Por Norman Gall
Por quién sabe qué circunstancias, esta entrevista, muchas horas de diálogo que tuvieron lugar hace casi cincuenta tormentosos años, entre junio y diciembre de 1971, nunca se había traducido al castellano. A esa tarea nos hemos dedicado en los últimos meses en Trópico Absoluto. Se trata simplemente de un documento excepcional. Para empezar, por el entrevistador, Norman Gall, uno de los periodistas norteamericanos que con mayor agudeza logró adentrarse en América Latina y oír y expresar sus latidos más hondos. Y después porque aquí Teodoro habla de sí mismo –se trata de un retrato- con una aguda densidad y diríamos que, con una cierta espontaneidad afectiva peculiar, agregando muchos detalles y tocando ciertos ámbitos vitales que no están en los tres libros biográficos aparecidos posteriormente. Sabemos que hay gente pensando en la biografía en grande de Teodoro, nuestro Malraux latinoamericano, como lo llamó Vargas Llosa. Una vida tan amplia que cubre desde el guerrero temerario al intelectual sofisticado. Desde el político que varias veces moldeó el curso de la historia venezolana hasta el periodista e ideólogo leído diaria y evangélicamente por muchos como una guía en aguas turbulentas. Para resumir, nos atreveríamos a decir que si bien Teodoro no pudo conquistar la aquiescencia de la mayoría para llegar al poder, sin duda fue una de las referencias mayores, dos o tres, de la Venezuela culta durante medio siglo. Y su vida fue tan plural que daría para una serie o un thriller intenso, tanto mejor: para una profunda reflexión histórica. Debido a su extensión, publicamos el trabajo en dos partes. Agradecemos mucho a la antropóloga Nydia Ruiz por haber guardado durante tanto tiempo esta pieza, y por haber estimulado su publicación. Agradecemos también a Norman Gall, viejo amigo de Teodoro y de Venezuela, por habernos permitido su traducción y publicación.
En su discurso del pasado mes de marzo ante el XXIV Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, el Secretario General, Leonid I. Brézhnev, habló con preocupación de un nuevo tipo de movimiento político que se está desarrollando en el seno de algunos importantes partidos comunistas de Europa Occidental y América Latina desde la invasión soviética de Checoslovaquia en 1968. Brézhnev advirtió que “es precisamente en las tendencias nacionalistas, especialmente las que adquieren un carácter antisoviético, en las que la propaganda y la ideología burguesas cifran sus esperanzas en la lucha contra el socialismo y el movimiento comunista”. Empujan a los elementos oportunistas de los partidos comunistas a una especie de acuerdo ideológico. Parece como si dijeran: ‘Si demuestras que eres antisoviético, estamos dispuestos a proclamar que eres un verdadero marxista y que ocupas posiciones completamente independientes.’ La marcha de los acontecimientos demuestra que estas personas han tomado el camino de la lucha contra los Partidos Comunistas en sus respectivos países. Entre estos renegados están [Roger] Garaudy en Francia, [Ernst] Fischer en Austria, [Teodoro] Petkoff en Venezuela y el grupo Manifiesto en Italia”.
Para el momento del discurso de Brézhnev, había quedado muy claro que la intervención checa no sólo había provocado intensas críticas a la política soviética desde el interior de los partidos comunistas occidentales que se habían hecho grandes y poderosos desde la Segunda Guerra Mundial, sino que también proporcionó una ocasión para el largamente postergado debate y la división sobre importantes cuestiones internas.
Inmediatamente después de que los tanques soviéticos entraran en Praga, el Partido Comunista Austriaco se dividió cuando Ernst Fischer, el distinguido teórico marxista especializado en estética, retiró a casi la mitad de sus miembros del partido en protesta contra la acción soviética, lo que a su vez provocó acaloradas discusiones internas sobre el centralismo democrático, la libertad de expresión y la relación del partido con el pueblo y el Estado. Aunque el Partido Comunista Italiano publicó una elaborada y apasionada condena de la intervención checa, esto no fue suficiente para un amplio grupo de jóvenes comunistas dirigidos por Rossana Rossanda, ex secretaria de Togliatti, y Luigi Pintor, el anterior editor de Unitá, quien atacó al Partido por estar demasiado involucrado en el sistema parlamentario italiano para buscar soluciones revolucionarias. Estos formaron su propio grupo fuera del Partido, llamado El Manifiesto, por su revista ideológica. El Partido Comunista Francés emitió una condena pro forma de la invasión, pero sin el vigor y la argumentación detallada de la declaración italiana, ni de los escritos posteriores del filósofo marxista Roger Garaudy, que abogó por un aggiornamento del partido francés en escritos que llevaron a su expulsión. De todas las críticas y reacciones ocasionadas por el aplastamiento del régimen de Dubcek, posiblemente la más penetrante fue un librito del «renegado» venezolano Teodoro Petkoff, escrito mientras se hallaba en la clandestinidad. Originalmente redactado como un largo memorándum al Comité Central del Partido Comunista de Venezuela (PCV) en protesta por el rápido apoyo del partido a la intervención soviética, el libro en su forma final (publicado en 1969) ha circulado ampliamente en su versión original en español en los círculos marxistas de Europa Occidental y clandestinamente dentro de Checoslovaquia en una traducción mimeografiada. Dentro de la propia Venezuela, Petkoff y su libro Checoeslovaquia: El Socialismo como problema (Caracas: Domingo Fuentes Editor, 1969) fueron el principal foco de una larga y amplia discusión dentro del PCV sobre el futuro y el papel revolucionario del partido, así como de su relación con la Unión Soviética. El resultado final fue la división formal del Partido en diciembre de 1970. Argumentando en su Checoeslovaquia a favor de un nuevo tipo de partido comunista y de Estado socialista, Petkoff escribió que el experimento de Dubcek representaba un intento de organizar racionalmente una sociedad socialista en condiciones sociales y económicas mucho más avanzadas que las del primitivo escenario de Rusia en los años 1920 y 1930. Petkoff añadió:
“La experiencia checoslovaca, por haberse desarrollado en una sociedad avanzada, mucho más cercana a los países de Europa Occidental que cualquier otro país socialista, habría sido un punto de referencia para los partidos comunistas occidentales a la hora de afrontar su búsqueda de poder y sus polémicas contra las fuerzas burguesas. Las cuestiones del multipartidismo, de la vida democrática, del papel del parlamento y del poder local, de la prensa y de los demás medios de comunicación de masas, de la creación intelectual, etc., a las que los pueblos europeos son tan sensibles, podrían haber sido el centro de nuevos argumentos y nuevas experiencias en Checoslovaquia, en ámbitos de acción política en los que las deformaciones del campo socialista han pesado demasiado en el desarrollo de los partidos comunistas de Occidente. Para los dos grandes partidos comunistas occidentales, el italiano y el francés, esto tiene más que una importancia académica o retórica. Son partidos para los que los problemas de gobierno están a la vista, y la posibilidad de fundamentar algunos aspectos de su formulación teórica, su programa, su estrategia y sus tácticas en la experiencia checa poseía un interés muy considerable. En el caso del Partido Comunista Italiano, su actitud, hacia la invasión checa, no podía ser una sorpresa, ya que era la coronación lógica de años de búsquedas prácticas y teóricas. Precisamente porque los comunistas italianos habían llegado antes a conclusiones similares a las del partido Checo, «desertaron» con los checos y más tarde, después de la invasión, asumieron con tanta nobleza y coraje la defensa del Partido Comunista Checoslovaco y de su líder, Alexander Dubcek.”
El elemento más sorprendente del grupo de jóvenes comunistas que dejaron el PCV en diciembre de 1970 y formaron el Movimiento al Socialismo (MAS) es que son un cuerpo coherente de revolucionarios profesionales, en el sentido leninista clásico del término, fenómeno acaso único en América Latina. Ahora, en sus treinta años largos, la mayoría de ellos han pasado las dos últimas décadas, casi toda su vida adulta, en una actividad clandestina e insurreccional bastante continua, interrumpida sólo por breves treguas políticas y por sus años en la cárcel. En el momento de la invasión soviética de Checoslovaquia, los comunistas venezolanos acababan de salir de estos 20 años de actividad revolucionaria, primero con éxito contra la dictadura militar del general Marcos Pérez Jiménez (1948-1958) y luego contra los regímenes elegidos de Acción Democrática de los presidentes Rómulo Betancourt (1959-1964) y Raúl Leoni (1964-1969). Hasta que el PCV fue derrotado en su larga rebelión guerrillera de los años 60 y destrozado por una lucha ideológica y de liderazgo centrada en el “antisovietismo” de Petkoff, fue uno de los partidos comunistas más fuertes y activos de América Latina. No sólo había sido el principal impulsor entre los partidos políticos venezolanos de la movilización de la clase obrera y las poblaciones marginales de Caracas para derrocar la dictadura de Pérez Jiménez, sino que montó el movimiento insurreccional más sostenido y activo de América Latina durante el decenio de 1960, que duró más tiempo y fue combatido con mayor crudeza que el movimiento guerrillero más conocido de Fidel Castro en la Sierra Maestra de Cuba unos años antes. Tras su derrota, los jóvenes que dejaron el PCV con Petkoff para formar el MAS empezaron a centrarse con una refrescante audacia y claridad en los problemas de los objetivos y procedimientos revolucionarios.
Lo que sigue en este informe sobre Teodoro Petkoff: La crisis del revolucionario profesional, es el producto de aproximadamente diez horas de entrevistas grabadas –realizadas a intervalos irregulares entre junio y diciembre de 1971– que componen un autorretrato de este líder de la insurrección guerrillera venezolana de los años 60 y de su generación política en Venezuela. Estas entrevistas están repletas de material documental original sobre la formación de un revolucionario profesional y sobre la vida interior de la insurrección de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN) durante la década pasada.
