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La Bitácora del Tigre se ha referido más de una vez, aunque fuera de refilón, a la obra de Jorge Luis Borges, uno de los escritores fundamentales en la narrativa hispanoamericana del siglo XX. La reiteración se explica porque Borges ha sido uno de los escritores que más han marcado mi experiencia como lector. Lo descubrí, en las ediciones del Libro de Bolsillo de Ficciones y El Aleph, cuando tenía quince o dieciséis años, y me abrió los ojos a un mundo de imaginaciones que ni siquiera hubiera concebido que pudieran existir. Más tarde dediqué mi tesina de licenciatura a sus cuentos fantásticos, sobre los que publiqué un par de artículos en revistas literarias.
Ahora que los profesores nos esforzamos tanto en orientar las lecturas de nuestros alumnos, me hace mucha gracia recordar mi propia experiencia con la literatura borgeana: nuestro profesor de lengua y literatura, Jesús Guergué (que ahora ejerce su ministerio en un colegio escolapio en Brasil; mi más cariñoso recuerdo a un sacerdote ejemplar, y al profesor que despertó, alentó y consolidó mi vocación por la literatura), nos había pedido que escogiéramos un escritor hispanoamericano que leer y presentar a los compañeros de clase, para lo cual había puesto a nuestra disposición una amplia bibliografía primaria y secundaria. Yo escogí, no sé muy bien por qué razones, a Borges, que no era precisamente santo de la devoción de Jesús (a lo mejor fue precisamente por eso; mis acciones de rebeldía adolescente tendían a ser poco convencionales), y me empeñé en completar el guión de mi exposición oral, frente a otros compañeros que se hicieron cargo de Cortázar, García Márquez o Carpentier, por entonces mucho mejor vistos en los ambientes progres que comenzábamos a frecuentar.
No recuerdo qué salió de aquel primer trabajo, salvo una fascinación inextinguible por la literatura borgeana, que me ha acompañado a través de los años, y al menos un par de metros de las estanterías de nuestra biblioteca, apretadamente cubiertas por los libros de y sobre Borges. El último en formar parte de la colección es una completísima biografía del escritor bonaerense, firmada por Edwin Williamson, titular de la cátedra de Estudios Hispánicos en la Universidad de Oxford, y apropiadamente titulada Borges. Una vida. El libro fue publicado originalmente en inglés, a cargo de la Viking Penguin, aunque yo lo he leído en la edición española de Seix Barral, con traducción de Elvio E. Gandolfo (un trabajo que no acaba de convencerme, no tanto por los frecuentes argentinismos, que serían perfectamente aceptables, sino también por algunos descuidos y bastantes calcos del inglés).
Dos aspectos llaman la atención de esta monumental biografía: el primero es el de la exhaustiva documentación que ha manejado Edwin Williamson para justificar sus indagaciones en la vida del escritor, desde la cuna a la sepultura; aquí hay que incluir, por supuesto, la bibliografía esencial sobre Borges, especialmente la que contiene elementos biográficos, pero también colecciones de cartas, algunas publicadas y muchas inéditas, testimonios personales y entrevistas. El segundo aspecto es todavía más llamativo, y tiene que ver con el enfoque que adopta Williamson para el estudio de la relación entre vida y obra, el cual se detalla en el Prefacio:
Mi investigación se benefició de amplias entrevistas con personas que trataron a Borges en distintos períodos: familiares, amigos, discípulos, colegas y hasta enemigos. Los datos biográficos que iba recogiendo fueron organizados según un minucioso ordenamiento cronológico de los textos borgeanos, y esta metodología me abrió la posibilidad de establecer un juego dialéctico entre experiencia y escritura, donde la una era capaz de iluminar aspectos insospechados de la otra. Esta manera de proceder producía concentraciones cronológicas de textos a veces sorprendentes, y sacaba a la luz relaciones intrigantes entre textos y vivencias o hilos intertextuales que se cruzaban y entrecruzaban a lo largo de la obra. Poco a poco fueron dibujándose los contornos de la experiencia personal de Borges, hasta que por fin fue posible tomar el pulso del «corazón que late en la hondura’ de sus textos» (p. 30).
