Anaïs Nin
Anaïs Nin / La patria de la entrepierna
Anaïs Nin / La mujer del velo
Anaïs Nin / El aventurero húngaro
Henry Miller / Dos cartas para Anaïs Nin
Henry Miller / Carta de despedida a Anaïs Nin
Anaïs Nin / El erotismo en las mujeres
FICCIONES
Casa de citas / Anïs Nin / Luna de miel
Casa de citas / Anaïs Nin / Henry Miller
Casa de citas / Anaïs Nin / June
Casa de citas / Anaïs Nin / Hugo
Casa de citas / Anaïs Nin / Un incidente gracioso
Anaïs Nin
Anaïs Nin / La mujer del velo
Anaïs Nin / El aventurero húngaro
Henry Miller / Dos cartas para Anaïs Nin
Henry Miller / Carta de despedida a Anaïs Nin
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Casa de citas / Anaïs Nin / Un incidente gracioso
(1903 - 1977)
Narradora franco-estadounidense, nacida en Neuilly-Sur-Seine (en el área suburbana de París) el 21 de febrero de 1903, y fallecida en Los Ángeles (en el estado norteamericano de California) el 14 de enero de 1977. Autora de algunos de los relatos y novelas más desinhibidos de la narrativa contemporánea escrita por mujeres, causó asombro en su tiempo por el atrevimiento, la sinceridad y la ausencia de prejuicios morales de sus textos autobiográficos, recogidos en un monumental diario que empezó a redactar a los once años de edad. Apasionada del psicoanálisis, compartió sus experiencias amorosas y sus inquietudes intelectuales con algunas figuras destacadas del panorama cultural del siglo XX -como el psicoanalista Otto Rank, discípulo directo de Freud (1856-1939), y el escritor norteamericano Henry Miller (1891-1980)-, y luchó enconadamente -tanto en su propia peripecia vital como en su extensa obra autobiográfica- por la liberación sexual de la mujer, lo que la convirtió en uno de los grandes mitos del movimiento feminista de los años sesenta.
Vida y obra
La suma de las diversas nacionalidades y las diferentes latitudes geográficas que se dan cita en los orígenes de Anaïs Nin ha provocado bastantes confusiones entre sus biógrafos. Sus padres, ambos nacidos en Cuba, poseían nacionalidades distintas y pertenecían a dos culturas bien diferenciadas: su progenitor era el célebre pianista y compositor cubano Joaquín Nin-Castellanos (1879-1949), natural de La Habana; su madre, también vinculada al mundo de la música, era la cantante franco-danesa -aunque también nacida en la mayor de Las Antillas- Rosa Culmell. Cuando nació la futura escritora -que recibió en la pila bautismal el nombre de Ángeles Anaïs Juana Antolina Rosa Edelmira Nin y Culmell-, el matrimonio formado por ambos residía en las afueras de París; posteriormente, la familia se trasladó a Barcelona, ciudad en la que, en 1914, Joaquín Nin dejó abandonados a su esposa y a sus hijos para iniciar una nueva relación amorosa al lado de una mujer más joven. Rosa Culmell se embarcó entonces junto a sus tres hijos rumbo a los Estados Unidos de América, y en el transcurso de aquel dilatado periplo transoceánico a bordo del vaporMontserrat -que cubría el trayecto naval entre la Ciudad Condal y Nueva York- la pequeña Anaïs comenzó a redactar un larga epístola dirigida al padre ausente, carta que fue el punto de partida de sus celebérrimos diarios.
Católica a ultranza durante su infancia y adolescencia ("creo firmemente en Dios y en todo lo que Dios me dice a través de la Santa Iglesia", dejó anotado en las primeras páginas de su diario), la joven Anaïs Nin asistió en Nueva York a varias escuelas religiosas en las que, tras superar sin grandes dificultades el aprendizaje de un nuevo idioma, pronto dejó constancia de su innata capacidad para la escritura. Pero a los dieciséis años de edad interrumpió bruscamente su formación secundaria para empezar a trabajar como modelo y tomar clases de danza española, pues por aquel entonces se sentía poderosamente atraída por el mundo del espectáculo. En ese ambiente conoció al banquero neoyorquino Hugh Guiler, con el que habría de contraer nupcias en 1923, año en el que ambos se desplazaron a Europa para afincarse en París. Con el paso del tiempo, el propio Guiler se convirtió en uno de los ilustradores de las novelas de su esposa, bajo el pseudónimo de Ian Hugo.
En la capital francesa, Anaïs Nin recobró su interés por la creación literaria y quedó deslumbrada por el psicoanálisis. Comoquiera que su marido no compartía con ella estas aficiones ("Hugo huele a banco", escribió en su diario para caricaturizar la obsesión de su esposo por el mundo de las finanzas), empezó a frecuentar los ambientes de la bohemia parisina y se interesó por la obra del escritor británico D. H. Lawrence (1885-1930), a la sazón satanizado por la crítica europea debido al verismo sin precedentes que, en los aspectos sexuales, había alcanzado en algunas narraciones extensas como Mujeres enamoradas (1920) y El amante de lady Chatterley (1928). Al margen de exhibir, con esta fijación en la obra de Lawrence, un talante liberal poco frecuente en una mujer de su tiempo, Anaïs Nin se reveló como una excelente estudiosa del hecho literario tras dar a la imprenta su ensayo titulado D.H. Lawrence: An Unprofessional Study (1932), obra con la que, en contra de las corrientes estéticas y morales de su tiempo, contribuyó notablemente a la revalorización de los escritos del autor de Eastwood.
