Advertencia
El criterio en que se basa esta antología es la intención de presentar al lector una imagen concreta —puesto que no puede ser completa— de la obra de Antonio Gramsci , entendiendo por «obra» lo producido y lo actuado, el fruto del poieîn y el del práttein . Esa intención no se inspira principalmente en el deseo de reconstruir la individualidad de Antonio Gramsci, sino en la necesidad de pasar por encima de las clasificaciones académicas tradicionales cuando se quiere entender el pensamiento revolucionario. Para que haya pensamiento revolucionario tiene que haber ruptura con la estructuración del pensamiento culturalmente consagrado. Y para que el pensamiento revolucionario se logre, esa ruptura tiene que responder a la naturaleza de las cosas, no ser veleidad de decadente harto de ciencia aprovechada, pero no entendida.
Del mismo modo que Marx no ha sido ni economista, ni historiador, ni filósofo, ni organizador, aunque aspectos de su «obra» se puedan catalogar académicamente como economía, historia, filosofía, organización político-social, así tampoco es Gramsci un crítico literario, un crítico de la cultura, un filósofo o un teórico político. Y del mismo modo que para la obra de Marx es posible indicar un principio unitario —aquella «unión del movimiento obrero con la ciencia»— que reduce las divisiones especiales a la función de meras perspectivas de análisis provisional, así también ofrece explícitamente la obra de Gramsci el criterio con el cual acercarse a la «obra» íntegra para entenderla: es la noción de práctica, integradora de todos los planos del pensamiento y de todos los planos de la conducta.
En el caso de Gramsci la conveniencia de acentuar la unidad práctica de la «obra» parece obvia, porque las publicaciones antológicas en lengua castellana no se han beneficiado casi hasta ahora de la disponibilidad, desde hace años, de numerosos escritos políticos juveniles en los que se manifiesta inequívocamente la raíz de todo el hacer de Gramsci.
El criterio general recién expuesto se ha especificado en las dos reglas siguientes para la construcción de esta antología: 1) no separar completamente los textos «personales» de los textos públicos, sino considerar que la cronología es más fuerte razón de homogeneidad que el género literario; 2) acentuar la temática en la que más se realiza la unidad de la «obra», el «género» literario que más se puede considerar como capaz de contener aquella unidad; ese género es la literatura política; en él confluyen naturalmente el filósofo y el periodista, el historiador y el político, el crítico literario y el crítico de la cultura. La última consecuencia importante de esos puntos de vista ha sido la ordenación de los textos según un esquema básico cronológico. Este esquema puede ser llevado hasta el detalle cuando se trata de la juventud de Gramsci. Para los cuadernos de la cárcel y para las cartas sin fecha segura se ha preferido evitar riesgos de error grave: la datación es más global.
* * *
Causas de dos órdenes, técnicas de edición y también sustantivas, debidas a la problematicidad de algunos puntos de la investigación, impiden que esta antología aparezca con el estudio introductorio que el editor había previsto. El editor se propone publicarlo más adelante aparte. [1] Por el momento, conviene hacer de necesidad virtud, descubrir que los textos de Gramsci están probablemente mejor sin compañía, o sin más compañía que la de las tablas cronológicas que los preceden fase por fase.
* * *
La necesidad de aludir repetidamente a fuentes o a instituciones ha hecho conveniente el uso de unas cuantas siglas. He aquí su clave:
2000 - 2000 pagine di Gramsci , G. Ferrara y N. Gallo (eds.), vols. I-II , Milán, 1964.
A . - Avanti! , órgano del PSI.
A. G. - Antonio Gramsci.
B. P. - Buró Político.
C. C. - Comité Central.
C. E. - Comité Ejecutivo.
CGIL - Confederazione Generale Italiana del Lavoro.
C. M. - Crítica marxista .
I. C. - La Internacional Comunista.
I. C. - Antonio Gramsci: Gli intellettuali e l’organizzazione della cultura , 8.ª ed., Turín, 1966.
I. G. P. - Il Grido del Popolo .
I. M. S. - Antonio Gramsci: Il materialismo storico e la filosofía di Benedetto Croce , 8.ª ed., Turín, 1966.
L. C. - Antonio Gramsci: Lettere dal Carcere , S. Caprioglio y E. Fubini (eds.), Turín, 1965.
L. C. F. La Città Futura .
L. O. N. - a) El diario L’Ordine Nuovo . b) El semanario L’Ordine Nuovo . c) La revista L’Ordine Nuovo . d) Antonio Gramsci: L’Ordine Nuovo , 2.ª ed., Turín, 1955.
L. V. N. - Antonio Gramsci: Letteratura e vita nazionale , 3.ª ed., Turín, 1953.
M. - Antonio Gramsci: Note sul Macchiavelli, sulla politica e sullo stato moderno , 4.ª ed., Turín, 1955.
M. M. F. - Conversando con Togliatti , nota biográfica a cargo de Marcella y Maurizio Ferrara, Roma, 1953.
O. P. - Oficina Política ( Ufficio Politico ).
PCd’I - Partito Comunista d’Italia .
PCF - Parti Communiste Français.
PCI - Partito Comunista Italiano.
P. P. - Antonio Gramsci: Passato e Presente , 4.ª ed., Turín, 1954.
PPI - Partito Popolare Italiano.
PSI - Partito Socialista Italiano.
R . - Antonio Gramsci: Il Risorgimento , Turín, 1949.
S. G. - Antonio Gramsci: Scritti Giovanili , Turín, 1958.
S. M. - Antonio Gramsci: Sotto la Mole , Turín, 1960.
Spr. St. - Paolo Spriano: Storia del Partito Comunista Italiano , vol. I , Turín, 1967.
U . - L’Unità , órgano del PCd’I .
M ANUEL S ACRISTÁN
Barcelona, mayo de 1969
Primera parte
1910-1926
[1891-1910]
DATOS Y FECHAS
1891 : 22-I : Nacimiento de A. G. en Ales, Cagliari (Cerdeña), cuarto de los siete hijos de un empleado del Estado.
1891 : 29-I - Bautizo.
1894-1896 : A. G. acude a un colegio de monjas en Sórgono, cerca de Nuoro (Cerdeña). Presunta caída, causa supuesta de una deformación de la columna vertebral.
1896 : PSI tiene 128 afiliados en toda la isla de Cerdeña.
1898 : 8-VIII - Detención del padre de A. G., acusado de irregularidades administrativas, presumiblemente por rencillas electorales. La familia Gramsci se establece en Ghilarza (Cerdeña), en condiciones de miseria. Empieza a ser visible su deformación de la columna vertebral. A. G. acude a la escuela elemental de Ghilarza.
1899 : Llegan a Ghilarza los funcionarios y técnicos del Catastro, entre ellos algún socialista.
1902 : A. G. trabaja durante las vacaciones en la oficina del Catastro con su hermano mayor, Gennaro.
1903 : A. G. termina la escuela elemental con calificación máxima. Trabaja fijo en el Catastro, interrumpiendo los estudios. Pero estudia personalmente latín, hasta 1905. Fundación de la Liga de Mineros de Bugerru (Cerdeña).
1904 : 31-I - El padre de A. G., en libertad.
1904 : 4-IX - La tropa dispara contra los mineros de Bugerru: tres mineros muertos. Huelga general de solidaridad en la Península. A. G. hace sus primeras lecturas de prensa socialista, que le envía su hermano Gennaro desde Turín, donde está haciendo el servicio militar.
1905-1906 : A. G. cursa la escuela media elemental en Santulussurgiu, a unos 15 kilómetros de Ghilarza.
1906 : 5-VI - Movimientos populares y burgueses nacionalistas sardos. Procesamiento de 170 sardos.
1908 6-IX 1908 finales: A. G. termina la escuela media elemental con examen en Oristano (Cerdeña). Fase sardista juvenil en A. G. Se matricula para cursar la Escuela Media Superior (Liceo) en Cagliari. Vive con su hermano Gennaro en una habitación. Aislamiento, mucho estudio, gran miseria, hambre.
1909 : A. G. asiste ocasionalmente a la Asociación Anticlerical de Vanguardia.
[1910-1917]
DATOS Y FECHAS
1910 : Último curso de Liceo. Gustos literarios de A. G.: Croce, Salvemini, Cecchi, Papini; disgusto por G. Deledda. Simpatía por el «socialismo campesino» de Salvemini. Socialsardismo. Primeras lecturas de Marx, más tarde recordadas por A. G.
21-VII : A. G. recibe la credencial de corresponsal del periódico L’Unione Sarda en el pueblo de Aidomaggiore. El director del periódico es su profesor de italiano en el Liceo (Raffa Garzía).
26-VII Últ. trimestre noviembre (?): Primera corresponsalía y primer texto impreso de A. G. Presencia frecuente de A. G., con su hermano Gennaro, en la Cámara del Trabajo de Cagliari. Ejercicio Oprimidos y opresores *.
1911 : Enero: Gennaro Gramsci, cajero de la Cámara del Trabajo de Cagliari. Registro de la policía en la habitación de los Gramsci.
Julio: A. G. obtiene el grado medio ( licenza liceale ). Pasa algunas semanas en Oristano, dando clases a un sobrino.
Octubre: A. G. llega a Turín para concurrir a las becas en favor de los estudiantes pobres de las provincias del antiguo reino de Cerdeña (70 liras mensuales). Gana una con el número 9 (Palmiro Togliatti la gana en la misma convocatoria con el número 2). A. G. sufre desvanecimientos por desnutrición y frío en Turín. Propone a sus amigos una investigación acerca de la relación entre criminalidad y desarrollo del capitalismo en Cerdeña ( M. M. F. , pp. 25-26) .
16-XI : A. G. se matricula en la Facultad de Letras de Turín, especialidad Filología moderna. Vive con Angelo Tasca, que ya milita en el PSI. A. G. hace averiguaciones de glotología sarda. Lecturas de Hegel. Togliatti traduce 150 páginas de la Fenomenología del espíritu y resume la Enciclopedia de Hegel.
1911-1912 : Huelga turinesa del automóvil, de dirección anarquista.
1912 : A. G. sufre persistentes dolores de cabeza. Sigue ocupándose de glotología sarda.
Junio: No se examina.
Verano: En Ghilarza y Bossa Marina (Cerdeña), con su familia.
Otoño: Vuelta a Turín. Exámenes en noviembre (30 cum laude en Glotología).
1913 : A. G. se matricula en el segundo curso de Letras. Compra libros sobre Cerdeña. Asiste a algunas clases de Derecho, donde intima con Togliatti (que estudia Derecho). No se examina, por mala salud.
Julio: En Ghilarza, con la familia.
9-X : Adhesión escrita a la campaña antiproteccionista de La Voce , primera intervención política pública de A. G.
26-X/2-XI: Primeras elecciones por sufragio universal en Cerdeña, que impresionan vivamente a A. G.
Noviembre: Regreso a Turín. Según Angelo Tasca, A. G. es ya activamente socialista. Consigue retrasar los exámenes por mala salud.
Noviembre o diciembre: Según Togliatti (que ingresa más tarde), A. G. ingresa en el PSI.
1914 : marzo: Exámenes. Termina segundo de Letras.
Primavera: Primera manifestación de la idea de una revista de educación socialista. A. G. apoya la candidatura del meridional Salvemini para un distrito obrero del norte.
Junio: «Semana roja», con ocupación de tierras, sobre todo Romaña y Las Marcas.
31-X : A. G. escribe para I. G. P. el artículo «Neutralidad activa y operante»*.
11-XI : Solo acude a un examen (Literatura neolatina).
Fines de año: A. G. pierde la beca por cuatro meses.
1915 : 12-IV : Último examen universitario de A. G. (Literatura italiana). Sufre una depresión nerviosa.
17-V : Huelga general contra la guerra.
24-V : Entrada de Italia en la Primera Guerra Mundial.
Septiembre: Conferencia de Zimmerwald. Tesis de Lenin sobre la guerra.
13-XI : A. G. vuelve a escribir asiduamente en I. G. P.
15-XI : A. G. alude a la conferencia de Zimmerwald en I. G. P.
Fines de año: Intensa colaboración en I. G. P. Redactor de la página turinesa del A.
1916 : A. G. escribe numerosos artículos de crónica ciudadana y teatral en A. Da conferencias sobre Marx y otros temas. En una carta a su hermana Grazietta habla de los resentimientos que provoca su actividad política, ya conocida por los familiares y paisanos.
29-I : Art. «Socialismo y cultura»* en I. G. P. , exposición de su primera concepción de la revolución.
3-IV : Art. «Sofismas curialescos», planteamiento de su interpretación juvenil de Marx.
1917 : Varias conferencias. Vive con 50 liras de sueldo de A. (20 menos que la beca).
11-II : Aparición del número único La Città Futura , iniciativa de la Federación Juvenil Socialista, redactado por Gramsci. «Se puede considerar como punto de llegada de la formación juvenil de Gramsci» (G. Fiori). (Dos artículos del mismo recogidos en la antología).
Aparición, a propósito de los católicos, de la posterior tesis sobre las alianzas de clase y contra el anticlericalismo (Santhià).
[ Nota del editor: Los textos marcados con un asterisco en las tablas de datos y fechas aparecen reproducidos en la presente antología ] .
Oprimidos y opresores [2]
[XI-1910; 2000 II, 13-15]
Es de verdad admirable la lucha que lleva la humanidad desde tiempos inmemoriales, lucha incesante con la que se esfuerza por arrancar y desgarrar todas las ataduras que intenta imponerle el ansia de dominio de uno solo, de una clase o también de un pueblo entero. Es esta una epopeya que ha tenido innumerables héroes y ha sido escrita por los historiadores de todo el mundo. El hombre, que al llegar un cierto momento se siente libre, con consciencia de su propia responsabilidad y de su propio valor, no quiere que ningún otro le imponga su voluntad y pretenda controlar sus acciones y su pensamiento. Porque parece que sea un cruel destino de los humanos este instinto que los domina de querer devorarse los unos a los otros, en vez de hacer que converjan las fuerzas unidas de todos para luchar contra la naturaleza y hacerla cada vez más útil para las necesidades de los hombres. Y en vez de eso, cuando un pueblo se siente fuerte y aguerrido, piensa en seguida en agredir a sus vecinos, rechazarlos y oprimirlos. Porque está claro que todo vencedor quiere destruir al vencido. Pero el hombre, que por naturaleza es hipócrita y fingido, no dice «quiero conquistar para destruir», sino «quiero conquistar para civilizar». Y todos los demás, que le envidian y esperan su turno para hacer lo mismo, fingen creerlo y le alaban.
Y así hemos tenido que la civilización ha tardado más en difundirse y progresar; así ha ocurrido que razas de hombres nobles e inteligentes han quedado destruidas o están camino de apagarse. El aguardiente y el opio que los maestros de la civilización les repartían abundantemente han consumado su obra deletérea.
Luego, un día, se difunde la voz: un estudiante ha matado al gobernador inglés de la India; o bien: los italianos han sido maltratados en Dogali; o bien: los bóxers han exterminado a los misioneros europeos, y entonces la vieja Europa impreca horrorizada contra los bárbaros, contra los salvajes, y se proclama una nueva cruzada contra aquellos pueblos desgraciados.
Y obsérvese que los pueblos europeos han tenido sus opresores y han sostenido luchas sangrientas para liberarse de ellos, y ahora levantan estatuas y recuerdos marmóreos a sus libertadores, a sus héroes, y hacen una religión nacional del culto a los muertos por la patria. Pero no se os ocurra decirles a los italianos que los austríacos vinieron a traer la civilización: hasta las columnas de mármol protestarían. Nosotros sí, nosotros sí que hemos ido a llevar la civilización y, efectivamente, aquellos pueblos nos han cogido gran afecto y agradecen su suerte al cielo. Ya se sabe: sic vos non vobis . La verdad, en cambio, estriba en una codicia insaciable que todos tienen de ordeñar a sus semejantes, de arrancarles lo poco que hayan podido ahorrar con sus privaciones. Las guerras se hacen por el comercio, no por la civilización: los ingleses han bombardeado no sé cuántas ciudades de la China porque los chinos no querían su opio. ¡Vaya civilización! Y los rusos y los japoneses se han disfrazado para conseguir el comercio de Corea y de Manchuria. Se dilapidan los bienes de los súbditos, se les arrebata toda personalidad; pero eso no basta a los modernos civilizadísimos: los romanos se contentaban con atar a los vencidos a sus carros triunfales, pero luego ponían la tierra conquistada en la condición de provincia: ahora, en cambio, lo que se querría es que desaparecieran todos los habitantes de las colonias para dejar sitio a los recién llegados.
Y si entonces un hombre honrado se levanta para reprochar esas prepotencias, ese abuso que la moral social y la civilización sanamente entendida deberían impedir, no encuentra más que burla, porque es un ingenuo y no conoce las maquiavélicas consideraciones que dominan la vida política. Nosotros los italianos adoramos a Garibaldi; desde niños nos han enseñado a admirarle; Carducci nos ha entusiasmado con su leyenda garibaldina. Si se preguntara a los niños italianos quién querrían ser, la gran mayoría escogería ciertamente ser el rubio héroe. Recuerdo que en una manifestación en la conmemoración de la independencia un compañero me dijo: pero ¿por qué gritan todos «¡Viva Garibaldi!» y ninguno «¡Viva el rey!»?, y yo no supe darle ninguna explicación. En suma, todos en Italia, desde los rojos hasta los verdes y los amarillos, idolatran a Garibaldi, pero nadie sabe apreciar verdaderamente la alta idealidad suya, y cuando mandaron los marineros italianos a Creta para que arriaran la bandera griega izada por los sublevados y volvieran a poner la bandera turca, ninguno lanzó un grito de protesta. Claro: la culpa era de los candiotas que querían perturbar el equilibrio europeo. Y ninguno de los italianos que tal vez aquel mismo día aclamaban al héroe libertador de Sicilia pensó que Garibaldi, si hubiera vivido, habría sostenido también el choque con todas las potencias europeas para hacer ganar a un pueblo la libertad. ¡Y luego se protesta cuando alguien viene a decirnos que somos un pueblo de retores!
Y quién sabe cuánto tiempo durará todavía ese contraste. Carducci se preguntaba: «¿Cuándo será alegre el trabajo? ¿Cuándo será seguro el amor?». Pero todavía estamos esperando una respuesta, y quién sabe quién sabrá darla. Muchos dicen que el hombre ha conquistado ya todo lo que debía conseguir en la libertad y en la civilización, y que ahora no le queda más que gozar el fruto de sus luchas. Yo creo, en cambio, que hay mucho más por hacer: los hombres están solo barnizados de civilización, y en cuanto se les rasca aparece inmediatamente la piel de lobo. Los instintos se han amansado, pero no se han destruido, y el único derecho reconocido es el del más fuerte. La Revolución francesa ha abatido muchos privilegios, ha levantado a muchos oprimidos; pero no ha hecho más que sustituir una clase por otra en el dominio. Ha dejado, sin embargo, una gran enseñanza: que los privilegios y las diferencias sociales, puesto que son producto de la sociedad y no de la naturaleza, pueden sobrepasarse. La humanidad necesita otro baño de sangre para borrar muchas de esas injusticias: que los dominantes no se arrepientan entonces de haber dejado a las muchedumbres en un estado de ignorancia y salvajismo, como están ahora.
Neutralidad activa y operante
[31-X-1914; I. G. P. ; S. G. , 3-7]
El problema concreto
Aun dentro de la extraordinaria confusión que ha producido la presente crisis europea en las consciencias y en los partidos, todos están de acuerdo acerca de un punto: el presente momento histórico es de una gravedad indecible, sus consecuencias pueden ser gravísimas, y puesto que se ha vertido tanta sangre y se han destruido tantas energías, hagamos de tal modo que se resuelva el mayor número posible de las cuestiones dejadas irresueltas por el pasado y que la humanidad pueda volver a emprender su camino sin que se lo estorbe tanta grisura de tristezas e injusticias, sin que su porvenir pueda verse pronto atravesado por otra de estas catástrofes que exija de nuevo otro desperdicio tan formidable como este de vida y de actividad.
Y nosotros, socialistas italianos, nos plantearnos el problema siguiente: «¿Cuál debe ser la función del Partido Socialista italiano (téngase en cuenta, no del proletariado o del socialismo en general) en el presente momento de la vida italiana ?».
Porque el Partido Socialista, al que damos toda nuestra actividad, es también italiano , es decir, es la sección de la Internacional socialista que ha asumido la tarea de conquistar para la Internacional la nación italiana. Esta tarea suya inmediata , siempre actual , le confiere caracteres especiales, nacionales , que le obligan a asumir en la vida italiana una función específica y una responsabilidad suyas. Es un Estado en potencia que va madurando, antagonista del Estado burgués, y que intenta en la lucha cotidiana con este último y en el desarrollo de su dialéctica interna crearse los órganos necesarios para superarlo y absorberlo. Y en el desarrollo de esa su función es autónomo , no depende de la Internacional sino por el objetivo supremo que hay que conseguir y por el carácter de clase que ha de presentar siempre esa lucha.
Solo el PSI es juez competente del modo como debe afirmarse esa lucha en las varias contingencias y del momento en que debe culminar en la revolución, pues solo él vive y conoce sus varios aspectos.
Solo así podemos legitimar la risa y el desprecio con que acogimos los improperios de G. Hervé y los intentos de aproximación de los socialistas alemanes, hablando el uno y los otros en nombre de la Internacional, de la que se afirmaban intérpretes autorizados, cuando el PSI decidió la fórmula de la «neutralidad absoluta».
Las dos neutralidades
Porque obsérvese que no se discute acerca del concepto de neutralidad (neutralidad del proletariado, obviamente), sino acerca del modo de esa neutralidad.
La fórmula de la «neutralidad absoluta» fue utilísima en el primer momento de la crisis, cuando los acontecimientos nos cogieron de improviso, relativamente sin preparar para sus grandes dimensiones, porque solo la afirmación dogmáticamente intransigente, tajante, podía permitirnos oponer un baluarte compacto, inexpugnable, a la primera inundación de las pasiones, de los intereses particulares. Pero ahora que ya han precipitado de la caótica situación inicial los elementos de confusión, y que cada uno tiene que asumir su propia responsabilidad, esa fórmula no tiene valor más que para los reformistas, que dicen no querer ponerlo todo a una carta (aunque dejan que los demás lo hagan y ganen) y querrían que el proletariado asistiera como espectador imparcial a los acontecimientos, dejando que estos le traigan su hora, mientras que en ese tiempo los adversarios crean ellos mismos su hora y se preparan su plataforma para la lucha de clases.
Pero los revolucionarios que conciben la historia como creación de su propio espíritu, hecha por una serie ininterrumpida de tirones actuados sobre las demás fuerzas activas y pasivas de la sociedad, y preparan el máximo de condiciones favorables para el tirón definitivo (la revolución), no deben contentarse con la fórmula provisional de «neutralidad absoluta», sino que deben transformarla en una «neutralidad activa y operante». Lo cual significa volver a dar a la vida de la nación su genuino y estricto carácter de lucha de clases, en cuanto la clase trabajadora, obligando a la clase detentadora del poder a asumir sus responsabilidades, obligándola a llevar al absoluto las premisas de las que obtiene su razón de existencia, a sufrir el examen de la preparación con la cual ha intentado llegar a la meta que declaraba suya, la obliga (en nuestro caso, en Italia) a reconocer que ha fracasado completamente en cuanto a sus fines, porque ha metido a la nación, de la cual se proclamaba representante única, en un callejón sin salida del cual no podrá salir sino abandonando a su propio destino todas esas instituciones que son directamente responsables de su tristísimo estado presente.
Solo así se restablecerá el dualismo de las clases, se liberará el Partido Socialista de todas las incrustaciones burguesas que el miedo a la guerra le ha cargado (nunca como en estos últimos dos meses había tenido el socialismo tantos simpatizantes más o menos interesados) y, tras haber hecho comprobar al país (que en Italia no es todo él ni proletario ni burgués, dado el poco interés que la gran masa del pueblo ha mostrado siempre por la lucha política y, por consiguiente, es tanto más fácilmente conquistable por el que sepa probar energía y una visión clara de los propios destinos) que aquellos que se decían mandatarios suyos han resultado incapaces de cualquier acción, [podrá] preparar al proletariado para sustituirlos, prepararlo para actuar aquel tirón máximo que significa que la civilización desemboca de una forma imperfecta para pasar a otra más perfecta.
