Acerca de la manipulación de la realidad



17 de julio de 2019


Para la Real Academia Española, existen tres acepciones de la palabra “realidad”: 1. existencia real y efectiva de algo; 2. verdad, lo que ocurre verdaderamente, y 3. lo que es efectivo o tiene valor práctico, en contraposición con lo fantástico e ilusorio. El filósofo español José Ferrater Mora (1912-1991), por otra parte, decía en su “Diccionario de Filosofía” que la realidad es “la totalidad de hechos posibles y expresables mediante el conjunto de proposiciones con sentido, tanto las verdaderas como las falsas”. Desde luego, la realidad es un concepto que tiene no sólo varias acepciones sino también múltiples aplicaciones en todas las áreas de pensamiento humano, tanto filosófico como científico, tecnológico, político o sociológico.

En cuanto a la Filosofía, ya en el siglo V a.C. el filósofo jónico Heráclito de Éfeso (540-470 a.C.) expresaba de modo metafórico que la realidad no era más que el devenir, una incesante transformación. Tiempo después, Aristóteles de Estagira (384-322 a. C.) decía en Atenas que la realidad era la forma en que se manifestaba la verdadera existencia, algo concreto que formaba parte del mundo sensible y material. Mucho más adelante, en el siglo XVII, el filósofo francés René Descartes (1596-1650) aseguraba en sus “Méditations metaphysiques” (Meditaciones metafísicas) que la realidad existía únicamente en la conciencia del individuo. Cercanos a esta idea del Idealismo, los filósofos George Berkeley (1685-1753) y Johann Fichte (1762-1814) atribuirían un papel clave a la mente para el conocimiento de la realidad ya que, al estar ésta fuera de aquella no era comprensible en sí misma.


Para Georg W.F. Hegel (1770-1831), el pensamiento era el creador de la realidad. En su “Phänomenologie des geistes” (Fenomenología del espíritu) afirmaba que la realidad era la unidad de la esencia y la existencia. En cambio, para los exponentes del Materialismo, para explicar la realidad era necesario analizar cómo se generaba algo a partir de sus componentes materiales. En su tratado “De corpore” (Tratado sobre el cuerpo), el filósofo inglés Thomas Hobbes (1588-1679) sostenía que el único objeto de conocimiento era lo corporal, pues sólo las cosas que actúan o sufren la acción de otro componen la realidad. La causa de sus cambios y movimientos tenía lugar por el enfrentamiento de los elementos inherentes a la propia materia y a sus continuas contradicciones.
Los albores del siglo XX fueron una época dorada para la Física. En aquellos años aparecieron novedosas teorías para explicar el mundo de formas radicalmente nuevas, un prodigio que no se veía desde la revolución científica del siglo XVII liderada por Galileo Galilei (1564-1642), Johannes Kepler (1571-1630) e Isaac Newton (1643-1727). El punto más alto de ese período -y quizá el que marcó su fin- fue el Congreso Solvay de 1927, un ciclo de conferencias científicas organizadas en Bruselas por el químico industrial belga Ernest Solvay (1838-1922) a la que asistieron personalidades notables de la ciencia como Hendrik Lorentz (1853-1928), Max Planck (1858-1947), Niels Bohr (1885-1962), Marie Curie (1867-1934), Albert Einstein (1879-1955) y Erwin Schrödinger (1887-1961), por citar a los más conocidos.
Estas conferencias marcaron una trascendental lucha por describir la naturaleza misma de la realidad, refiriéndose, claro, a la naturaleza física de la misma. Para algunos había que hacerlo desde la visión clásica de la causalidad, esto es, la relación entre causa y efecto, y para otros debía hacérselo introduciendo las novedosas teorías de la mecánica cuántica, aquella que analiza el comportamiento de la materia de acuerdo a los diferentes entornos y situaciones.


Por entonces el médico neurólogo austriaco Sigmund Freud (1856-1939), desde un ángulo completamente distinto, buscaba demostrar que el psicoanálisis era capaz de dar cuenta de la realidad de una manera verificable empíricamente. En su obra de 1915 “Das unbewusste” (Lo inconsciente), se preguntaba cuál era la naturaleza de la realidad y cómo influía en ella la experiencia humana y su comunicación entre las personas. Para el padre del psicoanálisis, era justificable suponer que la creencia en la realidad estaba relacionada con la percepción a través de los sentidos. La relación de los seres humanos con el mundo externo, es decir, con la realidad, dependía de la habilidad para diferenciar entre la percepción y la idea que se tuviera de la misma.
Pero, más allá de las disquisiciones científicas, provengan éstas de la Filosofía, de la Física o del Psicoanálisis, para un ser humano común y corriente hay preguntas que parecerían no tener respuesta. ¿Qué es la realidad? ¿Cómo la definimos? ¿Cuántas realidades hay? ¿Cada quien tiene su propia realidad? Con el paso de los años, diversos estudios aparecidos parecen demostrar de manera contundente que la naturaleza de la realidad no es objetiva sino que depende de quién la esté mirando.
Desde un punto de vista relacionado con la vida cotidiana de las personas, acercándonos ya al final de las dos primeras décadas del siglo XXI, pareciera ser que ser hoy realista no significase más que conformarse con las ideas sobre la realidad que pregonan las clases dominantes, incluso si esas ideas son constantemente refutadas y desmentidas por la propia realidad.
Hasta resulta grotesco advertir que, cuánto más tonta es una idea dominante, tanto más es aceptada como una verdad obvia y, por ende, consentida por un sinnúmero de apáticos conformistas. Pseudo filósofos, soberbios economistas, engreídos historiadores y vanidosos sociólogos, al amparo de los medios masivos de comunicación (¿o debería llamárselos de manipulación?), repiten constantemente el disparate de la completa y definitiva victoria del capitalismo liberal o de la singular eficacia de la globalización y financiarización de la economía mundial, a pesar de que los hechos demuestran cada día que pasa los nefastos resultados de tales políticas.