No hay duda de que esta metodología ofrece logros indudables que a buen seguro resultan fascinantes para los especialistas en Borges, pero también algunos riesgos, más evidentes para aquellos lectores que conocen al Borges de los libros y no están particularmente interesados en su vida. Entre ellos, el exceso biografista por asociar las preocupaciones y obsesiones literarias del escritor argentino con hechos concretos de su trayectoria vital, que puede llegar a desenfocar la auténtica relevancia artística de sus creaciones, o la tendencia a preterir la indiscutible vertiente metaliteraria y culturalista de la obra borgiana en favor de su mayor o menor transparencia biográfica.
Con todo, el Borges que asoma por entre las páginas de este libro desmiente de forma inapelable algunos tópicos muy extendidos, que suelen presentarlo bajo el prisma tópico del escritor recluido en una torre de marfil. De entre sus páginas asoma la figura de un agitador cultural incansable, especialmente en su juventud y madurez, estrechamente comprometido con las vanguardias artísticas y con la construcción de una tradición literaria capaz de integrar los elementos singularmente argentinos junto a lo mejor de la cultura occidental. Lejos de la figura libresca con que a veces se le identifica y de las tentaciones solipsistas que en varios momentos de su vida le acosaron, el protagonista de la biografía de Williamson aparece como un hombre enamoradizo y vulnerable que sufrió extraordinariamente por el desamor y las decepciones sentimentales, y un escritor permanentemente atento (y hasta obsesionado) con la situación política de su país.
En el anecdotario de esta vida esencialmente consagrada a la literatura, nada interesante si no fuera por la personalidad artística de su protagonista, aparecen no obstante detalles que llaman la atención, como las insólitas muestras de valentía física en un hombre que a pesar de su vista precaria era capaz de liarse en una pelea a puñetazos con sus rivales peronistas. O la fascinación de Borges por el chismorreo venenoso y las conspiraciones típicas de los ambientes literarios, en las que participó con entusiasmo con métodos a menudo objetables y lengua viperina. O su implicación junto a las madres y abuelas de Plaza de Mayo para reclamar ante los gobiernos militares argentinos el reconocimiento de la suerte de los desaparecidos, un episodio que de alguna manera compensa el apoyo inicial que Borges concedió a los generales golpistas que derrocaron a María Estela Martínez de Perón.
Con todo, estoy bastante de acuerdo con algunos reseñistas anteriores del libro (por ejemplo, Rodrigo Fresán y Justo Serna, en Letras Libres, abril de 2005 y Ojos de papel, 3-IX-2007, respectivamente) en el sentido de que ésta es una biografía algo decepcionante, no sólo por algunos excesos en las interpretaciones biográfico-psicologicistas de la obra borgeana (véase, a título de ejemplo, el análisis del título del cuento «Emma Zunz», en la página 339; por este camino interpretativo, se podría decir que Williamson estaba predestinado a escribir sobre Borges, pues el apellido del profesor inglés significa ‘hijo de Guillermo’, que era el segundo nombre del padre de Borges), sino sobre todo porque no llega a dar cuenta de la singularidad de un escritor cuya formación literaria y los valores artísticos de su obra quedan un tanto en penumbra al lado de las obsesiones de base biográfica: la mitología del valor y el destino épico, la obsesión por cumplir el destino prefijado por sus padres, la concepción salvífica y justificadora de la literatura y el amor de la mujer.
Tampoco me convence esa especie de designio teleológico que parece haber inspirado la biografía, en virtud del cual toda la vida de Jorge Luis Borges se concibe como un proceso orientado hacia una culminación o revelación final, de la mano de la última compañera del escritor, María Kodama. No estoy muy seguro de que el escéptico radical que fue al autor de Ficciones hubiera estado de acuerdo con esta forma de concebir su propia vida. Por otra parte, los últimos capítulos de la biografía dan cierta sensación de flojera y de que el autor no ha querido profundizar en determinados hechos controvertidos de la ancianidad de Borges -su enfrentamiento con sus sobrinos y herederos, la ruptura de una larguísima amistad y colaboración literaria con Adolfo Bioy Casares, su decisión de morir en Ginebra, que de algún modo supone la renuncia al argentinismo cosmopolita y esencial que caracterizó toda su vida-, que a buen seguro hubieran agradecido una indagación biográfica más amplia.
Aun así, me ha resultado interesantísima esta vida de Borges, cuyo patetismo de hombre fracasado en el amor, e incapaz, casi hasta el final de su vida, de superar sus inhibiciones, proporcionan a su obra literaria un tono mucho más confesional de lo que hasta ahora habíamos supuesto quienes le profesamos una irrestricta admiración.
Edwin Williamson, Borges. Una vida, Barcelona, Seix Barral, 2007, 638 páginas.
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