Psicología de cine: así invaden tu cerebro las bandas sonoras

 

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Psicología de cine: así invaden tu cerebro las bandas sonoras

De Psicosis a E.T., y de Star Wars a Casablanca. Podríamos cerrar los ojos y saber que estamos presenciando una de esas películas. ¿Cómo? Gracias a la música, elemento rítmico, estructural y estético fundamental en la configuración de una narración cinematográfica.

Porque la música ha estado asociada al cine desde las primeras proyecciones de finales del siglo XIX, influyendo emocionalmente en el espectador, invadiendo su cerebro a través de esas bandas sonoras que forman parte (casi) indispensable de una proyección audiovisual. 

Cine y música, un idilio permanente 

Bandas Sonoras
Mark Ruffalo y Keira Knightley en Begin Again

El 28 de diciembre de 1895, los hermanos Lumière programaron la primera exhibición cinematográfica con público de la historia en el parisino Salon Indien du Grand Café. A pesar del considerable impacto del “invento” — dice la leyenda que algunos espectadores salieron corriendo cuando se “acercaba” el tren de La llegada de un tren a la ciudad— pronto se percibió que las imagénes en movimiento, por sí solas, podían resultar tediosas. Y así entra en juego la música como elemento de acompañamiento, ya fuese a través de un gramófono, o tocada por pianistas o pequeños bandas u orquestas. 


Aunque en un principio la música tenía como función “tapar” el sonido de las bobinas del proyector y hacer más agradable la proyección, pronto se descubrieron sus posibilidades narrativas y estéticas: la música podía ayudar a comprender la historia, remarcando emociones y avivando, ralentizando o tensando el ritmo narrativo en paralelo a la propia acción visual. 

En 1908 se crea la primera banda sonora original, música compuesta ex profeso para una película. Durante los siguientes años, el papel de la música sigue siendo fundamental y grandes compositores como el caso de Gottfried Huppertz intervienen con su labor musical en la configuración de corrientes cinematográficas como el expresionismo alemán. 

Con la primera cinta sonora —El cantor de jazz (1927)— la música, el diálogo y el resto de los sonidos pueden ser integrados físicamente en la propia película de celuloide —de ahí su nombre, “banda sonora”—, permitiendo además que la narración se acompañe de un sonido diseñado específicamente para sonar al mismo tiempo que la imagen: es el principio del sonido (y la música) sincrónica

Tipos de música en el cine 

Bandas sonoras
Dooley Wilson, Humphrey Bogart e Ingrid Bergman en el flashback de Casablanca

A partir de la revolución que supuso el cine sonoro, se plantean, esencialmente, dos formas de incluir la música en una película: música diegética y música no diegética o extradiegética: 

  • Música diegética: hace referencia a aquella que pertenece a la propia narración de la película, que es escuchado por los personajes de la misma. Un caso paradigmático de música diegética con función narrativa y dramática o emocional es As Time Goes By de Casablanca que es escuchada por Ilsa y Rick durante varias escenas claves de la película. O el Non più andrai de Mozart en la legendaria escena de la película Amadeus. Más recientemente podríamos citar el brillante arranque de Drive con Nightcall de Kavinsky, un emocionante homenaje a la noche angelina.
  • Música extra diegética. Es aquella que existe “fuera” de la narración, que no es escuchada por los personajes ni generada “dentro” de la propia historia, aunque generalmente cumpla también funciones narrativas y dramáticas, remarcando emociones. Un ejemplo clásico de música no diegética sería la música compuesta por Bernard Herrmann para Psicosis. Hay quien dice, en este sentido, que eliminando la partitura de Herrmann, pero manteniendo los efectos de sonidos —especialmente las puñaladas—, la escena perdería buena parte de su efecto turbador… No estamos en absoluto de acuerdo, más bien creemos justamente lo contrario. Sería, no obstante, un largo debate
Bandas Sonoras
Recreación de la secuencia del ataque de los helicópteros en Apocalipse Now – Fuente: Depositphotos

Además, la música diegética y extradiegética pueden combinarse, como se ilustra claramente en esta escena de Kill Bill.

Por otro lado, también cabe diferenciar dos tipos de bandas sonoras que cuyos términos en inglés nos ayudan a diferenciarlas. Por un lado, el score, música compuesta específicamente para una película como la de Nino Rota para El Padrino y el soundtrack, música que incluye también temas no compuestos específicamente para una película pero que son incluídos en algún momento de la narración, incluyendo los propios créditos de apertura o cierre. 

