Lacombe Lucien – Patrick Modiano , Louis Malle
Un criado joven, de diecisiete años, friega con abundante agua el suelo del dormitorio colectivo de mujeres de un hospicio de ancianos. Casi todas las camas están vacías, salvo unas diez. Unas cuantas visitas y dos o tres hermanas de la caridad. Cuchicheo de conversaciones. Es por la tarde. Hace muy bueno. Las persianas están echadas. El muchacho, Lucien, trabaja afanosamente. Según avanza, abre las mesillas de noche, saca los orinales y los vacía en un cubo grande. Al fondo de la sala, otro criado de más edad hace lo mismo, con menos bríos, y a ratos se oye su risa sonora. Lucien se acerca a una cama que ocupa una anciana que charla por lo bajo con otro anciano sentado a su lado. Los dos viejos dejan de hablar de forma ostensible, miran a Lucien y se miran entre sí. El muchacho, que no parece fijarse en ese comportamiento, le quita el polvo a la mesilla de noche, alzando una foto enmarcada del mariscal Pétain que tiene encima un rosario. Una de las monjas enciende al pasar un aparato de radio grande colocado en la pared: es la charla diaria de Philippe Henriot. Lucien recoge la bayeta y la retuerce para escurrirla.
Junto a él hay una ventana abierta. Se asoma. Abajo, en el jardín, unos cuantos ancianos van de acá para allá a pasitos o toman el sol en los bancos. Lucien alza la vista. En la rama de un árbol, a pocos metros, brinca y canta un petirrojo. Lucien se saca del bolsillo un tirachinas de labriego. Apunta bien y dispara. El pájaro cae al patio. Lucien sigue trabajando. Nadie se ha percatado de su acto, ni en el patio ni en el dormitorio.
Clément, el otro criado, se le acerca, le habla al oído y se echa a reír dándole una fuerte palmada en la espalda; los ancianos y las monjas que están escuchando a Philippe Henriot los miran, indignados. 2 Lucien, con boina y chaqueta de labriego, va en bicicleta por una carreterita que discurre por el campo. En el transportín lleva una maleta de cartón. Hace muy bueno. El sol aún está bajo. Lucien parece feliz. Es domingo. Al acercarse a su pueblo, Souleillac, cuyo nombre aparece en un indicador, Lucien deja atrás un rebaño de ovejas. Un perro grande se le echa encima y quiere morderle las pantorrillas. La muchacha que guía el rebaño se ríe y le dice un «Adiós, Lucien» burlón antes de llamar al perro.
Lucien sigue pedaleando y a la salida del pueblo gira y entra en el patio de una casa de labor compuesta por varios edificios, granero, palomar y una casita, además de la vivienda principal. Hay muchos animales. Va directamente hacia la casita, se baja de la bicicleta y empuja con brusquedad la puerta. Sentados a la mesa, desayunando, hay cinco niños de corta edad con sus padres. Lucien parece extrañadísimo. LUCIEN: ¿Qué demonios hacen ustedes en mi casa? Émile, el padre, se pone de pie sonriente. Es de corta estatura y recio; cojea. Le tiende la mano a Lucien. ÉMILE: ¿Tú eres Lucien, el hijo de Thérèse? Lucien no le da la mano. Se acerca a la mesa.
LUCIEN (señalando los cacharros): Esto no es suyo… Son los platos de mi padre… ÉMILE (sin dejar de sonreír): ¡Es posible!… Ve a ver al amo; ya te lo explicará él… Lucien lo mira, luego se dirige hacia un armario grande que hay al fondo de la habitación. Arrastra una silla, tras bajar de ella sin contemplaciones a un niño de cuatro años que estaba sentado. Se sube a la silla para llegar a la parte de arriba del armario, tras el que hay escondidos una escopeta, envuelta en trapos, y unos cartuchos. Baja, se mete los cartuchos en el bolsillo, desata los trapos para sacar la escopeta y apunta con ella a Émile y a su familia. LUCIEN (amenazador): No estropeéis nada de aquí, porque si no os las vais a tener que ver conmigo… Émile sigue sonriendo. Lucien sale bruscamente. Émile, cuando pasa por delante de él, le suelta, guasón: ÉMILE: Por si te interesa, me llamo Émile… 3 Lucien, con la escopeta en la mano, llega a la casa principal. Se abre un postigo y se asoma a la ventana una mujer de cuarenta años, en camisón. Es Thérèse, su madre. Un hombre de sesenta años, de buen ver, aparece brevemente en la ventana, detrás de Thérèse.
