“Himno a la Belleza”: la concepción de lo bello de Charles Baudelaire con base en la unión entre opuestos

  viernes 20 de diciembre de 2019

En la Belleza que concibe Baudelaire percibimos una impresión de velo en donde está latente lo terrible. 

Fotografía: Nadar (1855

)

Mucho se ha dicho sobre el surgimiento de lo que puede ser el movimiento más influyente en la época moderna: el romanticismo europeo. Este movimiento artístico y cultural está determinado a ver la luz en un período histórico en el cual se producen cambios descomunales en la sociedad, una época de convulsión social y revoluciones. El romanticismo, cabe recordar, surge como respuesta y oposición a la Ilustración, corriente que derrumbó las ideas preconcebidas sobre el mundo que tenía el hombre a través del método objetivo y racional. El artista romántico disiente de esta racionalidad, es un hombre que se refugia en la espiritualidad, los sentimientos y la subjetividad.

En “Himno a la Belleza” el reconocido poeta francés Charles Baudelaire nos presenta su visión propia de la experiencia estética sobre la que podríamos decir yace toda su obra.

La individualidad creativa y existencial es el rasgo distintivo del artista romántico. Esta nueva sensibilidad del hombre se prueba, por así decirlo, al rebelarse contra las formas impuestas por la sociedad que le rodea, siguiendo siempre un ideal propio. Así pues, es por ello que este movimiento resulta ser heterogéneo, con características contradictorias. La unidad del romanticismo, podríamos decir, se mantiene y manifiesta en la exploración de la subjetividad del artista y la defensa de un ideal. Generalmente, la belleza constituye el gran ideal y es la base de la poética del artista romántico; si bien aunque este tema, así como cualquier otro, es concebido de manera peculiar por cada artista, existe una correspondencia en la visión que tenían entre ellos sobre la belleza.

En el poema “Himno a la Belleza” el reconocido poeta francés Charles Baudelaire nos presenta su visión propia de la experiencia estética sobre la que podríamos decir yace toda su obra. Antes de ahondar en aspectos e imágenes de dicho poema, resulta oportuno apuntar cómo esta manera de presentar la belleza se distancia de la de escritores románticos como el alemán Friedrich Schiller quien, como apunta el título de su libro Educación estética del hombre, desarrolla una teoría en la que señala que el arte es capaz de generar una sociedad moralmente perfecta a través de la práctica de la sensibilidad del hombre hacia la belleza; es decir, Schiller concebía, en cierta medida, que los artistas debían educar al vulgo, el arte debía aspirar a la verdad.

Así pues, de esta noción pedagógica del arte se aleja Baudelaire siguiendo el camino de su maestro Edgar Allan Poe y el filósofo por antonomasia de la estética Immanuel Kant. Estos pensadores apuntan que el arte es un fin en sí mismo, así también como podríamos decir que es la belleza. Poe, en el ensayo titulado El principio poético, parte de la discusión de la poesía como verdad revelada y señala: “La poesía está inspirada en la belleza y el amor por la belleza es una actividad del alma. Por eso no se ocupa de la moralidad, o la verdad” (5). El modo verdadero es una actividad del plano racional, lógico y matemático, el poético se encuentra en otras honduras. Para él un poema digno será entonces un poema per se, sin fin práctico.

Otro rasgo característico de estos dos escritores, que ha sido ampliamente comentado por los críticos, es la construcción de la imagen por medio de elementos que simbolizan la luz y las tinieblas, creando así lo conocido como claroscuro. Este rasgo lo podemos visualizar desde el inicio del poema del poeta francés: “¿Vienes del hondo cielo o emerges del abismo, / Belleza? Tu mirar, infernal y divino, / la merced y el delito nos vierte a un tiempo mismo / y es por eso que puede comparársete al vino” (Baudelaire, 2017: 52).

Esta unión de opuestos, lo sagrado y lo demoniaco, se repite en las tres primeras estrofas del poema. Evidenciando y sugiriendo el aspecto peligroso, avasallante y abismal. El doble filo de lo bello que se aparta de la mesura y se acerca un poco a lo dionisiaco; no en vano Baudelaire nos presenta la imagen asertiva y potente del vino que contiene un doble fondo en sí misma, el sentido de su composición así como también la experiencia que produce en el ser, en ambos sentidos se unen lo grotesco y lo bello.

El vino se origina a partir de la fermentación de la fruta, es decir, la podredumbre y descomposición, elemento grotesco, y resulta en una bebida que se sirve en celebraciones, agradable, estos dos elementos también caracterizan la experiencia sensitiva; el vino es capaz de embriagar, de producir una sensación de plenitud y ensoñación así como también generar adicción, angustia y pérdida del sentido. Así pues, la belleza referida en el poema está compuesta por lo grotesco y lo bello, y genera una experiencia estética en el espectador “sublime”, es decir, produce una sensación de éxtasis en la que se enlazan el temor y la atracción.