Tomamos de ejemplo tres canciones que aparecen en Apocalypse Now para ilustrar el concepto de soundtrack: por un lado, Satisfaction de los Rolling Stones que suena en la radio de la embarcación —por lo tanto, es diegética—, al igual que la Cabalgata de las Valkirias de Wagner que el jefe del escuadrón, el teniente coronel Kilgore, ordena poner en el altavoz de algunos helicopteros, y The End de los Doors, que suena al final de la película, pero no es escuchada por los personajes ni generada dentro de la historia, por lo tanto, extradiegética. Todas ellas, además, no son compuestas para la película, por lo tanto no forman parte del score, sino del soundtrack.


Música e imagen: sinestesia emocional 

Bandas Sonoras
Janet Leight en Psicosis

Hay una secuencia de la película Begin Again que ilustra a la perfección el poder de la música para emocionar al espectador, cómo una escena anodina y banal de unas personas andando por las calles de Nueva York puede convertirse en un poema audiovisual escuchando la música adecuada… en este caso, otra vez, As Time Goes By

John Carney, el director de aquella película, quiso exponer con esa escena la conexión de la música con la imagen, su poder para narrar, ritmar, acentuar y dramatizar, hasta el punto de hacer cambiar por completo la interpretación de una imagen, una suerte de sinestesia emocional, cuando varios sentidos actúan de forma conjunta generando en el espectador una catarsis emocional en determinadas escenas, capaces de ponernos la piel de gallina y arrancarnos una lágrima o dos. Ese es el poder —y el riesgo— del uso de la música en el cine.  

Una enorme poder por la considerable influencia que tiene la música en el cerebro, hasta el punto de ser capaz de estimular el desarrollo del mismo, regenerando las neuronas, facilitando la plasticidad cerebral o hasta, supuestamente, hacernos más inteligentes, como señala el controvertido “efecto Mozart”. 

Bandas Sonoras
Una persona toca las teclas de un piano – Fuente: Unsplash

La recompensa química de la música, que activa el sistema de liberación de hormonas, genera a su vez un efecto psicológico eufórico, pero también consolador… dependiendo de la música que se escuche, pero siempre “apoderándose” de nuestro cerebro. 

Al unir los poderosísimos efectos de la música en el cerebro con la fuerza de las imágenes, el cine se convierte en un arte casi total que explica su impacto en la cultura popular desde su consolidación en las primeras décadas de siglo XX. 

Un estudio de la Universidad de Bristol presentado en 2013 por Sarah Hibberd y Nanette Nielsen basada en la experiencia teatral de un trabajo del director Rik Lander, investigó esta capacidad de “inmersión” del espectador en un espacio dramático interactivo y experiencial explorando hasta qué punto la música y el sonido pueden guiar y construir el conocimiento, cómo pueden alterar una historia, un discurso, un relato.  

Pero ese colosal poder de inmersión que tiene la música en el cine también reside su peligro: el abuso de la música no solo como elemento narrativo, sino sobre todo dramático o emocional, es común no solo el cine comercial, sino también en el considerado “independiente”.  

¿Cómo afecta la música a nuestra salud?
Mujer toca el violín – Fuente: Pexels

Un exceso de acentuación de las emociones con una música en consonancia —música triste en escena triste— puede convertir una película en un espectáculo sensacionalista o “emocionalista”—en el sentido de exprimir las emociones—, dando por hecho que el buen cine —o el cine efectivo, que no efectista— es el que logra emocionar al espectador (a toda costa) aunque para lograr ese objetivo, el espectador sea bombardeado con violines tristísimos durante toda la película —en caso de que toque llorar— o acudir una y otra vez a las mismas canciones cuando se trate de “enamorar”… o copiar por enésima vez el sonido acerado de Psicosis cuando toque aterrar.  

De cualquier manera, sería ingenuo valorar el cine exclusivamente desde su vertiente artística, teniendo en cuenta el negocio multimillonario que supone la industria cinematográfica. Y si meter el doble de violines en una escena supone el doble de ceros en taquilla, la producción no suele dudar en el camino a tomar, aunque ello suponga hacer un uso más tosco, por decirlo suavemente, del componente musical en el cine.

Ya sea analizado desde punto de vista artístico, comercial o psicológico, es evidente que la banda sonora tiene un papel fundamental en la inmersión del espectador en el relato cinematográfico. Y es que ni siquiera hace falta conocer la historia de Ilsa y Rick para entender que ese As Times Goes By simboliza un amor roto: solo unas notas musicales y el gesto de un rostro dicen (casi) más que todo un libreto de diálogo. Así “invade” la banda sonora el cerebro (y el “corazón”) del espectador.



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