos-, sino si fue sistemática. Autorizada. Condonada. Fue todo lo antedicho. El punto no es si la mayoría o una minoría de estadounidenses ejecutan tales acciones, sino si la naturaleza de las políticas que propugna este Gobierno y la jerarquía desplegada a fin de consumarlas hace que estas acciones resulten más probables.
Así consideradas, las fotografías somos nosotros. Es decir, son representativas de las singulares políticas de este Gobierno y de las corrupciones fundamentales del dominio colonial. Los belgas en el Congo, los franceses en Argelia, cometieron atrocidades idénticas y sometieron a los despreciados y renuentes nativos con torturas y humillaciones sexuales. Añádase a esta corrupción generalizada la desconcertante y casi absoluta falta de preparación de los dirigentes estadounidenses en Irak para hacer frente a las realidades complejas de un país tras su "liberación", es decir, su conquista. Y añádanse las doctrinas globales del Gobierno de Bush, a saber, que Estados Unidos se ha enfrascado en una guerra sin fin (contra un enemigo proteico llamado "terrorismo") y que aquellos detenidos en esta guerra son, si el presidente lo decide así, "combatientes ilegales" -una política que enunció Donald Rumsfeld desde enero de 2002- y, por tanto, en "sentido técnico", como afirmó Rumsfeld, "no tienen derechos" que ampare la Convención de Ginebra, y se tiene la receta perfecta para las crueldades y los crímenes cometidos contra miles de prisioneros sin cargos ni asesoría legal en cárceles gestionadas por estadounidenses y establecidas desde los atentados del 11 de septiembre de 2001.
Así pues, ¿la cuestión central no son las propias fotografías, sino la revelación de lo ocurrido a los "sospechosos" arrestados por Estados Unidos? No: el horror mostrado en las fotografías no puede aislarse del horror del acto de fotografiar, mientras los perpetradores posan, recreándose, junto a sus cautivos indefensos. Los soldados alemanes en la II Guerra Mundial fotografiaron las atrocidades cometidas en Polonia y Rusia, pero las instantáneas en que los verdugos se colocan junto a las víctimas son muy infrecuentes, como puede apreciarse en un libro de reciente publicación, Photographing the Holocaust (Fotografiar el Holocausto), de Janina Struk. Si existe algo comparable a lo expuesto en estas imágenes, serían algunas de las fotografías de las víctimas negras de linchamientos efectuadas entre el decenio de 1880 y los años treinta, que muestran la sonrisa de estadounidenses pueblerinos bajo el cuerpo desnudo y mutilado de un hombre o una mujer colgado de un árbol. Las fotografías de linchamientos eran recuerdos de una acción colectiva cuyos participantes sintieron su conducta del todo justificada. Así son las fotografías de Abu Ghraib.
Si hubiera alguna diferencia, sería la creada por la creciente ubicuidad de las acciones fotográficas. Las imágenes de los linchamientos correspondían a su carácter de trofeo: efectuadas por un fotógrafo cuyo fin era reunirlas y almacenarlas en álbumes, convertirlas en tarjetas postales, exhibirlas. Las fotografías que hicieron los soldados estadounidenses en Abu Ghraib reflejan un cambio en el uso que se hace de las imágenes: menos objeto de conservación que mensajes que han de circular, difundirse. La mayoría de los soldados poseen una cámara digital. Si antaño fotografiar la guerra era terreno de los periodistas gráficos, en la actualidad los soldados mismos son todos fotógrafos -registran su guerra, su esparcimiento, sus observaciones sobre lo que les parece pintoresco, sus atrocidades-, se intercambian imágenes y las envían por correo electrónico a todo el mundo.
Cada vez hay más registros de lo que la gente hace, por su cuenta. Al menos, o sobre todo en Estados Unidos, el ideal de Andy Warhol de rodar hechos reales en tiempo real -si la vida no está montada, ¿por qué debería montarse su registro?- se ha vuelto la norma de millones de transmisiones por Internet, en las que la gente graba su jornada, cada cual en su propio reality show. Aquí me tenéis: despertando, bostezando, desperezándome, cepillándome los dientes, preparando el desayuno, enviando a los chicos al colegio. La gente plasma todos los aspectos de su vida, los almacena en archivos de ordenador, y luego los envía por doquier. La vida familiar acompaña al registro de la vida familiar; incluso cuando, o sobre todo cuando, la familia está en medio de la crisis y el descrédito. Sin duda, la incesante entrega a la videograbación doméstica mutua, en conversación o en monólogo, durante muchos años, fue el material más asombroso de Capturing the Friedmans (2003), el documental de Andrew Jarecki sobre una familia de Long Island implicada en acusaciones de pederastia.
La vida erótica es, para cada vez más personas, lo que se puede capturar en las fotografías o el vídeo digital. Y acaso la tortura resulta más atractiva, a fin de registrarla, cuando tiene un cariz sexual. Sin duda es revelador, a medida que más fotografías de Abu Ghraib se presentan a la luz pública, que las fotografías de las torturas se intercalan con imágenes pornográficas: de soldados estadounidenses manteniendo relaciones sexuales entre ellos, así como con prisioneros iraquíes, y de la coerción ejercida sobre estos presos para que ejecuten, o simulen, actos sexuales recíprocos. De hecho, el tema de casi todas las fotografías de torturas es sexual. (Salvo la imagen, ya canónica, del individuo obligado a permanecer de pie sobre una caja, encapuchado y al que le brotan cables, quizá advertido de que si cae será electrocutado). Con todo, las imágenes de prisioneros atados muchas horas en posiciones dolorosas, o forzados a permanecer de pie otras tantas, con los brazos en alto, son más o menos infrecuentes. No hay duda de que se consideran como tortura: basta ver el terror en el rostro de la víctima. Pero casi todas las imágenes parecen formar parte de una más amplia confluencia de la tortura con la pornografía: una joven que guía a un hombre desnudo con una correa es clásica imaginería dominatriz. Y cabe preguntarse en qué medida las torturas sexuales infligidas a los internos de Abu Ghraib hallaron su inspiración en el vasto repertorio de imaginería pornográfica disponible en Internet y que pretenden emular las personas comunes que en la actualidad se transmiten a sí mismas por la Red.
Vivir es ser fotografiado, poseer el registro de la propia vida, y, por tanto, seguir viviendo, sin reparar, o aseverando que no se repara, en las continuas cortesías de la cámara; o detenerse y posar. Actuar es participar en la comunidad de las acciones registradas como imágenes. La expresión de complacencia ante las torturas infligidas a víctimas indefensas, atadas y desnudas es sólo parte de la historia. Hay una complacencia primordial en ser fotografiado, a lo cual no se tiende a reaccionar hoy día con una mirada fija, directa y austera (como antaño), sino con regocijo. Los hechos están en parte concebidos para ser fotografiados. La sonrisa es una sonrisa dedicada a la cámara. Algo faltaría si, tras apilar a hombres desnudos, no se les pudiera hacer una foto.
Sonrisa digital
Al mirar estas imágenes, cabe preguntarse: ¿cómo puede alguien sonreír ante los sufrimientos y la humillación de otro ser humano? ¿Situar perros guardianes frente a los genitales y las piernas de prisioneros desnudos encogidos de miedo? ¿Violar y sodomizar a los prisioneros? ¿Forzar a prisioneros con capucha y grilletes a masturbarse o a cometer actos sexuales entre ellos? Y da la impresión de que es una pregunta ingenua, pues la respuesta es, evidentemente: las personas hacen esto a otras personas. La violación y el dolor infligido a los genitales están entre las formas de tortura más comunes. No sólo en los campos de concentración nazis y en Abu Ghraib cuando lo gestionaba Sadam Husein. Los estadounidenses también lo han hecho y lo siguen haciendo, cuando se les dice o se les incita a sentir que aquellos sobre los cuales ejercen un poder absoluto merecen el maltrato, la humillación, el tormento. Cuando se les lleva a creer que la gente a la que torturan pertenece a una religión o raza inferior y despreciable. Pues la significación de estas imágenes no consiste sólo en que se ejecutaron estos actos, sino en que, además, sus perpetradores no supusieron nada condenable en lo que muestran las imágenes. Y lo más detestable, pues se pretendía que las fotos circularan y mucha gente las viera, es que todo eso había sido divertido. Y esta noción de esparcimiento es, por desgracia -y contrariamente a lo que el señor Bush le cuenta al mundo-, cada vez más parte "de la verdadera naturaleza y el corazón de Estados Unidos".
Es difícil evaluar la creciente aceptación de la brutalidad en la vida estadounidense, pero las pruebas están por doquier, desde los videojuegos de asesinatos que son el espectáculo principal de los chicos -¿cuánto tardará en llegar el videojuego Interroga a los terroristas?- hasta la violencia ya endémica en los ritos grupales de la juventud en un acceso de euforia. Los crímenes violentos están a la baja, si bien ha aumentado el fácil regodeo en la violencia. Desde los rudos vejámenes infligidos a los alumnos recién llegados en numerosos bachilleratos de las urbanizaciones estadounidenses -retratados en la película de Richard Linklater Dazed and confused (Jóvenes desorientados) (1993)- hasta las novatadas rituales con brutalidades físicas y humillaciones sexuales institucionalizadas en las escuelas, universidades y equipos deportivos, Estados Unidos se ha convertido en un país en el que las fantasías y la ejecución de la violencia se tienen por un buen espectáculo, por diversión.
Lo que antaño se apartaba como pornográfico, como ejercicio de extremos anhelos sadomasoquistas -como en la última y casi insoportable película de Pasolini, Saló (1975), que exhibe orgías de suplicios en un reducto fascista del norte italiano en las postrimerías de la época de Mussolini-, en la actualidad se normaliza, por los apóstoles de los nuevos Estados Unidos belicosos e imperiales, como una animada travesura y desahogo. "Apilar hombres desnudos" es como una travesura de fraternidad universitaria, afirmó un oyente a Rush Limbaugh y a veinte millones de estadounidenses que escuchan su programa radiofónico. Cabe preguntar si el que llamó había visto las fotografías. No importa. La observación, ¿o acaso la fantasía?, es muy acertada. Lo que tal vez aún pueda escandalizar a algunos estadounidenses fue la respuesta de Limbaugh: "¡Exacto!", exclamó. "Justo lo que digo. No es muy distinto de lo que ocurre en una iniciación de Skull and Bones. Vamos a arruinar la vida de unas personas por eso y a entorpecer nuestros esfuerzos militares y luego vamos a cascarlos a ellos en serio porque se lo pasaron bomba". "Ellos" son los soldados estadounidenses, los torturadores. Y Limbaugh continuó: "Vamos, a esta gente le están disparando todos los días. Estoy hablando de estas personas, de gente que lo está pasando bien. ¿Es que nadie recuerda lo que es una descarga emocional?".
Humillación como diversión
Es probable que buena parte de los estadounidenses prefiera pensar que está bien torturar y humillar a otros seres humanos -los cuales, en calidad de enemigos putativos o presuntos, han perdido todos sus derechos- que reconocer el disparate, la ineptitud y el timo de la aventura estadounidense en Irak. En cuanto a la tortura y la humillación como diversión, parece que hay poco que oponer a esta tendencia mientras Estados Unidos se convierte en un Estado de guarniciones, en el que los patriotas se definen como respetuosos incondicionales del poderío militar y en el que se necesita el máximo de vigilancia en el interior. Conmoción y pavor fue lo que nuestros militares prometieron a los iraquíes que se resistieran a los libertadores estadounidenses. Y conmoción y horror es lo que han transmitido los estadounidenses según pregonan al mundo estas fotografías: una pauta de conducta criminal que desafía y desprecia manifiestamente las convenciones humanitarias internacionales. Hoy día, los soldados posan, con pulgares aprobatorios, ante las atrocidades que cometen, y envían fotografías a sus compañeros y familiares. ¿Debería sorprendernos siquiera? La nuestra es una sociedad en la cual antaño habríamos hecho lo imposible por ocultar los secretos de la vida privada, pero en la actualidad clamamos por una invitación para revelarlos en un programa de televisión. Lo que estas fotografías ilustran es tanto la cultura de la desvergüenza como la reinante admiración a la brutalidad contumaz.