En 1930 había recalado en París el escritor neoyorquino Henry Miller, quien pronto se integró en los círculos literarios frecuentados por Anaïs Nin y mantuvo con ella una apasionada relación amorosa, a la que pronto se sumó June, la mujer del autor de Trópico de Cáncer (1934), quien inició a la escritora en los amores sáficos: "Cuando June caminó hacia mí desde la oscuridad del jardín hacia la zona iluminada por la puerta abierta, vi por primera vez a la mujer más bella de la tierra, un rostro sorprendentemente blanco, unos ardientes ojos negros, un rostro con tanta vida que sentí como si fuera a consumirse ante mis ojos [...]. Hace años traté de imaginar la auténtica belleza, creé en mi mente la imagen de una mujer así; sólo la pasada noche la vi. Su belleza me inundó [...]. Por la noche soñé con ella, y no aparecía magnífica y abrumadora como es, sino muy pequeña y frágil. Y la amé. Amé una pequeñez, una vulnerabilidad que me parecía disimulada por su orgullo, por su arrogancia. [...]. Con su cara, impresionantemente blanca, al retirarse hacia la oscuridad del jardín representó para mí el papel de irse. Yo quise correr y besar su fantástica belleza y decirle: June, has matado también mi sinceridad, ya no sabré nunca quién soy, qué amo, qué quiero. Tu belleza me ha ahogado, inundado hasta el fondo de mi ser; te llevas contigo una parte de mí reflejada en ti. Cuando tu belleza me tocó me disolvió. Te soñé, deseé tu existencia, tú eres la mujer que yo quiero ser. Veo en ti esa parte de mí que es como tú".
Entretanto, el interés de Anaïs Nin por el psicoanálisis la condujo hasta el diván -y bien pronto hasta el lecho- de René Allendy (1889-1942), miembro fundador de la Sociedad Psicoanalítica de París y humanista polifacético, atento a otras disciplinas del saber como la alquimia, la astrología, el misticismo, el arte y la literatura surrealistas y el cine (llegó a concebir varias películas oníricas que nunca fueron rodadas). Convertida en amante secreta de Allendy -quien, además, psicoanalizaba por aquel tiempo a Hugh Guiler-, la escritora de nacionalidad estadounidense entró en contacto con el mundo onírico del surrealismo y llegó al convencimiento de que la racionalización de las fuerzas instintivas del subconsciente sólo podía lograrse a través del psicoanálisis, convencimiento que dejó bien patente en la rigurosa introspección de que hacía gala en su diario: "Es extraño comprobar el amor de otro por una y permanecer inmutable. Los bellos sueños de Hugh sobre mí. Los escucho, pero jamás pienso en ellos cuando Henry me acaricia. Es absolutamente cierto que nunca pienso en Hugh cuando estoy con Allendy o con Henry, como tampoco pienso en Henry cuando estoy con Allendy [...]. No veo nada malo en acostarme con Henry en la cama de Hugh, como tampoco vería nada malo en entregarme a Allendy en la misma cama. No tengo ninguna moralidad. Sé que la gente se horroriza, pero yo no".
Pero la peripecia amatoria de Anaïs Nin no había alcanzado aún su punto culminante. El día 5 de mayo de 1933 se encontró en París con su padre, al que había idolatrado y odiado simultáneamente desde que éste abandonara a su familia cuando ella aún era una niña. Mes y medio después de su reencuentro, Joaquín Nin y su hija se refugiaron en un pequeño hotel de la localidad francesa de Valescure, donde vivieron una tórrida relación incestuosa que la escritora, a pesar de la promesa que hizo a su padre, acabó por reflejar también en las sinceras páginas de su diario: "Tenía al hombre que amaba en mis pensamientos; lo tenía en mis brazos, en mi cuerpo. El hombre que busqué por todo el mundo, que marcó mi niñez y me perseguía. Había amado fragmentos de él en otros hombres: la brillantez de John, la compasión de Allendy, las abstracciones de Artaud, la fuerza creativa y el dinamismo de Henry. ¡Y el todo estaba allí, tan bello de cara y cuerpo, tan ardiente, con una mayor fuerza, todo unificado, sintetizado, más brillante, más abstracto, con mayor fuerza y sensualidad! [...]. Me penetró tres y cuatro veces sin parar, sin retirarse [...]".