En medio de esta aberrante realidad, no dejan de aparecer supuestos intelectuales que discrepan con estas posturas y presentan irrisorias alternativas sólo modificando o retocando los mismos disparates que, más temprano que tarde, resultan incluso peores. Ridículamente repiten constantemente que, si  bien las actuales políticas económicas no son las mejores, no caben dudas de que el capitalismo es el único sistema posible por un período indefinido de tiempo y que es inevitable la supremacía de los intangibles mercados dada su supuestamente probada superioridad sobre cualquier otra alternativa para manejar la economía.
Todas estas pretensiones de realismo son definitivamente el polo opuesto de lo que, según el materialismo histórico, es realmente el realismo, aquello que en 1923 en su “Novyy kurs” (El nuevo curso) León Trotsky (1879-1940) llamaba “la forma de evaluación cuantitativa y cualitativa más elevada de la realidad objetiva con todas sus contradicciones en transición y en constante movimiento y cambio”.
Casi un siglo y medio antes, el filósofo prusiano Immanuel Kant (1724-1804) afirmaba en “Kritik der reinen vernunft” (Crítica de la razón pura) que la realidad “es lo que la mente humana percibe a través de los sentidos” y se basaba en el aspecto externo de lo que se ve o se sabe, de lo que nos dicen o no nos dicen. Y, posiblemente, tal afirmación tenga hoy más vigencia que nunca si se piensa en el rol de los medios de comunicación, los que cumplen una función preponderante en la manera de intervenir en la realidad según lo que dicen o no dicen, lo que callan, lo que ocultan o lo que tergiversan de acuerdo a sus intereses corporativos.
De manera premonitoria, a mediados del siglo XVII el filósofo holandés Baruch Spinoza (1632-1677) manifestaba en “Ethica ordine geometrico demonstrata” (Ética demostrada según el orden geométrico) que los hombres se creen libres porque son conscientes de sus deseos, pero en realidad ignoran las causas por las cuales tienen esos deseos. En la realidad contemporánea, en la que las variables que afectan a la formación de los individuos son algunas como el consumismo, la desinformación, la publicidad o el miedo, es razonable preguntarse si, efectivamente, cada persona es libre de tomar la decisión que quiera, sobre todo en la actualidad, cuando la forma preponderante de la objetividad manifiesta las ilusiones dominantes de las clases dirigentes a través de la retórica de la propaganda.
Allá por 1846, Karl Marx (1818-1883) y Friedrich Engels (1820-1895) decían en “Die deutsche ideologie” (La ideología alemana) que las ideas preponderantes en cada época eran las de la clase dominante. Para los filósofos alemanes, esta clase, al controlar los medios de producción material, también controlaba los medios de la producción mental, imponiendo así dichas ideas al resto de la sociedad. Hoy, la omnipotencia de las últimas tecnologías informáticas controladas por el gran capital financiero que gobierna en un mundo globalizado más allá de la vieja sociedad industrial de la que hablaban Marx y Engels, sustenta el imaginario social y constituye la quintaesencia del realismo en nuestros días.


