Endorfinas La droga de la felicidad Jack Lawson Prólogo

 

Autore(a)s: Jack Lawson
Libro Endorfinas
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Jack Lawson

    Endorfinas
    EDICIONES OBELISCO

    Colección Obelisco Salud Endorfinas
    Jack Lawson
    1ª edición: diciembre de 1989
    1! edición en rústica
    17 a reimpresión): abril de 2006
    Título original: Endorphins
    Diseño de cubierta: Enrique Iborra
    © 1990, Jack Lawson
    © 2005, Ediciones Obelisco, S.L
    Edita: Ediciones Obelisco S.L. Pere IV, 78 (Edif. Pedro IV) 3 a planta 5 a puerta. 08005 Barcelona-España
    Tel. 93 309 85 25 — Fax 93 309 85 23 Castillo, 540 —1414 Buenos Aires (Argentina) Tel. y Fax 541 14 771 43 82 E-mail:
    ISBN: 84-9777-196-6
    Depósito Legal: B-13.313-2006
    Printed in Spain
    Impreso en España en los talleres gráficos de Romanyá/Valls S A Verdaguer, 1 — 08076 Capellades (Barcelona)

    Prólogo

    En la década de los setenta, uno de nuestros astrónomos más prestigiosos, el profesor Charles Kowac realizó un descubrimiento que si bien no tendría excesivas repercusiones en la historia de la astronomía, sí revolucionaría una disciplina cada vez más considerada por los científicos como es la astrología. Se trataba del descubrimiento del planeta Quirón que tomaría su nombre del famoso centauro mitológico. Asociado a la palma de la mano
—Jérosen griego—, y al arte de curar, el legendario Centauro, maestro de Esculapio y de Aquiles, es uno de los personajes más fascinantes de la mitología griega.
    Los astrólogos adjudicaron a Quirón un símbolo sumamente interesante: la llave. Asociado a las situaciones dolorosas, a loscul de sac, Quirón venía, sin embargo, con una enseñanza precisa que no ha escapado a los practicantes de la astrología: allí donde creemos estar ante un muro infranqueable se halla siempre la salida. Nuestras más sombrías adversidades son nuestras mejores ocasiones o, dicho de otro modo, nuestro peor enemigo puede convertirse en nuestro mejor aliado si sabemos darle la vuelta.
    Si hemos recurrido a Quirón en la presentación de este libro, es porque el símbolo de la llave que le representa resulta harto elocuente a la hora de hablar de endorfinas, y no sólo porque éstas funcionan como una llave, que colocada en la cerradura adecuada es capaz de abrir o de cerrar una puerta, sino también porque metafóricamente son la llave o, si lo preferimos, la clave que nos aclarará muchos puntos oscuros del ser humano y de su alma.
    Cuestiones como la ética, la felicidad, la autosatisfacción o la sensibilidad estética tienen una nueva lectura a partir del descubrimiento de las encefalinas, de las cuales forman parte las endorfinas. Como veremos, la felicidad no es algo vago e impreciso, una sensación nebulosa e inconcreta, sino el efecto de un flujo correcto de endorfinas en nuestro interior.
    Como también veremos, una de las técnicas más eficaces a la hora de estimular la secreción de endorfinas resulta ser precisamente el masaje. Por otra parte, como se ha podido observar en un buen número de hospitales, la capacidad de recuperación de los enfermos está relacionada con las endorfinas. Y tanto el masaje como la capacidad de recuperación están regidos, al decir de los astrólogos, por el planeta Quirón. Pero no nos adelantemos...
    La ciencia moderna nos explica que nuestro organismo produce una gran cantidad de compuestos bioquímicos de vital importancia para el equilibrio físico y psíquico del ser humano. Entre los descubrimientos científicos más apasionantes en este campo ocupan un lugar de excepción las encefalinas. Estas son sustancias naturales sintetizadas por el organismo humano que, entre otras cosas, alivian el dolor como sólo lo pueden hacer drogas de la familia de la morfina. Sin embargo, varias encefalinas son cientos de veces más potentes que la morfina y, lo que es más importante, carecen de los efectos secundarios de ésta.