A pesar de esta arrebatada pasión incestuosa, la escritora regresó a París al término de aquel tórrido verano y volvió a entregarse a sus amantes habituales. Fruto de esta intensa y arriesgada vida sentimental fue, en 1934, el primer y único embarazo de Anaïs Nin, que concluyó prematuramente a los seis meses, tras el aborto de la niña que llevaba en su seno. Entretanto, seguía obsesionada por el psicoanálisis: tan hondamente había calado en Anaïs Nin la disciplina impulsada por Freud y sus discípulos, que llegó a plantearse la posibilidad de abandonar la creación literaria para dedicarse de lleno al estudio de este método de indagación en las profundidades de la mente humana; y así, durante una prolongada estancia en Nueva York (1934-1935) requirió los servicios de un nuevo y prestigioso psicoanalista -el mencionado Otto Rank, con el que también mantuvo relaciones sexuales- y llegó a colaborar con él, en calidad de ayudante, en su consulta neoyorquina.
A su regreso a París, conoció al peruano Gonzalo More, a quien incluyó en su nómina de amantes sin desatender por ello a otros viejos compañeros de cama, como Henry Miller. Con la irrupción en su vida de More, a quien describió como "divinamente hermoso, tan parecido a un dios", Anaïs Nin volvió a alcanzar la plenitud del éxtasis amoroso-sexual que había conocido al lado de su padre: "Fui infinita y completamente consciente del fuego del amor, hasta el punto de que casi caigo de rodillas para bendecir a no sé quién, porque en verdad puedo decir que he conocido las cimas más altas de la pasión, de la pasión absoluta, sensual y mística. Que ambos, Henry y Gonzalo, de maneras distintas, hayan sido los amantes más maravillosos, que he dado y recibido todas las caricias posibles a los seres humanos, que es la máxima alegría que puede experimentarse en la tierra. Amor. Pasión. Ternura".
Afincada, pues, nuevamente en París, en 1936 colaboró de forma activa en la fundación del sello Editions Seine, con la intención de hallar en sus colecciones un hueco para sus propias obras, rechazadas por "escandalosas" por parte de los restantes editores franceses y americanos. Fue así como, antes de la Segunda Guerra Mundial, dio a la imprenta sus novelas eróticas The House of incest (La casa del incesto, 1936) y Winter of Artifice (Invierno artificial, 1939), obras que dividieron a la crítica y los lectores, más atentos -una y otros- al desahogo moral de la autora norteamericana -auténtica prolongación de los escritos autobiográficos que continuaba mecanografiando en su interminable diario- que a los valores estrictamente literarios de ambas piezas.
Poco antes del estallido de la contienda internacional, Hugh y Anaïs, intuyendo la magnitud del conflicto, decidieron abandonar Europa para buscar refugio en los Estados Unidos de América. Instalados en Nueva York, protegieron desde allí a algunos amigos como Henry Miller y Gonzalo More, sobre todo gracias a los ingresos obtenidos por Anaïs Nin mediante una extraña propuesta editorial: un viejo bibliófilo especializado en literatura erótica (al que la autora nunca llegaría a conocer) le encargó que escribiera una serie relatos de temática amoroso-sexual, a cambio de pagarle un dólar por cada página escrita. Gran parte del dinero recaudado por esta vía era destinada a sus amantes y protegidos Henry Miller y Gonzalo More, a los que Nin animó para que se pusieran también a escribir cuentos eróticos por encargo; pero el viejo, considerando que los relatos de todos ellos no eran suficientemente explícitos, les instó a que hablaran más de sexo y se dejaran de poesía, lo que provocó la indignación de la escritora norteamericana, que quedó también reflejada en su diario: "Él no sabe que estuvo a punto de hacernos perder todo interés por la pasión, estuvo a punto de llevarnos a hacer voto de castidad, porque lo que él quería que excluyéramos era lo que resultaba afrodisíaco para nosotros: la poesía". En cualquier caso, de esta extraña propuesta editorial surgió el volumen de narraciones breves de Anaïs Nin titulado Pájaros de fuego.
Posteriormente, la autora estadounidense dio a la imprenta otras recopilaciones de relatos como las tituladas Under a Glass Bell (Bajo la campana de cristal, 1944), This Hunger (1945), y Delta of Venus (1977), y nuevas narraciones extensas comoLadders of Fire (1946), Children of the Albatross (1947), The Four-Chambered Heart (1950), A Spy In The House Of Love (1954), Cities Of The Interior (1959), Seduction Of The Minotaur (1961) y Collages (1964). También añadió un nuevo ensayo a su producción literaria, The Novel of the Future (La novela del futuro, 1968), en el que teorizó sobre la musicalidad, el tono poético y las sugerencias pictóricas que caracterizaban el estilo de los cuentos y novelas recién citados. Pero su gran proyección internacional tuvo lugar, a mediados de los años sesenta, tras la publicación de los primeros volúmenes de su monumental Diario, que, una veces por su propia voluntad, y otras veces por decisión de sus amigos y editores, quedó impreso casi en su integridad, a pesar de que la audaz escritora había llegado a acumular, a lo largo de toda su vida, más de ciento cincuenta mil páginas mecanografiadas.
