BORGES Y LOS FILOSOFOS

La filosofía de Jorge Luis Borges y su celebración por los posmodernistas


La fama le llegó relativamente tarde: tan solo a partir de una amplia difusión de sus obras en Europa y América del Norte. A partir de aproximadamente 1965/1970 y de la recepción académica, que le ha sido extraordinariamente favorable, Jorge Luis Borges disfrutó de un reconocimiento que podemos llamar mundial. No le faltaron las críticas de varios ensayistas de izquierda, que lo acusaron de cultivar un esteticismo vacío, de exaltar a la oligarquía liberal y hasta de tomar partido por la reacción derechista.

Se le atribuyó además una "voluntad servil de imitación" con respecto a las literaturas europeas: su obra sería la reproducción de las "formas ornamentales de las sociedades hegemónicas", pero como "copia degradada y en tono menor". Su literatura tendría por objetivo "legitimar su dependencia de los centros metropolitanos" y, al mismo tiempo, "consolidar su posición señorial represiva con respecto a la sociedad local".

Si bien estas imprecisiones eran abundantes, no está de más señalar que algunos de sus censores marxistas se convirtieron, con el paso de los años, en sus más fervientes admiradores posmodernos. Y ésto no es casual. El vuelo de la fama de Borges -según la clásica metáfora de Virgilio, la fama es un pájaro de aspecto monstruoso- ha tomado en las últimas décadas algunas características curiosas que invitan a la reflexión.

Un ensayo olvidado de Enrique Anderson Imbert señaló tempranamente las causas del éxito de Borges, que tienen que ver con su celebración actual por los posmodernistas. Después de analizar las opiniones del propio escritor sobre el éxito y la democracia, fenómenos con los que Borges mantuvo una irónica distancia, Anderson Imbert reconoció la singularidad del talento individual, la defensa del liberalismo espiritual y la energía estética de extraordinaria intensidad que pertenecieron y adornaron a Borges. En efecto: el talento literario de Borges está fuera de toda duda: el suyo es el castellano más bello escrito jamás. Esa combinación ática de elegancia y concisión representa una de las cumbres de la creación estética. Como afirmó Octavio Paz, Borges ofreció dádivas sacrificiales a dos deidades normalmente contrapuestas: la sencillez y lo extraordinario. En muchos textos Borges logró un maravilloso equilibrio entre ambas: lo natural que nos resulta raro y lo extraño que nos es familiar. Fritz Rudolf Fries sostuvo que Borges consiguió formar su propia identidad en el espejo de los autores que él interrogaba, mostrándonos lo insólito de lo ya conocido.

Pero es la concepción borgiana del mundo la que se presta a algunos equívocos: cada uno cree encontrar en Borges lo que busca. Y de modo relativamente fácil. Cuando es "trivial y fortuita la circunstancia de que tú seas el lector de estos ejercicios, y yo su redactor" -como afirmó Borges-, entonces surge la probabilidad de una arbitrariedad fundamental como rasgo constitutivo del universo. Lo que a primera vista parece ser una amable ocurrencia literaria, burlona y, al mismo tiempo, inofensiva, resulta ser el compendio de una visión pan-identificatoria del mundo, que para nada es inocua. Su núcleo conceptual reza que en el fondo todo es intercambiable con todo. Si ésto es así, los esfuerzos teóricos racionales y la praxis socio-política razonable aparecen como fútiles e insubstanciales.

En un artículo muy corto y poco conocido (sobre Domingo Faustino Sarmiento), generalmente dejado de lado por las grandes compilaciones de sus escritos, Borges reúne las dos columnas de su asombrosa obra: (a) la penetración, profunda, aguda y hasta divertida del tema tratado, que corresponde a la tradición racional-liberal de Occidente, y (b) su inclinación por una filosofía simplista pan-identificatoria, que pertenece a una veta irracionalista que puede ser rastreada hasta los sofistas presocráticos. La segunda tendencia fue siempre la predominante.