    Las endorfinas fueron descubiertas por John Hughes y sus colaboradores de la Unit for Research on Addictive Drugs, de Aberdeen.
    Las endorfinas, de la familia de las encefalinas son, precisamente, como su nombre indica, morfinas endógenas: un grupo de péptidos de cadena corta con propiedades farmacológicas semejantes a la morfina, aunque de estructura más compleja. Están distribuidas amplia pero desigualmente a lo largo del sistema nervioso en estrecha relación con los receptores opiáceos.
    Las endorfinas desempeñan un importante papel neurotransmisor en el sistema nervioso central. Entre otras cosas, se ha comprobado su extraordinaria capacidad para despolarizar las membranas celulares, lo cual disminuye el impulso nervioso.
    Pero las encefalinas no están sólo presentes en nuestros intercambios eléctrico— nerviosos; a lo largo de las páginas que siguen veremos cómo las endorfinas están también presentes en nuestras elecciones, buenas o malas, y en numerosos aspectos de nuestro comportamiento. Lo que los usos y la tradición han ido elaborando como «moral» muchas veces no es más que «biológico». Nuestros estados de ánimo, nuestras fobias y nuestras manías, nuestros caprichos y preferencias están estrechamente ligados con el equilibrio y el flujo de las endorfinas. Muchos de los presuntos efectos de la «magia» que nuestros ancestros parecían dominar mucho mejor que los magos actuales se deben sencillamente a que actuaban sobre las endorfinas.
    En este libro, que no aspira a ser más que una introducción al tema, que pueda ser leída por todos los públicos, veremos cómo actúan las endorfinas y qué hace que nuestro cuerpo sea capaz de sintetizarlas y en qué condiciones.
    Intentaremos que sea un libro fácil de leer y huiremos de los términos científicos por lo general desconocidos para el profano.
    Un sencillo ejemplo nos servirá para que cualquier lector entienda enseguida qué son las endorfinas y cómo actúan. Cuando usted se da un golpe, muchas veces siente algo de dolor en el momento mismo, pero al cabo de unos segundos, depende de lo fuerte que haya sido el traumatismo, el dolor desaparece por sí solo: su cuerpo hareaccionado al dolor sintetizando las endorfinas necesarias para atenuarlo. Pero vayamos más a fondo; si usted tiene, por ejemplo, un dolor de muelas o un dolor muscular que hace algún tiempo que dura y se da un golpe cuyo dolor es más fuerte, es posible que espontáneamente «desaparezca» el dolor anterior: el golpe le ha hecho crear unas sustancias llamadas endorfinas que se lo han aliviado. De todos modos, y esto es algo que sólo algunas personas hipersensibles habrán experimentado, simplemente cuando se nos roza creamos endorfinas. Si no fuera así el más mínimo roce nos haría rabiar de dolor. Recordemos a este respecto a los miembros de la familia Usher del famoso cuento de Edgar A. Poe. La explicación radica, como veremos, en que el consumo exagerado del alcohol produce una mengua de endorfinas; no olvidemos que el genial Poe era alcohólico y acabó sus días en un espantoso delirium tremens.
    También veremos que las endorfinas están estrechamente ligadas a los mecanismos de defensa. Ello posibilita que prácticas como el masaje o las caricias, que tan placenteras nos resultan, contribuyan en gran manera a aliviar e incluso a curar muchas enfermedades. No nos está curando el masaje, que al fin y al cabo es algo externo, sino nuestras propias endorfinas. Porque cada vez que experimentamos placer están en juego las endorfinas. Aquellos instantes felices que todos hemos experimentado y que muchas veces recordamos como algo muy especial correspondían biológicamente a momentos en que nuestro cuerpo las estaba sintetizando.