El poeta checo Rainer Maria Rilke nos dice en la “Primera elegía” contenida en Las elegías de Duino: “Lo bello es el comienzo de lo terrible que todavía podemos soportar” (Trías, 2006: 1). Esta imagen podemos apreciarla, indudablemente, en la Belleza que concibe Baudelaire, puesto que ante sí percibimos una impresión de velo en donde está latente lo terrible. Esta noción, en la cual se hace presente lo sombrío de manera evidente, proyecta una imagen innovadora para la época del poeta francés, puesto que si bien en obras románticas anteriores se sugiere y vislumbra este elemento oscuro, nunca fue expuesto al nivel que lo presentó Baudelaire en su Las flores del mal.

Es quizá en las obras pictóricas del romanticismo donde se visualiza más claramente la presencia del elemento sublime.

La concepción sobre lo bello que aportaron los románticos supuso un cambio y una ruptura a la idea clásica de lo bello como lo armónico y lo limitado, a la idea aristotélica de que lo bueno es bello y viceversa. Para los griegos, según lo apuntado por el autor Eugenio Trías en su ensayo Lo siniestro y lo bello, la maldad, lo feo y lo irracional era sinónimo de lo ilimitado e infinito. Esta idea se mantuvo vigente en la academia hasta el despertar de la sensibilidad romántica, la cual toma como inspiración la experiencia estética de lo sublime, la belleza abismal, desarrollada en la filosofía estética de Kant que se encuentra en la Crítica del juicio.

Si bien los románticos se inspiraron especialmente de la filosofía escrita por Kant, podemos comprender esta noción a través de su origen. Lo sublime, como lo apuntan diversos estudiosos, es una categoría estética proveniente de la obra Sobre lo sublime del retórico griego Longino; el término expresa la “grandeza”, la belleza trascendental, que es capaz de producir en el hombre un estado de éxtasis que va más allá de lo racional e incluso puede generar una sensación de dolor por ser imposible de comprender.

Es quizá en las obras pictóricas del romanticismo donde se visualiza más claramente la presencia del elemento sublime. En el lienzo los pintores plasman paisajes desmesurados; los grandes cielos y mares, los desiertos, las montañas y las tormentas, así como también la desmesura en el plano de las pasiones. Las obras del pintor Caspar Friedrich son un ejemplo de ello, pues éste para lograr dicho efecto procuraba el contraste; es por ello que generalmente solía pintar al hombre contemplando dichos panoramas, lo efímero y nimio ante lo abismal e insondable. Por otra parte, en Francia, en el círculo de escritores, es Víctor Hugo quien, en el prefacio a su obra de teatro Cromwell, define lo sublime como una composición hecha a partir de la unión de lo bello con lo grotesco.

No es casual entonces que en el poema analizado de Baudelaire estén presentes estos elementos; el abismo, el contraste entre lo grotesco, lo oscuro, lo tormentoso y lo bello, la luminosidad y la serenidad. En la cuarta estrofa, sin embargo, se inclina levemente la balanza por la imagen corrupta: “Andas sobre los muertos y te burlas de ellos; / el horror, de tus joyas, no es la menos luciente / y el Crimen, de entre todos tus amuletos bellos, / sobre tu vientre orondo danza orgullosamente” (Baudelaire, 2017: 52).

Esta imagen nos refiere a la cualidad maligna que puede tener la belleza en el ser. En el cuento de Poe “Berenice”, el narrador reflexiona sobre este efecto detestable y dañino de la belleza, concluyendo en el carácter de relación y derivación de la cosas; en otras palabras, nos dice que la sombra necesita de la claridad para existir; sin tristeza no existiría la felicidad y viceversa: “¿Cómo es que de la belleza he derivado un tipo de fealdad; de la alianza y la paz, un símil del dolor? Pero así como en la ética el mal es una consecuencia del bien, así, en realidad, de la alegría nace la pena” (157).

Si la Belleza de Baudelaire se distancia de la griega en lo formal, no es así en el mito; la imagen infernal de la belleza evoca también a lo venusino, a la encarnación de la belleza en la mujer. Helena, hija de la Venganza, la mujer más odiada y amada en la tierra, que producía tanto el gozo como la desdicha, el temor y la pasión; los hombres ansiaban poseerla para aplacar estos sentimientos aparentemente opuestos, y por ello estaban malditos puesto que ella gozaba de condición divina. Su rapto, como bien sabemos, causó la guerra de Troya y la desgracia de miles de personas. El Crimen y la Muerte iban acompañándola en su caminar; no obstante, la belleza no es responsable de los efectos que produce, es una forma sin conciencia, abstracta, que como expresa el poema no es responsable del sufrimiento y el dolor que deja a su paso por el mundo.

