El doctor Zhivago', la novela de toda una vida

 10/11/2015 

  • LUIS MARTÍNEZ 
  • Madrid
  • El 31 de diciembre se cumplen 50 años del estreno de la mítica 'Doctor Zhivago'. Ni la película ni el libro han dejado indiferente a nadie

    "El arte se ocupa siempre de dos cosas. Con insistencia reflexiona sobre la muerte y con insistencia, por ello mismo, crea la vida". En el entierro de la madre de Tonia, el Doctor Zhivago reflexiona en voz alta. No busquen la frase en la tan inabarcable como intensa película de David Lean. Yuri, de la misma manera que su creador, Boris Pasternak, se guarda la afirmación para el espacio íntimo de la novela y, apurando, de la vida. La película, elevada ya al altar de los mitos populares, se estrenó el 31 de diciembre de 1965. Hace 50 años. Y, apenas arrojada a la pantalla, la superproducción de David Lean que descubrió al mundo la belleza perfecta de Julie Christie a la vez que concedió el rango de estrella al egipcio Omar Sharif se convirtió en el paradigma de melodrama mucho más grande que la propia vida y, por extensión, que la muerte.

    Desde el principio, la película tuvo que compartir, como tantos otros iconos de la cultura popular, el desdén de los entendidos con el entusiasmo de los legos. El fervor y el desprecio, con el tiempo, acaban por parecerse demasiado. Dos formas idénticas de exhibicionismo. El crítico del New York Times, el entonces y no por mucho más tiempo todopoderoso Bosley Crowther, consideró decepcionante la adaptación del guionista Robert Bolt (autor además de los libretos de Lawrence de Arabia La hija de Ryan). La razón era la falta de ambición de una película que reducía al estrecho espacio de "una triste historia de amor" la Gran Guerra, la revolución rusa y la más radical transformación que ha vivido una sociedad en la Historia de la Humanidad. "Mr. Bolt ha dejado todo en manos de la banalidad de un romance condenado", sentenciaba.

    Y, sin embargo, fue precisamente a este detalle al que se rindieron muchos otros. Cuando James Cameron empezó a planear Titanic se volvió hacia el trabajo de Lean. A su juicio lo que hace irrenunciable la cinta, a la vez que la transforma en paradigma de todo lo que vendrá después, es su firme voluntad de "encerrar el mayor de los cataclismos, en algo tan pretendidamente insignificante como dos seres humanos enamorados". En puridad, en Doctor Zhivago son tres los amantes. De otro modo, y por resumir mucho, sigue valiendo aquello que le decía Ilsa a Rick en Casablanca: "El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos".

    César Antonio Molina, por su parte, en su libro recién publicado que atiende al conciso e inequívoco título de Zhivago (Trifolium) comparte la opinión de Cameron. "Las dos son obras maestras. Adaptar no es copiar. Son obras necesariamente distintas que no hay forma de calibrar una al lado de otra", dice a la que vez se confiesa espectador y lector exactamente igual de entregado. La película, resume el escritor, es "la historia de un poeta enamorado en tiempos de guerra y revolución... Toda ella discurre en los ojos de su protagonista... La novela es mucho más rica, más compleja, repleta de otros protagonistas importantes y donde, además del amor, se reflexiona sobre la existencia, las ideas políticas, y la bondad y perversidad humana". Y dicho esto, no duda en rendirse ante el final desesperado de, en efecto, la cinta: "Mucho mejor, más intenso sin duda, que el de la novela".

    En su libro, Molina estudia procelosamente lo que ocurre en la novela que obvia la película; a la vez que señala los matices con los que Lean engrandece el texto de Pasternak. Zhivago, para los que se saltaron el libro, tuvo tres mujeres, no dos; y lo que sobre la pantalla aparece narrado por el devoto hermanastro (Alec Guinness), en el texto es todo obra de una voz omnisciente. A Molina le mueve la devoción del joven que descubrió la película apenas estrenada; la admiración del poeta hacia el poeta también que a la vez es novelista; la gratitud a la amistad compartida con Sharif y, lo más importante, la sabiduría humilde del que se sabe ante dos gigantes de nuestro tiempo: Doctor Zhivago en papel o Doctor Zhivago en celuloide.