Mediante sus poéticas imágenes Borges aseveró en el texto sobre Sarmiento que el hombre es simultáneamente un pez, "el águila que también es león" y que existe la "sospecha de que cada cosa es las otras y de que no hay un ser que no encierre una íntima y secreta pluralidad". Esta es la visión pan-identificatoria. Pero en el mismo artículo Borges hizo gala de enunciados claros y unívocos, elogiando la racionalidad a largo plazo del proyecto histórico de Sarmiento y declarando enfáticamente que la dictadura peronista "nos ha enseñado que la violencia y la barbarie no son un paraíso perdido, sino un riesgo inmediato" . En otras breves líneas escritas al comienzo de la segunda guerra mundial, Borges realizó una indudable toma de partido por el racionalismo y la democracia liberal, aseverando además que una victoria alemana "sería la ruina y el envilecimiento del orbe" .

Así es que desde el comienzo de su carrera literaria y paralelamente a las ambigüedades hoy tan caras al posmodernismo, se puede detectar en Borges una inclinación a expresiones inequívocas, adscritas al racionalismo occidental y al espíritu de la libertad individual. Es probable que esta tendencia haya sido influida por José Ortega y Gasset . (En la REVISTA DE OCCIDENTE apareció la primera reseña de un libro de Borges, de tono laudatorio.) Esta corriente está vinculada a las normativas éticas que acompañan a menudo a las epopeyas y a la literatura de aventuras, que Borges conoció desde su más lejana infancia. La idea borgiana del valor personal, el encomio de las virtudes épicas y de las actitudes estoicas, el enaltecimiento del coraje y la lealtad, la pasión por los juegos agonales y el rescate del sentido noble del honor, propio de la aristocracia guerrera y ajeno totalmente a las clases mercantiles, constituyen espacios donde Borges no practicó ninguna ambivalencia. En suma: la valentía y la firmeza genuinas no deben ser jamás confundidas con el mero éxito.

Al lado de estos elementos se halla la otra parte constituyente de la filosofía borgiana. Se trata de un relativismo axiológico y estructural bastante acentuado, que conforma también la base de las doctrinas posmodernistas actuales. Su búsqueda de la identidad combinó los elementos más diversos, desde la fidelidad inquebrantable a los recuerdos hasta una visión del mundo prefigurada por variantes desmesuradas del nominalismo medieval y del primer idealismo. Los objetos en el espacio son únicamente las ilusiones de nuestros sentidos. El ser es solo percepción.

Algunos de sus críticos reprocharon a Borges que las pasiones y los problemas de la humanidad adquirían para él la naturaleza de meros pretextos para ejercicios de estética. Esta es una opinión exorbitante, pero en la obra borgiana se puede detectar evidentemente una devaluación de la historia y de los contextos sociales, pues estos serían ornamentos que no rozarían el núcleo de una buena narración. Octavio Paz señaló que Borges dejó atrás las palabras rebuscadas y los laberintos sintácticos que tanto lo cautivaron en la juventud, pero que nunca mostró interés por problemas político-morales y enigmas psicológicos. La variedad del comportamiento y de las convicciones humanas, la fuerza organizadora de la historia y la complejidad de las sociedades modernas son asuntos que le preocuparon muy poco .

No hay duda de que precisamente los textos más bellos y de ejecución más esmerada de nuestro autor borran a menudo las diferencias entre razón y locura, entre lo santo y lo profano, entre lo lícito y lo delictivo, entre lo cotidiano y lo festivo, entre sueño y vigilia y, por ende, entre realidad y ficción, pese a que Borges trató estos temas con distancia lúdica e irónica. Una de las formulaciones más hermosas de esta concepción es también la más concisa: "La historia agrega que, antes o después de morir, se supo frente a Dios y le dijo: Yo, que tantos hombres he sido en vano, quiero ser uno y yo. La voz de Dios le contestó desde un torbellino: Yo tampoco soy; yo soñé el mundo como tú soñaste tu obra, mi Shakespeare, y entre las formas de mi sueño estás tú, que como yo eres muchos y nadie" . Uno de los puntos culminantes de su obra, el cuento Los teólogos, hace manifiesta esa ideología pan-identificatoria no solo mediante un argumento lógico y una estructura impecable, sino también recurriendo a profundas emociones. Y por ello esta narración es también un conmovedor alegato contra el dogmatismo y el fanatismo.