La noción de que las "disculpas" o las profesiones de "repugnancia" o "aborrecimiento" por parte del presidente y el ministro de Defensa son respuesta suficiente a la tortura sistemática de los prisioneros revelada en Abu Ghraib es un ultraje a nuestro sentido moral e histórico. La tortura de prisioneros no es una aberración. Es la consecuencia directa de una ideología global de lucha en la que "estás conmigo o en mi contra" y con la que el Gobierno de Bush ha procurado cambiar, de modo radical, la postura internacional de Estados Unidos y refundir muchas instituciones y prerrogativas nacionales. El Gobierno de Bush ha empeñado al país en una doctrina bélica seudorreligiosa, de guerra sin fin; pues la "guerra contra el terror" no es más que eso. Lo que ha sucedido en el nuevo imperio carcelario internacional que gestiona el ejército estadounidense excede incluso los escandalosos procedimientos de la isla del Diablo francesa o el sistema del Gulag de la Rusia soviética, ya que en el caso de la colonia penal francesa hubo, primero, juicios y sentencias, y en el del imperio penitenciario ruso, cargos de algún tipo y una sentencia que duraba años explícitos. La guerra sin fin se emplea para justificar encarcelamientos sin fin: sin cargos, sin revelar el nombre de los prisioneros o sin facilidades para que se comuniquen con sus familias o abogados, sin juicios, sin sentencias. Los detenidos en el alegal imperio penitenciario estadounidense son "detenidos"; "prisioneros", una palabra recientemente obsoleta, podría suponer que tienen derechos conferidos por las leyes internacionales y la ley de todos los países civilizados. Esta "Guerra Global Contra el Terror" -en la cual se han mezclado por decreto del Pentágono tanto la justificable invasión de Afganistán como el irreducible disparate en Irak- acarrea inevitablemente la deshumanización de todo aquel que el Gobierno de Bush declara posible terrorista: una definición indiscutible y que casi siempre se adopta en secreto.
Puesto que las imputaciones contra la mayoría de las personas detenidas en las prisiones iraquíes y afganas son inexistentes -el Comité Internacional de la Cruz Roja informa de que entre el 70% y el 90% de los recluidos no parece haber cometido otro delito más que el de encontrarse en el sitio y el momento inoportunos, capturados en alguna redada de "sospechosos"-, la justificación principal para retenerlos es el "interrogatorio". ¿Interrogarlos sobre qué? Sobre cualquier cosa. Lo que el detenido pueda llegar a saber. Si el interrogatorio es el motivo por el cual se detiene a los prisioneros indefinidamente, entonces la coerción física, la humillación y la tortura resultan inevitables.
Acopio de información
Recuérdese: no nos referimos a una situación extraordinaria, al escenario de una "bomba de efecto retardado", lo cual a veces se aduce como caso límite para justificar la tortura de prisioneros que están al tanto de un atentado inminente. Se trata del acopio de información no específica o general autorizado por militares estadounidenses y funcionarios civiles a fin de saber más del indefinido imperio de malhechores sobre el que Estados Unidos casi nada sabe, en países acerca de los cuales es especialmente ignorante: en principio, toda "información" cualquiera podría ser útil. Un interrogatorio que no produjera información (no importa en qué consista) se consideraría un fracaso. Por ello se justifica aún más la preparación de los prisioneros para que hablen. Ablandarlos, presionarlos: éstos suelen ser los eufemismos de las costumbres bestiales que han cundido en las cárceles estadounidenses donde están recluidos los "sospechosos de terrorismo". Al parecer, infortunadamente, poco más que unos cuantos fueron "presionados" demasiado y murieron.
Las imágenes no desaparecerán. Es la naturaleza del mundo digital en que vivimos. En efecto, parecen haber sido necesarias para que los dirigentes estadounidenses reconocieran que tenían un problema entre las manos. Con todo, el informe remitido por el Comité Internacional de la Cruz Roja y otros informes periodísticos y protestas de organizaciones humanitarias sobre los castigos atroces infligidos a los "detenidos" y "sospechosos de terrorismo" en las prisiones gestionadas por soldados estadounidenses han estado circulando durante más de un año. Es improbable que el señor Bush o el señor Cheney, la señora Rice o el señor Rumsfeld hayan leído esos informes. Al parecer, las fotografías fueron lo que reclamó su atención, cuando resultaba ya patente que no podían suprimirse; las fotografías hicieron todo esto "realidad" para el presidente y sus cómplices. Hasta entonces sólo hubo palabras, que resulta más fácil encubrir, y más fácil olvidar, en la era de nuestra reproducción y diseminación digital infinitas.
Así pues, las fotografías seguirán "asaltándonos", como están siendo inducidos a sentir muchos estadounidenses. ¿Se acostumbrará la gente a ellas? Algunos afirman que ya han visto "suficiente". No, sin embargo, el resto del mundo. La guerra sin fin: un torrente sin fin de fotografías. ¿Los editores de periódicos, revistas y televisiones estadounidenses discutirán ahora que mostrar otras más, o mostrarlas sin recortar (lo cual, con algunas de las imágenes más conocidas, procura una visión diferente y en algunos casos más horrorosa de las atrocidades cometidas en Abu Ghraib), sería de "mal gusto" o una acción política manifiesta? Por "político" entiéndase: crítico de la guerra sin fin del Gobierno de Bush. Pues no puede haber duda de que las fotografías perjudican, como ha testificado el señor Rumsfeld, la reputación de "los hombres y mujeres honorables de las Fuerzas Armadas que con valentía, responsabilidad y profesionalismo están protegiendo nuestras libertades en todo el mundo". Este perjuicio -a nuestra reputación, nuestra imagen, nuestro éxito en cuanto potencia imperial- es lo que deplora sobre todo el Gobierno de Bush. Cómo es que la protección de "nuestras libertades" -y en este punto se trata sólo de la libertad de los estadounidenses, 5% de la población del planeta- precisa del despliegue de soldados estadounidenses en cualquier país que le plazca ("en todo el mundo") es algo que difícilmente se debate entre nuestros funcionarios elegidos. Estados Unidos se ve a sí mismo como víctima potencial o futura del terror. Estados Unidos sólo está defendiéndose de enemigos implacables y furtivos.
La reacción ya se ha hecho sentir. Se aconseja a los estadounidenses no dejarse llevar por una orgía de reproches. La publicación continuada de las imágenes está siendo interpretada por muchos estadounidenses como una indicación de que no tenemos derecho a defendernos. Al fin y al cabo, ellos (los terroristas, los fanáticos) comenzaron. Ellos -¿Osama Bin Laden? ¿Sadam Husein? ¿Qué importa?- nos atacaron primero. James Inhofe, republicano de Oklahoma y miembro del Comité de las Fuerzas Armadas del Senado, ante el cual testificó el ministro de Defensa, confesó su certidumbre de no ser el único miembro "más indignado por la indignación" que causó lo que exponen las fotografías. "Se sabe que estos prisioneros, explicó el senador Inhofe, "no están ahí por sanciones de tráfico. Si estos prisioneros están en el bloque 1-A o 1-B es porque son asesinos, son terroristas, son insurgentes. Es probable que muchos tengan las manos manchadas de sangre estadounidense y aquí estamos preocupados sobre el trato que se les da a estos individuos". La culpa es de "los medios" -llamados habitualmente "medios liberales"-, que provocan, y seguirán provocando, más violencia contra los estadounidenses en el mundo. "Ellos" se vengarán de "nosotros". Morirán más estadounidenses. Por estas fotografías. Y las fotos engendrarán más fotos: "su" respuesta a las "nuestras".
Sería un error manifiesto permitir que estas revelaciones sobre la connivencia militar y civil estadounidense para torturar en la "guerra mundial contra el terrorismo" se conviertan en la historia de la guerra de -y contra- las imágenes. No es a causa de las fotografías, sino a causa de lo que revelan que está sucediendo, sucediendo por orden y complicidad de una cadena de mando que alcanza los más altos niveles del Gobierno de Bush. Pero la distinción -entre fotografía y realidad, entre política y manipulación- se puede desvanecer con facilidad. Eso es lo que espera este Gobierno que ocurra.
También vídeos
"Hay muchas más fotografías y vídeos -reconoció el señor Rumsfeld en su testimonio-. Si se difunden entre el público, este asunto, evidentemente, empeorará". Empeorará para el Gobierno y sus programas, presumiblemente, no para quienes son víctimas potenciales y actuales de la tortura. Los medios podrían censurarse a sí mismos, como acostumbran. Pero, según reconoció el señor Rumsfeld, es difícil censurar a los soldados en ultramar que no escriben, como antaño, cartas a casa que los censores militares pueden abrir para tachar los fragmentos inaceptables, sino que se desempeñan como turistas; en palabras del señor Rumsfeld: "Nos sorprende que vayan por ahí con cámaras digitales tomando fotografías increíbles, y luego las pasen, al margen de la ley, a los medios". Los esfuerzos del Gobierno por detener la marea de fotografías se desarrollan en varios frentes. En la actualidad, el argumento está adoptando un cariz legalista: las fotografías se clasifican ahora como "pruebas" en causas futuras, cuyo resultado podría verse afectado si son dadas a conocer al público. Siempre se sostendrá que las imágenes más recientes, que, según se informa, contienen horrendas imágenes de violencia ejercida contra los prisioneros y humillaciones sexuales, no han de difundirse. El presidente del Comité de las Fuerzas Armadas del Senado, el republicano John Warner, de Virginia, después de examinar con otros legisladores la muestra de diapositivas del 12 de mayo con más horrendas imágenes de humillación sexual y violencia contra los prisioneros iraquíes, dijo que, en su "enérgica" opinión, las fotografías más recientes "no deberían hacerse públicas. Me parece que podrían poner en riesgo a los hombres y mujeres de las Fuerzas Armadas mientras están prestando su servicio en medio de grandes peligros".
Pero el impulso más decidido para restringir la disponibilidad de las fotografías provendrá del empeño incesante en proteger al Gobierno de Bush y encubrir el desgobierno estadounidense en Irak; en equiparar la "indignación" a causa de las fotografías con una campaña para socavar el poderío militar estadounidense y los propósitos que sirve en la actualidad. Del mismo modo en que muchos tuvieron por una implícita crítica de la guerra la transmisión televisada de fotografías de soldados estadounidenses muertos en el curso de la invasión y ocupación de Irak, se tendrá cada vez más por antipatriota la propagación de las nuevas fotografías que mancillen aún más la reputación -es decir, la imagen- de Estados Unidos.
Con todo, estamos en guerra. Una guerra sin fin. Y la guerra es el infierno. "No me importa lo que digan los abogados internacionales, vamos a machacarlos" (George W. Bush, 11 de septiembre de 2001). Vaya, sólo nos estamos divirtiendo. En nuestra sala de espejos digital, las imágenes no se desvanecerán. Sí, al parecer, una imagen dice más que mil palabras. E incluso si nuestros dirigentes prefieren no mirarlas, habrá miles de instantáneas y vídeos adicionales. Incontenibles.
© Susan Sontag, 2004. Traducción: Aurelio Major
Junio 2004
Por Susan Sontag
Durante mucho tiempo -al menos seis decenios-, las fotografías han sentado las bases sobre las que se juzgan y recuerdan los conflictos importantes. El museo de la memoria es ya sobre todo visual. Las fotografías ejercen un poder incomparable en determinar lo que recordamos de los acontecimientos, y ahora parece probable que en definitiva la gente por doquier asociará la vil guerra preventiva que Estados Unidos ha librado en Irak el año pasado con las fotografías de la tortura de los prisioneros iraquíes en la más infame cárcel de Sadam Husein, Abu Ghraib.
El Gobierno de Bush y sus defensores se han empeñado sobre todo en contener un desastre de relaciones públicas -la difusión de las fotografías- más que en enfrentar los complejos crímenes políticos y de mando que revelan estas imágenes. En primer lugar, el reemplazo de la realidad con las propias fotografías. La reacción inicial del Gobierno consistió en afirmar que el presidente estaba indignado y asqueado con las imágenes: como si la falta o el horror recayera en ellas, no en lo que exponen. También se evitó la palabra "tortura". Es posible que los prisioneros hayan sido objeto de "maltrato", en última instancia de "humillaciones": eso era lo más que se estaba dispuesto a reconocer. "Mi impresión es que las acusaciones hasta ahora han sido de 'maltrato', lo cual me parece que es distinto en sentido técnico a tortura", afirmó en una conferencia de prensa el ministro de Defensa, Donald Rumsfeld. "Y, por tanto, no pronunciaré la palabra 'tortura".