    Una mañana nos despertamos particularmente felices: el Sol brilla con fuerza en el cielo, los pajarillos cantan al otro lado de la ventana, sentimos un sano apetito y nos apresuramos a ducharnos antes de devorar un suculento desayuno. En el fondo, es un día como todos los demás, pero nosotros estamos especialmente bien, sorprendentemente bien, como si nos hubieran inyectado una droga que nos hace sentirnos más vivos, más felices. ¿Qué ocurre? Por una razón u otra que se nos escapa y que a lo mejor pertenece a nuestra vida onírica, nuestro organismo ha fabricado más endorfinas de lo normal y la presencia de éstas hace que nos sintamos eufóricos y felices.
    Freud hablaba de un «sentimiento oceánico», los yoguis hindúes de una consciencia cósmica; poco importa qué término utilicemos para designarlo. Existe un estado de felicidad serena, rayano a la beatitud, en el cual una maravillosa sensación de alegría parece subir por nuestra espalda y sumergirnos en un gozo suave y delicado. Vibramos entonces con la Vida, sentimos que formamos parte de un todo, que de un modo u otro estamos conectados con este todo. Es más, sentimos que todos somos uno, que el prójimo no es distinto de uno mismo y que por esta razón tan sencilla debemos amarle: nos estamos amando a nosotros mismos. Nuestra mente se encuentra inundada por una misteriosa sensación de felicidad y de plenitud: estamos eufóricos.
    A veces, esta sensación de felicidad es furtiva, pasajera, transitoria. Dura apenas unos segundos, o a lo mejor unos minutos. Son las endorfinas, y con las endorfinas ocurre lo mismo que con el espíritu: nadie sabe ni cuándo ni dónde sopla. Al menos en el estado actual de nuestros conocimientos.
    Si usted es una persona sensible, a lo mejor ha experimentado, aunque sea fugazmente, este estado del que hablamos mientras escuchaba música o durante la lectura de un poema. Pero a lo mejor es un hombre de acción, un deportista, un luchador; entonces su cuerpo le gratificará segregando endorfinas cuando aprieta a fondo el acelerador de su automóvil y adelanta a alguien en la autopista, o cuando logra batir un récord.
    Si se trata de una persona caprichosa, el conseguir aquello que quería o el recibir un regalo de la persona querida será lo que active su sistema de secreción de endorfinas.
    A través de complejas pero precisas prioridades bioquímicas aparecen en nosotros nuestros deseos, nuestros caprichos, nuestras motivaciones. Los conflictos que vivimos, los desafíos ante los cuales nos hallamos y a los que de un modo u otro respondemos, tienen su traducción en términos de bioquímica. Por regla general, buscamos o deseamos febrilmente objetos exteriores que, al menos inconscientemente, creemos que nos van a aportar felicidad; tenemos manías totalmente irracionales, debilidades caracteriales o caprichos inauditos; todo ello es, mal que nos pese, pura química o, si lo preferimos, puede traducirse en nuestro interior en sencillos términos de bioquímica.
    Las llamadas «Medicinas Suaves» o «Medicinas Dulces», las más de las veces apuntan a activar la segregación de endorfinas en nuestro cuerpo. Estas no sólo alivian el dolor sino que colocan al organismo entero en una situación de relajamiento en el que la energía, el
Kide los acupuntores, puede actuar libremente e, incluso, curar la enfermedad.
    Pero ¿qué son exactamente las endorfinas?
    Las endorfinas son sustancias naturales bioquímicas, que actúan como analgésicos y euforizantes, segregadas por el cerebro y que desempeñan diversas funciones entre las que cabe destacar un papel esencial en el equilibrio entre el tono vital y la depresión. Dicho en pocas palabras, de ellas depende algo tan sencillo y a la vez tan importante como que nos encontremos bien o que nos encontremos mal. Pero no sólo los estados de ánimo dependen de las endorfinas, también cuestiones que hasta la fecha se habían considerado exclusivas de artistas e inspirados, como la imaginación o la creatividad. Según investigadores de la talla de Charles F. Levinthal, «es muy posible que sean las endorfinas las que brindan los medios de sustento de nuestras energías creativas».