Como se sabe, una porción importante de los escritos borgianos está dedicada a dilucidar cuestiones como la relación entre el tiempo y la eternidad, la dialéctica de unidad y diversidad y el nexo entre lo uno y lo otro. Son dilemas básicos en torno a la identidad, sin solución definitiva y proclives al surgimiento de paradojas y laberintos. Borges se adhirió también a una versión de la ley universal de entropía aplicada a fenómenos socioculturales. La disipación final de la energía conllevará asimismo la incomunicación y el desorden. A fuerza de intercambios y tratando de alcanzar equilibrios, el universo estará tibio y muerto. "[...] el mundo será un fortuito concurso de átomos" .

Todo ésto da pie a algunos teoremas centrales del posmodernismo: la muerte del sujeto, el individuo como ente descentrado, el yo como mera ilusión y la consciencia en cuanto receptáculo casual de sensaciones aleatorias. El mundo sería un conjunto arbitrario de signos semánticos; el debate político representaría exclusivamente la pugna de intereses materiales contingentes. Borges no sostuvo esta posición en forma explícita, pero su concepción pan-identificatoria conduce a postulados que son similares a los posmodernistas. Siguiendo a Borges se puede inferir que un trazo casual de rayas o signos podría ser también una auténtica obra de arte, que una ocurrencia cualquiera -mejor si es hermética- podría ser interpretada como el epítome de un gran tratado filosófico y que no existiría una diferencia fundamental entre el medio y el mensaje. Teniendo esta visión del mundo no se puede distinguir entre lo marginal y lo relevante, y se abre la puerta a la retórica de la simulación, a la abdicación del pensamiento crítico, al paraíso de la charlatanería, al oportunismo político y al cinismo como método. Los textos de Borges están estilísticamente en las antípodas del fárrago y el bizantinismo posmodernistas, pero su visión del mundo avala tesis esenciales de las nuevas modas ideológicas. De ahí la inmensa popularidad de que gozan ahora los escritos borgianos entre todos los adeptos del desconstructivismo, del neo-estructuralismo y de las otras variantes del posmodernismo.

Borges sostuvo que el poeta es un simple agente de la actividad del lenguaje. Y entonces los heideggerianos y sus innumerables adeptos lo tomaron como a uno de lo suyos. Aseveraba que el yo se disuelve en un mundo sin tiempo, y los budistas creyeron que era un creyente de esa confesión. Los existencialistas lo vieron como a un poeta angustiado en un laberinto de pesadillas, y lo consideraron como muy próximo a esa doctrina. Y así sucesivamente.

Se puede decir que los dos grandes aspectos de la obra borgiana (expuestos anteriormente) no son antagónicos, sino complementarios. Este es el tenor principal de innumerables estudios sobre Borges. Existe el consuelo, expuesto por Anderson Imbert, de que Borges era un sofista que jugaba con ideas en las que no creía, y que la totalidad de su obra constituiría un ejercicio lúdico y hermoso, pero sin significación filosófica. Borges recompuso de modo original antiguos dilemas teóricos, acertijos lógicos y trampas conceptuales, pero lo que podemos llamar su formación filosófica era algo limitada y estaba conformada, en lo principal, por el Diccionario filosófico de Fritz Mauthner, La filosofía de los griegos, de Paul Deussen y El mundo como voluntad y representación de Arthur Schopenhauer. Nada de ésto le puede ser reprochado, obviamente. Borges jugó con ideas de Berkeley, Hume, Kant y Bergson, pero en realidad su cartografía de ideas ƒƒ como se dice ahora ƒƒ es una yuxtaposición personal y una combinación caprichosa de elementos dispersos. Esto es naturalmente legítimo, pero el resultado es un ejercicio de arbitrariedad o, mejor dicho, una doctrina laudatoria de lo contingente.

