Hay quienes aún discuten sobre la fecha de aparición de Madame Bovary. Sin embargo, con toda seguridad no se equivocan quienes conmemoran en este 2007 su sesquicentenario. Cierto es que, escrita entre 1851 y 1856, inicialmente se dio a conocer en La Revue de Paris, entre el 1 de octubre y el 15 de diciembre de 1856, por entregas y en formato de folletín. Pero lo que sus sucesivos aniversarios ya han dejado establecido es que dado que su publicación como libro formal sólo vino a producirse el 12 de abril de 1857, es éste el año que importa como referente cuando quiera que hablemos del nacimiento de una obra catalogada innumerables veces como la primera novela moderna.
Después de haber escrito La tentación de San Antonio, Flaubert, insatisfecho, dedicó 56 meses en la elaboración de esta novela que inicialmente le acarreó acciones legales en su contra, aunque habiendo corrido mejor suerte que el mismo Baudelaire, quien fue condenado por Las flores del mal, el mismo año y por el mismo tribunal. Al respecto del escándalo judicial, Francisco Umbral advierte: “Al solterón más casto y feo de Francia, al masturbador literario de su prosa, al solitario que sólo vive orgías de tabaco y aburrimiento, en sus paraísos de humo y gramática, se le pone un proceso por inmoral”. Y más aun, ya en el siglo XX, es declarada “pornográfica” por La Congregación del Santo Oficio e incluida en el Índice de los Libros “perversos”.
Pero bien, nuestro propósito en esta ocasión, aprovechando el homenaje debido a Madame Bovary por los 150 años de su transcurrir histórico, es rendirle un tributo de admiración a Gustave Flaubert desde la mirada crítica y espléndida de su coterráneo Jean-Paul Sartre.
Hay una anécdota que, pese a no explicar la razón que tuvo Sartre para escribir las cerca de cuatro mil páginas sobre Flaubert, y su anhelo frustrado de diseccionar el personaje de Madame Bovary, en cambio sí ayuda a penetrar en el origen de esta obsesión suya por el célebre novelista francés. A la edad de 8 años, contó el propio Sartre en sus memorias —Las palabras—, al pedirle permiso a su madre para leer el libro cumbre de Flaubert, Madame Bovary, ésta le respondió: “Pero si mi hijito lee este género de libros a su edad, ¿qué va a hacer cuando sea mayor?”, a lo cual el niño proclamó: “Los viviré”.
Cuántos no debieron extrañarse en su momento: Jean-Paul Sartre, en plena y encendida escena de debates políticos, ideológicos y literarios, en medio de una época de propuestas revolucionarias audaces y encontradas posiciones de una ortodoxia incrustada en el poder defendiendo a ultranza sus privilegios, él, el entonces escritor y filósofo más prestigioso del mundo, publica, luego de un largo periodo de relativo receso bibliográfico, un estudio sobre Gustave Flaubert y no, por ejemplo, sobre algún líder político mundial en vigencia, o sobre, digamos, Hegel o Marcuse para rebatirlos. Pero, además, cuál no sería la sorpresa agregada de entendidos y neófitos al constatar el hecho de que las 3.905 páginas de sus 3 volúmenes apenas cubrieran los aspectos concernientes a la vida y obra del autor de Madame Bovary comprendidos entre 1821 y 1857.
¡Qué coraje! ¡Qué aliento! ¡Qué ejemplo de capacidad para el estudio paciente y la profundidad cultural cuando quiera que estemos hablando de alguien que se sumerge en un tema tan concreto y restrictivo! Porque es que decir lo que allí se dice y extenderse como allí se extiende, no recordamos haberlo visto en las letras de los últimos tiempos. Y no es por lo arrolladora de sus tesis, ni por la originalidad de sus trazados biográficos, ni por las novedades en materia de pequeñas historias que rescata ni, en fin, por la bibliografía consumida durante el trabajo —qué bueno sería saber cuántas cartas leyó Sartre tocantes a Flaubert—, es porque, con todo y las cuatro mil páginas, dice él, el libro apenas comenzaba...
Ya desde 1943, Sartre, fuertemente magnetizado por la vida tormentosa de algunos hombres —Baudelaire, Genet, etc.—, se inicia en el análisis existencial (El ser y la nada) y se propone el modelo de Flaubert para un trabajo de envergadura. En 1945 comienza seriamente lo que hasta en 1972 parece culminar. Durante este lapso se atraviesan en su proyecto innumerables provocaciones creativas, polémicas, conferencias, entrevistas de prensa en distintos países y nuevas obras (Crítica de la razón dialéctica, Los secuestrados de Altona, Las palabras, primer tomo de su también inacabada autobiografía y que le mereciera el premio Nobel de Literatura, etc.). Pese a su descomunal creación intelectual, algunas promesas de continuar o publicar nuevos libros se vieron frustradas durante aquella época. Se recuerda Los caminos de la libertad y la continuación de la Crítica. No obstante, ese Flaubert que casi no aparece, se esperaba con la misma inseguridad con que se esperó inútilmente la continuación de Las palabras. Pero al fin, y tras justificadas dudas de casi todo el mundo y unas pocas esperanzas de algunos, rubricadas por la fe y la admiración ciega de fervientes discípulos, comenzó a aparecer en 1971 un tanto lentamente, a cuenta gotas, en una sobria edición de Gallimard, su editorial de siempre.