Bibliografía
BARILLÉ, Elisabeth. Anaïs Nin, desnuda bajo la máscara (Madrid: Espasa-Calpe, 1992).
MILLER, Henry. Cartas a Anaïs Nin (Barcelona: Bruguera, 1979) [tr. de Ana Goldar].
STUHLMANN, Gunther [ed. lit.]. Una pasión literaria: correspondencia de Anaïs Nin y Henry Miller, 1932-1953 (Madrid: Ediciones Siruela, 1991) [tr. de Juan Antonio Molina Foix].
RIBERA GÓRRIZ, Nuria. Anaïs Nin, writing as a waking dream (Barcelona: Universidad Autónoma de Barcelona, Servicio de Publicaciones, 1993).
BIBLIOGRAFÍA
- D. H. Lawrence: An Unprofessional Study
- Collage (1964)
- Invierno de artificio (1939)
- Bajo la campana de cristal (1944)
- La casa del incesto (1936)
- Delta de Venus (Póstuma)
- Little Birds
- "Ciudades de interior" (1959), en cinco tomos:
- Pájaros de fuego (Póstuma)
- Hijos del albatros (1947)
- The Four-Chambered Heart
- "Una espía en la casa del amor" (1954)
- Seduction of the Minotaur
- The Novel of the Future
- In Favor of the Sensitive Man
- Henry and June (1990)
- Incest
- Fire (1995)
- Nearer the Moon (1996)
- El Diario de Anaïs Nin (1966-Póstuma)
- 1931-1934 Vol. 1 (1969)
- 1934-1939 Vol. 2 (1986)
- 1939-1944 Vol. 3 (1983)
- 1944-1947 Vol. 4 (1983)
- 1947-1955 Vol. 5 (1975)
- 1955-1966 Vol. 6 (1977)
- 1966-1974 Vol. 7 (1981)
- 1920-1923 Vol. 2 (1983)
- 1923-1927 Vol. 3 (1985)
- 1927-1931 Vol. 4 (1986)
Algunas frases de Anais Nin
«Cualquier forma de amor que encuentres, vívela»
«La vida está en gran parte compuesta por sueños. Hay que unirlos a la acción»
«La carne contra la carne produce un perfume, pero el roce de las palabras no engendra sino sufrimiento y división»
«Es la culpa, el miedo, la impotencia lo que hace crueles a los hombres»
«En el fondo de ese amor, bajo la vasta tienda de ese amor, mientras él hablaba de su infancia recobraba, también, la inocencia, una inocencia mucho mayor que la primera pues no brotaba de la ignorancia, del temor, o de la neutralidad de la experiencia, sino que nacía como un oro puro y refinado, producto de muchas pruebas y selecciones, del rechazo voluntario de las heces; nacía, tras múltiples profanaciones, del valor que emanaba de capas del ser mucho más profundas, inaccesibles a la juventud»
«Me cuesta tomar afecto, y sólo consigo querer a la gente que me parece igual que yo»
«Cuando quedas atrapado en la destrucción, debes abrir una puerta a la creación»
«La única anormalidad es la incapacidad de amar»
«El erotismo es una de las bases del conocimiento de uno mismo, tan indispensable como la poesía»
«Sólo el latido al unísono del sexo y del corazón puede crear el éxtasis»
«Me niego a vivir en el mundo ordinario como una mujer ordinaria. A establecer relaciones ordinarias. Necesito el éxtasis. Soy una neurótica, en el sentido de que vivo en mi mundo. No me adaptaré de mi mundo. Me adapto a mí misma»
«La memoria es una gran traidora»
ANAÏS NIN
«Cuando quedas atrapado en la destrucción, debes abrir una puerta a la creación.
Sólo me importa mi propio juicio. Soy lo que soy.»
Sólo me importa mi propio juicio. Soy lo que soy.»
Anaïs Nin dejó instrucciones precisas a Rupert Pole (su último esposo y albacea literario), de no publicar los famosos Diarios en su totalidad sino hasta la muerte de Hugh Guiler, por discreción, puesto que éste fue su esposo, compañero inseparable y protector durante las décadas de los veinte y los treinta en París, época en la cual desarrolló parte fundamental de su trabajo literario.
Cuenta la leyenda que la aventura de los Diarios se inició en el vapor Montserrat, en un largo viaje Barcelona-Nueva York, cuando Anaïs sólo tenía once años. En ese año de 1914 su padre, el compositor español Joaquín J. Nin y Castellanos abandonó a su mujer Rosa Culmell, quien con sus tres hijos decidió cruzar el Atlántico mientras su pequeña hija escribía una carta para contar a su padre los detalles del viaje, con la esperanza de que la separación fuese momentánea. Sin embargo, Anaïs volvió a ver a su padre hasta el verano de 1933. Aquí empieza la redacción de esas quince mil páginas, publicadas parcialmente en 1966. Un hecho feliz para la difusión de esta obra fue que en 1988 Emecé publicó completo el diario de 1931 a octubre de 1932, bajo el título Henry Miller, su mujer y yo; en mayo de 1996 apareció Incesto. Diario no expurgado 1932-1934; naturalmente, para estas fechas Hugh Guiler y casi todos los protagonistas de este documento habían muerto.