En casi todas sus obras -como en los tratados de los posmodernistas- se advierte una contradicción performativa: el curso del texto desmiente la idea central propugnada en el mismo. La concepción borgiana con respecto a normas y paradigmas es fundamentalmente relativista y escéptica, pero la consciencia libre y el heroísmo voluntario son cantados como valores supremos. Borges se consagra a la refutación del tiempo, pero la trama de sus cuentos tiene una estructura temporal que puede ser calificada como convencional y lineal. Borges descree de la razón europea, pero sus ficciones están basadas en una rigurosa lógica occidental. La arbitrariedad de todo idioma es uno de sus temas favoritos, pero la totalidad de su obra está escrita con estricto apego a las reglas académicas del lenguaje. Una buena parte de la obra de Borges ensalza la disolución del sujeto, pero él mismo era el feliz poseedor de un ego muy vivaz y ultracentrado. Daba a entender que la conciencia individual es ficticia y hasta fantasmagórica, pero tenía una percepción aguda de su propia valía y, por consiguiente, de su irreductible unicidad e inconfundibilidad.

Fuente : fp.chasque.net
H. C. F. Mansilla
15 de noviembre de 2011
http://www.analitica.com/va/arte/oya/9877278.asp

Borges y Cioran

El filósofo maldito

Provocador para unos, escéptico para otros, Cioran supera en realidad todos los encasillamientos. El pensador francés de origen rumano es conocido más bien como el filósofo del escepticismo, el creador de un sistema que bucea en las profundidades de la condición humana, despojándola de toda trascendencia y sumiéndola en una completa absurdidad.

Algunos lo describen como la consecuencia lógica de un mundo convulsionado por dos conflictos bélicos mundiales. Dos “terremotos” humanos que acabaron en un santiamén con el universo de certezas que caracterizaban a la época. Aunque se trata de una figura inclasificable, tal vez esa teoría sirva para explicar a ese fenómeno del pensamiento contemporáneo que se llamó Emile Michel Cioran, nacido el 8 de abril de 1911 en Resinár, territorio del entonces Imperio Austro-Húngaro que, al término de la primera gran conflagración pasaría a manos de Rumania, mutando su nombre por el de Ra˘s¸inari.

Desde muy joven, Cioran expresa un pesimismo irremisible, que algunos creyeron entender como manifestación de cierta antipatía o mustiez personal. “Cioran fue el primer emo rumano”, me comentó en son de broma el subjefe de Redacción del diario Romania Libera, Laurentiu Mihu, cuando evoqué la figura del filósofo, en el transcurso de un encuentro de periodistas que tuvo lugar en Corea del Sur hace casi medio año.

Chanza de por medio, el comentario sirve para conocer más de cerca la idea que el pueblo rumano, sobre todo de sus generaciones más jóvenes, se ha formado acerca de uno de sus intelectuales más notables. Pero el pesimismo de Cioran no se funda en una predisposición temperamental —algunos lo recuerdan como un hombre de muy buen humor—, sino en su perspectiva absolutamente crítica hacia la naturaleza humana. “Soy solo un accidente, ¿por qué debo tomarme en serio?”, sintetizaba.

Cioran era más que un existencialista. Estaba un paso más allá de Jean-Paul Sartre. Para el existencialismo cabe una postura ante la vida, que es concebida no como el acto generoso e interesado de una deidad, sino como la construcción del hombre mismo, de allí su ética y su responsabilidad ante la existencia. Sin embargo, para el rumano, la existencia misma está en entredicho; de allí su posición irónica y despectiva que terminaría convirtiéndolo en el perfecto transgresor de la posguerra.

Sus primeras obras fueron escritas en rumano, sin embargo, luego de trasladarse a París —donde pasaría el resto de sus días— para continuar sus estudios en el Instituto Francés, su producción intelectual quedó registrada en idioma francés.