    Descubiertas hace aproximadamente 20 años, su estudio ha servido para que la ciencia occidental reconsiderara algunas posiciones sobre las llamadas medicinas orientales y suaves, evidenciando algo que estas últimas siempre han tenido muy en cuenta*, la relación cuerpo-mente como un continuum.
    Las endorfinas no están sólo presentes en el cuerpo humano, podemos encontrarlas incluso en algunos animales unicelulares. En animales más desarrollados, forman uno de los pilares más importantes del funcionamiento del instinto y de las emociones.
    Las endorfinas transmiten información en las sinapsis o conexiones de las células nerviosas; actúan como verdaderos mensajeros bioquímicos que aumentan o disminuyen la capacidad de comunicación de las células nerviosas. Las células tienen en sus paredes unos receptores destinados a combinarse con las distintas sustancias que circulan por el cuerpo. Son, en cierto modo, como «cerraduras» que necesitan de una «llave» que entre perfectamente en ellas para poder «desempeñar» una función determinada.
    Tenemos, a lo largo de todo el cuerpo, «cerraduras» para endorfinas que llamamos «receptores de endorfinas»: éstos se encuentran, por ejemplo, en el corazón, la piel, el cerebro, el páncreas, los riñones, etcétera.
    Como Quirón, el centauro de la curación, las endorfinas están representadas por la llave.
    En el transcurso de alguna cena o de alguna reunión de amigos, todos hemos presenciado cómo alguien aliviaba o incluso hacía desaparecer un molesto dolor de cabeza poniéndole simplemente las manos encima y tocando algunos puntos de acupuntura.
    Las migrañas y los dolores de cabeza corresponden, según estudios realizados por neurólogos de Estados Unidos, a una disminución de endorfinas. Por esta razón, para muchas personas un simple disgusto puede ser el causante de un fuerte dolor de cabeza. Del mismo modo, la sensación de placer que puede producir una simple imposición de manos es capaz de estimular la circulación de endorfinas y aliviar un dolor.
    Asimismo, según el doctor Charles Den— feo, el nivel de endorfinas también es particularmente bajo, tanto en sangre como en el líquido articular en enfermos que padecen artritis reumática, osteoartritis y gota. En varios países de Europa son conocidos cierto tipo de curanderos llamados
magnétiseurs
(magnetizadores), que con simplemente imponer sus manos logran aliviar el reuma y la artritis.
    Podríamos decir, para entendernos, que las endorfinas son agentes bioeléctricos transmisores de la energía vital. Su flujo procede del cerebro que las crea y dirige. Se trataría de la misma energía que utilizan los magnetizadores en sus sorprendentes curaciones. Si hasta la fecha han sido condenados por la ciencia o se ha tenido un cierto recelo para con ellos, a la luz de las endorfinas el suyo es un tema a reconsiderar. Como veremos en el capítulo siguiente, las endorfinas actúan como neuromoduladores, despolarizando parcialmente las membranas celulares. Esta des— polarización, que actúa sobre los impulsos nerviosos transmitidos, es la que bloqueando el dolor produce la sensación de alivio y de bienestar.
    Desde la más remota antigüedad las madres saben por instinto que pueden calmar el dolor de sus hijos con caricias y cariños, y lo más sorprendente es que funciona. Ello se debe a los efectos de esa maravillosa droga o, mejor dicho, antidroga, que son las endorfinas. Se ha comprobado, además, que la leche materna contiene una poderosa endorfina, la caso-morfina, que al parecer sirve para reforzar el vínculo de la madre con el bebé mientras lo amamanta.
    El objetivo principal de este libro es facilitar un mínimo de información para descubrir qué son las endorfinas, y para activarlas en nosotros con el fin de lograr una vida más plena y feliz.