La definición de tortura
Las palabras alteran, las palabras añaden, las palabras quitan. Que se evitara tenazmente la palabra "genocidio" mientras más de 800.000 tutsis de Ruanda eran masacrados en unas cuantas semanas por sus vecinos hutus hace diez años, demostró que el Gobierno estadounidense no tenía intención alguna de hacer algo al respecto. Negarse a llamar tortura lo que sucedió en Abu Ghraib -y en otras cárceles de Irak y Afganistán, y en el Campamento Rayos X de la bahía de Guantánamo- es tan indignante como negarse a llamar genocidio lo sucedido en Ruanda. Ésta es la definición usual de tortura que consta en las leyes y tratados internacionales de los que Estados Unidos es signatario: "Todo acto por el cual se inflijan intencionadamente a una persona dolores o sufrimientos graves, ya sean físicos o mentales, con el fin de obtener de ella o de un tercero información o una confesión". (La definición proviene de la Convención Contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes, de 1984, y está presente más o menos con las mismas palabras en leyes consuetudinarias y tratados previos, desde el artículo tercero común a las cuatro convenciones de Ginebra de 1949 hasta numerosos convenios recientes sobre derechos humanos, como el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y las convenciones europeas, africanas e interamericanas de derechos humanos). En la convención de 1984 se declara expresamente que "en ningún caso podrán invocarse circunstancias excepcionales, tales como estado de guerra o amenaza de guerra, inestabilidad política interna o cualquier otra emergencia pública, como justificación de la tortura". Y todos los convenios sobre tortura especifican que ésta incluye los tratos que pretenden humillar a las víctimas, como abandonar a los prisioneros desnudos en celdas y corredores.
Cualesquiera que sean las acciones que emprenda este Gobierno para contener los daños a causa de las crecientes revelaciones de torturas a prisioneros en Abu Ghraib y otros lugares -procesos, juicios militares, inhabilitaciones deshonrosas, renuncia de altos cargos militares y de los funcionarios del Gabinete responsables, e importantes compensaciones a las víctimas-, es probable que la palabra "tortura" siga estando vedada. El reconocimiento de que los estadounidenses torturan a sus prisioneros refutaría todo lo que este Gobierno ha procurado que la gente crea sobre las virtuosas intenciones estadounidenses y la universalidad de sus valores, lo cual es la esencial justificación triunfalista del derecho estadounidense a emprender acciones unilaterales en el escenario mundial en defensa de sus intereses y seguridad.
Incluso cuando el presidente fue al fin obligado, mientras el perjuicio a la reputación del país se extendía y ahondaba en todo el mundo, a enunciar la palabra "perdón", el foco del arrepentimiento aún parecía la lesión a la pretendida superioridad moral estadounidense, a su objetivo hegemónico de traer "la libertad y la democracia" al ignaro Oriente Próximo. Sí, el señor Bush afirmó, de pie junto al rey Abdulah II de Jordania el 6 de mayo en Washington, que lamentaba "la humillación que han sufrido los prisioneros iraquíes y la humillación que han sufrido sus familias". Aunque, continuó, "lamento igualmente que la gente no comprendiera, al ver estas imágenes, el auténtico carácter y corazón de Estados Unidos".
Que el empeño estadounidense en Irak quede compendiado en estas imágenes debe de parecer, entre los que hallaron alguna justificación para una guerra que en efecto derrocó a uno de los tiranos monstruosos del siglo XX, injusto. Una guerra, una ocupación, es inevitablemente un enorme entramado de acciones. ¿Qué hace que algunas sean y otras no sean representativas? La cuestión no es si la tortura fue obra de unos cuantos individuos (en lugar de "todos") -todas las acciones las realizan individuos-, sino si fue sistemática. Autorizada. Condonada. Fue todo lo antedicho. El punto no es si la mayoría o una minoría de estadounidenses ejecutan tales acciones, sino si la naturaleza de las políticas que propugna este Gobierno y la jerarquía desplegada a fin de consumarlas hace que estas acciones resulten más probables.
Así consideradas, las fotografías somos nosotros. Es decir, son representativas de las singulares políticas de este Gobierno y de las corrupciones fundamentales del dominio colonial. Los belgas en el Congo, los franceses en Argelia, cometieron atrocidades idénticas y sometieron a los despreciados y renuentes nativos con torturas y humillaciones sexuales. Añádase a esta corrupción generalizada la desconcertante y casi absoluta falta de preparación de los dirigentes estadounidenses en Irak para hacer frente a las realidades complejas de un país tras su "liberación", es decir, su conquista. Y añádanse las doctrinas globales del Gobierno de Bush, a saber, que Estados Unidos se ha enfrascado en una guerra sin fin (contra un enemigo proteico llamado "terrorismo") y que aquellos detenidos en esta guerra son, si el presidente lo decide así, "combatientes ilegales" -una política que enunció Donald Rumsfeld desde enero de 2002- y, por tanto, en "sentido técnico", como afirmó Rumsfeld, "no tienen derechos" que ampare la Convención de Ginebra, y se tiene la receta perfecta para las crueldades y los crímenes cometidos contra miles de prisioneros sin cargos ni asesoría legal en cárceles gestionadas por estadounidenses y establecidas desde los atentados del 11 de septiembre de 2001.
Así pues, ¿la cuestión central no son las propias fotografías, sino la revelación de lo ocurrido a los "sospechosos" arrestados por Estados Unidos? No: el horror mostrado en las fotografías no puede aislarse del horror del acto de fotografiar, mientras los perpetradores posan, recreándose, junto a sus cautivos indefensos. Los soldados alemanes en la II Guerra Mundial fotografiaron las atrocidades cometidas en Polonia y Rusia, pero las instantáneas en que los verdugos se colocan junto a las víctimas son muy infrecuentes, como puede apreciarse en un libro de reciente publicación, Photographing the Holocaust (Fotografiar el Holocausto), de Janina Struk. Si existe algo comparable a lo expuesto en estas imágenes, serían algunas de las fotografías de las víctimas negras de linchamientos efectuadas entre el decenio de 1880 y los años treinta, que muestran la sonrisa de estadounidenses pueblerinos bajo el cuerpo desnudo y mutilado de un hombre o una mujer colgado de un árbol. Las fotografías de linchamientos eran recuerdos de una acción colectiva cuyos participantes sintieron su conducta del todo justificada. Así son las fotografías de Abu Ghraib.
Si hubiera alguna diferencia, sería la creada por la creciente ubicuidad de las acciones fotográficas. Las imágenes de los linchamientos correspondían a su carácter de trofeo: efectuadas por un fotógrafo cuyo fin era reunirlas y almacenarlas en álbumes, convertirlas en tarjetas postales, exhibirlas. Las fotografías que hicieron los soldados estadounidenses en Abu Ghraib reflejan un cambio en el uso que se hace de las imágenes: menos objeto de conservación que mensajes que han de circular, difundirse. La mayoría de los soldados poseen una cámara digital. Si antaño fotografiar la guerra era terreno de los periodistas gráficos, en la actualidad los soldados mismos son todos fotógrafos -registran su guerra, su esparcimiento, sus observaciones sobre lo que les parece pintoresco, sus atrocidades-, se intercambian imágenes y las envían por correo electrónico a todo el mundo.
Cada vez hay más registros de lo que la gente hace, por su cuenta. Al menos, o sobre todo en Estados Unidos, el ideal de Andy Warhol de rodar hechos reales en tiempo real -si la vida no está montada, ¿por qué debería montarse su registro?- se ha vuelto la norma de millones de transmisiones por Internet, en las que la gente graba su jornada, cada cual en su propio reality show. Aquí me tenéis: despertando, bostezando, desperezándome, cepillándome los dientes, preparando el desayuno, enviando a los chicos al colegio. La gente plasma todos los aspectos de su vida, los almacena en archivos de ordenador, y luego los envía por doquier. La vida familiar acompaña al registro de la vida familiar; incluso cuando, o sobre todo cuando, la familia está en medio de la crisis y el descrédito. Sin duda, la incesante entrega a la videograbación doméstica mutua, en conversación o en monólogo, durante muchos años, fue el material más asombroso de Capturing the Friedmans (2003), el documental de Andrew Jarecki sobre una familia de Long Island implicada en acusaciones de pederastia.
La vida erótica es, para cada vez más personas, lo que se puede capturar en las fotografías o el vídeo digital. Y acaso la tortura resulta más atractiva, a fin de registrarla, cuando tiene un cariz sexual. Sin duda es revelador, a medida que más fotografías de Abu Ghraib se presentan a la luz pública, que las fotografías de las torturas se intercalan con imágenes pornográficas: de soldados estadounidenses manteniendo relaciones sexuales entre ellos, así como con prisioneros iraquíes, y de la coerción ejercida sobre estos presos para que ejecuten, o simulen, actos sexuales recíprocos. De hecho, el tema de casi todas las fotografías de torturas es sexual. (Salvo la imagen, ya canónica, del individuo obligado a permanecer de pie sobre una caja, encapuchado y al que le brotan cables, quizá advertido de que si cae será electrocutado). Con todo, las imágenes de prisioneros atados muchas horas en posiciones dolorosas, o forzados a permanecer de pie otras tantas, con los brazos en alto, son más o menos infrecuentes. No hay duda de que se consideran como tortura: basta ver el terror en el rostro de la víctima. Pero casi todas las imágenes parecen formar parte de una más amplia confluencia de la tortura con la pornografía: una joven que guía a un hombre desnudo con una correa es clásica imaginería dominatriz. Y cabe preguntarse en qué medida las torturas sexuales infligidas a los internos de Abu Ghraib hallaron su inspiración en el vasto repertorio de imaginería pornográfica disponible en Internet y que pretenden emular las personas comunes que en la actualidad se transmiten a sí mismas por la Red.
Vivir es ser fotografiado, poseer el registro de la propia vida, y, por tanto, seguir viviendo, sin reparar, o aseverando que no se repara, en las continuas cortesías de la cámara; o detenerse y posar. Actuar es participar en la comunidad de las acciones registradas como imágenes. La expresión de complacencia ante las torturas infligidas a víctimas indefensas, atadas y desnudas es sólo parte de la historia. Hay una complacencia primordial en ser fotografiado, a lo cual no se tiende a reaccionar hoy día con una mirada fija, directa y austera (como antaño), sino con regocijo. Los hechos están en parte concebidos para ser fotografiados. La sonrisa es una sonrisa dedicada a la cámara. Algo faltaría si, tras apilar a hombres desnudos, no se les pudiera hacer una foto.
Sonrisa digital
Al mirar estas imágenes, cabe preguntarse: ¿cómo puede alguien sonreír ante los sufrimientos y la humillación de otro ser humano? ¿Situar perros guardianes frente a los genitales y las piernas de prisioneros desnudos encogidos de miedo? ¿Violar y sodomizar a los prisioneros? ¿Forzar a prisioneros con capucha y grilletes a masturbarse o a cometer actos sexuales entre ellos? Y da la impresión de que es una pregunta ingenua, pues la respuesta es, evidentemente: las personas hacen esto a otras personas. La violación y el dolor infligido a los genitales están entre las formas de tortura más comunes. No sólo en los campos de concentración nazis y en Abu Ghraib cuando lo gestionaba Sadam Husein. Los estadounidenses también lo han hecho y lo siguen haciendo, cuando se les dice o se les incita a sentir que aquellos sobre los cuales ejercen un poder absoluto merecen el maltrato, la humillación, el tormento. Cuando se les lleva a creer que la gente a la que torturan pertenece a una religión o raza inferior y despreciable. Pues la significación de estas imágenes no consiste sólo en que se ejecutaron estos actos, sino en que, además, sus perpetradores no supusieron nada condenable en lo que muestran las imágenes. Y lo más detestable, pues se pretendía que las fotos circularan y mucha gente las viera, es que todo eso había sido divertido. Y esta noción de esparcimiento es, por desgracia -y contrariamente a lo que el señor Bush le cuenta al mundo-, cada vez más parte "de la verdadera naturaleza y el corazón de Estados Unidos".
Es difícil evaluar la creciente aceptación de la brutalidad en la vida estadounidense, pero las pruebas están por doquier, desde los videojuegos de asesinatos que son el espectáculo principal de los chicos -¿cuánto tardará en llegar el videojuego Interroga a los terroristas?- hasta la violencia ya endémica en los ritos grupales de la juventud en un acceso de euforia. Los crímenes violentos están a la baja, si bien ha aumentado el fácil regodeo en la violencia. Desde los rudos vejámenes infligidos a los alumnos recién llegados en numerosos bachilleratos de las urbanizaciones estadounidenses -retratados en la película de Richard Linklater Dazed and confused (Jóvenes desorientados) (1993)- hasta las novatadas rituales con brutalidades físicas y humillaciones sexuales institucionalizadas en las escuelas, universidades y equipos deportivos, Estados Unidos se ha convertido en un país en el que las fantasías y la ejecución de la violencia se tienen por un buen espectáculo, por diversión.