Teodoro Petkoff es un ejemplo representativo y destacado del tipo de comunista formado en Venezuela. En su extraordinaria carrera política, Petkoff, a la edad de 39 años, ya participó en la rebelión que derrocó la dictadura de Pérez Jiménez, formó parte de la dirección militar del PCV que planificó y organizó la insurrección guerrillera urbana y rural, logró dos sensacionales fugas de la prisión, primero, en 1963, descendiendo solo por un cordón de nylon desde el séptimo piso del Hospital Militar de Caracas, y luego en 1967, a través de un túnel excavado en una antigua fortaleza militar, el cuartel San Carlos, en el centro de Caracas, con otros dos líderes del PCV. Petkoff luchó en unidades guerrilleras en los estados Lara y Falcón en las montañas del oeste de Venezuela, participó en extensas polémicas, junto con otros líderes del PCV, en respuesta al ataque de Fidel Castro, en 1967, al PCV por su retirada de la lucha guerrillera, y en 1969 se centró en la invasión soviética de Checoslovaquia como una ocasión para un debate instructivo sobre el futuro de la revolución y sobre la verdadera naturaleza de la sociedad socialista. Basándose en estas experiencias, Teodoro Petkoff hablará por sí mismo en las páginas siguientes. La primera parte de su historia cubrirá los años de la lucha armada, hasta 1963. La segunda seguirá el declive del movimiento guerrillero en Venezuela, el debate interno y la división del Partido Comunista de Venezuela, y la formación del Movimiento al Socialismo.
I. Los años de la lucha armada
No me enteré de que papá había sido comunista hasta la adolescencia, ya que mis padres siempre fueron muy reservados. Mi madre es una judía polaca, médica, cuya familia fue aniquilada por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Mi padre es un ingeniero químico nacido en Bulgaria. Se conocieron en la Universidad de Brno, en Checoslovaquia, adonde mi padre había ido a terminar su carrera cuando huyó de Bulgaria, después del fracaso de la insurrección de 1923 en la que murieron unas 30.000 personas. Hubo levantamientos en varias ciudades de Bulgaria, una de las muchas insurrecciones revolucionarias ocurridas en Europa Central y Oriental en los años posteriores a la Revolución Bolchevique. Mi padre era miembro del Partido Comunista Búlgaro, y su ciudad natal, Pazardyik –ubicada a unos 130 kilómetros de Sofía, la capital–, fue uno de los centros del levantamiento. Años más tarde, mi tío Luben fue asesinado en la Guerra Civil Española. Cuando visité Bulgaria por primera vez, en 1960 –regresando a casa de un congreso estudiantil en Suiza–, descubrí que mis dos abuelos también eran miembros del Partido Comunista Búlgaro. Mi abuela se llamaba Raida. Era maestra de escuela y fundadora del partido. Parecía ser un miembro de cierta importancia, ya que fue nombrada para uno de los tribunales populares que se formaron después de la Segunda Guerra Mundial. Mi abuelo aún vivía cuando fui a Bulgaria, y lo conocí en ese pequeño pueblo de Pazardyik. El abuelo era muy viejo, pero aún lúcido, e incluso informado de la situación de Venezuela. Me mostró dos o tres de sus medallas, el tipo de condecoraciones que confieren en los países socialistas, una pequeña estrella y ese tipo de cosas. Tenía una típica casa campesina búlgara: cuadrada, sobre cimientos de cemento, con un pequeño terreno y una casita de madera donde criaba abejas. La abuela había muerto, así que se casó o vivió con una macedonia analfabeta. El abuelo y yo nos comunicábamos a través de una estudiante que traducía su búlgaro al inglés, que yo había aprendido en el bachillerato. Resultó que mi hermano Luben y yo nos hicimos bastante famosos en Bulgaria, casi héroes nacionales, ya que se nos consideraba como búlgaros que luchaban con la guerrilla venezolana. Cuando mi hermano Luben dejó el Partido, en 1967, se produjo una pequeña crisis entre los comunistas búlgaros, y la siguiente vez que fui allí me preguntaron: “¿Qué vamos a hacer? ¿Informamos al pueblo búlgaro de esto?” Les dije que era mejor no decir nada, que en última instancia aquello era un problema nuestro en Venezuela.
Después de que la revolución búlgara de 1923 fracasara, mi padre se fue a Viena, donde se reunieron los exiliados búlgaros. Llegó a conocer personalmente a Georgi Dimitrov, a quien siempre consideró como una gran figura del movimiento comunista internacional. Papá luego se mudó a Checoslovaquia para terminar sus estudios. Fueron los años románticos que siguieron a la victoria de la Revolución Bolchevique: Rusia necesitaba técnicos, y papá era ingeniero químico y miembro del Partido Comunista Búlgaro. Mi padre había pedido ir a la Unión Soviética para trabajar allí, pero insistieron en que fuera solo, y que mi madre lo siguiera después. Como se acababan de casar, mi padre dijo que tendrían que ir juntos o no irían. Así es como emigraron a Venezuela, casi por accidente. Algunos amigos búlgaros en Venezuela les habían escrito que había posibilidades aquí, así que llegaron en 1927. Mi madre fue la primera mujer en pasar los exámenes de la Junta Médica en Venezuela.
Mi padre trabajaba en varios tipos de empleos. Era difícil trabajar como ingeniero químico, porque la industria petrolera apenas había comenzado a funcionar y no había mucho más que hacer en Venezuela. Poco después de que aprobara sus exámenes médicos venezolanos en 1929, mi madre respondió a un anuncio del periódico para trabajar como médico en la Central de Venezuela, el mayor ingenio azucarero del país, en un pequeño pueblo llamado Bobures, al sur del Lago de Maracaibo. El ingenio azucarero necesitaba médicos debido a la epidemia de malaria que se extendía por el interior de Venezuela. Cuando los dueños del ingenio se enteraron de que mi padre era ingeniero químico, lo contrataron también. Yo nací en el ingenio, en 1932; más bien, mi madre fue en una de esas pequeñas lanchas que cruzan el lago hasta Maracaibo para dar a luz, porque las condiciones eran muy precarias en el ingenio. Aquellos años de infancia en el ingenio fueron muy felices. Teníamos una casa prefabricada de madera, grande y aireada, importada de Estados Unidos y montada en la plantación. Era una casa muy romántica y hermosa, típica del sur americano. Estábamos cerca de un río, en campo abierto, y nuestra casa tenía un inmenso patio lleno de animales. Papá era muy feliz en esos años. Él tenía una gran colección de serpientes y yo una cabra, que un día un tren mató. Había muchos negros de Trinidad que trabajaban como cortadores de caña y vivían en un rancho aparte. Nosotros formábamos parte de la “alta sociedad” de ese pequeño pueblo. Luego, en 1940, nos mudamos a Caracas.
Mi padre trabajó durante un tiempo en el Ministerio de Desarrollo en Caracas. Intentó montar una fábrica de productos químicos cerca de nuestra casa, en el bario periférico de Chacao, que en aquellos tiempos era prácticamente un campo. Pero empezó la Segunda Guerra Mundial, y la maquinaria que papá había pedido no podía ser enviada desde Suecia. La fábrica iba a producir tinta, tiza y materiales de impresión. Como había comprado una pequeña imprenta para producir sus propias etiquetas y papelería, abrió una imprenta, Tipografía Sorocaima, que se hizo muy próspera durante los años 40 y 50. Ahora el negocio de papá apenas sobrevive, porque está muy enfermo. Tiene 70 años y una infección pulmonar. Tiene un pequeño número de clientes de hace 20 años sólo para mantener el negocio en marcha. No puede subir escaleras y debe caminar muy despacio. Parece que en la época en que mi hermano Mirko fue asesinado por un policía, en 1957, mi padre perdió gran parte de su espíritu vital.
El día que hice mi primera visita a la oficina del periódico del Partido, Tribuna Popular, encontré a un amigo mío del liceo trabajando allí. Le pregunté, medio en broma, medio en serio, si podía trabajar allí también. (…) A través de Tribuna Popular hice mi primer contacto con la dirección del Partido, y con la política de los grandes en Venezuela.
Como dije, mis padres nunca mostraron mucha emoción, ni siquiera en términos de afecto. Recuerdo que cuando decidí inscribirme formalmente en las Juventudes Comunistas y le dije a papá, éste simplemente dijo: “Muy bien. Creo que eso es muy bueno”. Ese fue un gran paso para mí porque la dictadura de Pérez Jiménez (1948-1958) recién comenzaba entonces, y no era una broma estar en la Juventud Comunista en ese momento. Desde que tenía 13 o 14 años, había leído mucho, especialmente historia. Esa era una característica que me distinguía de mis hermanos menores y de los otros muchachos. Me conmovieron mucho libros como La madre, de Gorky; y El poder soviético, de Hewlett Johnson, el decano rojo de Canterbury. Cuando era adolescente, era muy extraño encontrar a un muchacho de 15 años involucrado en la política. La politización de la juventud en Venezuela es un fenómeno muy reciente. En nuestra clase de graduados del Liceo Andrés Bello sólo había tres comunistas y otros cuatro o cinco que nos seguían. Los otros dos comunistas se hicieron médicos; uno es ahora un médico muy próspero que sigue pagando las cuotas del Partido, pero que está inactivo; el otro es un eminente cardiólogo que se ha mantenido políticamente beligerante. El día que hice mi primera visita a la oficina del periódico del Partido, Tribuna Popular, encontré a un amigo mío del liceo trabajando allí. Le pregunté, medio en broma, medio en serio, si podía trabajar allí también. Los compañeros del partido, y sobre todo Gustavo Machado, fundador del PCV y editor de Tribuna Popular, dijeron que estaría bien, y comencé a trabajar como reportero ad honorem durante dos o tres meses. Todo lo que pedía era el dinero suficiente para pagar el billete de autobús, pero Gustavo insistió en pagarme algo más. Gustavo es un caballero venezolano de la vieja escuela, con un notable don de bondad hacia la gente. A través de Tribuna Popular hice mi primer contacto con la dirección del Partido, y con la política de los grandes en Venezuela. En ese momento había censura de prensa, y una de mis tareas era llevar las pruebas de imprenta a la oficina de censura que dirigía el coronel Benjamín Maldonado, que luego se convirtió en jefe de la inteligencia militar de Pérez Jiménez, para que las leyera y las devolviera. Discutí con el Coronel Maldonado y él le envió un mensaje a Gustavo preguntándole quién era ese pequeño y odioso tipo que lo había insultado, que había insultado al Gobierno, que había insultado a todo el mundo. Maldonado dijo que estuvo tentado a tirarme por la ventana. Unos meses más tarde, en 1949, se me permitió unirme a una célula del partido.