El caso Mussolini
Por eso me parece que habría debido ser más cauto a. t., [3] el cual ha escrito en el último número del Grido a propósito del llamado caso Mussolini. Habría debido distinguir entre lo que en las declaraciones del director del Avanti! se debía al hombre Mussolini, al romañolo (hasta de eso se ha hablado), y lo que era de Mussolini socialista italiano; en suma, tomar lo vital que podía haber en su actitud y dirigir su crítica a ello, destruyéndolo o encontrando un plano de conciliación entre el formalismo doctrinario del resto de la dirección del partido y el concretismo realista del director del Avanti! [4]
Socialismo y cultura
[29-I-1916; I. G. P. ; S. G. , 22-26]
Nos cayó a la vista hace algún tiempo un artículo en el cual Enrico Leone, de esa forma complicada y nebulosa que le es tan a menudo propia, repetía algunos lugares comunes acerca de la cultura y el intelectualismo en relación con el proletariado, oponiéndoles la práctica , el hecho histórico , con los cuales la clase se está preparando el porvenir con sus propias manos. No nos parece inútil volver sobre ese tema, ya otras veces tratado en el Grido y que ya se benefició de un estudio más rigurosamente doctrinal, especialmente en la Avanguardia de los jóvenes, con ocasión de la polémica entre Bordiga, de Nápoles, y nuestro Tasca.
Vamos a recordar dos textos: uno de un romántico alemán, Novalis (que vivió de 1772 a 1801), el cual dice: «El problema supremo de la cultura consiste en hacerse dueño del propio yo trascendental, en ser al mismo tiempo el yo del yo propio. Por eso sorprende poco la falta de percepción e intelección completa de los demás. Sin un perfecto conocimiento de nosotros mismos, no podremos conocer verdaderamente a los demás».
El otro, que resumiremos, es de G. B. Vico. Vico (en el Primer corolario acerca del habla por caracteres poéticos de las primeras naciones , en la Ciencia Nueva ) ofrece una interpretación política del famoso dicho de Solón que luego adoptó Sócrates en cuanto a la filosofía, «Conócete a ti mismo», y sostiene que Solón quiso con ello exhortar a los plebeyos —que se creían de origen animal y pensaban que los nobles eran de origen divino — a que reflexionaran sobre sí mismos para reconocerse de igual naturaleza humana que los nobles , y, por tanto, para que pretendieran ser igualados con ellos en civil derecho. Y en esa consciencia de la igualdad humana de nobles y plebeyos pone luego la base y la razón histórica del origen de las repúblicas democráticas de la Antigüedad.
No hemos reunido esos dos textos por capricho. Nos parece que en ellos se indican, aunque no se expresen ni definan por lo largo, los límites y los principios en los cuales debe fundarse una justa comprensión del concepto de cultura, también respecto del socialismo.
Hay que perder la costumbre y dejar de concebir la cultura como saber enciclopédico en el cual el hombre no se contempla más que bajo la forma de un recipiente que hay que rellenar y apuntalar con datos empíricos, con hechos en bruto e inconexos que él tendrá luego que encasillarse en el cerebro como en las columnas de un diccionario para poder contestar, en cada ocasión, a los estímulos varios del mundo externo. Esa forma de cultura es verdaderamente dañina, especialmente para el proletariado. Solo sirve para producir desorientados, gente que se cree superior al resto de la humanidad porque ha amontonado en la memoria cierta cantidad de datos y fechas que desgrana en cada ocasión para levantar una barrera entre sí mismo y los demás. Solo sirve para producir ese intelectualismo cansino e incoloro tan justa y cruelmente fustigado por Romain Rolland y que ha dado a luz una entera caterva de fantasiosos presuntuosos, más deletéreos para la vida social que los microbios de la tuberculosis o de la sífilis para la belleza y la salud física de los cuerpos. El estudiantillo que sabe un poco de latín y de historia, el abogadillo que ha conseguido arrancar una licenciatura a la desidia y a la irresponsabilidad de los profesores, creerán que son distintos y superiores incluso al mejor obrero especializado, el cual cumple en la vida una tarea bien precisa e indispensable y vale en su actividad cien veces más que esos otros en las suyas. Pero eso no es cultura, sino pedantería; no es inteligencia, sino intelecto, y es justo reaccionar contra ello.
La cultura es cosa muy distinta. Es organización, disciplina del yo interior, apoderamiento de la personalidad propia, conquista de superior consciencia por la cual se llega a comprender el valor histórico que uno tiene, su función en la vida, sus derechos y sus deberes. Pero todo eso no puede ocurrir por evolución espontánea, por acciones y reacciones independientes de la voluntad de cada cual, como ocurre en la naturaleza vegetal y animal, la cual cada individuo se selecciona y específica sus propios órganos inconscientemente, por la ley fatal de las cosas. El hombre es sobre todo espíritu, o sea, creación histórica, y no naturaleza. De otro modo no se explicaría por qué, habiendo habido siempre explotados y explotadores, creadores de riqueza y egoístas consumidores de ella, no se la cual, como agudamente observa De Sanctis en la Storia della letteratura italiana , se formó por toda Europa como una consciencia unitaria, una internacional espiritual burguesa sensible en cada una de sus partes a los dolores y a las desgracias comunes, y que era la mejor preparación de la rebelión sangrienta luego ocurrida en Francia.
En Italia, en Francia, en Alemania se discutían las mismas cosas, las mismas instituciones, los mismos principios. Cada nueva comedia de Voltaire, cada pamphlet nuevo, era como la chispa que pasaba por los hilos, ya tendidos entre estado y estado, entre región y región, y se hallaban los mismos consensos y las mismas oposiciones en todas partes y simultáneamente. Las bayonetas del ejército de Napoleón encontraron el camino ya allanado por un ejército invisible de libros, de opúsculos, derramados desde París a partir de la primera mitad del siglo XVIII y que habían preparado a los hombres y las instituciones para la necesaria renovación. Más tarde, una vez que los hechos de Francia consolidaron de nuevo la consciencia, bastaba un movimiento popular en París para provocar otros análogos en Milán, en Viena, y en los centros más pequeños. Todo eso parece natural, espontáneo, a los facilones, pero en realidad sería incomprensible si no se conocieran los factores culturales que contribuyeron a crear aquellos estados de ánimo dispuestos a estallar por una causa que se consideraba común.
El mismo fenómeno se repite hoy para el socialismo. La conciencia unitaria del proletariado se ha formado o se está formando a través de la crítica de la civilización capitalista, y crítica quiere decir cultura, y no ya evolución espontánea y naturalista. Crítica quiere decir precisamente esa consciencia del yo que Novalis ponía como finalidad de la cultura. Yo que se opone a los demás, que se diferencia y, tras crearse una meta, juzga los hechos y los acontecimientos, además de en sí y por sí mismos, como valores de propulsión o de repulsión. Conocerse a sí mismos quiere decir ser lo que se es, quiere decir ser dueños de sí mismo, distinguirse, salir fuera del caso, ser elemento de orden, pero del orden propio y de la propia disciplina a un ideal. Y eso no se puede obtener si no se conoce también a los demás, su historia, el decurso de los esfuerzos que han hecho los demás para ser lo que son, para crear la civilización que han creado y que queremos sustituir por la nuestra. Quiere decir tener noción de qué es la naturaleza, y de sus leyes, para conocer las leyes que rigen el espíritu. Y aprenderlo todo sin perder de vista la finalidad última, que es conocerse mejor a sí mismos a través de los demás, y a los demás a través de sí mismos.
Si es verdad que la historia universal es una cadena de los esfuerzos que ha hecho el hombre por liberarse de los privilegios, de los prejuicios y de las idolatrías, no se comprende por qué el proletariado, que quiere añadir otro eslabón a esa cadena, no ha de saber cómo, y por qué y por quién ha sido precedido, y qué provecho puede conseguir de ese saber.
Tres principios, tres órdenes
[11-II-1917; L. C. F. ; S. G. , 73-78]
El orden y el desorden son las dos palabras a las que más frecuentemente se recurre en las polémicas de carácter político. Partidos de orden, hombres de orden, orden público… Tres palabras enlazadas con un mismo eje, el orden, en el cual se fijan las palabras para girar con mayor o menor solidez, según la concreta forma histórica que toman los hombres, los partidos y el Estado en su múltiple encarnación posible. La consigna tiene un poder taumatúrgico; la conservación de las instituciones políticas está en gran parte confiada a ese poder. El orden actual se presenta como algo armónicamente coordinado, establemente coordinado, y la muchedumbre de los ciudadanos vacila y se asusta en la incertidumbre ante lo que podría aportar un cambio radical. El sentido común, el torpísimo sentido común, suele predicar que más vale un huevo hoy que una gallina mañana. Y el sentido común es un terrible negrero de los espíritus. Sobre todo cuando para conseguir la gallina hay que cascar el huevo. En la fantasía se forma entonces la imagen de una violenta dilaceración; no se ve el orden nuevo posible, mejor organizado que el anterior, más vital que el anterior, porque contrapone la unidad al dualismo y la dinámica de la vida en movimiento a la inmovilidad estática de la inercia. Se ve solo la dilaceración violenta, y el ánimo miedoso retrocede ante el temor de perderlo todo, de tener ante sí el caos, el desorden ineluctable. Las profecías utopistas se constituyeron precisamente teniendo en cuenta ese temor. Con la utopía se quería proyectar en el futuro un fundamento bien organizado y liso que quitara la impresión del salto en el vacío. Pero las construcciones sociales utópicas se hundieron todas porque, al ser tan lisas y aseadillas, bastaba con probar la falta de fundamento de un detalle para que el conjunto pereciera en su totalidad. Esas construcciones no tenían base porque eran demasiado analíticas, porque se fundaban en una infinidad de hechos, en vez de basarse en un solo principio moral. Mas los hechos concretos dependen de tantas causas que acaban por no tener ninguna y por ser imprevisibles. Y el hombre necesita para obrar prever al menos parcialmente. No se concibe una voluntad que no sea concreta, esto es, que no tenga un objetivo. Pero ese objetivo no puede ser un hecho aislado ni una serie de hechos singulares. Solo puede ser una idea, o un principio moral. El defecto orgánico de las utopías estriba íntegramente en eso. En creer que la previsión puede serlo de hechos, cuando solo puede serlo de principios o de máximas jurídicas. Las máximas jurídicas (el derecho, el jus , es la moral actuada) son creación de los hombres cuanto voluntad. Si queréis dar a esa voluntad una dirección determinada, dadles como meta lo único que puede serlo; en otro caso, después de un primer entusiasmo, las veréis ajarse y disiparse.
Los órdenes actuales han sido suscitados por la voluntad de actuar totalmente un principio jurídico. Los revolucionarios de 1789 no preveían el orden capitalista. Querían poner en práctica los derechos del hombre, querían que se reconocieran determinados derechos a los componentes de la colectividad. Esos derechos, después de la inicial rotura de la vieja cáscara, fueron imponiéndose, fueron concretándose, y, convertidos en fuerzas activas sobre los hechos, los plasmaron, los caracterizaron, y de ello floreció la civilización burguesa, la única que podía salir, porque la burguesía era la única energía social activa y realmente operante en la historia. Los utopistas fueron derrotados también entonces, porque ninguna de sus previsiones particulares se realizó. Pero se realizó el principio, y de este florecieron los actuales ordenamientos, el orden actual.
¿Era un principio universal el que se afirmó en la historia a través de la revolución burguesa? Sin duda que sí. Y, sin embargo, suele decirse que si J.-J. Rousseau pudiera ver en qué han desembocado sus prédicas probablemente renegaría de ellas. Esa paradójica afirmación contiene una crítica implícita del liberalismo. Pero es paradójica, es decir: afirma de un modo injusto una cosa justa. Universal no quiere decir absoluto. No hay en la historia nada absoluto ni rígido. Las afirmaciones del liberalismo son ideas-límite que, una vez reconocidas como racionalmente necesarias, se han convertido en ideas-fuerza, se han realizado en el Estado burgués, han servido para suscitar la antítesis de ese Estado en el proletariado y luego se han desgastado. Universales para la burguesía, no lo son suficientemente para el proletariado. Para la burguesía eran ideas-límite, para el proletariado son ideas-mínimo. Y, en efecto, el entero programa liberal se ha convertido en programa mínimo del Partido Socialista. El programa, esto es, lo que sirve para vivir cotidianamente, en espera de que se considere llegado el instante más útil.
En cuanto idea-límite, el programa liberal crea el Estado ético, o sea, un Estado que idealmente está por encima de la competición entre las clases, por encima del vario entrelazarse y chocar de las agrupaciones que son su realidad económica y tradicional. Ese Estado es una aspiración política más que una realidad política; solo existe como modelo utópico, pero precisamente esa su naturaleza de espejismo es lo que le da vigor y hace de él una fuerza conservadora. La esperanza de que acabe por realizarse en su cumplida perfección es lo que da a muchos la fuerza necesaria para no renegar de él y no intentar, por tanto, sustituirlo.
Veamos dos de esos modelos que son típicos, que son la piedra de toque de los tratadistas de teoría política. El Estado inglés y el Estado germánico. Ambos se han convertido en grandes potencias, ambos han conseguido afirmarse, con orientaciones diversas, como sólidos organismos políticos y económicos; ambos tienen una silueta bien definida, que ahora los enfrenta, pero que siempre los ha hecho inconfundibles.
La idea que ha servido como motor de las fuerzas internas, paralelas, para Inglaterra puede resumirse en la palabra liberalismo , y para Alemania con la frase autoridad con la razón .
El liberalismo es la fórmula que compendia toda una historia de luchas, de movimientos revolucionarios para la conquista de las varias libertades. Es la forma mentis que ha ido produciéndose a través de esos movimientos. Es la convicción, paulatinamente constituida en el creciente número de ciudadanos que acudieron a través de esas luchas a participar en la actividad pública, de que el secreto de la felicidad está en la libre manifestación de las propias convicciones, en el libre despliegue de las fuerzas productivas y legislativas del país. De la felicidad, naturalmente, entendida en el sentido de que todo lo malo que ocurre no recaiga como culpa en los individuos, y de que la razón de todo lo que no se consigue haya de buscarse exclusivamente en el hecho de que los iniciadores no tenían aún fuerza suficiente para afirmar victoriosamente su programa.
El liberalismo ha tenido su propugnador teórico-práctico en Inglaterra, por citar un ejemplo, antes de la guerra, en la persona de Lloyd George, el cual, siendo ministro de Estado, dice más o menos a los obreros en un acto público y sabiendo que sus palabras toman el significado de un programa de gobierno:
Nosotros no somos socialistas, o sea, no pasamos en seguida a la socialización de la producción. Pero no tenemos prejuicios teóricos contra el socialismo. A cada cual su tarea. Si la sociedad actual es todavía capitalista, eso quiere decir que el capitalismo es todavía una fuerza no agotada. Vosotros, los socialistas, decís que el socialismo está ya maduro. Probadlo. Probad que sois la mayoría, probad que sois no solo potencialmente, sino también en acto, la fuerza capaz de dirigir el destino del país. Y os dejaremos el poder tranquilamente.
Palabras que nos parecen asombrosas a nosotros, acostumbrados a ver en el gobierno una esfinge completamente separada del país y de toda polémica viva sobre ideas o hechos. Pero que no lo son, y que no son siquiera retórica vacía, si se piensa que hace más de 200 años que se libran en Inglaterra luchas políticas en la plaza pública, y que el derecho a la libre afirmación de todas las energías es un derecho conquistado, y no un derecho natural presupuesto como tal en sí y por sí. Y basta con recordar que el Gobierno radical inglés arrebató a la Cámara de los Lores todo derecho de voto para que pudiera ser realidad la autonomía irlandesa, y que Lloyd George se proponía antes de la guerra someter a votación un proyecto de ley agraria por la cual, puesto como axioma que el que posee medios de producción y no hace que fructifiquen adecuadamente pierde sus derechos absolutos, muchas de las propiedades privadas de los terratenientes se les sustraían y se vendían a quienes pudieran cultivarlas. Esta forma de socialismo de Estado burgués, o sea, de socialismo no socialista, conseguía que el proletariado no viera tampoco con malos ojos al Estado en cuanto gobierno y que, convencido, con razón o sin ella, de estar protegido, llevara la lucha de clases con discreción y sin la exasperación moral que caracteriza al movimiento obrero.
La concepción del Estado germánico se encuentra en los antípodas de la inglesa, pero produce los mismos efectos. El Estado alemán es proteccionista por forma mentis . Fichte le ha dado el código del Estado cerrado. Es decir, del Estado regido por la razón. Del Estado que no debe entregarse a las libres fuerzas espontáneas de los hombres, sino que debe imprimir a toda cosa, a todo acto, el sello de una voluntad, de un programa establecido, preordenado por la razón. Y por eso en Alemania el Parlamento no tiene los poderes que tiene en otros lugares. Es meramente consultivo, y se conserva solo porque no se puede admitir racionalmente la infalibilidad de los poderes ejecutivos, sino que también del Parlamento, de la discusión, puede saltar la verdad. Pero el árbitro es el ministro (el emperador), que juzga y elige y no se sustituye sino por voluntad imperial. Sin embargo, las clases tienen la convicción no retórica, no servil, sino formada a lo largo de decenios de experiencia de una recta administración, de justicia distributiva, de que sus derechos a la vida están tutelados y de que su actividad debe consistir, para los socialistas, en intentar convertirse en mayoría, y, para los conservadores, en seguir siéndolo y en demostrar continuamente su necesidad histórica. Un ejemplo: la votación de los mil millones de aumento del gasto militar en 1913, aprobada también por los socialistas. La mayoría de los socialistas votó a favor porque los mil millones se obtuvieron no de la generalidad de los contribuyentes, sino mediante una expropiación (aparente al menos) de las personas de mayores ingresos. Pareció un experimento de socialismo de Estado, pareció que fuera un principio justo en sí el hacer pagar a los capitalistas los gastos militares, y así se votaron unos dineros destinados al beneficio exclusivo de la burguesía y del partido militar prusiano.
Esos dos tipos de orden constituido son el modelo básico de los partidos del orden italiano. Los liberales y los nacionalistas dicen (o decían), respectivamente, querer que en Italia se creara algo parecido al Estado inglés o al Estado germánico. La polémica contra el socialismo se teje toda con la trama de la aspiración a ese Estado ético que en Italia es solo potencial. Pero en Italia ha faltado completamente aquel periodo de desarrollo que ha posibilitado la Alemania y la Inglaterra actuales. Por tanto, si conducís hasta las últimas consecuencias los razonamientos de los liberales y de los nacionalistas italianos, obtendréis como resultado actual esta fórmula: el sacrificio del proletariado . Sacrificio de sus necesidades, sacrificio de su personalidad, sacrificio de su combatividad para dar tiempo al tiempo, para permitir que se multiplique la riqueza, para permitir que se depure la administración, [ tres líneas tachadas por la censura ]. Los nacionalistas y los liberales no llegan a sostener que exista en Italia orden alguno. Lo que sostienen es que ese orden tendrá que existir, siempre que los socialistas no obstaculicen su fatal instauración.
Esa situación de hecho de las cosas italianas es para nosotros fuente de mayor energía y de mayor combatividad. Si se piensa en lo difícil que es convencer a un hombre para que se mueva cuando no tiene razones inmediatas para hacerlo, se comprende que es mucho más difícil convencer a una muchedumbre en los Estados en los que no existe, como existe en Italia, la voluntad por parte del gobierno de sofocar sus aspiraciones, de gravar con todas las tallas y diezmos imaginables su paciencia y su productividad. En los países en que no se producen conflictos en la calle, en los que no se ve pisotear las leyes fundamentales del Estado ni se ve cómo domina la arbitrariedad, la lucha de clases pierde algo de su aspereza, el espíritu revolucionario pierde impulso y se afloja. La llamada «ley del mínimo esfuerzo», que es la ley de los cobardes y significa a menudo no hacer nada, se hace popular. En esos países la revolución es menos probable. Donde existe un orden, es más difícil decidirse a sustituirlo por un orden nuevo.
[Una línea tachada por la censura.]
Los socialistas no tienen que sustituir un orden por otro. Tienen que instaurar el orden en sí. La máxima jurídica que quieren realizar es: posibilidad de realización íntegra de la personalidad humana, reconocida a todos los ciudadanos . Todos los privilegios constituidos se derrumban al concretarse esa máxima. Ella lleva la libertad al máximo con el mínimo de constricción. Impone que la regla de la vida y de las atribuciones sea la capacidad y la productividad, al margen de todo esquema tradicional. Que la riqueza no sea instrumento de esclavitud, sino que, al serlo de todos impersonalmente, dé a todos los medios para conseguir todo el bienestar posible. Que la escuela eduque a los inteligentes, cualesquiera que sean sus padres, y no represente el premio [ cuatro líneas tachadas por la censura ]. De esta máxima se desprenden orgánicamente todos los demás principios del programa máximo socialista. El cual, repitámoslo, no es utopía. Es universal concreto, puede ser realizado por la voluntad. Es principio de orden, del orden socialista. Del orden que creemos que se realizará en Italia antes que en cualquier otro país.
[Cuatro líneas tachadas por la censura.]
Disciplina y libertad
[11-II-1917; L. C. F. ; S. G. , 82]
Adherirse a un movimiento quiere decir asumir una parte de la responsabilidad de los acontecimientos que se preparan, convertirse en artífices directos de esos acontecimientos mismos. Un joven que se inscribe en el movimiento socialista juvenil realiza un acto de independencia y de liberación. Disciplinarse es hacerse independiente y libre. El agua es agua pura y libre cuando fluye entre las dos orillas de un arroyo o de un río, no cuando está caóticamente dispersa por el suelo ni cuando se difunde enrarecida por la atmósfera. Así, el que no sigue una disciplina política es materia en estado gaseoso o ensuciada por elementos extraños: por tanto, inútil y dañosa. La disciplina política hace que precipiten esas impurezas y da al espíritu su mejor metal, una finalidad a la vida, sin la cual no valdría la pena vivirla. Todo joven proletario que sienta lo que pesa el fardo de su esclavitud de clase debe realizar el acto inicial de su liberación, inscribiéndose en la agrupación juvenil socialista que esté más cerca de su casa.
[1917-1922]
DATOS Y FECHAS
1917 : 8/12-III - Revolución en San Petersburgo (23/27-II, calendario ruso). A. G. escribe artículos sobre Lenin en I. G. P.
24-IV : Art. «Notas sobre la Revolución rusa».
28-VII : Art. «Los maximalistas rusos».
13-VIII : Manifestación obrera con vivas a Lenin en Turín.
23/26-VIII: Movimientos populares en Turín contra la guerra. Detención de la dirección socialista turinesa. A. G. pasa a ser miembro del nuevo Comité provisional del PSI (primera responsabilidad política organizativa de A. G.) y director efectivo de I. G. P.
25-X/7-XI: Revolución de octubre.
18/19-XI: Reunión de los socialistas «intransigentes revolucionarios» (fracción del PSI) en Florencia. A. G. participa como representante del Ejecutivo provisional de la sección de Turín y también como director de I. G. P. en funciones. Coincide con Bordiga en la necesidad de una intervención activa del proletariado en la crisis de la guerra.
24-XI : Art. «La Revolución contra “El capital”»*, en A. En I. G. P. aparece el mismo día un artículo proponiendo un «club de vida moral» o asociación de cultura socialista, organismo intermedio entre el partido político y el sindicato. Es la primera manifestación de la búsqueda por Gramsci de organismos políticos (socialistas) de masas.
1918 : Una carta de A. G. prueba que no había renunciado aún a doctorarse (con una tesis sobre Historia del lenguaje). Estudia a Lenin ( El Imperialismo, Estado y Revolución , etcétera).
4-V : Art. «Nuestro Marx»*.
Primavera: El nombre de A. G. aparece frecuentemente en los informes de la policía.
25-V : Art. «Cultura y lucha de clases»*.
25-VII : Art. «Utopía»*.
Septiembre: Congreso de Roma del PSI. El partido tiene 2000 afiliados.
19-IX : Art. «La obra de Lenin»*.
19-X : Final de I. G. P. para ser sustituido por una edición piamontesa de A. A. G. , redactor. En pocos meses pasa de 16 000 a 50 000 ejemplares. Desde el 5-XII , A. G. trabaja exclusivamente para el periódico.
22-XII : Aparece el primer número del periódico de Bordiga Il Soviet . La nueva Comisión ejecutiva de la sección turinesa del PSI tiene mayoría de «intransigentes rígidos» (bordighianos).
Fines de año: Vuelven de la guerra Palmiro Togliatti, Angelo Tasca y Umberto Terracini.
1919 : Fundación del PPI. En las grandes fábricas de Turín (automóvil) trabajan 150 000 obreros.
Primeros meses: El público se abstiene de comprar confiando en una caída rápida de los precios con el final de la guerra. Probable enfermedad de A. G.
Noche del 15 al 16 de enero: Asesinato de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht en Berlín bajo el gobierno socialdemócrata.
23-I : Llamamiento de Lenin para la fundación de una III Internacional.