Lo que antaño se apartaba como pornográfico, como ejercicio de extremos anhelos sadomasoquistas -como en la última y casi insoportable película de Pasolini, Saló (1975), que exhibe orgías de suplicios en un reducto fascista del norte italiano en las postrimerías de la época de Mussolini-, en la actualidad se normaliza, por los apóstoles de los nuevos Estados Unidos belicosos e imperiales, como una animada travesura y desahogo. "Apilar hombres desnudos" es como una travesura de fraternidad universitaria, afirmó un oyente a Rush Limbaugh y a veinte millones de estadounidenses que escuchan su programa radiofónico. Cabe preguntar si el que llamó había visto las fotografías. No importa. La observación, ¿o acaso la fantasía?, es muy acertada. Lo que tal vez aún pueda escandalizar a algunos estadounidenses fue la respuesta de Limbaugh: "¡Exacto!", exclamó. "Justo lo que digo. No es muy distinto de lo que ocurre en una iniciación de Skull and Bones. Vamos a arruinar la vida de unas personas por eso y a entorpecer nuestros esfuerzos militares y luego vamos a cascarlos a ellos en serio porque se lo pasaron bomba". "Ellos" son los soldados estadounidenses, los torturadores. Y Limbaugh continuó: "Vamos, a esta gente le están disparando todos los días. Estoy hablando de estas personas, de gente que lo está pasando bien. ¿Es que nadie recuerda lo que es una descarga emocional?".
Humillación como diversión
Es probable que buena parte de los estadounidenses prefiera pensar que está bien torturar y humillar a otros seres humanos -los cuales, en calidad de enemigos putativos o presuntos, han perdido todos sus derechos- que reconocer el disparate, la ineptitud y el timo de la aventura estadounidense en Irak. En cuanto a la tortura y la humillación como diversión, parece que hay poco que oponer a esta tendencia mientras Estados Unidos se convierte en un Estado de guarniciones, en el que los patriotas se definen como respetuosos incondicionales del poderío militar y en el que se necesita el máximo de vigilancia en el interior. Conmoción y pavor fue lo que nuestros militares prometieron a los iraquíes que se resistieran a los libertadores estadounidenses. Y conmoción y horror es lo que han transmitido los estadounidenses según pregonan al mundo estas fotografías: una pauta de conducta criminal que desafía y desprecia manifiestamente las convenciones humanitarias internacionales. Hoy día, los soldados posan, con pulgares aprobatorios, ante las atrocidades que cometen, y envían fotografías a sus compañeros y familiares. ¿Debería sorprendernos siquiera? La nuestra es una sociedad en la cual antaño habríamos hecho lo imposible por ocultar los secretos de la vida privada, pero en la actualidad clamamos por una invitación para revelarlos en un programa de televisión. Lo que estas fotografías ilustran es tanto la cultura de la desvergüenza como la reinante admiración a la brutalidad contumaz.
La noción de que las "disculpas" o las profesiones de "repugnancia" o "aborrecimiento" por parte del presidente y el ministro de Defensa son respuesta suficiente a la tortura sistemática de los prisioneros revelada en Abu Ghraib es un ultraje a nuestro sentido moral e histórico. La tortura de prisioneros no es una aberración. Es la consecuencia directa de una ideología global de lucha en la que "estás conmigo o en mi contra" y con la que el Gobierno de Bush ha procurado cambiar, de modo radical, la postura internacional de Estados Unidos y refundir muchas instituciones y prerrogativas nacionales. El Gobierno de Bush ha empeñado al país en una doctrina bélica seudorreligiosa, de guerra sin fin; pues la "guerra contra el terror" no es más que eso. Lo que ha sucedido en el nuevo imperio carcelario internacional que gestiona el ejército estadounidense excede incluso los escandalosos procedimientos de la isla del Diablo francesa o el sistema del Gulag de la Rusia soviética, ya que en el caso de la colonia penal francesa hubo, primero, juicios y sentencias, y en el del imperio penitenciario ruso, cargos de algún tipo y una sentencia que duraba años explícitos. La guerra sin fin se emplea para justificar encarcelamientos sin fin: sin cargos, sin revelar el nombre de los prisioneros o sin facilidades para que se comuniquen con sus familias o abogados, sin juicios, sin sentencias. Los detenidos en el alegal imperio penitenciario estadounidense son "detenidos"; "prisioneros", una palabra recientemente obsoleta, podría suponer que tienen derechos conferidos por las leyes internacionales y la ley de todos los países civilizados. Esta "Guerra Global Contra el Terror" -en la cual se han mezclado por decreto del Pentágono tanto la justificable invasión de Afganistán como el irreducible disparate en Irak- acarrea inevitablemente la deshumanización de todo aquel que el Gobierno de Bush declara posible terrorista: una definición indiscutible y que casi siempre se adopta en secreto.
Puesto que las imputaciones contra la mayoría de las personas detenidas en las prisiones iraquíes y afganas son inexistentes -el Comité Internacional de la Cruz Roja informa de que entre el 70% y el 90% de los recluidos no parece haber cometido otro delito más que el de encontrarse en el sitio y el momento inoportunos, capturados en alguna redada de "sospechosos"-, la justificación principal para retenerlos es el "interrogatorio". ¿Interrogarlos sobre qué? Sobre cualquier cosa. Lo que el detenido pueda llegar a saber. Si el interrogatorio es el motivo por el cual se detiene a los prisioneros indefinidamente, entonces la coerción física, la humillación y la tortura resultan inevitables.
Acopio de información
Recuérdese: no nos referimos a una situación extraordinaria, al escenario de una "bomba de efecto retardado", lo cual a veces se aduce como caso límite para justificar la tortura de prisioneros que están al tanto de un atentado inminente. Se trata del acopio de información no específica o general autorizado por militares estadounidenses y funcionarios civiles a fin de saber más del indefinido imperio de malhechores sobre el que Estados Unidos casi nada sabe, en países acerca de los cuales es especialmente ignorante: en principio, toda "información" cualquiera podría ser útil. Un interrogatorio que no produjera información (no importa en qué consista) se consideraría un fracaso. Por ello se justifica aún más la preparación de los prisioneros para que hablen. Ablandarlos, presionarlos: éstos suelen ser los eufemismos de las costumbres bestiales que han cundido en las cárceles estadounidenses donde están recluidos los "sospechosos de terrorismo". Al parecer, infortunadamente, poco más que unos cuantos fueron "presionados" demasiado y murieron.
Las imágenes no desaparecerán. Es la naturaleza del mundo digital en que vivimos. En efecto, parecen haber sido necesarias para que los dirigentes estadounidenses reconocieran que tenían un problema entre las manos. Con todo, el informe remitido por el Comité Internacional de la Cruz Roja y otros informes periodísticos y protestas de organizaciones humanitarias sobre los castigos atroces infligidos a los "detenidos" y "sospechosos de terrorismo" en las prisiones gestionadas por soldados estadounidenses han estado circulando durante más de un año. Es improbable que el señor Bush o el señor Cheney, la señora Rice o el señor Rumsfeld hayan leído esos informes. Al parecer, las fotografías fueron lo que reclamó su atención, cuando resultaba ya patente que no podían suprimirse; las fotografías hicieron todo esto "realidad" para el presidente y sus cómplices. Hasta entonces sólo hubo palabras, que resulta más fácil encubrir, y más fácil olvidar, en la era de nuestra reproducción y diseminación digital infinitas.
Así pues, las fotografías seguirán "asaltándonos", como están siendo inducidos a sentir muchos estadounidenses. ¿Se acostumbrará la gente a ellas? Algunos afirman que ya han visto "suficiente". No, sin embargo, el resto del mundo. La guerra sin fin: un torrente sin fin de fotografías. ¿Los editores de periódicos, revistas y televisiones estadounidenses discutirán ahora que mostrar otras más, o mostrarlas sin recortar (lo cual, con algunas de las imágenes más conocidas, procura una visión diferente y en algunos casos más horrorosa de las atrocidades cometidas en Abu Ghraib), sería de "mal gusto" o una acción política manifiesta? Por "político" entiéndase: crítico de la guerra sin fin del Gobierno de Bush. Pues no puede haber duda de que las fotografías perjudican, como ha testificado el señor Rumsfeld, la reputación de "los hombres y mujeres honorables de las Fuerzas Armadas que con valentía, responsabilidad y profesionalismo están protegiendo nuestras libertades en todo el mundo". Este perjuicio -a nuestra reputación, nuestra imagen, nuestro éxito en cuanto potencia imperial- es lo que deplora sobre todo el Gobierno de Bush. Cómo es que la protección de "nuestras libertades" -y en este punto se trata sólo de la libertad de los estadounidenses, 5% de la población del planeta- precisa del despliegue de soldados estadounidenses en cualquier país que le plazca ("en todo el mundo") es algo que difícilmente se debate entre nuestros funcionarios elegidos. Estados Unidos se ve a sí mismo como víctima potencial o futura del terror. Estados Unidos sólo está defendiéndose de enemigos implacables y furtivos.
La reacción ya se ha hecho sentir. Se aconseja a los estadounidenses no dejarse llevar por una orgía de reproches. La publicación continuada de las imágenes está siendo interpretada por muchos estadounidenses como una indicación de que no tenemos derecho a defendernos. Al fin y al cabo, ellos (los terroristas, los fanáticos) comenzaron. Ellos -¿Osama Bin Laden? ¿Sadam Husein? ¿Qué importa?- nos atacaron primero. James Inhofe, republicano de Oklahoma y miembro del Comité de las Fuerzas Armadas del Senado, ante el cual testificó el ministro de Defensa, confesó su certidumbre de no ser el único miembro "más indignado por la indignación" que causó lo que exponen las fotografías. "Se sabe que estos prisioneros, explicó el senador Inhofe, "no están ahí por sanciones de tráfico. Si estos prisioneros están en el bloque 1-A o 1-B es porque son asesinos, son terroristas, son insurgentes. Es probable que muchos tengan las manos manchadas de sangre estadounidense y aquí estamos preocupados sobre el trato que se les da a estos individuos". La culpa es de "los medios" -llamados habitualmente "medios liberales"-, que provocan, y seguirán provocando, más violencia contra los estadounidenses en el mundo. "Ellos" se vengarán de "nosotros". Morirán más estadounidenses. Por estas fotografías. Y las fotos engendrarán más fotos: "su" respuesta a las "nuestras".
Sería un error manifiesto permitir que estas revelaciones sobre la connivencia militar y civil estadounidense para torturar en la "guerra mundial contra el terrorismo" se conviertan en la historia de la guerra de -y contra- las imágenes. No es a causa de las fotografías, sino a causa de lo que revelan que está sucediendo, sucediendo por orden y complicidad de una cadena de mando que alcanza los más altos niveles del Gobierno de Bush. Pero la distinción -entre fotografía y realidad, entre política y manipulación- se puede desvanecer con facilidad. Eso es lo que espera este Gobierno que ocurra.
También vídeos
"Hay muchas más fotografías y vídeos -reconoció el señor Rumsfeld en su testimonio-. Si se difunden entre el público, este asunto, evidentemente, empeorará". Empeorará para el Gobierno y sus programas, presumiblemente, no para quienes son víctimas potenciales y actuales de la tortura. Los medios podrían censurarse a sí mismos, como acostumbran. Pero, según reconoció el señor Rumsfeld, es difícil censurar a los soldados en ultramar que no escriben, como antaño, cartas a casa que los censores militares pueden abrir para tachar los fragmentos inaceptables, sino que se desempeñan como turistas; en palabras del señor Rumsfeld: "Nos sorprende que vayan por ahí con cámaras digitales tomando fotografías increíbles, y luego las pasen, al margen de la ley, a los medios". Los esfuerzos del Gobierno por detener la marea de fotografías se desarrollan en varios frentes. En la actualidad, el argumento está adoptando un cariz legalista: las fotografías se clasifican ahora como "pruebas" en causas futuras, cuyo resultado podría verse afectado si son dadas a conocer al público. Siempre se sostendrá que las imágenes más recientes, que, según se informa, contienen horrendas imágenes de violencia ejercida contra los prisioneros y humillaciones sexuales, no han de difundirse. El presidente del Comité de las Fuerzas Armadas del Senado, el republicano John Warner, de Virginia, después de examinar con otros legisladores la muestra de diapositivas del 12 de mayo con más horrendas imágenes de humillación sexual y violencia contra los prisioneros iraquíes, dijo que, en su "enérgica" opinión, las fotografías más recientes "no deberían hacerse públicas. Me parece que podrían poner en riesgo a los hombres y mujeres de las Fuerzas Armadas mientras están prestando su servicio en medio de grandes peligros".