Después de que me uní al Partido Comunista, mi padre empezó a discutir de política conmigo por primera vez. Hablaba de una manera que hoy me parece muy inteligente, ya que siempre intentaba despertar en mí una conciencia antidogmática, sobre todo en lo que se refiere a Stalin y al culto a la personalidad, y al desarrollo económico soviético. Empezó a estudiar conmigo los informes del partido, o los despachos de noticias extranjeras, y a señalar ciertas discrepancias. Por supuesto, en ese período discutí ferozmente con él, ya que acababa de unirme al partido y creía devotamente en todo lo que el partido decía. Pero con el tiempo me di cuenta de que estas discusiones dejaban su huella en mí. Por ejemplo, cuando Stalin denunció a Tito en 1948, mi padre me preguntó si realmente pensaba que Tito era un instrumento imperialista y un agente de la inteligencia británica. Luego mi padre tomaría la historia oficial soviética de la Revolución Rusa y me preguntó: ¿Dónde están los nombres de Trotsky y Bujarin y los otros que hicieron la revolución? La primera vez que oí que la historia soviética había sido adulterada por Stalin fue de los labios de mi padre. Papá debe haber leído muchos de estos documentos en su juventud. Escuché de él por primera vez sobre el testamento de Lenin, y lo que Lenin dijo sobre Stalin. Mientras estudiaba los documentos soviéticos con mi padre, se hizo evidente que en las versiones de la Editorial de Lenguas Extranjeras de Moscú algunos de esos textos tenían omisiones o falsificaciones. Como resultado de estas discusiones con mi padre, comencé a cambiar mi actitud hacia Stalin y el estalinismo, y a cuestionar algunos artículos de fe muy bien acogidos por el Comité Central del PCV.
Mi primera célula del Partido estaba en Chacao, donde vivía, y estaba formada por obreros y artesanos en proceso de convertirse en obreros industriales. Recuerdo que había un carpintero, un barbero, un obrero de la fábrica General Tire, y un muchacho que se unió cuando yo lo hice, que era un peón en ese momento, pero ahora es un tipo muy diferente. Yo escribía historias cortas en esos días, y escribí una sobre esta célula que realmente dejó su marca en mí. Recuerdo cuando nuestra célula se reunía en mi casa, papá solía levantarse de su silla para estrechar ceremoniosamente la mano de cada uno de los compañeros cuando entraban, y mamá les servía más tarde café y pastel. La célula se reunía en mi dormitorio. En una de esas reuniones, una vez que se fueron todos, mi madre me preguntó con algo de arrogancia intelectual: “Bueno, ¿qué pueden saber ellos del comunismo?” Pero lo sabían, porque este tipo de trabajador se formó en los primeros levantamientos comunistas de 1936, y desarrolló lo que podría llamarse parte de la desviación obrera, que tenía un desprecio por los intelectuales, por otros niveles de la sociedad, y estaba cautivado por la idea de una revolución proletaria químicamente pura. El PCV había pagado muy caro por estas desviaciones. Los comunistas de América Latina se formaron en el crisol de la Tercera Internacional, en el marxismo de Stalin, es decir, el marxismo reducido a unas simples fórmulas, con toda la filosofía reducida a cuatro leyes dialécticas. Este tipo de marxista, formado en los años 30 y 40 en América Latina, es una persona muy simple, teóricamente hablando, porque ignora los fenómenos que no encajan en sus preconceptos teóricos. Por ejemplo, el hombre marginal, la población marginal de las grandes ciudades de América Latina, no existe para él porque este nuevo fenómeno no encaja en la vieja categoría del ejército industrial de reserva (los desempleados), por lo que lo ignora o lo etiqueta como un invento de Marcuse.
Como dije, mi primera célula del partido era muy proletaria, y me conectó por primera vez con el mundo obrero y con la gente pobre en general. Esta célula pertenecía a la estructura administrativa del Comité de El Recreo del PCV. En 1950, se celebró una conferencia del Partido en nuestra zona y fui elegido para el Comité, porque me había vuelto muy bueno vendiendo periódicos, colocando carteles y produciendo periódicos mimeografiados. A partir de 1949, cuando comencé a estudiar medicina en la Universidad Central de Caracas, continué siendo miembro de la Juventud Comunista y se me exigió ser políticamente activo en la Facultad de Medicina. Pero mi principal actividad era la calle. Entre 1950 y 1952, fui líder del Comité de El Recreo, y cuando se celebró una conferencia regional en 1952, fui elegido para el Comité de la Gran Caracas del PCV, donde trabajé hasta la caída de Pérez Jiménez. Sin embargo, fue en ese Comité de El Recreo donde comenzaron las discusiones que, al principio, parecían bastante insignificantes, pero que más tarde, vistas en retrospectiva, fueron muy importantes en términos de la crisis interna del Partido.
El 5 de julio de 1951, la dirección del PCV ordenó que se realizara una manifestación callejera por la libertad de los presos políticos en la sección de El Silencio, en el centro de la ciudad. Como miembro del Comité de El Recreo, fui uno de los principales organizadores y participantes de la manifestación. Fui arrestado en el Silencio por la Seguridad Nacional (la policía política), que me golpeó porque me había peleado con ellos. Después de esto, forcé una discusión sobre esta decisión de la dirección del Partido, que critiqué de la manera más dogmática y pedante, citando tanto a Lenin como a Stalin, con frases muy simples que decían que cuando el movimiento popular estaba a la ofensiva, las tácticas del partido debían ser también ofensivas. Pero cuando el movimiento popular está en receso o decadencia, el partido también debe pasar a la defensiva. Esto se desprende de la literatura esquemática y simplista de Stalin, pero es cierto. En la discusión del Comité de El Recreo sobre la manifestación del Silencio, dije que no podía entender la política del partido. Me parecía absurdo que en ese momento, cuando la dictadura militar había destruido a Acción Democrática (AD) (el gran partido socialdemócrata de Venezuela de los años cuarenta y cincuenta) y había paralizado todos los movimientos populares, cuando el Partido estaba proscrito y no había movimiento obrero ni actividad política, se hicieran manifestaciones que nos expusieran innecesariamente a la represión, llevando unos cuantos cuadros a la cárcel inútilmente sólo para hacer una demostración pública de que el partido seguía vivo. Después de la manifestación de El Silencio estuve tres meses en la cárcel, y cuando fui liberado se inició un debate en la Comisión de El Recreo que duró varios meses, se extinguió por un tiempo, y luego fue revivido cuando la dirección del partido ordenó otra auto-inmolación en 1954, cuando la Conferencia Panamericana de Ministros de Relaciones Exteriores de la O.A.S. se reunió en Caracas para tomar medidas contra el gobierno izquierdista de Guatemala y la actividad comunista en el hemisferio. Propusimos a Acción Democrática que nos manifestáramos juntos contra la Conferencia Panamericana. De hecho, yo fui asignado para proponer esta táctica errónea a Acción Democrática, aunque estaba en contra, pero tenía los contactos necesarios con sus líderes en Caracas. Cuando propuse la manifestación a AD, ellos dijeron: “No seas ridículo, chico. Nosotros no nos vamos a involucrar en eso”. Otro error táctico fue cuando un miembro del PCV fue encarcelado, el Partido le negó el permiso para firmar una pequeña tarjeta en la que prometía no participar más en actividades políticas. Esta pequeña tarjeta no significaba nada, pero como se negaron a firmar –a diferencia de los otros partidos proscritos– nuestros cuadros se pudrieron en la cárcel durante meses y años. En aquellos días yo era un ardiente estalinista, tan cerrado y sectario en este asunto como el resto del partido.