7-V : Fundación de la Internacional Comunista (I. C.).
18/22-V: La Dirección del PSI decide por diez votos contra tres la adhesión a la I. C.
23-V : Fundación del Movimiento Fascista Italiano. Los obreros metalúrgicos italianos consiguen la jornada de ocho horas.
Abril: Proclamación de la República Socialista Bávara. Destrucción de la redacción milanesa de A. por parte de una banda fascista. Propaganda de A. G. entre los soldados sardos de la brigada «Sassari», llevados a Turín para reprimir el movimiento obrero.
1-V : Primer número del semanario L. O. N.
Mayo: A. G. figura de nuevo en la Comisión ejecutiva de la sección turinesa del PSI, dirigida por el abstencionista (bordighiano) Boero.
15-V : Art. «Leninismo y marxismo de Rodolfo Mondolfo»*.
21-VI : Art. «Democracia obrera»*, en colaboración con Togliatti, «El giro de L’Ordine Nuovo » (Spriano).
6-VII : Redacción en Roma del «Programa de la fracción comunista» del PSI, que es el primer documento de la misma. Bordiga constituye una fracción abstencionista ante las elecciones.
20-VII : Huelga en Turín de solidaridad con los sóviets rusos y húngaros: detención de A. G.
26-VII : L. O. N. publica el artículo de A. G. «Por la Internacional Comunista» y el «Programa de la fracción comunista».
Julio-agosto: Ocupación de tierras por los campesinos en los alrededores de Roma. Caída del gobierno revolucionario húngaro.
Otoño: Fase más grave de la situación de la Revolución rusa. El general blanco Yudenich está ante Petrogrado; Denikin se ha acercado a 300 kilómetros de Moscú; Kolchak avanza por Siberia. La intervención alemana, inglesa, francesa, norteamericana y japonesa sostiene gobiernos zaristas o social-revolucionarios en diversos lugares del territorio. Se cortan las comunicaciones entre el centro de la Internacional y los partidos comunistas.
Septiembre: Expedición de D’Annunzio a Fiume. Organización del primer Consejo obrero de fábrica de la Fiat, de Turín.
13-IX : L. O. N. publica el manifiesto «A los comisarios de sección de los talleres Fiat-Centro y Patentes»*.
5/8-X: XVI Congreso del PSI en Bolonia. Se confirma la adhesión a la Internacional Comunista. Turín vota con Bordiga, pero el grupo de L. O. N. (A. G.) vota con Serrati.
1-XI : La sección turinesa de la Federación Italiana de Obreros Metalúrgicos (FIOM) vota la adhesión a los Consejos de fábrica.
8-XI : L. O. N. publica «El programa de los comisarios de sección».
Noviembre: Primeras elecciones generales con voto proporcional en Italia. El PSI obtiene 1 834 000 votos, con 156 mandatos de diputados.
2-XII : Huelga general espontánea en respuesta a una agresión a diputados socialistas.
3-XII : Primera aparición de los Consejos de fábrica.
6-XII : La sección turinesa del PSI organiza un Comité de Estudios para los Consejos de fábrica, dirigido por Togliatti.
15/17-XI: El consejo extraordinario de la Cámara del Trabajo de Turín se pronuncia en favor de los Consejos de fábrica. Empieza el «bolchevismo blanco» campesino en el Po. Ocupación de tierras dirigida por el diputado católico Migliori.
1920 : 2-I - A. G. publica en L. O. N. «El programa de acción de la sección socialista turinesa».
Enero: A. G. y Palmiro Togliatti, reelegidos para la Comisión ejecutiva de la sección turinesa del PSI.
14-II : Art. «El instrumento de trabajo»*.
Enero o febrero: Asamblea de la Asociación Joven Cerdeña, que documenta el final del sardismo juvenil de A. G.
Febrero-marzo: Primeras ocupaciones de fábricas en Turín. La policía desaloja a los obreros.
7-III : Fundación de la Confederación de Industriales [patronos] Italianos (Confindustria) en Milán.
27-III : L. O. N. publica el manifiesto «Por el congreso de los Consejos de fábrica», firmado por la Comisión ejecutiva de la sección turinesa del PSI, el Comité de Estudios (Togliatti), L. O. N. y el grupo anarquista de Turín.
28-III : Lock-out [cierre patronal] en Turín. Condición de los patronos para la reapertura es la renuncia de los obreros a elegir las comisiones internas a través de los comisarios de sección. Cincuenta mil soldados se despliegan contra los obreros turineses.
3-IV : A. G. publica su Discurso a los anarquistas .
13-IV : Huelga general en Turín. La siguen más de 200 000 obreros en la ciudad y, con los de la región y los braceros, los huelguistas suman 500 000 el día 15. Pero la huelga no se extiende a otras provincias.
18/22-IV: Consejo Nacional del PSI en Milán. Tenía que haberse celebrado en Turín, pero la dirección socialdemócrata decidió alejarse de los obreros en huelga. El grupo turinés se niega a llevar adelante la lucha con solo la provincia de Turín. Es un comienzo de la ruptura con el PSI, que se inhibe de la situación para el resto de la Península.
24-IV : Acuerdo entre el gobierno, los patronos y la clase obrera de Turín, que obtiene concesiones (comisiones internas), pero sale derrotada.
8-V : Reaparece L. O. N. (suspendido durante la huelga) con el artículo de A. G. «Por una renovación del Partido Socialista»*: fue la moción presentada al Consejo Nacional del PSI en Milán el 18/22-IV, y es el texto aprobado por Lenin en el punto 17 de las tesis del II Congreso de la I. C.
8/9-V: A. G. asiste a la conferencia de los «abstencionistas» (bordighianos), en Florencia, y rechaza el abstencionismo electoral por ser políticamente insuficiente.
23/28-V: I Congreso de la Cámara del Trabajo de Turín tras las luchas de abril. Angelo Tasca explicita su divergencia con el resto del grupo de L. O. N. La Cámara aprueba el informe de Tasca.
Junio: El Partido Socialista Obrero Español (PSOE) se adhiere a la I. C.
Mayo-julio: El Estado soviético supera definitivamente el ataque de los generales zaristas, el Japón y las potencias occidentales.
5-VI : Art. «El Consejo de fábrica»*.
27-VI : Constitución de los Arditi del Popolo.
16/18-VII: Discusiones en Moscú, preparatorias de una Internacional sindical.
17-VII : Art. «Los grupos comunistas»*.
Julio: Informe El movimiento turinés de los Consejos de fábrica , presentado al C. E. de la I. C. Se publicó en el órgano de esta en ruso, alemán y francés.
19-VII / 6-VIII : II Congreso de la I. C. Orientación política contra la socialdemocracia. Asisten (italianos) Bordiga, Serrati, Bombacci, Graziadei. Primer ataque de Lenin al extremismo izquierdista.
Agosto: A. G. adopta una posición política intermedia entre la corriente de L. O. N. y la extremista de Bordiga (abstencionismo electoral).
14-VIII : Art. «El programa de L’Ordine Nuovo »*.
21-VIII : A. G. da cuenta en L. O. N. del acuerdo de Lenin y el II Congreso de la I. C. con las tesis de L. O. N. sobre Italia.
28-VIII : Angelo Tasca deja de escribir en L. O. N.
29-VIII : Lock-out en una fábrica de Milán. Ocupación de 300 talleres de esa ciudad por los obreros.
31-VIII : Lock-out en Turín.
14-IX : Ocupación de las fábricas por los obreros de Turín. Suspensión de L. O. N. «Huelgas de septiembre». Por orden de la FIOM, 500 000 metalúrgicos se declaran en huelga en toda Italia.
4-IX : Art. «El Partido Comunista»*, en el que A. G. indica su perspectiva negativa sobre la huelga, por la falta de un Partido Comunista.
Septiembre: Derrota del Ejército rojo ante Varsovia. Retirada.
27/28-IX: Acuerdo Giolitti: final de la ocupación de las fábricas.
10/12-X: Reunión de los reformistas del PSI en Reggio-Emilia. Reunión en Milán de varios grupos del PSI partidarios de los veintiún puntos de la I. C.
30-X : Aparece en L. O. N. el manifiesto-programa comunista para el inminente Congreso del PSI en Florencia (luego celebrado en Livorno). Firman: Bombacci, Bordiga, Fortichiari, Gramsci, Misiano, Polano, Repossi y Terracini.
5-XI : A. G. viaja a Ghilarza por la muerte de un familiar.
28/29-XI: La fracción comunista se reúne en Imola para preparar su actuación en el Congreso del PSI Se elige como Comité Central al grupo de los firmantes del manifiesto.
5-XII : Conferencia de Henri Barbusse en la Casa del Pueblo de Turín sobre el Movimiento «Clarté».
24-XII : Último número de L. O. N. semanal.
31-XII : La Dirección del PSI suprime el A. piamontés, por indisciplina.
1921 : 1-I - Primer número de L. O. N. diario, con el lema «Decir la verdad es revolucionario». Director: A. G. Redactores : Togliatti, Leonetti, Pastore, Montagnana, Amoretti, etc. Crítica teatral: el liberal Piero Gobetti.
14-I : Fundación del Istituto di Cultura Proletaria ( Proletkult ), de Turín.
13/21: XVII Congreso Nacional del PSI en Livorno (Congreso de la escisión). Proclamación de los votos el día 21: 14 695 votos reformistas; 93 038 «comunistas unitarios» (Serrati); 58 783 votos «comunistas puros» (Bordiga y L. O. N. ).
21-I : Constitución y Primer Congreso del PCd’I en el teatro San Marco, de Livorno. Comité Ejecutivo: Bordiga, Fortichiari, Greco, Repossi (todos bordighianos), Terracini (de L. O. N. ). A. G., miembro del Comité Central. L. O. N. se convierte en órgano del PCd’I , bajo la dirección de A. G.
Febrero: Huelgas antibolcheviques en Petrogrado. Rebelión de Kronstadt. Escasez económica en Rusia. Introducción de la Nueva Política Económica.
Marzo: «Acción de marzo» del Partido Comunista Alemán, sublevación que termina en una catástrofe sangrienta.
Primavera: Crisis definitiva de los Consejos de fábrica de Turín.
Abril: Generalización de la violencia fascista en Italia, que consiguen ya la alianza con las fuerzas del orden público: saqueadas 59 casas del pueblo, 119 cámaras del trabajo, 107 cooperativas, 83 ligas campesinas, 141 secciones y círculos socialistas y comunistas, 100 círculos de cultura, 28 sindicatos profesionales ( Spr. St. , 131).
7-IV : Giolitti disuelve la Cámara de los Diputados y convoca elecciones para el 15 de mayo. Toda la derecha, menos el PPI, se presenta a ellas con Mussolini en un «bloque del orden».
8-V : Huelga de solidaridad en Turín, terminada con lock-out y ocupación de las fábricas Fiat por la tropa. A. G. publica el artículo «Hombres de carne y hueso».
15-V : Resultados de las elecciones: PSI, 122 diputados; PPI, 107; bloque del orden, 275 (35 de ellos fascistas); PCd’I , 15 (A. G. no sale elegido).
Primavera: Se malogra un intento de negociación de A. G. con D’Annunzio .
Mayo-junio: Depresión económica: de 100 000 parados en 1 de enero se pasa a 400 000.
27-VI : Caída del gobierno Giolitti. Gobierno Bonomi. Bajo su dirección, los sindicatos ( C. G. L. ), el PSI y Mussolini negocian un «pacto de pacificación», definido por Bonomi: «Intentemos aislar a los comunistas, y luego todos juntos los presionaremos».
22- VI-VII : III Congreso de la I. C. Política de alianza con la socialdemocracia ante la «estabilización relativa» del capitalismo. La delegación italiana (Bordiga, Terracini) y la izquierda alemana y húngara se oponen. Lenin interviene contra el izquierdismo. El PCd’I recurre a la solución intermedia de un frente único solo sindical.
12-VII : L. O. N. publica en primera página una entrevista con Arrigo Benedetti, jefe de los Arditi del Popolo.
14-VII : El C. E. del PCd’I (Bordiga) publica un comunicado para frenar la adhesión de los comunistas a las formaciones militares de los Arditi del Popolo, porque «el encuadramiento militar del proletariado debe hacerse sobre la base del partido».
15-VIII : L. O. N. publica el elogioso artículo de A. G. «Los Arditi del Popolo».
23-VII : Discurso de Mussolini en el Parlamento insinuando una alianza del movimiento fascista con el PSI y el PPI.
Verano: Aparece en Roma el diario El Comunista , dirigido por Togliatti.
3-VIII : «Pacto de pacificación» entre el Movimiento Fascista, el PSI y la CGIL.
7-VIII : El C. E. del PCd’I publica un comunicado severo prohibiendo la participación de militantes comunistas en las unidades militares de los Arditi del Popolo, desautorizando así a A. G. y completando el aislamiento izquierdista del partido.
Otoño: Decadencia del Movimiento de los Arditi del Popolo.
Octubre: Cain Haim («Chiarini»), cuya representatividad era dudosa, propone a Gramsci, en nombre de la I. C., que suplante a Bordiga en la dirección del PCd’I . El C. E. de la I. C. intenta modificar la orientación izquierdista del PCd’I . A. G. considera la propuesta irrealizable.
10/15-X: XVIII Congreso del PSI en Milán. El ala favorable a la III Internacional («terzinter-nazionalisti») no consigue la expulsión de los reformistas, requisito para cumplir con los veintiún puntos de la I. C.
Noviembre: Congreso fascista en Roma. El «movimiento» toma el nombre de Partido Fascista.
18/20-XII: Reunión ampliada del C. E. del PCd’I en Roma, con asistencia de A. G., para preparar el II Congreso del partido.
Diciembre: La I. C. publica las veinticuatro tesis sobre el «Frente Único Obrero». L. O. N. las reproduce el 31.
Fines de año: El PCd’I tiene 42 956 militantes. Llamamiento de la I. C. en favor del Frente Único Obrero.
1922 : 1 enero - Se agudiza la crisis económica italiana: 606 819 parados.
20-II : Intento de constituir una Alianza del Trabajo.
Febrero-marzo: Reunión ampliada del C. E. de la I. C. Choque sobre la nueva política de Frente Único. En contra: franceses, italianos y españoles.
20-4-III: II Congreso del PCd’I («Congreso de Roma»). 31 089 votos a favor de los izquierdistas «tesis de Roma»; 4151 en contra. A. G. presenta, con Angelo Tasca, el informe sobre sindicatos. El Congreso rechaza la política de Frente Único, también político, de la I. C. A. G. , poco activo en el Congreso, queda encargado de representar al PCd’I en el C. E. de la I. C.
Mayo: Lenin sufre el primer ataque de su enfermedad.
26-V : A. G. sale para Moscú con los delegados italianos a la segunda conferencia del C. E. ampliado de la I. C.: Gennari, Bordiga, Graziadei y Ambrogi.
La revolución contra «El capital» [5]
[5-I-1918; A.; I. G. P. ; S. G. , 149-153]
La Revolución de los bolcheviques [6] se ha injertado definitivamente en la Revolución general del pueblo ruso. Los maximalistas, que hasta hace dos meses habían sido el fermento necesario para que los acontecimientos no se estancaran, para que no se detuviera la marcha hacia el futuro produciendo una forma definitiva de reajuste —reajuste que habría sido burgués—, se han hecho dueños del poder, han asentado su dictadura y están elaborando las formas socialistas en las que tendrá que acomodarse, por último, la Revolución para seguir desarrollándose armoniosamente, sin choques demasiado violentos, partiendo de las grandes conquistas ya conseguidas.
La Revolución de los bolcheviques está más hecha de ideología que de hechos. (Por eso, en el fondo, importa poco saber más de lo que sabemos ahora). Es la Revolución contra El capital , de Karl Marx. El capital , de Marx, era en Rusia el libro de los burgueses más que el de los proletarios. Era la demostración crítica de la fatal necesidad de que en Rusia se formara una burguesía, empezara una era capitalista, se instaurase una civilización de tipo occidental, antes de que el proletariado pudiera pensar siquiera en su ofensiva, en sus reivindicaciones de clase, en su revolución. Los hechos han superado las ideologías. Los hechos han provocado la explosión de los esquemas críticos en cuyo marco la historia de Rusia habría tenido que desarrollarse según los cánones del materialismo histórico. Los bolcheviques reniegan de Karl Marx, afirman con el testimonio de la acción cumplida, de las conquistas realizadas, que los cánones del materialismo histórico no son tan férreos como podría creerse y como se ha creído.
Y, sin embargo, también en estos acontecimientos hay una fatalidad, y si los bolcheviques reniegan de algunas afirmaciones de El capital , no reniegan, en cambio, de su pensamiento inmanente, vivificador. No son «marxistas», y eso es todo; no han levantado sobre las obras del maestro una doctrina exterior de afirmaciones dogmáticas e indiscutibles. Viven el pensamiento marxista, el que nunca muere, que es la continuación del pensamiento idealista italiano y alemán, y que en Marx se había contaminado con incrustaciones positivistas y naturalistas. Y ese pensamiento no sitúa nunca como factor máximo de la historia los hechos económicos en bruto, sino siempre el hombre, la sociedad de los hombres, de los hombres que se reúnen, se comprenden, desarrollan a través de esos contactos (cultura) una voluntad social, colectiva, y entienden los hechos económicos, los juzgan y los adaptan a su voluntad hasta que esta se convierte en motor de la economía, en plasmadora de la realidad objetiva, la cual vive entonces, se mueve y toma el carácter de materia telúrica en ebullición, canalizable por donde la voluntad lo desee, y como la voluntad lo desee.
Marx ha previsto lo previsible. No podía prever la guerra europea, o, mejor dicho, no podía prever que esta guerra habría durado lo que ha durado e iba a tener los efectos que ha tenido. No podía prever que en tres años de sufrimientos indecibles, de indecibles miserias, esta guerra iba a suscitar en Rusia la voluntad colectiva popular que ha suscitado. Una voluntad de esa naturaleza necesita normalmente para constituirse un largo proceso de infiltraciones capilares, una larga serie de experiencias de clase. Los hombres son perezosos, necesitan organizarse, exteriormente primero, en corporaciones y ligas, y luego íntimamente, en el pensamiento, en las voluntades […] [7] de una continuidad incesante y múltiple de estímulos exteriores. Por eso normalmente los cánones de crítica histórica del marxismo captan la realidad, la aferran en su red y la tornan evidente y distinta. Normalmente las dos clases del mundo capitalista producen la historia a través de la lucha de clases en constante intensificación. El proletariado siente su miseria actual, se encuentra constantemente sin asimilar por ella y presiona sobre la burguesía para mejorar sus condiciones. Lucha, obliga a la burguesía a mejorar la técnica de la producción, a conseguir que esta sea más útil para que resulte posible la satisfacción de sus necesidades más urgentes. Es una afanosa carrera hacia el perfeccionamiento que acelera el ritmo de la producción e incrementa constantemente la suma de los bienes que servirán a la colectividad. En esa carrera caen muchos y dan más urgencia al deseo de los que se mantienen, y la masa está constantemente agitada, y va pasando de caos-pueblo a entidad de pensamiento cada vez más ordenado, y cada vez es más consciente de su potencia, de su capacidad de hacerse con la responsabilidad social, de convertirse en árbitro de sus propios destinos.
Eso ocurre normalmente. Cuando los hechos se repiten según cierto ritmo. Cuando la historia se desarrolla según momentos cada vez más complejos y más ricos en significación y valor, pero, a pesar de todo, semejantes. Mas en Rusia, la guerra ha servido para sacudir las voluntades. Estas, a causa de los sufrimientos acumulados en tres años, se han encontrado al unísono mucho más rápidamente. La carestía era acuciante, el hambre, la muerte de inanición podía afectarles a todos, aplastar de un golpe a decenas de millones de hombres. Las voluntades se han puesto al unísono, primero mecánicamente y luego activamente, espiritualmente, a raíz de la primera revolución.
La predicación socialista ha puesto al pueblo ruso en contacto con las experiencias de los demás proletariados. La predicación socialista permite vivir dramáticamente en un instante la historia del proletariado, sus luchas contra el capitalismo, la larga serie de los esfuerzos que ha de realizar para emanciparse idealmente de los vínculos del servilismo que hacían de él algo abyecto, para convertirse así en consciencia nueva, en testimonio actual de un mundo por venir. La predicación socialista ha creado la voluntad social del pueblo ruso. ¿Por qué había de esperar que se renovase en Rusia la historia de Inglaterra, que se formase en Rusia una burguesía, que se suscitara la lucha de clases y que llegara finalmente la catástrofe del mundo capitalista? El pueblo ruso ha pasado por todas esas experiencias con el pensamiento, aunque haya sido con el pensamiento de una minoría. Ha superado esas experiencias. Se sirve de ellas para afirmarse ahora, como se servirá de las experiencias capitalistas occidentales para ponerse en poco tiempo a la altura de la producción del mundo occidental. América del Norte está, desde el punto de vista capitalista, por delante de Inglaterra, precisamente porque en América del Norte los anglosajones han empezado de golpe en el estadio al que Inglaterra había llegado tras una larga evolución. El proletariado ruso, educado de un modo socialista, empezará su historia partiendo del estadio máximo de producción al que ha llegado la Inglaterra de hoy, porque, puesto que tiene que empezar, empezará por lo que en otros países está ya consumado, y de esa consumación recibirá el impulso para conseguir la madurez económica que, según Marx, es la condición necesaria del colectivismo. Los revolucionarios mismos crearán las condiciones necesarias para la realización completa y plena de su ideal. Las crearán en menos tiempo que el que habría necesitado el capitalismo. Las críticas que los socialistas dirigen al sistema burgués para poner de manifiesto sus imperfecciones, su dispersión de la riqueza, servirán a los revolucionarios para hacerlo mejor, para evitar esas dispersiones, para no caer en aquellas deficiencias. Será al principio el colectivismo de la miseria, del sufrimiento. Pero esas mismas condiciones de miseria y de sufrimiento habrían sido heredadas por un régimen burgués. El capitalismo no podría hacer inmediatamente en Rusia más de lo que podrá hacer el colectivismo. Y hoy haría mucho menos que el colectivismo, porque tendría en seguida contra él un proletariado descontento, frenético, incapaz ya de soportar en beneficio de otros los dolores y las amarguras que acarrearía la mala situación económica. Incluso desde un punto de vista humano absoluto tiene su justificación el socialismo en Rusia. El sufrimiento que seguirá a la paz no podrá ser soportado sino en cuanto los proletarios sientan que está en su voluntad, en su tenacidad en el trabajo, el suprimirlo en el menor tiempo posible.
Se tiene la impresión de que los maximalistas han sido en este momento la expresión espontánea, biológicamente necesaria para que la humanidad rusa no cayera en la disgregación más horrible, para que la humanidad rusa, absorbiéndose en el trabajo gigantesco y autónomo de su propia regeneración, pueda sentir con menos crueldad los estímulos del lobo hambriento, para que Rusia no se convierta en una enorme carnicería de fieras que se desgarren unas a otras.
Nuestro Marx
[4-V-1918; I. G. P. ; S. G. , 217-221]
¿Somos marxistas? ¿Existen marxistas? Tú sola, estupidez, eres eterna. Esa cuestión resucitará probablemente estos días, con ocasión del centenario, y consumirá ríos de tinta y de estulticia. La vana cháchara y el bizantinismo son herencia inmarcesible de los hombres. Marx no ha escrito un credillo, no es un mesías que hubiera dejado una ristra de parábolas cargadas de imperativos categóricos, de normas indiscutibles, absolutas, fuera de las categorías del tiempo y del espacio. Su único imperativo categórico, su única norma es: «Proletarios de todo el mundo, uníos». Por tanto, la discriminación entre marxistas y no marxistas tendría que consistir en el deber de la organización y la propaganda, en el deber de organizarse y asociarse. Demasiado y demasiado poco: ¿quién no sería marxista?
Y, sin embargo, así son las cosas: todos son un poco marxistas sin saberlo. Marx ha sido grande y su acción ha sido fecunda no porque haya inventado a partir de la nada, no por haber engendrado con su fantasía una original visión de la historia, sino porque con él lo fragmentario, lo irrealizado, lo inmaduro, se ha hecho madurez, sistema, consciencia. Su consciencia personal puede convertirse en la de todos, y es ya la de muchos; por eso Marx no es solo un científico, sino también un hombre de acción; es grande y fecundo en la acción igual que en el pensamiento, y sus libros han transformado el mundo así como han transformado el pensamiento.
Marx significa la entrada de la inteligencia en la historia de la humanidad, significa el reino de la consciencia.
Su obra cae precisamente en el mismo periodo en que se desarrolla la gran batalla entre Thomas Carlyle y Herbert Spencer acerca de la función del hombre en la historia.