Los títulos mismos de sus libros hablan a las claras de su pensamiento. En las cimas de la desesperación, El libro de las quimeras, El ocaso del pensamiento, Breviario de podredumbre, Silogismos de la amargura, La tentación de existir, Del inconveniente de haber nacido, Anatemas y admiraciones, y Breviario de los vencidos son algunas de sus obras más reconocidas.

Probablemente, fascinado por esa capacidad de adoptar posiciones a contramano de los flujos “normales” de la cultura y el pensamiento, Cioran sentía una profunda admiración por el escritor argentino Jorge Luis Borges, a propósito del cual escribió en 1976 una carta llamada “El último delicado”.

“Si Borges me interesa tanto es porque representa un espécimen de humanidad en vías de desaparición y porque encarna la paradoja de un sedentario sin patria intelectual, de un aventurero inmóvil que se encuentra a gusto en varias civilizaciones y en varias literaturas, un monstruo magnífico y condenado”, declara el rumano.

Es como si en Borges, Cioran se reconociera a sí mismo... o al menos a parte de sí. Resulta curioso y hasta paradójico que un hombre que dedicó su vida completa a la noble tarea de pensar; que ilustró a generaciones enteras con una lucidez propia de los filósofos cínicos de la antigua Grecia se fuera apagando lentamente a causa del Alzheimer, la siniestra enfermedad que el 20 de junio de 1995 acabó con la historia terrenal de una de las mentes más sobresalientes del siglo XX.

Cioran comenzó a transitar entonces el camino de la inmortalidad, esa vía que él tanto detestaba y que en vida lamentó que el propio Borges siguiera. Del maestro universal escribió: “la desgracia de ser conocido se ha abatido sobre él. Merecía algo mejor, merecía haber permanecido en la sombra, en lo imperceptible, haber continuado siendo tan inasequible e impopular como lo es el matiz”. Ambos compartirán idéntico “infortunio”: el de ser admirados y convertirse en íconos de una generación disconforme, inquieta y sin respuestas ante el enigma de una existencia inabordable.

Fuente : ABC Digital
Adrián Cattivelli
24 de Abril de 2011

Carta de Cioran a Savater, sobre Borges

“El último delicado”



París, 10 de diciembre de 1976

Querido amigo:

El mes pasado, durante su visita a París, me pidió usted que colaborara en un libro de homenaje a Borges. Mi primera reacción fue negativa; la segunda también. ¿Para qué celebrarlo cuando hasta las universidades lo hacen? La desgracia de ser conocido se ha abatido sobre él. Merecía algo mejor, merecía haber permanecido en la sombra, en lo imperceptible, haber continuado siendo tan inasequible e impopular como lo es el matiz. Ese era su terreno. La consagración es el peor de los castigos -para el escritor en general y muy especialmente para un escritor de su género. A partir del momento en que todo el mundo lo cita, ya no podemos citarle o, si lo hacemos, tenemos la impresión de aumentar la masa de sus ``admiradores'', de sus enemigos. Quienes desean hacerle justicia a toda costa no hacen en realidad más que precipitar su caída. Pero no sigo, porque si continuase en este tono acabaría apiadándome de su destino. Y tenemos sobrados motivos para pensar que él mismo se ocupa ya de ello.

Creo haberle dicho un día que si Borges me interesa tanto es porque representa un espécimen de humanidad en vías de desaparición y porque encarna la paradoja de un sedentario sin patria intelectual, de un aventurero inmóvil que se encuentra a gusto en varias civilizaciones y en varias literaturas, un monstruo magnífico y condenado. En Europa, como ejemplar similar, se puede pensar en un amigo de Rilke, Rudolf Kassner, que publicó a principios de siglo un excelente libro sobre la poesía inglesa (fue después de leerlo, durante la última guerra, cuando me decidí a aprender el inglés) y que ha hablado con admirable agudeza de Sterne, Gogol, Kierkegaard y también del Magreb o de la India. Profundidad y erudición no se dan juntas; él había logrado sin embargo reconciliarlas. Fue un espíritu universal al que sólo le faltó la gracia, la seducción. Es ahí donde aparece la superioridad de Borges, seductor inigualable que llega a dar a cualquier cosa, incluso al razonamiento más arduo, un algo impalpable, aéreo, transparente. Pues todo en él es transfigurado por el juego, por una danza de hallazgos fulgurantes y de sofismas deliciosos.