El Partido Comunista de Venezuela era muy extraño. Pequeño y maltrecho como era, siempre fue una facción importante en la política venezolana, con raíces en los sindicatos y en los movimientos armados, y en las relaciones con los otros partidos del país. Era muy diferente de los grupos trotskistas y prochinos de América Latina, compuestos por un pequeño círculo de intelectuales sin experiencia real en la política. Pero ni la intervención soviética en Hungría en 1956, ni el discurso de Jruschov denunciando los crímenes de Stalin causaron problema alguno en el PCV, porque nuestro Partido estaba tan involucrado en su propio problema, el régimen de Pérez Jiménez, que los acontecimientos más amplios del mundo comunista apenas nos conmovieron ligeramente. Cuando Jruschov habló, Stalin se convirtió en un monstruo para el Partido, y eso fue todo. Sin embargo, el partido ha tendido a convertirse en un culto, siguiendo el principio estalinista de no hacer la revolución en otros países para defender a la Unión Soviética. Para la mayoría de los partidos comunistas, la idea de la revolución se ha convertido en una especie de escatología, como la segunda venida de Cristo. En estas condiciones, los comunistas comenzaron a vivir, no para la revolución, sino para el propio partido. El partido se convirtió entonces en un fin en sí mismo, el objeto de todas las vigilias y devociones, una secta introvertida. Sin posibilidades revolucionarias, los comunistas fueron reducidos a sindicaleros (burócratas de sindicatos), que luchan duramente por los trabajadores, como los presidentes de los sindicatos, pero sin ninguna relación entre sus conflictos laborales y la estrategia revolucionaria. El culto al partido lo convierte en el ombligo del universo, y se vive sólo para el partido, y toda la realidad queda ligada a su estructura organizativa, a sus estatutos, a sus campañas de recaudación de fondos, a sus campañas de afiliación. Por ejemplo, puede que hayas visto los carteles de la calle del PCV que dicen: “Paga tus cuotas y asiste a las reuniones”. Esa es la quintaesencia del sectarismo. ¿A quién va dirigido este mensaje? ¿Qué le importa al 99% de los venezolanos? Este mensaje está dirigido sólo a los comunistas, tal vez a unas 3.000 personas, y no todos están interesados. En lugar de pegar carteles en las calles, se podría enviar un boletín mimeografiado para que los miembros paguen sus cuotas y asistan a las reuniones de sus celulas. Pero, no. El espíritu sectario cree que los problemas internos del partido son los del país, proyectando sobre éste cuestiones en las que no son de su interés, pero el partido es el eje de su existencia, el alfa y omega del mundo. Un partido comunista puede discutir, como lo hicimos durante dos años, si existen o no los principios leninistas, sin darse cuenta de que Lenin escribió sobre la organización hace 70 años para resolver un problema inmediato suyo, y no estaba esbozando dogmas eternos para todos los partidos comunistas en todas las partes del mundo. Lenin estaba escribiendo sobre su propio partido bolchevique allá, en la Rusia zarista, pero estos escritos sobre la organización del partido se convirtieron en dogmas de fe, que si son cuestionados conducen a algunas discusiones increíbles. Si alguien del partido dice, “Caramba, me parece que la célula no es necesariamente la única forma de organización del partido para nosotros”, un viejo comunista podría decir. “¡Este es un hereje! ¡Está violando las normas leninistas de organización!” Como si dijera en la Iglesia que la Virgen María no permaneció virgen después de dar a luz. El partido se convirtió así en un universo kafkiano a través del proceso estalinista que lo transformó de un instrumento de revolución a un fin en sí mismo.
II
Mis hermanos gemelos eran un año más jóvenes que yo, y eran morochos (gemelos idénticos). Los morochos eran una unidad en sí mismos, y como suele suceder con los gemelos, eran traviesos de niños, problemáticos de adolescentes, y alborotadores y peleadores de adultos. Como mi carácter era diferente al de ellos, aunque nuestra relación como hermanos era normal, era evidente que entre ellos había una mayor cercanía que la que podían tener conmigo. Yo no tenía ninguna influencia sobre ellos, ya que era sólo un año mayor. Eran personalidades muy tormentosas, grandes luchadores, que bebían y peleaban de forma muy plebeya, y cuyas amistades eran todas gente sencilla y común. Además, ambos tenían un don físico, una mano pesada como la de Cassius Clay. Les gustaba pelear porque generalmente ganaban, y además de esto tenían un valor loco. Mirko fue asesinado precisamente por ese increíble talante.
Luben era introvertido y callado, en el sentido de que no era una persona llamativa. Mirko era exactamente lo contrario. Era un gallo, un gallo de pelea. Mientras que Luben era un hombre monógamo -–y todavía lo es– que se casó y nunca tuvo aventuras. Mirko era guapo y además un cazador de mujeres. A las chicas les gustaba y él sabía usar esto. La gente siempre decía cuando caminaban juntos por la calle, Mirko hablando y Luben callado: “Ahí va Luben, pensando las maldades para que Mirko las haga.” De hecho, los dos hicieron maldades, pero ojalá hubiera sido sólo eso. Los dos eran trabajadores de la imprenta de papá y, característicamente, Luben era tipógrafo mientras que Mirko, el extrovertido, era el vendedor, quien atendía a los clientes.
La muerte de Mirko ocurrió de esta manera. Hubo un tiempo en que ambos tenían muy buenos amigos en Guarenas, un pueblo a unos 30 kilómetros de Caracas. Iban a Guarenas todas las noches, casi vivían allí, ya que todos sus amigos estaban ahí. Los morochos tuvieron varias peleas con la policía en Guarenas. Una vez hubo una gran pelea que requirió de siete policías para hacer un arresto. Cuando el prefecto de Guarenas llegó a la escena, los dos simplemente comenzaron a irse. El prefecto apuntó con su revólver a Mirko, pero Mirko se dio la vuelta –ese era su increíble valor–, maldijo unas cuantas veces y se alejó, mientras que el prefecto vació su revólver pero no lo alcanzó. Desde entonces la policía de Guarenas guardaba un rencor especial contra los morochos, tanto que la gente decía –no sé si esto es verdad– que el prefecto había dado órdenes de matar a Mirko a la primera oportunidad. Mirko se involucró con una chica de Guarenas que era muy decente, y tan seria que Mirko también se puso serio. Dejó de beber, iba a Guarenas tan sólo a ver a su novia, y nada más.
El policía fue hasta la ventanilla del conductor y repitió: “¡No muevas el carro!” Pero Mirko puso la primera velocidad, y acto seguido el policía vació su revólver en el cuerpo de Mirko, cruzándolo con seis balas. La última bala perforó su cuerpo hiriendo a Luben de forma superficial.
Un sábado por la noche, el 11 de julio de 1956, Luben estaba en un bar llamado El Tamarindo, a la entrada de Guarenas, donde había un poco de bebida, gritos y peleas. Alrededor de las 11 de la noche, Mirko llegó, completamente sobrio, después de visitar a su novia, para llevar a Luben a casa en su carro. Cuando los dos salían del bar, un policía que había estado allí todo el tiempo se levantó, sacó su revólver, apuntó a Luben y dijo: “No puedes irte. Estás bajo arresto”. Luben estaba completamente borracho, pero Mirko, muy sobrio, sólo dijo “¡Bah!” y continuó ayudando a Luben a llegar a su carro. El policía los siguió y cuando los dos se metieron en el carro, dijo: “¡No muevas el carro!” Mirko miró al policía y giró el switch. El policía fue hasta la ventanilla del conductor y repitió: “¡No muevas el carro!”. Pero Mirko puso la primera velocidad, y acto seguido el policía vació su revólver en el cuerpo de Mirko, cruzándolo con seis balas. La última bala perforó su cuerpo hiriendo a Luben de forma superficial. Mirko no murió de inmediato. Lo llevaron al Hospital de Guarenas, y luego al Centro Médico de Caracas. Mirko estaba consciente en la ambulancia, y le dijo a Luben que iba a morir. No sé qué más pasó en esa ambulancia, ya que Luben nunca ha hablado de eso.
La muerte de Mirko afectó terriblemente a Luben. Por supuesto, nos afectó a mí y a mis padres, especialmente a mi madre. Luben se comportó como un zombi durante mucho tiempo. Esa experiencia lo desquició completamente. Para empezar, él debería haber sido el muerto. Luben estaba bebiendo en el bar y Mirko sólo había venido a llevarlo a casa. Así que, durante mucho tiempo, Luben vivió con un terrible sentimiento de culpa. Mirko había muerto por nada. Luego estaba esa cosa especial entre gemelos. Luben vivió durante mucho tiempo como si hubiera perdido una parte de sí mismo, como si la mitad de su cuerpo hubiese desaparecido. Continuó trabajando en la imprenta de papá, pero seguía como un sonámbulo. Iba y venía entre la imprenta y la casa. No bebía, no hacía nada. Luego, a finales de 1957 –hacia el final de la dictadura de Pérez Jiménez, cuando yo estaba involucrado en la insurrección y permanecía escondido– Luben comenzó a visitarme en mi pequeño apartamento en Colinas de Bello Monte, donde vivía con mi primera esposa y dos niñas pequeñas. Venía a casa y se sentaba sin decir nada y me miraba ir y venir con propaganda mimeografiada y otras cosas. En esa época yo estaba “enconchado” (literalmente, en una concha, en la clandestinidad) completamente dedicado a la actividad clandestina, y nunca visité a mi familia. Un día llegué al apartamento con una radio clandestina que íbamos a instalar en un carro, y Luben, que es un hábil mecánico con carros y máquinas, dijo: “¿Quieres que te ayude?” Dije: “Por supuesto”. Así que bajamos al carro y él instaló la radio. Entonces Luben me preguntó: “¿Quieres que conduzca el carro por ti?” Como no tenía ninguna objeción, salimos en el carro. Más tarde salió con un camarada y una radio para la retransmisión clandestina de propaganda contra Pérez Jiménez. En otra ocasión necesitábamos un carro para conseguir dinamita, y Luben dijo: “Voy a buscar el carro”. Tú sabes que en una época los muchachos de aquí solían robar carros para aprender a manejar; eran muy buenos para conseguirlos de esa manera. Más tarde necesitábamos otro carro para enviar órdenes de huelga a un camarada en el estado Anzoátegui, en el este de Venezuela. Luben dijo: “Yo llevaré el mensaje”. Consiguió un gran carro, un Chrysler, y llevó el mensaje a Anzoátegui. Cuando regresó a Caracas, hizo algo característico suyo. Había un toque de queda, y había un control policial en la entrada de Caracas. Cuando Luben se acercó, el policía no bajó la cadena, así que Luben aceleró en lugar de reducir la velocidad y se llevó la cadena con él. En ese momento estaba estrechamente conectado conmigo en la actividad clandestina.
