En Revolución: Una historia intelectual, el historiador Enzo Traverso recorre los sentidos de revuelta, catástrofe y estado desde la centralidad de la revolución rusa y el comunismo, con especial foco en el rol de los intelectuales revolucionarios y los "compañeros de ruta", de los conflictos entre arte, vanguardia y política y los usos de la memoria y de las tecnologías. Lejos del espíritu melancólico de su libro anterior, ahora se trata quizás no tanto de transformar el mundo sino de volver a interpretarlo desde un siglo nuevo donde las experiencias de la Historia no parecen haberse agotado todavía.
La idea de que el término “revolución” pasó de designar un fenómeno propio de los astros para referirse a cuestiones harto más mundanas fue explorada numerosas veces por diversos intelectuales. Quizás la definición más concreta de este asunto haya sido propuesta por el filósofo alemán Reinhart Koselleck en su conocido trabajo Futuro pasado, texto clave en el desarrollo de la disciplina conocida con el nombre de “historia conceptual”. Allí, Koselleck indaga sobre el cambio de sentido de un término que pasó de significar un proceso relativamente circular en el cual los astros, tras cumplir una órbita, volvían a su posición primera, para hablar acerca de un suceso que provocaba una dislocación, un cambio en el tiempo, la entrada intempestiva de lo diferente. La gran responsable de este cambio de terminología fue, sin dudas, la Revolución Francesa, la cual se encargó no solo de terminar con el Antiguo Régimen, sino que también impuso un nuevo modo de concebir el tiempo y la política. Esto iba desde cosas tan triviales como la implantación de un calendario apegado a los procesos de la naturaleza hasta instalar nociones tan radicales y, al mismo tiempo, tan cercanas a nuestras concepciones contemporáneas como la centralidad de la democracia como modo de organización social en el Occidente o la reconversión de procesos pretéritos que ahora eran vistos con otra óptica, como la independencia norteamericana de finales del 1700 o la guerra civil inglesa del 1600. O sea, ambos eventos ahora podían ser entendidos como “revoluciones”: los hechos en Francia no solo proyectaban una nueva concepción hacia adelante en el tiempo con todos los cambios impulsados, sino que también permitían reflexionar en torno al pasado de otra manera, reinterpretándolo. Por eso es que Enzo Traverso (Gavi, Italia, 1957), en su libro Revolución: Una historia intelectual, de reciente aparición, se propone pensar en torno a esta palabra tan recurrente en nuestro léxico político desde una posición muy en sintonía con la historia conceptual, pero también con las tendencias marxistas del presente y con algunas observaciones de su libro anterior, Melancolía de izquierda: la palabra “revolución” es una clave para entender la historia, la política y la contemporánea desazón frente al capitalismo como sistema de organización económica y social, como única posibilidad en un mundo globalizado. O sea, vuelve a la palabra “revolución” para hacer ese paso hacia atrás y hacia adelante, repasando en este largo ensayo lo que alguna vez significó la palabra desde finales del siglo XIX y a lo largo de todo el siglo XX hasta su actual desarticulación como término de la política real. Siempre en un intento por volver a activar ese contenido de verdad, esa serie de posibilidades que, desde los franceses, la palabra conserva a la manera de fantasmas que esperan su turno para imponerse al mundo. Digamos, para redimirse.
¿Cuál es el panorama que motiva a Traverso a realizar este recorrido? Como bien señalamos, la idea de que el mundo conserva un potencial de revuelta, pero no un horizonte en donde enmarcar esa misma actividad. El autor italiano observa con justeza que varios han sido los hechos que, desde la década del 90 en adelante, implicaron un desafío al orden establecido y un intento por imponer un nuevo modo de pensar la realidad, promoviendo la justicia social y el empoderamiento de los más postergados. El problema es que esas revueltas, justamente, quedan en eso: apenas son movimientos que toman la atención por unas semanas o meses, pero que pronto se desarticulan y no logran conquistar el poder, promoviendo un nuevo status quo. La crítica llevada adelante por el “bando victorioso” de la Guerra Fría (el capitalismo neoliberal) en torno al orden del socialismo organizado estigmatizó la palabra “revolución” para convertirla en un término vaciado de su contenido de cambio radical, de violencia, inclusive. Traverso acepta que el destino de los socialismos reales, principalmente, de la URSS, derivó en sistemas represivos que poco tenían que ver con su propuesta de origen. Pero, inteligentemente, rescata el hecho de que esos mismos socialismos o esas mismas políticas de partido fuertes permitían darle un sentido a la revuelta y habilitaban su subsistencia en el tiempo: había algo por lo que luchar ahora y seguir luchando. Así, Traverso se corre del espíritu melancólico para tratar de moverse en el presente. Los movimientos Occupy o la Primavera Arabe terminaron quedando en una anécdota: pensar de nuevo la revolución es pensarla para que, en lugar de revueltas o levantamientos circunstanciales atados a lo inmediato, tengamos transformaciones efectivas en el largo porvenir.
