La mundialización de la cultura

 

Las visiones apocalípticas de la globalización, como si ésta fuera una aplanadora de Estados Unidos que borra de la faz de la tierra cualquier expresión cultural que no esté relacionada con Walt Disney, Coca Cola o McDonald’s, no tienen sustento desde un análisis etnológico. Por el contrario, la humanidad es «una poderosa máquina de producir diferencia cultural», de acuerdo con Jean-Pierre Warnier.

Desde que terminó la Guerra Fría y el orden mundial bipolar, algo que ha venido llamándose globalización se ha vuelto el tema de nuestro tiempo. Su aspecto cultural, sobre el político y el económico, ha sido tratado exhaustivamente por varios especialistas destacados: M. Barbero (1987), M. McLuhann (1979), J. Baudrillard (1993), B. Barber (1995), A. Appandurai (1996), S. Huntington (1996), N. García Canclini (1999) y M. Castells (1999), entre otros. Por lo tanto, la pregunta inmediata es: ¿Qué méritos tiene este académico de la Universidad de París, autor de La mundialización de la cultura, para inscribirse entre los autores mencionados como interlocutor de primer nivel?

En primer lugar, el tratamiento crudo del tema de parte de Warnier, no en el sentido de crueldad, sino de realismo, gracias a sus estudios de campo en África, denota que hay múltiples y variadas mezclas de las culturas locales con los productos de las industrias culturales y demás formas de relacionarse con las manifestaciones identitarias occidentales que pasan inadvertidas para juicios a priori o ideológicos. Los anuncios apocalípticos venden más, llaman la atención y son comentados ampliamente, pero pocas veces tienen razón. En este caso, la globalización no es, ni parece que será, la tumba de la diversidad cultural y las identidades particulares de cada etnia.

Hay dos debates sobre la tensión existente entre las culturas a causa de la globalización: uno, el destino de las culturas tradicionales atrapadas por el mercado mundial de bienes culturales, y, otro, si las sociedades industrializadas acabarán homologándose o no a un modelo único trazado por Estados Unidos. Las ideas relacionadas con estas cuestiones han variado con el paso del tiempo. En los años sesenta, la teoría de la convergencia aseguraba que, por medio de la modernización, todas las culturas del mundo convergerían hacia un modelo impuesto por Estados Unidos, pero desde 1990 se ha podido comprobar que la modernización no produjo homologación alguna. Al contrario, se ha observado que «la humanidad está constitutivamente destinada a producir estratificaciones sociales, grupos que quieren conservar sus particularidades, distinción cultural, modos de vida y de consumo muy diversos», plantea Warnier, e incluso señala que en todos los países hay conservatorios culturales, es decir, espacios donde la sociedad civil transmite sus tradiciones a las nuevas generaciones y a los inmigrantes, o las presenta a los visitantes.

¿Por qué Warnier habla de mundialización y no de globalización? Es un asunto que no explica, pero que podría suponerse que es una manera de disentir de alguna concepción o interpretación de la globalización como un proceso omnipresente y total. Con el término mundialización este antropólogo expresa que la comercialización de los bienes culturales industrializados se realiza principalmente entre los países ricos, y que se distribuyen de manera desigual a su interior. En los países pobres sólo una pequeña minoría participa en estos flujos culturales, como podemos ejemplificar de inmediato en el caso de México.

No obstante, en mayor o menor grado, la modernidad (occidental) ha penetrado en todos los pueblos, a lo cual habría que agregar que también hay intercambios entre las culturas locales singulares y tradicionales, de modo que no existen culturas ciento por ciento puras ni tendría por qué haberlas, puesto que no es un anhelo ni preocupación para las etnias. Es excepcional que alguna de ellas se niegue a aceptar el cambio material occidental. Sin nostalgia alguna por el pasado, en todo el mundo hay demanda de los bienes tecnológicos, los servicios y los mensajes de la modernidad.

Gracias al desarrollo de los medios de comunicación y de los transportes, la producción industrial de bienes de consumo corriente distribuye objetos que compiten o se mezclan con los productos tradicionales de las culturas locales. Todo intercambio mercantil implica un flujo cultural, pues las mercancías llevan consigo los signos de la cultura que las ha producido. A esto hay que añadir que hay industrias destinadas ex profeso a la producción y reproducción de bienes culturales. Precisamente, el segundo mérito de Warnier es la introducción del tema de las industrias culturales como clave de las interrelaciones semiológicas entre los pueblos y sus identidades. Los países desarrollados distribuyen masivamente, por todo el mundo, elementos de sus culturas por medio de las industrias culturales, gracias a lo cual hay un mercado mundial de bienes culturales extraídos de su matriz social.