Pero el impulso más decidido para restringir la disponibilidad de las fotografías provendrá del empeño incesante en proteger al Gobierno de Bush y encubrir el desgobierno estadounidense en Irak; en equiparar la "indignación" a causa de las fotografías con una campaña para socavar el poderío militar estadounidense y los propósitos que sirve en la actualidad. Del mismo modo en que muchos tuvieron por una implícita crítica de la guerra la transmisión televisada de fotografías de soldados estadounidenses muertos en el curso de la invasión y ocupación de Irak, se tendrá cada vez más por antipatriota la propagación de las nuevas fotografías que mancillen aún más la reputación -es decir, la imagen- de Estados Unidos.
Con todo, estamos en guerra. Una guerra sin fin. Y la guerra es el infierno. "No me importa lo que digan los abogados internacionales, vamos a machacarlos" (George W. Bush, 11 de septiembre de 2001). Vaya, sólo nos estamos divirtiendo. En nuestra sala de espejos digital, las imágenes no se desvanecerán. Sí, al parecer, una imagen dice más que mil palabras. E incluso si nuestros dirigentes prefieren no mirarlas, habrá miles de instantáneas y vídeos adicionales. Incontenibles.
© Susan Sontag, 2004. Traducción: Aurelio Major
La fotografía: breve suma
Durante toda su vida, Susan Sontag ha tenido una fructífera obsesión con la fotografía. Hace poco optó por sacar unas cuantas conclusiones sobre el tema. Helas aquí.
Por Susan Sontag Traducción de Aurelio Major
1. La fotografía es, antes que nada, una manera de mirar. No es la mirada misma.
2. Es la manera ineludiblemente "moderna" de mirar: predispuesta en favor de los proyectos de descubrimiento e innovación.
3. Esta manera de mirar, que tiene ya una dilatada historia, conforma lo que buscamos y estamos habituados a notar en las fotografías.
4. La manera de mirar moderna es ver fragmentos. Se tiene la impresión de que la realidad es en esencia ilimitada y el conocimiento no tiene fin. De ello se sigue que todos los límites, todas las ideas unificadoras han de ser engañosas, demagógicas; en el mejor de los casos, provisionales; casi siempre, y a la larga, falsas. Mirar la realidad a la luz de determinadas ideas unificadoras tiene la ventaja innegable de dar contorno y forma a nuestras vivencias. Pero también -así nos instruye la manera de mirar moderna- niega la diversidad y la complejidad infinitas de lo real. Por lo tanto reprime nuestra energía, nuestro derecho, en efecto, a refundar lo que deseamos refundar: nuestra sociedad o nosotros mismos. Lo que libera, se nos dice, es notar cada vez más cosas.
5. En una sociedad moderna las imágenes realizadas por las cámaras son la entrada principal a realidades de las que no tenemos vivencia directa. Y se espera que recibamos y registremos una cantidad ilimitada de imágenes acerca de lo que no vivimos directamente. La cámara define lo que permitimos que sea "real"; y sin cesar ensancha los límites de lo real. Se admira a los fotógrafos sobre todo si revelan verdades ocultas de sí mismos o conflictos sociales no cubiertos del todo en sociedades próximas y distantes de donde vive el espectador.
6. En la manera de conocer moderna, debe haber imágenes para que algo se convierta en "real". Las fotografías identifican acontecimientos. Las fotografías les confieren importancia a los acontecimientos y los vuelven memorables. Para que una guerra, una atrocidad, una epidemia o un denominado desastre natural sean tema de interés más amplio, han de llegar a la gente por medio de los diversos sistemas (de la televisión e internet a los periódicos y revistas) que difunden las imágenes fotográficas entre millones de personas.
7. En la manera de mirar moderna, la realidad es sobre todo apariencia, la cual resulta siempre cambiante. Una fotografía registra lo aparente. El registro de la fotografía es el registro del cambio, de la destrucción del pasado. Puesto que somos modernos (y si tenemos la costumbre de ver fotografías somos, por definición, modernos), sabemos que las identidades son construcciones. La única realidad irrefutable -y nuestro mejor indicio de identidad- es cómo aparece la gente.
8. Una fotografía es un fragmento: un vislumbre. Acopiamos vislumbres, fragmentos. Todos almacenamos mentalmente cientos de imágenes fotográficas, dispuestas para la recuperación instantánea. Todas las fotografías aspiran a la condición de ser memorables; es decir, inolvidables.
9. Según la perspectiva que nos define como modernos, hay un número infinito de detalles. Las fotografías son detalles. Por lo tanto, las fotografías se parecen a la vida. Ser moderno es vivir hechizado por la salvaje autonomía del detalle.
10. Conocer es, sobre todo, reconocer. El reconocimiento es la modalidad del conocimiento que ahora se identifica con el arte. Las fotografías de las crueldades e injusticias terribles que afligen a la mayoría de las personas en el mundo parecen decirnos -a nosotros, que somos privilegiados y estamos más o menos a salvo- que deberíamos sublevarnos, que deberíamos desear que algo se hiciera para evitar esos horrores. Hay, además, otras fotografías que parecen reclamar un tipo de atención distinto. Para este conjunto de obras en curso, la fotografía no es una suerte de agitación social o moral, cuya meta sea incitar a que sintamos algo y actuemos, sino una empresa de notación. Observamos, tomamos nota, reconocemos. Ésta es una manera más fría de mirar. La manera de mirar es lo que identificamos como arte.
11. La obra de los mejores fotógrafos comprometidos socialmente es a menudo condenada si se parece demasiado al arte. Y a la fotografía tenida por arte se le puede condenar de modo paralelo: marchita la emoción que nos llevaría a preocuparnos. Nos muestra acontecimientos y circunstancias que acaso deploremos y nos pide que mantengamos distancia. Nos puede mostrar algo en verdad horripilante y ser una prueba de lo que es capaz de tolerar nuestra mirada y que se supone que debemos aceptar. O a menudo simplemente nos invita -y esto es cierto en casi toda la fotografía contemporánea más brillante- a fijar la vista en la banalidad. Fijar la vista en la banalidad y también paladearla, recurriendo precisamente a los mismos hábitos de la ironía que se afirman mediante la surrealista yuxtaposición de consabidas fotografías en las exposiciones y libros más refinados.
12. La fotografía -insuperable modalidad del viaje, del turismo- es el principal medio moderno de ampliación del mundo. En cuanto rama del arte, la empresa fotográfica que hace más amplio el mundo tiende a especializarse en temas al parecer provocadores, transgresores. La fotografía puede estar diciéndonos: esto también existe. Y eso. Y aquello. (Y todo es "humano".) Pero ¿qué hemos de hacer con este conocimiento, si acaso es un conocimiento, digamos, del ser, de la anormalidad, de mundos marginados, clandestinos?
13. Llámese conocimiento, llámese reconocimiento; de algo podemos estar seguros acerca de esta modalidad, singularmente moderna, de toda vivencia: la mirada, y el acopio de los fragmentos de la mirada, nunca pueden completarse.
14. No hay fotografía definitiva.
© S. S. o Wylie Agency. Tomado de la revista "El Malpensante"
Durante toda su vida, Susan Sontag ha tenido una fructífera obsesión con la fotografía. Hace poco optó por sacar unas cuantas conclusiones sobre el tema. Helas aquí.
Por Susan Sontag Traducción de Aurelio Major
1. La fotografía es, antes que nada, una manera de mirar. No es la mirada misma.
2. Es la manera ineludiblemente "moderna" de mirar: predispuesta en favor de los proyectos de descubrimiento e innovación.
3. Esta manera de mirar, que tiene ya una dilatada historia, conforma lo que buscamos y estamos habituados a notar en las fotografías.
4. La manera de mirar moderna es ver fragmentos. Se tiene la impresión de que la realidad es en esencia ilimitada y el conocimiento no tiene fin. De ello se sigue que todos los límites, todas las ideas unificadoras han de ser engañosas, demagógicas; en el mejor de los casos, provisionales; casi siempre, y a la larga, falsas. Mirar la realidad a la luz de determinadas ideas unificadoras tiene la ventaja innegable de dar contorno y forma a nuestras vivencias. Pero también -así nos instruye la manera de mirar moderna- niega la diversidad y la complejidad infinitas de lo real. Por lo tanto reprime nuestra energía, nuestro derecho, en efecto, a refundar lo que deseamos refundar: nuestra sociedad o nosotros mismos. Lo que libera, se nos dice, es notar cada vez más cosas.
5. En una sociedad moderna las imágenes realizadas por las cámaras son la entrada principal a realidades de las que no tenemos vivencia directa. Y se espera que recibamos y registremos una cantidad ilimitada de imágenes acerca de lo que no vivimos directamente. La cámara define lo que permitimos que sea "real"; y sin cesar ensancha los límites de lo real. Se admira a los fotógrafos sobre todo si revelan verdades ocultas de sí mismos o conflictos sociales no cubiertos del todo en sociedades próximas y distantes de donde vive el espectador.
6. En la manera de conocer moderna, debe haber imágenes para que algo se convierta en "real". Las fotografías identifican acontecimientos. Las fotografías les confieren importancia a los acontecimientos y los vuelven memorables. Para que una guerra, una atrocidad, una epidemia o un denominado desastre natural sean tema de interés más amplio, han de llegar a la gente por medio de los diversos sistemas (de la televisión e internet a los periódicos y revistas) que difunden las imágenes fotográficas entre millones de personas.
7. En la manera de mirar moderna, la realidad es sobre todo apariencia, la cual resulta siempre cambiante. Una fotografía registra lo aparente. El registro de la fotografía es el registro del cambio, de la destrucción del pasado. Puesto que somos modernos (y si tenemos la costumbre de ver fotografías somos, por definición, modernos), sabemos que las identidades son construcciones. La única realidad irrefutable -y nuestro mejor indicio de identidad- es cómo aparece la gente.
8. Una fotografía es un fragmento: un vislumbre. Acopiamos vislumbres, fragmentos. Todos almacenamos mentalmente cientos de imágenes fotográficas, dispuestas para la recuperación instantánea. Todas las fotografías aspiran a la condición de ser memorables; es decir, inolvidables.
9. Según la perspectiva que nos define como modernos, hay un número infinito de detalles. Las fotografías son detalles. Por lo tanto, las fotografías se parecen a la vida. Ser moderno es vivir hechizado por la salvaje autonomía del detalle.
10. Conocer es, sobre todo, reconocer. El reconocimiento es la modalidad del conocimiento que ahora se identifica con el arte. Las fotografías de las crueldades e injusticias terribles que afligen a la mayoría de las personas en el mundo parecen decirnos -a nosotros, que somos privilegiados y estamos más o menos a salvo- que deberíamos sublevarnos, que deberíamos desear que algo se hiciera para evitar esos horrores. Hay, además, otras fotografías que parecen reclamar un tipo de atención distinto. Para este conjunto de obras en curso, la fotografía no es una suerte de agitación social o moral, cuya meta sea incitar a que sintamos algo y actuemos, sino una empresa de notación. Observamos, tomamos nota, reconocemos. Ésta es una manera más fría de mirar. La manera de mirar es lo que identificamos como arte.
11. La obra de los mejores fotógrafos comprometidos socialmente es a menudo condenada si se parece demasiado al arte. Y a la fotografía tenida por arte se le puede condenar de modo paralelo: marchita la emoción que nos llevaría a preocuparnos. Nos muestra acontecimientos y circunstancias que acaso deploremos y nos pide que mantengamos distancia. Nos puede mostrar algo en verdad horripilante y ser una prueba de lo que es capaz de tolerar nuestra mirada y que se supone que debemos aceptar. O a menudo simplemente nos invita -y esto es cierto en casi toda la fotografía contemporánea más brillante- a fijar la vista en la banalidad. Fijar la vista en la banalidad y también paladearla, recurriendo precisamente a los mismos hábitos de la ironía que se afirman mediante la surrealista yuxtaposición de consabidas fotografías en las exposiciones y libros más refinados.
12. La fotografía -insuperable modalidad del viaje, del turismo- es el principal medio moderno de ampliación del mundo. En cuanto rama del arte, la empresa fotográfica que hace más amplio el mundo tiende a especializarse en temas al parecer provocadores, transgresores. La fotografía puede estar diciéndonos: esto también existe. Y eso. Y aquello. (Y todo es "humano".) Pero ¿qué hemos de hacer con este conocimiento, si acaso es un conocimiento, digamos, del ser, de la anormalidad, de mundos marginados, clandestinos?
13. Llámese conocimiento, llámese reconocimiento; de algo podemos estar seguros acerca de esta modalidad, singularmente moderna, de toda vivencia: la mirada, y el acopio de los fragmentos de la mirada, nunca pueden completarse.