VAGONES TRANSPORTAN IDEAS
La metodología del enfoque de Traverso se apoya en la capacidad crítica y metacrítica que siempre ha tenido el marxismo desde su “padre fundador”, el propio Marx. Esto es, el hecho de que la puesta a punto de los términos con los que se piensan los procesos humanos está siempre sometida a la praxis, la cual, indefectiblemente, muestra o no su vigencia. Si “revolución” es una palabra que parece hoy en dia mas pegada a la salida de un nuevo producto o a los tímidos cambios dentro de las democracias liberales contemporáneas, habría que revisar cómo en esa misma palabra persisten capas que señalan los acontecimientos pasados que le dieron forma y significado al concepto para ver qué de ellos puede iluminar el presente. Por eso, apoyándose en la idea de “imagen dialéctica” que retoma de Walter Benjamin, Traverso repasa en los diferentes capítulos cuadros (como “La balsa de la Medusa” de Théodore Géricault), fotografias, imagenes, en definitiva, que sintetizan una época y muestran también las fuerzas en contradicción que al día de hoy pueden incitar el pensamiento crítico. De esta manera, el autor del libro reconstruye en cada capítulo una escena, un tiempo, una figura, para a partir de allí ir encontrando lo que esa visión contiene como contradictorio y como susceptible de indicar un paso dentro del complejo devenir de la “revolución”.
El largo primer capítulo es clave para entender este modo de leer la historia: a partir de volver sobre el imaginario abierto en la humanidad por los trenes, Traverso ve el paso del siglo XIX al siglo XX, pero también la modificación del socialismo romántico al científico y el paso de la idea de progreso de Marx a la “revolución” como puesta en crisis de esa misma idea de avance tecnológico en pos de un auténtico materialismo histórico, tal como lo plantea el citado Benjamin en “Tesis de filosofía de la historia”. En ese sentido, por ejemplo, la aparición del tren en Inglaterra y el tendido de vías a comienzos del siglo XIX le sirvieron como metáfora a Marx para entender lo inevitable del proceso que iba de las sociedades precapitalistas a las capitalistas, y de ahí a las socialistas, pero también implicaba una imagen perfecta para entender cómo la recuperación del pasado era posible desde las novedades tecnológicas (a partir, por ejemplo, de la arquitectura gótica de las primeras estaciones de trenes) o cómo el trabajo humano encontraba una realización beneficiosa en las máquinas que, entendidas como promesas de una sociedad sin clases y sin oprimidos, en lugar de utilizarse como herramientas de sometimiento del proletariado en la fábrica, liberadas del control burgués, podían propiciar una auténtica utopía. El tren era la clave, entonces, para entender la idea que tenía Marx con respecto al futuro y la crítica que realizaba al presente. El tren como vía de transporte de la revolución adquiere un nuevo sentido a comienzos del siglo XX, en Rusia, a partir del uso estratégico que se le dio durante la guerra civil, no solo como herramienta para transportar soldados de una punta a otra del inmenso país en plena lucha intestina, sino también para usar los vagones de base móvil en donde planificar los pasos siguientes o, inclusive, escribir discursos o artículos, tal como lo hizo el propio Trotski. Tendría que llegar la aviación para terminar con este imaginario de izquierda del tren imponiendo uno nuevo, ya no de los vagones blindados viajando por la estepa, sino de los bombarderos fascistas, finalizando, claro está, con el avión que llevó y soltó las bombas nucleares que terminaron con la Segunda Guerra Mundial. En ese solo ejemplo se condensa la mirada de Traverso: las imágenes de trenes y estaciones contienen, en definitiva, el pasado como elemento negado o sometido a cambio y el futuro entrevisto como posibilidad.
Revolución: Una historia intelectual es un libro que pasa de los trenes a pensar las imágenes de los cuerpos en la política del siglo XX (por caso, la centralidad casi mística del cuerpo de Lenin), para luego concentrarse en las imágenes de los intelectuales o en la tensión misma que existe entre la idea de una revuelta frente a una revolución. Cada entrada es un intento por encontrar en esas imágenes dialécticas las fuerzas que, liberadas, devuelven a nuestro día las chispas, el shock, que implican un cambio de sentido atrevido, radical. Afortunadamente, Traverso abandona por momentos el tono de Melancolía de izquierda para ofrecer una lectura mucho más crítica de nuestro contexto: es necesario volver a recuperar lo revolucionario para sacarlo del eje de la violencia y la opresión con la que el pensamiento de derecha tiñe el concepto (astutamente, apunta a nombres propios claves para este tipo de lectura, como el historiador revisionista François Furet). La historia, parece decir, no es el depósito inane de hechos pasados que se anotan en el mismo calendario. Es, en definitiva, el marco de posibilidad donde hacer saltar por los aires nuestra manera de concebir el mundo para ya no solamente pensarlo y pasar así, por fin, a transformarlo.
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