Sin embargo este es un fenómeno novedoso sólo por el notable desarrollo del procesamiento automático de información mediante dispositivos electrónicos y sistemas de computación, pero no lo es desde el punto de vista de sus objetivos. Hace algo más de ochenta años, Joseph Goebbels (1897-1945), ministro para la Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich, se apoderó de la supervisión de los medios de comunicación, las artes y la información en la Alemania nazi con el fin de controlar todos los aspectos de la vida cultural e intelectual de los alemanes. Utilizando con fines propagandísticos la prensa escrita y los medios de comunicación relativamente nuevos por entonces como la radio y el cine, Goebbels consiguió que la figura de Adolf Hitler (1889-1945) empezara a tomar un cariz distinto de cara a la sociedad. Pasó de ser un criminal que había sido encarcelado por atentar contra el Estado a ser un mártir que fuera arrestado por las fuerzas comunistas y socialistas que estaban siendo controladas desde Moscú. Mediante el desarrollo de sistemáticas campañas de desprestigio, falsedades y desinformación, poco a poco fue creando una singular realidad: la que se adecuaba a los objetivos del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán.
Este episodio histórico podría parecer obsoleto, anticuado; sin embargo esa caracterización es sólo aparente y superficial pues, en el fondo, todo proceso histórico está determinado por similares intereses y conflictos. Ya lo advertía el escritor y periodista británico George Orwell (1903-1950) en su ensayo “Politics and the english language” (La política y la lengua inglesa), publicado en 1946: “El lenguaje político tiene como objetivo hacer que las mentiras suenen verdaderas”. Hoy en día, la realidad está estigmatizada por ese dualismo perverso hasta tal punto que pareciera que los hechos objetivos no existen, lo que nos retrotrae al principio de la transposición goebbeliano que rezaba “Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan”.
El lingüista y filósofo estadounidense Noam Chomsky (1928) viene desde hace varias décadas ocupándose de este tema. Lo hizo en “Necessary illusions. Thought control in democratic societies” (Ilusiones necesarias. Control del pensamiento en las sociedades democráticas), en “Propaganda and control of the public mind” (La propaganda y el control de la opinión pública) y en “Silent weapons for quiet wars” (Armas silenciosas para guerras tranquilas). En este último, habla de las estrategias de manipulación mediática entre las que cita aquella consistente en desviar la atención del público de los problemas importantes y de los cambios decididos por las elites políticas y económicas, mediante la técnica de la propagación de continuas distracciones y de informaciones insignificantes.
Las calañas gobernantes utilizan estas tácticas para tomar medidas impopulares que son presentadas como “dolorosas y necesarias” y que implicarán un sacrificio inmediato, pero siempre bajo la promesa de que “todo irá mejorar mañana” si el pueblo se sacrifica, ya que dichas medidas no harán más que “beneficiar a la patria”. Una estrategia que hace uso del aspecto emocional en desmedro del análisis racional para lograr el socavamiento del sentido crítico de los individuos. Por supuesto, lo que no se dice es que la inmensa mayoría de esas resoluciones beneficiarán a las clases dominantes en el corto plazo y no serán ellas, precisamente, las que tendrán que sacrificarse.
Desde ya no están solos en esta ímproba tarea. Guiados por la ideología, intereses personales o políticos, capitanes de la industria, periodistas, voceros de las cámaras de comercio, sindicatos e incluso economistas académicos toman posición con absoluta confianza, a menudo para engañar al público de acuerdo con sus propios intereses, y convenientemente cambian de forma repentina, otra vez, de acuerdo con sus intereses en un nuevo escenario. Así, logran en definitiva crear una supuesta realidad.


El prolífico escritor estadounidense Philip K. Dick (1928-1982) decía que “el instrumento básico para la manipulación de la realidad es la manipulación de las palabras. Si uno puede controlar el significado de las palabras puede controlar a la gente que utiliza esas palabras”. Es por eso que la educación juega un rol preponderante. Cuánto más pobre y mediocre sea la que se brinde a las clases subalternas y desposeídas, más reducida será su capacidad para advertir esas maniobras y más sencillo le resultará a la oligarquía aplicarlas. Nada es fortuito. No existe la casualidad, lo que existe es la causalidad, tal como decía el antes mencionado Immanuel Kant en su “Kritik der praktischen vernunft” (Crítica de la razón práctica) hace casi dos siglos y medio atrás.
El poeta español Ramón de Campoamor (1817-1901) decía en uno de sus poemas que “En este mundo traidor / nada es verdad ni es mentira, / todo es según el color / del cristal con que se mira”. Hoy, sin duda alguna, ese cristal es aleado por las camarillas oligárquicas que gobiernan en todas partes. Aquellas que actúan en consonancia con el 1% de los ricos del mundo que acumula el 82% de la riqueza global.Para ello cuentan con la notable incidencia de los medios de comunicación, llámense televisión, radio o redes sociales, los que, subordinados a poderosos grupos empresariales, configuran una realidad virtual, un sentido común enajenado; una suerte de hipnosis colectiva que conduce a una obediencia inconsciente de aquellos que se creen libres y no registran que sólo son esclavos posmodernos que cumplen órdenes.

Cuando uno llega a tener un concepto de realidad mínimamente aproximado a los hechos, dispone de algo que es absolutamente indispensable: el conocimiento de lo que significa la condición de ser humano. Cuando el ser humano sabe lo que él es y comprende su naturaleza y su funcionalidad, está en posesión de recursos que le van a permitir tomar conciencia de sí mismo y establecer una relación objetiva con la realidad. En un momento en el que la información juega un papel de primera magnitud y es capaz de determinar el contenido y el rumbo de la política a todos los niveles, está en cada uno de nosotros determinar cuán peligrosa puede resultar la manipulación de esta información por parte de quienes distorsionan la realidad para ampliar su poder e incrementar sus beneficios

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