14. No hay fotografía definitiva.
© S. S. o Wylie Agency. Tomado de la revista "El Malpensante"
Sobre las imágenes
Por Susan Sontag
Una sociedad capitalista requiere una cultura basada en imágenes.
Necesita suministrar muchísimo entretenimiento con el objeto de estimular la compra y anestesiar las lesiones de clase, raza y sexo. Y necesita reunir cantidades ilimitadas de información para poder explotar mejor los recursos naturales, incrementar la productividad, matener el orden, hacer la guerra, dar trabajo a los burócratas.
Las capacidades gemelas de la cámara, para subjetivizar la realidad y para objetivarla, sirven inmejorablemente a estas necesidades y las refuerzan. Las cámaras definen la realidad de las dos maneras esenciales para el funcionamiento de una sociedad industrial avanzada: como espectáculo (para las masas) y como objeto de vigilancia (para los gobernantes).
La producción de imágenes también suministra una ideología dominante. El cambio social es reemplazado por cambios en las imágenes. La libertad para consumir una pluralidad de imágenes y mercancías se equipara con la libertad misma. La reducción de la opción política libre al consumo económico económico libre requiere la producción y el consumo ilimitado de imágenes.
Entrevista con Susan Sontag, escritora estadounidense
Símbolo del movimiento intelectual posterior a mayo del 68 y defensora de las utopías como expresión de que es posible construir algo mejor, Susan Sontag se ha distinguido entre las escritoras norteamericanas por su posición en contra de la guerra -de todas las guerras- y la hegemonía de la cultura de masas estadounidense. Dueña de una narrativa poderosa, cree que la política no es buena para los escritores pero ha dicho que "como ciudadana del mundo y ser humano" se ha sentido obligada a usar su voz pública a favor de los que no tienen voz.
Sontag siempre despierta polémica y el lanzamiento de su novela en Español no ha sido la excepción. La escritora aprovechó la oportunidad en Madrid para irse lanza en ristre contra Bush y su gobierno: "Yo desprecio y temo al gobierno de Bush" dijo y aseguró que en su país no hay oposición, ni debate. Está convencida de que tras las voces de guerra que hoy se oyen en su país, hay un velado interés de dominación absoluta. "En ese sentido -afirma-, es seguro que Estados Unidos verá el desplome de más torres gemelas y pentágonos". Confesó, además, que siempre se ha sentido avergonzada de ser estadounidense, que siempre le ha disgustado la vanidad estadounidense, la violencia, las armas de fuego, la ignorancia con respecto al resto del mundo, las películas de Hollywood y esa cultura de masas que arrasa la cultura de otros países.
Ensayista, fotógrafa, directora de cine, actriz en películas de Woody Allen y personaje de cuentos de Julio Cortázar es, sobre todo, una novelista de muchos kilates. Su última nivela, En América, fue ganadora del National Book Award 2001, uno de los premios más prestigiosos de Estados Unidos.
"Entendí el mensaje: todo lo que se diga en contra de Bush es considerado una ofensa nacional"
Después de 40 años de su primera novela, El benefactor, y tras una década de El amante del volcán, Sontag regresa ahora con una obra inspirada en la emigración a Estados Unidos, en 1876, de una famosa actriz polaca, Maryna Zalezowska, que decide junto con su marido y su hijo -un joven escritor que la adora- y algunos amigos, romper con su pasado y construir una comunidad basada en la libertad, el ocio y el cultivo personal. Es una obra rica en descripciones y acontecimientos, llena de preguntas sobre la patria lejana, sobre el exilio, sobre la tierra y la libertad. Una historia que refleja sueños y fantasías proyectados sobre la imagen de Estados Unidos, pero no como el país para enriquecerse sino como el lugar para hallar la libertad interior, que es el deseo de todos los personajes.
La escritora tardó casi 10 años en terminar este libro al que calificó de "libro indestructible",
pues sobrevivió a una guerra (la de Bosnia), a un accidente de carro y a un cáncer.
Sontag ha sido invitada a la Feria del Libro de Bogotá, cuyo tema central es "Globalización y preservación de las diversidades culturales". La escritora encabezará la jornada sobre "El intelectual y la globalización". CAMBIO habló con ella
CAMBIO: El 11 de septiembre de 2001, usted estaba en Berlín y desde allí escribió un polémico artículo de opinión para The New York Times que fue condenado por el Gobierno y la opinión norteamericanos. ¿Influyó el hecho de que estaba fuera de su país?
SUSAN SONTAG. Le admito que el tono con el que escribí fue fuerte. Pienso que de haber estado en Estados Unidos no habría escrito el mismo artículo. Desde que conocí la noticia estuve por lo menos 20 horas viendo distintas cadenas. Me indignó la forma en que la administración Bush presentó los atentados. No demoré en entender que Bush y su gobierno estaban abriendo las puertas a una nueva guerra que, a diferencia de las anteriores, sería permanente. En CNN pude presenciar cómo desfilaban Madeleine Albright y Henry Kissinger. Utilizaban las mismas palabras e incluso se citaban. Antes de eso, sabía que se aborrecían. Y entonces entendí el mensaje: todo lo que se diga en contra de ellos o de Bush es considerado una ofensa nacional.
Una de las afirmaciones más sorprendentes que hizo fue la de que los ataques terroristas no habían sido cobardes. ¿Todavía opina igual?
Lo sorprendente es que no dije que esas personas estuvieran llenas de valor para cometer semejante acto. Lo único que dije es que no eran cobardes. En mi opinión el valor no conoce de la dimensión moral. ¿Qué sentido tenía decir que los atentados del 11 de septiembre fueron una acción cobarde, cuando realmente no lo fueron? Esta acción fue valiente, bien ideada y necesitó de una fuerte dosis de estoicismo. Sin embargo, nunca dije que el objetivo de los terroristas era correcto. ¡Nunca! Lo que quedó claro en ese texto es que no soy seguidora del gobierno de Bush y que me reservo el derecho de expresar lo que pienso.
"El único que tiene cierto grado de conexión con la realidad es el general Powell, y lo tiene simplemente porque sabe y conoce lo que es la guerra".
Semejante afirmación le ha valido amenazas de muerte. ¿No le preocupa?
Le soy sincera: no me preocupa lo que pueda sucederme. Lo único que me desvela son los cambios que se están produciendo en Estados Unidos.
¿Se refiere a la guerra que quiere emprender la administración Bush?
Sí. Sorprende el hecho que una persona como George W. Bush haya sido escogido presidente, eso sí, por decisión de una corte. Recuerdo cuando dijo que Jesús era su maestro en filosofía. De aquí se deduce que Bush no tiene la menor idea de lo que significa la filosofía, y que su conocimiento sobre Jesús es más que limitado. En el actual gabinete, el único que tiene cierto grado de conexión con la realidad es el general Powell, y lo tiene simplemente porque sabe y conoce lo que es la guerra.
¿Qué hubiera pasado de haber estado usted en Nueva York el 11 de septiembre?
Sin duda me hubiera envuelto en el drama humano. En mi vida he tenido que hacer frente a distintas guerras, y por experiencia le digo que si usted encuentra a alguien tendido en el suelo, lo primero que quiere hacer es ayudarle.
Símbolo del movimiento intelectual posterior a mayo del 68 y defensora de las utopías como expresión de que es posible construir algo mejor, Susan Sontag se ha distinguido entre las escritoras norteamericanas por su posición en contra de la guerra -de todas las guerras- y la hegemonía de la cultura de masas estadounidense. Dueña de una narrativa poderosa, cree que la política no es buena para los escritores pero ha dicho que "como ciudadana del mundo y ser humano" se ha sentido obligada a usar su voz pública a favor de los que no tienen voz.
Sontag siempre despierta polémica y el lanzamiento de su novela en Español no ha sido la excepción. La escritora aprovechó la oportunidad en Madrid para irse lanza en ristre contra Bush y su gobierno: "Yo desprecio y temo al gobierno de Bush" dijo y aseguró que en su país no hay oposición, ni debate. Está convencida de que tras las voces de guerra que hoy se oyen en su país, hay un velado interés de dominación absoluta. "En ese sentido -afirma-, es seguro que Estados Unidos verá el desplome de más torres gemelas y pentágonos". Confesó, además, que siempre se ha sentido avergonzada de ser estadounidense, que siempre le ha disgustado la vanidad estadounidense, la violencia, las armas de fuego, la ignorancia con respecto al resto del mundo, las películas de Hollywood y esa cultura de masas que arrasa la cultura de otros países.
Ensayista, fotógrafa, directora de cine, actriz en películas de Woody Allen y personaje de cuentos de Julio Cortázar es, sobre todo, una novelista de muchos kilates. Su última nivela, En América, fue ganadora del National Book Award 2001, uno de los premios más prestigiosos de Estados Unidos.
"Entendí el mensaje: todo lo que se diga en contra de Bush es considerado una ofensa nacional"
Después de 40 años de su primera novela, El benefactor, y tras una década de El amante del volcán, Sontag regresa ahora con una obra inspirada en la emigración a Estados Unidos, en 1876, de una famosa actriz polaca, Maryna Zalezowska, que decide junto con su marido y su hijo -un joven escritor que la adora- y algunos amigos, romper con su pasado y construir una comunidad basada en la libertad, el ocio y el cultivo personal. Es una obra rica en descripciones y acontecimientos, llena de preguntas sobre la patria lejana, sobre el exilio, sobre la tierra y la libertad. Una historia que refleja sueños y fantasías proyectados sobre la imagen de Estados Unidos, pero no como el país para enriquecerse sino como el lugar para hallar la libertad interior, que es el deseo de todos los personajes.
La escritora tardó casi 10 años en terminar este libro al que calificó de "libro indestructible",
pues sobrevivió a una guerra (la de Bosnia), a un accidente de carro y a un cáncer.
Sontag ha sido invitada a la Feria del Libro de Bogotá, cuyo tema central es "Globalización y preservación de las diversidades culturales". La escritora encabezará la jornada sobre "El intelectual y la globalización". CAMBIO habló con ella
CAMBIO: El 11 de septiembre de 2001, usted estaba en Berlín y desde allí escribió un polémico artículo de opinión para The New York Times que fue condenado por el Gobierno y la opinión norteamericanos. ¿Influyó el hecho de que estaba fuera de su país?
SUSAN SONTAG. Le admito que el tono con el que escribí fue fuerte. Pienso que de haber estado en Estados Unidos no habría escrito el mismo artículo. Desde que conocí la noticia estuve por lo menos 20 horas viendo distintas cadenas. Me indignó la forma en que la administración Bush presentó los atentados. No demoré en entender que Bush y su gobierno estaban abriendo las puertas a una nueva guerra que, a diferencia de las anteriores, sería permanente. En CNN pude presenciar cómo desfilaban Madeleine Albright y Henry Kissinger. Utilizaban las mismas palabras e incluso se citaban. Antes de eso, sabía que se aborrecían. Y entonces entendí el mensaje: todo lo que se diga en contra de ellos o de Bush es considerado una ofensa nacional.
Una de las afirmaciones más sorprendentes que hizo fue la de que los ataques terroristas no habían sido cobardes. ¿Todavía opina igual?
Lo sorprendente es que no dije que esas personas estuvieran llenas de valor para cometer semejante acto. Lo único que dije es que no eran cobardes. En mi opinión el valor no conoce de la dimensión moral. ¿Qué sentido tenía decir que los atentados del 11 de septiembre fueron una acción cobarde, cuando realmente no lo fueron? Esta acción fue valiente, bien ideada y necesitó de una fuerte dosis de estoicismo. Sin embargo, nunca dije que el objetivo de los terroristas era correcto. ¡Nunca! Lo que quedó claro en ese texto es que no soy seguidora del gobierno de Bush y que me reservo el derecho de expresar lo que pienso.
"El único que tiene cierto grado de conexión con la realidad es el general Powell, y lo tiene simplemente porque sabe y conoce lo que es la guerra".
Semejante afirmación le ha valido amenazas de muerte. ¿No le preocupa?
Le soy sincera: no me preocupa lo que pueda sucederme. Lo único que me desvela son los cambios que se están produciendo en Estados Unidos.
¿Se refiere a la guerra que quiere emprender la administración Bush?
Sí. Sorprende el hecho que una persona como George W. Bush haya sido escogido presidente, eso sí, por decisión de una corte. Recuerdo cuando dijo que Jesús era su maestro en filosofía. De aquí se deduce que Bush no tiene la menor idea de lo que significa la filosofía, y que su conocimiento sobre Jesús es más que limitado. En el actual gabinete, el único que tiene cierto grado de conexión con la realidad es el general Powell, y lo tiene simplemente porque sabe y conoce lo que es la guerra.
