09 Noviembre 2012
Cómo se construye la ilusión
El cine es, o debería ser, una fuente de ideas, sensaciones, convicciones y recursos para aprender y ayudar a vivir. Y ello como una forma más entre todas las que cada cultura ofrece a sus miembros como herramientas para convivir o quizá sobrevivir.
Sin duda, los medios de comunicación hoy representan una vía muy importante de transmisión de pautas y ejemplos (también contra-ejemplos) para las nuevas generaciones que en un largo proceso se incorporan a la vida adulta.
Y esto a propósito de una película inglesa estrenada en España con el subtítulo “Quiero bailar”. Certera referencia a la convicción de un niño que busca algo que en su entorno resulta fuera de lugar: ser bailarín clásico en un ambiente donde los hijos de los mineros se entrenan para ser boxeadores.
Film de estructura moderna, con una concepción muy original en la que se mezclan elementos de diferentes géneros como el melodrama, el musical y el cine de denuncia social; realizado con una extraordinaria sensibilidad y elegancia en su puesta en escena.
Sus mensajes van desde el testimonio social a la reivindicación de la individualidad, concretada en la lucha personal de un niño de once años que totalmente a contracorriente quiere perseguir algo que, a pesar de su ingenuidad, cree que merece la pena.
Historia enmarcada en la época de las huelgas mineras provocadas por la reconversión industrial llevada a cabo en el Reino Unido por Margaret Thatcher a mediados de los años ochenta. Esa problemática queda muy bien subrayada por los personajes que rodean al protagonista de la historia, especialmente el padre y el hermano mayor del niño, que luchan con desesperación por no perder sus puestos de trabajo, porque eso significa perderlo todo. La vida entendida como combate por lo que uno entiende que es justo, y que además en muchos casos es lo único.
Es la primera película como director de Stephen Daldry, proveniente de la fructífera cantera del teatro británico. En su ópera prima ha demostrado una gran habilidad para convertir en un espectáculo audiovisual el buen guión original de Lee Hall. Debe ser destacada la banda sonora con algunas composiciones de tono épico muy acertadas.
Cuando hablamos de espectáculo audiovisual estamos haciendo referencia a la capacidad para conmover y llegar a los espectadores mediante metáforas visuales como el travelling en el que el aprendiz de bailarín encarnado de manera maravillosa por el niño debutante Jamie Bell, caminando con una pequeña amiga hablan de sus cosas, mientras van golpeando de manera indolente a una fila de antidisturbios con un palito. O la extraordinaria elipsis final en la que el aprendiz de brujo se transforma en un dios alado.
Sin duda requiere una mención especial la relación que se establece entre el niño y su profesora de danza, también excelente Julie Walters, en la que se plantea de una forma muy inteligente el significado del trabajo para un docente. Y la implicación personal que exige el esfuerzo realizado para que un alumno aprenda. La ingratitud que esta profesión en muchas ocasiones recibe, queda subrayada como un hecho habitual.
También van desfilando a lo largo de la historia cuestiones como las relaciones paterno-filiales, la necesidad de que el modelo tradicional de familia evolucione; la inevitabilidad de la añoranza sobre los seres queridos que nos han dejado; el papel que la sociedad capitalista otorga a los ancianos; la homosexualidad asumida como algo natural.
Película por tanto con aspectos muy peculiares, pero que en cierto modo entronca con un estilo de cine con títulos como Mi nombre es Joe (Ken Loach), Full Monty (Peter Cattaneo) o La camioneta (Stephen Frears). Historias realistas y con vocación de denuncia de un modelo de sociedad capitalista muy duro para los que están abajo, y que en el caso de Billy Elliot queda impregnada con un halo de fantasía y energía positiva, que hacen de ella una película extraordinaria, con un mensaje final sin duda optimista sobre la vida, a pesar de todo lo que ésta nos pueda deparar.
Escribe Juan de Pablos Pons
Este artículo fue incluido inicialmente en el nº 20 de Encadenados, dentro de la sección El valor del cine, en abril de 2001. Se puede acceder al texto original, con su primitiva maqueta de aquel año en:
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