Carlyle: el héroe, la gran individualidad, mística síntesis de una comunión espiritual, que conduce los destinos de la humanidad hacia orillas desconocidas, evanescentes en el quimérico país de la perfección y de la santidad.
Spencer: la naturaleza, la evolución, abstracción mecánica e inanimada. El hombre: átomo de un organismo natural que obedece a una ley abstracta como tal, pero que se hace concreta históricamente en los individuos: la utilidad inmediata.
Marx se sitúa en la historia con el sólido aplomo de un gigante: no es un místico ni un metafísico positivista; es un historiador, un intérprete de los documentos del pasado, pero de todos los documentos, no solo de una parte de ellos.
Este era el defecto intrínseco a las historias, a las investigaciones acerca de los acaecimientos humanos: el no examinar ni tener en cuenta más que una parte de los documentos. Y esa parte se escogía no por la voluntad histórica, sino por el prejuicio partidista, que lo sigue siendo aunque sea inconsciente y de buena fe. Las investigaciones no tenían como objetivo la verdad, la exactitud, la reconstrucción íntegra de la vida del pasado, sino la acentuación de una determinada actividad, la valoración de una tesis apriórica. La historia era dominio exclusivo de las ideas. El hombre se consideraba como espíritu, como consciencia pura. De esa concepción se derivaban dos consecuencias erróneas: las ideas acentuadas eran a menudo arbitrarias, ficticias. Y los hechos a los que se daba importancia eran anécdota, no historia. Si a pesar de todo se escribió historia, en el sentido real de la palabra, ello se debió a la intuición genial de algunos individuos, no a una actividad científica sistemática y consciente.
Con Marx la historia sigue siendo dominio de las ideas, del espíritu, de la actividad consciente de los individuos aislados o asociados. Pero las ideas, el espíritu, se realizan, pierden su arbitrariedad, no son ya ficticias abstracciones religiosas o sociológicas. La sustancia que cobran se encuentra en la economía, en la actividad práctica, en los sistemas y las relaciones de producción y de cambio. La historia como acaecimiento es pura actividad práctica (económica y moral). Una idea se realiza no en cuanto lógicamente coherente con la verdad pura, con la humanidad pura (la cual no existe sino como programa, como finalidad ética general de los hombres), sino en cuanto encuentra en la realidad económica justificación, instrumento para afirmarse. Para conocer con exactitud cuáles son los objetivos históricos de un país, de una sociedad, de un grupo, lo que importa ante todo es conocer cuáles son los sistemas y las relaciones de producción y cambio de aquel país, de aquella sociedad. Sin ese conocimiento es perfectamente posible redactar monografías parciales, disertaciones útiles para la historia de la cultura, y se captarán reflejos secundarios, consecuencias lejanas; pero no se hará historia, la actividad práctica no quedará explícita con toda su sólida compacidad.
Caen los ídolos de sus altares y las divinidades ven cómo se disipan las nubes de incienso oloroso. El hombre cobra conciencia de la realidad objetiva, se apodera del secreto que impulsa la sucesión real de los acaecimientos. El hombre se conoce a sí mismo, sabe cuánto puede valer su voluntad individual y cómo puede llegar a ser potente si, obedeciendo, disciplinándose a la necesidad, acaba por dominar la necesidad misma identificándola con sus fines. ¿Quién se conoce a sí mismo? No el hombre en general, sino el que sufre el yugo de la necesidad. La búsqueda de la sustancia histórica, el fijarla en el sistema y en las relaciones de producción y cambio, permiten descubrir que la sociedad de los hombres está dividida en dos clases. La clase que posee el instrumento de producción se conoce ya necesariamente a sí misma, tiene consciencia, aunque sea confusa y fragmentaria, de su potencia y de su misión. Tiene fines individuales y los realiza a través de su organización, fríamente, objetivamente, sin preocuparse de si su camino está empedrado con cuerpos extenuados por el hambre o con los cadáveres de los campos de batalla.
La comprensión de la real causalidad histórica tiene valor de revelación para la otra clase, se convierte en principio de orden para el ilimitado rebaño sin pastor. La grey consigue consciencia de sí misma, de la tarea que tiene que realizar actualmente para que la otra clase se afirme, toma consciencia de que sus fines individuales quedarán en mera arbitrariedad, en pura palabra, en veleidad vacía y enfática mientras no disponga de los instrumentos, mientras la veleidad no se convierta en voluntad.
¿Voluntarismo? Esa palabra no significa nada, o se utiliza en el sentido de arbitrariedad. Desde el punto de vista marxista, voluntad significa consciencia de la finalidad, lo cual quiere decir, a su vez, noción exacta de la potencia que se tiene y de los medios para expresarla en la acción. Significa, por tanto, en primer lugar, distinción, identificación de la clase, vida política independiente de la de la otra clase, organización compacta y disciplinada a los fines específicos propios, sin desviaciones ni vacilaciones. Significa impulso rectilíneo hasta el objetivo máximo, sin excursiones por los verdes prados de la cordial fraternidad, enternecidos por las verdes hierbecillas y por las blandas declaraciones de estima y amor.
Pero la expresión «desde el punto de vista marxista» era superflua, y hasta puede producir equívocos e inundaciones fatuamente palabreras. Marxistas, desde un punto de vista marxista…: todas son expresiones desgastadas como monedas que hubieran pasado por demasiadas manos.
Karl Marx es para nosotros el maestro de vida espiritual y moral, no un pastor con báculo. Es estimulador de las perezas mentales, es el que despierta las buenas energías dormidas que hay que despertar para la buena batalla. Es un ejemplo de trabajo intenso y tenaz para conseguir la clara honradez de las ideas, la sólida cultura necesaria para no hablar vacuamente de abstracciones. Es bloque monolítico de humanidad que sabe y piensa, que no se contempla la lengua al hablar, ni se pone la mano en el corazón para sentir, sino que construye silogismos de hierro que aferran la realidad en su esencia y la dominan, que penetran en los cerebros, disuelven las sedimentaciones del prejuicio y la idea fija y robustecen el carácter moral.
Karl Marx no es para nosotros ni el infante que gime en la cuna ni el barbudo terror de los sacristanes. No es ninguno de los episodios anecdóticos de su biografía, ningún gesto brillante o grosero de su exterior animalidad humana. Es un vasto y sereno cerebro que piensa, un momento singular de la laboriosa, secular, búsqueda que realiza la humanidad por conseguir consciencia de su ser y su cambio, para captar el ritmo misterioso de la historia y disipar su misterio, para ser más fuerte en el pensar y en el hacer. Es una parte necesaria e integrante de nuestro espíritu, que no sería lo que es si Marx no hubiera vivido, pensado, arrancado chispas de luz con el choque de sus pasiones y de sus ideas, de sus miserias y de sus ideales.
Glorificando a Karl Marx en el centenario de su nacimiento, el proletariado internacional se glorifica a sí mismo, glorifica su fuerza consciente, dinamismo de su agresividad conquistadora que va desquiciando el dominio del privilegio y se prepara para la lucha final que coronará todos los esfuerzos y todos los sacrificios.
Cultura y lucha de clases
[25-V-1918; I. G. P. ; S. G. , 238-241]
La Giustizia , [8] de Camillo Prampolini, ofrece a sus lectores una reseña de las opiniones expresadas por los semanarios socialistas acerca de la polémica entre la dirección del Avanti! y el grupo parlamentario. [9] El último capítulo de esa reseña se titula agudamente «Los intérpretes del proletariado», y explica:
Difesa de Florencia e Il Grido del Popolo de Turín, los dos órganos más rígidos y culturales de la doctrina intransigente, desarrollan largas consideraciones teóricas que nos es imposible resumir y que, en cualquier caso, no sería muy útil reproducir, porque —aunque esos dos periódicos afirmen ser intérpretes genuinos del proletariado y tener la gran masa con ellos— nuestros lectores no serían suficientemente cultos para entender su lenguaje.
Y la implacable Giustizia , para que no se diga que «hace maligna ironía», reproduce a continuación dos fragmentos aislados de un artículo del Grido , para concluir: «Más proletariamente claros que eso no se puede ser».
El compañero Prampolini nos ofrece con eso una ocasión de tratar un problema de no escasa importancia, referente a la propaganda socialista.
Admitamos que el artículo del Grido fuera el non plus ultra de la dificultad y de la oscuridad proletaria. ¿Habríamos podido escribirlo de otro modo? Era una respuesta a un artículo de la Stampa , [10] y en el artículo de la Stampa se utilizaba un lenguaje filosófico preciso que no era ni superfluo ni afectado, puesto que toda corriente de pensamiento tiene su lenguaje y su vocabulario propios. En la respuesta teníamos que mantenernos dentro del dominio del pensamiento del adversario, probar que incluso y precisamente dentro de esta corriente de pensamiento (que es la nuestra, que es la corriente de pensamiento del socialismo no chapucero ni adolescentemente pueril) la tesis colaboracionista es un error. Para ser fáciles habríamos tenido que desnaturalizar y empobrecer una discusión que se refería a conceptos de la mayor importancia, a la sustancia más íntima y preciosa de nuestro espíritu. Hacer eso no es ser fáciles: es ser tramposos, como el tabernero que vende agua teñida dándola por barolo o lambrusco. [11] Un concepto difícil en sí mismo no puede parecer fácil por la expresión sin convertirse en torpe caricatura. Y, por lo demás, fingir que la aguada torpeza sigue siendo el concepto es propio de bajos demagogos, de tramposos de la lógica y de la propaganda.
¿Por qué, pues, hace Camillo Prampolini fáciles ironías sobre los «intérpretes» del proletariado incapaces de hacerse comprender por los proletarios? Porque Prampolini, con todo su sentido común practicón, es un esclavo de abstracciones. El proletariado es un esquema práctico; en la realidad lo que existe es proletarios individuales, más o menos cultos, más o menos preparados por la lucha de clases para comprender los más puros conceptos socialistas. Los semanarios socialistas se adaptan al nivel medio de las capas regionales a las que se dirigen; el tono de los escritos y de la propaganda tiene que ser siempre, sin embargo, un poco superior a esa media, para que haya un estímulo para el progreso intelectual, para que al menos cierto número de trabajadores salga de la genérica indistinción de los opúsculos reiteradamente rumiados y consolide el espíritu en una superior visión crítica de la historia y del mundo en el que vive y lucha.
Turín es una ciudad moderna. La actividad capitalista palpita en ella con el enorme fragor de talleres de cíclopes que reúnen en pocos miles de metros cuadrados decenas y decenas de millares de proletarios; Turín tiene más de medio millón de habitantes; la humanidad de la ciudad se divide en dos clases con caracteres distintivos que no existen en el resto de Italia. No tenemos demócratas ni reformistillas que nos molesten. Tenemos una burguesía capitalista audaz, sin escrúpulos, tenemos organizaciones poderosas, tenemos un movimiento socialista complejo, variado, rico en impulsos y en necesidades intelectuales.
¿Cree el compañero Prampolini que los socialistas tienen que hacer en Turín propaganda soplando la zampoña pastoril, hablando idílicamente de bondad, de justicia, de fraternidad arcádica? Aquí la lucha de clases vive con toda su ruda grandeza, no es una ficción retórica, no es una ampliación de los conceptos científicos como anticipación de fenómenos sociales todavía en germen y en maduración.
Es verdad que también en Turín la clase proletaria absorbe constantemente a individuos nuevos, no elaborados espiritualmente, no capaces todavía de comprender todo el alcance de la explotación de que son víctimas. Para ellos habría que empezar siempre desde los primeros principios, por la propaganda elemental. Pero ¿y los otros? ¿Y los proletarios ya adelantados intelectualmente, ya acostumbrados al lenguaje de la crítica socialista? ¿A cuáles hay que sacrificar y a cuáles es necesario dirigirse? El proletariado es menos complicado de lo que puede parecer. Se ha dado espontáneamente una jerarquía espiritual y cultural, y la educación mutua actúa donde no puede llegar la actividad de los escritores y de los propagandistas. En los círculos, en las ligas, en las conversaciones a la puerta del taller, se desmenuza, se propaga, se hace dúctil y adecuada para todos los cerebros y todas las culturas la palabra de la crítica socialista. En un ambiente complejo y diverso como es el de una gran ciudad industrial, se suscitan espontáneamente los órganos de transmisión capilar de las opiniones, órganos que la voluntad de los dirigentes no conseguiría nunca constituir y crear.
¿Y nosotros tendríamos que atenernos siempre a las geórgicas, al socialismo agreste e idílico? ¿Tendríamos que repetir siempre, con monótona insistencia, el abecedario, puesto que siempre hay alguien que no conoce el abecedario?
Recordamos a este respecto a un viejo profesor universitario que desde hacía cuarenta años tenía que desarrollar un curso de filosofía teórica sobre el «Ser evolutivo final». Cada año empezaba un «recorrido» con los precursores del sistema, y hablaba de Laotsé, el viejo-niño, el hombre que nació con ochenta años, y de la filosofía china. Y cada año volvía a hablar de Laotsé, porque se habían sumado al curso estudiantes nuevos, y también ellos tenían que quedar edificados acerca de Laotsé por boca del profesor. Y así el «Ser evolutivo final» se convirtió en una leyenda, una quimera en disgregación, y la única realidad viva fue, para los estudiantes de tantas generaciones, Laotsé, el viejo-niño, el muchachito nacido a los ochenta años.
Así ocurre, por lo que hace referencia a la lucha de clases, en la vieja Giustizia , de Camillo Prampolini; también ella es una quimera volatilizada, y cada semana se escribe en ella acerca del viejo-niño que nunca madura, que nunca evoluciona, que nunca se convierte en el «Ser evolutivo final», al que, sin embargo, uno esperaría ver por fuerza apuntar, al cabo de tan lenta evolución, al cabo de tanta perseverante obra de educación evangélica.
Utopía
[25-VII-1918; A.; S. G. , 280-287]
Las constituciones políticas están en necesaria dependencia respecto de la estructura económica, de las formas de producción y cambio. Con el simple enunciado de esa fórmula creen muchos tener resuelto todo problema político e histórico, poder impartir lecciones a diestra y siniestra, poder juzgar sin más los acontecimientos y llegar, por ejemplo, a la conclusión siguiente: Lenin es un utópico, los infelices proletarios rusos viven en plena ilusión óptica, les espera implacablemente un despertar terrible.
La verdad es que no existen dos constituciones políticas iguales entre sí, del mismo modo que no existen dos estructuras económicas iguales. La verdad es que la fórmula en cuestión no es en modo alguno seca expresión de una ley natural que salte a la vista. Entre la premisa (estructura económica) y la consecuencia (constitución política) hay relaciones nada simples ni directas, y la historia de un pueblo no se documenta solo con los hechos económicos. Los nudos causales son complejos y enredados, y para desatarlos hace falta el estudio profundo y amplio de todas las actividades espirituales y prácticas, y ese estudio no es posible sino después de que los acontecimientos se hayan sedimentado en una continuidad, es decir, mucho tiempo después de que ocurran los hechos. El estudioso puede afirmar con seguridad que una constitución determinada no se impondrá victoriosamente (no durará permanentemente) si no se adhiere de modo indisoluble e intrínseco a una estructura económica determinada, pero su afirmación no tiene más valor que el que tienen los indicios genéricos: ¿cómo podría saber, en efecto, mientras se desarrollan los hechos, cuál es el modo preciso según el cual se asentará aquella dependencia? Las incógnitas son más numerosas que los hechos conocidos y controlables, y cualquiera de esas incógnitas es capaz de derribar una inducción aventurada. La historia no es un cálculo matemático: no existe en ella un sistema métrico decimal, una numeración progresiva de cantidades iguales que permita las cuatro operaciones, las ecuaciones y la extracción de raíces. La cantidad (estructura económica) se convierte en ella en cualidad porque se hace instrumento de acción en manos de los hombres, de los hombres, que no valen solo por el peso, la estatura y la energía mecánica desarrollable por los músculos y los nervios, sino que valen especialmente en cuanto son espíritu, en cuanto sufren, comprenden, gozan, quieren o niegan. En una revolución proletaria, la incógnita «humanidad» es más oscura que en cualquier otro acontecimiento. Nunca se ha estudiado, y acaso era imposible estudiarla, la espiritualidad difusa del proletariado ruso, igual que la de los demás proletariados en general. El éxito o el fracaso de la revolución podrá darnos un documento importante acerca de su capacidad de crear historia; por ahora, lo único que puede hacerse es esperar.
El que no espera, sino que quiere formular en seguida un juicio definitivo, se propone otros fines: fines políticos actuales, fines que conseguir entre los hombres a los cuales se dirige su propaganda. Afirmar que Lenin es un utopista no es un hecho de cultura, no es un juicio histórico: es un acto político actual. Afirmar, tan secamente, que las constituciones políticas, etc., no son un hecho de doctrina, es el intento de suscitar una mentalidad determinada para que la acción se oriente de un modo determinado y no de otro.
Ningún acto deja de tener resultados en la vida, y el creer en una teoría, y no en otra, tiene en la acción reflejos particulares: también el error deja huellas, porque, divulgado y aceptado, puede retrasar (no impedir) la consecución de un fin.
Y eso prueba que lo que determina directamente la acción política no es la estructura económica, sino la interpretación que se dé de esta y de las llamadas leyes que rigen su desarrollo. Esas leyes no tienen nada en común con las leyes naturales, aunque tampoco las leyes naturales son datos de hecho objetivos, sino solo construcciones del pensamiento, esquemas útiles prácticamente por comodidad de estudio y de enseñanza.
Los acontecimientos no dependen del arbitrio de un individuo, ni tampoco del de un grupo, aunque sea numeroso: dependen de las voluntades de muchos, las cuales se manifiestan por el hecho de hacer o no hacer ciertas cosas y por las actitudes espirituales correspondientes, y dependen de la consciencia que tenga una minoría de esa voluntad, y de la capacidad de orientarlas más o menos hacia una finalidad común, tras haberlas encuadrado en los poderes del Estado.
¿Por qué la mayoría de los individuos realiza solo determinados actos? Porque los individuos no tienen más objetivo social que la conservación de su propia integridad fisiológica y moral: por eso se adaptan a las circunstancias, repiten mecánicamente algunos gestos que, por experiencia propia o por la educación recibida (resultado de la experiencia ajena), han resultado adecuados para conseguir el fin deseado: poder vivir. Este parecido de los actos de la mayoría produce también una analogía de efectos, da a la actividad económica cierta estructura: así nace el concepto de ley. Solo la persecución de una finalidad superior corroe esa adaptación al ambiente: si el objetivo humano no es ya el puro vivir, sino un vivir cualificado, se realizan esfuerzos mayores y, según la difusión de ese objetivo humano superior, se consigue transformar el ambiente, se instauran jerarquías nuevas, distintas de las existentes para regular las relaciones entre los individuos y el Estado, tendentes a ponerse permanentemente en el lugar de esas para realizar ampliamente el fin humano superior.
El que entienda esas pseudoleyes como algo absoluto, ajeno a las voluntades singulares, y no como una adaptación psicológica al ambiente, debida a la debilidad de los individuos (a su falta de organización y, por tanto, a la incertidumbre acerca del futuro), no podrá imaginar que la psicología sea capaz de cambio y que la debilidad pueda transformarse en fuerza. Y, sin embargo, eso es lo que ocurre, y entonces se quiebra la ley, la pseudoley. Los individuos salen de su soledad y se asocian. Pero ¿cómo procede ese proceso asociativo? Tampoco es posible entenderlo corrientemente, sino según el inadecuado esquema de la ley absoluta, de la normalidad, y entonces, cuando, por lentitud del ingenio o a causa del prejuicio, la ley no salta en seguida a la vista, se juzga y decreta: utopistas, utopistas.
Lenin es, pues, un utopista, el proletariado ruso, desde el día de la Revolución bolchevique hasta hoy, vive en plena utopía, y hay un despertar terrible que le espera inexorablemente.
Si se aplican a la historia rusa los esquemas abstractos, genéricos, constituidos para poder interpretar los momentos del desarrollo normal de la actividad económica y política del mundo occidental, la ilación tiene que ser por fuerza la descrita. Pero todo fenómeno histórico es «individuo»; el desarrollo se rige por el ritmo de la libertad; la investigación no debe serlo de la necesidad genérica, sino de la necesidad particular. El proceso de causación debe estudiarse de un modo intrínseco a los acontecimientos rusos, no desde un punto de vista genérico y abstracto.
Indudablemente hay en los acontecimientos de Rusia una relación de necesidad, y de necesidad capitalista: la guerra ha sido la condición económica, el sistema de vida práctica que ha determinado el nuevo Estado, que ha dado necesariamente sustancia a la dictadura del proletariado: la guerra que la atrasada Rusia ha tenido que realizar en las mismas formas que los estados capitalistas más adelantados .
En la Rusia patriarcal no podían producirse esas concentraciones de individuos que se producen en un país industrializado y que son la condición de que los proletarios se conozcan entre ellos, se organicen y tomen consciencia de su propia fuerza de clase que puede orientarse a la consecución de un objetivo humano universal. Un país de agricultura intensiva [12] aísla a los individuos, hace imposible una consciencia uniforme y difusa, imposibilita las unidades sociales proletarias, la consciencia concreta de clase que da la medida de las propias fuerzas y la voluntad de instaurar un régimen permanentemente legitimado por esa fuerza.
La guerra es la concentración máxima de la actividad económica en las manos de pocos (los dirigentes del Estado), y le corresponde la concentración máxima de los individuos en los cuarteles y en las trincheras. Rusia en guerra era realmente el país de Utopía: con unos hombres de la época de las invasiones bárbaras, el Estado ha creído que iba a poder llevar a cabo una guerra de técnica, de organización, de resistencia espiritual, actividad solo posible para una humanidad cohesionada cerebral y físicamente por el taller y la máquina. La guerra era la utopía, y la Rusia zarista y patriarcal se ha desintegrado al quedar sometida a la altísima tensión de los esfuerzos que se había impuesto y que le había impuesto el eficaz enemigo. Pero las condiciones artificialmente suscitadas por la inmensa potencia del Estado despótico han producido las consecuencias necesarias: las grandes masas de individuos socialmente solitarios, una vez concentradas en un reducido espacio geográfico, han desarrollado sentimientos nuevos, han desarrollado una solidaridad humana inaudita. Cuanto más débiles se sentían antes, en el aislamiento, y cuanto más se doblegaban al despotismo, tanto más grande fue la revelación de la fuerza colectiva existente, tanto más poderoso y tenaz el deseo de conservarla y de construir sobre ella la sociedad nueva.
La disciplina despótica se evaporó: empezó un periodo de caos. Los individuos intentaban organizarse, pero ¿cómo? ¿Y cómo conservar la unidad humana que se había creado en el sufrimiento?
El filisteo levanta entonces la mano y contesta: la burguesía tenía que reintroducir orden en el caos, porque siempre ha sido así, porque a la economía patriarcal y feudal sucede siempre la economía burguesa y la Constitución política burguesa. El filisteo no ve salvación fuera de los esquemas preestablecidos, no concibe la historia sino como un organismo natural que atraviesa momentos de desarrollo fijos y previsibles. Si siembras una bellota, puedes estar seguro de que no nacerá más que un brote de encina, el cual crece lentamente y no da frutos hasta pasados muchos años. Pero ni la historia es una tierna encina ni los hombres bellotas.
¿Dónde estaba en Rusia la burguesía capaz de realizar esa tarea? Y si su dominio es una ley natural, ¿cómo es que esa ley natural no ha funcionado?
Esa burguesía no se ha visto: pocos fueron los burgueses que intentaron imponerse, y, además, se les barrió. ¿Debían vencer, debían imponerse aunque fueran pocos, incapaces y débiles? ¿Pero con qué santo aceite los habían ungido a esos infelices para que tuvieran que triunfar incluso perdiendo? ¿Es que el materialismo histórico no va a ser más que una reencarnación del legitimismo, de la doctrina del derecho divino?
El que considera a Lenin utopista, el que afirma que el intento de la dictadura del proletariado en Rusia es un intento utópico, no puede ser un socialista consciente, porque no ha construido su cultura estudiando la doctrina del materialismo histórico: es un católico, hundido en el Syllabus . El es el único y auténtico utopista.
Pues la utopía consiste en no conseguir entender la historia como desarrollo libre, en ver el futuro como un sólido ya perfilado, en creer en planes preestablecidos. La utopía es el filisteísmo, tal como lo ridiculizó Heinrich Heine: los reformistas son los filisteos y los utopistas del socialismo, igual que los proteccionistas y los nacionalistas son los filisteos y los utopistas de la burguesía capitalista. Heinrich von Treitschke es el representante máximo del filisteísmo alemán (y los estatólatras alemanes son sus hijos espirituales), igual que Auguste Comte e Hippolyte Taine representan el filisteísmo francés y Vincenzo Gioberti el italiano. Son los que predican las misiones históricas nacionales, o creen en las vocaciones individuales; son todos los que hipotecan el futuro y creen encarcelarlo en sus esquemas preestablecidos, los que no son capaces de concebir la divina libertad y gimen continuamente ante el pasado porque los acontecimientos se desarrollaron mal .