¿Qué hubiera pasado de haber estado usted en Nueva York el 11 de septiembre?
Sin duda me hubiera envuelto en el drama humano. En mi vida he tenido que hacer frente a distintas guerras, y por experiencia le digo que si usted encuentra a alguien tendido en el suelo, lo primero que quiere hacer es ayudarle.
Nuestro mundo ha demostrado ser sumamente vulnerable
Vicglamar Torres León, 23/09/02
Washington es una ciudad inmaculada, incluso en estos tiempos de guerra, cuyos rostros, signos y rastros quedan al ras de una imaginación infantil que los busca sin encontrarlos. Es fácil pensar que en medio de un conflicto bélico, se tratará de un lugar cariado, cuyos habitantes tendrán una vigilia causada por sobresaltos y largos trasnochos dibujada en la faz. Pero eso es un espejismo . Lo ue sí es real es una modesta librería. Discreta. Un lugar casi incrustado, extrañamente en los alrededores de la Casa Blanca.
CHAPTERS
A literary bookstore
1512 St,NW
Washington. DC.20005
Una vidriera como cualquier mostrador de libros. La verdad sin nada resaltante, sin una sola portada atractiva, nada peculiar. Perdí la mirada entre tantas portadas ajenas a mis intereses, pero descubrí un cartel: Susan Sontag. Conference. Tickets.
Enmudecí. Me quede tullida de pensar que podía escuchar a esta profesional del discurso que desde los años sesenta anda contando historias. Unas buenas, otras malas, unas verdaderas, otras falsas, pero todas suyas, únicas.
Era tarde y, aunque le hice al vendedor mas señas que un mono con sombrero. El tipo me vio sin mirarme y, obviamente no me abrió la puerta.
Al día siguiente fui a preguntar.
-Sí, la conferencia es aquí. Hoy, a las siete de la noche", sentenció el librero.
Yo tartamudee tanto que no pude decir ni gracias, aunque mi escueto inglés da para eso, pero me atragante con la gula que me produjo la ocasión.
Susan Sontag nunca ha sido una de mis escritoras favoritas, tampoco de las que menos aprecio. Lo que siempre me ha parecido es un personaje apetecible. Eso sí. Ella, tan contracorriente, tan revoltosa, tan contestataria. Ella tan ella. Siempre distinguiéndose como un lunar en una espalda albina. Ella.
A las siete y veintidós minutos hizo su entrada en la sala.
Había veinticuatro personas esperándola en el saloncito que acondicionaron para el encuentro. Como telón de fondo había textos de historia natural, botánica y autoayuda.
Sobre su cabeza se distinguía una pulida edición de "Un curso de milagros".
Entró, como supuse que iba a hacerlo, como una diva que quiere mantener el bajo perfil.
Bufanda roja, pantalones verdes, camisa color motaza, uno que otro collar, una que otra pulsera y algún prendedor como guinda al festín multicolor. Unos pies enormes calzados y escondidos en unas botas negras y un torrente de voz sin edulcorante, que abrió paso con un saludo. Un estruendoso carraspeo de garganta fueron suficientes para aclimatar a una audiencia impaciente de su presencia.
Alguien, me había dicho al mediodía vía e mail que ella se parecía a la Lupe, con su mechón de pelo blanco y, la verdad es que ese cuadro flamenco que es la Sontag queda enmarcado por su mechón blanco.
Mientras la veía, mantenía aquella idea de mi mente: La Lupe. Creo que sí, que la Sontag es una Lupe literaria, porque tal y como la vedette cubana, Susan Sontag ha roto esquemas, ha sido única y original. Quizás no sé ha parado en el escenario y se ha arrancado las pestañas postizas o le ha lanzado los zapatos al público, pero le ha lanzado sus consignas, sus protestas y ha impuesto un estilo personal y literario que ha encontrado imitadores, pero no un par.
Allí estaba para hablar de su último libro Where the stress falls. Leyó, bromeó, reflexionó y autografió textos. La última de la fila era una periodista venezolana que le pidió una entrevista. Medio temerosa, quien suscribe estas líneas, obtuvo una afirmación y una invitación a cenar mientras se realizaba la entrevista.
Caminamos a lo la largo de Pennsylvania Street, a un costado estaba la Casa Blanca y al otro una serie de edificios del Estado.
Nos tropezamos con Consuelo, una indigente que pernocta en las afueras de la residencia presidencial. Entre carcajadas, ambas se reconocieron y hablaron sobre sus nuevas canas.
- A veces me pregunto quién habrá visto más mundo, si yo que no me bajo de un avión o Consuelo que tiene veinte años en este mismo sitio". Con esas palabras se inició lo que interpreté sería nuestra conversación.
- Sabes cuál es el mayor atractivo de las entrevistas - preguntó- Que mientras se realizan, sobre todo en un ambiente como éste, te haces la falsa ilusión de que es una conversación de amigos y resulta que todo será revelado, que nada queda oculto y sobre el otro que se trata de un pugilato donde una de las partes saldrá vencedor. El trofeo es desnudar el alma del otro".
Dos copas de vino y un revés en la historia, devuelven a Susan Sontag a Tucson (Arizona), lugar donde creció. "Mi padre se murió cuando yo tenía tan sólo cinco años. Era un hombre buen mozo y amable que se dedicaba a mercadear productos entre China y Estados Unidos, pero la tuberculosis le ganó el round y nos dejó. Mildred, mi madre se casó de nuevo con el capitán Nathan Sontag, quien nos llevó a vivir a Tucson. Allí comencé a interesarme por los libros, por la literatura. Claro, las primeras cosas que leía no eran más que los catálogos que giraban instrucciones a las señoras para teñir sus cabellos. Pero eso me gustó mucho. Me entretenía ver el juego de una palabra tras otra, la manera de acomodarse en el papel hasta conseguir su lugar. No sé si el encantamiento que lograban tener las palabras sobre una niña pueblerina fue lo que me llevó años más tarde a afirmar que en la literatura es mucho más importante la forma que el contenido. Eso se sintió como algo tremendista. Hoy en día tengo otras impresiones sobre este asunto, pero prefiero que la gente crea que mi postura es invariable porque así resulto más molesta".
La malcriadez y cierto afán por ser la piedra en el zapato de muchos, pareciera ser uno de los divertimentos favoritos de la escritora. Aunque ella desmiente esta apreciación y asegura que si alguna vez ha tenido posturas radicales ante una u otra situación, su actitud se ha ido trasmutando en la de una apacible mujer de sesenta y nueve años que tan sólo quiere escribir literatura de ficción.
- Una vez se armó un escándalo porque dije que el ensayo era un género agonizante. Todavía recibo acusaciones y quejas con relación a este asunto y puedo asegurar que yo ni lo recuerdo. Nadie a mi edad puede pensar de la misma manera que lo hacía a los veintipocos años. Siento que fui muy tenaz en la escritura de ensayos y que podría seguir haciéndolo. Se trata de un género muy exigente. Pero mi primera pasión fue la literatura de ficción. Recuerdo que durante mi infancia, a esa edad en que las niñas descubren la masturbación y los placeres que proporciona, yo descubrí la ficción, entonces no sé que me producía más gusto. Un poco más grande llegaba a ser morbosa la íntima competencia que establecía entre el gusto por el sexo y por la literatura de ficción, tan sólo entrando a la adolescencia entendí que son pasiones diferentes. Obviamente, la forma de presentar las ideas en un ensayo es muy diferente a la de las novelas, porque las segundas son mucho más permisivas. El límite es impuesto por la imaginación".
- El ensayo es una sola voz. En las novelas puedes incorporar elementos ensayísticos, pero no al revés. Me costó mucho adquirir confianza en mi potencial capacidad para desarrollar una trama, unos personajes, para darle cuerpo a una novela. En la década de los ochenta, me arriesgué. Me encerré largos meses y escribí doscientas páginas de mi primera novela. Me sirvieron de mucho, con ellas estuve cambiado el piso de la jaula de mi canario durante algunos meses más. Ni siquiera me atreví a echarles una mirada. Creo que era de lo peor que alguien ha podido garabatear o tipear." - Años más tarde volví a intentarlo. Empecé a enamorarme de un proyecto, hasta que de pronto me ví escribiendo The Vollcano Lover. Había escrito ochenta cuartillas. Hice una implosión febril. Me llené de dudas. La calentura de mi cuerpo venía de mi alma, de mis dudas. Iba a desechar nuevamente un proyecto novelístico. Mi hijo, leía y releía el manuscrito e intentaba que aquel montón de letras y yo nos reconciliáramos. Un buen día, cuando ya estábamos a punto de firmar el divorcio una vez más ese género y yo, me senté a leer y no me disgustó lo que iba descubriendo. Me dije: esto va a funcionar, simplemente porque me atraía, me gustaba. Retomé mi novela. A medida que transcurrían los días más satisfecha me sentía con lo que iba apareciendo. Me sentía mejor y eso me facilitaba el proceso de la escritura. La novela ganaba espesor y yo ganaba confianza. Las primeras veinte páginas necesitaron más de seis meses para ser escritas y las últimas cien, tan sólo tres semanas".
- Creo que lo más importante a la hora de escribir es pensar que algún lector necesitado espera con ansias ese texto. Comencé a escribir pensando en lo que quería leer. Si mantienes esa premisa, quieras o no, serás honesto".
- La novela es un vehículo ideal , tanto de espacio como de tiempo. La novela nos enseña el tiempo. No es lineal, pero si secuencial y no muestra un espacio creado dentro de sí misma. La novela es la creación, no solamente de una voz, sino de un mundo, simula las estructuras esenciales según las cuales nosotros caemos en la trampa lúdica de estar vivos".
Aunque la vida de Sontag, ha sido más que un hedónico o juguetón montón de acontecimientos. Ha librado batallas personales contra múltiples causas. A nivel político ha tendido a sentarse a la izquierda en cualquier mesa de diálogo. Es una pacifista consumada y ha prestado su voz y su brazo a cuanta lucha le ha parecido necesaria. Además ha dirigido obras de teatro, cuatro películas y ha sido articulista de algunos medios impresos como la revista New Yorker.
A pesar de sí misma , su apego a la literatura de ficción ha no la ha desvinculado de lo que ella ha llamado la "amenazante aldea globalizada en que vivimos". Cada vez que ocurre algo que descarrila el tren del status quo mundial, Susan Sontag tiene algo que decir, alguna palabra a flor de labios. Así ocurrió con los ataques terroristas del once de septiembre del año pasado.
Una sonrisa que se gesta en el sarcasmo , la lleva a decir que apenas se enteró de lo que ocurría en su ciudad: Nueva York, una amiga muy cercana le aseguró que Bush, Powel, Osama Bin Laden y ella tendrían algo que decir.
- Durante aquellos primeros días después de mi vuelta a Nueva York, la realidad de la devastación y la inmensidad de la pérdida de vidas, me hizo centrarme inicialmente en toda la retórica que había acerca del acontecimiento, aunque luego me pareció lo menos relevante.
- Lo que intentaban lograr quienes perpetraron la matanza del 11 de septiembre no era la rectificación de todos los agravios que se han cometido contra el pueblo palestino o el sufrimiento de la gente en la mayor parte del mundo musulmán. El ataque es otro . Es un ataque contra la modernidad (La única cultura que hace posible la emancipación de las mujeres) y, sí, contra el capitalismo. Y el mundo moderno, nuestro mundo, ha demostrado ser sumamente vulnerable".
- Todos estos hechos superan la realidad que pueda nacer en las imaginaciones más prolíficas. El material de inspiración, la historia parte como un hecho vivo y no como un hecho vivido, por eso es que una novela de Charles Dickens nos dice tanto del Londres de su época, así como James Joyce de Dublín o Jorge Luis Borges de Buenos Aires. Ninguno de los tres fue cartógrafo o hizo un milimétrico recorrido por la ciudad. Lo que hicieron fue imaginar sobre un conglomerado de vivencias y experiencias subjetivas. Las mejores novelas son las que imaginan un espacio y un tiempo. Al imaginar el pasado lo conviertes un presente virtual. Hay lugares que existen en datos numéricos, estadísticos, geopolíticos, demográficos. Hay otros espacios cuya vida nace en un acto de ficción y se vuelven realidades documentales. Por ejemplo eso es lo que pasa con toda la literatura fantástica en América Latina: se vuelve literatura realista al cabo de dos o tres años. Eso es un drama terrible para nuestros escritores".
Tras la turbulencia, una filósofo. Nació en Nueva York en 1933. Estudió en la Universidad de Berkeley (California), en la Universidad de Chicago, en Harvard y en la Sorbona de París. Obtuvo dos maestrías una en inglés y la otra en filosofía. Ha obtenido numerosos premios nacionales e internacionales.
