- Gustavo Ogarrio - Sunday, 09 Feb 2020
Crónica entrañable de un recuerdo adolescente, o mejor dicho de un adolescente detenido en el tiempo, acaso como la canción “Time Stand Still”, por el descubrimiento de un disco de una “banda llamada Rush”, a la que aquí se rinde homenaje en nombre de muchos, junto al cálido lamento por la muerte de su gran baterista Neil Peart.
para Juan Carlos Peña (Jhonny) y sus hermanos,
para Alan Urbina y Víctor Rodríguez
Exit…Stage left: Una evocación
Decían los periódicos y la televisión que el peso se devaluaba, las divisas se fugaban y el dólar emprendía su camino aniquilante hacia las nubes: era el año de 1982. Pero yo más bien recuerdo el cuarto secreto, gigante y repleto de discos muy bien acomodados en estantes igual de gigantes colgados en las paredes. Estaba en una casa vieja a la vuelta de la mía: el cuarto cósmico lleno de sonidos que se expandían en mí como si yo mismo fuera la galaxia. Las luces se apagaban cuando algún disco que alguien consideraba memorable empezaba a sonar y a destilar su poder oculto y diamantino en nosotros. Porque ese nosotros era una agrupación cavernosa de infantes que ya se presumían como adolescentes y se imponían la rutina de escuchar dos o tres tardes a la semana lo que el hermano mayor de Johnny nos quería compartir. Por ejemplo: la ópera-rock de Raúl Porchetto, Cristo rock; o ese álbum de fondo negro con los rostros extrañamente delineados en colores brillantes y cuyo título resonaba en mí como un enigma: La máquina de hacer pájaros; o el bigote bicolor de Charly García en la portada de Clics modernos y ese tango rock con su suave carga poética que también nos hacía forasteros en nuestro propio mundo: “No soy un extraño.” También Deep Purple y el hechizo de Lou Reed y su Rock and Roll Diary: 1967-1980, sin saber nosotros que eso también era poesía, porque apenas alcanzaba el tiempo para concentrarnos en las voces transversales que nos apabullaban entre guitarras de colores drásticos y tambores que se nos metían en las rodillas mientras agachábamos la cabeza para respirar mejor esas explosiones.
Sin embargo, no fue en esos estantes de sonidos en combustión donde descubrí el disco Exit…Stage Left, de una banda llamada Rush. Quizás eran las primeras veces que salía de la caverna y que me encontraba con un acetato que elegía por mi cuenta. Pero es seguro que lo llevé con cierto orgullo bajo el brazo de metal y lo colocamos en el tornamesa. Así comenzó, en la oscuridad del universo, el disco grabado en vivo en Toronto, el 27 de marzo de 1981: “The Spirit of Radio” y la guitarra que giraba en círculos concéntricos o que subía y bajaba por los escalones de la batería. “Red Barchetta”: el drama de la guitarra muriendo ante las metáforas de la máquina… en fin, era como si esa música casi sinfónica y dura pudiera producir una herida, una herida más bien luminosa, algo que sabíamos que se quedaría girando en nosotros por mucho tiempo. Quizás lo que más me gustaba era que había una canción con el título de “Tom Sawyer”: yo también me había conmovido con el tesoro y la casa embrujada, con el amor de Becky y el heroico Huck y la cueva de McDougal, con el trazo de Mark Twain de ese mundo a la orilla del río que ahora era también una canción en la que Tom significaba un orgullo compartido: “Today’s Tom Sawyer/ Mean…mean pride.” El mundo era entonces ese río de canciones que nos desbordaban, era ése no saber que Xanadú había sido la capital del imperio mongol y también una canción con guitarra de doce cuerdas en vivo
y con la mujer en la portada abriendo el telón desde un costado de aquel escenario imaginario donde el universo apenas comenzaba.
y con la mujer en la portada abriendo el telón desde un costado de aquel escenario imaginario donde el universo apenas comenzaba.
Ahora me pregunto: ¿qué querían de nuestras vidas las letras de Neil Peart (apenas comprendidas en un raquítico inglés que más bien se parecía a un balbuceo gutural sin heavy metal) y su batería en esa multiplicación de tambores y platillos que nos atravesaban como un relámpago?
Time Stand Still: tres huellas digitales
Siempre me llamó la atención esa simbología triangular: tres bolas sombreadas en el rojo apagado de la portada del disco Hold Your Fire; tres huellas digitales de colores en cierto álbum recopilatorio; el show en vivo de las manos intrépidas una larga noche de octubre de 2002 en México; la extensión de ese cuarto viejo de la infancia, proyectado mucho años después en el campo de energía en el que las lavadoras y el fuego del dragón en la gira Vapor Trails estallaban en la mirada y en los tímpanos. Y ahora, en esa confusión de épocas, Rush y su tiempo por siempre detenido con la muerte de Neil Peart.
El acoplamiento entre el bajo, el teclado y la
voz de Geddy Lee (al comienzo bastante aguda, pero después ya templada por el tiempo y por la arquitectura de un estilo), la guitarra de Alex Lifeson (“hijo de la vida” y de ese viaje tan suyo que va del blues al hard rock… una guitarra de rock progresivo, cruda y limpia al mismo tiempo, al menos eso dicen) y la batería de Neil Peart (un milagro de constancia y precisión jazzística que da vuelcos de claridad hacia los cambios de compás… que también es locura de pies y manos que avanzan atados en su independencia motriz).
voz de Geddy Lee (al comienzo bastante aguda, pero después ya templada por el tiempo y por la arquitectura de un estilo), la guitarra de Alex Lifeson (“hijo de la vida” y de ese viaje tan suyo que va del blues al hard rock… una guitarra de rock progresivo, cruda y limpia al mismo tiempo, al menos eso dicen) y la batería de Neil Peart (un milagro de constancia y precisión jazzística que da vuelcos de claridad hacia los cambios de compás… que también es locura de pies y manos que avanzan atados en su independencia motriz).
Quizás fue la ternura de “Closer to the Heart”: filósofos y labradores en marcha hacia la utopía de un mundo simplemente más cercano al corazón. También pudo ser esa columna de acordes básicos en “Working Man” y que escalaban hacia la mano araña en la guitarra para volverse la apoteosis trágica de un trabajador del capitalismo metropolitano que no tiene tiempo para vivir, sino sólo para beber una cerveza y preguntarse por qué no sucede nada. O la guitarra inicial de “Fly by Night”, que es casi una leyenda emocional, una invocación giratoria de la partida: vuela de noche y lejos de aquí. Pero, para nosotros, fue esa oración pop del tiempo congelado, el aprendizaje de la vida que se detiene en los platillos: “Time Stand Still”. Cerrar los ojos mientras la inocencia se fuga entre los coros de Aimee Mann, la letra del mismo Neil Peart y esa dulzura
con la que Lee canta el tiempo indetenible y que, al adaptarse a las descargas solares de 1987, nos dejaba incomprendidos y breves, hermosamente fugaces en el río de estas canciones.
con la que Lee canta el tiempo indetenible y que, al adaptarse a las descargas solares de 1987, nos dejaba incomprendidos y breves, hermosamente fugaces en el río de estas canciones.
0 Comentarios