Endorfinas y encefalinas

    Una de las preocupaciones esenciales de los profesionales de la salud ha sido siempre averiguar cómo solucionar el dolor. Se trata de algo lógico y razonable, pues las más de las veces los pacientes se quejan precisamente de lo insoportable de las diversas dolencias que pueden padecer. El dolor y los problemas asociados con su eliminación o disminución ha interesado, pues, desde antiguo no sólo a médicos y sanadores, sino también a magos, brujas y sacerdotes. Algo parece haber en él que le confiere un sentido casi religioso: flagelaciones, autocastigos, expiación de los pecados a través del dolor, etcétera.
    Desde la más remota antigüedad se han utilizado toda suerte de métodos para combatir el dolor, desde el supersticioso amuleto hasta los principios activos contenidos en raíces y plantas medicinales. También se ha recurrido a los hongos, al fuego, al agua o a la arcilla. Sin embargo, desde su descubrimiento, el empleo de alcaloides y, más concretamente de los derivados del opio, se han llevado la palma en cuanto a efectividad, pero pronto se observó que el consumo de este tipo de productos conllevaba dos problemas graves: la adicción y los efectos secundarios. Con todo, en la actualidad los derivados del opio siguen siendo las drogas más efectivas a la hora de combatir el dolor.
    De un modo paralelo a la utilización de los diversos alcaloides y derivados opiáceos, la ciencia ha desarrollado un gran esfuerzo en el estudio del funcionamiento y los mecanismos de acción a nivel molecular de estos productos narcóticos. Pronto se dedujo del hecho de que algunos de los alcaloides existentes en plantas equivalgan funcionalmente y sean capaces de sustituir moléculas propias de tejidos animales, que sería conveniente buscar en dichos tejidos cuáles eran las moléculas que correspondían a la morfina o a sus derivados opiáceos.
    De este modo se ha descubierto que existe una correspondencia entre la Muscarina (vegetal) y la Acetilcolina (animal), la Efedrina (vegetal) y la Noradrenalina (animal) y la
    Morfina (vegetal) y los Péptidos opiáceos (animales).
    Dada la extrema complejidad del sistema nervioso central, es evidente que el establecimiento de estas correspondencias ha necesitado años de trabajo y ha debido superar un gran número de dificultades. Fue en 1972 cuando Akil descubrió que estimulando eléctricamente el periacueducto gris del cerebro se producía un efecto analgésico en el animal sujeto a experimentación. Este efecto analgésico era antagonizado con Naxolona, un antagonista típico de la morfina. Este descubrimiento vino a confirmar la existencia ya intuida de un producto o productos de características semejantes a las de los opiáceos sintetizado por el organismo animal. Por decirlo de algún modo, se confirmó que existía una morfina interna, de autosíntesis, capaz de actuar sobre el organismo que la había sintetizado.
    Sin embargo, cuando se avanzó realmente en el tema fue en 1975 cuando John Hugues logró aislar del cerebro de cerdo dos pentapéptidos que poseían prácticamente la misma actividad opiácea que la morfina y a los que denominó Leucin-Encefalina y Metionin-Encefalina. Se creyó al principio que las encefalinas iban a poder sustituir rápidamente al opio y a sus derivados, pero pronto se descubrió que su tiempo de actuación era muchísimo menor que el de los opiáceos clásicos, lo cual descartaba la posibilidad de ser utilizadas con fines clínicos y terapéuticos. Con todo, las endorfinas son algo más que analgésicos: un sistema químico definido que actúa dentro de toda la estructura cerebral.
    Como sugiere Levinthal, «de acuerdo con una teoría muy difundida, el cerebro es engañado» al consumir opiáceos. Y lo más grave es que las cantidades de opio, morfina o heroína que se consumen habitualmente son tan desorbitadas respecto a la disposición del cerebro para acoger a las endorfinas que no sólo la adicción es prácticamente inevitable, sino que son imprevisibles todo tipo de efectos secundarios.
    Uno de los aspectos que más interés ha suscitado desde el descubrimiento de las encefalinas ha sido el estudio de sus mecanismos de actuación. Al parecer, éstas actúan como neuromoduladores, modificando la transmisión de la información de una célula nerviosa a otra a nivel de las sinapsis.
    En las membranas celulares existen unos receptores específicos en los que se fijan las encefalinas como si se tratara de una cerradura en la que introducimos una llave. Al fijarse en estos receptáculos, despolarizan parcialmente las membranas celulares con lo cual el impulso nervioso transmitido, que es proporcional a la polarización de la membrana, sufre una disminución.
    Estos receptores a los que hacíamos referencia son de diversos tipos, como si estuvieran adaptados a los diversos tipos de opiáceos. Asimismo, están distribuidos de un modo desigual en los diferentes órganos del cuerpo humano.