No conciben la historia como desarrollo libre —de energías libres, que nacen y se integran libremente— distinto de la evolución natural, igual que los hombres y las asociaciones humanas son distintos de las moléculas y de los agregados de moléculas. No han aprendido que la libertad es la fuerza inmanente de la historia, que destruye todo esquema preestablecido. Los filisteos del socialismo han reducido la doctrina socialista a la bayeta del pensamiento, la han ensuciado y se vuelven furiosos contra los que, en su opinión, no la respetan.
En Rusia, la libre afirmación de las energías individuales y asociadas ha aplastado los obstáculos de las palabras y los planes preestablecidos. La burguesía ha intentado imponer su dominio y ha fracasado. El proletariado ha asumido la dirección de la vida política y económica y realiza su orden. Su orden, no el socialismo, porque el socialismo no se impone con un fiat mágico: el socialismo es un desarrollo, una evolución, de momentos sociales cada vez más ricos en valores colectivos. El proletariado realiza su orden constituyendo instituciones políticas que garanticen la libertad de ese desarrollo, que aseguren la permanencia de su poder.
La dictadura es la institución fundamental que garantiza la libertad, que impide los golpes de mano de las minorías facciosas. Es garantía de libertad porque no es un método que haya que perpetuar, sino que permite crear y consolidar los organismos permanentes en los cuales se disolverá la dictadura después de haber cumplido su misión.
Después de la Revolución, Rusia seguía sin ser libre, porque no existían garantías de la libertad, porque la libertad no se había organizado todavía.
El problema consistía en suscitar una jerarquía, pero abierta, que no pudiera cristalizar en un orden de casta y de clase.
De la masa y el número había que pasar al uno, de tal modo que existiera una unidad social, que la autoridad fuera solo autoridad espiritual.
Los núcleos vivos de esa jerarquía son los sóviets y los partidos populares. Los sóviets son la organización primordial que hay que integrar y desarrollar, y los bolcheviques se convierten en partido de gobierno porque sostienen que los poderes del Estado tienen que depender de los sóviets y ser controlados por ellos.
El caos ruso se reorganiza alrededor de esos elementos de orden: empieza el orden nuevo. [13] Se constituye una jerarquía: de la masa desorganizada y en sufrimiento se pasa a los obreros y a los campesinos organizados, a los sóviets, al partido bolchevique y a un hombre: Lenin. Esa es la gradación jerárquica del prestigio y de la confianza, que se ha formado espontáneamente y se mantiene por elección libre.
¿Dónde está la utopía de esa espontaneidad? Utopía es la autoridad, no la espontaneidad, y es utopía en cuanto se convierte en carrerismo, en cuanto que se transforma en casta y cree ser eterna: la libertad no es utopía, porque es aspiración primordial, porque toda la historia de los hombres es lucha y trabajo por suscitar instituciones sociales que garanticen el máximo de libertad.
Una vez formada, esa jerarquía desarrolla su lógica propia. Los sóviets y el partido bolchevique no son organismos cerrados: se integran continuamente. He ahí el dominio de la libertad, he ahí las garantías de la libertad. No son castas, son organismos en desarrollo constante. Representan la progresión de la consciencia, representan la organizabilidad de la sociedad rusa.
Todos los trabajadores pueden formar parte de los sóviets, todos los trabajadores pueden influir para modificarlos y conseguir que sean más expresivos de sus voluntades y de sus deseos. La vida política rusa se orienta de tal modo que tiende a coincidir con la vida moral, con el espíritu universal de la humanidad rusa. Se produce un intercambio continuo entre esas fases jerárquicas: un individuo sin formar se afina en la discusión para la elección de su representante en el sóviet, y él mismo puede ser ese representante; él controla esos organismos porque siempre los tiene a la vista, junto a él en un mismo territorio. Así cobra sentido de la responsabilidad social, se convierte en ciudadano activo en la decisión de los destinos de su país. Y el poder y la consciencia se extienden por medio de esa jerarquía desde el individuo hasta la muchedumbre, y la sociedad es como nunca se presentó en la historia.
Tal es el ímpetu vital [14] de la nueva historia rusa. ¿Qué hay en ello de utópico? ¿Dónde está el plan preestablecido cuya realización se hubiera decidido incluso contra las condiciones de la economía y de la política? La Revolución rusa representa el dominio de la libertad: la organización se funda por espontaneidad, no por el arbitrio de un «héroe» que se impusiera por la violencia. Es una elevación humana continua y sistemática, que sigue una jerarquía, la cual crea en cada caso los organismos necesarios para la nueva vida social.
Pero entonces ¿no es el socialismo?,… No, no es el socialismo en el groserísimo sentido que dan a la palabra los filisteos constructores de proyectos mastodónticos; [15] es la sociedad humana que se desarrolla bajo el control del proletariado. Cuando este se haya organizado en su mayoría, la vida social será más rica en contenido socialista que ahora, y el proceso de socialización irá intensificándose y perfeccionándose constantemente. Porque el socialismo no se instaura en fecha fija, sino que es un cambio continuo, un desarrollo infinito en régimen de libertad organizada y controlada por la mayoría de los ciudadanos, es decir, por el proletariado.
La obra de Lenin
[14-IX-1918; I. G. P. ; S. G. , 307-312]
La prensa burguesa de todos los países, y especialmente la francesa (esta particular distinción obedece a razones claras), no ha disimulado su inmensa alegría por el atentado contra Lenin. Los siniestros enterradores antisocialistas han celebrado su obscena juerga sobre el presunto cadáver ensangrentado (¡oh destino cruel! ¡Cuántos píos deseos, cuántos dulces ideales has quebrado!), han exaltado a la gloriosa homicida y han dado nuevo verdor a la táctica esencialmente burguesa del terrorismo y del delito político.
Los enterradores han quedado decepcionados: Lenin vive, y nosotros, por el bien y la suerte del proletariado, deseamos que recobre pronto el vigor físico y vuelva a su puesto de militante del socialismo internacional.
La bacanal periodística habrá tenido también su eficacia histórica: los proletarios han comprendido su significación social. Lenin es el hombre más odiado del mundo, igual que un día lo fue Karl Marx.
[ Doce líneas tachadas por la censura ] .
Lenin ha consagrado toda su vida a la causa del proletariado: su aportación al desarrollo de la organización y a la difusión de las ideas socialistas en Rusia es inmensa. Hombre de pensamiento y de acción, su fuerza está en su carácter moral; la popularidad de que goza entre las masas obreras es un homenaje espontáneo a su rígida intransigencia con el régimen capitalista. Lenin no se ha dejado nunca deslumbrar por las apariencias superficiales de la sociedad moderna que los demás confunden con la realidad para precipitarse luego de error en error.
Lenin, aplicando el método forjado por Marx, descubre que la realidad es el abismo profundo e insalvable que el capitalismo ha abierto entre el proletariado y la burguesía, y el antagonismo constantemente creciente entre ambas clases. Al explicar los fenómenos sociales y políticos y al señalar al Partido la política que ha de seguir en todos los momentos de su vida, Lenin no pierde nunca de vista el motor más potente de toda la actividad económica y política: la lucha de clases. Lenin se cuenta entre los sostenedores más entusiastas y convencidos del internacionalismo del movimiento obrero. Toda acción proletaria debe estar subordinada al internacionalismo y coordinada con él; ha de ser capaz de tener carácter internacionalista. Cualquier iniciativa que en cualquier momento, y aunque sea transitoriamente, llegue a entrar en conflicto con ese ideal supremo, tiene que ser inexorablemente combatida; porque toda desviación del camino que lleva directamente al triunfo del socialismo internacional, por pequeña que sea, es contraria a los intereses del proletariado, a los intereses lejanos o a los inmediatos, y no sirve más que para dificultar la lucha y prolongar el dominio de la clase burguesa.
Él, el «fanático», el «utópico», da realidad a su pensamiento y a su acción, y a la del partido, exclusivamente sobre la base de esa realidad profunda e indestructible de la vida moderna, no en base a fenómenos superficialmente llamativos que arrastran siempre, a los socialistas que se dejan deslumbrar por ellos, a ilusiones y errores que ponen en peligro la solidez del movimiento.
Por eso Lenin ha visto siempre el triunfo de sus tesis, mientras que los que le reprochaban su «utopismo» y glorificaban su propio «realismo» eran míseramente arrastrados por los grandes acontecimientos históricos.
Inmediatamente después de estallar la Revolución y antes de salir para Rusia, Lenin había mandado a sus camaradas el aviso: «Desconfiad de Kérenski»; los acontecimientos posteriores le han dado toda la razón. En el entusiasmo de la primera hora por la caída del zarismo, la mayoría de la clase obrera y muchos de sus dirigentes se habían dejado convencer por la fraseología de ese hombre, el cual, con su mentalidad pequeño-burguesa, por la falta completa de programa y de visión socialista de la realidad, podía llevar la revolución a la desintegración y arrastrar al proletariado ruso por un camino peligroso para el porvenir de nuestro movimiento.
[ Tres líneas tachadas por la censura ] .
Una vez llegado a Rusia, Lenin se puso en seguida a desarrollar su acción esencialmente socialista, la cual podría sintetizarse con el lema de Lassalle: «Decir lo que hay»: una crítica rigurosa e implacable del imperialismo de los cadetes (partido constitucional-democrático, el mayor partido liberal de Rusia), de la fraseología de Kérenski y del colaboracionismo de los mencheviques.
Basándose en el estudio crítico profundo de las condiciones económicas y políticas de Rusia, de los caracteres de la burguesía rusa y de la misión histórica del proletariado ruso, Lenin había llegado ya en 1905 a la conclusión de que, por el alto grado de consciencia de clase del proletariado, y dado el desarrollo de la lucha de clases, toda lucha política en Rusia se transformaría necesariamente en lucha social contra el orden burgués. Esta especial posición en la cual se encontraba la sociedad rusa quedaba también probada por la incapacidad de la clase capitalista para realizar una lucha seria contra el zarismo y sustituirle en el dominio político. Tras la revolución de 1905, en la cual se probó experimentalmente la enorme fuerza del proletariado, la burguesía tuvo miedo de todo movimiento político en el que participara el proletariado, y se hizo sustancialmente contrarrevolucionaria por necesidad histórica de conservación. La fiel expresión de ese estado de ánimo se encuentra en uno de los discursos de Miliukov mismo ante la Duma, al afirmar que prefería la derrota militar a la revolución.
La caída de la autocracia no cambió en nada los sentimientos ni las orientaciones de la burguesía rusa, sino que, por el contrario, su sustancia reaccionaria fue en aumento a medida que se concretaban la fuerza y la consciencia del proletariado. Se confirmó la tesis histórica de Lenin: el proletariado se convirtió en el gigantesco protagonista de la historia; pero era un gigante ingenuo, entusiasta, lleno de confianza en sí mismo y en los demás. La lucha de clases, realizada en un ambiente de despotismo feudal, le había dado consciencia de su unidad social, de su potencia histórica, pero no le había educado en un método frío y realista, no le había formado una voluntad concreta. La burguesía se encogió astutamente, disimuló sus caracteres esenciales con frases altisonantes. Utilizó, para esa operación ilusionista, a Kérenski, el hombre más popular entre las masas al principio de la revolución; los mencheviques y los socialistas-revolucionarios (no marxistas, sino herederos del partido terrorista, intelectuales pequeño-burgueses) la ayudaron inconscientemente, con su colaboracionismo, a esconder sus intenciones reaccionarias e imperialistas.
Contra ese engaño se levantó vigorosamente el partido bolchevique con Lenin a la cabeza, desenmascarando implacablemente las verdaderas intenciones de la burguesía rusa, combatiendo la táctica nefasta de los mencheviques que entregaban el proletariado atado de pies y manos a la burguesía. Los bolcheviques reivindicaban todos los poderes para los sóviets, porque esa era la única garantía contra las maniobras reaccionarias de las clases posesoras.
Los sóviets mismos estaban al comienzo bajo la influencia de los mencheviques y de los socialistas-revolucionarios, se oponían a esa solución y preferían repartirse el poder con los diversos elementos de la burguesía liberal; hasta la masa, salvo una minoría más avanzada, permitía esa acción, sin ver claramente la realidad de las cosas, mistificada por Kérenski y por los mencheviques que estaban en el Gobierno.
[ Diecisiete líneas tachadas por la censura ] .
Los acontecimientos se desarrollaron de un modo que dio completa razón a la constrictiva y detallada crítica de Lenin y de los bolcheviques, los cuales habían sostenido que la burguesía no tenía ni voluntad ni capacidad de dar una solución democrática a los objetivos de la revolución, sino que, ayudada inconscientemente por los socialistas colaboracionistas, llevaría el país a la dictadura militar, instrumento político necesario para alcanzar los fines imperialistas y reaccionarios. Las masas obreras y campesinas empezaron a darse cuenta de lo que estaba ocurriendo gracias a la propaganda de los bolcheviques, y consiguieron capacidad y sensibilidad políticas crecientes: su exasperación se manifestó por vez primera en el levantamiento de Petrogrado, fácilmente reprimido por Kérenski. Esa sublevación, aunque justificada por la funesta política de Kérenski, no contó con la adhesión de los bolcheviques y de Lenin porque los sóviets eran aún reacios a tomar todo el poder en sus manos y, por tanto, toda sublevación se dirigía virtualmente contra los sóviets, los cuales representaban, mejor o peor, la clase.
Por tanto, había que seguir con la propaganda clasista y convencer a los obreros de que mandaran a los sóviets delegados convencidos de la necesidad de que esos organismos tomaran todo el poder del país. También eso evidencia el carácter esencialmente democrático de la acción bolchevique, orientada a dar capacidad y consciencia política a las masas para que la dictadura del proletariado se instaurara de un modo orgánico y resultara la forma madura de un régimen social económico-político.
El desarrollo de los acontecimientos se aceleró por la actitud cada vez más provocadora de la burguesía y, sobre todo, por el intento militar de Kornílov de marchar sobre Petrogrado para hacerse con el poder, así como por los gestos napoleónicos de Kérenski al formar un gabinete compuesto por conocidos reaccionarios, por el Parlamento no elegido mediante sufragio universal, y, por último, por la prohibición del Congreso Pan-Ruso de los sóviets, verdadero golpe de Estado contra el pueblo e indicio de la traición burguesa a la revolución.
Las tesis de Lenin y de los bolcheviques, sostenidas, argumentadas y propagadas con un trabajo perseverante y tenaz desde el comienzo de la revolución, consiguieron confirmación absoluta en la realidad: el proletariado ruso, todo el proletariado de las ciudades y de los campos, se formó resueltamente alrededor de los bolcheviques, derribó la dictadura personal de Kérenski y entregó el poder al Congreso de los Sóviets de toda Rusia.
Como era natural, el Congreso Pan-Ruso de los sóviets, convocado a pesar de la prohibición de Kérenski, confirió la presidencia del Consejo de los Comisarios del Pueblo, con un entusiasmo general, a Lenin, que había probado tanta abnegación por la causa del proletariado y tanta clarividencia al juzgar los hechos y formular el programa de acción de la clase obrera.
[ Treinta y cinco líneas tachadas por la censura ] .
La prensa burguesa de todos los países ha presentado siempre a Lenin como un «dictador» que se ha impuesto por la violencia a un pueblo inmenso y le oprime ferozmente. Los burgueses no llegan a entender la sociedad si no se encuadra en sus propios esquemas doctrinarios: la dictadura es para ellos Napoleón, o acaso Clemenceau, el despotismo centralizador de todo el poder político en las manos de uno solo y ejercido a través de una jerarquía de siervos armados de fusil o evacuadores de expedientes burocráticos. Por eso ha entrado la burguesía en orgiástico espasmo al llegar la noticia del atentado contra nuestro camarada y ha decretado su muerte: desaparecido el «dictador» insustituible, todo el nuevo régimen tendría que hundirse míseramente según su concepción.
[ Sesenta y tres líneas tachadas por la censura ] .
Lenin ha sido agredido mientras salía de unos talleres en los que había pronunciado una conferencia para los obreros: el «feroz dictador» sigue, pues, su misión de propagandista, sigue en contacto con los proletarios, a los que lleva la palabra de la fe socialista, la incitación a la obra tenaz de resistencia revolucionaria, para construir, mejorar y progresar a través del trabajo, el desinterés y el sacrificio. Lenin ha sido herido por el revólver de una mujer, una socialista-revolucionaria, una vieja militante del terrorismo subversivo. Todo el drama de la Revolución rusa se concentra en ese episodio. Lenin es el frío estudioso de la realidad histórica que tiende a construir orgánicamente una nueva sociedad sobre bases sólidas y permanentes, según los dictámenes de la concepción marxista; es el revolucionario que construye sin hacerse ilusiones frenéticas, obedeciendo a la razón y a la prudencia. Dora Kaplan era una humanitaria, una utopista, una hija espiritual del jacobinismo francés, incapaz de comprender la función histórica de la organización y de la lucha de clases, convencida de que el socialismo significa paz inmediata entre los hombres, paraíso idílico de goce y amor. Incapaz de comprender lo compleja que es la sociedad y lo difícil que es la tarea de los revolucionarios en cuanto que se convierten en gestores de la responsabilidad social. Sin duda procedía de buena fe y creía llevar la humanidad rusa a la felicidad al librarla del «monstruo». No proceden, ciertamente, de buena fe sus glorificadores burgueses, los asquerosos enterradores de la prensa capitalista. Ellos han exaltado al socialista revolucionario Chaikovski, que aceptó en Arkangelsk ponerse a la cabeza del movimiento antibolchevique y derribó allí el poder de los sóviets; pero ahora que ha consumado ya su misión antisocialista y los burgueses rusos, dirigidos por el coronel Chiaplin, le han enviado al exilio, esos mismos enterradores se ríen del pobre viejo loco, del soñador.
La justicia revolucionaria ha castigado a Dora Kaplan; el viejo Chaikovski purga en una isla de hielo su delito de haberse convertido en instrumento de la burguesía, y quienes lo han castigado y se ríen de él son los burgueses mismos.
Leninismo y marxismo de Rodolfo Mondolfo
[15-V-1919; L. O. N. , 373-375]
Cuentan que un profesor alemán de bachillerato que, cosa rara, había conseguido enamorarse, combinaba del modo siguiente la pedagogía con la ternura: —¿Me quieres, tesoro mío? —Sí. —No, en la respuesta hay que repetir la pregunta, así: Sí, te quiero, ratoncito mío.
Ese profesor es Rodolfo Mondolfo; su amor a la revolución es amor gramatical. Él pregunta y se enfada por las contestaciones. Pregunta: ¿Marx? Y le contestan: Lenin. Y eso, pobres de nosotros, no es científico, no puede satisfacer la sensibilidad filológica del erudito y del arqueólogo. Entonces, con una enternecedora seriedad catedrática, Mondolfo suspende, suspende, suspende: cero en gramática, cero en ciencia comparada, cero en prácticas de magisterio.
Sabemos que la seriedad profesoral no es más que apariencia de seriedad: es pedantería, filisteísmo y, a menudo, incomprensión absoluta. Mondolfo incoa un proceso a las intenciones y atribuye a los comunistas rusos intenciones que no han tenido nunca o que no tienen ningún valor histórico real. El hecho esencial de la Revolución rusa es la instauración de un nuevo tipo de Estado: el Estado de los Consejos. A eso tiene que atender la crítica histórica. Todo lo demás es contingencia condicionada por la vida política internacional, la cual significa para la Revolución rusa bloqueo económico, guerra en frentes de miles de kilómetros contra los invasores, guerra interna contra los saboteadores. Nimiedades para Mondolfo, que no las tiene en absoluto en cuenta. Él quiere que le dé precisión gramatical un Estado obligado a utilizar todo su poder y todos sus medios para subsistir, para consolidar su existencia fundiéndola con la revolución internacional.
Mondolfo se exprime toda la inteligencia para destilar la significación antimarxista de una narración de Máximo Gorki, «Lucecillas». La narración se ha publicado en Izvestia , de Petrogrado (es posible que Mondolfo ignore este detalle), o sea, en el periódico oficial de la Comuna del Norte. Porque es una narración sugestiva, porque muestra con suficiente claridad el proceso de desarrollo del comunismo ruso. Mondolfo, que no tiene en cuenta el hecho esencial de la Revolución rusa, el Estado de los sóviets, no ha comprendido la narración. Por otra parte, su texto no es exacto: está traducido del alemán, mientras que el Mercure de France ha publicado una traducción directa del ruso. En el Mercure los mujiks del condado de Omsk realizan un acto real de lucha de clases: no se trata de una aldea que expropia a otra, sino que las requisas se consuman en el selo , es decir, en el centro campesino en el que vive la burguesía, los ricachos (que es como el mujik siberiano llama a los burgueses): un campesino del sur italiano diría «en el castillo». Y la narración describe cómo se producen los contactos entre la industria moderna y la agricultura patriarcal, es decir, cómo consiguen los bolcheviques suscitar, en interés de los unos y de los otros, la unidad de los campesinos y los obreros. Y describe cómo se produce en el régimen comunista la acumulación de capital (necesaria para el progreso económico) que, al ser administrado por el Sóviet, por el poder del Estado, y no por individuos privados, muestra una posibilidad de desarrollo social de la Revolución rusa que se escapa completamente a Mondolfo, del mismo modo que el gramático pierde siempre el alma de la poesía.
Mondolfo ha reprochado a los alemanes su esclavitud espiritual. ¡Ay, cuántos papas infalibles son tiranos de la consciencia de los hombres libres y esterilizan en ellos toda fuente de humanidad!
Democracia obrera [16]
[21-VI-1919; L. O. N. , 10-13]
Hoy se impone un problema acuciante a todo socialista que tenga un sentido vivo de la responsabilidad histórica que recae sobre la clase trabajadora y sobre el partido que representa la consciencia crítica y activa de esa clase.
¿Cómo dominar las inmensas fuerzas desencadenadas por la guerra? ¿Cómo disciplinarlas y darles una forma política que contenga en sí la virtud de desarrollarse normalmente, de integrarse continuamente hasta convertirse en armazón del Estado socialista en el cual se encarnará la dictadura del proletariado? ¿Cómo soldar el presente con el porvenir, satisfaciendo las necesidades urgentes del presente y trabajando útilmente para crear y «anticipar» el porvenir?
Este escrito pretende ser un estímulo para el pensamiento y para la acción; quiere ser una invitación a los obreros mejores y más conscientes para que reflexionen y colaboren, cada uno en la esfera de su competencia y de su acción, en la solución del problema, consiguiendo que sus compañeros y las asociaciones atiendan a sus términos. La acción concreta de construcción no nacerá sino de un trabajo común y solidario de clarificación, de persuasión y de educación recíproca.
El Estado socialista existe ya potencialmente en las instituciones de vida social características de la clase obrera explotada. Relacionar esos institutos entre ellos, coordinarlos y subordinarlos en una jerarquía de competencias y de poderes, concentrarlos intensamente, aun respetando las necesarias autonomías y articulaciones, significa crear ya desde ahora una verdadera y propia democracia obrera en contraposición eficiente y activa con el Estado burgués, preparada ya desde ahora para sustituir al Estado burgués en todas sus funciones esenciales de gestión y de dominio del patrimonio nacional.
El movimiento obrero está hoy dirigido por el Partido Socialista y por la Confederación del Trabajo; pero el ejercicio del poder social del Partido y de la Confederación se actúa para las grandes masas trabajadoras de un modo indirecto, por la fuerza del prestigio y del entusiasmo, por presión autoritaria y hasta por inercia. La esfera de prestigio del Partido se amplía diariamente, alcanza estratos populares hasta ahora inexplorados, suscita consentimiento y deseo de trabajar provechosamente para la llegada del comunismo en grupos e individuos hasta ahora ausentes de la lucha política. Es necesario dar forma y disciplina permanente a esas energías desordenadas y caóticas, absorberlas, componerlas y potenciarlas, hacer de la clase proletaria y semiproletaria una sociedad organizada que se eduque, que consiga una experiencia, que adquiera consciencia responsable de los deberes que incumben a las clases llegadas al poder del Estado.