En el momento de la huelga general del 21 de enero de 1958, que derrocó a la dictadura, yo estuve profundamente involucrado en la organización de los trabajadores del barrio Los Cortijos para la agitación de la calle, hablando en las puertas de la fábrica y siendo perseguido por la policía. El 21 de enero hubo una gran manifestación popular en la Plaza de El Silencio, y Luben y yo fuimos a ver qué pasaba. Hubo peleas en las calles todo el día. No teníamos armas en esos tiempos, pero quemamos autobuses en las calles, y los convertimos en barricadas. Detuvimos un camión de bomberos, y cuando llegó la policía los bomberos no dijeron nada, así que la policía disparó unos cuantos tiros y se fue.
Pérez Jiménez se fugó en un avión a la República Dominicana a las 3 de la mañana del 23 de enero de 1958, y la vida política legal del PCV comenzó de nuevo.
Tras la caída de Pérez Jiménez, comencé inmediatamente el trabajo de organización del Partido en la parte oriental de Caracas, en Chacao, y Petare. En una reunión política en la plaza de Petare, hablé en público por primera vez en mi vida. Una intensa ronda de mítines, reuniones y conversaciones comenzó en los barrios y en las plazas.
Luben siempre estuvo al margen de esta actividad, hasta que un día me preguntó: “¿Por qué no me metes en el Partido?” Estuve de acuerdo, por supuesto, con gusto. Luben se involucró muy profundamente, con una inmensa pasión que nunca disminuyó. Al contrario, se ha purificado con el tiempo. Luben ha cambiado mucho desde entonces. Hasta que se unió al Partido, si había leído un libro en toda su vida, era mucho. Ninguno de los morochos tenía inquietudes política hasta que Mirko murió y Luben se unió al partido; sus vidas habían sido de peleas, bebida y trabajo. Ambos habían abandonado la escuela secundaria, Luben en el segundo año y Mirko en el quinto. A pesar de esto, con inmensa pasión, con un gran sentido de la responsabilidad, la puntualidad y el manejo del dinero, Luben se convirtió en un hombre clave en el partido en el este de Caracas. Gracias a Luben incluso teníamos una imprenta –para un comité local del PCV tener una imprenta era toda una empresa–, con Luben como nuestro tipógrafo. Teníamos una máquina Heidelberg, completamente pagada, porque en los primeros seis meses Luben trabajó 18 horas diarias sin salario. Cuando la lucha armada y la insurrección guerrillera comenzaron contra el régimen de Betancourt, alrededor de 1961, Luben se sumergió en ello con todo su corazón. Estaba físicamente bien equipado para la lucha armada por su fuerza, su loco valor y su increíble temeridad. Además, Luben también era muy buen tirador, le gustaba manejar armas de fuego, y siempre ha disfrutado de la vida al aire libre de los bosques y las montañas, mientras que yo no soy muy aficionado a lo salvaje. Luben es muy hábil en la selva, y puede sobrevivir con sólo unos pocos fósforos. Pero lo más importante es que empezó a leer y esto transformó su carácter. Empezó a pulirse a sí mismo, así que hoy es un hombre profundamente reflexivo. Luben estuvo en las montañas como guerrillero durante cinco o seis años de incesantes combates donde tuvo muchos enfrentamientos y batallas con el ejército. Esta epopeya es aún hoy desconocida, porque el Ministerio del Interior tuvo la astucia de silenciar toda publicidad de la guerrilla, de prohibir incluso el nombre de las FALN (Fuerzas Armadas de Liberación Nacional) en los periódicos. Luben tiene varias heridas de bala en su cuerpo y le falta un dedo producto de estas batallas.
III
En 1958 el Partido cometió un error muy grave al apoyar a la junta provisional que reemplazó a Pérez Jiménez, y al no impulsar transformaciones revolucionarias inmediatas. La junta provisional tenía representantes de la oligarquía venezolana, como Eugenio Mendoza, a pesar de que era el pueblo el que había derrocado a Pérez Jiménez en las calles. Nosotros, los del PCV, habíamos contribuido de manera muy importante a la caída del dictador. Fue nuestra imprenta clandestina y las radios las que en gran medida generaron la propaganda contra la dictadura, y nuestra organización clandestina la que planificó y movilizó las manifestaciones callejeras y la huelga general que derrocó al régimen. En la reunión plenaria del Comité Central del PCV en abril de 1958, la mía fue la única voz disidente, y después de eso no volví a plantear la cuestión. Argumenté en ese momento que, si bien el derrocamiento de Pérez Jiménez fue un logro muy importante, las palancas claves del poder del gobierno seguían estando en manos de la oligarquía, que era obvio que la Junta Provisional y los ministros del gabinete eran oligarcas y que el Estado seguía siendo oligárquico e imperialista.
Como la relativa libertad y democracia de la época eran una conquista de las masas y no una concesión del Gobierno, debíamos utilizar esa apertura democrática para una formulación revolucionaria que sustituyera a la junta y no para defenderla incondicionalmente. En las elecciones de diciembre de 1958, el PCV obtuvo 71.000 votos en Caracas, y fue el segundo partido más fuerte de la ciudad. Ya que el Partido Comunista había construido una importante masa de seguidores en 1958 con una política equivocada, ¡imagina lo que podría haber hecho con una política correcta! Si el PCV hubiera actuado como un agente revolucionario en lugar de como bomberos para amortiguar y controlar los conflictos sociales, uno se pregunta qué se podría haber logrado con el apoyo de las masas de Caracas –el tipo de gente que podría decidir cualquier levantamiento. Así como la Revolución Rusa se decidió en Petrogrado y no en toda Rusia, nuestra revolución debía llevarse a cabo en Caracas. Si nosotros, el PCV, hubiéramos llevado a cabo, a partir de la visita del vicepresidente Nixon en abril de 1958 y de las manifestaciones callejeras que provocó, una nueva política de agitación y agravamiento de las decepciones y contradicciones generadas por la Junta Provisional en lugar de apoyarla siempre, las cosas podrían haber sido muy diferentes.
Con la presencia de Eugenio Mendoza y el resto de la oligarquía en el gobierno, había motivos políticos y sociales más que suficientes para movilizar a las masas contra el gobierno, aunque la junta provisional gozaba de un considerable apoyo popular. El PCV debería haber señalado constantemente la verdadera naturaleza y las contradicciones de la Junta. El 7 de septiembre de 1958, se produjo un sangriento levantamiento de la policía militar en el Palacio de Miraflores. La revuelta fue aplastada cuando una gran multitud de civiles tomó por asalto el cuartel de la policía. En ese momento un historiador llamado Germán Carrera Damas, que pertenecía al PCV, escribió un artículo sobre el asalto del pueblo al cuartel de la policía en Miraflores, que indicaba que el pueblo se había apoderado de uno de los bastiones del poder. Aunque era un relato general del análisis de los periódicos, llevaba esa frase simbólica. Varios altos funcionarios del Gobierno llamaron a la sede del partido para protestar por el artículo, porque pensaban que el sentimiento popular estaba en ebullición. Sin embargo, la dirección del partido fue incapaz de ver esto. En la reunión plenaria del PCV, en abril de 1958, mis argumentos a favor de una política más agresiva del partido fueron enterrados bajo las denuncias de que yo era libresco y sectario. Un líder del Partido tomó una copia de Tribuna Popular y mostró que estaba llena de anuncios del Gobierno, así que ¿cómo podía ser un gobierno oligárquico e imperialista?
En 1958, el PCV perdió la oportunidad de desarrollar una política revolucionaria para la conquista del poder, pero dos años más tarde dio marcha atrás y comenzó a prepararse para la lucha armada. Uno de los hombres clave en esta discusión fue Guillermo García Ponce. Aparte de lo que se podría decir de su carácter autocrático y su impermeabilidad a las nuevas ideas (aunque no hay que exagerar), Guillermo es un hombre de audacia y gran agarre político. En lugar de ceder a los reflejos de los tradicionales comunistas latinoamericanos, Guillermo demostró valor en el desarrollo de una política revolucionaria. Ciertos desacuerdos personales con algunos camaradas de la antigua dirección del partido le hicieron asumir recientemente algunas posiciones extremas, como su tenaz defensa de la Unión Soviética, en la que él mismo puede no haber creído plenamente en las semanas previas a la división del PCV. Por ejemplo, a menudo he oído a Guillermo decir cosas que podrían explicar plenamente su presencia en el MAS, en lugar de liderar el grupo que presionó para nuestra salida del PCV. Durante la lucha armada expresó su admiración por los chinos y Mao Tse-Tung, hasta el punto de que cuando dirigió Tribuna Popular se negó a imprimir ataques contra los chinos. Cuando trabajábamos juntos en la antigua Tribuna Popular, solía decir : “Ustedes saben que soy prochino, pero si la defensa y los intereses estratégicos de la revolución mundial dictan que los tanques soviéticos entren en China, yo estaré en esos tanques.” Esto se debe a que es un hombre muy pragmático, aunque también se ha equivocado en ese plano.
Como dije, el PCV era una fiesta extraña. A pesar de estas discusiones y discrepancias internas, pudimos llevar a cabo la lucha armada, y durante la insurrección pudimos debatir intensamente la estrategia y las tácticas entre nosotros. El PCV no tenía un sello estalinista –pocos de los líderes del partido habían estado en la Unión Soviética– y había mucha tolerancia hacia las discusiones internas. Recuerdo que en una reunión del Comité Central, en diciembre de 1962, expresé la opinión de que las sangrientas insurrecciones navales de Carúpano y Puerto Cabello eran aventuras irresponsables, y que la lucha armada se estaba llevando a cabo con graves excesos de militarismo, anarquismo y terrorismo. Sin embargo, no creo que ese desacuerdo haya afectado nunca nuestras relaciones personales. Aunque a veces estaba en desacuerdo y criticaba la política del partido, nadie pensó en censurarme, porque el PCV tenía la libertad interna de sostener y discutir opiniones diferentes, siempre y cuando estos desacuerdos no se hicieran públicos. Esto hizo que el PCV fuera muy diferente de los partidos comunistas de Argentina y Francia.