Las endorfinas y la curación

    Uno de los temas más discutidos en el campo de la medicina moderna es el de la curación. ¿Quién cura realmente, el cuerpo o el medicamento administrado por el médico? ¿Procede la curación del exterior o, por el contrario, del interior del enfermo? La respuesta a esta pregunta varía según las escuelas y según los médicos. Por una parte, sería iluso creer que nuestro organismo es capaz de curar por sí solo todas las enfermedades; equivaldría a decir que, al menos potencialmente, somos inmortales. Por otra parte, resulta altamente pretencioso imaginar que nuestra medicina es capaz de curarlo todo y, sobre todo, que sólo ella cura.
    Sin duda, la respuesta se halla, como casi siempre, a medio camino. Es nuestro cuerpo el que nos cura al sintetizar las sustancias necesarias, pero en muchas ocasiones un agente externo puede ayudar a que lo haga. Si somos un poco amplios de miras, comprenderemos que este agente externo tanto puede ser un medicamento alopático como uno homeopático o una planta medicinal. Lo s diversos sistemas médicos son, todos ellos muy efectivos, pero a menudo el que falla es el médico en su diagnóstico. No siempre resulta fácil detectar con precisión cuál es la enfermedad que causa los síntomas que hemos podido apreciar cuando las más de las veces en un organismo enfermo coinciden varias enfermedades al mismo tiempo.
    Con todo, cada día adquiere más vigencia el viejo proverbio chino que afirma que «matar al ladrón no cierra la puerta». Dicho de otro modo, un gran número de especialistas opinan que más que dedicarse desaforadamente a matar microbios y virus, lo ideal es llegar a mantener el sistema defensivo del organismo en un estado óptimo. El concepto de salud cada día tiene menos que ver con una guerra sin cuartel contra los microbios y los gérmenes nocivos y mucho con el concepto de inmunidad.
    Los primeros investigadores que estudiaron el tema de las endorfinas ya se dieron cuenta de que existía una íntima relación entre éstas y el sistema inmunitario. Esta característica, que al principio no se valoró excesivamente, ha adquirido, desde la aparición del sida, una gran vigencia. ¿Podría hallarse en las endorfinas la solución a esta plaga del siglo XX? Es difícil responder tanto afirmativa como negativamente a esta pregunta en el estado actual de nuestros conocimientos, pero es innegable que cualquier tipo de tratamiento se verá favorecido si nuestro cuerpo es capaz de fabricar endorfinas con normalidad. Por otra parte, se ha observado que seropositivos que han realizado un cambio de vida ocupándose más de su cuerpo y de su alma e intentando disfrutar al máximo de los días que les quedan, han superado con creces las expectativas de vida que les habían asignado los médicos.