El Partido Socialista y los sindicatos profesionales no pueden absorber a toda la clase trabajadora más que a través de un esfuerzo de años y decenas de años. Tampoco se identificarían directamente con el Estado proletario: en efecto, en las Repúblicas comunistas subsisten independientemente del Estado, como instrumento de propulsión (el Partido) o de control y de realizaciones parciales (los sindicatos). El Partido tiene que seguir siendo el órgano de la educación comunista, el foco de la fe, el depositario de la doctrina, el poder supremo que armoniza y conduce a la meta las fuerzas organizadas y disciplinadas de la clase obrera y campesina. Precisamente para cumplir exigentemente esa función suya el Partido no puede abrir las puertas a la invasión de nuevos miembros no acostumbrados al ejercicio de la responsabilidad y de la disciplina.
Pero la vida social de la clase trabajadora es rica en instituciones, se articula en actividades múltiples. Esas instituciones y esas actividades es precisamente lo que hay que desarrollar, organizar en un conjunto, correlacionar en un sistema vasto y ágilmente articulado que absorba y discipline la entera clase trabajadora.
Los centros de vida proletaria en los cuales hay que trabajar directamente son el taller con sus comisiones internas, los círculos socialistas y las comunidades campesinas.
Las comisiones internas son órganos de democracia obrera que hay que liberar de las limitaciones impuestas por los empresarios y a los que hay que infundir vida nueva y energía. Hoy las comisiones internas limitan el poder del capitalista en la fábrica y cumplen funciones de arbitraje y disciplina. Desarrolladas y enriquecidas, tendrán que ser mañana los órganos del poder proletario que sustituirá al capitalista en todas sus funciones útiles de dirección y de administración.
Ya desde hoy los obreros deberían proceder a elegir amplias asambleas de delegados, seleccionados entre los compañeros mejores y más conscientes, en torno a la consigna: «Todo el poder de la fábrica a los comités de fábrica», coordinada con esta otra: «Todo el poder del Estado a los consejos obreros y campesinos».
Así se abriría un ancho campo de concreta propaganda revolucionaria para los comunistas organizados en el Partido y en los círculos de barrio. Los círculos, de acuerdo con las secciones urbanas, deberían hacer un censo de las fuerzas obreras de la zona y convertirse en sede del consejo de barrio de los delegados de fábrica, en ganglio que anude y concentre todas las energías proletarias del barrio. Los sistemas electorales podrían variar según las dimensiones del taller; pero habría que procurar elegir un delegado por cada quince obreros, divididos por categorías (como se hace en las fábricas inglesas), llegando, por elecciones graduales, a un comité de delegados de fábrica que comprenda representantes de todo el complejo del trabajo (obreros, empleados, técnicos). También se debería tender a incorporar al comité del barrio representantes también de las demás categorías de trabajadores que vivan en el barrio: camareros, cocheros, tranviarios, ferroviarios, barrenderos, empleados privados, dependientes, etcétera.
El comité de barrio debería ser la emanación de toda la clase obrera que viva en el barrio, emanación legítima y con autoridad, capaz de hacer respetar una disciplina, investida con el poder, espontáneamente delegado, de ordenar el cese inmediato e integral de todo el trabajo en el barrio entero.
Los comités de barrio se ampliarían en comisariados urbanos, controlados y disciplinados por el Partido Socialista y por los sindicatos de oficio.
Ese sistema de democracia obrera (completado por organizaciones equivalentes de campesinos) daría forma y disciplina permanentes a las masas, sería una magnífica escuela de experiencia política y administrativa, encuadraría las masas hasta el último hombre, acostumbrándolas a la tenacidad y a la perseverancia, acostumbrándolas a considerarse como un ejército en el campo de batalla, el cual necesita una cohesión firme si no quiere ser destruido y reducido a esclavitud.
Cada fábrica constituiría uno o más regimientos de ese ejército, con sus mandos, sus servicios de enlace, sus oficiales, su estado mayor, poderes todos delegados por libre elección, no impuestos autoritariamente. Por medio de asambleas celebradas dentro de la fábrica, por la constante obra de propaganda y persuasión desarrollada por los elementos más conscientes, se obtendría una transformación radical de la psicología obrera, se conseguiría que la masa estuviera mejor preparada y fuera capaz de ejercer el poder, se difundiría una consciencia de los deberes y los derechos del camarada y del trabajador, consciencia concreta y eficaz porque habría nacido espontáneamente de la experiencia viva e histórica.
Hemos dicho ya que estos apresurados apuntes no se proponen más que estimular el pensamiento y la acción. Cada aspecto del problema merecería un estudio amplio y profundo, dilucidaciones, complementos subsidiarios y coordinados. Pero la solución concreta e integral de los problemas de la vida socialista no puede proceder más que de la práctica comunista: la discusión en común, que modifica simpatéticamente las consciencias, unificándolas y llenándolas de activo entusiasmo. Decir la verdad, llegar juntos a la verdad, es realizar una acción comunista y revolucionaria. La fórmula «dictadura del proletariado» tiene que dejar de ser una mera fórmula, una ocasión para desahogarse con la fraseología revolucionaria. El que quiera el fin, tiene que querer también los medios. La dictadura del proletariado es la instauración de un nuevo Estado, típicamente proletario, en el cual confluyen las experiencias institucionales de la clase obrera, en el cual la vida social de la clase obrera y campesina se convierta en sistema general, fuertemente organizado. Ese Estado no se improvisa: los comunistas bolcheviques rusos trabajaron durante ocho meses para difundir y concretar la consigna «Todo el poder a los sóviets», y los sóviets eran ya conocidos por los obreros rusos desde 1905. Los comunistas italianos tienen que convertir en tesoro la experiencia rusa, economizar tiempo y trabajo: la obra de reconstrucción exigirá ya de por sí tanto tiempo y tanto trabajo que se le puede dedicar cada día y cada acto.
A los comisarios de sección de los talleres Fiat-centro y patentes
[13-IX-1919; L. O. N. , 31-34]
¡Camaradas!
La nueva forma que ha tomado la comisión interna en vuestra fábrica con el nombramiento de los comisarios de sección y las discusiones que han precedido y acompañado esa transformación no han pasado inadvertidas por el campo obrero y patronal de Turín. Por una parte, se disponen a imitaros los obreros de otros establecimientos de la ciudad y de la provincia; por otra, los propietarios y sus agentes directos, los organizadores de las grandes empresas industriales, contemplan este movimiento con creciente interés, y se preguntan y os preguntan cuál será el objetivo al que tiende, cuál el programa que se propone realizar la clase obrera turinesa.
Sabemos que nuestro periódico ha contribuido no poco a determinar ese movimiento. La cuestión se ha examinado en el periódico desde un punto de vista teórico y general, pero, además, se han recogido y expuesto en él los resultados de las experiencias de otros países, para suministrar los elementos del estudio de las aplicaciones prácticas. Pero sabemos que nuestro trabajo ha tenido valor solo en la medida en que ha satisfecho una necesidad, ha favorecido la concreción de una aspiración que estaba latente en la consciencia de las masas trabajadoras. Por eso nos hemos entendido tan de prisa, por eso se ha podido pasar tan seguramente de la discusión a la realización.
La necesidad, la aspiración de la cual nace el movimiento renovador de la organización obrera que habéis comenzado, está, según creemos, en las cosas mismas, es una consecuencia directa del punto al que ha llegado en su desarrollo el organismo social y económico basado en la apropiación privada de los medios de cambio y producción. Hoy día, el obrero de fábrica y el campesino en el campo, el minero inglés y el mujik ruso, todos los trabajadores del mundo entero, intuyen con mayor o menor seguridad, sienten de modo más o menos directo la verdad que habían previsto hombres de estudio, de la cual se cercioran cada vez más a medida que observan los acontecimientos de este periodo de la historia de la humanidad: hemos llegado al punto en el cual la clase obrera, si no quiere quedarse por debajo de la tarea de reconstrucción que está apuntada en sus hechos y en su voluntad, tiene que empezar a ordenarse de un modo positivo y adecuado a la finalidad que hay que conseguir.
Y si es verdad que la nueva sociedad se basará en el trabajo y en la coordinación de las energías de los productores, entonces los lugares en los que se trabaja, en los que los productores viven y obran en común, serán mañana los centros del organismo social y tendrán que ocupar la posición de las entidades directivas de la sociedad de hoy. Así como en los primeros tiempos de la lucha obrera la organización por oficios era la que más se prestaba a las finalidades defensivas, a las necesidades de las batallas por la mejora económica y disciplinaria inmediata, así hoy, cuando empiezan a dibujarse y cobran cada vez mayor consistencia en la mente de los obreros los objetivos de reconstrucción, es necesario que surja, junto a la primera y en sostén de ella, una organización por fábricas, verdadera escuela de la capacidad reconstructiva de los trabajadores.
La masa obrera tiene que prepararse efectivamente para conseguir el pleno dominio de sí misma, y el primer paso por ese camino consiste en disciplinarse lo más sólidamente en la fábrica, de modo autónomo, espontáneo y libre. No puede negarse tampoco que la disciplina que se instaurará con el nuevo sistema llevará a una mejora de la producción; pero eso no es sino la verificación de una de las tesis del socialismo: cuanto más consciencia de sí mismas toman las fuerzas productivas humanas, emancipándose de la esclavitud a la que el capitalismo querría verlas eternamente condenadas, cuanto más se liberan y se organizan libremente, tanto mejor tiende a ser el modo de su utilización: el hombre trabajará siempre mejor que el esclavo. Y a los que objetan que de este modo se acaba por colaborar con nuestros adversarios, con los propietarios de las industrias, contestamos que ese es, por el contrario, el único modo de hacerles sentir concretamente que el final de su dominio está cercano, porque la clase obrera concibe ya la posibilidad de decidir por sí misma , [17] y decidir bien; aun más: la clase obrera cobra de día en día la certeza, cada vez más clara, de ser la única capaz de salvar al mundo entero de la ruina y la desolación. Por eso toda acción que emprendáis, toda batalla que se libre bajo vuestra guía, estará iluminada por la luz del objetivo último que está en los ánimos y en las intenciones de todos vosotros.
Por eso tendrán también un grandísimo valor los actos de importancia aparentemente pequeña en los que se manifieste el mandato que habéis recibido. Elegidos por grupos obreros en los cuales son todavía numerosos los elementos desorganizados, vuestra primera preocupación será, sin duda, la de hacer que entren en las filas de la organización; obra, por otra parte, que os será facilitada por el hecho de que ellos encontrarán en vosotros hombres siempre dispuestos a defenderlos, a guiarlos y a prepararlos para la vida de la fábrica. Vosotros les mostraréis con vuestro ejemplo que la fuerza del obrero está toda ella en la unión y en la solidaridad con sus compañeros.
También os corresponde velar porque se respeten en las secciones las reglas de trabajo fijadas por los sindicatos de oficio y aceptadas en los convenios, pues en este campo la más pequeña derogación de los principios establecidos puede a veces constituir una ofensa grave a los derechos y a la personalidad del obrero, cuyos defensores y custodios rígidos y tenaces seréis. Y como viviréis vosotros mismos constantemente entre los obreros y en el trabajo, podréis conocer las modificaciones que vaya siendo necesario introducir en los reglamentos, modificaciones impuestas por el progreso técnico de la producción y por la consciencia y la capacidad progresivas de los mismos trabajadores. De este modo irá constituyéndose una moral de fábrica, primer germen de la verdadera y efectiva legislación del trabajo, o sea, de las leyes que los productores elaborarán y se darán a sí mismos. Estamos seguros de que no se os esconde la importancia de este hecho, que es evidente para todos los obreros que han comprendido, con rapidez y entusiasmo, el valor y la significación de la obra que os proponéis hacer: empieza la intervención activa de las fuerzas mismas del trabajo en el campo técnico y en el de la disciplina.
En el campo técnico podréis, por una parte, realizar un utilísimo trabajo de información, recogiendo datos y materiales preciosos para los sindicatos de oficio igual que para las entidades centrales y directivas de las nuevas organizaciones de fábrica. Cuidaréis, además, de que los obreros de la sección consigan capacidad creciente, y eliminaréis los mezquinos sentimientos de envidia profesional que todavía los tienen divididos y discordes; los acostumbraréis así para el día en el cual, sin tener ya que trabajar para los patronos, sino para ellos mismos, necesiten estar unidos y solidarios para aumentar la fuerza del gran ejército proletario del que son las células primeras. ¿Por qué no habríais de poder suscitar en la misma fábrica adecuadas secciones de instrucción, verdaderas escuelas profesionales en las que cada obrero, irguiéndose del cansancio que embrutece, pueda abrir la mente al conocimiento de los procesos de producción y mejorarse a sí mismo?
Es cierto que para hacer todo eso hará falta disciplina, pero la disciplina que pediréis a la masa obrera será muy distinta de la que el patrono imponía y pretendía basado en el derecho de propiedad que constituye en sí mismo una posición de privilegio. Vosotros os basaréis en otro derecho: el del trabajo que, después de haber sido durante siglos instrumento en manos de sus explotadores, hoy quiere redimirse, dirigirse a sí mismo. Vuestro poder, opuesto al de los patronos y sus oficiales, representará frente a las fuerzas del pasado las fuerzas libres del porvenir, que esperan su hora y la preparan, sabiendo que será la hora de la redención de toda esclavitud.
Y así los órganos centrales que surjan para cada grupo de secciones, para cada grupo de fábricas, para cada ciudad, para cada región, hasta un supremo Consejo Obrero Nacional, seguirán organizándose, intensificando la obra de control, de preparación y de ordenación de la clase entera para fines de conquista y de gobierno.
Sabemos que el camino no será breve ni fácil: surgirán muchas dificultades y se os opondrán, y para superarlas hará falta contribuir con mucha habilidad, tal vez también apelar a la fuerza de la clase organizada, y habrá que estar siempre animados y empujadas a la acción por una gran fe; pero lo que más importa, camaradas, es que los obreros, bajo vuestra guía y la de los que os imiten, consigan la certeza viva de caminar ya, seguros de la meta, por el gran camino del porvenir.
El instrumento de trabajo
[14-II-1920; L. O. N. , 79-84]
La revolución comunista realiza la autonomía del productor en el campo económico y en el campo político. La acción política de la clase obrera (dirigida a instaurar la dictadura, a crear el Estado obrero) no cobra valor histórico real más que cuando es función del desarrollo de condiciones económicas nuevas, ricas en posibilidades y ansiosas de expansión y de consolidación definitiva. Para que la acción política tenga un buen resultado ha de coincidir con una acción económica. La revolución comunista es el reconocimiento histórico de hechos económicos preexistentes que ella misma revela, que ella defiende enérgicamente frente a todo intento reaccionario y que ella convierte en derecho, dándole, esto es, una forma orgánica y una disposición sistemática. Por eso, la construcción de los sóviets políticos comunistas tiene por fuerza que suceder históricamente a un florecimiento y una primera organización de los Consejos de fábrica. El Consejo de fábrica y el sistema de los Consejos de fábrica ensayan y revelan, en primera instancia, las nuevas posiciones que ocupa la clase obrera en el campo de la producción; dan a la clase obrera consciencia de su valor actual, de su real función, de su responsabilidad, de su porvenir. La clase obrera saca las consecuencias de la suma de experiencias positivas personalmente realizadas por los diversos individuos, adquiere la psicología y el carácter de clase dominante y se organiza como tal, es decir, crea el sóviet político, instaura su dictadura.
Los reformistas y los oportunistas expresan a este propósito un juicio muy nebuloso cuando afirman que la revolución depende del grado de desarrollo del instrumento de trabajo. Esa expresión —instrumento de trabajo— es para los reformistas como el genio preso en la lámpara. Son muy aficionados a la frase «nulismo maximalista», se llenan con ella la boca y el cerebro, pero se guardan muy bien de determinarla concretamente, de dar cualquier muestra de sus conocimientos al respecto. ¿Qué quieren decir con la expresión «instrumento de trabajo»? ¿Piensan solo en el objeto material, en la máquina concreta, en la concreta herramienta? ¿Solo en eso o también en las relaciones de organización jerárquica del equipo de obreros que, en una sección, trabaja en torno a una máquina o a un grupo de máquinas? ¿O piensan en la sección entera, con su dispositivo de máquinas más amplio, con su especificación, distinción y organización más amplias? ¿O en la fábrica entera? ¿O en el sistema de fábricas que dependen de una misma firma? ¿O en el sistema de relaciones entre las diversas firmas industriales, o entre una industria y las demás, o entre la industria y la agricultura? ¿O piensan en la posición del Estado en el mundo, con las relaciones entre importación y exportación? ¿O piensan, por último, en todo el complejo de esas múltiples relaciones íntimamente interdependientes que constituyen las condiciones del trabajo y de la producción?
Los reformistas y los oportunistas se abstienen cautamente de toda determinación concreta. Ellos, que se pretenden depositarios de la sabiduría política y de la lámpara del genio, no han estudiado nunca los problemas reales de la clase obrera y de la transformación socialista, han perdido todo contacto físico y espiritual con las masas proletarias y con la realidad histórica, son retóricos locuaces y vacíos, incapaces de cualquier clase de acción y de dar cualquier juicio concreto. Como han perdido todo contacto con la realidad proletaria, se comprende perfectamente que hayan terminado por convencerse, sinceramente y de buena fe, de que la misión de la clase obrera queda cumplida en el momento en que el sufragio universal permita la formación de un gobierno con Turati [18] en la cartera adecuada para dictar una ley que dé a las prostitutas acceso a las urnas o con Enrico Ferri [19] reformando el régimen disciplinario de los manicomios y de los presidios.
¿Se ha desarrollado el «instrumento de trabajo» estos últimos veinte años, en estos últimos diez años, desde el estallido de la guerra hasta el armisticio, desde el armisticio hasta hoy? Los intelectuales reformistas y oportunistas que reivindican la propiedad privada y monopolizada de la interpretación del marxismo han considerado siempre más higiénico jugar a las cartas o intrigar en el Parlamento que estudiar sistemática y profundamente la realidad italiana: así ha ocurrido que el «nulismo» maximalista no dispone ni de un libro acerca del desarrollo de la economía italiana, así ocurre que la clase obrera italiana no puede informarse del desarrollo de las condiciones de la revolución proletaria en Italia, así ha ocurrido que la clase obrera italiana está desarmada ante la interrupción salvaje y descompuesta del susodicho «nulismo», sin seso y sin criterio.
Y, sin embargo, la clase obrera, pese a no contar con la aportación de los intelectuales pequeño-burgueses que han traicionado su misión de educadores y maestros, consigue comprender y valorar el proceso de desarrollo que ha experimentado el instrumento de trabajo, el aparato de producción y de cambio. Las asambleas, las discusiones para la preparación de los Consejos de fábrica, han dado a la educación de la clase obrera más que diez años de lectura de los opúsculos y los artículos escritos por los propietarios de la lámpara del genio. La clase obrera se ha comunicado las experiencias reales de sus diversos componentes y ha hecho de ellas un patrimonio colectivo: la clase obrera se ha educado comunísticamente, con sus propios medios y con sus propios sistemas.
Para constituir el Consejo, cada obrero ha tenido que tomar consciencia de su posición en el campo económico. Se ha sentido primariamente inserto en una unidad elemental, el equipo de sección, y ha sentido que las innovaciones técnicas introducidas en el equipo mecánico han alterado sus relaciones con el técnico: el obrero necesita hoy menos que antes del técnico, del maestro de oficio, y ha adquirido, por tanto, superior autonomía, y puede disciplinarse a sí mismo.
También ha cambiado la figura del técnico: sus relaciones con el industrial se han transformado completamente: ya no es una persona de confianza, un agente de los intereses capitalistas: puesto que el obrero puede prescindir del técnico para una infinidad de actos del trabajo, el técnico como agente disciplinario se hace molesto: el técnico se reduce también él a la condición de productor, relacionado con el capitalista por los nudos y crudos lazos de explotado o explotador. Su psicología se desprende de las incrustaciones pequeño-burguesas y se hace proletaria, se hace revolucionaria. Las innovaciones industriales y la mayor capacidad profesional adquirida permiten al obrero una autonomía mayor, le sitúan en una posición industrial superior. Pero la alteración de las relaciones jerárquicas y de la situación de indispensabilidad no se limita al equipo obrero, a la unidad elemental que da vida a la sección, al taller y a la fábrica.
Cada equipo de trabajadores expresa en la persona del comisario la consciencia unitaria que ha conseguido de su grado de autonomía y autodisciplina en el trabajo, y cobra figura concreta en la sección y en la fábrica. Cada Consejo de fábrica (asamblea de los comisarios) expresa en las personas de los componentes del comité ejecutivo la consciencia unitaria que han conseguido los obreros de toda la fábrica de su posición en el campo industrial. El comité ejecutivo puede comprobar que la figura del director de fábrica ha experimentado el mismo cambio que todo obrero percibe en la del técnico.
La fábrica no es independiente: no existe en la fábrica el empresario-propietario con la capacidad mercantil (estimulada por el interés vinculado a la propiedad privada) de comprar bien las materias primas y vender mejor el objeto fabricado. Estas funciones se han desplazado de la fábrica misma individual al sistema de fábricas poseídas por una misma firma. Aún más: esas funciones se concentran en un banco o un sistema de bancos que han asumido la función real del suministro de materias primas y el acaparamiento de los mercados de venta.
Pero ¿no ha ocurrido que durante la guerra, por las necesidades de la misma, el Estado se ha convertido en suministrador de materias primas para la industria, en distribuidor de las mismas según un plano prefijado, en comprador único de la producción? ¿Dónde ha ido, pues, a esconderse la figura económica del empresario-propietario, del capitán de industria, que es indispensable para la producción, que hace florecer la fábrica con su previsión, con sus iniciativas, con el estímulo del interés individual? Se ha desvanecido, se ha fundido en el proceso de desarrollo del instrumento de trabajo, en el proceso de desarrollo del sistema de relaciones técnicas y económicas que constituyen las condiciones de la producción y del trabajo.
El capitán de industria se ha convertido en barón de industria, y su nido está en los bancos, en los salones, en los pasillos ministeriales y parlamentarios, en las bolsas. El propietario del capital se ha convertido en una rama seca en el campo de la producción. Como ya no es indispensable, como sus funciones históricas se han atrofiado, se convierte en un mero agente de policía, y pone directamente sus «derechos» en las manos del Estado para que este los defienda sin piedad.
El Estado se convierte así en propietario único del instrumento de trabajo, asume todas las funciones tradicionales del empresario, se transforma en una máquina impersonal que compra y distribuye las materias primas, que impone un plano de producción, que compra los productos y los distribuye: el Estado burgués de los burócratas incompetentes e irrevocables: el Estado de los politicastros, de los aventureros, de los sinvergüenzas. Consecuencias: aumento de la fuerza armada policíaca, aumento caótico de la burocracia incompetente, intento de absorber a todos los descontentos de la pequeña burguesía ávida de ocio, y creación, con esa finalidad, de organismos parasitarios hasta el infinito.
Aumenta morbosamente el número de los que no producen, superando todos los límites admisibles por la potencialidad del aparato de producción. Se trabaja y no se produce, se trabaja afanosamente y la producción disminuye sin parar, porque se ha abierto un abismo enorme, unas fauces gigantescas que engullen y aniquilan el trabajo, la productividad. Las horas no pagadas del trabajo obrero no sirven ya para incrementar la riqueza de los capitalistas: sirven para alimentar la avidez de la ilimitada muchedumbre de los agentes, los funcionarios, los ociosos, y para alimentar a los que trabajan directamente para esa turba de inútiles parásitos. Y nadie es responsable, y nadie puede ser castigado: siempre y en todas partes está el Estado burgués, con su fuerza armada, el Estado burgués se ha convertido en gerente de un instrumento de trabajo que se descompone, que se rompe, que se hipoteca y se venderá subastado en el mercado internacional de los trastos viejos desgastados e inútiles…
Así se ha desarrollado el instrumento de trabajo, el sistema de las relaciones económicas y sociales. La clase obrera ha conseguido un altísimo grado de autonomía en el campo de la producción porque el desarrollo de la técnica industrial y comercial ha suprimido todas las funciones útiles características de la propiedad privada, de la persona del capitalista.
La persona del propietario privado, automáticamente expulsada del campo inmediato de la producción, se ha refugiado en el poder del Estado, monopolizador de la destilación del beneficio. La fuerza armada mantiene a la clase obrera en una esclavitud política y económica ya antihistórica, fuente de descomposición y de ruina. La clase obrera cierra filas en torno a las máquinas, crea sus instituciones representativas como función del trabajo, como función de la autonomía conquistada, de la conseguida consciencia de autogobierno. El Consejo de fábrica es la base de sus experiencias positivas, de la toma de posesión del instrumento de trabajo, es la base sólida del proceso que ha de culminar en la dictadura, en la conquista del poder del Estado que se orientará a la destrucción del caos, de la gangrena que amenaza con sofocar la sociedad de los hombres, que ya corrompe y disuelve la sociedad de los hombres.
