El nuevo libro de Byung-Chul Han, La sociedad paliativa, retrata a la sociedad actual atravesada por la fobia al dolor y el miedo al sufrimiento.
El dolor siempre oscurece la felicidad. Y la vida feliz, generalmente, no pasa de una suma de momentos. Nunca un camino ajeno a lo doloroso. Y según el nuevo libro de Byung-Chul Han, La sociedad paliativa. El dolor hoy, “hoy impera en todas partes una “algofobia” o fobia al dolor, un miedo generalizado al sufrimiento”.
Los estoicos intentaron superar el dolor a partir de transitarlo y pensarlo. Por el contrario, la sociedad contemporánea rechaza la conciencia de lo doloroso. Para Byung-Chul Han, la situación existencial del dolor deviene problema político y encrucijada cultural. En la posdemocracia que el autor vislumbra, lo político se amolda a lo “paliativo”, como incapacidad de anunciar y sostener reformas hondas que deparen el temido dolor.
Para eludir el cambio doloroso se privilegia la acción de analgésicos, calmantes efímeros del momento que solo encumbren los problemas estructurales. La algofobia conduce, así, “a la sociedad de la positividad que trata de librarse de toda forma de negatividad”. Y la negatividad es dolor y, por lo tanto, lo que debe ser eludido a toda costa. La psicología contribuye a esta evasión, en su paso de lo psicológico que bucea en el sufrimiento y sus causalidades inconscientes, a la “psicología positiva”, embelesada en la repetición de mantras para la vida feliz y optimista; pero que solo son eficaces en tanto abandona el enunciado pro-felicidad por el medicamento propiciador de satisfacción química.
En la sociedad paliativa se modela el paradigma del “bienestar permanente”. Cierta medicalización no tiene como destino solo personas aquejadas por patologías dolorosas sino también a las propias personas sanas. La lucha contra el dolor como debilidad. Porque para el paradigma de lo paliativo, el sufrimiento no asegura ningún saber de sí, sino que inmoviliza, degrada, arrebata las capacidades que el individuo debe exhibir dentro de una sociedad del rendimiento; esto en conexión con otra de las famosas propuestas del autor germano-coreano: el rendimiento como rasgo central de una subjetividad de la autoexplotación, que contrasta con la autonomía o libertad real.
El dolor debe ser lo acallado, lo clausurado; lo doloroso despojado de su posible condición de pasión que cristalice en actos creativos. O el dolor como contacto o “impresión de lo otro” es lo negado, necesariamente, en el predomino de lo paliativo, que es también la sociedad del “me gusta”. El like se convierte en gran analgésico, instrumento entonces de la algofobia; empecinamiento contra “conflictos y contradicciones que pudieran ser dolorosos”, y de modo que la propia vida pueda “subirse a Instagram”.
Imperativos de una cultura de la complacencia, en la que “olvidamos que el dolor purifica, que opera una catarsis”; a la vez que aceptamos, con naturalidad, que el arte solo debe agradar. Todo debe ser agradable, común denominador que diluye las diferencias propias de las obras. Se trate de Monet, de Koons, del desnudo acostado de Modiglini, de las figuras femeninas de Picasso o de las pinturas del campo de color de Mark Rothko, todo reluce agradable hasta la banalidad.
Lo artístico debe ceñirse a lo leve y apaciguador. Louise Bourgeois, la escultora francesa creadora en la década del 90 de una famosa araña gigantesca, acaso quiso sorprender e inquietar. Ahora el inmenso insecto se agota en efecto decorativo; lo que también le ocurre al difundido Ai Weiwei cuya propuesta de arte contestario en la sociedad paliativa se “degrada a diseño”.
Lo artístico debe ceñirse a lo leve y apaciguador, explica Byung Chul Han.
La algofobia demanda el alivio complaciente, y la complacencia convive con “la comercialización y mercantilización de la cultura”. Esto implica que lo agradable muta también en lo consumible. Así el imperativo del consumo, y su nexo con la economía, se apropian de la esfera cultural. Y por eso “los bienes de consumo se presentan como obras de arte” y exigen, a veces, su transformación en marcas. Los artistas se convierten en marcas para agradar. La propia producción es afectada por el necesario imán de lo que agrada, y debe ser “creativo” (caso testigo la publicidad). Y en el blindaje cultural ante lo doloroso tan temido, la negatividad se disuelve porque “el dolor y el comercio se excluyen”.
Y desde aquí hacia el resto de su argumentación, en una meditación con visos pre-pandémicos, el autor se lanza a sondear la dialéctica, ontología, poética y ética del dolor, que desvela lo otro. La alteridad. El ser de otra manera, no cosificada por lo complaciente.
https://www.clarin.com/revista-enie/ideas/molesto-miedo-dolor-mirada-impiadosa-byung-chul_0_qAs6s1r1P.html
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