La lucha armada como tal comenzó a finales de 1961. En ese momento yo era diputado de la Asamblea Legislativa del Estado Miranda, diputado suplente del PCV en el Congreso Nacional, e incluso asistí a algunas sesiones de éste, especialmente cuando el Gobierno trató de despojarme de mi inmunidad parlamentaria y de hacerme comparecer a juicio. Durante 1960 y 1961, cuando estaba a punto de graduarme en la Facultad de Economía, las Juventudes Comunistas me pidieron que me presentara como su candidato a la Presidencia de la Facultad de Economía. Ganamos las elecciones, y esa fue la primera victoria de la Juventud Comunista sobre la juventud de Acción Democrática, el movimiento juvenil más poderoso del país. Fueron años de esperanza y expansión en los que la universidad luchó abiertamente contra el régimen de Betancourt.
En 1960 realizamos una masiva marcha callejera desde la Universidad Central hasta el centro de la capital, con miles y miles de personas. Mientras hablaba frente al edificio del Congreso, una banda de matones de Acción Democrática atacó la manifestación y comenzó una serie de peleas callejeras, un evento habitual en esos años, que se extendió por toda Caracas.
Estos brotes insurreccionales fueron realmente muy espontáneos. Nuestros muchachos quemaron el camión que transportaba a atacantes armados, comenzando una pelea callejera, en octubre de 1960, que duró cuatro o cinco días. En noviembre comenzó otra serie de disturbios callejeros, pero todavía eran combates con piedras y cócteles molotov contra la policía, porque en ese momento no teníamos armas. Como resultado de estos disturbios callejeros, el Gobierno intentó despojarnos a Gustavo Machado, Domingo Alberto Rangel y a mí de nuestra inmunidad parlamentaria. La Comisión del Congreso estudió el asunto y decidió que no había motivos para juzgar a Machado y Rangel, pero había pruebas contra mí. Parece ser que antes de los acontecimientos de octubre de 1961, en lo que se conoció como la Batalla de la Universidad, cuando el Batallón Simón Bolívar del ejército se hizo cargo de la universidad en respuesta a la resistencia armada de los estudiantes, el Gobierno intervino algunas conversaciones telefónicas en las que di ciertas instrucciones sobre la transferencia de armas. Con estas pruebas y después de un largo debate parlamentario, perdí mi inmunidad, pero no se emitió ninguna orden de detención en mi contra. En ese momento se inició una huelga de transporte en el estado Táchira, que provocó levantamientos en toda Venezuela y en pocos días paralizó todo el país. El primer día de los disturbios en Caracas hubo unos 18 muertos. Ese fue el único momento en el que estuvimos a punto de iniciar un proceso insurreccional mucho mayor. Lo único que faltaba era la participación de una parte del ejército en la revuelta.
En abril de 1962 Douglas Bravo y yo fuimos a las montañas de Falcón para organizar el primer grupo de guerrilleros rurales de Venezuela.
Esta sección de las Fuerzas Armadas existía y estaba dispuesta a unirse a la revuelta, pero posteriormente perdió fuerza a través de los inútiles levantamientos navales en Carúpano y Puerto Cabello y otros arrestos aislados. Pero en enero de 1962, la fuerza de la izquierda en las Fuerzas Armadas estaba en gran parte intacta en La Guaira, Carúpano, Puerto Cabello y Caracas; y estábamos sobre todo en buena forma debido al tipo de unidades comandadas por oficiales de izquierda. Teníamos grupos en Caracas, la Infantería de Marina en La Guaira, y las bases de Carúpano y Puerto Cabello. Si en ese momento (enero de 1962) se hubiera producido una revuelta militar, el destino del país podría haber sido diferente. Entonces estas unidades podrían haberse sublevado, pero no lo hicieron. Hicimos todo lo que pudimos para inducir a estas bases militares a rebelarse en enero de 1962. Justo cuando comenzaron los combates callejeros, el Batallón de Infantería de Marina de La Guaira se iba a rebelar, según un plan previamente establecido. Para entonces yo era parte del comando militar del partido. Cuatro de nosotros de este comando fuimos al puerto de La Guaira para convencer a los oficiales de que llevaran a cabo la revuelta de la que habíamos hablado tantas veces, pero ellos dijeron que por varias razones no era posible todavía. Al final de esa semana, hicimos una cosa loca y desesperada. Intentamos que la base de La Guaira se rebelara por encima del comandante, intentando que los tenientes se rebelaran. Enviamos a unos cientos de nuestros muchachos desde Caracas a esperar las armas cerca de la base una vez que la revuelta comenzara. Pero no funcionó. Los guardias de la base notaron una extraña actividad en la calle, así que arrestaron a 200 de nuestros hombres mientras esperaban el levantamiento. El episodio nunca fue reportado. Era importante porque era el momento adecuado para una insurrección militar. En medio de una huelga revolucionaria que paralizaba el país, la rebelión de La Guaira se habría extendido a través de las Fuerzas Armadas.
Unos meses más tarde se produjeron las revueltas de Carúpano y Puerto Cabello, pero fueron inoportunas y demasiado tardías. En medio de estos acontecimientos, un juez emitió la orden de arresto que estaba pendiente desde que se me retiró la inmunidad parlamentaria, por lo que en enero de 1962 pasé a la clandestinidad. Yo era el único líder del PCV que vivía en la clandestinidad, porque el partido todavía era legal. En abril de 1962 Douglas Bravo y yo fuimos a las montañas de Falcón para organizar el primer grupo de guerrilleros rurales de Venezuela.
IV
Las guerrillas rurales fueron en Venezuela una extensión de la insurrección urbana. Debido a que las guerrillas fueron iniciadas por estudiantes y algunos trabajadores de Caracas, estos “focos guerrilleros” fueron capaces de atraer a un gran número de campesinos. Aunque ya no creo que la guerrilla rural sea una forma viable de lucha revolucionaria en nuestro país, tan urbanizado, cabe destacar que en el estado Lara hubo en su momento unos 300 guerrilleros armados y en Falcón había 150 hombres bajo el mando de Douglas Bravo. El 80 ó 90 por ciento de estos hombres eran campesinos. Conocí muy bien a los guerrilleros de los estados Lara y Trujillo. En Trujillo, donde luchaba mi hermano Luben, la guerrilla estaba compuesta principalmente por campesinos de las montañas de Boconó. En Lara la guerrilla también era principalmente campesina y sólo los organizadores venían de la ciudad. En Lara y Trujillo especialmente, el apoyo de los campesinos a la guerrilla era considerable en términos de logística, transporte y escondites.
Las guerrillas de Falcón se organizaron en el teatro de una vieja disputa entre los clanes Bravo y Hernández en esas montañas. Douglas Bravo fue considerado erróneamente como una especie de cobarde, porque el padre de Douglas fue asesinado por un miembro del clan Hernández, y en la mejor tradición de las montañas, en venganza debería haber matado a un Hernández. Pero Douglas estaba interesado en otras cosas, en la política, así que se fue a Caracas a buscar otro tipo de vida. Más tarde recuperó su prestigio en Falcón cuando se convirtió en guerrillero. En la Sierra de Falcón pudimos construir nuestra base guerrillera con la ayuda de una antigua familia de terratenientes que tenía su propio séquito de siervos, ocupantes ilegales y criados. Nuestro primer punto de llegada fue una zona montañosa al norte de Pueblo Nuevo, un pueblo del clan Bravo, cerca de una de sus haciendas llamada Los Evangelios. Pudimos incorporar a los campesinos de los Bravo que trabajan la tierra. En Falcón establecimos la guerrilla sobre la base de este tipo de relaciones político-familiares. Por ejemplo, había un hombre al que habían matado recientemente en una típica disputa falconiana. Era una especie de asesino profesional, muy valiente y buen tirador, que se unió a la guerrilla y luego se fue y tuvo una conversión increíble. Se convirtió en un evangelista, un pastor de almas, un hombre súper pacífico que fue asesinado recientemente por la espalda en una de esas viejas venganzas. Se había unido a la guerrilla porque era amigo de los Bravos, y por la tradicional rebeldía de la Sierra.
Una vez devolvimos a un destacamento de 25 muchachos que habían venido de Caracas para unirse a la guerrilla, porque vimos en sus caras que no eran buenos para la lucha. Otros grupos guerrilleros tenían la política de aceptar a cualquiera que viniera. Descubrieron que la realidad era muy diferente a sus fantasías inspiradas por la Revolución Cubana. No sabían que la selva venezolana era brutal.
Douglas Bravo y yo habíamos organizado los embriones de los primeros grupos armados del PCV en Caracas, en la etapa final de la lucha contra Pérez Jiménez. Sin embargo, teníamos una noción muy romántica y tonta de la guerra de guerrillas, una visión cubana de la victoria rápida y fácil, y en este sentido la construcción de los primeros núcleos guerrilleros fue muy mala. En los años anteriores a la lucha armada enviamos a muchos jóvenes al campo para entrenarse viviendo como campesinos, pero esto no dio muy buenos resultados. No fue casualidad que el único grupo guerrillero que sobrevivió a los primeros asaltos del ejército fuera el de Falcón, porque allí teníamos una política muy estricta de selección de personal. Una vez devolvimos a un destacamento de 25 muchachos que habían venido de Caracas para unirse a la guerrilla, porque vimos en sus caras que no eran buenos para la lucha. Otros grupos guerrilleros tenían la política de aceptar a cualquiera que viniera. Descubrieron que la realidad era muy diferente a sus fantasías inspiradas por la Revolución Cubana. No sabían que la selva venezolana era brutal. Los guerrilleros tenían la loca idea de que el ejército no subiría a las montañas donde estábamos. Luego descubrimos que el ejército llegó tan lejos como la guerrilla, e incluso más allá. Las primeras bandas guerrilleras fueron liquidadas por el ejército con poco esfuerzo. En esos primeros meses, cuando teníamos un núcleo de unos 20 hombres en Falcón, estábamos completamente desconectados de los campesinos de la zona. Nos quedábamos en las montañas y nos manteníamos ocultos por miedo a que los campesinos nos vieran. Los únicos campesinos con los que tratábamos eran los de las haciendas Bravo. Pero nuestras tácticas cambiaron después de nuestro primer fracaso en 1962.