En torno a la vida de Anaïs se ha forjado un gran mito, el de la “protectora del arte y los artistas”, principalmente a partir de que conoce a Henry Miller, ya que ejerció para él una especie de mecenazgo, sin menoscabo del afecto que ambos se procuraban, pues su relación siempre estuvo llena de matices que fueron desde el aprecio sincero de la valía del trabajo literario de uno y otra (pues llegaron incluso a colaborar a nivel creativo con gran seriedad); hasta el compartir su vida sexual, la camaradería y una amistad profunda que los unió durante muchos años.
Cuando sus propios medios económicos fueron insuficientes para apoyar a los jóvenes escritores (que se le acercaban por el mito de su protección incondicional), quiso la casualidad que apareciera milagrosamente un coleccionista de libros solicitándole a Henry Miller que escribiera para él cuentos eróticos; Miller empezó a hacerlo por diversión, pero luego, todos los amigos necesitados se reunían y contaban historias verdaderas o falsas y fabricaban con ellas el material requerido por el mecenas, quien pagaría generosamente, a dólar la página, precio mejor que el inicial, pues al hacer la propuesta a Henry Miller habló de estar dispuesto a recibir material por la suma de cien dólares mensuales. Todo el grupo participó en la medida de las posibilidades de su imaginación; sin embargo, y a pesar de haber trabajado muy duramente en este proyecto, Anaïs Nin lamentaba que el coleccionista insistiera en pedirles “menos análisis, menos filosofía, menos poesía” en los cuentos que le hacían llegar; ella hubiera deseado que el inesperado mecenas comprara toda su obra sin distinción de temas, pero éste deseaba una mayor descripción de hechos propiamente físicos. En las páginas de su diario, Anaïs expresa su descontento al reflexionar que la enunciación de relatos estrictamente descriptivos, en lugar de aumentar el placer (estético, se entiende) lo disminuía. Muchas veces, ahogada por las exigencias prácticas de la vida, se puso en contacto con el coleccionista para resolver problemas económicos al parecer interminables. Habían llegado al límite, hastiados de lo que les era solicitado y rayaba ya en la pornografía; les parecía empobrecedor seguir con ese trabajo, que les exigía despojar de su magia al hecho erótico; al parecer, el contratante ignoraba la sutileza de esa magia, quizá incluso ignorara su propia existencia; ellos, los narradores a su servicio, poco a poco sienten que se van alejando del disfrute de una visión sana del erotismo y deciden enviarle una carta, fechada en diciembre de 1941; he aquí un fragmento:
Querido coleccionista: Le odiamos. La sexualidad pierde su fuerza y su magia cuando se hace explícita, automática, exagerada, cuando se convierte en una obsesión mecánica. Llega a ser aburrida. Usted nos ha enseñado mejor que nadie lo erróneo que es no combinarla con la emoción, la sed, el deseo, la lujuria, los antojos, los caprichos, los lazos personales, las relaciones más profundas, que cambian su color, su sabor, sus ritmos y sus intensidades.
No sabe usted lo que se pierde con su análisis microscópico de la actividad sexual y la exclusión de todo lo demás, sin el combustible que la enciende: lo intelectual, lo imaginativo, lo romántico, lo emotivo. Es todo esto lo que da a la sexualidad sus sorprendentes texturas, sus sutiles transformaciones, sus elementos afrodisiacos. Usted reduce el mundo de sus sensaciones. Lo está marchitando, lo hace pasar sed, lo deja sin sangre… No hay dos pieles que tengan la misma textura, nunca hay la misma luz, ni la misma temperatura ni las mismas sombras, ni tampoco el mismo gesto; porque el amante, cuando está encendido por un verdadero amor, puede recorrer la interminable historia de tantos siglos de cuentos de amor. Una enorme gama, enormes cambios de época, variaciones de madurez e inocencia, perversidad y arte, animales graciosos y naturales.
La relación de Anaïs Nin con el psicoanálisis nació a raíz de su deseo de conciliar todos los matices de su personalidad, de su vida: el sueño y la realidad, el sentimiento y el intelecto, el compromiso y la reserva, la acción y la contemplación, el ser real y el ser simbólico. Su primer psicoanalista fue el René Allendy, pero su tratamiento fue relativamente corto pues Allendy quiso hacerla entrar en el molde de la normalidad, le pidió que viviera el amor como algo agradable y ligero, que debía despojarlo de su aspecto trágico. La vio como ella no era. Posteriormente, tras conocerlo a través de su obra, acudió a Otto Rank, quien se especializó en el hecho artístico. La neurosis, escribió una vez, es la manifestación de una imaginación y unas energías desencaminadas, una neurosis es una obra de arte fallida, y el neurótico un artista fallido.