En la quinta estrofa Baudelaire agrega el elemento temporal, la brevedad de la Belleza: “La efímera se acerca a tu llama propicia, / crepita y arde y dice: ‘¡Bendecid esa llama!’. / El amante de bruces sobre el cuerpo que ama / semeja un moribundo que su tumba acaricia” (2017: 52). Estas líneas nos conectan a otro gran poeta romántico, esta vez inglés, llamado John Keats, que se sentía atraído por este tema y en su obra se evidencia.

En “Oda a la melancolía”, por ejemplo, el poeta evoca a las flores, alude a la belleza que perece y dura muy poco tiempo, este tipo de Belleza es un ingrediente causante del sentimiento melancólico, del dolor dulce, producido por la consciencia de este hecho, la brevedad de los instantes bellos: “Con la Belleza vive, que es mortal, con la Dicha, / que está constantemente con la mano en los labios / despidiéndose, y cerca del Placer doloroso, / que se torna en veneno cuando liba la abeja” (Keats, 1995: 177).

Baudelaire construirá sus poemas a partir de aquello que antes del despertar de la sensibilidad romántica no se consideraba digno de ser tema poético.

Por otro lado, en “Oda a una urna griega” Keats parece especialmente atraído por la antigua urna, no solamente por su belleza, que no tiene otra misión, sólo ser bella, sino también por su cualidad atemporal. Lo que hechiza al poeta es la idea de que la belleza de la urna perdurara en el tiempo, no es efímera como la vida del hombre. En este poema se nos presenta otro tipo de belleza que podemos considerar inmortal y que se halla en las obras de arte. “La belleza es verdad y la verdad es belleza” (Keats, 1995: 165), así finaliza esta oda, diciendo que el arte es verdad, o como dice el crítico Maurice Bowra en su libro La imaginación romántica, es real.

En ambos poemas, sin embargo, notamos una amplia potencia de lo sensual; se advierte la añoranza del alma del poeta por la permanencia de las cosas bellas. Así también, en las odas por momentos la voz lírica parece alcanzar el éxtasis ante la visión de lo bello; sucede igual en “Himno a la Belleza”. Se abre la puerta a un estado de plenitud máximo, de lucidez, semejante a la experiencia sublime de la mano de la sensualidad deslumbrante. La Belleza se transforma en la figura femenina y en la imagen mítica hechizante de la sirena:

Vengas tú del infierno o del cielo, ¿qué importa,
¡Belleza!, monstruo enorme e ingenuo, más temido,
si tus ojos, tu risa, tu pie, me abren la puerta
de un infinito que amo y nunca he conocido?
De Dios o de Satán, ¿qué importa, Ángel, sirena,
si vuelves con tus ojos de seda, acariciantes
—ritmo, lumbre, perfume, ¡oh, majestad serena!—,
menos horrible el mundo, más leves los instantes? (Baudelaire, 2017:53).

Poe, en el ensayo El principio poético, expresa la idea de la belleza sobrenatural. Según el escritor, en nuestra alma hay un instinto que busca lo bello, existe un deseo por alcanzar la belleza eterna, trascendental, que nos remite a un mundo espiritual más allá de la vida, buscada y no conocida: “Ha sido mi propósito sugerir que, mientras que este principio mismo es estricta y simplemente la aspiración humana a la belleza sobrenatural, la manifestación del principio se encuentra siempre en una sublime excitación del alma” (16). Al percibir esta belleza, dice el cuentista, no sentimos placer únicamente sino también tristeza por no poder asimilar o capturar permanentemente esa presencia siempre breve.

Este tipo de belleza que es presencia divina, encarnación del infinito en lo efímero, podemos vislumbrarla en los últimos versos citados de Baudelaire. Así también en su obra poética en general, en la cual el poeta intenta capturar piezas de ese abstracto absoluto constituido no sólo por lo canónicamente bello, bueno y noble, sino también por lo irracional, grotesco y desmesurado. Así pues, Baudelaire construirá sus poemas a partir de aquello que antes del despertar de la sensibilidad romántica no se consideraba digno de ser tema poético; la ciudad caótica y sus habitantes desamparados.

 

Referencias

  • Baudelaire, C. (2017): Las flores del mal: “Himno a la Belleza”.
  • Keats, J. (1995): Odas y sonetos. España: Ediciones Orbis, S. A.
  • Poe, E. A. (2002): Cuentos: “Berenice”. Madrid: Alianza.
     (s.f). El principio poético.
  • Trías, E. (2006): Lo bello y lo siniestro. Ariel.

https://letralia.com/sala-de-ensayo/2019/12/20/himno-a-la-belleza-charles-baudelaire/



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