    Para ver qué relación hay entre las endorfinas y nuestro sistema inmunitario, recordemos que el más importante flujo de hormonas segregadas en nuestro cuerpo procede del hipotálamo. Esta corriente hormonal irriga la glándula pituitaria en la que estimula la producción de numerosas hormonas que luego se dirigirán a los diferentes puntos de nuestro organismo por medio del sistema circulatorio. Se trata de un proceso continuo, imprescindible para el mantenimiento de la salud Estudiando este proceso, el doctor Choh Hao Li, de la Universidad de California, detectó que estaba íntimamente relacionado con una endorfina, sin duda la más conocida, la llamada Endorfina-Beta. A raíz de este descubrimiento, el doctor Li realizó otros de igual o mayor importancia, como el de la hormona adrenocorticotrópica o ACTH. Esta última es una hormona de la familia de las endorfinas que, desbloqueando signos inmunitarios permanentes, contribuye sobremanera al mantenimiento de la salud. Esta hormona inmunitaria se produce en las situaciones de estrés. Es la responsable de que en situaciones límite podamos reaccionar como no lo haríamos normalmente.
    La inmunidad general, o sea, el conjunto de las defensas del organismo, se beneficia del flujo correcto de endorfinas.
    El sistema inmunitario sirve para combatir todo tipo de infecciones, desde las simples gripes hasta las enfermedades venéreas o el sida. También juega un papel importante en la lucha contra el cáncer, incluso antes de que éste se manifieste. Todos tenemos en nuestro cuerpo un elevado número de células potencialmente cancerígenas que nuestro sistema inmunitario se encarga de vigilar y eliminar. Cuando este último empieza a fallar, estas células reaccionan con virulencia y provocan la aparición de la enfermedad. Así, cuando nuestro sistema inmunitario no responde correctamente y no puede defendernos de los ataques malignos, aparecen las enfermedades que potencialmente ya estaban en nosotros. De hecho, no es tanto el virus el culpable de la enfermedad como nuestra incapacidad para defendernos de él. Aunque no se pueda decir que inmunidad es igual a endorfinas, ambas están muy conectadas. Por esta razón seguiremos hablando de la inmunidad y de cómo ésta va menguando en nuestro organismo. Un caso típico es el de las personas que a raíz de una operación importante o de un trasplante han tenido que tomar medicamentos inmunodepresores con el objeto de evitar rechazos. Se ha comprobado por medio de estadísticas que estos sujetos son más propensos a contraer cáncer. No es que este tipo de medicamentos sea cancerígeno, lo que ocurre es que sus defensas han disminuido considerablemente y su organismo no ha sido capaz de eliminar como antes las células cancerígenas.
    En diversos hospitales también se ha podido comprobar que pacientes que estaban sometidos a un tratamiento con medicamentos inmunodepresores recobraban «espontáneamente» la salud o evolucionaban más positivamente cuando dejaban de tomar estos medicamentos. Se conocen casos de pacientes que además de cáncer sufrían otras infecciones graves y que se han curado. Es difícil asegurar que la reacción producida por la infección en el sistema inmunitario sea la causante de la curación del cáncer, pero el tema no deja de ser curioso.