En 1961, otro camarada y yo habíamos estado en Falcón para establecer contacto con Domingo Urbina, quien se había escapado de la Cárcel Modelo de Caracas, donde cumplía condena por participar en el asesinato del Presidente Provisional Carlos Delgado Chalbaud, en 1950. En la cárcel Urbina se inclinó hacia una ideología de izquierda y cuando se escapó nos hizo saber que era un revolucionario. Fuimos a buscarlo y lo encontramos escondido en una cueva en las montañas de Falcón, y aceptó unirse a nuestra insurrección. Los Urbina eran una familia tradicional del estado Falcón. Aunque Domingo Urbina dejó el campo unos meses después de unirse a la guerrilla, tenía estupendas relaciones familiares en toda la zona, lo cual era una gran ventaja.
Como la guerrilla de Falcón estaba dirigida por hombres de la zona, pudieron crear una fuerte red de apoyo logístico con personas que estaban motivadas, al menos al principio, por el parentesco y no por la política. Además de Douglas Bravo y Domingo Urbina, había un tercer camarada, un abogado del PCV de Caracas llamado Hipólito Acosta, cuya familia tiene una pequeña hacienda cerca de Curimagua, en la Sierra de Falcón. Luego estaba el capitán Elías Manuit, quien estaba destinado en la base militar del Táchira cuando se produjo la revuelta de Carúpano. Era un hombre joven, emotivo, romántico, compositor de canciones y poemas, pero muy duro. En el momento del levantamiento de Carúpano, abandonó su puesto en el ejército en Táchira y entró en el cuartel general del partido en Caracas con dos ametralladoras, diciendo: “Renuncié al ejército. Quiero ir a un campamento guerrillero. ¡Nunca me dijiste nada sobre esta revuelta!” No había forma de convencerlo de que no lo hiciera, así que lo enviaron a Falcón, y llegó cuando yo aún estaba allí.
Estuve en Falcón sólo tres meses, ya que era el comienzo de las operaciones de la guerrilla, y el ejército había destruido todos los focos de la guerrilla en los estados Falcón, Lara, Yaracuy y Mérida. Los únicos sobrevivientes de nuestro grupo fueron siete combatientes en Falcón. Con estos siete hombres reconstruimos la guerrilla de manera mucho más cuidadosa y sistemática. Después de ese período en Falcón con Douglas Bravo volví a Caracas.
Desde mediados de 1962, hasta que fui capturado el 19 de marzo de 1963, formé parte de la sección militar del PCV. Mientras que la guerrilla rural luchaba más o menos en la misma línea que la guerrilla rural en otras partes del mundo, las operaciones del comando urbano llevadas a cabo por las FALN en Caracas contenían elementos de extrema originalidad, a diferencia de todo lo que se había hecho antes en Venezuela y en el resto de América Latina. Estas acciones de los comandos habían atraído tanta atención a nivel internacional que algunos de nuestros camaradas, cuando viajaban al extranjero, eran presionados por los revolucionarios vietnamitas para que les explicaran en detalle cómo planeamos y ejecutamos operaciones como el secuestro de la estrella de fútbol argentino-española Alfredo Di Stéfano, el secuestro del vapor Anzoátegui, el robo y devolución voluntaria de toda una exposición de pinturas impresionistas francesas en Caracas, y el secuestro del agregado militar de los Estados Unidos.
El primer secuestro político de aviones se llevó a cabo aquí en Venezuela, en noviembre de 1961, cuando nuestros muchachos hicieron que el avión volara sobre Caracas para lanzar panfletos. Voló bajo sobre la ciudad varias veces, causando una gran conmoción, entrando en el estrecho valle desde el oeste y rozando los tejados de los edificios de apartamentos; luego voló de vuelta desde el este para repetir la misma pirueta. Como no queríamos identificarnos demasiado con los cubanos a los ojos de la opinión pública, el avión aterrizó en Curação. Sin embargo, no esperábamos que las autoridades holandesas de allí entregaran a nuestra gente al gobierno venezolano, que los puso en la cárcel durante cinco años. Después de eso, el MIR secuestró un avión en Ciudad Bolívar y lo llevó a Trinidad. Este tipo de acción espectacular dio inicialmente a la FALN el tipo de popularidad que ahora disfrutan los Tupamaros en Uruguay. Eran acciones concebidas por su impacto político, que no causaban derramamiento de sangre pero que hacían quedar en ridículo al Gobierno y a la policía. En los años siguientes los Tupamaros desarrollaron este tipo de acción con un alto grado de habilidad e inventiva, mientras que nosotros retrocedimos en operaciones que eran políticamente contraproducentes por sus excesos de terrorismo.
En esos años no había textos o manuales sobre cómo llevar a cabo una insurrección guerrillera urbana. Recuerdo que muchos leímos Éxodo, de León Uris, y nos entusiasmamos con el tipo de acciones de comando descritas en el libro. Aparte de esto, el único tipo de libros que leímos fueron los mismos que están disponibles para los militares venezolanos: Textos del ejército de los Estados Unidos sobre la represión, operaciones contra francotiradores, etc. Teníamos una vanguardia relativamente pequeña para llevar a cabo estas audaces y espectaculares acciones. Las FALN contaban con algo más de 500 hombres divididos en cinco brigadas –tres controladas por el PCV y dos por el MIR– cada una de las cuales tenía una organización de apoyo logístico de entre 300 y 400 personas. Las brigadas de 100 hombres se dividieron a su vez en pelotones de cinco o seis hombres llamados UTC, “Unidad Táctica de Combate”. Al principio se llamaron “Unidad Táctica de Cooperación” porque fueron concebidas como unidades de apoyo a la guerrilla rural, ya que pensamos que la guerrilla rural era el frente de batalla más importante para nosotros, embriagados como estábamos por la propaganda y el triunfo de la Revolución Cubana. Pero los acontecimientos transformaron la ciudad en el principal frente de batalla. Caracas era como una cámara de eco, y un petardo que estallaba en una esquina del centro de la ciudad tenía más impacto político que una batalla campal entre la guerrilla y el ejército en las montañas de Falcón. Esto es, hablando en términos estrictamente militares, sin tener en cuenta la composición demográfica de Venezuela, que se había transformado de un país con un 65% de población rural en 1936 a aproximadamente un 77% de población urbana en la actualidad. Por lo tanto, los nudos de tensión política y contradicción social están en las ciudades y no en el campo. Así, una pequeña vanguardia de 500 hombres pudo sostenerse durante dos años en Caracas porque encontró un apoyo sustancial en la población de la ciudad.
Estas acciones de comando tenían que ser preparadas muy cuidadosamente, y cada brigada mantenía un archivo de programa de las acciones pendientes a realizar. Una de las más notables fue la captura del cuartel general de la misión militar de los Estados Unidos en el área del Club de Campo Rico. Si recuerdan, la prensa internacional hizo circular más tarde una fotografía de un coronel americano en ropa interior, y también habíamos bajado la bandera de los Estados Unidos e izado la de Venezuela frente a su casa. Esta acción fue planeada lentamente y con gran detalle. Nuestros comandos iban regularmente a la casa como recogedores de mangos para comprobar el horario de la protección policial, y nuestras chicas coqueteaban con los policías militares venezolanos fuera del edificio. En varias ocasiones la policía militar dejó entrar a nuestros hombres en la casa para usar el baño. Cuando allanamos el lugar, un comando entró vestido como un teniente del ejército venezolano. La policía militar saludó antes de decir: “levanten las manos”. Cuando nuestra gente entró en el edificio, todos los oficiales americanos estaban juntos en la cena, lo que hizo las cosas muy fáciles.
Sin embargo, otra forma de combate urbano era mucho más importante que las acciones de comando: las batallas de la gente de los barrios pobres de Caracas contra la policía. En Caracas la lucha armada gozaba de un considerable apoyo de estas masas pobres que vivían en los barrios de las colinas con nombres como: Lídice, Gato Negro, El Manicomio o los grandes proyectos de vivienda del Gobierno llamados Pro-Patria y 23 de Enero, con sus bloques de 15 pisos llenos de trabajadores. Una ciudad como Caracas tiene una excelente topografía para el combate urbano. Sus barrios pobres están llenos de colinas, y sus calles y callejones son extremadamente complicados. La acción urbana armada desarrolló un patrón bastante común. Un pequeño comando de las FALN llegaba al barrio o se organizaba allí. Ponía barricadas y comenzaba a luchar contra la policía. Sin embargo, no se trataba de una acción aislada, sino que incorporaba efectivamente a la población del barrio.
