No creo que “Justine” de Lawrence Durrell, la primera publicada (1957) de las cuatro novelas que forman el Cuarteto de Alejandría”[1] y que acabo de leer en la Colección “Clásicos del siglo XX” de El País, sea, como afirma Luis Antonio de Villena[2], una novela erótica, una de las más brillantes del género, sino más bien me parece que es una novela sobre el amor total (alguien la definió como una investigación sobre el amor moderno) y sobre los sentimientos aparejados a este: miedo, cansancio, hastío, desesperanza, sueño, quimera, memoria, nostalgia, recuerdo y conciencia. Sobre lo anterior “Justine” es, además, una novela de ciudad (“el hombre no es sino la extensión del espíritu de un lugar”). En este caso el lugar es Alejandría, “capital del Recuerdo”, ciudad mestiza, “ni griega, ni siria, ni egipcia”, una Alejandría recreada mentalmente, cosmopolita, elegante y sórdida a la vez, donde Durrell pasó cuatro años de su vida, entre 1940 y 1944, trabajando para la Embajada Británica.
Lawrence Durrel (1912-1990), hermano del también escritor y naturalista Gerard Durrell (1925-1995), el autor de “Mi familia y otros animales”, fue un auténtico cosmopolita. Vivió en la India, donde nació, en la isla griega de Corfú, en París, en Alejandría, ciudad donde conoció a Eve (Ivette )Cohen, que dicen fue su modelo para “Justine”, en Londres, en la Argentina, en Belgrado, en Chipre y en Sommieres, un pueblecito de la Provenza francesa, donde murió. Fue amigo de Henry Miller y Anais Nin; casó cuatro veces y tuvo dos hijos; se le comparó con Proust y Faulkner y fue además de novelista de éxito, poeta, ensayista y autor de una obra muy personal, de no fácil lectura pero con un público fiel.
“Justine” es, sin duda la más leída de las cuatro novelas que forman la tetralogía (hay fuertes sospechas de que muchos lectores no han querido seguir adelante). Las tres primeras cuentan la misma historia desde diferentes perspectivas a cargo de distintos personajes y solo en la cuarta la narración avanza de forma lineal.
Para los coleccionistas de frases, ente los que me cuento, las novelas de Durrel son un hallazgo. La profundidad de sentimientos y pensamientos, su sinceridad descarnada y su ascetismo intelectual encuentran acomodo en oraciones brillantes que engarzan sentencias de esas que uno gusta retener en la memoria para hacer lucir en escritos (“el escribir es parte de la vida”)”y conversaciones cultas. En una selección de frases leídas eneste novela, me que do con las siguientes para incorporar a mi personal “Jardín de citas”:
Ciudad
“Una ciudad es un mundo cuando amamos a uno de sus habitantes”
Días
“Los días son espacios entre sueños”
Dolor
“El dolor mismo es el único elemento de la memoria; porque el placer termina en si mismo”
Dios
“Si Dios fuera alguna cosa seria sería un arte”
Fracaso
“Entre muchos fracasos, cada cual escoge el que menos compromete su orgullo”
Gioconda (La)
“Su famosa sonrisa me ha parecido siempre la de una mujer que se acaba de comer a su marido”
Imaginación
“Imagino, luego estoy en la realidad y soy libre”
Mal
“El mal es el bien pervertido”
Mujer
“Con una mujer solo se pueden hacer tres cosas: quererla, sufrirla o hacerla literatura”.
Pobreza vs Riqueza
“La pobreza excluye: la riqueza aísla”
Riqueza
“Con la riqueza se puede comprar riqueza, pero la pobreza alcanza apenas para comprar el beso de un leproso”
Sexo
“Los espíritus desmembrados por el sexo no alcanzan paz hasta que la vejez y la impotencia les persuaden de que el silencio y la tranquilidad no tienen nada de hostiles”
Vulgaridad
“Cuando se es capaz de decir cosas tan agudas que fuerzan la atención y el recuerdo ajenos, no se es un hombre vulgar”.
A lo largo de la vida, sobre todo en la etapa dorada de la vejez y la jubilación, uno recuerda algunas frases supuestamente dichas u oídas, o leídas, en las que cimenta juicios, experiencias y sensibilidades. Bueno es compartir estos pensamientos con nuestros complementarios, sean estos pocos o muchos, conocidos o desconocidos.
© Manuel Martínez Bargueño
Diciembre 2011
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