Las culturas tradicionales no ambicionan ni tienen los medios adecuados para volverse mundiales. En cambio, las culturas modernas sí, debido a que las industrias culturales desean acaparar todo el mercado mundial. Mientras las imágenes, la música y la palabra forman parte de las culturas tradicionales, las industrias culturales «producen y comercializan discursos, imágenes, artes y cualquier otra capacidad o hábito adquiridas por el hombre en su condición de miembro de la sociedad».

Las industrias culturales incluyen a la radio, a la televisión y a la cinematografía, así como a las editoriales, a las productoras de fonogramas, al turismo y a la publicidad. Con excepción del turismo, éstas se valen de una estructura o soporte material relativamente permanente para fijar contenidos. AI poner éstos a disposición de un consumo masivo, transforman las actividades en espectáculo (como los deportes) y dan lugar al fenómeno del estrellato y de los contenidos efímeros constantemente renovados (moda).

Por lo tanto, puede decirse que las industrias culturales se caracterizan por:

-Necesitar grandes medios de producción.

-Reproducir contenidos en serie.

-Mercantilizar la cultura.

-Transformar al creador en trabajador y a la cultura en productos.

La distribución mundial de estos productos, aun siendo desigual, detona contradicciones entre las culturas tradicionales (antiguas y locales)y las culturas modernas (industrializadas y mundiales), pero también propicia su amalgamiento.

Un tercer mérito de Warnier es que llama la atención sobre fenómenos que no siempre ponderamos como factores del intercambio cultural, como la biomedicina, que es una forma de curar el cuerpo sin tomar en cuenta al individuo como sujeto social, el cual se considera a sí mismo en relación con un mundo sobrenatural y poseedor de un alma inmortal. Su concepción de la enfermedad, el sufrimiento, la muerte y la curación es idéntica a la de sus congéneres, pero es muy distinta a la del médico. Esto se debe a que la cultura también es un factor de orientación de los actores en sus relaciones mutuas y con los ambientes que los rodean. Otro ejemplo es la mundialización de la agricultura y los alimentos, cuyo resultado es la mezcla y dislocación de las cocinas étnicas.

Sin embargo, las sociedades colonizadas no renunciaron pasivamente a sus identidades. «Lograron reinventar las tradiciones, domesticar el aporte occidental, apropiarse de él y volverlo contra el colonizador. Y participaron así de la producción identitaria que llevó al fracaso los intentos de uniformización a través de los flujos culturales.» En sentido inverso, después del colonialismo permanecieron agentes del cambio: colonos, administradores, médicos y demás «vectores de dinámicas llegadas desde fuera».

Por último, cabe señalar que la obra de este catedrático en universidades de Nigeria y Camerún se concentra más en los flujos culturales de los países industrializados hacia los países pobres, y deja de lado los flujos en sentido inverso, es decir; los que van de los países pobres hacia los industrializados por medio de fenómenos como el de las migraciones masivas, principalmente, tema al cual Warnier hace poca referencia. No obstante, nos permite entender la globalización como una nueva manera de significar y representar lo propio y lo ajeno, de apropiarse de lo ajeno y compartir lo propio.

Con facilidad el lector puede pasar a la reflexión sobre algunos asuntos que en México permanecen sin resolverse, propios de tensiones entre la localidad y la globalidad, y entre la tradición y la modernidad:

1. La autonomía de las comunidades indígenas y su interrelación con la democracia representativa y la economía de mercado: tensión entre localidad y lo global.

2. La importancia de las políticas públicas para la preservación del patrimonio histórico y lingüístico.

3. La insalvable erosión de las culturas singulares y la imposibilidad de preservar intactas las identidades tradicionales.

Con definiciones precisas de conceptos antropológicos básicos para el análisis y la discusión de estos temas  —como etnocidio, etnocentrismo, aculturación, genocidio y racismo—, el texto de Warnier constituye un referente meritorio para aproximarse a la reflexión de la globalización de la cultura.

 

Jean-Pierre Warnier, La mundialización de la cultura. Barcelona: Gedisa, 2002,124 pp.

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