En el desarrollo de su tratamiento surgió entre ellos un fuerte sentimiento de amor. En esa época parece haber sido una mujer feliz; no es difícil entender que encontró en el doctor Rank a un hombre brillante que no negaba sus sentimientos, sino al contrario, que comprendía su valor profundo; que logró con su amor y su sabiduría ayudar a Anaïs a superar las enormes contradicciones de su existencia agotadora, pues siempre procuró crear un mundo hermoso para los demás, dando lo mejor de sí misma a cada una de las personas con las que ha compartido su espacio y su tiempo:
Yo palio los sufrimientos de los demás. Sí, siempre me encuentro suavizando golpes, disolviendo ácidos, neutralizando venenos, a cada momento del día. Trato de satisfacer los deseos ajenos, de hacer milagros. Me esfuerzo por hacer milagros (Henry escribirá su libro, Henry no se morirá de hambre, June se curará, etcétera).
Pero no sólo Otto Rank le devolvió la certeza de que sus contradicciones eran legítimas en tanto que rasgos humanos, sino que le hizo perder el miedo a “estar en poder de otro”, gracias a que había sido para ella el hombre de ciencia que comprendió, al analizarlas, cada una de sus aspiraciones como artista y como mujer en búsqueda constante de la plenitud total, y al mismo tiempo el compañero capaz de intensidades equivalentes a la suya, tanto en lo físico como en lo emocional. Fue él quien, en 1934, la invitó a Nueva York para trabajar con él. De esta manera Anaïs Nin inició su práctica del psicoanálisis, y aunque más tarde abandonaría esta actividad, lo hizo estando profundamente enriquecida.
LOS DIARIOS DE ANAÏS Nin permiten ver en lo profundo de esta alma enamorada de la belleza y del arte, y nos recuerdan que entender una existencia humana como digna materia prima del arte literario no es un error. De acuerdo con Erica Jong, “Anaïs Nin ha logrado expresar todo lo que los libros de mujeres han dejado de lado durante siglos […] No sólo rompió el tabú sino que tuvo la audacia de escribirlo […] Lo que Nin ha creado es nada menos que un espejo de la vida. Las fluctuaciones de estados de ánimo, del odio al amor, que marcan nuestra frágil humanidad son vistas en proceso, como nunca antes. Hacía lo que Proust, Joyce y Miller estaban haciendo, pero desde una conciencia femenina […] Sea adorada o detestada, lo importante es que sea leída”.
Uno de los personajes del mundo del arte más interesantes con quien Anaïs Nin tuvo contacto fue Antonin Artaud, de quien hizo un retrato donde se le puede ver de cuerpo entero:
Artaud sube al estrado y empieza a hablar: “El teatro y la Peste”. Me pidió que me sentara en primera fila. Me parece que no pide más que intensidad, una manera más alta de sentir y de vivir. ¿Trata de recordarnos que fue durante la Peste cuando llegaron a producirse tantas obras maravillosas de arte y de teatro, porque el hombre, fustigado por el miedo a la muerte, persigue la inmortalidad, la evasión, superarse a sí mismo? Pero luego, casi imperceptiblemente, abandonó el hilo que seguíamos y empezó a actuar como alguien que se estuviera muriendo de peste. Nadie se enteró cuándo empezó exactamente aquello. Para ilustrar su conferencia Artaud representaba una agonía. “La Peste”, en francés, es una expresión mucho más terrible que The Plague en inglés. Pero no hay palabras capaces de describir lo que representaba Artaud en el estrado de la Sorbona. Se olvidó de su conferencia, del teatro, de sus ideas, del doctor Allendy sentado junto a él, del público, de los estudiantes, de su esposa, los profesores y los directores.
Su rostro estaba contorsionado de angustia; sus cabellos empapados de sudor. Los ojos se le dilataban, se le tensaban los músculos, y sus dedos pugnaban por conservar su flexibilidad. Nos hacía sentir que tenía la garganta reseca y ardiente, el sufrimiento, la fiebre, la quemazón de sus entrañas. Estaba torturado. Gritaba. Deliraba. Representaba su propia muerte, su propia crucifixión.
Al principio la gente contuvo la respiración. Después se puso a reír. ¡Todo el mundo reía! Silbaban. Luego, de uno en uno, empezaron a irse ruidosamente protestando, hablando. Al salir, daban un portazo […] Más protestas. Más abucheos. Pero Artaud continuó, hasta el último aliento. Y quedó tendido en el suelo. Después, cuando la sala estuvo vacía y sólo quedaba allí un pequeño grupo de amigos, se levantó, vino directamente hacia mí, y me besó la mano. Me pidió que le acompañara a un café […] Artaud y yo paseamos bajo la fina llovizna. Anduvimos y anduvimos por calles oscuras. Él se sentía herido, duramente afectado y desconcertado por los abucheos… Y escupió su ira:
“Siempre quieren oír hablar de; quieren escuchar una conferencia objetiva sobre ‘El Teatro y la Peste’, y yo lo que quiero es darles la experiencia misma de ello, la peste misma, para que se aterroricen y despierten. Quiero despertarlos. No se dan cuenta de que están muertos. Su muerte es completa, como una sordera, una ceguera. Lo que yo les mostré es la agonía. La mía, sí, y la de todos los que viven.”