(*): Publicada inicialmente en la revista cultural del BCV.
Vicglamar Torres León, 23/09/02
Washington es una ciudad inmaculada, incluso en estos tiempos de guerra, cuyos rostros, signos y rastros quedan al ras de una imaginación infantil que los busca sin encontrarlos. Es fácil pensar que en medio de un conflicto bélico, se tratará de un lugar cariado, cuyos habitantes tendrán una vigilia causada por sobresaltos y largos trasnochos dibujada en la faz. Pero eso es un espejismo . Lo ue sí es real es una modesta librería. Discreta. Un lugar casi incrustado, extrañamente en los alrededores de la Casa Blanca.
CHAPTERS
A literary bookstore
1512 St,NW
Washington. DC.20005
Una vidriera como cualquier mostrador de libros. La verdad sin nada resaltante, sin una sola portada atractiva, nada peculiar. Perdí la mirada entre tantas portadas ajenas a mis intereses, pero descubrí un cartel: Susan Sontag. Conference. Tickets.
Enmudecí. Me quede tullida de pensar que podía escuchar a esta profesional del discurso que desde los años sesenta anda contando historias. Unas buenas, otras malas, unas verdaderas, otras falsas, pero todas suyas, únicas.
Era tarde y, aunque le hice al vendedor mas señas que un mono con sombrero. El tipo me vio sin mirarme y, obviamente no me abrió la puerta.
Al día siguiente fui a preguntar.
-Sí, la conferencia es aquí. Hoy, a las siete de la noche", sentenció el librero.
Yo tartamudee tanto que no pude decir ni gracias, aunque mi escueto inglés da para eso, pero me atragante con la gula que me produjo la ocasión.
Susan Sontag nunca ha sido una de mis escritoras favoritas, tampoco de las que menos aprecio. Lo que siempre me ha parecido es un personaje apetecible. Eso sí. Ella, tan contracorriente, tan revoltosa, tan contestataria. Ella tan ella. Siempre distinguiéndose como un lunar en una espalda albina. Ella.
A las siete y veintidós minutos hizo su entrada en la sala.
Había veinticuatro personas esperándola en el saloncito que acondicionaron para el encuentro. Como telón de fondo había textos de historia natural, botánica y autoayuda.
Sobre su cabeza se distinguía una pulida edición de "Un curso de milagros".
Entró, como supuse que iba a hacerlo, como una diva que quiere mantener el bajo perfil.
Bufanda roja, pantalones verdes, camisa color motaza, uno que otro collar, una que otra pulsera y algún prendedor como guinda al festín multicolor. Unos pies enormes calzados y escondidos en unas botas negras y un torrente de voz sin edulcorante, que abrió paso con un saludo. Un estruendoso carraspeo de garganta fueron suficientes para aclimatar a una audiencia impaciente de su presencia.
Alguien, me había dicho al mediodía vía e mail que ella se parecía a la Lupe, con su mechón de pelo blanco y, la verdad es que ese cuadro flamenco que es la Sontag queda enmarcado por su mechón blanco.
Mientras la veía, mantenía aquella idea de mi mente: La Lupe. Creo que sí, que la Sontag es una Lupe literaria, porque tal y como la vedette cubana, Susan Sontag ha roto esquemas, ha sido única y original. Quizás no sé ha parado en el escenario y se ha arrancado las pestañas postizas o le ha lanzado los zapatos al público, pero le ha lanzado sus consignas, sus protestas y ha impuesto un estilo personal y literario que ha encontrado imitadores, pero no un par.
Allí estaba para hablar de su último libro Where the stress falls. Leyó, bromeó, reflexionó y autografió textos. La última de la fila era una periodista venezolana que le pidió una entrevista. Medio temerosa, quien suscribe estas líneas, obtuvo una afirmación y una invitación a cenar mientras se realizaba la entrevista.
Caminamos a lo la largo de Pennsylvania Street, a un costado estaba la Casa Blanca y al otro una serie de edificios del Estado.
Nos tropezamos con Consuelo, una indigente que pernocta en las afueras de la residencia presidencial. Entre carcajadas, ambas se reconocieron y hablaron sobre sus nuevas canas.
- A veces me pregunto quién habrá visto más mundo, si yo que no me bajo de un avión o Consuelo que tiene veinte años en este mismo sitio". Con esas palabras se inició lo que interpreté sería nuestra conversación.
- Sabes cuál es el mayor atractivo de las entrevistas - preguntó- Que mientras se realizan, sobre todo en un ambiente como éste, te haces la falsa ilusión de que es una conversación de amigos y resulta que todo será revelado, que nada queda oculto y sobre el otro que se trata de un pugilato donde una de las partes saldrá vencedor. El trofeo es desnudar el alma del otro".
Dos copas de vino y un revés en la historia, devuelven a Susan Sontag a Tucson (Arizona), lugar donde creció. "Mi padre se murió cuando yo tenía tan sólo cinco años. Era un hombre buen mozo y amable que se dedicaba a mercadear productos entre China y Estados Unidos, pero la tuberculosis le ganó el round y nos dejó. Mildred, mi madre se casó de nuevo con el capitán Nathan Sontag, quien nos llevó a vivir a Tucson. Allí comencé a interesarme por los libros, por la literatura. Claro, las primeras cosas que leía no eran más que los catálogos que giraban instrucciones a las señoras para teñir sus cabellos. Pero eso me gustó mucho. Me entretenía ver el juego de una palabra tras otra, la manera de acomodarse en el papel hasta conseguir su lugar. No sé si el encantamiento que lograban tener las palabras sobre una niña pueblerina fue lo que me llevó años más tarde a afirmar que en la literatura es mucho más importante la forma que el contenido. Eso se sintió como algo tremendista. Hoy en día tengo otras impresiones sobre este asunto, pero prefiero que la gente crea que mi postura es invariable porque así resulto más molesta".
La malcriadez y cierto afán por ser la piedra en el zapato de muchos, pareciera ser uno de los divertimentos favoritos de la escritora. Aunque ella desmiente esta apreciación y asegura que si alguna vez ha tenido posturas radicales ante una u otra situación, su actitud se ha ido trasmutando en la de una apacible mujer de sesenta y nueve años que tan sólo quiere escribir literatura de ficción.
- Una vez se armó un escándalo porque dije que el ensayo era un género agonizante. Todavía recibo acusaciones y quejas con relación a este asunto y puedo asegurar que yo ni lo recuerdo. Nadie a mi edad puede pensar de la misma manera que lo hacía a los veintipocos años. Siento que fui muy tenaz en la escritura de ensayos y que podría seguir haciéndolo. Se trata de un género muy exigente. Pero mi primera pasión fue la literatura de ficción. Recuerdo que durante mi infancia, a esa edad en que las niñas descubren la masturbación y los placeres que proporciona, yo descubrí la ficción, entonces no sé que me producía más gusto. Un poco más grande llegaba a ser morbosa la íntima competencia que establecía entre el gusto por el sexo y por la literatura de ficción, tan sólo entrando a la adolescencia entendí que son pasiones diferentes. Obviamente, la forma de presentar las ideas en un ensayo es muy diferente a la de las novelas, porque las segundas son mucho más permisivas. El límite es impuesto por la imaginación".
- El ensayo es una sola voz. En las novelas puedes incorporar elementos ensayísticos, pero no al revés. Me costó mucho adquirir confianza en mi potencial capacidad para desarrollar una trama, unos personajes, para darle cuerpo a una novela. En la década de los ochenta, me arriesgué. Me encerré largos meses y escribí doscientas páginas de mi primera novela. Me sirvieron de mucho, con ellas estuve cambiado el piso de la jaula de mi canario durante algunos meses más. Ni siquiera me atreví a echarles una mirada. Creo que era de lo peor que alguien ha podido garabatear o tipear." - Años más tarde volví a intentarlo. Empecé a enamorarme de un proyecto, hasta que de pronto me ví escribiendo The Vollcano Lover. Había escrito ochenta cuartillas. Hice una implosión febril. Me llené de dudas. La calentura de mi cuerpo venía de mi alma, de mis dudas. Iba a desechar nuevamente un proyecto novelístico. Mi hijo, leía y releía el manuscrito e intentaba que aquel montón de letras y yo nos reconciliáramos. Un buen día, cuando ya estábamos a punto de firmar el divorcio una vez más ese género y yo, me senté a leer y no me disgustó lo que iba descubriendo. Me dije: esto va a funcionar, simplemente porque me atraía, me gustaba. Retomé mi novela. A medida que transcurrían los días más satisfecha me sentía con lo que iba apareciendo. Me sentía mejor y eso me facilitaba el proceso de la escritura. La novela ganaba espesor y yo ganaba confianza. Las primeras veinte páginas necesitaron más de seis meses para ser escritas y las últimas cien, tan sólo tres semanas".
- Creo que lo más importante a la hora de escribir es pensar que algún lector necesitado espera con ansias ese texto. Comencé a escribir pensando en lo que quería leer. Si mantienes esa premisa, quieras o no, serás honesto".
- La novela es un vehículo ideal , tanto de espacio como de tiempo. La novela nos enseña el tiempo. No es lineal, pero si secuencial y no muestra un espacio creado dentro de sí misma. La novela es la creación, no solamente de una voz, sino de un mundo, simula las estructuras esenciales según las cuales nosotros caemos en la trampa lúdica de estar vivos".
Aunque la vida de Sontag, ha sido más que un hedónico o juguetón montón de acontecimientos. Ha librado batallas personales contra múltiples causas. A nivel político ha tendido a sentarse a la izquierda en cualquier mesa de diálogo. Es una pacifista consumada y ha prestado su voz y su brazo a cuanta lucha le ha parecido necesaria. Además ha dirigido obras de teatro, cuatro películas y ha sido articulista de algunos medios impresos como la revista New Yorker.
A pesar de sí misma , su apego a la literatura de ficción ha no la ha desvinculado de lo que ella ha llamado la "amenazante aldea globalizada en que vivimos". Cada vez que ocurre algo que descarrila el tren del status quo mundial, Susan Sontag tiene algo que decir, alguna palabra a flor de labios. Así ocurrió con los ataques terroristas del once de septiembre del año pasado.
Una sonrisa que se gesta en el sarcasmo , la lleva a decir que apenas se enteró de lo que ocurría en su ciudad: Nueva York, una amiga muy cercana le aseguró que Bush, Powel, Osama Bin Laden y ella tendrían algo que decir.
- Durante aquellos primeros días después de mi vuelta a Nueva York, la realidad de la devastación y la inmensidad de la pérdida de vidas, me hizo centrarme inicialmente en toda la retórica que había acerca del acontecimiento, aunque luego me pareció lo menos relevante.
- Lo que intentaban lograr quienes perpetraron la matanza del 11 de septiembre no era la rectificación de todos los agravios que se han cometido contra el pueblo palestino o el sufrimiento de la gente en la mayor parte del mundo musulmán. El ataque es otro . Es un ataque contra la modernidad (La única cultura que hace posible la emancipación de las mujeres) y, sí, contra el capitalismo. Y el mundo moderno, nuestro mundo, ha demostrado ser sumamente vulnerable".
- Todos estos hechos superan la realidad que pueda nacer en las imaginaciones más prolíficas. El material de inspiración, la historia parte como un hecho vivo y no como un hecho vivido, por eso es que una novela de Charles Dickens nos dice tanto del Londres de su época, así como James Joyce de Dublín o Jorge Luis Borges de Buenos Aires. Ninguno de los tres fue cartógrafo o hizo un milimétrico recorrido por la ciudad. Lo que hicieron fue imaginar sobre un conglomerado de vivencias y experiencias subjetivas. Las mejores novelas son las que imaginan un espacio y un tiempo. Al imaginar el pasado lo conviertes un presente virtual. Hay lugares que existen en datos numéricos, estadísticos, geopolíticos, demográficos. Hay otros espacios cuya vida nace en un acto de ficción y se vuelven realidades documentales. Por ejemplo eso es lo que pasa con toda la literatura fantástica en América Latina: se vuelve literatura realista al cabo de dos o tres años. Eso es un drama terrible para nuestros escritores".
Tras la turbulencia, una filósofo. Nació en Nueva York en 1933. Estudió en la Universidad de Berkeley (California), en la Universidad de Chicago, en Harvard y en la Sorbona de París. Obtuvo dos maestrías una en inglés y la otra en filosofía. Ha obtenido numerosos premios nacionales e internacionales.
(*): Publicada inicialmente en la revista cultural del BCV.
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