Es Laborit. Va en mangas de camisa. 4 Lucien está sentado a la mesa, en la sala de la granja, que es a un tiempo cocina, comedor y cuarto de estar. Hay una chimenea grande. Thérèse, ya vestida, pone en la mesa, delante de Lucien, un plato de sopa, pan y menudillos de ave de corral. Lucien suelta la escopeta, que estaba limpiando con un trapo, y empieza a comer. Observa a su madre, que parece incómoda y anda ajetreada por la habitación. THÉRÈSE (sin mirarlo): ¿Por qué has sacado la escopeta de tu padre? Lucien no contesta. THÉRÈSE: Ya sabes que está prohibido… Lucien se saca unos billetes del bolsillo y se los alarga. LUCIEN: Toma, me han subido veinte francos… Thérèse se acerca para coger el dinero, lo cuenta deprisa y se lo mete en el bolsillo del delantal.
THÉRÈSE (automáticamente): Está bien… Laborit, acabando de vestirse, entra en la habitación y se sienta enfrente de Lucien. LABORIT (jovial): ¡Adiós, Lucien! LUCIEN: Buenos días, señor Laborit… Thérèse le pone delante a Laborit un plato de sopa. LABORIT (a Thérèse, sin mala intención): Ya podría avisar tu hijo antes de venir… (A Lucien:) ¿Te vas a quedar mucho? LUCIEN: Tengo cinco días de permiso… Los dos comen mucho y muy concentrados. Thérèse se mueve sin parar por la habitación. LUCIEN (a Thérèse, agresivo): ¿Qué hacen esos en nuestra casa? Mientras habla, Lucien indica con un ademán la casita. THÉRÈSE (sin mirarlo): Le echan una mano al señor Laborit. Les he dejado la casa… LUCIEN (mirando a Laborit): Anda y que no ha habido cambios por aquí… LABORIT (irritado): ¡Alguien tendrá que hacer el trabajo! Tu padre está prisionero, Joseph se ha ido… LUCIEN: ¡Anda! LABORIT (encogiéndose de hombros): Se ha ido con la Resistencia y se ha emboscado, el muy vago… (Se ríe.) Tengo un hijo patriota, ya ves tú… 5 Alrededor de cincuenta vecinos del pueblo, con la ropa de los domingos, mujeres en su mayoría, van en procesión detrás del párroco, que, rodeado de monaguillos con incensarios, lleva el Santísimo. La procesión avanza despacio por un sendero estrecho y rocoso de las inmediaciones del pueblo. Los vecinos cantan un salmo a la Virgen María.
Lucien, en el centro de la procesión, habla con un muchacho de su edad. No se oye lo que dicen. Laborit y su madre van delante de él. La madre mira hacia atrás. Lucien empieza a cantar con los demás. 6 De noche, a la luz de la luna, Lucien camina por una hondonada, con la escopeta en la mano; lo sigue un muchacho más joven que él, que no parece muy a gusto y lleva un morral. Salen a una especie de calvero, a los pies de un acantilado, donde retozan alrededor de diez conejos, que ni siquiera escapan cuando se les acercan. Lucien empieza a disparar: dos tiros, un conejo. Vuelve a cargar y vuelve a disparar sin detenerse. Se nota que siente un intenso placer físico con lo que hace.
Se para: no le quedan cartuchos. Se tiende en la hierba. Apoya la cara en el suelo y mira cómo su acompañante recoge los últimos conejos, vuelve a reunirse con él y se sienta también sin decir palabra. Lucien parece agotado, pero feliz. 7 En el patio de la casa de labor, Lucien, su madre y la mujer de Émile, sentados en unos tarugos, despluman unas gallinas. Los hijos de Émile juegan algo más allá. LUCIEN: ¿Has visto los conejos encima de la mesa? THÉRÈSE: Bueno está el señor Laborit. Te ha oído todo el pueblo… Lucien no contesta. LA MADRE: ¡Eres igual que tu padre! Lucien la mira; luego, echa a correr detrás de una gallina, que se le escapa varias veces. El juego lo divierte; acaba por cogerla tirándose boca abajo encima de ella.
Se pone de pie al mismo tiempo que le retuerce el pescuezo. Se la lleva a su madre. LUCIEN (de repente): ¿Sabes? ¡No quiero volver al hospicio! Thérèse sigue desplumando gallinas. Mira apurada a la mujer de Émile, absorta en su tarea. THÉRÈSE: Deberías alegrarte de tener ese trabajo… LUCIEN: No. THÉRÈSE (a media voz): No puedes quedarte aquí, Lucien… Laborit no querrá… (Una pausa.) Cuando vuelva tu padre… LUCIEN (interrumpiéndola, irónico): La que se va a liar cuando vuelva. Thérèse le echa una mirada rápida sin contestar. 8 Lucien llega a la plaza del pueblo con un conejo en la mano. Va hacia la escuela, cuyas ventanas están abiertas de par en par.