Aunque quizás sea un ejemplo banal, a veces unas 50 ó 60 personas hacían cola en el tejado de la urbanización 23 de Enero, esperando su turno para disparar un rifle, un tiro cada uno, contra los cuarteles del ejército que se encontraban al otro lado de la carretera. El ejército respondía rociando estos bloques de apartamentos con fuego de ametralladora, así que por seguridad la gente dormía en el suelo de sus apartamentos. Todavía hoy se pueden ver las marcas de bala en los edificios. Cuando la dictadura de Pérez Jiménez cayó, estos acababan de ser terminados y estaban listos para ser ocupados. Los edificios fueron invadidos y los apartamentos fueron confiscados por los habitantes de los ranchos de las colinas circundantes. El PCV hizo un trabajo político muy efectivo entre estas personas, y fueron muy hostiles al régimen de Betancourt. Los francotiradores y los combates callejeros continuaron alrededor de estos bloques de apartamentos hasta que, en octubre de 1960, el ejército tuvo que ocupar los proyectos de vivienda y registrar los edificios casa por casa.
Los guerrilleros, sin muchas armas ni hombres, mantenían escaramuzas de extrema movilidad, no de posiciones. Tomaban una posición brevemente en una esquina de la calle, y luego cambiaban repentinamente a otra, que es precisamente el principio de la guerra de guerrillas. De esta manera, un solo hombre que disparara su arma, que se moviera rápidamente y que disparara desde otro punto, podría paralizar todo un barrio. La idea no era que ganara batallas con la policía, sino que formara parte del complejo insurreccional de la ciudad.
Otro ejemplo de este tipo de acción callejera ocurrió cuando capturamos un camión de CADA, la cadena de supermercados propiedad de Rockefeller I, y lo llevamos a un barrio pobre. En medio del barrio abrimos el camión y con un megáfono anunciamos a todo el barrio que el camión había sido expropiado por la FALN, y que todos sus comestibles serían distribuidos gratuitamente a la gente. Por supuesto que alguien llamó a la policía, mientras el camión era saqueado en cuestión de minutos, y justo cuando la gente estaba terminando con el camión la policía llegó y comenzó el combate. En los barrios de Lídice, por ejemplo, este tipo de escaramuza con la policía podía durar tres días.
Los guerrilleros, sin muchas armas ni hombres, mantenían escaramuzas de extrema movilidad, no de posiciones. Tomaban una posición brevemente en una esquina de la calle, y luego cambiaban repentinamente a otra, que es precisamente el principio de la guerra de guerrillas. De esta manera, un solo hombre que disparara su arma, que se moviera rápidamente y que disparara desde otro punto, podría paralizar todo un barrio. La idea no era que ganara batallas con la policía, sino que formara parte del complejo insurreccional de la ciudad. En estas acciones la participación de las masas era absolutamente esencial, y así fue: cuando nuestros combatientes salían en retirada de los combates con la policía encontraban todas las puertas abiertas. Una ama de casa se presentaba en su puerta y decía: “toma un vaso de agua”, o “me quedaré con sus armas”, “escóndete aquí”, o “puedes escapar por ahí”. Normalmente, los guerrilleros urbanos se escapaban de la policía, pero sus armas permanecían escondidas dentro del barrio.
Los motivos del apoyo popular que teníamos en aquellos años eran muy complejos, pero se basaban en un inmenso odio hacia Betancourt y Acción Democrática. Toda la ciudad había votado abrumadoramente en contra de ellos en las elecciones de 1958. Luego hubo un rechazo instintivo a la policía. Estos eran motivos mucho más fuertes que cualquier cosa conscientemente revolucionaria, sólo una vaga simpatía por las FALN como personas con una imagen de gran valor y coraje físico que luchaban contra el gobierno.
Este tipo de euforia popular era típica de los períodos insurreccionales, pero en 1964 y 1965 empezamos a ver que nuestros grupos de combate urbanos provocaban rechazo en lugar de solidaridad por parte de la población. Mientras que antes muchos hacían cola para disparar un rifle, ahora eran hostiles a estos combates urbanos por la reacción policial que generaban. Después de que los combatientes de la guerrilla huían del barrio, la policía venía y tomaba medidas enérgicas contra todos. A veces Lídice era cerrado durante tres o cuatro días mientras la policía hacía una búsqueda de armas casa por casa. Después de las elecciones de 1963, cuando la insurrección estuvo a punto de ser derrotada, esta sensación de derrota política se reflejó en las masas donde antes había habido entusiasmo y colaboración. La huelga general que convocamos, el 19 de noviembre de 1963, diez días antes de las elecciones, fue el canto de cisne de las FALN. Anunciamos una huelga para bloquear las elecciones generales y fuimos capaces de paralizar la ciudad. Paralizamos la ciudad de una manera absurda, con balas. Ese día nadie se movió en Caracas. Regis Debray estaba en Venezuela en ese momento y dijo que ni siquiera en Argelia había visto algo así. Había francotiradores por toda la ciudad. No había tráfico, nadie trabajaba. Al final hubo 34 muertos en los combates. Un político de izquierda dijo que las elecciones estaban arruinadas, pero quienes en realidad estaban arruinadas era las FALN. No nos quedaban municiones para el día de las elecciones, así que nuestra promesa de detener las elecciones no pudo cumplirse.
Las elecciones de 1963 intensificaron el debate en el seno del partido sobre la forma en que se estaba llevando a cabo la lucha armada. En 1962 y 1963 hice una serie de críticas argumentando de que la dirección militar de la lucha armada se había colocado por encima de nuestros intereses políticos generales y se había independizado de la dirección del partido. Actuando por su cuenta terminó militarizando el partido, en el sentido de que era imposible llevar a cabo una discusión y evaluación política. Había creado el llamado estilo FALN de un informe de tres minutos y sin discusión. Una causa revolucionaria, después de todo, no puede ser dirigida como un ejército.
La militarización de la organización revolucionaria generó un desprecio por las consideraciones políticas. En una guerra que se libra en condiciones políticas tan desfavorables, no se pueden llevar a cabo operaciones que puedan dañar la revolución a los ojos del pueblo. Las absurdas deformaciones en nuestras acciones despertaron el odio de la población hacia nosotros. Por ejemplo, el incendio de la fábrica de neumáticos Good Year, en medio de una zona densamente poblada, aterrorizó a la población con la quema de material altamente combustible y dio una impresión de gran irresponsabilidad. La dirección militar de las FALN no entendió que una lucha como esta es sobre todo política, algo en lo que los Tupamaros de Uruguay han mostrado gran lucidez. Han adaptado su acción militar a las condiciones políticas de Uruguay y a las peculiaridades del pueblo uruguayo. Por esta razón, los Tupamaros han matado muy poca gente, porque en Uruguay no hay tradición de violencia, mientras que en Venezuela se derramó demasiada sangre porque prevaleció la concepción terrorista de la lucha armada. Durante el período algunos policías fueron asesinados a sangre fría. Escribí y luché contra los asesinatos, diciendo que sólo los cobardes actúan de esta manera. Ciertamente, la policía era odiada, pero cuando un hombre es disparado por la espalda la gente reacciona contra ti por su sentido de la justicia. El Gobierno utilizó los asesinatos como una vena de propaganda muy efectiva, presentando la muerte de cada policía como un asesinato a sangre fría. De esta manera creó una leyenda negra sobre las guerrillas.
Este tipo de error se debió a la nebulosa de la visión política de la dirección de las FALN y a su falta de claridad en la búsqueda de una sincronización entre la acción militar y el objetivo político que se perseguía. Los líderes siempre respondieron a estas críticas insistiendo en que “la guerra es la guerra y es imposible tener una guerra clínicamente pura”. Pero no entendieron que no se trataba de una guerra civil como en Vietnam, sino de una serie de acciones armadas más o menos aisladas destinadas a contribuir a la política revolucionaria, a desacreditar al Gobierno, a mostrar la impotencia del Gobierno y a desarrollar una imagen de la fuerza de la revolución. Era necesario ajustar nuestras acciones militares a la situación política de Venezuela en ese momento, cuando acababa de ser derrocada la dictadura de Pérez Jiménez y se había instalado un nuevo régimen democrático que todavía inspiraba una gran esperanza a muchas personas. Sin embargo, al tratar este problema, la dirección político-militar de las FALN mostró una increíble mediocridad. Con una vaga idea de derrocar a Betancourt, llevamos a cabo operaciones de comandos urbanos y combates callejeros, apoyamos a las guerrillas rurales y tratamos de estimular los levantamientos militares. Todo el movimiento, embriagado por la victoria revolucionaria en Cuba, esperaba una victoria rápida y fácil aquí. Cuando empezamos a hablar de guerra prolongada ya era demasiado tarde; ya era 1964, el intento de detener las elecciones de 1963 había fracasado y nuestro apoyo popular había disminuido mucho.
©Trópico Absoluto
Normal Gall (New York, 1933) es periodista, analista e investigador especializado en América Latina. Sus trabajos han aparecido en los más importantes periódicos de Occidente: The New York Times, The Washington Post, Forbes, The Economist, The Wall Street Journal, The Observer, The Nation, Le Monde, Die Zeit y El País. Trabajó para el American Universities Field Staff (AUFS) desde Caracas y São Paulo (1971-1977). Fue Asociado Senior en el Carnegie Endowment for International Peace. Editor colaborador de la revista Forbes (1980-1987). Gall ha sido consultor de Exxon Corporation (1979), el Banco Mundial (1984-85 y 1989-90), y Naciones Unidas (1985), entre otros. Vivió en Puerto Rico (1961-67) y Venezuela (1968-74). Desde 1977 reside en Brasil, donde es director ejecutivo del Instituto Fernand Braudel de Economía Mundial con sede en São Paulo y editor de su periódico de investigación y opinión Braudel Papers.
La segunda parte de este trabajo, titulada: “Un nuevo partido”, será publicada en breve.
Esta entrevista, escrita originalmente en inglés para el American Universities Field Staff, se publica aquí con la autorización de su autor. Su versión original en: Gall, Norman. “Teodoro Petkoff: The Crisis of the Professional Revolutionary. Part I: Years of Insurrection”, (NG-1-’72), Fieldstaff Reports, East Coast South America Series, Vol. XVI. Nº 1, 1972.
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