    Doctor Zhivago se estrenó el mismo año que Sonrisas y lágrimas. Las dos respondían al mismo planteamiento de un Hollywood que agonizaba. Por entonces, la industria del cine vivía la transformación que sigue a todo naufragio. La televisión acosaba a una industria obligada a ofrecer siempre más: la pantalla más grande, las producciones más desorbitadas, los musicales más fastuosos... Estaba claro que el futuro no pasaba por aquí. En Europa, Godard presentaba Pierrot, le fou y poco faltaba para que los Coppola o los Scorsese protagonizaran el primer asalto a los cielos. Pero, mientras tanto, quién podía resistirse.

    David Lean fue la opción de Carlo Ponti, el productor italiano, desde el principio. Al contrario que el musical de Robert Wise, no se trataba de construir un éxito a partir de un material entre dudoso y declaradamente estúpido. Al contrario, aquí el viaje era el opuesto. La novela había sido la responsable, como tan brillantemente relata Iván Tolstoi en La novela blanqueada (Galaxia Gutenberg, 2014), del mayor conflicto de la llamada Guerra Fría cultural. Las buenas intenciones del editor también italiano Giangiacomo Feltrinelli, comunista y millonario, habían sido leídas a su manera por la CIA. Donde el primero quería demostrar que la Rusia que tanto odiaba Occidente era capaz de obras libres y plenas; la segunda había detectado la posibilidad cierta de desacreditar al enemigo. Los dos, cada uno por razones opuestas, se empeñaron en dar la máxima difusión al manuscrito prohibido dentro y fuera de los soviets hasta convertir la obra de Pasternak en el mayor de los best-sellers a la vez digno del Premio Nobel en 1958; Nobel que fue forzado a rechazar.

    Pues bien, con este panorama geopolítico-literario-estratégico, digámoslo así, quién podía evitar al siempre oportunista y entonces desesperado cine. David Lean venía de vaciarse psicológica y físicamente con la enormidad de Lawrence de Arabia (1962). Buscaba y deseaba un proyecto donde la acción, la aventura y el desgaste a ello debido tuvieran un papel secundario. Y, por ello, la opción del romance entre el tumulto de una época, cuadraba en sus planes. No era Breve encuentro, sin duda, pero este tipo de películas pequeñas en su perfección ya no era una opción. Hollywood quería otra cosa. Más grande. Sophia Loren, mujer de Ponti, debía ser la estrella, al lado de, otra vez, Peter O'Toole. Lean rechazó a la primera por exuberante y el propio O'Toole no se vio con las fuerzas de repetir con el mismo realizador. Y así, y después de pasar por otras posibilidades como Michael Caine, hasta llegar a una de las parejas irrefutables de la historia del cine: Omar y Julie. El egipcio gozaba de la confianza de Lean tras su impecable trabajo como amigo inseparable de Lawrence y la rubia británica, apenas una desconocida, podía presumir de estar recomendada por John Ford.

    Los azares del rodaje son ya parte indisociable de la siempre maltratada cinematografía española. Aunque solo sea por delegación. A pesar de que los trabajos discurrieron entre la entonces Yugoslavia, Finlandia, Suecia y España, la mayor parte del tiempo el equipo lo pasó en la península ibérica. Moscú se reconstruyó bajo la responsabilidad de John Box a las afueras de Madrid, en el barrio de Canillas. La fabricación del plató duró 18 meses y empleó a 800 personas. La estación de Moscú es la de Delicias, el actual museo del ferrocarril. Cuando los protagonistas se trasladan a Varíkino, en realidad, lo hicieron a Soria. Ahí, se levantó el palacio donde el hielo lo simulaba cera blanca caliente. Árboles y flores se pintaron sobre la estepa castellana y se rodaron escenas que debían ser bajo cero a la agradable temperatura de 38 grados. Kilómetros de plástico blanco cubierto de polvo de mica hacía las veces de llanuras vírgenes y nevadas. Jamás, en pleno franquismo, España había estado más cerca de Rusia. Por cierto, en Rusia la película no se pudo ver hasta 1992.

    El resto es conocido. La película se convirtió rápidamente en el éxito que es hoy. En las listas, aún aparece como la octava cinta más vista en cine de la historia. Fue nominada a 10 Oscar de los que ganó cinco. Y, lo más importante, el final agónico permanece grabado en la retina de cualquier espectador, crítico o lego, para siempre. Yuri ve a Lara desde la ventanilla del tranvía. Corre a por ella. Nada. Reflexionar sobre la muerte para crear la vida. Eso es el arte según Zhivago. Según Pasternak.

    https://www.elmundo.es/cultura/2015/11/09/5640d89a22601de87e8b4653.html


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