El idiota de la familia, comentado in extenso por Jean-Francoise Ravel en L’Express y Michael Rybalka en Le Nouvel Observateur, es la forma como Sartre explica a un hombre a través de su propio método, tratando de descubrir el contexto social y psicológico que hicieron de él, el autor de una cosa. Este monumental retrato hace por integrar el sicoanálisis y el marxismo en el marco de una novedosa antropología que a él tanto le ha interesado cuando inquiere sobre el hombre en su totalidad. Y aquí, esa búsqueda está dirigida a la relación indivisible —como siempre la hemos creído— entre el hombre y la obra. Y no está por demás suponer que en el intento por crear un modelo de significación existencialista, hubiese echado mano de algo sustancialmente contrario a él mismo. En este caso, por qué Flaubert escribió Madame Bovary. Y es que él se preguntaba para verificar y fundamentar su esfuerzo: ¿qué podemos saber de un hombre hoy en día? Entonces, averigüémoslo en un caso específico. ¿Por qué no Flaubert? ¿Y por qué no su neurosis como una realidad única? Y el resultado es, pues, esta minuciosa incursión biográfica que él dio en llamar L’Idiot de la famille.
Sin respetar el orden cronológico, echando mano de su excitada imaginación, y en mucho la de novelista y cuentista, con numerosos trasfondos de ambigüedad, subiendo y bajando el tono, con sus advertidas herramientas dialécticas al ritmo de no pocas contradicciones consentidas por él mismo como un aporte a la clarificación final, escribe esta obra que sus editores presentan como que Sartre con su Flaubert, “no ha dejado de mantener una relación tan privilegiada como ambigua...”. Toute antipathie ou toute sympathie surmontées, dicen ellos, le voici qui règle aujourd’hui ses comptes, au nom de “la seule attitude requise pour comprendre”: l’empathie.
Copiosamente documentado, más que explorar, Sartre hurga, disecciona la obra de juventud de Flaubert llegando a utilizar, quién lo creyera por aquellos días, material inédito. La exigencia de partir delhombre hacia el escritor le permite el empleo de su método psicológico-existencial que debe desbordarse más tarde en el contexto social y en las aplicaciones de sus concepciones marxistas.
Flaubert es producto de los prejuicios sociales y familiares de su época. Pasivo, despectivo, refleja en su conducta personal, y más tarde en toda su obra, las consecuencias de unas relaciones familiares perfectamente anormales: madre poco afectiva, padre tirano, inconvenientes constantes en su relación con las palabras y emulación impuesta con su hermano mayor, por lo demás, modelo. Pero es su dificultad para aprender a leer —lo que logra entre los 7 y los 8 años—, lo que lo convierte en el idiota de la familia.
Dice Rybalka que, luego de haber analizado en los dos primeros tomos la derrota de Flaubert, Sartre deja entender que los dos tomos que seguirían —sólo siguió un tercero— describirían lo que él llamaba su victoria, es decir, el momento en que descubriendo que su genio consiste en ser a la vez cósmico y común, Flaubert logra Madame Bovary. Y, ciertamente, así ocurre. Ahí está esa notable novela abriéndose paso en la inmortalidad.
Transcurridos 150 años, ¿cómo no echar mano de Sartre ahora para honrar e inmortalizar al Flaubert de Madame Bovary?
Pero concluyamos esta evocación conmemorativa con las palabras del propio Sartre:
...¿por qué Flaubert? Por tres razones. La primera, completamente personal, hace ya mucho tiempo que dejó de actuar, aunque esté en el origen de mi elección; en 1943, al releer la Correspondencia de Flaubert, sentí que tenía una cuenta que arreglar con él y que para ello debía conocerlo mejor. Desde entonces mi antipatía inicial se trocó en empatía, única actitud requerida para comprender. Por otra parte, Flaubert se ha objetivado en sus libros... ¿Cuál es, pues, la relación del hombre con la obra..? Por último, me pareció que para esta difícil prueba era lícito escoger a un sujeto fácil... Añado que Flaubert, creador de la novela “moderna”, está en el cruce de todos nuestros problemas literarios de hoy. Y ahora, debemos comenzar. ¿Cómo? ¿Por dónde? Poco importa: se entra en un muerto como Pedro por su casa. Lo esencial es partir de un problema...
https://letralia.com/167/articulo01.htm
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