El efecto placebo y las endorfinas

    En la historia del tratamiento del dolor se han destacado casos de enfermos que han logrado suprimirlo parcial o totalmente ingiriendo productos inocuos. Se trata de un fenómeno conocido como efecto placebo. Esta palabra quiere decir, en latín, «contentar»), «complaceré». Aunque este nombre no se inventó hasta el siglo pasado, se sabe que los griegos conocían ya el efecto placebo.
    Es bastante fácil que algunos de los misteriosos brebajes que durante la Edad Media brujos y curanderos suministraban a sus pacientes tengan mucho que ver con el efecto placebo.
    Según el doctor Herbert Benson, de la Escuela de Medicina de la Universidad de Harvard, «en muchas ocasiones el efecto placebo mejora el estado del enfermo y por ello mismo es un aspecto esencial de la medicina».
    A menudo, sobre todo en casos extremos, los médicos se han encontrado que o no podían seguir administrando sedantes a sus enfermos, o simplemente que éstos ya no reaccionaban a ellos. Entonces les han dado otras sustancias que, a pesar de no ser calmantes, han logrado producir los efectos de éstos en el paciente. Un simple comprimido de azúcar o una inyección de suero pueden bastar para producir el efecto deseado.
    Durante muchos años, el aparato médico no ha tenido muy en cuenta el efecto placebo, pero actualmente ha de rendirse ante la evidencia. No se trata, como se creía, de algo meramente psicológico, sino de un efecto real y comprobado por miles de médicos en centenares de hospitales y clínicas. Que una simple aspirina pueda calmar dolores en los que la morfina ya no es eficaz, no depende obviamente de la aspirina, sino de algo que se halla en el interior del enfermo.
    Lo primero que se dijo es que se trataba de autosugestión o de algún tipo de perturbación psicológica debida al dolor que el paciente había tenido que soportar. Pero con todo, este extraño fenómeno resultaba desconcertante; sin embargo, a raíz del descubrimiento de las endorfinas, veremos cómo el efecto placebo puede entenderse mejor.
    El doctor J. Le vine, en un artículo que apareció en The Luincet titulado «El mecanismo de la analgesia por placebo» publicó los resultados de sus investigaciones de la relación de las endorfinas y el efecto placebo. El doctor Levine utilizó en su experimento pacientes que sufrían dolores de muelas especialmente rabiosos. Dividió a estas personas en dos grupos y proporcionó a uno de ellos placebo con el fin de calmar sus dolores. Este alivió considerablemente los dolores de los pacientes. Sin embargo, al serles suministrada Naxolona, un antagonista típico de la morfina, el efecto del placebo desapareció y los pacientes volvieron a tener dolor de muelas.
    Así, pudo demostrarse que el efecto placebo no era una cuestión psicológica, sino que de un modo u otro el cerebro del paciente había segregado alguna sustancia de características semejantes a la morfina.
    También se hizo el experimento contrario: antes de suministrar el placebo, se inyectó Naxolona a los enfermos, y se vio que el placebo no surtía ningún efecto.
    Es lícito preguntarnos qué hace que tenga lugar el efecto placebo y qué papel desempeñan las endorfinas en él. Se ha visto, a través de la práctica, que existe una estrecha relación entre el efecto placebo y la confianza que tiene el enfermo tanto en el médico como en la medicación. Esta confianza tiene, obviamente, que ver con la memoria. Es, en última instancia, una cuestión psicológica, pero no por ello deja de ser real. Sin duda, se trata de algo muy complejo e individualizado, pero lo que sí es evidente es que las endorfinas desempeñan un papel esencial en el efecto placebo. Se ha comprobado, además, que los placebos amargos suelen surtir mejor efecto que otros; ello se debe, sin duda, a la creencia de que si tiene mal gusto es que cura: sabe a medicina.
    Cuando un paciente está convencido de que una medicina le sentará bien, posiblemente será así, aunque desde el punto de vista farmacológico parezca aberrante. Ésta es la razón de que inocuos comprimidos de azúcar, suero vital o agua coloreada suministrados por el médico para satisfacer al paciente tengan a menudo un éxito inexplicable.
    Hoy en día es un hecho demostrado que al menos el 35% de los cancerosos se alivian con placebos.

    La curación por la fe

    No hace falta ir a Lourdes para oír hablar de curaciones por la fe. En Francia existe un movimiento en el que participan miles de personas que se dedican a curar a sus semejantes a través de la fe. Los pacientes son personas que, desengañadas de la medicina oficial o abandonadas por ésta, se han dirigido expresamente a este movimiento animado por Maggie Lebrun. Se han contabilizado miles de casos de curaciones, muchas de ellas totalmente milagrosas. El libro de la señora Lebrun Médicos del Cielo, Médicos de la Tierra, ha resultado ser un verdadero bestseller del que se han vendido cerca de 150.000 ejemplares.
    Las llamadas curaciones por la fe son, las más de las veces, curaciones psicosomáticas. Muy a menudo el sanador se limita a inspirar la fe necesaria.
    Es sabido que los estados emocionales modifican la producción de hormonas e incluso los campos eléctricos. Los casos de curaciones por la fe se caracterizan precisamente por estados emocionales fuera de lo normal. Sin duda, en muchas de estas curaciones lo que realmente ocurre es que el cerebro segrega más endorfinas de lo habitual, y el organismo entero reacciona como ante una situación de emergencia.


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