Por una renovación del Partido Socialista
[8-V-1920; L. O. N. , 116-123]
La fisionomía de la lucha de clases se caracteriza en Italia, en el momento actual, por el hecho de que los obreros industriales y agrícolas están incoerciblemente determinados, en todo el territorio nacional, a plantear de modo explícito y violento la cuestión de la propiedad de los medios de producción. La agravación de las crisis nacionales e internacionales que destruyen progresivamente el valor de la moneda prueba que el capital ha llegado a una situación extrema; el actual orden de producción y distribución no consigue ya satisfacer ni siquiera las exigencias elementales de la vida humana, y se mantiene solo porque está ferozmente defendido por la fuerza armada del Estado burgués; todos los movimientos del pueblo trabajador italiano tienden irresistiblemente a realizar una gigantesca revolución económica que introduzca nuevos modos de producción, un orden nuevo en el proceso productivo y distributivo, que dé a la clase de los obreros industriales y agrícolas el poder de iniciativa en la producción, arrancándoselo de las manos a los capitalistas y a los terratenientes.
Los industriales y los terratenientes han realizado una concentración máxima de la disciplina y de la potencia de clase: una orden lanzada por la Confederación General de la Industria italiana se realiza inmediatamente en cada fábrica. El Estado burgués ha creado un cuerpo armado mercenario dispuesto para funcionar como instrumento ejecutivo de la voluntad de esa nueva y fuerte organización de la clase propietaria, la cual tiende, por medio del lock-out aplicado en gran escala y del terrorismo, a restaurar su poder sobre los medios de producción, obligando a los obreros y a los campesinos a dejarse expropiar de una multiplicada cantidad de trabajo no pagado. El último lock-out de los establecimientos metalúrgicos de Turín ha sido un episodio de esa voluntad de los industriales de pisar la nuca de la clase obrera; los industriales han aprovechado la falta de coordinación y de concentración revolucionaria de las fuerzas obreras italianas para intentar destruir la organización del proletariado turinés y aniquilar en la consciencia de los proletarios el prestigio y la autoridad de las instituciones de fábrica (consejos y comisarios de sección) que habían empezado la lucha por el control obrero. La prolongación de las huelgas agrícolas en las regiones de Novara y la Lomellina prueba que los propietarios de la tierra están dispuestos a destruir la producción con tal de llevar al hambre y a la desesperación al proletariado agrícola y subyugarlo implacablemente bajo las condiciones de trabajo y existencia más duras y humillantes.
La fase actual de la lucha de clases en Italia es la fase que precede a la conquista del poder político por el proletariado revolucionario, mediante el paso a nuevos modos de producción y de distribución que permitan una recuperación de la productividad, o bien a una tremenda reacción de la clase propietaria y de la casta de gobierno. Ninguna violencia dejará de aplicarse para someter el proletariado industrial y agrícola a un trabajo de siervos; se intentará destruir inexorablemente los organismos de lucha política de la clase obrera (Partido Socialista) e incorporar los organismos de resistencia económica (los sindicatos y las cooperativas) al sistema de engranajes del Estado burgués.
Las fuerzas obreras y campesinas carecen de coordinación y de concentración revolucionaria porque los organismos directivos del Partido Socialista han mostrado que no entienden absolutamente nada de la fase de desarrollo que atraviesa en el periodo actual la historia nacional e internacional, y que no comprenden nada de la misión que incumbe a los organismos de lucha del proletariado revolucionario. El Partido Socialista asiste como espectador al desarrollo de los acontecimientos, no tiene nunca opinión propia que formular en dependencia de las tesis revolucionarias del marxismo y de la Internacional Comunista, no lanza ninguna consigna que puedan recoger las masas y que pueda dar una dirección general, unificar y concentrar la acción revolucionaria. El Partido Socialista, como organización política de la parte de vanguardia de la clase obrera, debería realizar una acción de conjunto capaz de situar a toda la clase obrera en condiciones de lograr la revolución y vencer de un modo duradero. El Partido Socialista, constituido por la parte de la clase obrera que no se ha dejado deprimir ni postrar por la opresión física y espiritual del sistema capitalista, sino que ha conseguido salvar su autonomía y su espíritu de iniciativa consciente y disciplinada, debería encarnar la consciencia revolucionaria vigilante de toda la clase explotada. Su tarea consiste en atraer la atención de toda la masa, en obtener que sus directivas sean directivas de toda la masa, en conquistar la confianza permanente de toda la masa, para convertirse en su guía y cabeza reflexiva. Por eso es necesario que el partido viva siempre sumergido en la efectiva realidad de la lucha de clases desarrollada por el proletariado industrial y agrícola, que sepa comprender las diversas fases, los diversos episodios, las múltiples manifestaciones de esa lucha, con objeto de precisar la unidad de la diversidad múltiple, con objeto de poder dar una dirección real al conjunto de los movimientos e infundir en las masas la convicción de que hay un orden inmanente al espantoso desorden actual, un orden que, una vez organizado, regenerará la sociedad de los hombres y hará que el instrumento de trabajo sea adecuado para satisfacer las exigencias de la vida elemental y del proceso civil. Incluso después del Congreso de Bolonia, el Partido Socialista ha seguido siendo un partido meramente parlamentario, que se mantiene inmóvil dentro de los estrechos límites de la democracia burguesa, que se preocupa solo de las superficiales afirmaciones políticas de la casta de gobierno; no ha adquirido una figura autónoma de partido característica del proletariado revolucionario y solo del proletariado revolucionario.
Después del Congreso de Bolonia los organismos centrales del partido habrían tenido que empezar inmediatamente y desarrollar hasta el final una enérgica acción para homogeneizar y cohesionar la formación revolucionaria del partido, para dar a este la fisionomía específica y propia del Partido Comunista adherido a la III Internacional. La polémica con los reformistas y los oportunistas no se empezó siquiera: ni la dirección del partido ni el Avanti! contrapusieron una concepción revolucionaria a la incesante propaganda que desarrollan los reformistas y los oportunistas en el Parlamento y en los organismos sindicales. Los órganos centrales del partido no hicieron nada por dar a las masas una educación política en sentido comunista, por inducir a las masas a eliminar a los reformistas y a los oportunistas de la dirección de las instituciones sindicales y cooperativas, por dar a las diversas secciones y grupos del partido que eran más activos una orientación y una táctica unificadas. Así ha ocurrido que mientras la mayoría revolucionaria del partido no ha podido expresar su pensamiento ni ha tenido ejecutores de su voluntad en la dirección ni en el periódico, los elementos oportunistas, en cambio, se han organizado sólidamente y han aprovechado el prestigio y la autoridad del partido para consolidar sus posiciones parlamentarias y sindicales. La dirección les ha permitido concentrarse y votar resoluciones contradictorias de los principios y la táctica de la III Internacional y hostiles a la orientación del partido; la dirección ha dejado autonomía absoluta a organismos subordinados, los cuales han desarrollado acciones y han difundido concepciones contrarias a los principios y a la táctica de la III Internacional; la dirección del partido ha estado sistemáticamente ausente de la vida y de la actividad de las secciones, de los organismos, de los diversos compañeros. La confusión que existía en el partido antes del Congreso de Bolonia y que podía explicarse por el régimen de guerra no ha desaparecido, sino que incluso ha aumentado de una manera espantosa; es natural que en esas condiciones el partido haya decaído en la confianza de las masas, y que en muchos lugares hayan intentado imponerse las tendencias anarquistas. El partido político de la clase obrera se justifica solo en la medida en que, centralizando y coordinando enérgicamente la acción proletaria, contrapone un poder revolucionario de hecho al poder legal del Estado burgués y limita la libertad de iniciativa y de maniobra de este; si el partido no realiza la unidad y la simultaneidad de los esfuerzos, si el partido resulta ser un mero organismo burocrático, sin alma y sin voluntad, la clase obrera tiende instintivamente a constituir otro partido y se desplaza hacia las tendencias anarquistas, las cuales se dedican precisamente siempre a criticar ásperamente la centralización y el funcionarismo de los partidos políticos.
El partido ha estado ausente del movimiento internacional. La lucha de clases va tomando en todos los países del mundo formas gigantescas; los proletarios oyen en todas partes la exhortación a renovar sus métodos de lucha, y a menudo, como en Alemania tras el golpe de fuerza militar, a levantarse con las armas en la mano. El partido no se preocupa por explicar al pueblo trabajador italiano esos acontecimientos, por justificarlos a la luz de la concepción de la Internacional comunista, no se ocupa de desarrollar toda una acción educativa orientada a dar consciencia al pueblo trabajador italiano de la verdad, de que la revolución proletaria es un fenómeno mundial y de que cada acaecimiento tiene que considerarse y juzgarse en un cuadro mundial. La III Internacional se ha reunido ya dos veces en Europa Occidental, en diciembre de 1919 en una ciudad alemana y en febrero de 1920 en Ámsterdam: el partido italiana no estuvo representado en ninguna de esas dos reuniones; los militantes del partido no han sido siquiera informados por los organismos centrales acerca de las discusiones ocurridas ni de las resoluciones tomadas por las dos conferencias. En el campo de la III Internacional hierven las polémicas acerca de la doctrina y la táctica de la Internacional comunista: esas polémicas han llevado a veces (como en Alemania) a escisiones internas. El partido italiano está completamente al margen de ese floreciente debate ideal en el cual se templan las consciencias revolucionarias y se construye la unidad espiritual y de acción del proletariado de todos los países. El órgano central del partido no tiene corresponsales ni en Francia, ni en Inglaterra, ni en Alemania, ni siquiera en Suiza: rara situación para el periódico del partido socialista, que representa en Italia los intereses del proletariado internacional, y rara situación la provocada para la clase obrera italiana, que tiene que informarse por las noticias de las agencias y de los periódicos burgueses, truncas y tendenciosas. El Avanti! , como órgano del partido, tendría que ser el órgano de la III Internacional; en el Avanti! deberían encontrarse todas las noticias, las polémicas, los estudios de problemas proletarios que interesan a la III Internacional; en el Avanti! habría que llevar a cabo, con espíritu unitario, una polémica constante contra todas las desviaciones y los compromisos oportunistas; el Avanti! , en cambio, resalta manifestaciones del pensamiento oportunista, como el reciente discurso parlamentario del diputado Treves, basado en una concepción pequeño-burguesa de las relaciones internacionales para desarrollar una teoría contrarrevolucionaria y derrotista de las energías proletarias. Esta carencia de preocupación de los órganos centrales por informar al proletariado de los acontecimientos y de las discusiones teóricas que se desarrollan en la III Internacional puede observarse también en la actividad de la Librería-Editorial del partido. La librería sigue publicando opúsculos sin importancia o escritos para difundir concepciones y opiniones propias de la II Internacional, mientras que ignora las publicaciones de la III Internacional. Escritos de camaradas rusos absolutamente imprescindibles para comprender la revolución bolchevique se han traducido en Suiza, en Inglaterra, en Alemania, y son ignorados en Italia: valga como ejemplo por todos el volumen de Lenin Estado y Revolución ; los opúsculos de la III Internacional que se publican están, además, traducidos pésimamente y son a menudo incomprensibles por los retorcimientos de la gramática y del sentido común.
Resulta ya del análisis precedente cuál es la obra de renovación y de organización que consideramos indispensable en el partido. El partido tiene que adquirir una figura precisa y clara: de partido parlamentario pequeño-burgués tiene que convertirse en partido del proletariado revolucionario que lucha por el porvenir de la sociedad comunista a través del Estado obrero; partido homogéneo, cohesionado, con su doctrina, su táctica y una disciplina rígida e implacable. Los que no son comunistas revolucionarios tienen que ser eliminados del partido, y la dirección, liberada de la preocupación de conservar la unidad y el equilibrio entre las diversas tendencias y entre los diversos leaders , debe dirigir toda su energía a la organización de las fuerzas obreras en un dispositivo de guerra. Todo acontecimiento de la vida proletaria nacional e internacional tiene que comentarse inmediatamente en manifiestos y circulares de la dirección, para obtener argumentos de propaganda comunista y de educación de las consciencias revolucionarias. La dirección, manteniéndose siempre en contacto con las secciones, debe convertirse en centro motor de la acción proletaria en todas sus manifestaciones. Las secciones deben promover en todas las fábricas, en los sindicatos, en las cooperativas, en los cuarteles, la formación de grupos comunistas que difundan constantemente entre las masas las concepciones y la táctica del partido, que organicen la creación de Consejos de fábrica para el ejercicio del control de la producción industrial y agrícola, que desarrollen la propaganda necesaria para conquistar orgánicamente los sindicatos, las Cámaras del Trabajo y la Confederación General del Trabajo, para convertirse en los elementos de confianza que las masas delegarán para formar Sóviets políticos y para ejercer la dictadura proletaria. La existencia de un Partido Comunista cohesionado y fuertemente disciplinado, que coordine y concentre en su Comité Ejecutivo central toda la acción revolucionaria del proletariado, a través de sus núcleos de fábrica, de sindicato, de cooperativa, es la condición fundamental e indispensable para intentar cualquier experimento de sóviet; a falta de esa condición, toda propuesta de experimento debe rechazarse por absurda y útil solo para los difamadores de la idea soviética. Del mismo modo hay que rechazar la propuesta del pequeño parlamento socialista, el cual se convertiría pronto en un instrumento en manos de la mayoría reformista y oportunista del grupo parlamentario para difundir utopías democráticas y proyectos contrarrevolucionarios.
La dirección debe estudiar, redactar y difundir inmediatamente un programa de gobierno revolucionario del Partido Socialista en el que se propongan las soluciones reales que el proletariado, convertido en clase revolucionaria, dará a todos los problemas esenciales —económicos, políticos, religiosos, educativos, etc.— que acosan a los diversos estratos de la población trabajadora italiana. Basándose en la concepción de que el partido funda su potencia y su acción solo en la clase de los obreros industriales y agrícolas que no tienen ninguna propiedad privada, y considera a los demás estratos del pueblo trabajador como auxiliares de la clase estrictamente proletaria, el partido debe lanzar un manifiesto en el cual plantee explícitamente la conquista revolucionaria del poder político, en el cual se invite al proletariado industrial y agrícola a prepararse y armarse y se indiquen los elementos de las soluciones comunistas a los problemas actuales: control obrero de la producción y la distribución, desarme de los cuerpos armados mercenarios, control de los ayuntamientos por las organizaciones obreras.
La sección socialista de Turín se propone promover, sobre la base de esas consideraciones, un acuerdo con los grupos de camaradas de todas las secciones que quieran constituirse para discutirlas y aprobarlas; acuerdo organizado que prepare en plazo breve un congreso dedicado a discutir los problemas de táctica y de organización proletaria y que controle al mismo tiempo la actividad de los organismos ejecutivos del partido.
El Consejo de fábrica
[5-VI-1920; L. O. N. , 123-127]
La revolución proletaria no es el acto arbitrario de una organización que se afirme revolucionaria, ni de un sistema de organizaciones que se afirmen revolucionarias. La revolución proletaria es un larguísimo proceso histórico que se realiza con el nacimiento y el desarrollo de determinadas fuerzas productivas (que nosotros resumimos con la expresión «proletariado») en un determinado ambiente histórico (que resumimos con las expresiones «modo de propiedad individual, modo de producción capitalista, sistema de fábrica o fabril, modo de organización de la sociedad en el Estado democrático-parlamentario»). En una fase determinada de ese proceso las fuerzas productivas nuevas no pueden ya desarrollarse y organizarse de modo autónomo en los esquemas oficiales en los que discurre la convivencia humana; en esa determinada fase se produce el acto revolucionario, el cual consiste en un esfuerzo tendente a destruir violentamente esos esquemas, a destruir todo el aparato de poder económico en el que las fuerzas productivas revolucionarias estaban oprimidas y contenidas; un esfuerzo tendente a romper la máquina del Estado burgués y a constituir un tipo de Estado en cuyos esquemas las fuerzas productivas liberadas hallen la forma adecuada para su ulterior desarrollo, para su ulterior expansión, y en cuya organización encuentren la defensa y las armas necesarias y suficientes para suprimir a sus adversarias.
El proceso real de la revolución proletaria no puede identificarse con el desarrollo y la acción de las organizaciones revolucionarias de tipo voluntario y contractual, como son el partido político y los sindicatos de oficio, organizaciones nacidas en el campo de la democracia burguesa, nacidas en el campo de la libertad política como afirmación y como desarrollo de la libertad política. Estas organizaciones, en cuanto encarnan una doctrina que interpreta el proceso revolucionario y prevé su desarrollo (dentro de ciertos límites de probabilidad histórica), en cuanto son reconocidas por las grandes masas como un reflejo suyo y un embrional aparato de gobierno suyo, son ya, y lo serán cada vez más, los agentes directos y responsables de los sucesivos actos de liberación que intentará realizar la entera clase trabajadora en el curso del proceso revolucionario. Pero, a pesar de eso, dichas organizaciones no encarnan ese proceso, no rebasan el Estado burgués, no abarcan ni pueden abarcar toda la múltiple agitación de fuerzas revolucionarias que desencadena el capitalismo con su proceder implacable de máquina de explotación y opresión.
En el periodo de predominio económico y político de la clase burguesa, el desarrollo real del proceso revolucionario ocurre subterráneamente, en la oscuridad de la fábrica y en la oscuridad de la consciencia de las multitudes inmensas que el capitalismo somete a sus leyes; no es un proceso controlable y documentable; lo será en el futuro, cuando los elementos que lo constituyen (los sentimientos, las veleidades, las costumbres, los gérmenes de iniciativa y de moral) se hayan desarrollado y purificado con el desarrollo de la sociedad, con el desarrollo de las posiciones que la clase obrera va ocupando en el campo de la producción. Las organizaciones revolucionarias (el partido político y el sindicato de oficio) han nacido en el campo de la libertad política, en el campo de la democracia burguesa, como afirmación y desarrollo de la libertad y de la democracia en general, en un campo en el que subsisten las relaciones de ciudadano a ciudadano; el proceso revolucionario se realiza en el campo de la producción, en la fábrica, donde las relaciones son de opresor a oprimido, de explotador a explotado, donde no hay libertad para el obrero ni existe la democracia; el proceso revolucionario se realiza allí donde el obrero no es nadie y quiere convertirse en el todo, allí donde el poder del propietario es ilimitado, poder de vida o muerte sobre el obrero, sobre la mujer del obrero, sobre los hijos del obrero.
¿Cuándo decimos que el proceso histórico de la revolución obrera, que es inmanente a la convivencia humana en régimen capitalista, que tiene en sí mismo sus leyes y se desarrolla necesariamente por la confluencia de una multiplicidad de acciones incontrolables por debidas a una situación no querida por el proletario, cuándo decimos que el proceso histórico de la revolución proletaria ha salido a la luz, se ha hecho controlable y documentable?
Lo decimos cuando toda la clase obrera se ha hecho revolucionaria no ya en el sentido de que rechace genéricamente la colaboración con las instituciones de gobierno de la clase burguesa, ni tampoco solo en el sentido de que represente una oposición en el campo de la democracia, sino en el sentido de que toda la clase obrera, tal como se encuentra en la fábrica, comienza una acción que tiene que desembocar necesariamente en la fundación de un Estado obrero, que tiene que conducir necesariamente a configurar la sociedad humana de una forma absolutamente original, de una forma universal que abarca toda la Internacional obrera y, por tanto, toda la humanidad. Y decimos que el periodo actual es revolucionario precisamente porque comprobamos que la clase obrera tiende a crear, en todas las naciones, tiende con todas sus energías —aunque sea entre errores, vacilaciones, timideces propias de una clase oprimida que no tiene experiencia histórica, que tiene que hacerlo todo de modo original— a engendrar de su seno instituciones de tipo nuevo en el campo obrero, instituciones de base representativa, construidas según un esquema industrial; decimos que el periodo actual es revolucionario porque la clase obrera tiende con todas sus fuerzas, con toda su voluntad, a fundar su Estado. Por eso decimos que el nacimiento de los Consejos de fábrica representa un grandioso acontecimiento histórico, representa el comienzo de una nueva Era de la historia del género humano: con ese nacimiento el proceso revolucionario ha salido a la luz y ha entrado en la fase en la cual puede ser controlado y documentado.
En la fase liberal del proceso histórico de la clase burguesa y de la sociedad dominada por la clase burguesa, la célula elemental del Estado era el propietario que en la fábrica somete a la clase obrera según su beneficio. En la fase liberal el propietario era también empresario industrial: el poder industrial, la fuente del poder industrial, estaba en la fábrica, y el obrero no conseguía liberarse la consciencia de la convicción de la necesidad del propietario, cuya persona se identificaba con la persona del industrial, con la persona del gestor responsable de la producción, y, por tanto, también de su salario, de su pan, de su ropa y de su techo.
En la fase imperialista del proceso histórico de la clase burguesa, el poder industrial de cada fábrica se desprende de la fábrica y se concentra en un trust , en un monopolio, en un banco, en la burocracia estatal. El poder industrial se hace irresponsable y, por tanto, más autocrático, más despiadado, más arbitrario; pero el obrero, liberado de la sugestión del «jefe», liberado del espíritu servil de jerarquía, movido por las nuevas condiciones generales en que se encuentra la sociedad por la nueva fase histórica, el obrero consigue inapreciables conquistas de autonomía y de iniciativa.
En la fábrica, la clase obrera llega a ser un determinado «instrumento de producción» en una determinada constitución orgánica; cada obrero pasa «casualmente» a formar parte de ese cuerpo constituido; casualmente por lo que hace a su voluntad, pero no por lo que hace a su destino en el trabajo, puesto que representa una determinada necesidad del proceso de trabajo y de producción, y solo por eso encuentra empleo y puede ganarse el pan: cada obrero es un engranaje de la máquina-división del trabajo, de la clase obrera que se determina en un instrumento de producción. Si el obrero consigue conciencia clara de esa su «necesidad determinada» y la pone en la base de un aparato representativo de tipo estatal (o sea, no voluntario, no contractualista, no mediante carné, sino absoluto, orgánico, pegado a una realidad que es necesario reconocer si uno quiere asegurarse el pan, la ropa, el techo, la producción industrial), si el obrero, si la clase obrera, hacen eso, hacen al mismo tiempo una cosa grandiosa, comienzan una historia nueva, comienzan la era de los Estados obreros que confluirán en la formación de la sociedad comunista, del mundo organizado sobre la base y según el tipo del gran taller mecánico, de la Internacional Comunista, en la cual cada pueblo, cada parte de humanidad, cobra figura en la medida en que ejercita una determinada producción preeminente, y no ya en cuanto está organizada en forma de Estado y tiene determinadas fronteras.
En realidad, al constituir ese aparato representativo la clase obrera realiza la expropiación de la primera máquina, del instrumento de producción más importante: la clase obrera misma, que ha vuelto a encontrarse, que ha conseguido consciencia de su unidad orgánica y que se contrapone unitariamente al capitalismo. La clase obrera afirma así que el poder industrial, la fuente del poder industrial, tiene que volver a la fábrica, y asienta de nuevo la fábrica, desde el punto de vista obrero, como la forma en la cual la clase obrera se constituye en cuerpo orgánico determinado, como célula de un nuevo Estado, el Estado obrero, y como base de un nuevo sistema representativo, el sistema de los Consejos. El Estado obrero, por nacer según una configuración productiva, crea ya las condiciones de su desarrollo, de su disolución como Estado, de su incorporación orgánica a un sistema mundial, la Internacional Comunista.
Del mismo modo que hoy, en el consejo de un gran taller mecánico, cada equipo de trabajo (de oficio) se amalgama desde el punto de vista proletario con los demás equipos de una sección, y cada momento de la producción industrial se funde, desde el punto de vista del proletariado, con los demás momentos y pone de relieve el proceso productivo, así también en el mundo el carbón inglés se funde con el petróleo ruso, el cereal siberiano con el azufre de Sicilia, el arroz de Vercelli con la madera de Estiria… en un organismo único sometido a una administración internacional que gobierna la riqueza del globo en nombre de la humanidad entera. En este sentido el Consejo obrero de fábrica es la primera célula de un proceso histórico que tiene que culminar en la Internacional Comunista, no ya como organización política del proletariado revolucionario, sino como reorganización de la economía mundial y como reorganización de toda la convivencia humana, nacional y mundial. Toda acción revolucionaria actual tiene un valor, es históricamente real, en la medida en que coincide con ese proceso, en la medida en que es y se concibe como un acto de liberación de ese proceso respecto de las sobreestructuras burguesas que lo frenan y lo constriñen.