La lluvia caía sobre su cara, él se apartaba el cabello de la frente. Parecía tenso y obsesionado, pero hablaba ya sosegadamente.
“Nunca he encontrado a nadie que sintiera lo que mismo que yo. Hace quince años que me drogo con opio. Me lo dieron por primera vez cuando era muy joven, para calmar los terribles dolores de cabeza que sufría. A veces creo que, en vez de escribir, lo que hago es describir la pugna por escribir, la pugna por nacer.”
Para él, morir víctima de la peste no es peor que ser víctima de la mediocridad, el espíritu comercial y la corrupción que nos rodea. Quiere que la gente tenga conciencia de que se está muriendo. Forzarla a entrar en un estado poético.
“Su hostilidad demostró únicamente que usted les había inquietado”, le dije.
Un retrato más, en octubre de 1940 nos da su recuerdo del célebre jefe de los surrealistas.
Vino André Bretón. Hablamos de la hipnosis y de todos los escritores que nos parecen clarividentes o proféticos. Todavía pienso a veces que es un científico más que un poeta del inconsciente, que es más capaz de analizar que de sentir, pero es cierto que es penetrante, lúcido y creativo en cada palabra que pronuncia. Desde luego, cuando escribe es un poeta, y además un poeta de gran fuerza. Es posible que al verse obligado a teorizar, a enseñar y a definir un grupo y unas obras, se haya hecho más dogmático. Para mí, el surrealismo tiene un significado más amplio, abarca más cosas que para él.
No podría encontrarse nada más surrealista que el propio André Breton, con toda esa dignidad y ese ingenuo porte regio que tiene, con su largo cabello cepillado para mostrar su rostro de león, sus ojos grandes y sus rasgos osados, inclinándose a besar mi mano.
Anaïs Nin ha tenido diversos valores a través de los años; recuerdo a un amigo y compañero de trabajo a quien le hicimos un regalo de cumpleaños con dinero del dueño del negocio, yo fui la encargada de ir a comprarlo: le llevé dos tomos de los Diarios. Me atreví a ello porque él también escribía. Cierta tarde, años después, recordando la anécdota él tenía memoria de aquellos libros como la crónica de una mujer preocupada por sus amigos. ¿Y la artista, la mujer de letras, la psicoanalista, la buscadora de una vida en la que sólo debía haber momentos elevados? ¿Y la mujer plena?
Al principio del tomo I, Anaïs describe el portón de su casa en Louveciennes, un bucólico lugar muy cerca de Francia, y dice que uno siempre piensa que una puerta cerrada o una persona o una situación suponen obstáculos; sin embargo los obstáculos verdaderos siempre están dentro de uno mismo.
Anaïs Nin es el recordatorio constante de que las emociones embellecen la vida, de que si se emprende la búsqueda del significado de cada acto de nuestra vida, con el paso del tiempo saldremos enriquecidos. Siempre que pienso que todo es banal, recuerdo la magia que Anaïs siempre supo crear a su alrededor, reconociendo el talento de quienes le rodeaban, brindándose amorosamente, principalmente a la vida.
fuente: Guadalupe Ángeles: «Anaïs Nin a diario» en www.jornada.unam.mx
Los diarios eróticos
de Anaïs Nin
28/06/2017 -
VALÈNCIA. Hubo un diario que escandalizó a todos aquellos que osaron leerlo. Estaba escrito por una mujer que empleaba su cuerpo y su inteligencia como una arma de construcción masiva. Fue una de las primeras mujeres en firmar con su propio nombre los relatos eróticos que protagonizaba. Con ellos hacía vibrar a las mentes más excelsas de un país, incluso era capaz de conseguir que un matrimonio le deseara a ella, al mismo tiempo, con las mismas ganas. Esa mujer se llamaba Anaïs Nin y la diéresis que se aloja en su nombre no es lo único exótico que poseía. Sus Diarios amorosos –compuestos por Incesto (1932-1934) y Fuego (1934-1937)- están publicados en la editorial Siruela. Tal y como escribe Rupert Pole –albacea del legado de Nin- en la introducción al libro, “el diario fue su confidente último y lo escribió ininterrumpidamente entre 1914 y 1977”. Esto se traduce en decenas de miles de páginas que esta mujer apasionada y explosiva escribió a lo largo de más de seis décadas.
23 de octubre, 1932
June, sin seguridad interior, solo puede mostrar su grandeza mediante su poder destructivo. Henry, hasta que me conoció, solo podía afirmar su grandeza en sus ataques a June. Se devoraban mutuamente: él la caricaturizaba; ella lo debilitaba al protegerlo. Y cuando han logrado destruirse, matarse, Henry llora la muerte de June y June llora porque Henry ya no es un dios y necesita un dios para quien vivir.