Nunca me han atraído los espíritus confinados en una sola forma de cultura. Mi divisa ha sido siempre, y continúa siéndolo, no arraigarse, no pertenecer a ninguna comunidad. Vuelto hacia otros horizontes, he intentado siempre saber qué sucedía en todas partes. A los veinte años, los Balcanes no podían ofrecerme ya nada más. Ese es el drama, pero también la ventaja de haber nacido en un medio ``cultural'' de segundo orden. Lo extranjero se había convertido en un dios para mí. De ahí esa sed de peregrinar a través de las literaturas y de las filosofías, de devorarlas con un ardor mórbido. Lo que sucede en el Este de Europa debe necesariamente suceder en los países de América Latina, y he observado que sus representantes están infinitamente más informados y son mucho más cultivados que los occidentales, irremediablemente provincianos. Ni en Francia ni en Inglaterra veía a nadie con una curiosidad comparable a la de Borges, una curiosidad llevada hasta la manía, hasta el vicio, y digo vicio porque, en materia de arte y de reflexión, todo lo que no degenere en fervor un poco perverso es superficial, es decir, irreal.

Siendo estudiante, tuve que interesarme por los discípulos de Schopenhauer. Entre ellos, un tal Philip Mainlander me había llamado particularmente la atención. Autor de una Filosofía de la Liberación, poseía además para mí el aura que confiere el suicidio. Totalmente olvidado, yo me jactaba de ser el único que me interesaba por él, lo cual no tenía ningún mérito, dado que mis indagaciones debían conducirme inevitablemente a él. Cuál no sería mi sorpresa cuando, muchos años más tarde, leí un texto de Borges que lo sacaba precisamente del olvido. Si le cito este ejemplo es porque a partir de ese momento me puse a reflexionar seriamente sobre la condición de Borges, destinado, forzado a la universalidad, obligado a ejercitar su espíritu en todas las direcciones, aunque no fuese más que para escapar a la asfixia argentina. Es la nada sudamericana lo que hace a los escritores de aquel continente más abiertos, más vivos y más diversos que los europeos del Oeste, paralizados por sus tradiciones e incapaces de salir de su prestigiosa esclerosis.

Puesto que le interesa saber qué es lo que más aprecio en Borges, le responderé sin vacilar que su facilidad para abordar las materias más diversas, la facultad que posee de hablar con igual sutileza del Eterno Retorno y del Tango. Para él cualquier tema es bueno desde el momento en que él mismo es el centro de todo. La curiosidad universal es signo de vitalidad únicamente si lleva la huella absoluta de un yo, de un yo del que todo emana y en el que todo acaba: comienzo y fin que puede, soberanía de lo arbitrario, interpretarse según los criterios que se quiera. ¿Dónde se halla la realidad en todo esto? El Yo, farsa suprema. El juego en Borges recuerda la ironía romántica, la exploración metafísica de la ilusión, el malabarismo con lo ilimitado. Friedrich Schegel, hoy, se halla adosado a la Patagonia.

Una vez más, no podemos sino deplorar que una sonrisa enciclopédica y una visión tan refinada como la suya susciten una aprobación general, con todo lo que ello implica. Pero, después de todo, Borges podría convertirse en el símbolo de una humanidad sin dogmas ni sistemas, y si existe una utopía a la cual yo me adheriría con gusto, sería aquella en la que todo el mundo le imitaría a él, a uno de los espíritus menos graves que han existido, al último delicado.

E.M.Cioran



Fuente:http://www.sisabianovenia.com/LoLeido/NoFiccion/Cioran-Borg

Publicar un comentario

0 Comentarios