Las relaciones que debe haber entre el partido político y el Consejo de fábrica, entre el sindicato y el Consejo de fábrica se desprenden ya implícitamente de esa exposición: el partido y el sindicato no han de situarse como tutores o sobreestructuras ya constituidas de esa nueva institución en la que cobra forma histórica controlable el proceso histórico de la revolución, sino que deben ponerse como agentes conscientes de su liberación respecto de las fuerzas de compresión que se concentran en el Estado burgués; tienen que proponerse organizar las condiciones externas generales (políticas) en las cuales pueda alcanzar la velocidad mayor el proceso de la revolución, en las cuales encuentren su expansión máxima las fuerzas productivas liberadas.
El movimiento turinés de los Consejos de fábrica
(Informe enviado al Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista en julio de 1920)
[Julio de 1920, 14-III-1921 ; L. O. N. , 176-186]
Uno de los miembros de la delegación italiana, recién regresado de la Rusia soviética, contó a los obreros de Turín que la tribuna dispuesta para acoger a la delegación en Kronstadt estaba adornada con la siguiente inscripción: «¡Viva la huelga general de Turín de abril de 1920!».
Los obreros oyeron esa noticia con mucho gusto y gran satisfacción. La mayor parte de los componentes de la delegación italiana que fue a Rusia habían sido contrarios a la huelga general de abril. Sostenían en sus artículos contra la huelga que los obreros turineses habían sido víctimas de una ilusión y habían sobrestimado la importancia de la huelga.
Por eso los obreros turineses se informaron complacidamente del acto de simpatía de los camaradas de Kronstadt, y se dijeron: «Nuestros camaradas comunistas rusos han comprendido y estimado la importancia de la huelga de abril mejor que los oportunistas italianos, dando así a estos últimos una buena lección».
La huelga de abril [20]
El movimiento turinés de abril fue, en efecto, un acontecimiento grandioso, no solo en la historia del proletariado italiano, sino en la del europeo y hasta, podemos decirlo, en la historia del proletariado de todo el mundo.
Por primera vez en la historia se dio efectivamente el caso de un proletariado que se lanza a la lucha por el control de la producción sin ser movido a esa acción por el hambre ni por el paro. Además, no fue solo una minoría, una vanguardia de la clase obrera, la que emprendió la lucha, sino la masa entera de los trabajadores de Turín, que entró en liza y llevó adelante la lucha, sin preocuparse por las privaciones y los sacrificios, hasta el final.
Los metalúrgicos estuvieron en huelga un mes, y las demás categorías, diez días.
La huelga general de los últimos diez días se extendió por todo el Piamonte, movilizando, aproximadamente, a medio millón de obreros industriales y agrícolas, y afectó, por tanto, casi a cuatro millones de habitantes.
Los capitalistas italianos organizaron todas sus fuerzas para sofocar el movimiento obrero turinés; todos los medios del Estado burgués se pusieron a su disposición, mientras que los obreros sostuvieron la lucha solos, sin ayuda alguna ni de la dirección del Partido Socialista ni de la Confederación General del Trabajo. Aún más: los dirigentes del Partido y de la Confederación se burlaron de los trabajadores de Turín e hicieron todo lo posible para apartar a los trabajadores y a los campesinos italianos de toda acción revolucionaria con la que quisieran manifestar su solidaridad con los hermanos turineses y prestarles una ayuda eficaz.
Pero los obreros de Turín no perdieron los ánimos. Soportaron todo el peso de la reacción capitalista, observaron disciplina hasta el último momento y siguieron, también después de la derrota, fieles a la bandera del comunismo y de la revolución mundial.
Anarquistas y sindicalistas
La propaganda de los anarquistas y sindicalistas contra la disciplina de partido y contra la dictadura del proletario no tuvo influencia alguna en las masas, ni siquiera cuando, a causa de la traición de los dirigentes, la huelga terminó con una derrota. Los trabajadores turineses juraron, por el contrario, intensificar la lucha revolucionaria y sostenerla en dos frentes: por una parte, contra la burguesía victoriosa, por otra, contra los jefes traidores.
La consciencia y la disciplina revolucionarias que han demostrado las masas turinesas tienen su base histórica en las condiciones económicas y políticas en las que se ha desarrollado la lucha de clases en Turín.
Turín es un centro de carácter estrictamente industrial. Casi tres cuartas partes de la población, que cuenta medio millón de habitantes, se componen de obreros; los elementos pequeño-burgueses son una cantidad ínfima. En Turín, además, hay una masa compacta de empleados y técnicos organizados en los sindicatos y adheridos a la Cámara del Trabajo. Durante todas las grandes huelgas han estado al lado de los obreros y han adquirido, por tanto —la mayor parte al menos, si no todos—, la psicología del verdadero proletariado en lucha contra el capital, por la revolución y el comunismo.
La producción industrial
Vista desde fuera, la producción industrial turinesa está perfectamente centralizada y es homogénea. Ocupa el primer lugar la industria metalúrgica, con unos cincuenta mil obreros y diez mil empleados y técnicos. Solo en los talleres Fiat trabajan treinta y cinco mil obreros, empleados y técnicos; en las fábricas principales de esa empresa están empleados dieciséis mil obreros que construyen automóviles de todas clases con los sistemas más modernos y perfeccionados.
La producción de automóviles es la característica de la industria metalúrgica turinesa. La mayor parte de la clase obrera está formada por obreros calificados y técnicos, los cuales no tienen, sin embargo, la mentalidad pequeño-burguesa de los obreros calificados de otros países, por ejemplo, de Inglaterra.
La producción automovilística, que ocupa el primer lugar en la industria metalúrgica, ha subordinado a sí misma otras ramas de la producción, como la industria de la madera y la de la goma.
Los metalúrgicos forman la vanguardia del proletariado turinés. Dadas las particularidades de esa industria, todo movimiento de sus obreros se convierte en un movimiento general de masas y asume un carácter político y revolucionario, aunque al principio no persiguiera más que objetivos sindicales.
Turín no posee más que una organización sindical importante, con noventa mil miembros, que es la Cámara del Trabajo. Los grupos anarquistas y sindicalistas existentes no tienen casi ninguna influencia en la masa obrera, la cual se sitúa firme y resueltamente al lado de la sección del Partido Socialista, compuesta en su mayor parte por obreros comunistas.
El movimiento comunista dispone de las siguientes organizaciones de combate: la sección del partido, con mil quinientos miembros, veintiocho círculos con diez mil socios y veintitrés organizaciones juveniles con dos mil socios.
En cada empresa existe un grupo comunista permanente con dirección propia. Los diversos grupos se unen según la posición topográfica de su empresa en grupos de barrio, los cuales se orientan por un comité directivo situado en la sección del partido; esta concentra así en sus manos todo el movimiento comunista de la ciudad y la dirección de la masa obrera.
Turín, capital de Italia
Antes de la revolución burguesa que creó la actual ordenación de la burguesía en Italia, Turín era la capital de un pequeño estado que comprendía el Piamonte, la Liguria y Cerdeña. En aquella época predominaban en Turín la pequeña industria y el comercio.
Después de la unificación del Reino de Italia y el traslado de la capitalidad a Roma, pareció que Turín se viera en peligro de perder su importancia. Pero la ciudad superó en poco tiempo la crisis económica y se convirtió en uno de los centros industriales más importantes de Italia. Puede decirse que Italia tiene tres capitales: Roma como centro administrativo del Estado burgués, Milán como centro comercial y financiero del país (todos los bancos, las oficinas comerciales y los institutos financieros están concentrados en Milán) y, por último, Turín como centro industrial, en el cual la producción de industria ha conseguido su grado de desarrollo más alto. Al trasladarse a Roma la capitalidad emigró de Turín toda la burguesía intelectual pequeña y media, la cual suministró al nuevo Estado burgués el personal administrativo necesario para su funcionamiento; el desarrollo de la gran industria atrajo, en cambio, a Turín a la flor de la clase obrera italiana. El proceso de desarrollo de esta ciudad es interesantísimo desde el punto de vista de la historia italiana y de la revolución proletaria en Italia.
El proletariado turinés se convirtió así en el dirigente espiritual de las masas obreras italianas, que están vinculadas con esta ciudad por múltiples lazos: parentesco, tradición, historia; y por lazos espirituales (el ideal de todo obrero italiano es poder trabajar en Turín).
Todo eso explica por qué las masas obreras de toda Italia deseaban, incluso contra la voluntad de los jefes, manifestar su solidaridad con la huelga general de Turín: ellas ven en esta ciudad el centro, la capital de la revolución comunista, el Petrogrado de la revolución proletaria italiana.
Dos insurrecciones armadas
Durante la guerra imperialista de 1914-1918 , Turín vio dos insurrecciones armadas: la primera, que estalló en mayo de 1915, tenía el objeto de impedir la intervención de Italia en la guerra contra Alemania (en esta ocasión fue saqueada la Casa del Pueblo); la segunda insurrección, en agosto de 1917, tuvo el carácter de una lucha revolucionaria armada a gran escala.
La noticia de la Revolución de marzo [21] en Rusia fue acogida en Turín con una alegría indescriptible. Los obreros lloraban de emoción al recibir la noticia de que el zar había sido derrocado por los trabajadores de Petrogrado. Pero los trabajadores turineses no se dejaron burlar por la fraseología demagógica de Kérenski y los mencheviques. Cuando, en julio de 1917 llegó a Turín la delegación enviada por el Sóviet de Petrogrado a la Europa occidental, los delegados Smirnov y Goldenberg, que se presentaron ante una muchedumbre de cincuenta mil obreros, fueron acogidos con ensordecedores gritos de «¡Viva Lenin! ¡Vivan los bolcheviques!».
Goldemberg no quedó demasiado satisfecho de aquella acogida; no conseguía comprender cómo habla podido el camarada Lenin conseguir tanta popularidad entre los obreros turineses. Y no hay que olvidar que ese episodio ocurrió tras la represión del levantamiento bolchevique de julio, ni que la prensa burguesa italiana estaba frenética contra Lenin y los bolcheviques, denunciándolos como bandidos, intrigantes, agentes y espías del imperialismo alemán.
Desde el principio de la entrada de Italia en guerra (24 de mayo de 1915), el proletariado turinés no había hecho ninguna manifestación de masas.
Barricadas, trincheras, alambradas
La imponente concentración celebrada en honor de los delegados del Sóviet de Petrogrado marco el comienzo de un nuevo periodo de movimientos de masas. Antes de un mes los trabajadores turineses se levantaban con las armas en la mano contra el imperialismo y el militarismo italiano. La insurrección estalló el 23 de agosto de 1917. Durante cinco días, los obreros combatieron en las calles de la ciudad. Los insurrectos, que disponían de fusiles, granadas y ametralladoras, consiguieron incluso ocupar algunos barrios de la ciudad e intentaron tres o cuatro veces apoderarse del centro, donde se encontraban las instituciones gubernativas y los puestos de mando militares.
Pero los dos años de guerra y de reacción habían debilitado la antes fuerte organización del proletariado, y los obreros, inferiormente armados, fueron vencidos. En vano esperaron un apoyo de los soldados; estos se dejaron engañar por la insinuación de que la insurrección había sido organizada por los alemanes.
El pueblo levantó barricadas, abrió trincheras, rodeó algunos barrios con alambradas electrificadas y rechazó durante cinco días todos los ataques de las tropas y de la policía. Cayeron más de quinientos obreros y más de dos mil fueron heridos gravemente. Tras la derrota, los mejores elementos fueron detenidos y desterrados, y el movimiento proletario perdió su intensidad revolucionaria. Pero los sentimientos comunistas del proletariado turinés no se apagaron.
Puede verse una prueba de ello en el siguiente episodio: poco tiempo después de la insurrección de agosto se celebraron las elecciones para el Consejo administrativo de la Alianza Cooperativa Turinesa ( A. C. T. ), una inmensa organización que realiza el suministro de la cuarta parte de la población de Turín.
La Alianza Cooperativa Turinesa
La A. C. T. está compuesta por la Cooperativa de los ferroviarios y por la Asociación general de los obreros. Desde hacía muchos años la sección socialista había conquistado el Consejo de Administración, pero en estas circunstancias posteriores a la insurrección la sección del partido no estaba en condiciones de desarrollar una agitación activa en el seno de las masas obreras.
El capital de la Alianza estaba en su mayor parte formado por acciones de la cooperativa ferroviaria, perteneciente a los ferroviarios y a sus familias. El desarrollo de la Alianza había aumentado el valor de las acciones de 50 a 700 liras. Pero el partido consiguió convencer a los accionistas de que una cooperativa obrera tiene como objetivo, no el beneficio de los individuos, sino el refuerzo de los medios de lucha revolucionaria, y los accionistas se contentaron con un dividendo del 3,5 por 100 sobre el valor nominal de 50 liras, en vez de sobre el valor real de 700. Tras la insurrección de agosto se constituyó, con el apoyo de la policía y de la prensa burguesa y reformista, un comité de ferroviarios que se propuso arrancar al Partido Socialista el predominio en el Consejo de administración. Este comité propuso a los accionistas liquidarles inmediatamente la diferencia de 650 liras entre el valor nominal y el corriente de cada acción; prometió también a los ferroviarios varias prerrogativas en la distribución de productos alimenticios. Los traidores reformistas y la prensa burguesa pusieron en obra todos los medios de propaganda y de agitación para transformar la cooperativa de organización obrera que era en empresa comercial de carácter pequeño-burgués. La clase obrera estaba al mismo tiempo expuesta a persecuciones de todo tipo. La censura amordazó la voz de la sección socialista. Pero, a pesar de todas las persecuciones y de todos los obstáculos, los socialistas, que no abandonaron ni por un instante su tesis de que la cooperativa obrera es un medio de lucha de clases, consiguieron de nuevo la mayoría en la Alianza Cooperativa.
El Partido Socialista obtuvo 700 votos de los 800 emitidos, aunque la mayoría de los electores eran ferroviarios, de los que se temía que, tras la derrota de la insurrección de agosto, manifestaran alguna vacilación y hasta tendencias reaccionarias.
En la posguerra
Tras la terminación de la guerra imperialista, el movimiento proletario hizo progresos rápidos. La masa obrera de Turín comprendió que el periodo histórico abierto por la guerra era profundamente diferente de la época anterior a la guerra. La clase obrera turinesa intuyó inmediatamente que la III Internacional es una organización del proletariado mundial para la dirección de la guerra civil, para la conquista del poder político, para la institución de la dictadura proletaria, para la creación de un orden nuevo en las relaciones económicas y sociales.
Los problemas económicos y políticos de la revolución eran objeto de discusión en todas las asambleas obreras. Las mejores fuerzas de la vanguardia obrera se reunieron para difundir un semanario de orientación comunista, L’Ordine Nuovo . En las columnas de este semanario se trataron los varios problemas de la revolución: la organización revolucionaria de las masas que tenían que conquistar los sindicatos para la causa del comunismo; la trasposición de la lucha sindical, desde el terreno mezquinamente corporativo y reformista al terreno de la lucha revolucionaria; del control de la producción y de la dictadura del proletariado. También la cuestión de los Consejos de fábrica se puso al orden del día.
En las empresas de Turín existían ya antes pequeños comités obreros, reconocidos por los capitalistas, y algunos de ellos habían iniciado ya la lucha contra el funcionarismo, el espíritu reformista y las tendencias constitucionalistas o legalistas de los sindicatos.
Pero la mayor parte de esos comités no eran sino criaturas de los sindicatos; las listas de los candidatos a esos comités (comisiones internas) eran propuestas por las organizaciones sindicales, las cuales seleccionaban preferentemente obreros de tendencias oportunistas que no molestaran a los patronos y que sofocaran en germen cualquier acción de masas. Los seguidores de L’Ordine Nuovo propugnaron en su propaganda, ante todo, la transformación de las comisiones internas, y el principio de que la formación de las listas de candidatos tenía que hacerse en el seno de la masa obrera, y no en las cimas de la burocracia sindical. Las tareas que indicaron a los Consejos de fábrica fueron el control de la producción, el armamento y la preparación militar de las masas, su preparación política y técnica. Ya no tenían que seguir cumpliendo los Consejos su antigua función de perros de guardia protectores de los intereses de la clase dominante, ni frenar a las masas en sus acciones contra el régimen capitalista.
El entusiasmo por los Consejos
La propaganda por los Consejos de fábrica fue acogida con entusiasmo por las masas; en el curso de medio año se constituyeron consejos en todas las fábricas y todos los talleres metalúrgicos; los comunistas conquistaron la mayoría en el sindicato metalúrgico; el principio de los Consejos de fábrica y del control de la producción se aprobó y aceptó por la mayoría del Congreso y por la mayor parte de los sindicatos pertenecientes a la Cámara del Trabajo.
La organización de los Consejos de fábrica se basa en los siguientes principios: en cada fábrica, cada taller, se constituye un organismo sobre la base de la representación (y no sobre la base del antiguo sistema burocrático), el cual realiza la fuerza del proletariado, lucha contra el orden capitalista o ejerce el control de la producción, educando a toda la masa obrera para la lucha revolucionaria y para la creación del Estado obrero. El Consejo de fábrica tiene que constituirse según el principio de la organización por industria; tiene que representar para la clase obrera el modelo de la sociedad comunista, a la cual se llegará por la dictadura del proletariado; en esa sociedad no habrá ya división en clases, todas las relaciones humanas estarán reguladas según las exigencias técnicas de la producción y de la organización correspondiente y no estarán subordinadas a un poder estatal organizado. La clase obrera tiene que comprender toda la hermosura y nobleza del ideal por el cual lucha y se sacrifica; tiene que darse cuenta de que para llegar a ese ideal hay que pasar por algunas etapas; debe reconocer la necesidad de la disciplina revolucionaria y de la dictadura.
Cada empresa se subdivide en secciones y cada sección en equipos de oficio: cada equipo realiza una parte determinada del trabajo; los obreros de cada equipo eligen un obrero con mandato imperativo y condicionado. La asamblea de los delegados de toda la empresa forma un consejo que elige de su seno un comité ejecutivo. La asamblea de los secretarios políticos de los comités ejecutivos forma el comité central de los consejos, el cual elige, a su vez, de su seno, un comité urbano de estudio [22] para la organización de la propaganda, la elaboración de los planes de trabajo, la aprobación de los proyectos y de las propuestas de las varias empresas y hasta de los obreros individuales, y, por último, para la dirección de todo el movimiento.
Consejos y comisiones internas durante las huelgas
Algunas tareas de los Consejos de fábrica tienen un carácter estrictamente técnico y hasta industrial, como, por ejemplo, el control del personal técnico, el despido de empleados que se muestren enemigos de la clase obrera, la lucha con la dirección por la conquista de derechos y libertades, el control de la producción de la empresa y de las operaciones financieras.
Los Consejos de fábrica arraigaron pronto. Las masas acogieron gustosas esta forma de organización comunista, se reunieron en torno de los comités ejecutivos y apoyaron enérgicamente la lucha contra la autocracia capitalista. Aunque ni los industriales ni la burocracia sindical quisieron reconocer a los Consejos y sus comités, estos consiguieron éxitos notables: echaron a los agentes y espías de los capitalistas, establecieron relaciones con los empleados y con los técnicos para obtener información financiera e industrial; por lo que se refiere a los asuntos de la empresa, concentraron en sus manos el poder disciplinario y mostraron a las masas desunidas y disgregadas lo que significa la gestión directa de los obreros en la industria.
La actividad de los Consejos y de las comisiones internas se manifestó más claramente durante las huelgas; estas huelgas perdieron su carácter impulsivo, fortuito, y se convirtieron en expresión de la actividad consciente de las masas revolucionarias. La organización técnica de los Consejos y de las comisiones internas, su capacidad de acción, se perfeccionó tanto que fue posible obtener en cinco minutos la suspensión del trabajo de 16 000 obreros dispersos por 42 secciones de la Fiat. El 3 de diciembre de 1919, los Consejos de fábrica dieron una prueba tangible de su capacidad de dirigir movimientos de masa de gran estilo; por orden de la sección socialista, que concentraba en sus manos todo el mecanismo del movimiento de masas, los Consejos de fábrica movilizaron sin preparación alguna, en el curso de una hora, 120 000 obreros organizados por empresas. Una hora después, el ejército proletario se precipitaba como una avalancha hasta el centro de la ciudad y barría de calles y plazas a toda la canalla nacionalista y militarista.
La lucha contra los Consejos
En cabeza del movimiento para la constitución de los Consejos de fábrica se encontraron los comunistas de la sección socialista y de las organizaciones sindicales; también colaboraron los anarquistas, que intentaron contraponer su fraseología ampulosa al lenguaje claro y preciso de los comunistas marxistas.
Pero el movimiento chocó con la encarnizada resistencia de los funcionarios sindicales, de la dirección del Partido Socialista y del Avanti! La polémica de esa gente se basaba en la diferencia entre el concepto de Consejo de fábrica y el de sóviet. Sus conclusiones tuvieron un carácter puramente teórico, abstracto, burocrático. Detrás de sus frases altisonantes se escondía el deseo de evitar la participación directa de las masas en la lucha revolucionaria, el deseo de conservar la tutela de las organizaciones sindicales sobre las masas. Los componentes de la dirección del partido se negaron siempre a tomar la iniciativa de una acción revolucionaria mientras no existiera un plan de acción coordinado, pero no hicieron nunca nada por preparar y elaborar ese plan.
El movimiento turinés no consiguió rebasar el ámbito local porque todo el mecanismo burocrático de los sindicatos se puso en movimiento para impedir que las masas obreras de las demás partes de Italia siguieran el ejemplo de Turín. El movimiento turinés fue objeto de burlas, escarnecido, calumniado y criticado de todas las maneras posibles.
Las ásperas críticas de los organismos sindicales y de la dirección del Partido Socialista animaron nuevamente a los capitalistas, los cuales no tuvieron ya freno alguno en su lucha contra el proletariado turinés y contra los Consejos de fábrica. La conferencia de los industriales celebrada en marzo de 1920 en Milán elaboró un plan de ataque; pero los «tutores de la clase obrera», las organizaciones económicas y políticas, no se preocuparon por ello. Por todos abandonado, el proletariado turinés se vio obligado a enfrentarse él solo, con sus solas fuerzas, con el capitalismo de toda la nación y con el poder del Estado. Turín fue inundado por un ejército de policías; alrededor de la ciudad se emplazaron cañones y ametralladoras en los puntos estratégicos. Y una vez dispuesto todo ese aparato militar, los capitalistas empezaron a provocar al proletariado. Es verdad que ante esas gravísimas condiciones de lucha el proletariado vaciló antes de aceptar el reto; pero cuando se vio que el choque era inevitable, la clase obrera salió valerosamente de sus posiciones de reserva y quiso reanudar la lucha hasta un final victorioso.
El Consejo socialista nacional de Milán
Los metalúrgicos estuvieron en huelga un mes entero, y las demás categorías diez días; la industria se detuvo en toda la provincia y se paralizaron las comunicaciones. Pero el proletariado turinés quedó aislado del resto de Italia; los órganos centrales no hicieron nada por ayudarle; no publicaron siquiera un manifiesto para explicar al pueblo italiano la importancia de la lucha de los trabajadores turineses: el Avanti! se negó incluso a publicar el manifiesto de la sección turinesa del partido. Los camaradas turineses recibieron de todas partes los epítetos de anarquistas y aventureros. En aquella época tenía que celebrarse en Turín el Consejo Nacional del Partido; pero la reunión se trasladó a Milán, porque una ciudad «presa de una huelga general» pareció poco adecuada como teatro de discusiones socialistas.
En esa ocasión se manifestó toda la impotencia de los hombres puestos a dirigir el partido; mientras la masa obrera defendía valerosamente en Turín los Consejos de fábrica, la primera organización basada en la democracia obrera, encarnación del poder proletario, en Milán charlaban de proyectos y métodos teóricos para la formación de los Consejos como forma de poder político que el proletariado habría de conquistar; se discutía sobre la manera de organizar conquistas que no se habían conseguido y se abandonaba al proletariado turinés a su destino, se dejaba a la burguesía la posibilidad de destruir el poder obrero ya conquistado.
Las masas proletarias italianas manifestaron su solidaridad con los compañeros turineses de varios modos: los ferroviarios de Pisa, Livorno y Florencia se negaron a transportar las tropas destinadas a Turín; los trabajadores portuarios y los marineros de Livorno y Génova sabotearon el movimiento en los puertos; el proletariado de muchas ciudades se lanzó a la huelga a pesar de las órdenes de los sindicatos en contra de ella.
La huelga general de Turín y del Piamonte chocó con el sabotaje y la resistencia de las organizaciones sindicales y del partido mismo. Pero tuvo una gran importancia educativa, porque demostró que es posible la unión práctica de los obreros y los campesinos, y volvió a probar la urgente necesidad de luchar contra todo el mecanismo burocrático de las organizaciones sindicales, que son el apoyo más sólido de la obra oportunista de los parlamentarios y de los reformistas, tendente a sofocar todo movimiento revolucionario de las masas trabajadoras.
0 Comentarios