Anaïs Nin fue la protagonista de uno de los triángulos amorosos más famosos de la historia de la literatura. Henry Miller, famoso escritor norteamericano, dejó a su primera esposa e hijos tras conocer a la bailarina June Mansfield (o Miller). Al poco tiempo de conocerse, en 1924, se casan. La relación era tormentosa y en un arrebato provocado por la pasión pero también por la imposibilidad de escribir, Miller decide irse sólo a Europa. En la década de los 30 llega a París para hacerse sitio entre los famosos escritores e intelectuales del momento. Durante aquel tiempo, Henry apenas se comunica con June. En diciembre de 1931, Mansfield visita a su marido. Éste aprovecha la ocasión para presentarle a su nueva amiga, una joven escritora llamada Anaïs que con sólo 19 años había contraído matrimonio con el banquero Hugh Guiler. El primer encuentro entre Miller y Nin se produce en ese año 1931 cuando el primero tiene 40 años y la segunda apenas 28. Los diarios recogen las sensaciones de Nin tras esa primera conversación en la que salen a relucir temas relacionados con la literatura, por supuesto, pero también con la filosofía o la literatura. Pronto se convertirán en amantes. Un año después, en 1932, June vuelve a París y es entonces cuando comienza la relación entre June y Anaïs. ¿Cómo comenzó tal atracción fatal?
Tambaleante mi poder como artista, ¿qué otro poder me queda? Mi estímulo natural, mi vitalidad, mi verdadera imaginación, mi salud, mi vida creativa. ¿Y qué hará June con ellas? Drogarlas. June me ofrece muerte y destrucción. June me hechiza –habla con su rostro, sus caricias, me seduce, usa el amor que siento por ella para la destrucción–
Para Anaïs, June se convirtió en una obsesión, casi una extensión de su otra pasión, Henry. Para el matrimonio, por su parte, Nin era algo exótico que oxigenaba su relación. Los celos entre los tres, naturalmente, se despliegan en todas la páginas del diario, de manera que las combinaciones entre los tres se vuelven delirantes.
Ha venido Henry y, al principio, hemos estado tensos. Luego ha querido besarme y no se lo he permitido. No, no podía soportarlo. No, no debía tocarme, me habría herido. Le sorprendió. Me resistí. Me dijo que me deseaba más que nunca, que June se había convertido en una extraña, que las dos primeras noches con ella no había sentido ninguna pasión. Que, desde entonces, era como estar con una puta.
Quizás la más notable de estas relaciones es la que se refiere a la condición de artistas de sus tres miembros: Henry, June y Anaïs.
Yo he magnificado a Henry. Puedo hacer de él un Dostoyevski. Le infundo fortaleza. Soy consciente de mi poder, pero mi poder es femenino; exige combatir pero no vencer. Mi poder es también el del artista, de modo que no necesito la obra de Henry para magnificarme. No necesito que me alabe y, como soy artista antes que nada, puedo conservar mi yo –mi yo de mujer– en segundo término. No bloquea su trabajo. Doy sostén al artista que hay en él. June no quiere solo un artista, quiere también un amante y un esclavo.
La primera parte de estos diarios, bajo el título de Incesto, relatan la relación de Nin con su padre. Un vínculo que, de nuevo, se vuelve estrictamente erótico. Anaïs Nin es el nombre que tomó Ángela Anaïs Juana Antolina Rosa Edelmira Nin Culmell, hija del pianista cubano-español Joaquín Nin y de una cantante de ópera cubano-danesa. Cuando la pequeña Anaïs tenía 11 años, su padre las abandonó. Veinte años después se encontraron y la relación se convirtió perturbadora e incestuosa. Así lo relata Nin en sus diarios:
En el momento de amar, la cara se exalta, se transforma completamente, femeninda, jubilosa (aunque nunca se distorsiona) por el erotismo, una alegría luminosa, un éxtasis, la boda abierta.
Cuando vuelvo a mi cuarto para coger una foto, Padre me sigue y permanecemos pegados el uno al otro, sin atrevernos a besarnos, sólo cuerpo con cuerpo.
Nin jamás dejó a su esposo banquero que le permitía todo tipo de escarceos, no sólo con el matrimonio de June y Henry, también con otros hombres que aparecen en el diario como Allendy. No en vano, Nin estaba convencida de que el mayor gozo era la intimidad, la totalidad, la pasión absoluta. Ella misma se cuestionaba a menudo para saber en qué consistía su propio misterio:
¿Cuántas intimidades hay en el mundo para una mujer como yo? ¿Soy una unidad? ¿Un monstruo? ¿Soy una mujer? ¿Qué me lleva a Allendy? La pasión por la abstracción, la sabiduría, el equilibrio, la fuerza. ¿A Henry? La pasión, la vida ardiente y desmedida, el desequilibrio del artista, la fusión y la fluidez de los creadores. Siempre dos hombres: el que es y el que ha de ser, siempre el momento alcanzado y el momento siguiente, adivinado demasiado pronto. Demasiada lucidez.
Poco a poco, la escritora de diarios se convierte en escritora en mayúsculas que no sabe de qué modo vivir su propia vida:
Soy una escritora de páginas fantásticas, pero no sé cómo vivirlas.
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