Echa una ojeada al interior. Una docena de niños están sentados en los pupitres. Tienen edades que oscilan entre los seis y los trece años. Peyssac, el maestro, está haciendo un dictado a los mayores mientras vigila a los pequeños. PEYSSAC (dicta): «La tarde estaba tormentosa y retumbaban a lo lejos las sordas avalanchas del trueno…» Peyssac alza la cabeza y ve a Lucien. PEYSSAC (a Lucien): Puedes entrar, Lucien… Lucien entra en el aula. Peyssac ha cogido la hoja de un alumno. PEYSSAC (volviendo siempre a lo mismo): Maurice…, desde luego…, eres un caso desesperado… ¿Ves lo que has hecho?… No, no me refiero a las huellas de dedos… Has escrito «retumbaba» con v, a, v, a… En fin… (se encoge de hombros). También es verdad que para cuidar las ovejas no se necesita saber ortografía… (Suelta la hoja con gesto de cansancio.) Los demás alumnos le ríen ruidosamente la gracia a Peyssac.
Este mira el reloj de pulsera. PEYSSAC: ¡Ya es la hora! Podéis marcharos… Los niños salen del aula dándose empujones. Peyssac va a la pizarra, borra lo que hay escrito, pone la fecha del día siguiente y escribe una máxima moral. Mientras tanto, habla con Lucien, que se ha acercado. PEYSSAC: ¿Qué quieres? Lucien pone el conejo encima del escritorio de Peyssac: LUCIEN: Es para usted… Peyssac le echa una ojeada al conejo. PEYSSAC (irónico): Muchas gracias. ¿Has venido a verme para esto? LUCIEN (de golpe): Quiero unirme a los maquis. PEYSSAC (sin dejar de escribir): ¿Y qué tengo que ver yo con eso? LUCIEN: Pues esas cosas las decide usted… Me lo ha dicho Joseph… Peyssac se vuelve y lo mira. PEYSSAC: De entrada, eres demasiado joven… Y ya tenemos gente de sobra… Lucien se queda callado. PEYSSAC (con severidad): ¡Y además es algo serio! No es caza furtiva… Es como el ejército, sabes… Se acerca a Lucien y le pone una mano en el hombro.
PEYSSAC: Mira, ya veremos más adelante… 9 Lucien y la muchacha con la que se cruzó a la entrada de Souleillac están sentados en un murete, en una zona silvestre de la meseta. Hace muy bueno. A su alrededor unas treinta ovejas se desplazan despacio y en silencio. Algo después, a media tarde, vuelven con las ovejas por un sendero metido entre tapias altas de piedra, por la ladera de la colina. Lucien se detiene y contempla la vista. Se acerca al filo del barranco y clava los ojos en el sol. La muchacha lo espera un momento y luego corre tras las ovejas. Lucien guiña los ojos sin dejar de mirar el sol. Parece fascinado. A lo lejos se oye la voz de la muchacha que llama a Lucien.
Él no la oye. 10 Lucien, Émile y dos vecinos sacan del pajar el cadáver de gran tamaño, con los miembros tiesos, de Garçon, el caballo de Laborit. Les cuesta que pase por la puerta. Laborit no echa una mano, pero dirige la operación. Bromas y risas de los hombres, que se hablan en el patois de la comarca. Lucien, callado, con cara seria, le sujeta la cabeza al caballo. Parece muy impresionado. Colocan por fin el voluminoso cuerpo en el carretón que suele usarse para sacar la basura. Los hombres recobran el resuello. LABORIT: Qué buen caballo era Garçon.
No encontraré otro como él… Venga, vamos a echar un trago… Lucien le acaricia tímidamente el cuello al caballo mientras los hombres, sin dejar de bromear, van hacia la casa. 11 Lucien va otra vez en bicicleta con la maleta en el transportín por una carretera desierta. Se para y comprueba que se le ha pinchado una rueda. Se le oye decir «mierda» en voz bastante alta; sigue a pie empujando la bicicleta. Entra en la ciudad. Hay un hermoso claro de luna. La calle está totalmente desierta. Sale a una placita: dos hombres están descargando un camión a toda prisa mientras otro monta guardia. Se queda asombrado al ver aparecer a Lucien y se le acerca. EL HOMBRE: ¿Y tú de dónde sales? Lucien sigue andando con la bicicleta en la mano.
Se oye ruido de botas. Se mete en una puerta cochera. Una patrulla alemana le pasa por delante. Lucien sonríe, espera a que se alejen y reanuda la marcha. Ahora va por una calle más ancha, a la salida de la ciudad, flanqueada por casas de estilo 1900. Oye un coche y se esconde. Lo deja atrás un Citroën 11 negro que aminora la marcha y gira para entrar por una verja, a pocos metros. Se acerca: el Citroën se ha detenido delante de las escaleras de la fachada de una villa de gran tamaño, de un estilo curiosamente medieval. Del coche bajan un hombre y dos muchachas que ríen y se empujan al entrar en la casa. El hombre lleva cogidas por la cintura a las dos jóvenes.
Encima de la verja, se ve un cartel donde pone en letras grandes:
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