Un recorrido por la vida y la obra de la gran novelista italiana, autora de Léxico familiar, de quien se publica una interesante biografía.
Nacida hace más de un siglo, muerta hace treinta años, Natalia Ginzburg (1916-1991) fue la autora de una veintena de libros cuyo tema, voz y ámbito únicos, impacientes, excluyentes, nítidos, sin descaro y sin excusas, es la vida privada. El exterior existe e insiste, desde luego, pero para esta narradora, ensayista, dramaturga, traductora y política italiana el rasgo primero y fatal, del mundo público, aquello de lo que jamás podemos distraernos sin irreparable riesgo, es, admonitoriamente, su exterioridad.
La novela que en 1963 ganó a Ginzburg el premio Strega (esa suerte de Goncourt más lujoso) y una popularidad a sus ojos “superlativamente improbable” es autobiográfica y se llama Léxico familiar. La trama avanza según las acciones y reacciones domésticas –al fascismo, a la guerra, al genocidio, a la resistencia, a las desilusiones de la posguerra– de la familia de Giuseppe Levi, judío triestino, patriarca sobrio, de mutaciones bruscas, cascarrabias atrabiliario, casado con una católica, padre de Natalia (nacida Levi) y de cuatro hijos anteriores, profesor de anatomía patológica en la universidad de Turín. Deconstrucción, vocabulario, gramática, manual de conversación del idioma hablado, masticado, rumiado (pero nunca digerido) puertas adentro: narrativa de análisis sin tiempo para la generalización, la crítica, la sátira, el pesar, la superioridad, la sutileza o la sentencia.
Léxico familiar había significado un esfuerzo ejemplar de concentración. Una novela anterior, Todos nuestros ayeres (1952), traducida sin demora en la Argentina por una editorial porteña, Fabril, cuenta la historia de dos familias, que viven una frente a la otra, a lo largo del mismo extenuante período cuyo moroso trecho central es la Segunda Guerra Mundial.
En el contrapunto del relato, dos planos componen la confrontación vecinal, el más a la vista: las decisiones tomadas en la incertidumbre del presente, el más subterráneo: los diferentes ayeres de la Primera Guerra, donde las familias encuentran, hay que decir que en vano, guías para preferir ahora una conducta más que otra.
Nuevo progreso en la reconcentración de voces y ambiente representó Querido Miguel (1973), traducida también prontamente en Buenos Aires por la Librería Fausto. Es una novela epistolar. El querido Miguel cambia de residencia constantemente y recibe cartas de su madre, de su hermana Angélica, de una tal Mara, con quien tuvo una relación fugaz, cuyo no deseado fruto sea el hijo que espera esta muchacha; Miguel le responde a su madre pocas veces, como al pasar, lo que nutre y acrece un sordo rencor materno.
La revolución de las costumbres de los sesentas y sus urgencias políticas y desafiliaciones sociales están ahí, pero, una vez más, no en la letra de la novela. Entendemos que lo que leemos ni es todo cuanto les sucede a los asimétricos corresponsales, ni lo más importante; conjeturamos que Miguel es un desaparecido en la represión que siguió en Francia a mayo del 68. La literatura de Ginzburg es una exploración de los efectos, y se rehúsa a recapitular causas que solo admiten lo que dicen haber creado a su imagen y semejanza.
De ese mundo exterior que está del otro lado de cada palabra de Ginzburg se ocupa, con una atención lúcida que nunca desmerece a la de la escritora italiana, Maja Pflug en su biografía Natalia Ginzburg, audazmente tímida. Una evidencia es su punto de partida: pocos mundos privados son tan públicos como el de Ginzburg. Su familia, sus parientes, sus amigos ostentan nombres bien conocidos. Son intelectuales, escritores, editores, sindicalistas, poetas.
Muchos fueron en Turín líderes o antihéroes de la lucha contra el fascismo: se llamaban Giulio Einaudi, Cesare Pavese, Leone Ginzburg, Italo Calvino, Vittorio Foa, Adriano Olivetti. No menor renombre el de Elsa Morante, Pier Paolo Pasolini, Gabriele Baldini, Cesare Garboli. Con dos de ellos, Ginzburg y Baldini, Natalia Levi se casó. Del primero, especialista en literatura rusa, asesor de la editorial Einaudi, tomó el apellido, con el que firmó casi todos sus libros.
Leone Ginzburg, judío, militante y partisano, murió en la Roma ocupada por los nazis torturado por las SS. Fue el padre del historiador Carlo Ginzburg –cuya reputación habita un cénit cada día más alto y esplendoroso–, del economista Andrea Ginzburg, y de la psicoanalista Alessandra Ginzburg; a su muerte en 1944, los tres eran huérfanos a cargo de Natalia.
Los días, los trabajos Natalia Ginzburg, audazmente tímida es el documentado relato de la vida de una intelectual pública italiana que fue también una narradora mayor de los universos privados de la Italia desde el ascenso y caída de Mussolini hasta el ascenso y caída del Muro de Berlín: murió antes de los procesos judiciales del Mani Pulite, y del fin de la partidocracia republicana clásica.
El interés de la biografía resulta independiente de su probada idoneidad para la iluminación crítica. De la escritura de Ginzburg, Pflug conoce la entonación y el ritmo de su prosa, por haberla traducido al alemán –fue también traductora de otro obstinado turinés, el suicida Pavese–. Pocas veces podemos leer a una gran traductora traducida por otra gran traductora, pero es el caso aquí por obra de la excelente versión castellana de Gabriela Adamo, que ha sabido retener los destellos del juego de reflejos artísticos de Pflug, en cuyo tono, alternadamente asordinado, afectivo, terso, vibrante –audaz y tímido en suma–, resuenan los ecos de las páginas mejores de Ginzburg, y ese eco se amplifica del italiano al alemán al castellano.
En su introducción a esta edición castellana de la biografía, Flavia Pittella apunta: “Natalia Ginzburg vivió como pocas de una manera feminista. Desafió muchos de los mandatos sociales que se esperaba que acatase: desde la educación y los modales de una ‘joven formal’, que nunca hicieron carne en ella, hasta la manera en que decidió formar una familia y las intensas relaciones de amistad que mantuvo con muchos de los personajes más relevantes del mundo intelectual del momento. Le interesaban poco las convenciones, el modo supuestamente femenino de decir, de vestir y de llevar adelante la crianza de los hijos. Fue original y valiente”.
Tal valoración y caracterización une la oportunidad al acierto. Su vigencia podría extenderse y alcanzar a otras escritoras europeas –autoras canónicas también– afines a Ginzburg, la novelista española Carmen Laforet y la alemana Christa Wolf, contemporáneas o sobrevivientes del franquismo y del hitlerismo como la italiana lo fue del régimen mussoliniano, las tres fueron de las pocas mujeres en figurar en vida en la bibliografía escolar de sus respectivas lenguas.
Esta biografía y su prólogo hacen que parezca remoto que alguien más lejano que alguien asigne de antemano limitación y timidez sin audacia a la franqueza de su realismo literario, y se pierda tanta originalidad y valentía movilizadoras.
Natalia Ginzburg, audazmente tímida: Una biografía. Maja Pflug. Trad. de Gabriela Adamo. Siglo XXI, 240 páginas.
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